I acto

Draco despertó de un salto y se sentó en la cama, sudando en frío.

El corazón latía a mil por hora, y sus manos tiritaban formando puños con las sábanas que le cubrían. Tomó una respiración honda y exhaló, pasando saliva. Su garganta estaba cerrada, y le costaba concentrarse, le costaba pensar con racionalidad. Una parte de sí mismo aún se encontraba en el sueño.

Aquello había sido… inusual.

Draco sacudió la cabeza, tratando de calmarse. Era impropio de él. Draco no estaba acostumbrado a pensar en el pasado; o podía arriesgarse a terminar ahogándose en él.

¿Hace cuánto tiempo que no pensaba en él? Ya ni siquiera lo recordaba. Años, como mínimo. No existía ninguna explicación racional para haber soñado con su cara. No la había. Hacía ya bastante tiempo que dejó de lamentarse por su partida y por la forma en que dejó el mundo: como una broma de mal gusto.

Y no debería afectarle ya, ¿por qué sentía la boca seca? ¿Por qué las imágenes de ese último día se repetían en bucle en su cabeza? No era nada especial, nada del otro mundo. No era peor que lo que había visto en los últimos años.

Salvo que había soñado con Harry Potter, y sabía que sí lo era.

Suficiente de eso.

Alcanzando su dosis diaria de poción revitalizante, Draco dejó atrás cualquier pensamiento que involucrara la guerra. Estaba en el pasado. No tenía sentido lamentarse por el pasado o por "lo que hubiera pasado si".

Levantándose, se encaminó hasta el baño, tomando su ropa completamente negra junto al broche que debía utilizar en el pecho cada día. Se miró brevemente en un espejo de su habitación, examinando su apariencia. Tenía ojeras –aunque aquello no era nada nuevo– y había una arruga marcada en su frente, como si hubiera pasado la noche frunciendo el ceño. Draco suspiró, tocando la zona mientras evitaba sus ojos en el reflejo. A veces, se sentía raro, y ese era uno de esos días en los que todo parecía distinto a los demás. Y a pesar de que ya, bastante tiempo atrás, el niño miedoso y delgado del final de la guerra había dejado de existir, ese día… ese día no quería encontrarse con un total extraño devolviéndole la mirada en el espejo.

—Biddy —llamó a la elfina con calma, hablando al aire. La criatura se materializó a los pocos segundos temblando. Draco no la miró al rostro—. ¿Hay alguien en la Mansión hoy?

Sintió cómo ella soltaba un quejido y casi podía verla arrugar su túnica fea y vieja con nerviosismo. Aquello quería decir que, efectivamente, no estaban solo su padre y él.

—Sí, señor Malfoy, señor —dijo ella, prácticamente lloriqueando—. El señor Greyback arribó esta mañana, señor. Biddy lo dejó pasar, señor, desde que usted me dijo que jamás le restringiera la entrada. Biddy espera haber hecho lo correcto, señor, o-

Draco hizo una mueca de fastidio, girándose a la elfina. Ella cerró la boca dejando la frase a la mitad, y bajó la mirada de inmediato, sabiendo que era mejor no verlo a los ojos para no molestarlo.

Greyback. Le caía horrible el imbécil ese, y por alguna razón, se la pasaba metido en la Mansión como si Draco fuera a darle más que la hora. Molestándolo por el placer de que creía que podía hacer lo que le diera la gana.

Volviendo su camino hacia al baño, Draco le hizo una seña con un chasquido de dedos a la ropa que ahora estaba encima de la cama, para que Biddy la tomara. ¿Qué posiblemente podría querer Greyback ahora?

—¿Te dijo qué quería? —preguntó, viendo a la elfina empezar a preparar la tina, sin necesidad de recibir órdenes. Bien entrenada, pero muy joven.

—No, señor. Solo dijo que le apetecía pasar el día aquí, señor —Draco repitió la mueca, soltando un bufido despectivo. La elfina se quejó—. Biddy lo siente, Biddy es una mala elfina. Una mala elfina para el heredero Malfoy. Biddy-

—Cállate. Cuando termines, dile a padre que lo veré al desayuno.

Biddy volvió a asentir con un ruidito que prometía más miedo que otra cosa, y siguió con sus labores. Draco no intentó crear más conversación. Ya le había dicho hasta el cansancio que estaba bien que dejara entrar a Greyback cuando éste lo pidiera. Draco había aprendido, luego de encontrar desmembrado a su tercer elfo doméstico, que era mejor no llevarle la contra o hacerle las cosas tan difíciles. Al fin y al cabo, no era como si pudiera negarse a ser el cuartel del Nobilium y tampoco le hacía mucha gracia estar comprando elfos domésticos cada maldita semana.

Cuando Biddy desapareció, y lo dejó solo para que pudiera bañarse, Draco dejó que el agua disipara la extraña tensión que se acumuló en sus hombros. Debía intentar relajarse lo máximo posible. Aquel día tenía que cerrar el trato con el proveedor de ingredientes para pociones de España, y no podía darse el lujo de estar distraído. Aquello era un paso más cerca de su madre, un paso más cerca de poder mover las piezas a su antojo y darle la ansiada libertad. La libertad que había estado buscando desde hace ocho años. Cuando la guerra terminó.

Draco salió de la ducha, vistiéndose cuidadosamente. El traje negro a medida se afianzó a sus hombros y en el pecho se puso el broche que le correspondía, como miembro del Nobilium: una joya de oro en forma de gota. El centro era de un rubí de color tan rojo como la sangre y el delgado borde resplandecía en dorado. Medía aproximadamente lo mismo que su dedo pulgar, y en contraste con sus vestimentas oscuras, cualquiera que lo viera sabría quién era y a qué pertenecía. Era el propósito de aquello, y funcionaba.

Casi dos años luego de que la guerra acabara, el Señor Tenebroso separó a sus Mortífagos y sus servidores por diferentes castas, para otorgarles honores. El grupo completo eran aquellos que habían tomado la Marca; pero luego se dividían. Antes de los Mortífagos a secas, venían los Electis: un grupo de siervos leales al Lord que se encargaban de las cosas más técnicas y los aspectos confidenciales. Y antes de ellos, casi en la cima de la pirámide, estaban los miembros del Nobilium: la clase más alta y la élite de la élite del orden del Señor Tenebroso. Ellos tenían privilegios con los que los simples civiles soñaban, y eran la ley en sí misma.

Draco pertenecía a ellos, habiendo entrado arrastrando, más que por merecerlo, y demostrando con el paso del tiempo que se lo había ganado a pulso al final.

Debía ser de esa forma.

Draco aplicó un encantamiento para peinar su cabello sin necesidad de aplastarlo y suspiró, preparándose mentalmente para enfrentar a Greyback y hablar con su padre. Ninguna de las dos opciones era específicamente placentera.

Draco salió de su habitación en el ala Este y bajó hasta el gran comedor. La mesa estaba servida ya, y, sorprendentemente, se encontraba solo. El asiento que usualmente ocupaba su padre estaba vacío y no habían implementos para que comiera. Frunciendo el ceño, tomó asiento. Otro elfo del cual no recordaba el nombre se materializó a su costado –con las mismas costumbres que el resto, sin mirarlo a los ojos– y terminó de acomodar lo que le faltaba. Cuando iba a desaparecer para servir la comida desde las cocinas, Draco habló.

—¿Dónde está padre? —preguntó, tomando una de las rebanadas de pan, sin dirigirse directamente a él.

La criatura contestó mirando sus pies.

—El Amo Lucius salió hoy temprano en la mañana. A Azkaban, señor.

Draco detuvo sus movimientos un segundo al escucharlo, pero se recuperó rápidamente. No era extraño que su padre fuera a visitar a su madre, era el único de los dos que tenía permitido visitas ilimitadas, solo que no solía ser tan abrupto. ¿Habría pasado algo? No. Le habrían avisado. Draco era del Nobilium. Debían hacerlo, o atenerse a las consecuencias.

Draco comenzó a servirse pensando que seguramente le había dado uno de esos ataques en los que deseaba ver a Narcissa a como diera lugar. Después de todo, Lucius no había vuelto a ser el mismo luego de que la encarcelaran por traición, pero no le preocupaba, porque aquel último hecho no iba a durar por mucho tiempo más, él lo sabía. Se había pasado los últimos ocho años escalando, esforzándose y juntando las piezas necesarias, haciendo hasta lo impensable, por su madre. Solo por su madre. Para así tomarla de ahí y huir. Era una promesa.

—Bien —respondió Draco al cabo de un rato, dándole un sorbo a su café—. Vete.

El elfo desapareció con un crack.

Tenía una hora al menos para llegar al Ministerio. Quizás hasta podría pasarse por su asiento en el Wizengamot. Tenía entendido que ese día se votaría una ley nueva, (¿o era mañana?), aunque no sabía muy bien de qué. No es como si le importara. Él tenía un lugar asegurado en ese mundo. Un lugar que se había forjado con esfuerzo y sangre.

Literalmente.

A mitad de camino de echarse una tostada a la boca, con la mente aún en otra parte y tratando de empujar lo más lejos posible el recuerdo con el que había despertado, las puertas del comedor se abrieron de par en par y el imbécil ese entró en él, mugriento y con una sonrisa totalmente asquerosa.

—Veo que da igual cuántos años pases entre gente educada, Greyback —dijo Draco de forma instintiva al verlo, por la fuerza de la costumbre—. Los hábitos marginales no se quitan.

Los penetrantes ojos del hombre lobo se enfocaron en él, y Draco se preguntó vagamente en qué momento aquella mirada había dejado de causarle escalofríos. Greyback había sido parte de sus pesadillas cuando tenía diecisiete, y en ese momento, solo veía a una bestia sádica y estúpida que no sabía qué hacer con su vida. Draco esbozó una sonrisa irónica al observar cómo por su cara pasaba un atisbo de rabia.

—No me provoques, Malfoy.

El rubio puso su mejor cara de aburrimiento y finalmente se llevó la tostada a la boca mientras lo examinaba. Traía ropa oscura, pero no las túnicas negras que el resto del Nobilium o que los Mortífagos en general ocupaban, su contextura no se lo permitía. Draco paseó la vista por sus costados, viendo cómo a unos pasos más atrás, un niño encadenado y con la cabeza gacha esperaba al hombre. El rubio alzó una ceja, tomando nota de que este chico era nuevo, y poseía cabello rubio brillante. El del anterior era oscuro.

Joder, ¿cuánto había pasado? ¿Menos de dos semanas? Y ya tenía un nuevo niñito sangre sucia bajo su poder. Suponía que el anterior había sido devorado, al igual que todos los demás, y no mordido, ya que si llegaban a Greyback era porque las criaturas no tenían habilidad mágica; era estúpido convertirlas. Draco entendía que tenía el derecho de poseerlos; después de todo, era su recompensa por el papel que desempeñó durante la guerra. Pero aquello era demasiado. A ese paso, al finalizar el año no tendrían más Servi sangre sucia para el resto de la población.

Draco apartó la mirada, obligándose a no ver al chico más tiempo de lo necesario.

—¿Te han dicho alguna vez que tus amenazas no son tan efectivas? —dijo finalmente, alzando una ceja—. Los adultos no nos dejamos impresionar tan fácilmente por tu patético show como los niños pequeños.

A eso, el Servi se encogió en su lugar, sin levantar la cabeza; pero Draco no le prestó atención. Greyback soltó un resoplido de risa, dando un paso hasta él.

—Recuerdo que mis amenazas funcionaban a la perfección en ti hace no muchos años atrás, pequeño Malfoy.

Finalizó la oración con una sonrisa, y Draco sintió cómo un atisbo de rabia comenzaba a emanar de a poco en su interior. Sabía muy bien a qué se refería, sabía muy bien los tipos de tortura que le había hecho pasar. Que hubiera relegado todos los malos recuerdos al olvido no significaba que no estuvieran allí. Pero él ya no era ese chico de diecinueve años asustado, y cómo le jodía que le dijera pequeño Malfoy. No había pasado los últimos años demostrando que era de todo menos un niño, para que lo trataran de esa forma.

—¿Qué quieres? —espetó, con asco.

El disgusto tuvo que haber sido muy palpable, tanto en su voz como en su rostro, porque los ojos de Greyback adquirieron un brillo, un brillo malicioso que no había estado ahí antes.

—Ah, ¿no te gusta que te llame así? —preguntó con sorna. Draco no mudó su expresión en blanco. El hombre hizo una pequeña pausa mientras se lamía los labios—. ¿Prefieres "Astaroth"?

La memoria de la primera vez que fue bautizado así estaba grabada a fuego vivo en su mente. Draco apretó el borde de la taza, y Greyback se fijó en ese detalle, ampliando su fea sonrisa.

—Oí que a la gente le gusta llamarte así. ¿No te gusta a ti? —rio. No era un sonido que estaba destinado a ser bonito y él lo sabía. Sin embargo, ya no provocaba la misma reacción que cuando tenía dieciséis, como al niño Servi, que se hizo más pequeño en su lugar, probando así su punto—. Al Señor Tenebroso le encanta.

Draco encajó la mandíbula, apoyando los brazos en la silla y esperando que el imbécil dijera algo más para así saltarle a la yugular. Había aprendido bastante tiempo atrás que debía aguardar y no alterarse ante las más mínimas provocaciones. El que se enfadaba, perdía.

—¿Qué pasa, Astaroth? —Volvió a tentarlo. Draco no respondió.

Greyback dio un paso hacia él, y el rubio se llevó rápidamente una mano a la pierna, un poco más arriba de donde su varita estaba. Sabía que el idiota tenía claro que no le beneficiaba ponerse a retarlo en su propia casa, pero nunca se sabía en realidad.

El hombre lobo se giró al niño, y tiró una de sus cadenas, haciendo que el muchacho se tropezara y casi cayera de bruces al suelo. Draco continuó sin prestarle atención.

—¿Te gustaría mostrarle a este sangre sucia por qué te dicen así? —preguntó, tomando un brazo del Servi—. Creo que ambos podríamos divertirnos mucho, Astar-

Draco, en menos de dos segundos, estaba de pie empuñando su varita y dirigiéndola hacia el hombre.

—No. Me llames. Así.

Sus ojos llameaban y su garganta estaba apretada del enojo. El imbécil tenía claro que le disgustaba que le dijeran de esa forma, que le recordaran las últimas palabras de Eric y ese puto día. Greyback era el único que lo notaba, y lo usaba en su contra siempre que podía; normalmente Draco lo ignoraba.

Pero en ese momento había agotado su tolerancia. No había sido una buena mañana.

—Lárgate antes de que pierda la poca paciencia que tengo —le escupió.

Greyback se quedó quieto, manteniendo la mirada. No existía rastro de miedo en su expresión, pero Draco reconocía la precaución en cuanto la veía. Y allí, Greyback se encontraba atento, expectante, sabiendo que cualquier mínimo movimiento haría que Draco explotara, y él, y todos sabían que eso no era algo bonito de presenciar.

Sin embargo, el hombre se lamió los labios, desafiante.

—¿Crees que te tengo mie-?

—No me has visto enojado —espetó Draco bruscamente—. Sabes las cosas que he hecho completamente calmado, ¿quieres quedarte a averiguar cómo luzco cuando realmente quiero hacer daño? No tengo problema.

No era una amenaza en vano, y Greyback lo sabía.

Draco no bajó su varita, pero el hombre sí que relajó los brazos, soltando lentamente la cadena del chico que parecía a punto de vomitar. Ninguno apartó su mirada del otro y el rubio estaba esperando que dijera algo, cualquier cosita. Ese día, las ganas de maldecir a alguien cada vez se hacían más grandes, ¿y qué mejor que Greyback?

—Mañana hay una audiencia en el Ministerio —dijo el hombre al cabo de un rato. Draco alzó una ceja—, y se requiere la presencia de todo el Nobilium. Y el Electis.

—¿Y?

—Te estoy informando.

Informando mis huevos. El tipo disfrutaba de empujarlo al borde para ver si lo podía sacar de sus casillas. Siempre había sido así. No tenía muchas cosas que hacer, al parecer.

—Bien —dijo Draco, bajando la varita, pero solo un poco—. Ahora vete.

Los orificios de la nariz de Greyback se ensancharon, y el rubio pudo ver cómo su cuerpo se tensaba. Sabía que no podía hacerle daño a él, pero alguien tendría que pagar el mal humor del hombre.

—Vas a arrepentirt-

—Cállate de una puta vez, ¿quieres? —lo cortó Draco, tomando asiento nuevamente—. Sabes de lo que soy capaz. Sabes que no te conviene provocarme a mí.

Greyback se quedó en el mismo lugar por unos largos minutos, en los que el rubio lo ignoró, -o pretendió ignorarlo-, terminando de tomar su desayuno. Conociéndolo, el hombre terminaría vagando por su casa solo para demostrarle que podía, y Draco debería aguantarlo. Pero al menos ya no continuarían esa pelea absurda. No tenía ni la paciencia ni el tiempo.

Finalmente, Greyback se dio media vuelta y salió de la habitación, tirando consigo al sangre sucia mientras daba un portazo. Draco ni siquiera pestañeó, con su mente en el trato de aquel día, olvidando la casi pelea.

Era una oportunidad perfecta de formar lazos con España, y allí comenzar a abrirse paso de forma definitiva en la comunidad mágica. Era una oportunidad perfecta para el Lord de infiltrarse en un gobierno importante de Europa. Y Draco se lo conseguiría. Una vez que tuvieran atado de manos al mayor proveedor de ingredientes de pociones de ese país, España no podría hacer más que rendirse a sus pies.

Y como era tan importante, era un paso más cerca de su madre. Si es que no el definitivo.

Ella era la razón por la que había hecho todo lo que había hecho. La perspectiva de rescatarla, de ponerla a salvo, opacaban totalmente la crueldad de sus actos. Draco estaba dispuesto a sacarla de allí, se lo había prometido, e iba a mantener su promesa.

Draco terminó de desayunar, viendo cómo los elfos retiraban sus cosas. Solo debía ir a buscar su túnica negra para salir, y podía marcharse. Tenía que estar allí en unos diez minutos.

El elfo doméstico que le había servido el desayuno se apresuró a abrir la puerta del comedor para que pudiera largarse. Draco ya tenía la cabeza en otra parte, dispuesto a hacer lo que tenía en mente. Movió sus hombros, intentando disipar la tensión, mientras repasaba el discurso que daría para que el proveedor accediera a su trato, y-

La criatura a su lado soltó un gritito.

Trató de disimularlo al instante para no enojarlo, pero Draco ya lo había escuchado, haciendo que desviara la mirada hasta él con irritación y viendo que el elfo tenía los ojos fijos en el suelo fuera del comedor y- Claro.

Tuvo que haberlo supuesto. Greyback no se dejaría así como así.

A sus pies, Biddy estaba tendida, inerte y sin vida. Su estómago se encontraba a medio comer y a su cara le faltaban los ojos, junto a la mitad de la mejilla. Sus intestinos estaban regados a su alrededor y el piso estaba lleno de sangre. Draco casi podía ver a Greyback en una esquina sonriendo diabólicamente ante la escena.

Suspirando, el rubio movió el cuerpo con la planta del pie, haciendo que la cabeza, que se mantenía pegada nada más que por un fino pedazo de carne al cuello de la criatura, rodara y cayera unos pasos lejos, mientras él daba uno hacia atrás.

Sentiría asco, si aquella imagen no fuera una recurrente en su vida.

Bueno, al menos la elfina había durado dos meses. Era un récord.

—Limpien —ordenó al aire, aplicando un hechizo de limpieza en su propio pie y dando vuelta sin mirar atrás—. Tienen permitido enterrarla con el resto en el patio.

•••

Draco arribó al Ministerio justo a tiempo. Dos minutos después de su llegada, el proveedor de ingredientes estaba en una salita especial del Nobilium, sentado. Usaba un bigote extravagante y poseía una cara seria. El rubio estaba consciente de que debía jugar bien sus cartas, de que lo tenía que engatusar y ocupar sus argumentos para que el día de mañana, España dependiera económicamente de Inglaterra.

Y así pudieran hacer lo que les diera la gana.

Fue aburrido, por decir lo menos, y exageradamente fácil. Draco cerró el trato en menos de dos horas y se despidió haciendo uso de su galante postura, sabiendo que el hombrecito estaba encantado pensando que había hecho un trato millonario por nada.

Bueno, eso creía.

Draco intentó marcharse lo más rápido posible entonces. Luego del sueño que había tenido en la mañana, era lo mejor, a pesar de que había creído lo contrario. Nunca le había gustado mucho ir al Ministerio, le traía recuerdos de ese día. Sobre todo, cuando veía la estatua erguida justo en el medio de la recepción. El Señor Tenebroso con su pie encima de la cara de Potter y el cuerpo del chico laxo, rendido.

Rendido como jamás lo había visto en vida.

Aún podía escuchar a la gente clamando por su muerte. Aún podía ver cómo el pecho del chico se agitaba y su respiración se ralentizaba, mientras se desangraba a los pies del Señor Tenebroso. Aún podía escuchar la risa de él, y el latido de su propio corazón, mientras la pequeña parte de Draco, esa que aún era ilusa e inocente, pensaba que por favor se salvara. En que por favor llegara alguien que lo rescatara, como siempre.

Pero eso nunca pasó.

Sacudiendo la cabeza, se fue hasta una de las chimeneas para usar la red flú; esa era la única manera de entrar al Ministerio luego de la guerra.

Entonces, cuando estaba a punto de tomar un puñado de polvo, alguien casi lo botó de un empujón.

Draco se giró, a punto de ponerse a gritar por el descuido del imbécil, descubriendo que era Theodore Nott el que estaba frente a él, quien lucía la misma expresión de irritación de Draco. Cuando se dio cuenta de que era él quien lo había chocado, su gesto se relajó.

—Hey —saludó, asintiendo con la cabeza.

Draco asintió de vuelta, dándole un vistazo. Estaba desarreglado, como si hubiera corrido para llegar al Ministerio. Usaba la túnica azul marino correspondiente al Electis, junto al broche en forma de gota de sangre; pero a diferencia del suyo, el de Theo no tenía el mismo color rojo vibrante en el centro. El de él era completamente dorado y unos cuantos centímetros más pequeño. Menos llamativo, aunque de igual manera distinguible. Para Draco no significaba mucho, de todas formas, Theo podía ser un Electis y Draco un Nobilium, pero el moreno siempre se comportaría al mismo estatus social que él. Siempre.

—¿Algo interesante de ver? —preguntó Theo, alzando una ceja.

Draco le dedicó una pequeña sonrisa, que si no estuvieran en público, podría significar mucho más.

—Es raro verte tan apurado. Es todo —respondió, con ese tono cortés pero amable que reservaba sólo para cierta gente—. Uno diría que en la comisión de Registro de Nacidos de Muggles no sucede demasiado.

—Sí, bueno. La gente piensa mal —Se encogió de hombros, dando un paso atrás—. A todo esto, ¿ya te enteraste de que mañana…?

—¿Hay una reunión en el Wizengamot sobre una ley nueva...? Sí.

Se miraron por unos segundos cuando completó su frase, comunicándose sin palabras. Theo había sido siempre alguien a quien consideró su igual- su único amigo, si tenía que decirlo de alguna forma. Sí, estaban Goyle y Pansy además, pero el primero era más tonto que una puerta y la segunda había crecido para convertirse en nada más que su prometida irritable, en vez de la mejor amiga que tenía en Hogwarts. Al menos el castaño era alguien interesante con quien mantener una conversación y también podía ser un muy buen amante.

—Bueno —dijo finalmente Theo, sacando su mano para que él la tomara—, supongo que nos veremos más tarde, o mañana.

Draco se lamió los labios, enfocándose en sus ojos verdes claros y esbozó una media sonrisa.

—Está bien. —La estrechó, manteniendo unos segundos más de lo necesario el contacto entre sus pieles mientras que Theo le daba un apretón, captando el mensaje—. Mañana entonces.

Draco asintió una vez más, y se marchó, sintiendo que su día había mejorado un poco. Así eran las cosas con Theo, y creía que por eso le agradaba tanto. Sin preguntas, complicaciones o palabras de más. Simple, rápido y efectivo. Ni siquiera había alegado una sola vez sobre la inmoralidad de la situación en la que follaban. Y no, no se refería a que fueran dos hombres, después de todo, eso era normal en el mundo mágico (a pesar de que el Señor Tenebroso estuvo a punto de prohibirlo, si no fuera por las reacciones escandalizadas que obtuvo por parte de los sangre pura). Se refería a que Draco estaba frente a los ojos de todos, con Pansy Parkinson, aunque llevaban prometidos cuatro años, por supuesto. Eso debía decirle algo a la gente. Le decía algo a Theo.

Draco arribó a la Mansión, encontrando que el Servi de Greyback estaba parado a un lado de la chimenea, con la cabeza baja y las manos extendidas. Tiritaban, como si hubiese sido ordenado horas atrás que se mantuviera de esa forma hasta que él llegara. Las cadenas eran pesadas, y el chico era debilucho y pequeño. Greyback seguramente lo había mandado a esperarlo y servirlo. Draco no tenía idea si eso era una ofrenda de paz o un elemento para encabronarlo. Era bien sabido por todos que en la Mansión Malfoy no se tomaban Servi sangre sucia a disposición.

Draco hizo una mueca de disgusto, dando un paso lejos de él.

—Trevor —llamó al aire, sabiendo que su elfo doméstico llegaría allí en cuestión de segundos—. Toma mi abrigo.

—Sí, Amo Malfoy.

Draco sintió cómo éste lo agarraba entre sus brazos, dando un paso atrás.

—¿Ya llegó padre?

Un segundo de silencio pasó antes de que contestara.

—No, Amo Malfoy.

—¿No hay noticias de él?

—No, Amo Malfoy.

Al ojigris eso no le sonaba nada bien.

—Bien. Puedes marcharte.

Draco no había despegado sus ojos del chico en ningún momento, ni siquiera cuando el elfo se largó chasqueando los dedos. Había algo enfermizo en la manera en la que se parecía a él de joven, a los diez años, si debía ser exacto. Delgado, pequeño, con ese cabello rubio brillante fino y esa piel pálida. Algo en su interior le decía que no podía ser una coincidencia.

—Baja tus brazos —le ordenó, sin saber si el chico tenía órdenes de obedecer. El Servi no pareció reconocer su presencia—. He dicho: ba-

Una suave respiración cortó el aire, haciendo que Draco cerrara la boca de golpe y lo observara con los ojos bien abiertos.

Joder.

Draco ladeó un poco la cara con un pequeño sentimiento de malestar en su pecho, y avanzó un paso hacia el costado, solo para confirmar lo que ya sospechaba.

El chico se había quedado dormido en esa posición.

Un sentimiento extraño se aflojó en su estómago, pero lo desechó rápidamente, y la voz que a veces aparecía en su cerebro se extinguió antes de que pudiera hablar; sabía que era mejor no desafiarlo. Draco se acomodó las túnicas y tomó un bastón de al lado de la chimenea, tocando al niño con él. Una, dos, tres veces, hasta que éste dio un salto y levantó la cabeza de golpe, mostrando sus ojos azules claros.

El infante tenía un cardenal de moretones en la mejilla, un corte en la ceja, y unos dedos marcados en el cuello, que delataban cosas en las que el rubio no quería pensar.

Afortunadamente no tuvo que verlo mucho tiempo; el niño volvió a agacharse y hacerse pequeño, mientras comenzaba a temblar pero esta vez a conciencia. Draco suspiró, sintiendo un atisbo de irritación con él.

—Baja tus brazos —repitió su orden, y el Servi obedeció de inmediato. Toda su postura indicaba miedo. Draco se preguntó brevemente si es que él se veía así, años atrás—. ¿Greyback te ordenó que me esperaras aquí?

El niño tragó antes de asentir.

—El Amo me dijo que tomara su abrigo en cuanto llegara, y- y… y que le hiciera caso en lo que, mmm, en lo que fuera. Yo- lo… lo siento. Lo siento muchísimo. No- no me haga nada —finalizó, poniéndose cada vez más nervioso debido a que había fallado en su tarea.

Draco volvió a suspirar.

Greyback había tenido un montón de Servi desde que esa ley comenzó a regir –a pesar de que ese nunca fue el propósito de crearla– y cada uno de los esclavos era diferente al otro. Había unos que eran tontos, otros que eran demasiado inteligentes para su propio bien, y otros que eran rebeldes. Que probablemente… probablemente hubieran ido a Gryffindor, si las cosas fueran distintas. Que desobedecían y los mandaban a todos a la mierda. Esos- con esos Draco podía lidiar, después de todo, Greyback no los soportaría mucho tiempo.

Pero ese tipo de carácter, dócil y con sentido de supervivencia... Ese era otro cuento. Le hacía pensar que, en su mente infantil, los niños creían que había algo que hacer por ellos. Que si eran lo suficientemente buenos los rescatarían, o Greyback se apiadaría de ellos y les permitiría vivir.

Él, mejor que nadie, sabía que el mundo no funcionaba así.

Estaba a punto de ordenarle que se perdiera o algo, cuando Trevor regresó, haciendo que el Servi volviera a estremecerse. Draco apretó los dientes, luchando contra sí para no hacer algún comentario molesto, y se giró al elfo, quien tenía una mirada alarmada en el rostro. Draco alzó una ceja.

—Amo Malfoy, señor Malfoy —dijo, haciendo una reverencia rápida—. Hay alguien atrapado en las barreras. El señor Greyback ya está ahí. En el ala oeste.

Draco frunció el ceño, olvidando momentáneamente al chico y caminando de forma instintiva hacia la puerta de entrada, confundido. Era más allá de lo extraño que hubiera alguien en las barreras. Mucho más el pensar que había caído allí porque estaba husmeando la Mansión.

Nadie era lo suficientemente estúpido para acercarse a la Mansión.

—Llévate al Servi a… —Draco se interrumpió, sin saber muy bien qué decir—. Llévatelo a las cocinas y mantenlo ahí.

—¿Alguna indicación más?

No respondió de inmediato.

—Solo… —dijo, mientras otro elfo abría la puerta por él—. Dale un asiento cómodo.

Draco salió al patio, viendo cómo los pocos pavos reales que quedaban rehuían de él. O de cualquier ser humano, en verdad. Un frío imposible lo recibió, haciéndolo comprender de inmediato que no solo había una persona en las barreras, sino que además los dementores se estaban acercando más de lo normal, cómo siempre. En un buen mes, Draco debía conjurar un Patronus solo tres veces. Aquella semana, ya iba por la cuarta.

Suspirando, y sin dejar de caminar, se concentró en los recuerdos más poderosos que tenía. No eran los más felices, pero servían, eso lo había aprendido a la mala. Además, hacer un Patronus era una habilidad necesaria que tuvo que adquirir luego de la guerra. Si no fuera por ello, la Mansión Malfoy estaría plagada de dementores, ya que su padre ya no era capaz de producir uno.

Expecto Patronum —dijo, apuntando al aire.

Su familiar zorro salió por la punta de su varita y se dirigió hacia el frío, que estaba en la dirección contraria. Draco casi dio zancadas los últimos pasos al límite, viendo cómo Greyback rodeaba a una mujer, desparramada en el aire en una posición excesivamente incómoda. Incluso desde esa distancia, Draco podía ver el brillo y la sonrisa maníaca de los ojos del hombre lobo.

—Vaya, vaya, qué tenemos aquí —dijo él, cuando vio que Draco los alcanzaba—. ¿Junta estudiantil de la generación 97'?

El rubio frunció el ceño, llegando al fin. ¿Qué quería decir Greyback? ¿Había alguien conocido? El rubio enfocó su vista en la mujer y-

—Hannah Abbott —murmuró, sorprendido.

Ella lucía aterrada.

—No pueden hacerme nada —dijo de sopetón, aunque su voz flaqueaba—. Tengo derecho a un juicio en el Ministerio, tengo-

—No, no lo tienes —interrumpió Draco, entrecerrando sus ojos y haciendo que cerrara la boca de golpe.

¿Qué hacía ahí?

Hannah tragó saliva, mientras Greyback soltaba una risita. Draco la examinó. Hacía años que no veía su rostro, pero sabía que Abbott estaba trabajando en Azkaban, condenada a ser guardia luego de que se arrepintiera de haber luchado para el bando equivocado. Hasta entonces, no se había metido en problemas. Ella junto a los mestizos sin influencia eran uno solo, y se relacionaban solo entre ellos. No entendía qué demonios podría querer Hannah ahora.

—Creo que deberíamos llevarla adentro —dijo Greyback, mirando a su alrededor—. ¿Y el Servi?

—Trevor lo hará —respondió Draco, ignorando su pregunta.

El elfo llegó a él en unos segundos.

—No, no, no pued-

—Decreto número 2° del Nobilium del Mundo Mágico —la cortó Greyback con una sonrisa—: "Existe el derecho de que uno o más integrantes del Nobilium interrogue a un sujeto acusado, con los métodos que estime a su conveniencia, siempre y cuando exista un motivo razonable de por medio". Esto —dijo el hombre, citando la ley por la que se regían—, me parece más que un motivo razonable. Estás en el cuartel principal del Nobilium, y queremos saber por qué.

Hannah permaneció callada ante eso, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Draco miró parcialmente hacia abajo, detallando como a sus manos le faltaban dos dedos en total, consecuencia de torturas anteriores (¿había sido él? Probablemente) y entendió que Abbott sabía lo que se le venía. El rubio alzó una ceja entonces, desviando la mirada y girándose a Greyback para verle con desdén, notando que el hombre parecía… Agitado. Emocionado, quizás. Una tortura para Greyback era como darle un hueso a un perro. Draco podía apostar que el idiota se había aprendido solo los apartados del Nobilium que usaba con frecuencia, y ese era uno de ellos.

—Trevor —dijo Draco al elfo que esperaba indicaciones—, lleva a esta mujer al calabozo de la mansión en las mazmorras.

—Sí, Amo.

—Y no te molestes en tener cuidado —añadió Greyback maliciosamente.

—Sí, señor.

Trevor avanzó hasta Hannah, y sin advertirle, la tomó y Apareció dentro. Lo último que oyó Draco antes de que se disolviera en el aire, fue el sollozo que cortó su garganta al ser despegada de esa brusca manera de las barreras mágicas.

—Esto será divertido —murmuró Greyback para sí.

Draco se dio media vuelta y no respondió, emprendiendo el rumbo hacia la mansión.

Los calabozos no eran muy diferentes a ningún otro. Fríos, pequeños y con olor a humedad, ni el lujo de los Malfoy cambiaría ese hecho. Hannah estaba semi inconsciente cuando entraron, amarrada como una estrella a las cadenas de la pared e inmovilizada. Draco suspiró, haciendo una mueca, no le agradaba esta parte, pero sabía que era necesaria. Había algo en todo ese asunto de que estuviera husmeando los alrededores de la mansión que no le gustaba en lo más mínimo.

—¡Rennervate! —gritó Greyback, como si lo disfrutara.

Hannah, que había estado al borde de caer desmayada, irguió la cabeza con un shock de energía, mirándolo a los ojos. Su cabello rubio estaba opaco y sin vida, y su rostro había perdido la amabilidad Hufflepuff que la caracterizaba en sus años de Hogwarts. Nunca habían intercambiado muchas palabras, excepto cuando Draco se divertía a costa de ella y sus amigos, pero podía ver la clara diferencia entre la Hannah que solía ser y la Hannah que era en ese momento.

Draco tomó asiento al frente de ella, cruzándose de brazos. Greyback se acercó, oliendo el cuello de la mujer de una forma repugnante.

—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas —dijo Draco, en tono aburrido—. Tú puedes contarme qué haces aquí y yo te dejo en custodia del Ministerio, intacta. O… puedes resistirte.

Los ojos de Hannah se enfocaron en él, y allí Draco vio un montón de emociones que creía olvidadas en ese mundo. Valentía. Fiereza. Determinación. Eran los ojos de alguien que no se había rendido, ni lo haría. Hacía tantos años que no veía esa mirada en nadie. Apartó la vista, incómodo.

Si la miras a los ojos, comenzarás a pensar que es un ser humano.

El rubio se preguntó si es que Hannah era idiota, o no entendía que ya no existía nada por lo que luchar. Que daba igual si se resistía o no, nadie ganaba. Ni él, ni ella, ni Greyback. Solo el Señor Tenebroso.

Solo él.

—Bien. Empecemos por lo básico. Trevor —Draco llamó al elfo, que estaba en una esquina de la habitación—. Tráeme el Veritaserum.

Sintió a la criatura caminar hasta los estantes a su izquierda, y Draco extendió la mano, esperando que depositara allí el frasco. Cuando lo sintió lo hizo levitar de inmediato hacia Greyback, quien lo tomó y sin pensarlo dos veces, la obligó a beberlo de sopetón, haciendo que Hannah soltara arcadas.

—¿Qué hacías aquí? —preguntó de inmediato, casi desesperado, antes de recuperar la compostura.

La mujer apretó los labios con fuerza, su rostro tornándose completamente rojo, negándose a contestar.

—La puta no quiere hablar —se burló Greyback, jalando su cabello—. Creo que deberías darle un incentivo.

—¿Alguien te mandó? —preguntó Draco, ignorándolo nuevamente.

No obtuvo respuesta.

—¿Estás buscando algo?

Nada.

Draco suspiró, descruzando sus brazos y moviéndose en la silla.

—Quizás deberíamos darle un incentivo… —sugirió Greyback, tomando una de sus muñecas y doblándola en una posición antinatural. La mujer reprimió un sollozo con los labios apretados.

Draco lo ignoró.

—Está bien —pronunció, viendo si obtenía algo frente a su tono amenazante. Nada aún—, si eso lo que quieres… Adelante. Intentemos algo suave —Draco elevó la varita, dirigiéndola a su vientre. Por el rabillo del ojo, la vio cerrar los párpados, preparándose—. Crucio.

El cuerpo de Hannah se agitó, y arrugó la frente, resistiéndose. Draco se sorprendió, si era honesto. La mayoría de la gente no resistía una ronda de un Crucio. Ni dos. Ni tres. Pero ella sí, ella estaba soportando de forma impresionante el dolor. Se había orinado un poco, y había gritado, pero no rogó jamás que se detuviera. Draco suponía que ser una víctima de la guerra tenía sus ventajas.

Tergeo —dijo al finalizar la cuarta ronda de Crucios, apuntando el charco en el piso. Greyback continuaba pegando su nariz a la piel disponible de la mujer, mientras ella sollozaba y sorbía—. Nada mal, Abbott. Vemos si te resistes a éste, aunque lo dudo. —Volvió a apuntarla, y ella tembló visiblemente con anticipación, seguramente sabiendo a qué se enfrentaba—. Veritatis dolorem.

El alarido que soltó Hannah era solo comparable a los sonidos más feos que Draco había escuchado en la vida, y él sabía mejor que nadie que solo se haría peor con cada segundo que ella se resistiera a contestar las preguntas. Que sentía cómo millones de espinas se incrustaban en sus órganos internos y la hacían desangrarse de a poco, mientras la destrozaban y la carcomían.

—¿Qué haces acá?

Hannah no contestó, continuó gritando.

—¿Qué haces acá? —repitió Greyback, tomando esa vez un dedo y comenzando a morderlo con fuerza.

Nada.

Los gritos eran cada vez más y más ensordecedores y Draco solo podía pensar que no debía aguantar otros cinco segundos más. Que se rompería.

Pero eso no pasó.

Quince segundos después, y Hannah continuaba gritando.

Draco bajó la varita rompiendo la maldición, impresionado. Eso no era normal. Jamás había visto una resistencia así…

Entonces, lo pensó mejor.

Hannah estaba entrenada.

—¿Quién te enseñó a soportarlo? —exigió él con ferocidad, levantándose de su lugar para caminar hacia ella—. ¿Quién te enseñó? Dime, o te juro que voy a dejar que Greyback te despedace viva, traidora de mierda.

—Lo voy a hacer de todas formas —aportó el hombre lobo, con una sonrisa, mientras amenazaba con dejarla sin otro dedo.

Ella jadeó, tiritando. Draco elevó la varita, dispuesto a hacerla pasar nuevamente por todo el dolor posible que se podía imaginar. Ahí estaba sucediendo algo peligroso, algo en lo que verdaderamente no quería pensar. Sin embargo, tenía que averiguar qué.

—No me extraña —dijo Hannah al cabo de unos segundos, con un hilo de voz. Draco tenía la maldición en la punta de la lengua—. No esperaría menos de ti, no después de lo que… de lo que le has hecho a tu ma… a tu madre.

La mitad de sus guardias se vinieron abajo en una décima de segundo.

—¿Qué?

Greyback le pegó una cachetada a Hannah, tan fuerte, que la hizo girar su cabeza hacia un lado y escupir sangre. Draco retrocedió, con la mente yéndole a mil por hora.

—¿Cómo… pudiste…?

—Cállate —gruñó Greyback con ferocidad, tomándola del pelo. Pero ella lo ignoró.

Draco sentía que se iba a desmayar.

—A tu propia… madre… Draco Malfoy...

El hombre lobo soltó un alarido, y de un momento a otro, enterró sus garras en el ojo derecho de Hannah, sacándoselo de una sola vez. Draco observó cómo el tejido colgaba y donde antes habían unos orbes cafés mirándolo, ahora no existía más que vacío. Ella gritó, y Greyback gritó, mientras mordía su mandíbula y arrancaba su oreja, arañando su vientre de una forma que por poco abrió su estómago, y Draco ya no podía oír, ver o simplemente pensar en que no habían obtenido la información necesaria.

Su madre.

Observó cómo Greyback arrancaba el brazo de la mujer mientras ella seguía viva y consciente, rogando al fin que por favor la matara, pero Draco no era capaz de procesar nada. Sus pasos lo estaban llevando hasta la puerta de los calabozos y de ahí, hasta el salón- cualquier puto salón. Cualquier puto lugar que tuviera conexión con Azkaban.

No, no, no.

Seguramente no se refería a nada, ¿verdad? Probablemente solo lo había dicho para ponerlo de los nervios.

Draco agarró un puñado de polvos flú y los arrojó al fuego, diciendo el nombre de la oficina de Azkaban, pero no se escuchaba a sí mismo, todo parecía estar pasando fuera de él, como en una película.

Sintió entonces cómo no tenía permitido el paso, quedando estancado en la chimenea ajena, aunque una voz –probablemente él mismo– gritaba que si no lo dejaban pasar prendería fuego a todo el lugar, y lo decía en serio. Completamente en serio.

Finalmente lo recibió una señora, que le dijo que no tenía permitido estar ahí, pero Draco la empujó lejos y corrió hasta la central, hasta donde estaban los presos.

Él iba a ver a Narcissa. Iba a asegurarse de que estuviera bien.

Tenía que estar bien.

A tu propia madre Draco Malfoy...

Sentía el latido en los oídos, y su mente no era capaz de formar un solo pensamiento racional.

No, no, no. Por favor. Por favor. Que esté viva. Que esté bien. Tiene que estar bien.

Ella siempre está bien.

Draco se llevó una mano al cuello y comenzó a tirar de su camisa, sintiendo que lo estaba asfixiando. Por la espalda le recorría un sudor frío y en cualquier momento iba a vomitar.

Es un error. Tiene que ser un error.

Se topó con un hombrecito calvo al llegar, al que reconoció vagamente como un mestizo de un poco más de rango, a cargo del lugar. Draco puso las manos encima del escritorio de mala muerte, totalmente frenético, y cuando el hombre iba a hablar al verlo, el rubio se le adelantó.

—Quiero ver a Narcissa Malfoy —dijo, sin escatimar en saludos o palabras vacías.

Él pareció perturbado rápidamente.

—Me temo que no puedo darle permiso para- —comenzó a decir. Sin embargo, Draco lo interrumpió.

—Me importa una mierda. Me vas a dejar verla.

El hombre dejó lo que sea que estuviera haciendo encima del escritorio y se alejó un poco, observando la postura de Draco. Quien, solo sentía, que estaba perdiendo tiempo. Tiempo valioso.

Va a estar bien. Va a estar bien. Tiene que estar bien.

—Señor Malf- Astaroth, no tengo permitido dejarle entrar-

Draco sacó su varita del pantalón y la llevó al cuello del hombre en un santiamén. El resto de los guardias parecieron alertarse, y los rodearon rápidamente mientras el hombre levantaba los brazos de forma apaciguadora, ahora sí con el miedo impreso en sus facciones.

El rubio se llevó la mano al pecho, y levantó la tela de su traje.

—¿Sabes lo que es esto? —siseó, mostrando su insignia de gota—. ¿Tienes idea de qué significa? Me llaman Astaroth gracias a esto, debes saberlo.

Salió amenazante, y esa era la idea. Porque era una amenaza. El hombre tragó, visiblemente asustado.

—Me vas a dejar entrar porque si tu miedo es la muerte —susurró, apretando los dientes—, créeme que hay cosas mucho peores, y te lo puedo demostrar.

El hombre no reaccionó de inmediato, aunque luego asintió, de forma torpe y frenética mientras sacaba una de las llaves. Draco podía reconocer la presencia de dementores andando libremente por los alrededores, mas no les prestó atención. No había nada en el mundo a lo que pudiera prestarle atención en ese momento. Tenía que ver a Narcissa, tenía que-

Draco parpadeó, mirando las frías paredes, dándose cuenta de un hecho.

No estaba siendo llevado hacia las celdas.

No estaba siendo llevado hacia las celdas, con los demás prisioneros.

El corazón de Draco cayó hasta el final de su estómago, a medida que seguía al hombre por pasillos, llenos de gente gritando y guardias que los miraban cuando pasaba. Draco apretó su varita, convenciéndose a sí mismo de que eso era una equivocación. O de que quizás Narcissa había sufrido un accidente y estaba en el ala de cuidados.

Sí, eso tenía que ser. Eso- eso tenía que ser. A eso se refería la imbécil de Hannah, mestiza asquerosa. Narcissa solo había sufrido un accidente. Algo que se le pasaría.

Llegaron al final de un pasillo, luego de bajar varios escalones, y el hombre puso su mejor expresión de disculpa antes de abrir la celda y desaparecer de allí tan rápido cómo llegó.

Draco no se atrevía a entrar.

Se quedó parado en el umbral por minutos enteros con la mirada fija en sus zapatos, reviviendo la última vez que vio a su madre, la última vez que la fue a visitar. Cómo ella se la pasaba callada la mayoría del tiempo, diciendo cosas sin sentido gracias a que Azkaban le quitó un poco de su cordura. Pero había estado bien. Draco le preguntó y ella le respondió, con una sonrisa, que no se preocupara y que estaba bien. Que todo estaría bien.

Su madre cumplía sus promesas.

Draco tomó un respiro hondo, reprendiéndose mentalmente. No podía ser tan exagerado él también, no podía tener miedo de ver a su madre enferma. Porque eso era todo lo que tenía. Le atacó una enfermedad.

El ojigris dio un paso dentro del lugar, y abrió los ojos de golpe, sin darse cuenta de que los había cerrado, y se fijó en el centro de la habitación, tropezando hacia atrás.

No.

Draco se llevó una mano al pecho y comenzó a jalar de su ropa, intentando quitar ese sofoco, esa presión que se había instalado ahí, y con suerte, despertar de ese delirio. Debía ser un delirio.

No.

Narcissa se encontraba acostada en una cama de piedra, con las manos a sus costados y viéndose completamente serena.

Tiene que estar durmiendo. Está tomando una siesta. Así luce cuando duerme. Así lucía cuando se quedaba dormida a mi lado.

Un pitido agudo llegó a sus oídos de inmediato y Draco avanzó, sintiendo cómo sus piernas ya no le respondían, para finalmente dejarse caer de rodillas a su lado, al mismo tiempo que la garganta se le cerraba y sus manos comenzaban a tiritar.

No.

No, tenía que ser una mentira.

Esa mujer no era su madre, no habría muerto bajo la guardia de su padre. Alguien vendría y le diría que era una broma de mal gusto, que su madre estaba viva y feliz en otra celda, esperándolo. Esperando que la saque de allí. Esperando que la vaya a ver. Esperando que le diga que la quiere una vez más.

—Mamá… —Draco llamó, pensando que le respondería.

Tomó su cabello, y de pronto, la estaba sosteniendo entre sus brazos. Se sentía tan débil, delgada y frágil. Narcissa no era frágil. Esa mujer no era su madre. Era imposible. Draco la abrazó, buscando desesperadamente una señal de vida. Pulso, respiración. Que abriera los ojos y nuevamente lo mirara con esos ojos azules, fríos y gentiles a la vez. Por un momento iluso, creyó que ella le estaba devolviendo el abrazo, que envolvería sus brazos delicados tal como lo hacía de niño. Draco la apretó contra sí, sintiendo cómo su alrededor se ensombrecía y se desmoronaba. Cómo todo lo que había esperado en los últimos años, todo lo que había hecho…

Para nada.

—No. No —susurró, tomando su rostro—. No. Despierta, mamá. Mamá. Mamá, por favor-

Pensó en la Narcissa que le contaba historias antes de dormir, y lo premiaba con pastel cada vez que le negaba algo. Pensó en la Narcissa que le enseñó a leer, a escribir y a pintar. Pensó en la Narcissa que se quedaba a su lado cuando tenía pesadillas. Pensó en la Narcissa que hacía lo que estuviera en sus manos para hacerlo feliz. Pensó en el día que él le prometió sacaría de allí. Pensó que no alcanzó a decirle que la amaba.

Draco la apretó contra su pecho, y se quebró.

La desolación se abrió paso por su sistema.

Su madre estaba muerta.

Esa mujer en sus brazos era su madre.

Muerta. Y él no había podido salvarla. ¿Y por qué ella? ¿Por qué ella y no él? Draco la alejó, desesperado por querer intercambiar lugares con ella, por encontrar algo que delatara que aquella persona no era Narcissa, cualquier cosa.

Pero solo encontró moretones, sangre seca, piel maltratada y una delgadez cadavérica. Aún estaba tibia. Si hubiera llegado antes, si la hubiera visto antes, quizás podría haberla salvado, quizás podría-

¿Salvado de qué?

Draco aún la miraba, agonizante, y sintió las lágrimas acumularse en sus ojos a medida que reprimía un sollozo que le quemaba la garganta, acariciando el escaso cabello rubio de su madre, fino y enredado. Narcissa había estado viva, viva y bien, hasta donde él sabía. Ella había estado bien. Su padre le había dicho que estaba bien. Estaba viva. Estaba viva. ¿De dónde-?

¿Cómo había...?

Un millón de imágenes se le pasaron por la cabeza. ¿Un resfriado? ¿Un accidente?

Aún había un remedio. Aún había algo que hacer, ¿verdad? Draco la apretó una vez más, sintiéndola aún más liviana y-

No.

Su respiración se atascó.

La tomó, acercando su oreja hasta el pecho de su madre. Recordó el funeral del abuelo Abraxas y cómo incluso después de muerto Draco aún podía sentir su magia. Cómo se lo había comentado a Narcissa, y ella le explicó que la magia no se iba de un cuerpo cuando moría, sino cuando el mago se desintegraba, y...

No. No. No.

Sus sentidos se nublaron, y Draco encajó la mandíbula. Todo su interior estaba mezclado con sentimientos difusos y diferentes porque no la sentía. No la sentía, y eso solo significaba una cosa.

Que su madre fue despojada de su magia.

Y eso no era posible, nadie perdía la magia naturalmente, y al parecer eso era lo que había sucedido, ¿no? No, para hacerle perder la magia a alguien se requerían varias personas, se requería un plan. No era algo que se lograba a la ligera, y-

La revelación le dio en la cara.

Narcissa no había muerto.

Draco tembló de rabia, sujetándola con más fuerza.

A Narcissa la habían matado.