Miroku, decisiones de un monje

Inmoral


Ni Miroku ni Kagome fueron los mismos desde aquel día.

Kagome andaba casi escondiéndose de la presencia del monje. No le miraba ni le dirigía la palabra. Como es normal, no dijo absolutamente nada de lo que había ocurrido. Inuyasha… bueno, solo Dios sabe lo que podría haber echo si se enteraba, y por respeto a Sango mantuvo la boca cerrada.

Justo después de llegar al pueblo de Kaede, se marchó repentinamente a su tiempo alegando que tenía mucho trabajo atrasado, y que necesitaba medicinas para las magulladuras.

No lo encontraron anormalmente extraño, y se marchó sin mayores problemas. Inuyasha la acompañó al pozo y hablaron de banalidades sobre el día de su vuelta.

Cuando llegó a su casa, sin siquiera dirigirle la palabra a nadie de su familia, entró en el baño, llenó la bañera de agua, y se metió hasta cubrir su barbilla. Luego se echó a llorar. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas en los ojos y con un suspiro echó su cabeza atrás y comenzó a pensar.

¿Qué había pasado?


Miroku el mismo día marchó a un templo a meditar. Rezó por que lo ocurrido no volviese a suceder, pero en lo más profundo de su mente maldijo a sus compañeros por haberlo interrumpido.

Aún podía sentir el cuerpo de Kagome en sus brazos, resistiéndose y luchando. El olor entre dulce y amargo de su cuerpo, mezclado con el calor de su piel. Recordó el sabor de su boca en el beso robado, y con su lengua repasó la herida que ella le había echo cuando lo mordió.

Su cuerpo en esos momentos pedía un desahogo. Pero no quiso dárselo. Tenía que esperar a poseerla. Era su objetivo principal.

Sabía que estaba haciendo mal. Puesto que en un principio su deseo era mucho más puro de lo que se había convertido. Él solo quería darle un descendiente. Solo quería perdurar en el tiempo. Y con todo lo que había ocurrido se había convertido en un obseso por la mujer.

Él no quería forzarla, pero ella sin querer lo provocaba. Y aunque el objetivo de toda la historia seguía claro, la idea de tomarla ganaba terreno en cuanto a sus principios.

Miroku no era así, y lo sabía. Con todo eso se estaba buscando la perdición, pero pensaba que su muerte por unos instantes dentro de Kagome no sería un precio tan alto para pagar.

Aun quedaban dos días para que la chica volviese, y quería purificar su alma de alguna manera para que ningún encuentro resultase tan fortuito como el último. Quería recobrar parte de control sobre si mismo y sobre sus acciones, aunque en su mente la muchacha no hacía otra cosa que robarle su esencia.

Pensaba a todas horas en ella, despierto y en sueños. En la meditación era el momento en que solía verla con más claridad, y puesto que era dueño de sus pensamientos, podía imaginar con lujo de detalles el cómo, cuándo y dónde la podría tomar. Detalles que rallaban lo obsceno y le hacían avergonzarse incluso a él. ¿De dónde diablos sacaba toda esa escabrosa imaginación? Desde luego, su época no daba para tanto.

De otra banda, en sus sueños, sus sentimientos le jugaban malas pasadas. No era en absoluto un ser celestial mientras dormía, pero sus deseos terrenales se veían bastante aplacados. Soñaba a menudo que vivía en una de las casas señoriales que poseían los nobles por esa época, donde un montón de niños correteaban a su alrededor por los jardines, jugando y peleándose entre si. A su lado, solía encontrar la figura de una mujer. De largos cabellos oscuros y sonrisa pacífica. No podía ver con claridad quien era, aunque sabía que la llamaba Sango.

Cuando despertaba y volvía a la realidad, se daba cuenta de la situación, y eso era algo que enfriaba cada vez más su corazón. Sabía cual era el objetivo de tomar a Kagome. Sabía también a quien correspondía su corazón. Y por encima de todo sabía que esos deseos no eran los mismos.


Kagome llevaba tres días en su casa. Era hora de volver. Si no lo hacía pronto tendría a Inuyasha rondando por casa y a su vez tendría nuevos problemas. No quería más discusiones por estupideces. Sabía cual era su obligación y que tenía que volver a ese mundo para cumplirla, aunque eso conllevase volver a ver al monje.

En su corazón todo estaba claro, más le desconcertaba el no saber que iba a pasar cuando todo acabase. Guardaba la esperanza de la derrota de Naraku, pero no guardaba la misma en cuanto a su relación con Inuyasha. Después del incidente de la cueva se lo había tomado todo desde otra perspectiva.

Con el hanyou pensaba siempre en una relación de cuento de hadas. Declararse amor eterno y vivir felices para siempre. Pero no había pensado seriamente en eso. El hanyou irremediablemente era más longevo que ella, así que en uno, u otro mundo, su amor no sería eterno, puesto que conocía a Inuyasha y todo se lo tomaba demasiado seriamente. Incluso la muerte. Y ella no estaba dispuesta a dejar morir a Inuyasha solo por seguirla a ella cuando todo eso ocurriese.

Todo era demasiado complicado. ¿Por qué demonios se había metido ella en esa historia? Quizá lo mejor sería vivir su presente, aunque sabía que no podría evitar el dolor en el futuro, debía luchar por su felicidad y por la de aquellos que quería.

Con esos pensamientos y tratando de no cambiarlos, llegó a su otro mundo, donde la esperaba Shippou con una gran sonrisa.

- ¡Kagome¡Te he echado mucho de menos¿Por qué has tardado tanto? – preguntó el pequeño.

- Tenía que hacer muchas cosas que solucionar en casa – contestó ella con una sonrisa- y quería estar ausente un poco, nada más.

- ¿Es por lo de Miroku? – dijo Shippou mirándola con expresión triste

A Kagome se le heló la sangre. ¿Los demás lo sabían?

Como ella no contestaba, el pequeño continuó.

- Ayer volvió del templo y lo oí hablar con Sango. Parecía muy triste por que aún no habías vuelto, y le dijo a Sango que probablemente estarías enfadada con él. Dijo que tuvisteis una pelea en la cueva porque él criticó a Inuyasha por haberse marchado tan rápido a buscar otra entrada y no dejar vigilancia en la que estabais vosotros – hizo una pausa para observar la expresión de Kagome, que cada vez iba siendo mas incrédula – dijo que se portó muy mal, y que fue muy cruel. Pero yo lo veo muy arrepentido. Si aún estás enfadada, deberías perdonarlo.

Kagome observó con detenimiento y ojos ausentes el bosque alrededor de ellos. Pensó, y en realidad seguía pensando que todo lo que había ocurrido era un sueño. Un sueño que cada vez se iba haciendo más borroso y de color azul.

- ¿Kagome¿Qué te pasa? Estás muy rara – siguió el pequeño ante su amiga

- Miroku no sabe lo que me ha hecho- dijo simplemente como respuesta, obligó a no hacer mas preguntas al pequeño, y se pusieron en marcha de camino al pueblo.

"Con que parece arrepentido", pensó Kagome mientras caminaban. "Parece arrepentido de no haber podido acabar lo que empezó. Muy bien monje. No dejaré que te sientas mejor hablando conmigo. Si hay algo que te remuerda la conciencia, que se pudra contigo".


Puede que la elección de Kagome no hubiese sido la mejor en cuanto a formas de llevar una situación como esa, pero al menos había escogido una manera de actuar.

Le ignoraba. Como si no existiese. Con lo que le había contado Shippou tenía las excusas suficientes como para mostrarse ofendida y poder rehuir su presencia sin levantar excesivas sospechas.

Cuando llegó a la casa de Kaede y encontró al grupo reunido a punto para comer algo antes de salir en marcha, los saludó a todos y puso comida de su tiempo en la mesa para todos, solo que para Miroku, no hubo dirigida ni una mirada.

El monje por su parte parecía abatido la mayor parte del tiempo, y aunque al principio de la comida permaneció callado, taciturno y mirando a su cuenco de arroz, decidió apenas llegado el final, comenzar una muy animada conversación con la anciana. Él preguntaba sobre su juventud, y los pretendientes que seguro hubo de tener.

- Verás muchacho – contestó Kaede ante esa afirmación- cuando eres la sacerdotisa del templo que pasa la mayor parte del tiempo protegiendo al poblado de demonios, y que por si fuera poco tiene falta de un ojo, no son muchos los pretendientes que esperen a tu puerta con un ramo de azucenas- acabó con media sonrisa

-Vamos Kaede, no sea modesta. Seguro que a pesar de todo eso que nos ha dicho era usted una mujer muy bella. Seguro que si yo la hubiese conocido en esa época no me habría frenado solo por que fuese sacerdotisa.

Sango contestó, bastante enfadada que él no se detendría ni que se tratase de un demonio de la guerra, con tal de que tuviese la apariencia de una mujer.

Shippou, la vieja Kaede e incluso Miroku, rieron con bastante despreocupación, excepto Kagome e Inuyasha, que se habían mantenido al margen y los miraban. Kagome sonrojada, e Inuyasha enfurruñado.

- Pero¿no es una sacerdotisa en el fondo, una mujer? Cuando se quita su atuendo por la noche para bañarse¿no ve lo mismo que cualquier esposa o amante¿No siente lo mismo la sacerdotisa con el pretendiente, que una esposa cuando es tomada por su marido¿No hay deseo?

- Miroku, una sacerdotisa, aunque ciertamente es una mujer y es libre de tomar sus propias decisiones, no debería sucumbir a ese deseo del que hablas- dijo Kaede con tristeza

- ¿Por qué no? – replicó el muchacho – Kikyo…

- Porque la conducirá a la perdición- Kaede sentenció, sin dejar acabar al chico, y con lágrimas brotando de su único ojo.

Sin decir nada, Inuyasha se levantó bruscamente y salió de la cabaña.

Dentro de ella, el silencio se prolongó hasta que hubieron acabado de comer, después del sordo sonido de una bofetada.


Kagome estaba en el bosque, buscando a Inuyasha. No tenía grandes esperanzas en encontrarlo, pues sabía que probablemente andaría tras Kikyo, o en la copa de algún árbol, esperando a que se le pasase el mal humor.

Pero ella quería alejarse del ambiente que se había creado en casa de la anciana. Y sobretodo de Miroku. Que instantes después de acabar su té, intentó entablar conversación con ella varias veces. Ella se hacía la desentendida y le ignoraba cada vez que le dirigía la mínima palabra. Y lo había dejado con un palmo de narices cuando pasó por su lado y dirigiéndose a Sango, dijo que iba a buscar a Inuyasha, y que iría sola.

Llegó caminando a una explanada justo después de dejar el bosque. Desde ella, se podía ver un pueblo cercano, rodeado por un río.

Era temprano y aunque encima de ella lucía un hermoso y ardiente sol, a lo lejos, en el horizonte, se divisaban nubes portadoras de lluvia. Puede que por la tarde, quizá ya de noche, la lluvia azotara los campos. Kagome se dijo que si querían salir en busca de Naraku, debían hacerlo pronto. Las lluvias torrenciales no eran buenas compañeras de viaje.

- ¿Qué te crees que estás haciendo?-

Estaba ensimismada alejando su mente de otros temas que no lo oyó llegar. Miroku estaba detrás de ella, y su aliento en el cuello la sobresaltó. Mas algo la tenía paralizada y no se atrevió a encararlo.

- ¿Qué te crees que estás haciendo? – Repitió el monje – he intentado hablar contigo antes de buenas maneras pero me has evitado.

Kagome no respondió. Siguió mirando a las nubes de lluvia e intentando mostrarse firme.

- Kagome, tarde o temprano tendrás que hablarme, sea para gritarme en medio de la lucha que ayude a tu Inuyasha, o para rogarme de rodillas que te haga mía- sugirió con un susurro

Pero ella estaba dispuesta a no sucumbir a sus palabras, ni mostrar un ápice de debilidad aunque sus palabras la hiriesen. Mas no pudo reprimir un escalofrío cuando se imaginó a si misma entregada a Miroku.

- Reconozco que fui muy brusco contigo en la cueva. Que te mereces que un hombre te ame de una manera apropiada. Se que tú amas a Inuyasha, pero no puedes engañarte a ti misma. Puede que no te haya gustado cómo, pero se que el resultado te ha inquietado. Estoy en lo cierto¿verdad?

Ella comenzó a sentirse muy inquieta pues sabía perfectamente de que hablaba. En absoluto le había gustado el ataque que había sufrido. Pero haber acabado en su boca… era algo que ni podía, no quería olvidar.

- Puedo ofrecerte cosas mejores, Kagome. Puedo hacerte sentir el mayor placer el mundo. Hacer que olvides todo lo que conoces. Y solo desees más. Eso no te lo podrá dar Inuyasha. Y lo sabes. Está demasiado ocupado con Kikyo. No sabes cuanto tiempo tendrás que esperar para que él te tome en sus brazos. Conmigo no es así, Kagome. Entiendo tus sentimientos, y si ellos te hacen feliz. Adelante. Sigue amando al muchachito. Pero ten en cuenta que yo se lo que tu cuerpo ansía. No quiero que me ames. Lo único que quiero es tomarte.

Kagome podía sentir su respiración acelerarse rápidamente. Miroku había dicho uno por uno, los pros y los contras de todo lo que sentía. Y no podía negarse que se sentía intrigada. Odiaba al monje por una parte, pero por otra deseaba ese placer que le prometía, pues sabía que Inuyasha no se lo iba a dar.

- Quiero hacerte mía. Quiero que grites de placer pidiéndome más. Quiero que me acojas en tu regazo desnudo empapado de ti y de mí. – Mientras hablaba, simplemente tomó las caderas de ella y la atrajo hacía él. Ni siquiera se molestó en encararla – Quiero hacerte una mujer completa, y que sientas como tal. Quiero que toques el cielo con la punta de los dedos, y que caigas de nuevo a mí, para seguir llenándote de mi esencia. Solo eso Kagome. Solo quiero satisfacer tu fantasía. Y la mía.

Ella había cerrado los ojos. Imperceptiblemente había entreabierto los labios y los había humedecido con la punta de la lengua. Pero justo en el momento en el que dijo sobre su fantasía, las palabras "¡llevarás a mi hijo!" aparecieron en su mente.

En la cueva lo dijo, y el recuerdo le aclaró la mente como un cubo de agua fría.

Miroku había encajado su cuerpo al de ella. Su boca parecía haber encontrado el lugar perfecto para ella, entre el cuello y el hombro derecho. Su mano derecha había iniciado un ascenso por debajo de la ropa hasta ocupar el pecho, y el resto del cuerpo permanecía encajado a su piel.

Pero Kagome había conseguido enfriar su cabeza y se desembarazó de su abrazo. Dejó al monje aturdido y comenzó a andar sin dirigirle una palabra hacia el bosque.

No creas que me voy a dar por vencido tan fácilmente, pequeña- dijo Miroku, que la había alcanzado y la había agarrado por el brazo para encararla- quiero que me lo digas, quiero que me digas que quieres que te tome

Kagome seguía sin contestar, aunque había fijado sus ojos en los azules del muchacho, desafiándolo silenciosamente. Y entonces se encontró aprisionada entre su cuerpo, y uno de los grandes troncos del bosque.

Entonces Miroku regresó con su boca a las tareas que tan bruscamente se había visto obligado a dejar segundos atrás. Recorrió con su lengua el cuello de Kagome, y en vista que ésta oponía resistencia y quería luchar, consiguió agarrar sus muñecas con una mano, por encima de la cabeza.

Besó, lamió y succionó su cuello sin importarle dejar evidencias de ello. No había pensado en lo que pasaría si Inuyasha se daba cuenta de eso.

Con su mano libre, acarició la piel de los muslos de la chica de arriba abajo, arriesgando cada vez un poco más hacia el centro.

Sin hablarle directamente aún, Kagome comenzó a gritar pidiendo socorro, pero la boca del chico la silenció y los gritos se redujeron a sofocados gemidos de disgusto.

Sorbió su lengua y con sus dientes atrapó los labios en un suave juego. Aún con ánimo de morderle, Kagome iba sintiendo que le iban abandonando sus fuerzas.

La mano que estaba en sus muslos encontró el camino hasta su sexo, donde comenzó a acariciarlo por encima de la tela, al igual que había echo en la cueva.

- Kagome, aún recuerdo lo dulce que sabes… - dijo Miroku cuando notó que la chica había parado de gemir por la impresión – vamos pequeña, dime que lo quieres. Te lo daré de todas formas.

Pero Kagome simplemente se había mordido el labio y había girado la cara hacia otro lugar. Lágrimas corrían ya por sus mejillas, lamentándose de lo mucho que deseaba lo que le estaba pasando, solo que no con la persona indicada.

- Kagome, eres muy suave, y tan cálida… - dijo cuando introdujo uno de sus dedos en su interior y comenzó a moverlo suavemente- a penas te resistes, eso quiere decir que no te desagrada del todo

Abandonó las manos de Kagome para poder alcanzar sus pechos, y puesto que no hubo otra respuesta del cuerpo de la chica que tensarse, comenzó a masajearlos y lamerlos con voracidad. Para entonces, el cuerpo de Kagome no era otra cosa que una marioneta.

- Vamos, dime cualquier cosa – espetó de repente Miroku, que parecía molesto ya que la mujer ni siquiera se molestaba en resistirse – dime al menos que no, como la última vez, Kagome, niégate con todas tus fuerzas y suplica que te deje ir- prosiguió con voz ronca.

Pero ella no estaba dispuesta a darle siquiera ese placer, aunque cada vez se lo estaba poniendo más difícil. Intentaba concentrarse en cualquier cosa. En el verde de las hojas de los árboles, el intenso azul del cielo, que poco a poco se estaba volviendo gris por las nubes de lluvia, los sonidos de los animales… pero era imposible dejar de lado su cuerpo.

El que la estaba masturbando era su amigo Miroku, una vez más. Y una vez más contra su voluntad, estaba encontrando placer en ello.

No tenía experiencia íntima con los hombres, y esto le venía grande. Pero unas manos que parecían conocer a la perfección su cuerpo no podían ser tan malas. Ni tampoco una boca que sabía, cómo, cuándo y dónde besar.

Y entonces se volvió a sentir sucia por haber deseado por un momento, saber que se sentiría con el cuerpo de Miroku encajado al suyo.

- Kagome, no me hagas esto mas difícil – dijo Miroku mirándola directamente - háblame

No hubo respuesta, y comenzó a frotar más rápidamente a la chica.

- ¡Kagome!

Ella seguía mordiéndose el labio inferior, sintiendo cada vez mas cerca el momento de explotar.

- ¡CONTÉSTAME!

Miroku paró bruscamente su tarea y dio con furia, con ambos puños en el tronco, a ambos lados de la cabeza de la chica.

- ¡NO! – dijo ella mirándole a los ojos, y salió corriendo como alma que lleva al diablo bosque a través, sintiéndose avergonzada de si misma y llorando sin cesar, pues su respuesta no había sido otra cosa que la frustración de sentir como el chico paraba.

Miroku aún en el árbol, no podía aguantar más. Lamió los dedos perfumados de Kagome, más por hábito que por instinto, y se dio cuartel entre las sombras de los árboles, acabando de nuevo sobre la tierra seca.

Un par de horas más tarde. Cuando hubo aclarado sus pensamientos y su cuerpo estaba totalmente empapado por la lluvia que había comenzado a caer, solo se le planteó una pregunta:

- ¿Cuándo se ha convertido todo esto en un juego para mí?


Cuando Kagome había salido corriendo de los brazos de Miroku había sido por una mezcla de vergüenza, excitación y miedo.

Había corrido bosque a través, se había caído por una pendiente no muy pronunciada, y había ido a parar a un pequeño manantial.

Se metió en el agua precipitadamente, y comenzó a frotarse los brazos y el pecho por encima de la blusa, como un vago gesto de pureza.

Lloraba y lloraba sin cesar, realmente sin comprender el motivo. Se quitó la blusa y observó como los besos de Miroku comenzaban a hacerse notar como suaves manchas rojizas sobre su piel lechosa.

El recuerdo de la sensación desvanecida era aún la sensación en su piel. Notaba como le quemaba su sexo al pensar en el muchacho. ¿Por qué le tenía que hacer esto?

Apoyó su pecho en una roca de la orilla del lago, e inconscientemente, deslizó su mano a su centro. Bordeó la tela de sus braguitas de colegiala y tentó por encima su sexo.

No se sentía en absoluto como cuando lo hacía el chico, pero su roce y el recuerdo de las perversas palabras del monje compensaban su ausencia.

Comenzó la tarea abandonada con inexperiencia en sus dedos, pero de igual modo sus piernas le flaqueaban. Su respiración se aceleró y dejó escapar pequeños gemidos dedicados a su particular demonio.

Cerró los ojos e imaginó a Inuyasha arrodillado ante ella, dándole placer al igual que lo había echo Miroku. Solo que ella gemía pidiéndole más, que no parase, que su lengua la lamiese más deprisa, más al fondo, que sus dedos la penetrasen, y le hiciesen el amor desesperadamente.

De pronto la fantasía cambió solo para encontrarse estirada en una enorme cama, rodeada de velas y flores, donde Inuyasha la besaba tiernamente y recorría su cuerpo con sus manos. Entonces él se colocaba entre sus piernas, le decía palabras de amor al oído, la besaba con voracidad y… y… y…

Kagome había llegado al final antes siquiera de poder consumar en su fantasía. Abrió los ojos y volvió a la realidad. Aún estaba en el manantial, solo que había empezado a llover. Su mano seguía entre sus piernas, y ella seguía repitiendo una y otra vez el mismo nombre:

- Miroku…


La noche había caído sobre el poblado. El grupo no había salido en la búsqueda de los pedazos de la perla, como habían planeado desde un principio.

Miroku había llegado a la cabaña un par de horas después de su encuentro con Kagome. Volvió calado hasta los huesos y sumido en sus pensamientos.

Ni Kagome ni Inuyasha habían dado aún señales de vida.

- Quizá estén juntos – comentó Sango a Kaede, mientras el monje secaba sus ropas.

- Puede ser. Pero es muy irresponsable por su parte, ni siquiera avisar de que van a marcharse. No me importa que lo hagan de vez en cuando, pero que no interfieran con ello a vuestra misión- amonestó Kaede, a nadie en concreto.

- De todas formas, no hay por qué preocuparse esta noche si están juntos.- continuó Sango con una sonrisa

- Es cierto – asintió Kaede, dándose por vencida- Esta noche tengo cosas que hacer en el pueblo vecino. ¿Os importa quedaros aquí, muchachos?

- Claro que no, haga todo lo que tenga que hacer y no se preocupe.

Kaede se marchó hacia el pueblo, bajo el estridente sonido de los truenos, llevándose a Kirara para que la escoltase, y a Shippou, alegando que no quería que molestase a los chicos, ya que la otra parejita se había ido por su cuenta.

Sango y Miroku compartieron una cena en silencio y luego una banal charla sobre los objetivos de su viaje y las diferentes maneras de vencer a Naraku.

En absoluto nada era interesante hasta que Sango preguntó aquello que más temía el monje;

- Miroku¿sientes algo por Kagome?

Miroku se quedó helado. Miró a la chica seriamente e intentó adivinar sus pensamientos.

- ¿A que viene esa pregunta ahora¿Estás celosa?- dijo con una media sonrisa.

- No intentes cambiar de tema. ¿Sientes algo por ella?- Sango seguía seria.

- No se a que te refieres preguntándome algo como eso. Kagome es la sacerdotisa.

- Como bien antes has dicho, también es una mujer. Y últimamente actúas de una forma muy extraña.

- No veo a Kagome como una mujer.

- Y ahora me estás mintiendo descaradamente. ¿Qué te está pasando, houshi-sama?

- Sango, no se que quieres que te responda. Ya sabes que tú eres la única mujer para mí.

- Si yo soy la única mujer para ti¿por qué te pasas mirándola la mayor parte del tiempo? Y sobre todo¿por qué está ella tan ausente y nerviosa cuando estás tú cerca?

- Deben ser imaginaci…

- ¿Qué le has hecho a la pobre chica, Miroku?

Pero no pudo responder. Inuyasha había entrado por la puerta, empapado por el agua de la lluvia, con cara de pocos amigos, y… solo.

- ¿Dónde está Kagome?- preguntó Sango al ver que la chica no aparecía tras él, como se imaginaba que pasaría.

- Creía que estaba contigo – respondió el demonio, ignorando por completo la presencia del monje.

- Se marchó justo después de ti. ¿Dónde te habías metido!- continuó en tono de reproche

- Seguramente estaría buscando viejos fantasmas del pasado… - repuso Miroku con ironía.

- Oye monje, llevo mucho tiempo buscando una excusa para poner las cosas claras entre nosotros – dijo Inuyasha alzando sus garras- no me la des ésta noche…

- ¡Basta ya¡Los dos¡No es momento para que comencéis una estúpida discusión cuando Kagome está ahí fuera bajo la lluvia!

Hubo un silencio incómodo entre todos.

- Tú quédate aquí monje, no quiero que tengas mas contacto con ella- espetó Inuyasha

- ¿Y si vuelve? – lo desafió Miroku

- La encontraré antes que te de tiempo si quiera en pensar que podrías hacer.

Y con esas palabras Inuyasha salió corriendo por donde había venido.

- Creo que es mejor que te quedes aquí. Nosotros la encontraremos. – acordó Sango

- ¿Y no te preocupa que ella vuelva mientras estoy yo solo aquí?- respondió con ironía

Hubo unos momentos de tensión y la chica se marchó mascullando algo así como:

- Lo lamento.


Cuando se hubo marchado, Miroku se sentó a calentarse cerca del fuego, pues la noche se había presentado realmente fría. A penas le dio tiempo a pensar en que podía hacer con Kagome si era que Inuyasha no la encontraba antes que volviese, puesto que la chica, calada hasta los huesos, tiritando y con los ojos rojos de haber llorado, apareció por la puerta.

- Te odio- fue lo primero que dijo Kagome al ver a Miroku.

- No te lo reprocho.

Kagome entró en la casa con paso decidido, aunque las mejillas sonrosadas denotaban que su piel estaba helada.

- Si vuelves a tocarme contra mi voluntad, tendrás que asumir las consecuencias.

- Lo sé.

- Sabes también que las consecuencias son Inuyasha.

- Si.

- Y aún así no te importa enfrentarte a tu amigo.

- El fin justifica los medios, por así decirlo.

- Eres despreciable.

- Y aún así, tú has venido por tu propia voluntad hasta mí.

El fuego chisporroteó inaudiblemente.

- Aún me queda algo de dignidad.

- Pues creo que a mí no.

La estudió. Con la ropa pegada a su piel. La mirada de determinación en su rostro. Las gotas de agua resbalaban por su piel, buscando un lugar por el que perderse. Varios mechones de pelo se habían pegado a su cara, y enmarcaban su rostro haciéndolo mas redondo y mucho mas aniñado. Los labios casi azulados por el frío parecían increíblemente jugosos y el aspecto de niña indefensa intentando mantenerse firme, cuando su espíritu estaba dividido entre su responsabilidad y su propio deseo, estaban dándole más razones de las deseadas para tomarla, forzarla, o cualquier cosa que implicase contacto.

Sin levantarse, se acomodó al lado donde ella se había sentado y sin previo aviso, la besó.

Ella se deshizo del beso sin mucha convicción, pero lo abofeteó sonoramente.

- Vamos Kagome, estoy sintiendo lo mucho que me deseas – dijo retomando el beso en el cuello que había abandonado por la tarde.

Cuando su lengua se topó con el borde de la camisa, decidió desnudarla. No lo había pensado en ningún otro momento, pero esta ocasión iba a ser la definitiva, y por lo que podía sentir, la única.

Kagome se resistió con uñas y dientes cuando él rasgó su uniforme, pero las fuerzas la abandonaron poco a poco, cuando Miroku tomó uno de sus pechos con la boca. Lamía y mordía despacio, torturándola para alargar su placer. Sabía que no podía tardar mucho en tomarla, puesto que cualquiera podría interrumpirlos en cualquier momento, pero eso no era excusa para disfrutar un poco del tiempo.

- Estás helada, Kagome. Deja que te de calor con mi cuerpo. Poco a poco.

- Miroku, no, por favor. No lleves esto mas lejos – dijo ella luchando con algo dentro de si.

- Esta noche vas a ser mía, y lo sabes. Y aunque no quieras, yo te complaceré como nadie lo ha hecho nunca.

Besó su boca. Lamió su lengua. Y con sus manos tomó sus pechos, acariciándolos y apretándolos solo para sentir la respuesta de ella.

Y llegó en forma de placentero gemido. Su piel estaba fría por la lluvia, pero al estar mojada, sus manos la acariciaban con mucha más facilidad.

Kagome tomó conciencia de la situación cuando encima de su piel notó los ropajes de Miroku. Aprisionada entre su cuerpo vestido y el suelo de madera que le ofrecía una extraña sensación.

Cuando él volvió a besarla, se sorprendió devolviéndole el beso y tragando su saliva.

Al encontrar tan buena respuesta, él siguió su camino en desnudarla. Aunque dejó las faldas de su uniforme en su lugar, opinó que ese pedazo de tela que tapaba su sexo iba a ser bastante molesto. Deslizó su ropa interior y la dejó olvidada en un rincón.

Besó sus pechos de nuevo, acariciando los pezones con la lengua y dibujando con sus dedos, formas por el estómago y las caderas. Cuando llegó a su sexo, simplemente pasó la yema de su dedo por encima de los labios, para encontrarlos mojados, pero no por el agua de la lluvia.

- Vaya, vaya, Kagome. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo ahí fuera?

Ella se quedó helada y giró la cara hacia el fuego.

- ¿Has estado pensando en mí?- le susurró al oído - ¿has pensado en cómo quieres que te lo haga¿Lento… - introdujo un dedo y comenzó a moverlo con delicadeza – o muy rápido? – entonces, un segundo dedo le hizo compañía y la masturbó furiosamente.

Kagome cerró los ojos y dejó escapar un grito entre el dolor y la satisfacción.

- ¡Para¡Por favor Miroku, para! Pensaba que lo quería, lo prometo¡pero estaba equivocada¡No quiero esto¡Por favor!

Ignorándola, le respondió:

- A mi personalmente me gusta mas hacerlo lentamente… pero no tenemos todo el tiempo del mundo, así que no te molestes si no te deleitas como debieras.

Kagome gritaba histérica mientras Miroku masajeaba sus pechos e iba trazando con su lengua, un húmedo sendero hasta su sexo.

Y de nuevo lo hizo. Volvió a besarlo, lamerlo e invadirlo como había echo en la cueva.

Ya no prestaba atención a sus pechos. Había tomado con sus manos, las piernas de ella y las había separado para tener mejor acceso.

- Jamás podré olvidar lo bien que sabes… - dijo con intensidad – pero creo que ha llegado el momento.

- Miroku, por favor… - dijo entre lágrimas – por favor…

- No puedes negarme que lo has disfrutado, Kagome.

Ni siquiera la acompañó en su desnudez. Destapó lo justo de él mismo para tomarla y se colocó entre sus piernas. Puede que ella no estuviese mentalmente preparada para lo que iba a ocurrir, pero su cuerpo gritaba que sucediese.

Miroku colocó su sexo a la entrada del de ella, y lo acarició lentamente, arriba y abajo, excitando hasta el último resquicio de razón de ella.

- Kagome, esto lo hago por un futuro mejor para mi hijo – dijo antes de seguir adelante.

Entonces empujó. Hasta el fondo. De una sola vez. La tomó notando la resistencia de una virgen. Y se sintió liberado de algo que le llevaba oprimiendo el pecho durante mucho tiempo.

Notó la suavidad y la calidez del interior de Kagome, y por algún motivo no se sintió culpable.

Siguió penetrando en ella una y otra vez lentamente, con los ojos cerrados, sintiendo como poco a poco, Kagome iba respondiendo a sus embestidas, y que con sus caderas había comenzado a seguir el vaivén del cuerpo de Miroku.

Kagome había puesto toda la resistencia que había podido hasta dejarse llevar por el deseo. No podía evitar odiar al chico, pero él había despertado tantas sensaciones en su cuerpo, que no podía controlarlas.

Cuando la penetró por primera vez, solo sintió un dolor agudo y punzante cuando llegó al final. Y tan rápido como había venido, se había marchado. Luego apareció una leve molestia al no estar acostumbrada a ello, y luego abrió los ojos.

Vio a Miroku entregándose a ella, concentrado en sentirla, y su cara iluminada por la tenue luz del fuego, no le pareció tan odiosa. Y comenzó a responderle. Agarró el brazo derecho de él y se mordió el labio para no gritar su nombre.

Miroku la besó salvajemente. Desechó el brazo que lo mantenía agarrado y cogió con las dos manos las caderas de la chica para levantarlas un poco. Se puso de rodillas y comenzó a embestir con furia.

Estaba a punto de llegar al final. Cuanto mas miraba a Kagome, más sentía la necesidad de llenarla de él.

El sudor se había confundido con las escasas gotas de lluvia que recorrían el cuerpo abandonado de Kagome. Miroku llevó su mano al centro de Kagome, y la ayudó a llegar al final.

Kagome gimió en anticipación.

Miroku se inclinó a besar sus pechos con devoción. Al notar la lengua irritándole los pezones, ella agarró su cabeza y la apretó hacia su pecho.

Las embestidas se tornaron más agresivas. Él estaba fuera de sí. Y ella llegó.

Con él dentro de ella.

Con una lengua suave lamiendo sus pechos.

Con una boca hambrienta que gritaba su nombre.

Con unos dedos calientes que acariciaban su centro sin parar.

Con los surcos del suelo de madera clavándose en su espalda.

Con algo dentro de ella que iba creciendo poco a poco, concentrándose un poco mas debajo de su vientre y que la quemaba.

Con la sensación de tranquilidad que la hacía sentirse tan culpable.

Y tal como él la había llevado a ella, ella lo llevó a él.

Vio su cara sonrojada y el grito abandonado en el fondo de su garganta.

La vio cuando dejó caer su cabeza hacia un lado, y comenzó a llorar silenciosamente. Y aceleró el ritmo.

Recordando que ella no le quería, pero había venido a buscar eso.

Recordando que le había querido hacer el amor para que su hijo naciese en un mundo a salvo, pero casi la había forzado solo por su propio placer.

Recordando que esa noche sería probablemente la peor de su vida por haber sido tan descuidado.

Sintiendo como todo lo que un hombre podía dar a una mujer, bañaba el interior de Kagome, y lo dejaba exhausto.

Sintiendo el miedo y la resignación más profundos del mundo, cuando al girar la cabeza, vio a Inuyasha al otro lado de la puerta, mirándolos fijamente con furia animal en sus ojos.


Para Kagome solo pasaron unos segundos para recuperar el mundo a su vista.

Aún podía notar el escozor en su sexo, y algo que se comenzaba a escurrir entre sus piernas.

¿Tendría ya en su vientre, al hijo de Miroku? No quería pensarlo. No sabía que iba a hacer si realmente era así.

De pronto se sintió sola, y una corriente de aire helado la hizo temblar.

Cuando miró a través de la puerta, quiso que en vez de llevarla a otra época, el pozo se la hubiese llevado al otro mundo.

Inuyasha había desenvainado su espada y el demonio de su interior latía por salir.

Miroku estaba a punto de quitarse el pañuelo que cubría su mano derecha.

- Es cierto que me ha conducido a la perdición

Es lo único que pudo decir antes de que comenzara el ataque.


c´est fini
Hola a todos. Gracias por haber llegado hasta aquí.
Muchas gracias por vuestros reviews, me han sido de gran ayuda a la hora de animarme a escribir.
Se que he tardado muchísimo en subir el último capítulo, pero realmente he tenido mucho trabajo. :(

Releo la última parte y a veces creo que me he pasado, pero quería hacer algo diferente. No esas historias de "te quiero", "yo te quiero más" que abundan por aquí (que no tengo nada contra ellas, pero al cabo de un tiempo empiezan a rallar)

He querido llevar la personalidad de Miroku a la obsesión, y creo que lo he conseguido - . Y bueno, nos hemos encontrado a una Kagome, no tan santa ni tan buena como estamos acostumbrados. Espero que os haya gustado el cambio.

Tampoco he querido caer en tópicos, como el olfato de Inuyasha (una de vosotras me lo comentó) o el amor que se profesan unos a otros. Es una historia cruda, con intenciones no tan nobles como podríamos esperar, pero desesperadas de algún modo, que al menos yo, podría llegar a entender.

Creo que el final da pie a una continuación. Un futuro con el hijo (o no) de Miroku, saber quien es el ganador de la batalla, que pasa con los demás personajes... es tentador si, y quizá lo haga. Pero por el momento no, que tengo muchas cosas que hacer!

Así que lo dicho, un besazo a todos los que sois amantes de lo "no convencional" y muchas gracias por leerme. Me encantaría saber que os ha parecido.

Hasta pronto; da witch