Purgatorio
Capítulo Cuatro: Veneno
"Veneno, te pusieron un nombre tan bueno. ¿Veneno?"
(Andrés Calamaro – Veneno)
Lucius levanta una pierna sobre la otra, sirviéndose un poco más de Brandy escocés. Se lo he sacado precisamente porque le gusta, porque mientras beba y beba, será más animal y menos Malfoy. Adoro tener poder sobre él, de la misma forma que a él le encanta tenerlo sobre Narcisa. Es un círculo vicioso que nos une al Señor Oscuro -irremediablemente- al que todos presentamos excusas y alabanzas. Compartimos su ambición y su destino, nuestra piel registra el juramento.
Lucius bebe, sentando en el sillón que está frente a mí. Yo también estoy recostada en uno, mesando mi lacio y oscuro pelo mientras esbozo una sonrisa de labios carnosos y seductores, misteriosos y letales. Rodolphus, que bebe con mayor moderación, aplaca su mirada helada mirando por la ventana. Su presencia en la habitación es un mero formulismo, nada más que un fantasma vigilante que es consciente de mi interés, que vigila cada movimiento no articulado y se anticipa con gestos o miradas. Deseoso de pillarme desprevenida.
Sonrío tenuemente a Lucius.
- Me gustaría hablar con Bellatrix a solas, Rodolphus –este rubio levanta la mirada, clavándola en la alta e imponente figura de mi marido- ¿Sería eso posible?
Rodolphus sostiene la hostilidad de su mirada con absoluta indiferencia, moviendo levemente esa copa entre sus dedos, agitándola de esa forma que me pone tan frenética, como si no tuviese nada mejor que hacer o mirar. O desear, tocar, preguntar; algo que me indique que vive y siente. Su escaso interés lo sitúa un peldaño por encima de mí. Por ahora.
- Por supuesto –dice con tranquilidad, casi con paciencia. Como si fuese Lucius alguien digno de condescendencia.
Rodolphus se retira de la habitación y la puerta se cierra tras él, dejándonos a solas con un candelabro que mal ilumina nuestras caras. La de Lucius es impenetrable, dura; la mía... supongo que desagradablemente arrogante, porque no le gusta. Se siente impotente frente a mí, pero no tiene deseos de demostrármelo, de hacerse ver menos frente a la mujer, la hija de las tinieblas y el deseo encontrado. La mortífaga más fiel, temible y sanguinaria que ha habido en las filas de nuestro Señor.
Llevo una mano a mis labios, rodeándolos con una uña pintada de negro, larga y peligrosa. Mis ojos centellean de malicioso conocimiento cuando él abre la boca, dispuesto a preguntar... aquello que desea saber.
- Eres la hermana mayor de Narcisa –afirma. Yo alzo las cejas.
- Obviamente, querido –sonrío de perfil, disfrutando con su patético rodeo.
- No me trates con condescendencia, Bellatrix –escupe, enfurecido–. Saldrás muy mal parada.
- Si no bajas de tono tus "sutiles" amenazas, dudo mucho que salgas de aquí con las respuestas que deseas –no me altero, él se relaja.
- Desconozco la naturaleza de los deseos de tu hermana Narcisa; no sé si realmente desea que le haga daño, o que tenga celos –aprieta la copa, empalideciendo de cólera-. ¿Se ha acostado con Rodolphus?
- Eso deberías preguntárselo a él –respondo con acidez-. ¿Quién soy yo para revelarte a ti nada de eso? Pecas de ingenuo terriblemente, creyéndote tan caro a mis ojos como para que me plantee siquiera traicionar la confidencialidad de mi marido.
- A ti no te importan en absoluto esas sandeces –escupe, despectivo.
- Puede que no –sonrío sombría, casi amargada–. O puede que sí. En cualquier caso, prefiero dejarte con la duda.
- Ya has respondido a mi pregunta.
- ¿Entonces, qué haces aquí? –impreco, levantándome violentamente. El pelo liso y negro se desparrama a lo largo de mis pechos, desnudos bajo el vestido de seda negra, tan holgado.
- Me preguntaba por qué te has puesto nerviosa –él también se levanta, pegando su rostro al mío.
- Más quisieras que siquiera la punta de mi pelo temblase ante tu presencia, Lucius Malfoy; no eres más que un traidor, una rata que ha vuelto arrastrándose a los pies de su amo –siseo, mirándole a los ojos- No mereces siquiera estar respirando nuestro mismo aire. Ojalá mi hermana tenga el valor de hendirte un cuchillo en las entrañas, y que tú te desangres como el jodido cerdo que eres.
- Esas no son las palabras de una señorita –replica murmurando, rojo de furia.
- Yo... –sonrío cínica– No soy una señorita. Soy veneno.
