Miroku, decisiones de un monje
Capítulo 1: Moral
Miroku se encontraba meditando en el templo. Era algo más de media noche. Justo el momento en el que se sentía mejor. Todo estaba en paz. Hacía frío, pero mientras no perdiese la concentración, era algo de lo que no tenía que preocuparse. Era pleno invierno. La noche estaba cubierta de nieve y de soledad. Esa era una de las temporadas en que el grupo se dispersaba para recuperar fuerzas, o bien porque Kagome debía volver a su mundo a hacer ciertas "pruebas" en su "instituto".
Miroku no llegaba a entender completamente a que se refería cuando hablaba de su mundo, pero de todos modos la creía. Siempre había sentido admiración por la muchacha, y la cantidad de artefactos, alimentos e historias que provenían de su época.
En silencio, soñaba con poder cruzar también el pozo que separaba las dimensiones, y pasear por los caminos del futuro, conocer a las nuevas gentes, los nuevos pensamientos, la nueva magia… y las nuevas mujeres. Sobretodo las nuevas mujeres.
En esa época, ninguna conseguía entender cuales eran los verdaderos sentimientos de un monje que poseía un agujero negro que tragaba todo aquello que tuviera delante de la palma de su mano, y que muy probablemente, acabaría con su vida antes de poder dejar cualquier vestigio de él mismo en la tierra.
No… ésta no era definitivamente la época en la que tendría que haberse encarnado.
Su meditación se vio de pronto interrumpida por esos mismos pensamientos. Como guerrero estaba haciendo una vida honorable, al menos, desde que había emprendido el viaje por la Sikkon con sus compañeros. Pero como hombre dejaba mucho que desear. No había encontrado aún una pareja. Tenía a Sango, pero sentía algo demasiado fuerte como para ofrecerle un futuro incierto. Y si llegase a realizar esa unión que tanto había deseado… no quería ni pensar en que porvenir le podía esperar a un hijo de luchadores que tenían cientos de enemigos.
Solo quería que algo suyo perdurase en la vida, en el tiempo… por un momento se le pasó por la cabeza la sacerdotisa. ¿En que mundo, si no en el futuro, su hijo podría crecer sano y salvo?
En el segundo siguiente apartó de sus pensamientos esa imagen, pues si Inuyasha imaginaba siquiera lo que estaba pensando, le mataría, literalmente.
Después de un buen rato pensando, dio cuenta de que tenía tanto frío en las manos y la nariz, que le quemaban, y es que había perdido toda la concentración de una noche de meditación.
Decidió no torturarse más por entonces y se fue a dormir.
Pasó la estación de las nieves. Y esas nevadas dieron paso a riachuelos helados, campos verdes a punto de florecer y un sol que calentaba las mejillas.
Había mejor humor dentro del grupo. El buen tiempo caldeaba los ánimos, y aunque para los demás, Miroku revelaba una perenne sonrisa, dentro de si seguía la angustia que en invierno le había tocado el corazón.
Era como si la nueva estación le hubiese alterado las hormonas, más de lo que ya las tenía. Sus sentidos estaban enfocados a cualquier cosa que llevase faldas y pasase por delante. Y pensamientos impúdicos atormentaban su mente día y noche en cuanto a sus compañeras de viaje. En especial por la sacerdotisa. Era muy difícil concentrarse en otra cosa, cuando ella llevaba esas faldas tan cortas que para su época, dejaban muy poco a la imaginación.
De tal manera se llegaba a concentrar en la visión de las faldas, que un día que caminaban siguiendo el rastro de un demonio, cayó por la ladera dando vueltas hasta chocarse con una piedra de considerables dimensiones.
Y es que había descubierto una visión encantadora en ese lugar. El viento, que había estado atizando bastante fuerte durante la mañana, se empeñaba en levantar las faldas de Kagome. Pero no era nada que ella no pudiera remediar con la ayuda de sus manos. Aunque en uno de los descuidos en que el impertinente viento venció a la insistencia de sus manos, había descubierto un pedazo de tela. Era blanca, debajo de las faldas. Solo pudo ver un ápice. Justo para distinguir la curvatura inferior que se formaba cuando andaba, de las nalgas de Kagome.
Esa noche no logró conciliar el sueño. Tan solo pensando en que descubriría si fuese capaz de desprenderla de la ropa. Rezó y rezó por que desaparecieran esos pensamientos de su mente. Pues ella era la sacerdotisa y eso implicaba que fuese pura e inocente.
A partir de esa noche. Ni antes ni después, envidió con todo su ser a Inuyasha, pues era el único que, por mas que quisiese ignorarlo, disfrutaba de las atenciones afectuosas de Kagome.
Casi a finales de primavera, en una de las ausencias de Kagome, Miroku, en una de esas locuras transitorias que le venían amenazando desde algún tiempo, fue al poblado de la vieja Kaede, para poder hablar con Inuyasha.
No sabía realmente que es lo que quería conseguir demostrarse con esa charla, pero de algún modo quería asegurarse de no dar ningún paso en falso, al menos con él.
Cuando hubo llegado al poblado, lo primero que hizo fue reírse, pues Inuyasha, alarmado, exclamó algo parecido a una maldición, e hizo alusión a problemas que él no había detectado.
- ¿A qué has venido¿Hay algún trozo de la joya cerca? – dijo husmeando el aire.
- No, no, Inuyasha. He venido solo para hablar contigo.
- ¿Eh¿De qué?
- De Kagome.
- ¿Qué pasa con ella?- inquirió un tono nervioso.
- Supongo que sabes la importancia que tiene para esta misión¿verdad? – comenzó por tantear el tema.
- Si claro – Inuyasha pareció descansar por no abordar temas más íntimos.- Es la única capaz de ver los trozos de la joya en el enemigo.
- Exacto. Porque es la sacerdotisa.
- Si. ¿Y que ocurre con eso?
- Supongo que sabrás que Kagome no es indiferente a ti.
Inuyasha adoptó entonces una pose rígida y con el semblante algo molesto. Siguió callado.
- Veo que te has dado cuenta. Y ella también. Ella sabe que lo sabes. Y lo que la frena es Kykyo. Lo que ella ya no sabe es que a ti no te frena nada.
- Miroku, no se donde quieres llegar, pero te aconsejo que no sigas por ese camino.
- No Inuyasha. Seguiré. Hasta que haya acabado. – De pronto, su aura combativa se incrementó hasta hacerse inmensa.- Kagome es una sacerdotisa. Y tiene que permanecer como tal.
- ¿A qué te refieres?
- A sus poderes. No sabemos que puede ocurrir con ellos si ella es mancillada
- ¿Pero que demonios estás insinuando!
- No la toques, Inuyasha.
- ¡Te prohíbo que hables así de ella de esa manera!
- Sabes perfectamente de lo que hablo, veo. Solo es un consejo para que lo tomes en cuenta.
- Miroku, somos amigos, pero como sigas con esto me veré obligado a pararte los pies – concluyó agarrando su espada envainada.
- ¿De veras crees que tendrías alguna oportunidad enfrentándote a esto?- dijo alzando su mano derecha.
Ambos se quedaron callados. Mirándose fijamente en un reto contenido. Pero Miroku cayó por fin en cuenta de lo que estaba pasando y bajó la mano en son de paz.
- Es absurdo que lleguemos a este extremo. Inuyasha, yo no te deseo ningún mal. A ninguno de los dos. Es solo que el tiempo acaba mostrando realmente lo que cada uno lleva dentro. Y me preocupa que todos nuestros esfuerzos se vean arruinados por esta situación.
- Yo jamás haría nada que perjudicara la misión. Y mucho menos que le hiciera daño a ella.
- Me alegro de oír eso.
- Es por eso que si alguien osara tocarla. Acabaría con él. Márchate monje. Esta conversación ha sido en vano.- Así concluyó Inuyasha, que dio media vuelta sobre sus pasos, y se marchó.
- No lo creas, amigo mío. No lo creas.- Miroku habló en voz baja, solo para él. Entreveía un posible combate con Inuyasha, del que podía salir victorioso con Kazaana. De ninguna manera quería llegar a ese extremo, pero si la vida a salvo de un hijo suyo, pudiese costar la suya propia. Así sería.
Así llegó el verano. La relación entre Inuyasha y Miroku parecía tensarse cuando Kagome estaba cerca. Era como si ambos sobreprotegieran a la sacerdotisa de las manos del otro. Miroku no pensó que Inuyasha fuera tan avispado, aunque no creía que conociese en verdad sus verdaderas intenciones.
En cuanto a Kagome, no se daba cuenta de nada. Iba y venía por el pozo, sin advertir las miradas que recibía. Inuyasha cada vez era más rudo con ella, y Miroku más amable. El primero procuraba pasar las noches lo más alejado de ella posible. El segundo no había día que no la rozara por casualidad.
Cuando no era su mano en las comidas, la abrazaba para poder tenerla a salvo en las batallas. O aspiraba el perfume de sus cabellos mientras andaba unos pasos por detrás.
Lo observaba todo con malicia. Una astucia casi enfermiza. Después de una batalla, llegaba a tal estado de excitación que por unas horas tenía que desaparecer para aplacar su desmesurada aura.
Y fue en una de las primeras noches realmente calurosas de la estación, cuando comenzó el verdadero declive de su personalidad. Fue cuando la parte más salvaje del monje se desató. Y todo por sus ojos. Todo por los oscuros ojos de Kagome.
Habían perdido una batalla, pero él no estaba especialmente enfadado por eso. De hecho, Inuyasha había demostrado su valor junto a Kagome, pues habían combinado sus ataques para derrotar al monstruo. Lo habían herido considerablemente, pero gracias a las piezas de la joya que había conseguido robar al grupo, contraatacó, venció y huyó.
Era por eso. Porque aquella parejita de adolescentes enamorados daban su vida el uno por el otro pero no eran capaces de jugar al amor.
Kagome necesitaba un hombre de verdad, seguro de si mismo y que no dudase en coger lo que deseaba en el momento adecuado.
Con ese pensamiento, Miroku se encontraba en la orilla del río, bebiendo algo de agua y refrescando sus ideas. Al pensamiento de la frustración de la batalla se le unió el de la imagen de Kagome en la misma. Tan decidida y exuberante.
Temía recordar los pequeños detalles que veía en ella y nadie mas percibía. El sonrojo de sus mejillas al comenzar la batalla, sus jadeos contenidos por el esfuerzo, el sudor recorriendo su piel, la determinación de su mirada en contra del enemigo, la forma en que se mordía el labio mientras la flecha hacía el recorrido hasta llegar al objetivo, y su cuerpo. Olvidaba su pudor y sus faldas se levantaban descaradas entre el polvo. Entonces era cuando se revelaba ese divino tesoro de juventud.
En otra ocasión, que resultó herida en combate, la descubrió junto a Sango, curándose la herida de la espalda. Un tajo limpio, emanando sangre.
Y pese a la gravidez de la situación, no pudo sentirse atraído por el torso descubierto, los gemidos de dolor, y la visión de su sangre emanando de la herida. Fue tan sumamente erótico para él, que se espantó de sí mismo. ¿En que se estaba convirtiendo? El dolor y el abuso le estaban resultando atractivos. Pero solo en pro de Kagome.
Entonces, allí, al lado del río, empezó a sentirse acalorado. Sabía que los demás estaban lejos, que allí no habría peligro, allí podría dar rienda suelta a su imaginación… y así lo hizo.
Imaginó a una Kagome sumisa, despojándose de la ropa mientras el la observa sentado en una roca. Solo con pensar en eso sus manos ascienden por su torso, intentando simular las de una Kagome que es posible no esté dispuesta a ello.
Luego, mientras una de sus manos llegó hasta su sexo y comenzaba a acariciarlo, veía claramente como Kagome se arrodillaba entre sus piernas.
Miroku cerró los ojos y elevó el rostro al cielo. Quería que su fantasía fuese todo lo real posible. Su mano tocó entonces su centro desnudo y comenzó a masturbarlo. En su imaginación, era Kagome quien lo tocaba, quien lo acariciaba… y entonces pensó… si tan maravillosa fuese la caricia de sus manos… desearía sentir la de su boca.
Y la Kagome de su fantasía, que estaba echa para obedecer a su amo, lo tomó en su boca con placer. Una y otra vez, besándola, haciéndola pasar por sus labios húmedos, por encima de la lengua, ligeramente rozándola con los dientes, hasta chocar con el principio de la garganta. Una y otra, y otra, y otra vez, cada vez más rápido… más rápido… más rápido… estaba a punto de acabar en la boca de Kagome, cuando abrió los ojos y la realidad superó a su fantasía.
Kagome estaba delante de él, pero no estaba arrodillada. De hecho estaba bastante alejada. Justo a la entrada del pequeño camino que comunicaba su lugar de acampada con el río. Y tenía su mirada fija en su sexo.
Pero eso fue suficiente. Ni siquiera tuvo que volver a acariciarse. Acabó sobre la tierra mojada de la orilla, ante los ojos de la mujer que deseaba poseer.
Continuará
Muy buenas. Había pensado que este fuera un one-shot, pero este monje pervertido me está dando mucho juego jejeje
Espero que os haya gustado, o al menos, os haya entretenido un ratito.
Tenía ganas de escribir sobre una pareja en la que no mucha gente ha pensado, y no se porqué, si el roce hace el cariño, todos lo saben - . Soy incondicional de Inuyasha y Kagome, pero que le vamos a hacer, me pierden las alternativas. Estoy pensando en escribir solo un capítulo más, algo más largo que éste, y ya entrar en materia de verdad. Digamos que esto ha sido un calentamiento… con muchos juegos previos.
Tengo otras historias a medio colgar, pero por falta de tiempo (y de ganas, todo hay que decirlo) no las he concluido (pero que conste que están acabaditas aquí en mi pc :P). Con esta me voy a poner en serio, aunque soy un poco vaga, así que os pido que PORFAVOR, me metáis caña para escribir, que si no, se me va el santo al cielo.
Así que no me lío mas, un besazo a tods los que me habéis leído, y mil gracias por haber llegado hasta aquí!
Nos vemos pronto!
Da-witch, la bruja antes conocida como Neherennia.
