No sé si hace falta aclararlo, pero de todas maneras aviso que los interludios son pequeños vistazos al pasado, para así entender el mejor el curso de la historia y explicar cosas para que queden más claras3

Espero les esté gustando:)

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Cuando la Orden abandonó la Batalla de Hogwarts, Draco no sabía qué estaba pasando.

La única cosa que recordaba de aquel día eran los gritos; los gritos, el fuego, la muerte de Crabbe, y el hecho de que Harry Potter fue a morir al Bosque Prohibido y luego, (oh, sorpresa), sobrevivió al Avada Kedavra de Voldemort.

Draco también recordaba la desesperación de no poder encontrar a sus padres para salir de ahí. No reconoció ninguno de los cuerpos que se amontonaban a sus pies, pero si veía los emblemas, el color de las Casas. Niños, adolescentes. Todos muertos. Recordaba haber oído a lo lejos cómo alguien gritaba que uno de sus compañeros, de los grandes luchadores del otro bando, había muerto, y una llamada masiva de Minerva McGonagall a abandonar la lucha. Recordaba a aquel gigante idiota huir mientras gritaba, y los sollozos. La ventaja casi absoluta que los Mortífagos tenían. La rendición del lado del bien. Lo recordaba porque era tan… impropio. Los Gryffindor no abandonan las peleas, las resisten hasta el final.

Él, a sus veinticinco años, aún no sabía qué era lo que los había hecho retirarse.

Draco todavía podía ver a Narcissa con claridad en su memoria, quien se había quedado paralizada al ver a la Orden huir. Recordó haber grabado los rasgos de la mujer, y atesorarlos en un valioso lugar de su mente. Tenía marcado en su cabeza la impresión del rostro de su madre, cómo luego su expresión pasaba a una determinada, y cómo de pronto, llevaba la mano hasta su varita apuntando a sí misma, pronunciando palabras que Draco no alcanzó a distinguir.

Y se acordaba tan bien, porque aquel día, fue el último día que la vio en libertad.

Luego de aquello, el Señor Tenebroso se proclamó vencedor, aunque aún hubiera peligro ahí afuera, aunque Potter siguiera vivo. A los ojos de todos, el bando del Elegido se había rendido y ahora ya no quedaba más que oscuridad y destrucción.

Y entonces, todo se volvía borroso en su cabeza.

Sabía que su madre estuvo en los calabozos de la Mansión Malfoy los tres meses que le siguieron al término de la batalla, gracias a haberlos traicionado, mintiendo y diciendo que Potter estaba muerto en el Bosque; lo recordaba solo porque pensó muchas veces con rabia y vergüenza que eran nuevamente prisioneros en su propio hogar, que nunca dejarían de serlo.

Sabía que hubo torturas (por supuesto que hubo torturas) por parte del resto de los Mortífagos ante su fallo y debilidad. Sabía que su padre no hablaba ya mucho. Sabía que en su casa estaban apresados sus ex compañeros, gente que vio en los pasillos y clases de Hogwarts cada día. Aún podía oír los gritos de Lavender Brown encadenada a una mesa mientras se divertían con ella, turnándose para "romperla" en dos. Aún podía escuchar a Dean Thomas rogar que lo mataran, amarrado en cuatro patas mientras obligaban a Draco a mirar lo que le hacían.

Los pensamientos de él en ese tiempo eran solo de súplica, de que por favor Potter y su bando encontrara una forma, una manera de que todo aquello acabara. Al menos en ese mundo serían despreciados, pero no usados de forma cruel. Draco solo quería que todo acabara y el "bien" triunfara de una maldita vez.

Pero aquello nunca pasó.

Tres meses después de la Batalla, Voldemort fue capaz de apresar a Potter intentando cruzar la cuarentena mágica con rumbo a Francia. Lo mantuvo por un día entero en una jaula en el lobby del Ministerio, exhibiéndolo a la gente, mostrándoles cómo lucía la debilidad y humillando al héroe que todos creían que era. Y cuando ya nadie soportaba más, lo torturó lo suficiente para que cuando diera el golpe final, Potter no fuera capaz de defenderse.

Y Draco había mirado.

Recordó haber rogado para sus adentros que alguien apareciera para salvarlo, cualquier cosa. Que la ayuda mágica llegara. Pero también sabía la gran masacre que fue la Batalla de Hogwarts para ese bando. Y toda la gente que mataron después… estaría impresionado si quedaban aún algunos de ellos en el país. Los Mortífagos tenían toda la ventaja, todas las de ganar, y aún así, esa pequeña parte irracional de su cerebro pensaba que como siempre, Potter tendría la suficiente suerte para evadir la muerte una vez más.

Hubo un intento de rescate, pero fue neutralizado casi al acto, matando a las personas con un Avada Kedavra apenas aparecieron. O quizás Draco lo había imaginado todo. Daba igual, porque toda su atención estaba puesta sobre el chico a los pies del Señor Tenebroso. Todos sus sentidos respondían a él.

El total de los Mortífagos lo rodeaban, y la mayoría, incluso su padre, pedía a gritos por la vida del muchacho. El único que estaba muerto de miedo era Draco. El único que estaba callado y rogando para sus adentros que algo sucediera y lo salvara, era él.

Por favor.

Que viva.

Que se levante.

Que lo venza.

Recordó cómo sus ojos verdes se enfocaron en él, y cómo Draco observó pasar toda su historia en algún rincón de su mente. El día que se conocieron; cada maldito momento en el que lo superó; cuando Draco lo buscaba para molestarlo; cuando le fastidiaba ser opacado por él. El torneo, los partidos, sexto año. Todo.

Y por fin se dio cuenta que no solo no quería que Potter muriera porque era la única esperanza que le quedaba.

Sino porque era inconcebible imaginar un mundo sin él.

Siempre había estado ahí, aunque fuera de fondo. Siempre. Draco despotricó en su contra, Draco llegó a pensar que la pura existencia del chico era nada más que para hacerle la vida imposible. Pero al final del día, todos se habían ido; Crabbe había muerto, todo había cambiado, y Potter… Potter era una constante en su vida.

Recordó haberle deseado la muerte incontables veces. ¿Y por qué? ¿Por qué había hecho eso? Eran niños. Eran dos niños que estaban jugando a ser adultos y que llevaban en sus espaldas guerras que no le correspondían.

Qué desperdicio de tiempo.

Ahora todo se había acabado. ¿Y por qué mierda se sentía tan… incorrecto? ¿Cómo si le estuvieran quitando una parte de su vida? Draco lo insultó tantas veces, lo humilló, al mismo tiempo que era humillado de vuelta. Pero jamás quiso… jamás pensó-

No importaba ya, no mientras el Señor Tenebroso avanzaba hasta quedar a unos metros de la jaula del muchacho.

Por favor.

Que viva.

Que se levante.

Que lo venza.

Que me salve.

Draco contuvo el aliento. El Lord levantó la varita.

Y entonces el rayo verde cruzó el Ministerio.

Absolutamente todo se sumió en un silencio, atosigante y peligroso, y el cuerpo inmóvil del chico quedó tendido en su lugar. Como si nunca hubiera existido. Curiosa, la manera en que la vida de una persona era borrada de forma tan abrupta, sin que nadie hubiera podido hacer nada al respecto.

Draco ahogó un grito, sintiendo cómo el último rayo de sol se apagaba, y moría como moría él.

El héroe.

Vaya pedazo de mierda.

Voldemort no fue tan estúpido aquella vez. Revisó cada signo vital del muchacho él mismo, además de Cruciarlo hasta decir basta, y por si fuera poco, cortar su cabeza con un Diffindo para luego levantarla, que todo el mundo la mirara y aclamara la victoria.

Y Draco observó. Draco observó desolado, mientras su estómago se hacía un nudo y quería devolver la poca comida que había comido en meses. Su cuerpo se llenó de horror y por la espalda le recorrió un sudor frío, mientras seguía mirando la grotesca cabeza ensangrentada de Potter, sintiendo que perdió algo. Algo, que realmente nunca tuvo, porque Potter no era su amigo, ni siquiera podría considerarse enemigo para ese punto. Potter no era nada para él, más que su sombra, (¿o él era la sombra?), y aún así...

Su mente iba a mil por hora, intentando hallar en alguna parte de su cerebro una manera de sobrevivir en ese mundo. En un mundo donde el Señor Tenebroso podría hacer y deshacer a su antojo. Era un niño en ese momento, no muchos meses atrás recién había cumplido los dieciocho; pero desde ese día, Draco tuvo que aprender a ser un hombre.

Quizás fue ahí cuando todo comenzó a irse al carajo.

O eso pensaba.

Ocho años después, aquellos ojos verdes feroces lo estaban mirando con la misma fijeza y determinación del primer día que le vio.

Pero esta vez ya no había miedo, o desesperación. Draco se sentía incapaz de sentirlo. Ahora no quedaba más que confusión y una búsqueda entre sus recuerdos para entender qué mierda estaba sucediendo y cómo carajos Harry Potter estaba vivo.

•••

Cuando la Orden forzó su retirada de la Batalla de Hogwarts, Harry no sabía qué estaba pasando.

Murió en el Bosque Prohibido aceptando su destino, y luego retornó… retornó para ganar ¿no? Así funcionaban las cosas. Así funcionaba el mundo ideal. Él volvía a la vida, ganaba la batalla final dándole la victoria a su gente, crecía, se convertía en Auror, se casaba, formaba una familia y era feliz.

Eso era lo que todos esperaban.

Pero las cosas no sucedieron de esa manera.

Harry fue llevado al patio de Hogwarts luego de su "muerte"; oyó el discurso de Voldemort en los brazos de Hagrid, oyó cómo Neville era torturado, y esperó, con el corazón latiendo con fuerza contra su caja torácica, el momento en que debía actuar. Sintió lo que pasaba a su alrededor, la gente desesperada, sus amigos aún llorando por él.

Y, justo en el momento en que se preparaba para moverse y mostrar que seguía vivo, los gigantes, los centauros y demás criaturas llegaron a la pelea, sacándole un momentáneo suspiro de alivio. Era la hora.

Pero entonces, también fue en ese instante en el que Neville sacó la filosa y brillante espada del Sombrero Seleccionador, y, antes de que Harry pudiera gritarle que se detuviera, que aquello no haría ningún bien, el muchacho ya estaba atravesando sin dudar a Bellatrix Lestrange por el estómago.

Desde ahí todo se volvió un caos, y las cosas empezaron a pasar demasiado rápido.

Con la muerte de Bellatrix se armó un escándalo que Harry aprovechó para ponerse su capa y alejarse, y así volver a pelear. Se volteó hacia donde Hagrid lo había tenido entre sus brazos para acabar de una buena vez con Voldemort, cuando vio cómo éste, enfurecido por la muerte de su sierva más leal, apuntaba su varita hacia Neville.

Y lo asesinaba a sangre fría.

Cuando el cadáver del muchacho cayó al suelo con un ruido sordo, Harry miró con horror, con los gritos de fondo, que su sacrificio en el Bosque Prohibido no había funcionado y que la protección de sangre que intentó expandir por la gente de Hogwarts, al menos la que le importaba, era inválido.

Nadie estaba a salvo.

El suelo tembló, mientras los centauros y los gigantes entraban a la batalla, pero nada de eso importaba ya. La sensación de victoria que había acompañado a Harry estaba muriendo lentamente.

—¡HARRY! —Escuchó gritar a Hagrid, más alto que todo el bullicio—. ¡HARRY!... ¿DÓNDE ESTÁ HARRY?

Harry tenía ganas de vomitar, una sensación de entumecimiento y frío que hasta ese momento jamás había experimentado lo llenó, sintiendo que todo se iba al carajo. Atizaba maldiciones a los Mortífagos que se cruzaba, quienes no lo veían venir, pero estaban perdiendo, estaban siendo masacrados. Una rabia ciega lo invadió y Harry se quitó la capa para luchar, para continuar peleando y acabar con ese hijo de puta malnacido; que viera que aún no había ganado.

Y entonces llegaron Ron y Hermione.

Harry los miró unos segundos, en los que el mundo pareció congelarse a su alrededor. Estaba tan contento de verlos. De verlos vivos y bien. Sus amigos pasaron por millones de emociones al encontrarlo: sorpresa, felicidad, alivio, y nuevamente preocupación.

Entonces, Ron habló y el hechizo se rompió.

—¿Estás vi-?

El ojiverde abrió la boca para contestar, pero fue rápidamente cortado.

—¡Harry! —exclamó Hermione, interrumpiendo cualquier conversación que pudieran tener al respecto, tomándolo del brazo mientras ella y Ron lo arrastraban lejos—. ¡Eso para después! Me alegro de que estés vivo y todo, pero, ¡no está!

La mente de Harry no descansaba, formando pensamientos que no se conectaban entre sí, mientras todo se resumía en un caos a su alrededor. La gente corría, los Mortífagos atacaban, Voldemort buscaba su cuerpo.

Harry se separó abruptamente del agarre de sus amigos y los miró a ambos con los ojos desorbitados.

—¿Qué?

Ron miró también lo que estaba pasando en el mundo que los rodeaba, y Harry pudo ver el momento exacto en el que su amigo veía a Neville en medio del lugar. Sin voltearse, podría describir la imagen. El muchacho tendido en el pavimento con la cabeza ladeada, sus ojos vacíos e inertes; aquellos que una vez se mostraron tan amables y dispuestos. Harry quería asesinar a alguien, pero estaba demasiado cansado.

—¡No está por ningún lado! —prosiguió Hermione, ajena a su debate mental—. ¡No está en el castillo! ¡Nagini no está!

Algo horriblemente pesado se instaló en la boca de su estómago.

—¡Por supuesto que está!dijo Harry, sintiendo que iba a vomitar, mientras recordaba la Casa de los Gritos—. ¡Ella mató a…!

La última vez que la vio, Nagini había desgarrado la garganta de Snape, en la Casa de los Gritos. Pero luego… luego- Harry cerró los ojos un segundo. Nagini no había estado con Voldemort luego. Nagini no estuvo con él en el Bosque Prohibido. Nagini dejó su lado. Nagini- Nagini no estaba. Harry no recordaba haberla visto.

Abrió los ojos, sintiendo cómo sus esperanzas cada vez se hacían más y más pequeñas.

—Mierda…

Hermione y Ron comenzaron a arrastrarlo lejos de la lucha, al mismo tiempo que atacaban a los Mortífagos que trataban de acercarse a ellos. Harry quería pelear también, quería desquitar su rabia, pero aquella sensación de vacío se estaba expandiendo mientras recordaba, mientras intentaba convencerse a sí mismo de que Nagini estaba ahí. De que tenía que estar ahí.

Harry cerró los ojos, tratando de sentirla. Pocas veces había hecho eso antes, nunca había querido tener nada que ver con Voldemort y su estúpida conexión, mucho menos con volver a estar viendo el mundo a través de la serpiente. Pero en ese momento, sería útil, en ese momento…

Sin embargo, Harry no veía nada. Donde antes hubo al menos un pequeño malestar al pensar en Voldemort, ahora solo existía su propio pánico al darse cuenta de que Nagini había desaparecido. Voldemort la tenía escondida quizás en el puto fin del mundo.

—¡Mierda! —gritó, raspando su garganta—. Nunca lo he intentado- pero… creo… Perdí- perdí la conexión. Cuando morí.

Hermione se giró para mirarlo con preocupación e intriga, mientras Ron la imitaba, sin saber realmente de qué estaba hablando. Claro, Harry no les había dicho aún que, oh ¡genial! Era un Horrocrux. Y sinceramente, no quería hablar de aquello ahora.

El moreno les hizo una mueca y ambos se voltearon a tiempo, guiándolo al Gran Comedor donde la gente continuaba peleando. Ese tema podía esperar.

Su muerte. Había muerto. Estuvo en la estación con Dumbledore.

Harry no podía rendirse así, no podía. Tenía que haber algo que se pudiera hacer. Voldemort debía morir incluso cuando Nagini estuviera viva, ¿verdad? Era solo un Horrocrux.

Solo uno.

Desesperado, dio vueltas, agitando su varita en contra de los enemigos. Por el rabillo del ojo notó cómo Ron y Hermione gritaban algo a McGonagall, que parecía un aviso, pero Harry no podía prestarles atención. No podía.

Entonces Voldemort lo vio a él.

Lo percibió gritar, comandando órdenes a sus seguidores, pero no tenía tiempo para eso, debía encontrar a Nagini. Eso era lo primero, eso era… Voldemort y su intento de asesinato iba a tener que esperar, porque de nada servía pelear contra él, si era prácticamente invencible.

Harry lanzó un escudo protector que sirvió para sí mismo y Ron junto a Hermione, para que ella los Apareciera en otra esquina de Hogwarts. Juntos comenzaron su búsqueda.

Harry empezó a correr. A medida que avanzaba por los pasillos de su escuela se hacía cada vez más presente que su intento de protección no había funcionado. Los Mortífagos llevaban una ventaja enorme, despedazando a sus compañeros, a sus amigos, a niños. Michael Corner acababa de caer y estaba desgarrándose a sí mismo la piel en la zona de su rostro. Parvati Patil era sacudida de un lado a otro, golpeando su cuerpo contra cada muralla, muriendo lentamente al desangrarse y perforar sus órganos internos mientras los Mortífagos reían. Los rayos verdes iban, venían, y Harry no podía hacer nada. Intentó, pero la gente estaba siendo asesinada a montones y él no podía hacer absolutamente nada.

¿A qué volviste?

Casi podía sentir a Voldemort tras él, intentando encontrarlo, pero Harry estaba centrado en su misión. Recorrieron cada puta esquina del maldito castillo, cada rincón, sala, u oscuridad en la que la jodidaserpiente podría estar. Pero no.

No estaba. Nagini no estaba en ninguna parte.

Fue un segundo; un segundo de distracción, en el que Harry se permitió sentir la derrota y frustración entrar por cada poro de su cuerpo, cuando Voldemort se materializó a su lado abajo de la oficina del director, y lo tomó de los brazos, Apareciéndolos a ambos en el Gran Comedor mientras las caras de horror de Hermione y Ron eran lo último que Harry veía, antes de ser arrastrado por la oscuridad y aquella sensación de vértigo.

Harry no sabía por qué no podía recordar bien los momentos que le siguieron a ese. Debería ser lo contrario, ¿verdad? Pero no.

Años después, todos comentarían lo impresionante que fue, lo poderoso que se vio, y él no podría recordarlo. Solo sabía que apenas tocó suelo firme, vio que la batalla aún no terminaba y se separó de Voldemort. Luchó, esquivó, todo se enfocó entre Voldemort y él. Harry quería matarlo, quería acabar con su reinado del terror, pero en el fondo, sabía que era imposible.

Y ahí vino la retirada.

La gente estaba muriendo, no importaba qué hiciera, había cadáveres por todos lados y un olor a miedo que llenaba sus fosas nasales. Si Nagini no estaba en el castillo, no tenía sentido quedarse allí.

O eso se decía él cada noche cuando se iba a dormir.

No había nada que se pudiera hacer. ¿Verdad? Ya nada. No-

McGonagall empezó a llamar a la deserción, mientras él a su vez pedía que siguieran luchando, que no se rindieran. Lo rogaba. Pero para ese punto, ya nadie le prestaba atención porque la gente estaba aterrorizada, Apareciéndose lejos lo más rápido posible.

Harry vio cómo Voldemort se enfurecía al saber que su idea de ganar con todas las de la ley se desvanecía; y sin pensarlo dos veces, cuando éste alzó su varita para impedir que siguieran huyendo, Harry canalizó toda la rabia que sentía y conjuró un Protego: tan poderoso, que se extendió por la mitad del Gran Comedor, cubriendo a la gente que escapaba y a él mismo.

Que pudiera hacer algo así quizás tenía algo que ver con las varitas, después de todo. No lo sabía. En ese momento, lo único que pensaba era que ya no quería más. Que necesitaba que la gente dejara de morir.

Que por favor dejaran de morir.

Justo antes de que sintiera que ya no podía aguantar y que colapsaría, alguien lo tomó de la espalda, y dos segundos después, estaba siendo arrastrado nuevamente. Lejos. Muy lejos del olor a sangre y derrota.

Llegaron a un campo abierto, con más gente de la Orden y personas que estaban luchando en Hogwarts. Si hubiera estado en sus cinco sentidos, Harry habría preguntado cómo era que llegaron ahí, y hubiese prestado más atención. Pero no podía. Era tanta la desolación que solo quería marcharse y que todo acabara ya.

Por el rabillo del ojo, notó cómo la gente se movía, desesperada. Algo de "hechizos rastreadores" llegó a sus oídos mientras lo tocaban y le hacían preguntas que sus oídos no captaban. Harry quería vomitar; deseaba nunca haber regresado.

Alguien lo tomó de las caderas, y otra mano se posó en su brazo, en el momento en que levantaba la mirada y veía a Ginny; preciosa a pesar de la tierra y la sangre que la cubrían, mirándolo con esos ojos que decían que nunca habría más que admiración para él de su parte.

—Creí que habías muerto —dijo ella, mostrándose infinitamente aliviada, mientras lo tomaba y lo tiraba en un abrazo. Harry se dejó llevar unos segundos por la familiaridad y comodidad—. ¿Cómo has hecho eso? —preguntó cuando se separaron, con la impresión palpable en su voz.

Harry dejó de escuchar el pitido ensordecedor en su oreja, al mismo tiempo en que Hermione y Ron se sumaban a la discusión, impacientes por hacer tantas preguntas acerca de lo que sucedió, de su muerte, de todo. Como el resto del mundo.

—¿Qué? —replicó Harry, parpadeando un par de veces.

—Conectar así sus magias —insistió Ginny.

Harry se rascó el cuello, con el cansancio comenzando a hacer mella en él. Simplemente quería tirarse al suelo y hacerse un ovillo, dejar de pensar por un par de horas.

Hermione intervino, preocupada.

—Dijiste que perdiste la conexión.

Harry se fijó en ella, desenfocado, y cerró los ojos intentando concentrarse. Intentando entender. Probar un punto. O no. No lo sabía.

—Ábrete —murmuró.

Volvió a abrir los párpados, para encontrar a sus tres amigos mirándolo con diferentes grados de desconcierto. Harry suspiró, no queriendo hacer eso ahora.

—¿Aún puedo…? —preguntó, apartando la mirada.

Ron fue el que contestó.

—Sí.

Bueno, genial. Aún podía hablar pársel. ¿Qué mierda significaba eso? ¿Aún existía algún tipo de lazo? ¿Voldemort sería capaz de encontrarlo entonces?

Nada de eso tenía ni un mínimo de sentido.

Debimos haber ganado.

—La parte de V-

—¡No lo digas! —saltó el pelirrojo, cubriendo su boca, y Harry maldijo, recordando que el hechizo tabú continuaba vigente. El que señalaba la dirección de quien quiera que dijera la palabra "Voldemort".

El tiempo que siguiera vivo, no podría decir ese nombre otra vez sin arriesgarse a que los encontraran.

Ron se alejó, mientras Harry suspiraba.

—La parte de Tom que estaba dentro de mí ha muerto —dijo Harry, corrigiendo su error y sintiéndose cada vez más y más ausente—. Quizás- quizás…

Era una de esas cosas que no tenían explicación.

O quizás sí.

No sabía.

Hermione ahogó un jadeo y el chico se dio cuenta de que aún no les contaba aquello. Aún no les contaba acerca de sus padres, de Voldemort, de la estación. Ellos no sabían nada acerca de que albergó una parte de Tom por casi diecisiete años. Y no quería. Harry solo quería desaparecer, volver al lugar blanco y brillante y jodidamente tranquilo.

Un súbito mareo lo arrolló, siendo nuevamente consciente de los sollozos y los gritos del grupo de gente que los acompañaba. Los heridos. Los muertos. Harry se llevó una mano al estómago, comenzando a temblar.

—Yo creo que lo que sucede es que te han subestimado mucho —intervino entonces McGonagall a sus espaldas, con voz fría y tajante. Los chicos se giraron para poder verla: nada en su expresión delataba que acababa de suceder la catástrofe del siglo—. Y todo esto es fruto de tu propia habilidad. Ahora, tómense de las manos y saldremos de aquí en unos segundos.

Obedecieron, a falta de algo que hacer, y comenzaron a formarse distintos grupos de personas, mientras que en cada uno se ubicaba alguien de la Orden. Kingsley desapareció con siete, unos metros más allá de ellos, y McGonagall se situó en su propio grupo, que lo componían básicamente solo sus amigos. Luna tomó la mano de Ron, y Seamus la de Luna, todos con la piel pálida y la alegría habiendo abandonado sus cuerpos por completo.

—Hablar pársel fue una habilidad adquirida por… él —murmuró Hermione en su dirección mientras se mordía el labio, pensando—. Pero tal vez ha quedado en tu persona como parte de ti.

Sabía que su amiga necesitaba enfocarse en algo más, intentar resolver acertijos como una forma de sanidad mental. Una manera de no perder la cabeza. Ahora mismo, no podía seguirle el juego.

Harry miró al frente, encogiéndose de hombros.

—Me da igual.

Y era verdad, no podía hacer que le importara el cómo o por qué había pasado lo que pasó. Ni lo del pársel, ni lo del súper Protego. Seguramente sucedió porque él era el Amo de la Varita de Saúco y… algo había pasado entre las lealtades. Pero tampoco podía encontrar la fuerza para sacar el tema y explicarlo al resto. Harry no quería pensar. No quería continuar ese día de mierda.

Lo último que vio cuando bajó la vista y McGonagall les Apareció, fue la mano que tomaba con fuerza la de Hermione: entre las dos palmas se aferraba una varita de espino, con núcleo de pelo de unicornio. Una varita que le respondía como suya.

La varita que hubiera derrotado a Voldemort.

Para cuando Harry abrió los ojos nuevamente, habiéndolos cerrado de forma instintiva por el tirón de la Aparición, estaban en un túnel. Era de piedra, y parecía viejo, lejano, iluminado nada más por unas cuántas antorchas en las paredes. Oyó a Hermione preguntar dónde estaban y la respuesta escueta de McGonagall: bajo el Bosque Prohibido.

A unos metros arriba, estaban los Mortífagos.

Y Harry nunca se había sentido más inútil.

¿Para eso había regresado? Él podría… podría estar con sus padres en ese momento. Podría estar con Sirius y el profesor Lupin. Podría estar descansando al fin. Pero no. Había vuelto a pelear una guerra que no podía ganar.

¿Para qué? ¿Cuál era el punto?

Harry se frotó los ojos cuando uno de estos comenzó a doler y a palpitar, sacándose sus lentes y arreglándolos instintivamente con un hechizo. No había notado que estaban tan rotos.

El resto de las personas llegaron de a poco mientras Harry y los demás esperaban con toda la calma que se podía tener en aquella situación. Nadie le había hablado al menos, pero podía ver la impaciencia que irradiaban, así como la tristeza. Ginny se reunió con su familia, todos en un círculo, y Harry recién allí se dio cuenta que ni siquiera tuvieron el tiempo adecuado para llorar la muerte de Fred.

Que no habían podido llevarse su cuerpo.

Muerto. ¿Cuántos más? ¿A cuántos otros no pudiste salvar?

Un estrépito lo sacó de sus pensamientos de golpe, viendo cómo a lo lejos, un grupo de personas intentaba sostener y neutralizar a una mujer. Todos gritaban, y blandían sus varitas, mientras que ella solo soltaba alaridos inteligibles y forcejeaba. Por un momento, Harry pensó que los Mortífagos los habían encontrado, y que debían volver a pelear, porque Bellatrix estaba allí, seguramente reclamando más sangre.

Entonces recordó con amargura que Bellatrix estaba muerta, y que Neville estaba muerto, y que era imposible que aquello fuera así.

Corrió hasta el final del túnel, sin importarle si el resto de la gente lo seguía o no, sacando su varita cuando se plantó frente a las personas.

—¿Qué haces acá? —exclamó confundido, haciéndose oír por encima del ruido de la gente.

Todos lo miraron al segundo, levantando las manos mientras soltaban a Andrómeda Tonks, quien apenas lo vio, acortó la distancia entre ambos y se aferró a las solapas de su ropa, respirando pesadamente. La mujer se encontraba totalmente fuera de sí, su pelo estaba desarreglado y todo en su aura denotaba desesperación. Harry se inquietó de solo verla. No lucía normal.

—Tengo que volver —susurró temblorosamente a un lado de su oreja.

Harry miró al resto. Eran un grupo de cuatro personas, personas del Ministerio, suplió su mente, que lo miraban cómo si él tuviera la más mínima idea de qué se supone que debían hacer ahora.

—La tuvimos que arrastrar hasta acá —explicaron, a una pregunta muda—. Se resistía a ponerse a salvo.

Harry asintió, tratando de ignorar a la mujer al frente suyo que parecía al borde del colapso.

—Está bien —respondió, retornando su vista a Andrómeda—. Pueden ver al resto, yo hablo con ella.

Ellos se miraron unos a otros, dudando, aunque prontamente se alejaron dejándolos a ambos al final del pasillo. Andrómeda temblaba, y sus ojos además de reflejar locura, ahora también los teñía el miedo.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry, sintiendo nuevamente esa presión en el pecho—. ¿Dónde está Teddy?

Andrómeda parpadeó una vez.

—Muerto.

Algo se rompió dentro de Harry.

—Todos. Todos muertos.

Cerró los ojos, dejando que los nombres hicieran mella en él. Sabía acerca de Remus, vio su cadáver después de todo. E infería lo de Tonks, luego de la charla que habían tenido con el profesor en el Bosque Prohibido con la Piedra de la Resurrección. Remus se había limitado a decirle que ahora estaba en paz, que ahora todos estaban en paz. Pero no… Teddy

Aún no cumplía el año de vida.

Merecía vivir. Merecía vivir en un mundo donde Voldemort no ganara y sus padres estuvieran vivos.

Y todo es tu culpa.

—Volver —dijo Andrómeda, interrumpiendo sus pensamientos. Harry enfocó su visión en ella, que cada vez parecía más y más frenética—. Matar- tengo que volver.

Y entonces, la mujer se soltó de Harry, intentando huir en dirección contraria. El muchacho sacó su varita, apuntando a ella y aturdiéndola de la forma más sutil posible en dos segundos. Fue un instinto, pero sabía que había hecho lo correcto. Andrómeda estaba mal, estaba más allá de "mal". Toda su familia había muerto y ella había quedado sola. Quería venganza.

Suspirando, y con un hechizo no verbal, hizo levitar su cuerpo mientras la llevaba de vuelta al grupo. Quizás no fue la mejor forma, pero necesitaba tranquilizarla para así ponerlos a todos a salvo. Luego podría hablar con ella, intentar hacerla entrar en razón. Y si no él, alguien más. Otra persona más sensata.

Pero Harry no sabía que esa sería de las últimas veces que la oiría hablar tanto.

Poco después que él volviera a unirse a las personas que esperaban para seguir adelante hacia el refugio, el grupo se completó, y comenzaron a avanzar cabizbajos por el túnel, que a su vez se conectaba a otros. Caminaron y caminaron, hasta que McGonagall se ofreció a tomar la delantera y Kingsley decidió tomar un descanso casi al final de las filas, posándose a un lado de Harry. Al llegar, intercaló su mirada entre la mujer que iba por sobre sus cabezas, y el chico.

Por unos minutos, ninguno dijo nada.

—¿Cómo…? —preguntó Harry de pronto, tratando de aclarar la duda que llevaba rondando su mente desde que vio a Andrómeda. Kingsley se giró a él, alzando las cejas—. ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Estaba en la batalla?

Kingsley asintió una vez, aclarando su garganta.

—Sí. Supongo que- torturaron a Ted para encontrar la casa de los Tonks. No había muerto como pensábamos. No lo sé. —Hizo una pequeña mueca, agregando con tristeza—: Me imagino que encontraron su casa cuando Nymphadora ya se iba a la batalla; por eso nunca llegó. Quedarse en casa a ver cómo todos arriesgaban su vida sería impropio de ella.

—¿Por qué…? —dijo Harry ignorando el último comentario, porque dolía demasiado pensar en ello—. ¿Por qué querrían saber la ubicación de la casa de Andrómeda? ¿Qué podría querer el innombrable de ella?

—Se filtraron nombres de personas que pertenecían a la Orden mientras ustedes estaban en… su misión. Y pensaban que te escondíamos en nuestras casas. Nunca lograron allanar ninguna, por supuesto, excepto la de los Weasley luego de la boda de Bill y Fleur —explicó, mitad ausente, como si estuviera sacando sus propias conclusiones—. Ted era el guardián de la casa de los Tonks, aunque Andrómeda le había pedido que eso no fuera así, él insistió porque el Registro de Nacidos de Muggles ya lo buscaba y no quería ponerla en peligro. Si Andrómeda era la guardiana, quién-tu-sabes la habría buscado al enterarse… porque lo más seguro era que terminara sabiéndolo, después de todo, siempre creímos que había un espía en la Orden, ¿verdad? —Harry sintió la sensación de vacío hacerse más y más grande aún—. Alguien debió reconocer a Ted en algún campamento, y se lo llevaron para así extraer información sobre tu paradero y lo torturaron hasta que dio la ubicación. Probablemente Andrómeda logró escapar cuando llegaron a su casa, poco antes de que se supiera que estabas en Hogwarts. Llegó al castillo prácticamente cuando ya todo acababa.

Por alguna razón, Harry sentía que el ser golpeado y pateado habría sido más suave que saber todo aquello, que tener que procesar y entender en su cabeza que Tonks y Teddy habían muerto porque lo buscaban a él. Que Ted había sido torturado para así poder encontrarlo.

Su garganta se cerró, y sus ojos comenzaron a lagrimear, mientras sin siquiera darse cuenta, se quedaba parado e inmóvil, con la gente pasando a su alrededor y Kingsley mascullando que él se encargaría de Andrómeda de ahí en adelante. Las paredes comenzaron a hacerse pequeñas, y aquello no podía ser. Las cosas no podían acabar así. No podían. Tantas muertes en vano.

Y por él.

Porque Voldemort lo había elegido a él.

Sintió cómo una mano lo sujetaba y lo prevenía de darse de bruces contra el piso. Harry reconoció el cuerpo de Ron, alto y fuerte, sirviendo de soporte para que sus rodillas no cedieran.

—Tengo que regresar —dijo Harry, tomando un hondo respiro.

Alzó la vista, para encontrar que su amigo lo miraba con una expresión de profunda lástima.

¿Cuando Ron lo había mirado así antes?

—Tengo que matarlo —insistió.

—Harry, no puedes. —Suspiró él—. Mientras Nagini viva, el único que morirá eres tú.

Mierda.

¡Mierda!

Harry sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba y soltó un quejido, un quejido que luego se transformó en un grito, luchando con todas sus fuerzas para no colapsar. No caer. Porque no todo estaba perdido, no todo podía estar perdido, se rehusaba a aceptarlo.

Ron lo apretó más contra su cuerpo, obligándolo a avanzar, mientras el ojiverde miraba a su alrededor. Todas las personas tenían aquel gesto abatido, la decepción impresa en sus facciones. El corazón de Harry se hundió, al notar que Hagrid no estaba ahí. Que muchos, muchos con los que había reído, había compartido, y había visto cada maldito día por seis años seguidos, no estaban.

Y ya nunca más estarían.

Pasaron a un lado de Molly, quien iba afirmada de Arthur, murmurando palabras hacia él, éste último llorando de forma silenciosa.

George ni siquiera parecía estar presente.

—Fred, falta Fred —decía la mujer, una y otra vez—. Falta mi hijo… Arthur, falta- falta Fred. Ve a buscar a Fred. Falta mi Fred...

Se alejaron, aún escuchando su balbuceo, y Harry solo quería quedarse inconsciente. Que alguien lo despertara de esa maldita pesadilla.

Porque sabía que todos estaban muertos por su culpa.

A medida que sus ojos se cerraban, se prometió a sí mismo que se vengaría de Voldemort, que haría lo que estuviera en sus manos para matarlo. Para cortarlo en pedacitos. Hacerlo pagar por cada vida que tomó.

Iba a asesinar a ese cabrón.

Con el paso de los años, aquella promesa era lo único que lo mantenía en pie a veces. El saber que Voldemort, estaba allá afuera, vivo, y él tenía que esconderse.

Porque Harry intentó decir que su ejecución pública fue una puta farsa, pero nadie le creyó. Que el muchacho desconocido al que le dieron poción multijugos y que había muerto en su lugar en el Ministerio, era nada más que otra pieza en el juego de ajedrez que Voldemort tenía.

La gente que trataba de anunciar que sobrevivió, era asesinada.

Harry estaba seguro de que Tom ganó esa ronda, completamente seguro. Mantenerlo muerto a los ojos del mundo era una forma de someter a la gente, mientras ambos buscaban a Nagini en las sombras. Porque hasta donde sabían, finalmente, Nagini también desapareció de la vista del mismo Voldemort. Él no la escondió durante la Batalla. Nagini desapareció. Y nadie sabía cómo.

Más gente se unió a la Orden luego, intentando derrocar el gobierno de miedo; y murieron, y murieron, y murieron, y algunos aún esperaban la muerte.

Sin embargo, a pesar del peligro, el número de personas que se habían sumado dispuestos a, si no matar a Voldemort, tirar todo su mandato desde la raíz, hacían que la victoria podría llegar a ser posible. Quizás.

Pero Harry sabía la verdad.

La victoria podía ser posible, sí.

Siempre y cuando supieran dónde carajos estaba Nagini.

Casi ocho años después, tal vez la respuesta acababa de llegar a él, de la mano del hijo de Narcissa Malfoy.