Purgatorio

Capítulo Seis: Debilidad

"Ser de río sin peces, esto he sido.

Y revestida voy de espuma y hielo".

(Rosario Castellanos)

Cae. Cae hacia atrás, y su cuerpo dibuja un arco poderoso. Siempre sorprendidos, sus ojos se abren y su garganta libera un "¡Oh!" de incredulidad. Cae, se desliza, más bien, como un peso muerto; y mi brazo ejecutor sigue extendido. Podría haber gritado en ese instante, pero mantengo los ojos fijos en su mandíbula, que desaparece. Veo a Sirius a través del tiempo, confundido entre brumas de oscuros abismos que separan nuestra sangre, y me importa. En ese momento, es lo único.

Es mi triunfo, mi victoria, pero no parece venir a mi mente esa gloriosa idea. Superpuesto al gozo están los ojos de mi primo, grises, sorprendidos.

Me gusta la sorpresa, hace la vida excitante, me alivia el tedio de los muertos en vida, o de las amas de casa (o siquiera el de la mujer interrogante). Pero ahora no me parece tan divertido. La sangre cae, se arquea de estupefacción, y yo no puedo mover mi brazo agarrotado.

"Sirius, adiós, Sirius" evoca mi mente. El niño Potter grita, yo no lo miro. Yo estoy absorta, petrificada, y es él el que sorbe mis sentidos.

¡Se lo está tragando! El velo lo engulle como un animal hambriento, devorador. Por un momento, mis dedos se agarrotan en torno a la varita y se me ocurre la loca idea de dar una zancada hacia delante, salvar la distancia que nos separa -hacerla ridícula, inservible- pero no lo hago. Sirius se pierde para siempre, su cuerpo se ha desvanecido allá donde se mezclan las esencias de los mundos, en el lugar más obsceno que la mente humana pueda imaginar, y sin embargo lo siento cerca, latiendo en las muñecas; y aunque me provoca, deseo que su voz penetre en las gargantas del espacio y diga mi nombre. Me hubiese encantada que lo pronunciara antes de morir.

Querría salvarlo, o tal vez no. Mejor de ésta forma, sin haber tenido oportunidad. Simplemente, lo odio con todas mis fuerzas. No podría salvarlo solo por una mera necesidad sádica. ¿Verdad?