Draco llegó a la Mansión, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para saber qué mierda acababa de pasar.
Greyback sabía. Greyback tenía que saberlo, ¿no? Por eso actuaba de esa forma. Por eso mató a Hannah. Y su padre… ¿dónde demonios estaba? Qué mierda estaba pasando. Qué mierda estaba pasando.
Draco empujó lejos al elfo que lo esperaba a la salida de la chimenea y siguió su camino hasta el calabozo, frenético, solo para encontrar que el cuerpo de Hannah ya no estaba allí, y el hombre lobo tampoco. No había siquiera rastro de que la mujer pisó esa celda, o de lo que había sucedido horas atrás. Y necesitaba encontrarlo. Necesitaba-
Le habían dicho que estaba bien. Le habían dicho que su madre tenía un cuidado de primera clase, que estaba protegida por muy traidora que hubiera sido, gracias al Nobilium. Ella misma se lo dijo. Y él lo había creído. Su madre no había estado bien, y Draco no lo sabía. Le habían impedido verla, le habían impedido acercarse.
Y Greyback lo sabía.
Draco dio una vuelta en su lugar, pegándose en los costados de la cabeza. No comprendía una mierda.
¿Por qué? ¿Quién-? ¿ Cómo? ¿Qué tenía que ver él? ¿Por qué Greyback había actuado como si estuviera protegiendo un secreto? ¿A quién estaba tratando de cubrir…?
Al Señor Tenebroso.
El pensamiento lo golpeó tan fuerte que lo hizo frenar.
Las únicas personas a las que Greyback le tendría lealtad absoluta son: él mismo y el Lord.
Draco sintió cómo la sangre abandonaba su cuerpo, mientras se apoyaba en una pared.
Alguien había dado la orden, porque quitarle la magia… quitar la magia no era cualquier cosa. Alguien había- alguien estaba detrás de todo aquello, y- y Hannah insinuó que Draco sabía lo que le estaban haciendo a Narcissa. ¿ Por qué? Nadie más que el Señor Tenebroso tenía tanto poder. Si se tratara de otra persona planeando todo quizás- quizás Draco hubiera podido hacer algo, se habría dado cuenta, quizás Narcissa estaría viva, pero le habían impedido acercarse. Tuvo que conformarse, y joder, se las iba a pagar.
Todos se lo iban a pagar.
Su mente era un caos y sus pensamientos saltaban de Greyback a Hannah, de Hannah a Lucius, de Lucius al Señor Tenebroso. Draco necesitaba encontrar un culpable, saber quién había dejado a su madre sin magia. Sin puta magia. Y ya nada importaba, no importaba morir, no importaba nada, porque no la había logrado sacar de allí. Necesitaba encontrar un maldito culpable.
Porque eso dolía menos que asumir que el culpable era él mismo.
¿Cómo puedes seguir respirando ahora que ella ya no está?
Draco volvió al salón principal, dispuesto a ir a Hogwarts o donde fuera que se encontrara el tipo ahora mismo. Draco empuñaba su varita, hirviendo en rabia. No era posible, no- no, no era posible que eso estuviera pasando. No-
—¡Draco!
Una mano se envolvió en su brazo, reteniéndolo de ir más allá, de avanzar. Draco se giró, dispuesto a Cruciar a la persona en cuestión, sólo para encontrarse a Theo, quien lo sujetaba con fuerza y no parecía dispuesto a dejarlo marchar.
—Suéltame —siseó Draco.
Dio un jalón para librarse y solo consiguió que Theo se acercara más. Draco soltó un alarido, avanzando a cuestas de él hacia la chimenea y forcejeando aún. La maldición en su contra estaba en la punta de su lengua, el rubio sentía que ya no tenía paciencia.
—¿Qué demonios estás-? ¡Draco!
—¡Déjame ir! —le gritó intentando empujarlo y tomar un poco de polvos flú.
—¡¿Qué vas a ganar?!
Draco lo empujó hacia atrás.
—¡SUÉLTAME!
Theo retrocedió, pero el agarre de su brazo no desapareció. No parecía dispuesto a dejarlo ir, y con cada segundo que pasaba Draco sentía que era capaz de destruir todo a su paso. El dolor de su pecho se estaba haciendo insoportable, y él quería encontrar un culpable, algo que le aliviara, que calmara esa punzada que se sentía como si alguien le hubiera sacado el corazón y lo hubiera hecho añicos en el suelo.
—Draco-
—Tengo que ir, tengo que ir- —dijo, de forma frenética—, lo voy a matar, lo voy a-
—¿A quién mierda vas a matar? ¿A tu p-?
—A Voldemort —escupió.
Una parte de su cerebro alcanzó a registrar el shock plasmado en las facciones de Theo al llamarlo por su nombre. Incluso retrocedió otro paso, abriendo los ojos de forma desmesurada y apretándolo tan fuerte que sus dedos se clavaron en su piel. A Draco no le importó. Lo único que pensaba era en que su madre ya no estaba. Ya nunca la escucharía reír de nuevo, ya nunca podría tomar su mano y dejar que cepillara su cabello. Todo se había acabado y él necesitaba entender por qué.
Por qué habían hecho eso.
—¿Te estás escuchando? —preguntó Theo casi fuera de sí—. ¿Has perdido completamente la cabeza?
Draco lo miró con los ojos inyectados en sangre.
—¡Madre-!
—Vas a acabar peor que Narcissa si sigues adelante con este sinsentido.
Si bien aquello ardió como si hubieran enterrado una lanza en su costado, Draco se petrificó en su lugar, con el cerebro yendo a mil por hora. Se giró de lleno a Theo, apuntando la varita hacia él ahora.
Él nunca había dicho que a Narcissa le hubiera pasado algo.
—¿Qué sabes tú de mi madre?
Theo subió las manos, soltando al fin su brazo y suspiró, dejando caer sus hombros. Draco examinó sus movimientos. En ese momento, nadie era inocente, todos pudieron haber tenido algo que ver y él se sentía capaz de matarlos a todos con tal de saber. Muy a pesar de que fuera Theo.
—¿Qué sabes tú de mi madre? —repitió, ahora incluso más amenazadoramente.
—Rodolphus —respondió Theo, estudiando su reacción. Draco frunció el ceño sin bajar la varita—. Él me pidió que viniera a ver cómo estabas, porque acababas de enterarte de que… de que Narcissa-
—No —lo cortó, cerrando sus ojos un momento—. No lo digas.
Se relajó, solo un poco. Cabía la posibilidad de que Theo estuviera mintiendo, pero ¿por qué? ¿ Por qué? ¿Por qué estaba pasando todo eso?
—Rodolphus sabía lo de madre —dijo como acto reflejo.
Theo respondió luego de unos segundos de silencio.
—Para este punto, todo el mundo mágico lo sabe.
Draco tragó, sintiendo la boca seca. Las palabras que decía el castaño carecían de sentido en sus oídos y no las entendía, no verdaderamente. No tenía idea de qué más sentir, no más que esa rabia que parecía haber dominado cada rincón de su persona.
—¿Por qué? —murmuró, perdido.
Theo volvió a suspirar, bajando sus manos. Dio un vistazo a la habitación y rehuyó de su mirada.
Un sentimiento pesado se instaló en su estómago y el nudo se hizo aún peor.
—Draco…
—¿Por qué?
—Creo que es mejor que te sient-
—¡Dime por qué!
El grito de Draco no le movió un solo músculo de la cara, mientras él se quedaba completamente quieto en su lugar, mirándolo con ojos desorbitados. Ya no sabía qué más hacer, no sabía qué podía ser peor.
—Lucius está en custodia.
El último ápice de razón que Draco tenía en su ser desapareció, siendo reemplazado por una sensación de vacío, una sensación de vacío que no recordaba haber sentido antes. Ni siquiera cuando pensaba que estaba pasando los peores años de su vida.
Se sujetó del borde de la chimenea, agachando la cabeza. Era capaz de devolver todo lo que había comido y su cabeza daba vueltas. Estaba seguro de que la sangre ahora había abandonado su rostro, completamente seguro.
—No…
Theo trató de alcanzarlo, y Draco se alejó, cómo si el solo hecho de pensar en sentir contacto humano le quemara.
—Testigos dicen que… —prosiguió él, tomando aire—. Dicen que perdió la cabeza y-
—No —lo interrumpió el ojigris negando. El rostro de su padre se le vino a la mente. Su padre. Su madre. Su familia—. ¡No! ¡No!
Draco se llevó una mano hasta la camisa y desabrochó los botones de arriba, queriendo respirar, y comenzó a arañarse el cuello. Sus ojos picaban y real, realmente iba a vomitar en cualquier momento.
—Draco…
—Padre la ama —dijo, recordando los abrazos y los mimos que compartían cuando ningún ojo curioso estaba cerca. Volvió a negar—. ¡Padre la ama! Él, él…
No volvió a ser el mismo luego de la guerra. No volvió a ser el mismo luego de que Narcissa fuera a prisión por haber mentido acerca de Potter. Lucius era como una cáscara vacía.
Su padre siempre fue su modelo a seguir, su padre era un buen padre, un buen esposo. Su padre la estaba esperando, la adoraba. Él la conquistó, estuvo esperándola por años, lo haría toda la vida. Draco había aprendido qué era el amor gracias a ellos, había creído que existía el amor gracias a ellos. No-
—Es imposible —susurró, con un hilo de voz.
Pasaron unos segundos de silencio.
—¿Estás seguro de eso?
Draco pasó saliva, sintiendo cómo empezaba a tiritar. Se negaba a aceptarlo. No podía ser de esa forma.
—Alguien más-
El rubio se interrumpió a sí mismo, recordando la imagen de su madre en ese cuarto. Lo pequeña que había lucido, lo frágil. Draco giró la cabeza y vomitó todo lo que podía en su costado, llevándose una mano al estómago. Sentía que en cualquier momento iba a desmayarse.
Theo sacó la varita y apuntó al charco sin decir una palabra, aplicando un encantamiento de limpieza, y esperó a que Draco se recompusiera.
Él sabía que no iba a ser capaz.
—No tenía magia. No- No tenía magia, Theo —soltó de sopetón, tropezando con sus propias palabras—. Mi padre no-
Quitar la magia de alguien no era ninguna broma y no podría hacerlo solo. Era imposible que Lucius- no, no podía. ¿Cómo?
¿ Cómo?
Una rabia renovada atacó su cuerpo como una ola, mientras Theo lo miraba en silencio.
—¡Fue él! —exclamó de pronto. El Señor Tenebroso, el cabrón hijo de puta responsable de todo lo que había sucedido en su jodida vida. Draco volvió a sentirse fuera de sus cabales, gritándole al suelo—. ¡Él, y Rodolphus, y todos! ¡Fueron ellos!
Theo lo tomó de los brazos, estabilizando su persona.
—Draco, cálmate.
Draco lo apartó de un manotazo.
—Lo voy a matar. Lo voy a asesinar.
La sala nuevamente volvía a hacerse presente a su alrededor. No sabía dónde ir, ¿al Ministerio? Tenía que pedirle explicaciones a Voldemort, tenía que saldar cuentas.
—¡Draco!
Draco se giró, apuntándolo con el dedo índice, sin estar dispuesto a escuchar mierda acerca de las lealtades y que el Señor Tenebroso era el mago más poderoso. Draco no estaba de ánimos para ser tratado de traidor. Que Theo siguiera lamiendo sus pies si es que eso quería.
—¡Por años, por años me he tragado su… mierda! —espetó, sintiendo cómo le temblaba la voz y la mandíbula—. ¡He hecho todo! ¡He servido! —Agarró el mismo bastón que había usado horas atrás y lo arrojó al otro extremo de la sala—. ¡He servido, para sacarla de ahí! ¡Y ese, ese hijo de PUTA ME LA ACABA DE ARREBATAR!
—Basta-
—¡NO! —Draco estaba completamente fuera de sí para ese punto. La cara de su madre, de la mujer que lo había cuidado y a la que le había fallado, estaba grabada en su mente—. ¡LAME SUS BOTAS TÚ SI ESO ES LO QUE QUIERES! ¡Yo voy a hacer lo que esté en mis manos para sacarlo del poder! ¡Me he... tragado todo! Pero ya- ya no- lo voy a asesinar. Voy a hacer lo que sea- aunque no haya manera de derrumbar su poder, aunque no haya forma-
—Hay una forma.
Draco se calló, sintiendo nuevamente la urgencia de vomitar.
Theo lo estaba tomando de ambos costados de su cara, y ni siquiera sabía en qué momento había pasado eso. Lo miró a los ojos, haciendo que el rubio observara sus esferas verdes.
Por unos momentos, casi podía fingir que veía a alguien más.
—¿Qué? —preguntó, tomado por sorpresa.
Theo cerró los ojos y suspiró, bajando sus manos hasta dejarlas descansando en los antebrazos del ojigris.
—Draco —exhaló, eliminando el espacio entre ambos—. Ven aquí.
Draco se resistió en un inicio, pero prontamente se vio envuelto en un abrazo. Era uno brusco y torpe y que le sabía a falso porque Draco no estaba acostumbrado a ser abrazado. Sabía que era una forma de consolarlo, de encontrar algo de serenidad, pero el perfume de Theo y la contextura de su persona solo hicieron que el vacío de su pecho se hiciera más grande, porque le recordaba a que ya nunca más sentiría los brazos de su madre. Nunca más experimentaría los besos en la frente y los murmullos de calma. Draco apretó la espalda de Theo, intentando no derrumbarse.
Los ojos le picaban y pestañeó un par de veces, aunque ninguna lágrima quería salir de ellos. No derramó una sola gota. Solo se sentía irremediablemente vacío, como si la vida hubiera sido quitada de su cuerpo.
—Necesito que te calmes —susurró Theo.
El rubio reprimió un sollozo.
—No puedo.
Draco dejó descansando la frente en su hombro, intentando nivelar su respiración. En parte tenía razón, si iba a matar al Señor Tenebroso, tenía que pensarlo bien. Planearlo bien.
Draco sintió cómo el corazón se estrujó dentro suyo cuando rememoró la conversación.
—Padre no- —empezó a decir, pero Theo lo interrumpió.
—Te creo.
Draco apretó los ojos con tanta fuerza que vio luces.
Él no se creía a sí mismo.
A ese punto, Draco no sabía si estaba tratando de convencer a Theo o a él mismo de que Lucius era inocente, porque nada le aseguraba que no hubiera sido parte de lo que sucedió. Solo que parecía tan… irreal.
Todo esto parecía una puta pesadilla.
—¿Qué forma? —preguntó, al cabo de un rato.
Theo se separó lentamente, para así poder verlo a la cara. Abrió la boca y luego la volvió a cerrar, como si no supiera qué hacer, y recién acabara de caer en cuenta de lo que había dicho. A Draco le recordó parcialmente al Theo de Hogwarts, ese que soltaba información al azar y luego se arrepentía porque sabía que Draco era un bocazas.
—Theo, qué forma —repitió por lo bajo.
Él negó con la cabeza, sin soltarlo o dejar de mirarlo.
—Estás demasiado alterado, deberías descan-
Draco casi gritó de la frustración, y en cambio, enfocó sus ojos plata en los ajenos y abruptamente, pronunció de forma mental el conjuro de Legeremancia.
Nunca había hecho eso antes. Siempre necesitó de su varita para meterse a la mente de otra persona, y definitivamente no era el área que se le daba mejor, pero en ese momento era tanta la fuerza y desesperación por entender, que no le costó demasiado. Theo tenía barreras: como un buen sangre pura protegía sus secretos y su mente. Pero en ese momento estaban compartiendo vulnerabilidad, y para cuando el hombre levantó las paredes, Draco ya había podido ingresar a su cabeza.
No fue mucho, no más de tres segundos, pero las imágenes pasaron y fue capaz de darles sentido: Theo salvando sangre sucias debido a su trabajo en el Registro de Nacidos de Muggles, yendo a advertirles a la primera señal de magia que presentaran. Theo luchando contra los Mortífagos bajo una máscara. Theo mirando a un grupo de personas, a una chica de cabellos rubios, gente que creía prófugas o muertas. Theo llevando información. Theo siendo parte de la Orden del Fénix cómo espía.
Theo siendo un traidor.
—¿Qué mier-?
Draco recibió un empujón tan fuerte que cayó hacia atrás, y su cabeza se dio de lleno contra la pared. El castaño empuñó la varita en su dirección y se veía absolutamente enojado y desesperado.
—¡No vuelvas a hacer eso! ¡¿Qué carajos te pasa?!
El sonido de su corazón retumbaba en sus oídos mientras se llevaba una mano a la boca. No podía ser que en menos de veinticuatro horas todo, todo, hubiera cambiado. Todo en lo que creía y pensaba, la forma en la que se regía el mundo.
Ni siquiera tenía idea de que la Orden siguiera activa, como un organismo funcionante.
—¿Eres un traidor? —murmuró, horrorizado.
Una parte de su cerebro sabía que, después de lo que él mismo había dicho, no tenía derecho a reclamar nada. Que incluso podría felicitarlo. Pero la otra, la que la mandaba la fuerza de la costumbre, no podía evitar pensar que esto no era reciente. Que esto era algo en lo que Theo llevaba por años. Quizás desde siempre. A sus espaldas, a espaldas de todos. Y los había engañado, cómo si fueran nada.
Draco se aferró a eso. Se aferró a ese pensamiento para dejar de pensar en lo demás.
—He tenido mucha paciencia y consideración contigo —dijo Theo entre dientes—. Y he bajado mis defensas para venir, pero si vuelves a intentar algo así de nuevo, te juro que no me va a importar absolutamente nada, Draco.
—¿Eres uno de ellos? —preguntó, aún conmocionado e ignorando lo que acababa de decir.
Theo masajeó sus sienes, negando con la cabeza.
—No pertenezco a ningún bando —masculló, dando una vuelta y tomando la parte posterior de su cuello—. Voy al que más me beneficie, y si el Señor Tenebroso continúa en el poder, destruirá nuestro mundo. Eso no me beneficia.
Draco sintió esas palabras como una traición, pero una traición personal. No sabía, no quería encontrar dentro suyo qué le hacía pensar así, el que Theo haya hecho eso a sus espaldas. Mientras él- mientras él...
—¿Cómo has podido cambiar de lealtades?
—Mis lealtades están con lo que me importa —espetó Theo bruscamente, y volvió a clavar sus ojos en él—. Tú más que nadie lo sabe ahora.
Draco tragó la bilis que subió por su garganta y cerró los ojos, contando hasta diez. No sabía cómo el cuerpo humano podía soportar tanta tensión. Sentía la magia arremolinarse en la punta de sus dedos y amenazar con hacerlo explotar.
—Llévame con ellos —soltó de pronto.
Theo rio.
—Ni muerto.
—Puedo serles útil.
Él chasqueó la lengua, acercándose para que Draco tomara su mano y se reincorporara. El rubio lo hizo, poniéndose nuevamente de pie mientras masajeaba su frente.
La orden está activa. Mi madre. Greyback. Hannah. El Señor Tenebroso. Mi padre.
—No estás pensando racionalmente —contestó Theo con simpleza—. Esto no es una simple venganza, es derrocar a todo un gobierno. Es una guerra. Es más-
Cuando Draco vio cómo el castaño volvía a levantar la mano, se apresuró en llevar su propia varita hasta el cuello de Theo, enterrando la punta en la piel. Su amigo alzó las cejas, deteniendo sus movimientos.
—No te atrevas a Obliviatearme.
Se miraron por un minuto entero.
Theo no parecía amedrentado. Era de las pocas personas que no se dejaba intimidar por Draco. Suponía que ambos habían visto cosas peores.
—Quiero luchar —insistió, con un tinte de desesperación.
—Ambos sabemos que no eres bueno luchando.
—Theo-
—No puedo, ¿está bien? Ni tú confías en ellos, ni ellos confiarán en ti. No después de lo que has hecho.
No después de lo que has hecho.
Las cosas que he hecho...
Draco no dejó que ningún pensamiento extraño se colara en su cabeza y la sacudió, sin bajar la guardia. Theo era capaz de Obliviatearlo.
—Draco-
—Voy a encontrar una forma —lo cortó, antes de que pudiera seguir. No sería capaz de convencerlo—. Hannah era parte de ellos, ¿no? Por eso estaba aquí. Ellos tienen que entender, ellos-
—Ellos entienden. —Fue el turno de Theo de interrumpir—. Y te has pasado los últimos ocho años ayudando a eliminar los que quedan, ¿de verdad crees que es tan fácil como ir y exigirles que te dejen ser un espía? No funciona así. Nada les asegura que ya no eres el perro del Señor Tenebroso, o que tienes las razones suficientes para cambiar de bando.
Los ojos de Draco se incendiaron y apretó su varita, tensando la mandíbula mientras cargaba de significado sus palabras:
—Mataron a mi madre.
Theo cerró los ojos, dando un paso hacia atrás. Draco sintió aquellas palabras haciendo eco en sus oídos. Lo había dicho. Lo había dicho en voz alta.
No, no, no.
—No me lleves con tu culto de creyentes de Potter —dijo finalmente con veneno, ignorando su debate mental—. Pero no creas por un puto segundo que me voy a quedar de brazos cruzados.
Theo ya ni siquiera lucía molesto o incómodo con la posición en la que había quedado. Simplemente lucía... resignado. Sus hombros bajaron, y apartó la mirada, a una foto familiar colgada en la pared contraria que el ojigris conocía muy bien.
—Draco, Narcissa…
—No. No vamos a hacer esto. —Negó de inmediato, rodeando a Theo, con la intención de salir de la habitación y buscar una forma de empezar a moverse, de actuar—. No vamos a hablar de ella.
El castaño lo tomó de la mano, girándolo e impidiéndole salir. Draco simplemente se quedó quieto en su lugar, esperando que hablara.
Él suspiró.
—Debería Obliviatearte.
Draco bufó, tratando de quitar su mano. No lo logró.
—Quiero unirme a ellos.
—Eso dices ahora.
—Si creyeras que contaré esto, ya me habrías hechizado- si creyeras que no lo digo en serio, ya me habrías hecho un Obliviate, y no me lo estarías diciendo para advertirme.
El castaño lo observó unos segundos. Unos largos y asfixiantes segundos. Draco trató de apagar la mente, o se volvería completamente loco. Si pensaba en Narcissa, si pensaba en Lucius, estaba seguro de que perdería la cabeza.
Y él no podía permitirse ese lujo. No cuando tenía que hacer que la muerte de su madre no fuera en vano.
Finalmente, Theo pasó una mano por su torso y lo guió fuera del salón con delicadeza.
—Ven, tienes que dormir.
Draco negó.
—Necesito ir a ver a padre, necesito-
—Primero tienes que dormir.
Draco se dejó hacer, porque no tenía energía para discutir.
•••
El rubio despertó en medio de la noche, sin Theo a su lado y con un dolor de cabeza horrible. No recordaba haber soñado, era casi imposible que lo hubiera hecho, luego de tomar una poción para eso, pero de todas formas sentía que la imagen de su madre se repetía en bucle en su cerebro.
Draco se giró en la cama, mirando el techo y suspirando con fuerza. No tenía idea qué hora sería, o donde estaba Theo; qué estaba sucediendo allí fuera. Sentía que su alma había abandonado su cuerpo y no quedaba nada más que una cáscara. Una cáscara vacía que sólo podía albergar una sola emoción.
La ira.
Y es que Draco nunca se había sentido así antes. Nunca había sentido ese tipo de ira, esa ira fría y calculadora que hacía hervir tu estómago y te hacía querer arrasar con todo a tu paso. Siempre fue una persona intensa, siempre. Sus enojos y arrebatos eran instantáneos, sin meditación. ¿Le decían algo que le molestaba? Devolvía el golpe de inmediato como buena serpiente. ¿Sucedía algo que le hacía sentir miserable? Hacía lo que estuviera en sus manos para cambiarlo.
Acción, reacción.
Pero eso... ese odio que se cocía a fuego lento y que no se iba, pero no lo movía y no lo obligaba a actuar cómo si su vida dependiera de ello... Era algo que Draco jamás había sentido antes.
Lo único que su mente era capaz de procesar, era la sed de venganza y el deseo de arrancar la cabeza de todo aquel que estuviera involucrado en todo esto. Draco quería sentir algo más. Draco quería ser capaz de ir y afrontar a su padre. Quería poder ser capaz de llorar como su madre se merecía que le lloraran.
Pero ni una sola lágrima había salido de sus ojos.
Quizás en el fondo sabía que no podía permitirse a sí mismo llorar, no podía. Una vez que empezara, no estaba seguro de parar alguna vez. La ira era un sentimiento cómodo y agradable. No la culpa. No la tristeza. No el hecho de pensar que nunca más volvería a escucharla hablar.
Basta.
Draco se giró, alcanzando otra dosis de poción para no soñar mientras suspiraba.
La Orden.
El pensamiento lo golpeó, mientras bajaba el brazo.
Luego de que la guerra hubiese acabado, no se volvió a saber mucho de los aliados de Potter y del bando contrario. Se presumía que la mayoría había dejado el país para esconderse, antes de que declararan la cuarentena mágica en la que aún se encontraban. Como Blaise, por ejemplo, que se marchó a Francia. O cómo el semigigante idiota, del cual se perdió el rastro. Seguro, tenían que lidiar con unos cuantos atentados de parte de los Rebeldes de vez en cuando, pero eran contenidos de forma rápida y efectiva. También, estaba el Patronus de ciervo de la chica Weasley que cruzaba el mundo mágico en los momentos menos esperados. O los avistamientos de la "Resistencia" y de los mil Potter, que resultaban ser una mentira. Pero Draco jamás pensó… jamás imaginó que era algo que aún existía, y estaba activo. Y que Theo era parte de él.
¿ Cuántos más?
¿Cuánta gente que hablaba con él día a día, era parte de la Orden? ¿Cuánta gente deseaba ver al Señor Tenebroso fuera del poder? ¿Acaso él lo sabe?
Por supuesto que lo sabe, le respondió una voz en su cabeza. Él siempre sabe.
¿Entonces por qué está tan tranquilo?
¿Quién te dijo que estaba tranquilo? Volvió a responderle, ¿qué hay de las redadas? ¿De las recompensas por cada miembro que encuentren vivo? ¿La cuarentena en la que están desde hace siete años no te dice nada? ¿Por qué está tan desesperado acallando cada rebelión con ejecuciones públicas?
Draco se pasó una mano por la cara, nuevamente mareado. Jamás había pensado posible aquello; quizás una parte infantil de sí aún asociaba a la Orden con ataques Gryffindor: a campo abierto y llenos de maleficios de ambas partes. Una rebelión abierta. Aquello no era así. Aquello era algo mucho más… entre líneas. Había infiltrados, había una construcción de filas políticas y desde abajo hasta arriba. No como guerreros, si no como estrategas.
Y él- él no lo sabía.
Había pasado todos esos años creyendo que debía conformarse, que debía trabajar con lo que tenía y asumir las nuevas reglas del juego. Había actuado de esa forma porque, porque no sabía...
Draco se tomó de un solo sorbo la poción y volvió a recostarse, antes de que su mente lo abrumara, mientras oía cómo a lo lejos alguien se avecinaba. Seguramente Theo o algún elfo.
Iba a ir mañana al Ministerio, iba a verle la cara a esos hijos de puta, a que se atrevieran a negar que le habían hecho algo a su madre. Que se atrevieran a darle el pésame, los imbéciles de mierda.
La puerta se abrió, y alguien se recostó nuevamente a su lado, en silencio. Draco abrió los ojos para encontrar a Theo mirándolo de vuelta.
—¿Te sientes mejor? —susurró él.
Una parte de Draco se preguntó dónde había ido, por qué no estaba a su lado, pero el sueño le estaba ganando. Y además, aunque nunca lo admitiría en voz alta, confiaba en él. Lo conocía desde que tenía menos de cinco años, y Draco había estado a su lado cuando sus padres habían muerto. Se habían apoyado en tantas cosas que Draco ni siquiera podía enumerarlas.
—No —respondió, cerrando los ojos.
Permanecieron en silencio por unos minutos, u horas, no lo sabía; solo sabía que cuando ya estaba cayendo nuevamente en la inconsciencia, lo oyó susurrar:
—Hablaré con ellos…
•••
Draco se presentó al día siguiente con su traje más formal del Nobilium y la máscara que solían usar, años atrás, al ser una reunión oficial del Wizengamot y no una concertada a último momento.
Estaba claro que nadie esperaba verlo allí, por las miradas curiosas que recibió cuando entró al vestíbulo. Quizás esperaban que fuera al Ministerio para ver a Lucius, para exigir hablar con él, pero Draco casi pudo sentir el pasmo de todos al verlo ocupar su sillón en el tribunal y retirarse la máscara, portando su expresión fría y distante de siempre.
Se notaba que había algunos que no lo querían allí, que quizás pensaban que Draco había perdido la cabeza. Pero no, Draco nunca había pensado más claro. Draco nunca había visto más a través de la gente como en ese momento. ¿Cuánto tiempo había pasado intentando asemejarse a ellos? ¿Ser parte? ¿Ser lo que se suponía que debía ser y para lo que Lucius lo crió, y así alcanzar lo que quería? Ahora los miraba y solo podía ver ratas asquerosas y patéticas. Y sabía, estaba seguro que más de alguno tenía conocimiento de qué le había pasado a Narcissa.
El Ministro Rookwood inició la sesión en nombre del Señor Tenebroso sin que nadie le hablara a Draco. El único que le mandaba miradas preocupadas de vez en cuando era Theo, del otro lado del cuarto, mas Draco no le prestaba atención. Todos sus sentidos estaban puestos en aquellos que lo miraban, como si estuvieran mirando un puzzle o una bomba que debía ser desactivada.
Fueron dos horas en las que no se discutió nada muy importante, nada que a él le importara al menos: la prohibición del matrimonio o la unión homosexual, a menos que consiguieran una forma de dejar descendencia, debido a la baja de la población y natalidad actual en el mundo mágico. Y, en segundo lugar, el orden de Hogwarts. Hasta ese momento, cuando ocurría una falta grave como por ejemplo: que un sangre sucia fuera pillado mezclándose con un sangre pura –o que un mestizo insolente faltara una regla– se llamaba a un comité para decidir qué se hacía con ellos.
En un principio, todo sangre sucia era asesinado. Pero con el pasar de los años, no solo Draco, si no que bastante gente empezó a notar que quedaba muy poca gente en el mundo mágico y que cada vez nacían menos. Si el Señor Tenebroso quería expandir sus dominios, no podían prescindir de nadie que tuviera el don de la magia, (a pesar de que de cara al público, los sangre sucia la robaban). Así que el rubio años atrás bajo ese motivo, había tomado la resolución de separar a los sangre sucia en dos categorías a través de una prueba, un examen a su núcleo mágico:
Si el poder que tenían superaba el promedio, tenían permitido ir a Hogwarts aunque separados del resto de los magos; y si no, si su magia era débil, pasaban a ser esclavos para la sociedad. Los niños Servi.
Volviendo a los infantes que tenían permitido asistir a Hogwarts, si el sangre sucia cometía una falta en el colegio, se pasaba a discusión la opción de que dejara de formar parte del selecto grupo de su especie que podía aspirar a ir a Hogwarts, y así pasaba a ser un Servi más: un esclavo de los sangre pura. La otra opción es que fuera castigado con una sanción: sacarles la lengua, un dedo, quizás hasta dos. Solían ser sesiones extensas y la mayoría de las veces los chicos solo salían sin un ojo, debido a que no podían dejar de disponer de magos de verdad, entrenados.
Pero Dolores Umbridge, directora y suprema inquisidora de Hogwarts dijo que ella podía crear su propio panel y así dejar de convocar reuniones, para hacer todo más rápido, como se solía hacer antes de que el Ministerio tuviera poder sobre las decisiones del colegio. Draco no estaba seguro de que eso fuera para mejor y para agilizar el proceso, pero no había mucho quée hacer, todos habían votado a favor. La única condición dada fue que si se tomaban medidas excesivamente graves debían ser consultadas de todas formas al anterior panel de discusión.
Draco votó entonces y luego se reunió con el resto a charlar. No todos eran miembros del Electis o del Nobilium; o simplemente Mortífagos, pero sí todos eran fieles siervos del Señor Tenebroso. O eso se creía. Eso se creía de Theo y ya sabía qué sucedía allí.
Un montón de gente se le acercó a darle el pésame y a aconsejarle que lo mejor era que se fuera a casa. Otros le preguntaron si ya había leído el artículo de El Profeta, y unos cuantos preguntaron si estaba allí para ver a Lucius; incluso se ofrecieron a hacer lo que estuviera en sus manos para que Draco pudiera saldar cuentas sin ser acusado de nada. El rubio tuvo que huir de todos ellos y evitar pensar que su padre estaba en una celda del Ministerio, metros lejos de él. No podía ir. Obviamente quería saber qué demonios había pasado, pero si… si había tenido algo que ver- Draco no estaba seguro de soportar que admitiera su culpa.
Y si no tenía algo que ver, alguien más se aseguraría de que Lucius no fuera capaz de negarlo.
Draco se alejó de la gente, apoyándose en la pared a un costado de la sala. La sola idea de conversar con su padre estaba haciendo que quisiera acurrucarse y llorar. No podía. Sus pies simplemente no le respondían. Y daba igual lo que hiciera, el resultado siempre sería el mismo: Lucius terminaría en Azkaban en unos días.
Los Malfoy, una familia de renombre.
El ojigris se mordió la lengua con amargura, mientras examinaba la cara de todos los presentes. Algunos lo veían cuando creían que él no estaba mirando o prestando atención. Draco inclinó la cabeza, notando que unos pasos más allá, Augustus Rookwood (el ministro) conversaba cerca de Corban Yaxley, cómo si fueran buenos amigos. Quizás lo eran. Draco enfocó su atención en captar los fragmentos de su conversación.
—… No se puede dejar… información… se filtra —decía Yaxley haciendo una mueca.
—...Sí, sí, yo no sé cómo lidiar con los crímenes.
Yaxley rio por lo bajo al término de esa frase, y el rubio frunció el ceño, maquinando de forma instantánea un plan mientras se acercaba lentamente al grupo donde estaba Theo, a unos pasos de esos dos.
Rookwood se inclinó hacia Yaxley, y Draco vio la cercanía que ambos compartían. Algo en su interior se retorció de asco ante esa imagen.
—… Yo… todas las noches… salgo... vuelvo por el límite norte…
Draco se mordió una mejilla, al mismo tiempo que Rookwood elevaba las cejas y sus ojos cobraban un brillo que no había estado ahí antes. El rubio rodó los ojos internamente. Nunca antes había visto a ambos sonreír y esperaba que así se quedara toda la vida. Aparentemente, no tenía tanta suerte.
—Draco. —La voz de Theo lo llamó cuando llegó a su lado, sacándolo de su ensimismamiento. Draco se giró, para encontrarlo estudiando sus facciones—. ¿Quieres que te acompañe a…?
—No —lo cortó, adivinando sus pensamientos. Su amigo calló, alzando una ceja—. Yo me voy ahora.
—Pero-
—Me voy. Venía a despedirme de ti. Te veo luego.
Draco se encaminó hasta las chimeneas, dándole forma al plan que tenía en su mente mientras enumeraba las formas más lentas posibles de asesinar a todos los que llegaran a estar implicados. A todos.
Una mano lo agarró justo cuando se marchaba.
—Draco —dijo Theo, sin esperar que Draco se volteara—. Esto ha sido una estupidez, mírate, pareciera que no has dormido desde hace semanas. Tienes que descansar. Tienes que pensar bien las co-
—No me digas qué hacer —espetó él de vuelta, al momento en el que se perdía por las llamas.
Draco salió por la chimenea, encontrando por primera vez en días, su casa completamente vacía, exceptuando a los elfos domésticos. Dejó su túnica en los brazos de la criatura que lo esperaba y avanzó, sintiendo de pronto cómo su entorno amenazaba con devorarlo vivo. En cualquier otra oportunidad, iría a ver a su padre, intentaría hablar con él, lo poco que pudiera. Intentar convencerlo de que Narcissa estaba bien y pronto la verían todos juntos, para que reaccionara de una jodida vez. Draco ilusamente había pensado que todo iba a mejorar. Que valía la pena verla cada cuatro meses, porque el día de mañana, la rescataría.
Se agarró las sienes, yendo a su laboratorio para así tomar algo. Algo, cualquier cosa que aliviara su mente, y poder seguir trazando una pauta a seguir.
Cada vez que miraba hacia atrás y veía al Señor Tenebroso asegurándole que Narcissa estaba bien, más cuenta se daba de que había sido un estúpido.
Draco nunca podría perdonarlos, pero por sobre todas las cosas, nunca podría perdonarse a sí mismo.
¿Cómo podía creerle? Su madre… no tenía magia. Eso era algo que requería preparación para lograr, rituales, magia oscura, Draco lo sabía mejor que nadie. Su padre no podía haberlo hecho solo. Y él- él la dejó estar. ¿Acaso ella pensó que Draco la había abandonado? ¿Acaso pensaba que a él ya no le importaba lo que le pasara?
Draco se encerró en su laboratorio con órdenes estrictas de que lo dejaran en paz; aunque no es como si hubiera mucha gente que lo molestaría.
Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo desesperadamente solo que se encontraba.
Prefería no pensar en Crabbe, muerto por casi ocho años. Goyle no estaba ahí casi nunca, yendo y viniendo de los negocios de su padre. Pansy… Pansy se aparecía cuando quería. Blaise le escribía solo de vez en cuando, tanteando terreno y buscando aliados o enemigos en Inglaterra. Y Theo… Theo solo llegaba cuando Draco lo necesitaba, pero tampoco nadaba contra corriente.
Daba igual. No tenía tiempo para eso ahora. Se le había ocurrido algo, tenía un plan que lo ayudaría a vengarse, eso era lo importante.
Draco se sentó, comenzando a juntar las cosas que ocuparía para lo que deseaba hacer: una capa de invisibilidad, una varita que mantenía oculta del resto, y una poción, solo por si acaso. Repasó mentalmente los hechizos que lanzaría, y estuvo a punto de marchar, cuando la puerta de su laboratorio se abrió de par en par y una mujer de cabello corto ingresó, sin pedir permiso, seguida de un elfo que se jalaba las orejas.
—¡Señorita Pansy! ¡Señorita Pansy!
El rubio cubrió los implementos con la capa de invisibilidad en dos segundos y se giró con una expresión mortífera. ¿Tenía que aparecerse cuando nadie la llamaba?
—Hola, Draco.
Draco examinó su apariencia. Vestía siempre elegante, con túnicas oscuras y sombreros pomposos, pero ese día se veía un poco más desecha. Tenía los ojos rojos, el maquillaje algo corrido y sus ojos estaban turbados; parecía haber llorado y haber venido hacia allí sin premeditación. El rubio se cruzó de brazos, ignorando al elfo que se quejaba atrás esperando recibir un castigo.
—Déjanos —ordenó, apiadándose de él, y el crack instantáneo le hizo saber que había sido obedecido.
La mujer avanzó entonces hasta plantarse al frente de la mesa, tomando el anillo que Draco le había regalado años atrás entre sus dedos y llevándolo a su pecho, mientras lo observaba.
—¿Cómo estás? —preguntó, en un tono extremadamente empalagoso, ese que usaba cuando eran niños. Draco entornó los ojos.
—¿Qué quieres? —espetó.
Pansy levantó una mano para intentar tocarlo. Draco se alejó de forma inmediata.
—Quiero saber cómo estás…
Por un momento, Draco consideró decirle todo. Desahogarse con ella como lo hacían en la juventud, pero los años habían creado una brecha entre ambos que cada vez se hacía más y más profunda. No sabía qué era, no sabía por qué, solo que Pansy ya no le inspiraba la misma confianza o el sentimiento de pertenencia que alguna vez. Quizás era porque ambos habían vivido cosas muy diferentes, al final.
Pansy aún vivía en un mundo de fantasías y creía que el régimen de el Señor Tenebroso era lo mejor que le había pasado a la humanidad.
—No me voy a matar —respondió, arrastrando las palabras—. Listo, ahora puedes irte.
Pero ella no lo hizo, en cambio, volvió a acortar las distancias, rodeando la mesa para así ponerse frente a él, suspirando una vez más.
Draco sabía que aquella conversación no iba a hacer ningún bien.
—Draco —dijo con lentitud, como si lo quisiera preparar—, Draco, estoy aquí por-
Se interrumpió a sí misma y algo le decía que él no iba a soportar escucharla. Draco cerró los ojos, aferrándose a la mesa hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
—Draco —repitió Pansy, tomando una respiración honda—. Traerán a… traerán... ya determinaron la causa de muer-
No.
—Cállate —soltó en un jadeo, apartando la mirada.
Pansy se quedó en silencio unos segundos, para ignorarlo nuevamente.
—La traerán en unas horas-
—¡Cállate!
El grito fue lo suficientemente fuerte para detenerla de intentar tocarlo otra vez. Pansy bajó la mano.
¿Pueden dejarme en paz? Solo déjenme solo, joder.
—No podían localizarte —explicó ella, en voz baja—, por eso estoy aquí.
Eso lo hizo fruncir el ceño, pensando con un céntimo más de claridad. Después de todo, nada le aseguraba que Pansy no sabía nada, que era inocente. A sus ojos, nadie lo era, no en ese momento.
Joder, qué estaba pensando. Pansy no era siquiera capaz de planear una vestimenta. Necesitaba dormir.
—Draco… —murmuró ella, volviendo a acercarse—. Draco…
—No me toques.
Sabía que moría por darle un abrazo, de prestarle un consuelo que Draco no quería. Draco no quería abrazos. No quería palabras bonitas. Quería ser dejado jodidamente solo.
—Háblame- —prácticamente rogó.
—Pansy. Déjame solo, por favor.
Ella no se movió, reacia a escucharlo, cómo siempre. Si Pansy no obtenía lo que quería, no era feliz. Pero eso no era un puto juego, y Draco sentía que explotaría en cualquier momento.
—Por favor —repitió él.
Alzó la mirada para ver cómo la mujer apretaba los labios, debatiéndose si marcharse o no. Draco endureció el gesto, y ella dio un paso atrás, pero no lo suficientemente lejos.
Pansy se pasó una mano por la cara, corriendo aún más su maquillaje siempre perfecto.
—Déjame recibirla —dijo de pronto, su voz quebrándose al final. El rubio encajó la mandíbula—. Déjame- déjame a mi planear su ceremonia.
Draco no quería hablar de eso.
—No.
Ella pareció sorprendida, dando otro paso lejos.
—¿No? —preguntó. Luego añadió aún más dudosa—: ¿Lo vas a hacer tú?
—No —respondió tajante, levantándose hacia el estante donde guardaba sus frascos para así tomar una poción relajante, dándole la espalda—. La enterrarán en la cripta familiar y ya. Ésta noche.
Draco tomó uno que tenía un líquido amarillo claro, sirviendola en un vaso con agua, con movimientos bruscos y pesados.
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella a sus espaldas, casi como un susurro.
Draco dejó caer el vaso que se estaba llevando a la boca, sintiendo la rabia volver a arremolinarse en su interior. Sabía lo que se venía.
—Lo que escuchaste, Pansy. No va a haber- no-
—¿Cómo puedes decir eso? —lo interrumpió, comenzando a sobresaltarse.
Draco cerró los ojos, antes de girarse y enfrentarla de lleno. Pansy estaba en el mismo lugar donde la había dejado, poniendo la expresión que usaba cada vez que estaba a punto de iniciar una pelea. Su boca entreabierta y sus ojos aún más achinados.
—Es tu madre —repitió ella, haciendo énfasis en las últimas palabras.
Draco apretó el vaso.
—Y por lo mismo-
—No se merece eso. ¿Acaso sientes algo allí dentro? Cissy merece- merece una ceremonia. Merece una despedida-
Draco dejó el vaso encima de la mesa con un ruido sordo, para así apuntarla, comenzando a perder completamente los estribos.
—¡No te atrevas a decirme eso! —exclamó, haciéndola callar—. No te atrevas a decirme a mí qué merecía mi madre o no.
—Te lo diré, porque parece que no lo recuerdas —replicó Pansy, casi con asco—. Narcissa merece que la lloren. Merece que respeten su muerte.
Sintió cómo algo se rompía dentro de él.
—Fuera.
Pansy no se movió.
—Draco —insistió, con sus ojos llenos de lágrimas—, merece un funeral.
Cada músculo de su cuerpo se tensó.
—Pansy. Vete.
—Merece que todos podamos decirle adiós. Merece que tú puedas verla una última-
—¡SAL!
Draco botó al suelo todos los frascos vacíos del estante y golpeó la mesa una vez más, sacando su varita y apuntándola con ella. ¿Cómo…? ¿Cómo se atrevía? Pansy no tenía derecho de- no tenía derecho de decirle esas cosas.
Cómo si él no las supiera. Cómo si no tuviera claro que Narcissa merecía eso y más. Cómo si no supiera que su madre merecía estar viva. Merecía estar ahí con él.
La expresión de Pansy cambió a una de miedo, y retrocedió, cerrando la boca. Desde que eran niños, Draco jamás le había levantado la varita, no más que en situaciones de bromas. Pero ahora, toda su pose delataba amenaza.
Y Draco no era conocido por hacer amenazas en vano; ya no.
—Tú- tú… —comenzó a decir ella, abriendo y cerrando la boca—, tú no…
—¿Quién dice que no?
Pansy se quedó callada un segundo.
—No lo harías.
Draco soltó una carcajada, fría y burlona desde el fondo de su garganta.
—¿No? —dijo, alzando una ceja—. Pruébame.
Pansy aferró con más fuerza su mano enguantada contra su pecho, y se le quedó mirando unos segundos más. Draco no sabía cómo lucía su cara cuando se enojaba, pero se lo habían dicho: toda su piel se volvía irremediablemente roja y su gesto se hacía mezquino, con los labios inclinados hacia abajo y una mueca desdeñosa. Daba igual. Lo que sea que hubiera visto allí, bastó para que Pansy saliera del lugar sin decir una palabra más.
Draco suspiró hondo, y luego pateó una silla, sintiendo una perversa satisfacción al ver cómo se hacía añicos a lo lejos.
Así que no se detuvo allí.
Comenzó a patear y romper todo lo que encontraba cerca a él, con la conversación repitiéndose sin parar en su mente. Su piel comenzó a enrojecerse más por el esfuerzo, y los pedazos de madera que se rompían hacían pequeñas heridas en su piel. No le importaba.
La traerán en unas horas.
Merece una ceremonia.
Una despedida.
Draco reprimió la quemazón de su garganta y dio vuelta un estante, el cuál retumbó contra el suelo, en una mezcla de vidrios y un golpe sordo. Le importaba una mierda en ese momento que hubiera botado alguna poción en proceso para el Señor Tenebroso. Le importaba una mierda todo.
Draco se estabilizó nuevamente, respirando de forma agitada y superficial. La única mesa que no había tocado fue en la que dejó las cosas que usaría más tarde y estaba tentado a hacerla pedazos también.
Céntrate, dijo una voz, que se parecía mucho a una que había escuchado repetidamente en su infancia.
Draco tomó los artefactos bruscamente, comenzando a juntarlos. No quiso dar otro vistazo a la habitación.
—Trevor —llamó, sin fijarse si el elfo aparecía o no—. Deja todo tal cual estaba.
Draco aún temblaba por lo que acababa de suceder, mientras trataba de volver a sus sentidos y distraerse. Olvidó a Pansy. Olvidó a su madre. Olvidó a su padre y al resto de los hijos de puta, y mejor, pensó en el plan: claramente, no podría ser esa noche, estaba demasiado agitado. Pero otro día.
Lo haría otro día.
Ese momento llegó casi cuatro más tarde.
Narcissa fue recibida sin que Draco la viera de nuevo, y fue enterrada durante la madrugada, a pesar de la voz de Pansy y Theo en su cerebro diciéndole que algún día se arrepentiría de esa decisión. El rubio las acalló, sin la intención de pensar en eso más de lo necesario.
Draco se pasó los últimos cuatro días yendo y saliendo de casa, tratando de retomar una rutina. No sabía a quién estaba tratando de probarle algo: la mayoría del tiempo, no había nadie en la Mansión. En los días comunes, antes de que todo pasara, de vez en cuando un integrante del Nobilium (en su mayoría Greyback) pasaba allí a disponer de su biblioteca, o a consultarle algo. Pero desde el incidente, nadie había hecho el intento de acercarse a él. Por respeto, dirían.
Draco pensaba diferente.
Así que aquel viernes esperó a Yaxley.
Patrulló y mantuvo vigilado todo el límite norte entre el mundo mágico y el muggle, esperando que apareciera. Cuando Yaxley habló aquel día en el Wizengamot, mencionó la noche, así que Draco estuvo allí apenas el atardecer llegó, aguardando y rogando para sí mismo que Rookwood no apareciera. Llevaba puesta la capa de invisibilidad y su varita de repuesto en el bolsillo. Nunca había recuperado la que Potter le robó, suponía que lo que quedaba de la Orden la guardaba, por lo que tuvo que conseguir otra además de la varita que usó durante la guerra, la que después ocultó de ojos curiosos y que tenía en sus manos en ese momento.
También en sus manos estaba el paño rociado con la poción somnífera en caso de resistencia, y el vial también, por si quería echarlo encima de Yaxley.
Era el plan perfecto.
La cosa era que… los tipos como Yaxley… creían que lo sabían todo. Habían terminado siendo victoriosos en una guerra y siempre acababan ganando, saliéndose con la suya. Ellos realmente pensaban que eran invencibles y que nadie se atrevería a atacarlos.
Pues se equivocaban.
Por eso, cuando Draco lo maldijo con el hechizo paralizante apenas lo vio aparecer por el lado menos vigilado del límite, y luego lo roció con la poción en caso de que despertara, Yaxley no lo vio venir. No vio venir que Draco lo tomara, los cubriera con la capa, y antes de que alguien los atrapara, los Apareciera a ambos a las afueras de Wiltshire. No vio venir que Draco lo arrastrara por el camino de piedras hasta la entrada de la mansión ajena. Yaxley no vio venir al hombre que lo esperaba, parado justo en la escalinata de mármol, buscando a la lejanía a la persona que las protecciones le habían avisado que se encontraba allí. No vio venir cuando Draco se retiró la capa y arrojó su cuerpo inmóvil a los pies de Theo.
—He traído una ofrenda —dijo de golpe.
La máscara de indiferencia de su amigo estaba en su lugar, pero Draco pudo ver de inmediato cómo sus ojos brillaban y se encontraba… impresionado.
Draco sonrió, y sabía que no era una sonrisa bonita. Theo elevó una ceja, y lo último que pudo decir, antes de que todo se volviera negro fue:
—Ahora puedes llevarme a la Orden.
•••
Draco abrió los ojos con dificultad sintiendo cómo si un camión le hubiera pasado por encima. Tenía todo el cuerpo amarrado y apresado, y estaba pegado a algo rígido, a una… una pared. Pestañeó un par de veces despertando de-
¿Despertando?
¿Por qué estaba despertando?
Lo último que recordaba era… era el secuestro de Yaxley. Era haber ido a la Mansión Nott y haber presentado el cuerpo del hombre a su amigo para que así la Orden supiera qué tan enserio iba con su plan de unirse a ellos.
Recordaba haber visto la impresión en Theo, y aunque su cerebro le gritaba que aquello era algo inusual, o falso, Draco sabía que no era así. Sentirse impresionado por lo que acababa de hacer, era… era- normal. Después de todo, hubo secuestros de Mortífagos antes, sí, pero siempre fueron cargos menores. El Nobilium y el Electis eran un sector de gente extremadamente protegida. Si no hubiera sido porque Yaxley andaba sin preocupaciones por la vida, engañando a su mujer con el ministro, habría sido imposible de secuestrar.
En esos ocho años solo hubo una baja fuera de combate contra los Rebeldes (que ahora Draco sabía que en realidad eran la Orden), y ese era el padre de Theo, porque justo después de aquello, Theo tomó la Marca y su lugar dentro del círculo cercano al Señor Tenebroso.
Theo, la única persona después de la guerra en tomar la Marca y convertirse en Mortífago.
Rondaron rumores, por supuesto, sus dos padres muertos de un día a otro y él ascendiendo de forma repentina eran una coincidencia muy grande, pero Draco nunca preguntó. Nunca, hasta ese momento, se había preguntado siquiera qué tan peligroso era Theo. Qué lo había hecho tan valioso a los ojos del Señor Tenebroso y para ser espía de la Orden.
Hasta que lo había aturdido y lo había llevado hasta allí sin que él lo notara.
Draco abrió los ojos por completo, enfocando bien por fin lo que había a su alrededor. Era una sala oscura y hecha de piedra, ladrillo, no lo sabía con exactitud. El estilo parecía antiguo, y el lugar bajo tierra. Un calabozo, suplió su mente. Draco no se sentía especialmente sorprendido, era lo lógico, ¿no?
Entonces, desvió su vista al frente, y lo que vio le quitó completamente el aliento.
A unos metros más allá, un grupo de cinco personas se paraba, mirándolo. Draco suprimió un escalofrío. Todos menos Theo, apoyado en la pared y de brazos cruzados, ocupaban máscaras. Máscaras que se asemejaban al rostro de un ave. Eran oscuras, lo bastante oscuras para perderse en la noche; y todos los ojos tras los agujeros parecían estar mirándolo fijamente con desprecio. Todos excepto unos, los de la mujer más alta. Su ojo izquierdo parecía estar cubierto por una tela, como si ya no estuviera allí.
El resto usaba ropas aún más oscuras que la suya, y los únicos brazos al aire eran unos blancos, cubiertos de pecas y cicatrices que no podrían corresponder a más que un Weasley. Y si adivinaba bien, la chica a su lado, con el cabello corto pero aún así esponjoso, no podía ser otra que la sangre sucia.
O sea, que frente a él, estaban los amigos de Potter. Aquellos que no habían sido vistos desde hacía muchísimo tiempo. Draco no los había visto en ocho años.
Pero no era eso lo que estaba haciendo su sangre hervir.
No era eso lo que hacía su corazón saltar como loco en su pecho, o su magia revolotear en su interior. No era eso lo que lo tenía boquiabierto y completamente pasmado, sintiendo por primera vez cómo un par de lágrimas se arremolinaban en sus ojos.
No.
Porque estaba sintiendo algo, lo estaba sintiendo, y ni sus sentidos eran tan inteligentes como para engañarlo de esa manera. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y sintió cómo encima suyo alguien le echaba un balde de agua fría.
Siempre había sido capaz de sentirlo. El aire parecía hacerse más denso y la habitación vibraba alrededor de él, por lo poderoso que era. En sexto año, cuando el imbécil acosador lo estaba espiando en el vagón, fue capaz de dictaminar en gran parte dónde estaba bajo esa ridícula capa invisible gracias a su magia. En séptimo, con su rostro desfigurado en la Mansión, Draco sabía quién era, gracias a su magia. Él creía que en la puta vida volvería a percibirlo. Porque era imposible.
Era imposible.
¿No?
Con el corazón hecho un puño, sus primeras palabras para toda esa gente salieron casi como un susurro.
—Potter.
El aire pareció cortarse y hacerse más pesado, y todos comenzaron a mirarse unos a otros, inseguros de qué hacer. Pero los ojos de Draco se habían enfocado en una de las esquinas, aparentemente vacías para el resto del mundo, pero no para él. La fuerza mágica y magnética se encontraba allí, la firma que se sentía como madera y fuego era inconfundible.
Soltó un suspiro tembloroso.
—Te siento. ¿Eres tú? —dijo, con la garganta apretada, hablando de forma directa hacia esa dirección—. Estás aquí, o yo he perdido totalmente la cabeza.
Sintió a Granger y Weasley intercambiar una mirada, mientras el hombre a un lado de la mujer del centro abría la boca, seguramente para tranquilizarlo, o negarlo.
A pesar de que el resto de las personas parecían decididas a hacerle creer que la última opción era la real, Draco no despegó sus ojos de aquel rincón; y prontamente, éste dejó de ser un rincón cualquiera.
De un momento a otro se convirtió en cabellos negros desarreglados, ojos verdes mordaces, pero menos pasionales, menos intensos de los que tenía en sus recuerdos. Barba, hombros tensos, ojeras y un hombre que Draco no reconocía.
Que no reconocía en absoluto.
La respiración se atascó en su garganta, mientras sentía que la sangre se convertía en fuego, y la rabia familiar subió como un pique, en escala. Draco apretó la mandíbula, enterrando sus ojos grises en aquellos verdes, que siempre se colaban en sus pensamientos aunque fuera de forma inconsciente.
No podía ser. No. Podía. Ser.
Era… el puto imbécil había muerto. Él lo había visto morir. Por años, había creído que las esperanzas se habían desvanecido cuando él dio su último respiro. Años culpándose a sí mismo por no haber hecho nada. Su mamá estaba en prisión gracias a Potter. Y Draco solo podía pensar en lo egoísta, egocéntrico y cobarde que era, ocultándose allí mientras el resto del mundo… mientras el resto…
Mientras él hacía lo que hacía.
Draco apretó los dientes, negándose a creer lo que estaba frente a sus ojos. Se sentía al borde de un colapso mental.
Porque Harry Potter estaba jodidamente vivo.
—Tantos años, Malfoy —dijo él, con una voz ronca que no parecía ser parte de su persona.
El azabache hizo la capa a un lado, entregándosela a Granger y caminando hasta él. Draco se sacudió en sus cadenas, sintiendo unas ganas gigantes de escupirle al desgraciado, porque no podía ser posible. Tanto tiempo…
Potter sonrió, una sonrisa amarga y desdeñosa que no era propia de él; porque Potter era bueno y altruista y jodidamente honorable. Se paró justo frente a Draco, a unos centímetros de su cara y habló hacia sus espaldas.
—Denle el veritaserum.
