Tw: descripción gráfica de sangre y violencia
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Poco antes de que se cumpliera un año de la Batalla de Hogwarts, ocurrió un hecho que cambió a Harry.
Para siempre.
Ocuparon esos casi doce meses para tratar de neutralizar bases de Mortífagos, de atacar eventos públicos, de hacerle ver al mundo la farsa de su muerte, pero la mayoría de los esfuerzos terminaron siendo en vano. Eran muy pocas las personas de su bando que sobrevivieron a la Batalla; definitivamente no las necesarias para enfrentarse nuevamente a un combate abierto contra el séquito de Voldemort, que no hacía más que aumentar desde que se hizo con el poder. Y además de todo, ellos no podían ganar adherentes porque su funcionamiento como bando estaba oculto. Cada vez que Harry se mostraba en público y la gente lo veía, lo anunciaba en cada medio posible, y aquello solo terminaba en ejecuciones públicas y explicaciones detalladas en El Profeta acerca de que eran un grupo de Rebeldes que quería desestabilizar su sociedad con mentiras y engaños sobre Harry Potter.
Harry no quería rendirse, pero… ya no sabía qué más hacer.
Habían intentado buscar información acerca de sitios donde Voldemort pudiera tener a su serpiente y así acabar con ese asunto por las sombras y lo más rápido posible, sin embargo, no había nada. Lo único que lograban al hacer ataques sorpresa eran bajas para su bando. Las pocas personas que reclutaban solían ser antiguos simpatizantes de la Orden que no participaron de la última Batalla, y no espías deseosos de colaborar con ellos; por lo que no tenían sospechas acerca de dónde podría encontrarse Nagini, o de cuánto era el monto de gente completamente fiel a Voldemort.
Hasta que llegó Maia.
Maia era una mujer bellísima, descendiente de los Snyde, una familia sangre pura leal al Señor Tenebroso. La línea pura de los Snyde había acabado, y Maia, de los pocos miembros vivos que quedaban de la familia, era mestiza y estaba huyendo. Harry junto a un pequeño grupo habían salido un día a estudiar las barreras que los separaban del mundo muggle, para así buscar comida luego de que las reservas que habían en la base comenzaran a agotarse, cuando Ginny la vio. Estaba delgada, débil, y caminaba de forma errante por el límite de una de las protecciones. Ginny se acercó de inmediato, notando que estaba en peligro mortal, que había sido Cruciada hasta el cansancio, e insistió en que fuera llevada a la base de la Orden para ser curada.
Cuando le preguntaron qué había pasado, dijo que el círculo cercano de el Señor Tenebroso había estado en su casa, que hablaron con sus padres y los habían obligado a entregarles a su prima Merula, quien estaba bajo el cuidado de su madre después de que los papás de Merula fueran a Azkaban y hubiesen muerto allí, poco antes de que el Lord ganara; y que Maia había escuchado todo desde fuera de la habitación.
Por meses, su familia estuvo investigando cómo salir al mundo muggle y perderse allí. Pero no pudieron, porque las barreras mágicas que los aislaban de ese mundo, estaban diseñadas para que nadie sin autorización pudiera cruzarlas. O sea, solo los que tuvieran permiso de Voldemort podían salir al mundo muggle. Dijo que después de semanas y semanas de estudios solo lograron concluir que se necesitaba de una magia muy poderosa para abrir un pequeño hueco en la barrera y así poder pasar, y que además de todo, se necesitaban siete magos en total para completar el ritual. Cuando los Mortífagos se enteraron de esa investigación, mataron a sus padres y a Merula, y luego casi la mataron a ella, pero alcanzó huir. También dijo, que otra de las razones por las que su familia nunca intentó reclutar gente para escapar, es que no encontraban ningún punto seguro para disolver las barreras. Todas las salidas que usaban los Mortífagos para ir al mundo muggle estaban completamente vigiladas, y la peor, era la del pueblo de Hangleton.
Harry escuchó su relato con atención, fijándose en solo dos cosas: había una forma de salir al mundo muggle y ellos necesitaban encontrarla.
Y la otra, era que Voldemort tenía en vigilancia el pueblo donde los Ryddle y los Gaunt vivieron. Harry lo recordaba.
En Hangleton estaba la Mansión Ryddle.
¿Por qué elegiría ese sitio para delimitar el mundo mágico del muggle? Porque quizás ¿era un punto débil, y fácil de penetrar?
En un principio no lo entendió.
Entonces, luego de semanas y semanas en vela, dándole vueltas a la información que Maia había dado, llegó a una conclusión.
Voldemort estaba ocultando algo en esa casa.
Harry habló con McGonagall de aquello, y su antigua profesora lo escuchó, sin descartar la idea de inmediato. Harry sabía por qué lo hacía: no tenían muchas opciones, y debían agarrarse de lo poco que encontraran. Estaban desesperados. Luego, ella y Kingsley habían tenido una reunión junto a Hermione, y entre los tres decidieron que, o lo intentaban, o en un par de meses morirían por inanición. Además podrían encontrar una pista.
Los túneles bajo el Bosque Prohibido, donde ellos se encontraban, eran una base peligrosa, y de todas formas, inteligente. Hogwarts estaba lleno de secretos, y así como Salazar Slytherin tenía su Cámara, Rowena Ravenclaw tenía un refugio, en caso de que los magos tuvieran que ocultarse alguna vez de una guerra contra los muggles. Cuando Hogwarts se creó, estaban en la época de las hogueras, y tenía sentido que los fundadores quisieran resguardarse de cualquier peligro.
La entrada se ubicaba en las mazmorras del castillo, tras una pared, y constaba de un pasillo principal, que luego se conectaba con decenas de otros pasillos, con pequeñas puertas en las paredes que daban a salas. Había un gran número de libros en ellas, baños en otras, y habitaciones individuales. Finalmente, se llegaba a un gran espacio común, donde los colchones estaban puestos en hoyos de las paredes, y en el centro un comedor grande se erguía. McGonagall sabía de su existencia desde que era una simple alumna, gracias a una lectura que encontró en uno de los estantes de Hogwarts, y alertó a Dumbledore sin quererlo luego de una clase. Él retiró el libro de la biblioteca, aunque para ese entonces, McGonagall ya había explorado el castillo y había encontrado la pared que daba hacia el interior. Cuando la guerra empezó, ella alertó a toda la Orden de su existencia, y cuando las barreras Anti-Aparición se desvanecieron durante la Batalla, McGonagall pensó en ese lugar y logró Aparecerlos allí antes de que fuera demasiado tarde.
Los meses venideros a la revelación de Maia, Hermione y McGonagall juntaron la mayoría de libros que estaban en las habitaciones para así encontrar alguna información sobre las barreras, además de la que Maia había dado ya. Mientras tanto, Harry, Ron, Ginny, Seamus y el resto, intentaban ayudar en lo máximo posible. Encontraron cosas que les servían, sí, pero Harry a su vez descubrió un millón de otras, de las que nadie le había hablado. Como que antes, la magia sin varita era lo usual, pero para algunas personas era tan poderosa, que solo le servía una varita para poder canalizarla bien, y de ahí en más se fue haciendo costumbre. O que la creación de un hechizo dependía bastante de la Aritmancia y el estudio de la Alquimia, al saber cómo reaccionaban distintos efectos a la materia. Pero que, después de todo, no era algo tan imposible de lograr como se nos quería hacer ver, y que prácticamente la mayoría de los hechizos que Rowena usaba, eran creados por ella misma.
Harry se preguntaba, a medida que leía, por qué nadie nunca le enseñó eso. Por qué Dumbledore y el resto del mundo simplemente se resguardaron en una profecía. Una simple profecía, que ni siquiera podía ser exacta. Incluso cuando él creó el Ejército de Dumbledore había enseñado cosas nimias, cosas que al final, no salvaron a prácticamente nadie. Entendía que quizá no habían querido quitarles su infancia, que no era apto para niños saber que podían crear un hechizo que desangrara a su oponente, pero Harry aún así no lo aprobaba. Incluso los resentía. No eran tiempos para pensar en mantener la inocencia intacta de los niños, no era tiempo de pensar en sanidad mental. Eran tiempos de guerra. Estaban en guerra, nunca dejaron de estarlo, aunque por años creyeron que sí. Si hubieran centrado en enseñarles métodos de supervivencia… si les hubieran obligado a tomar lecciones, si les hubieran enseñado a todos que el mundo afuera era horrible, cruel y asqueroso, quizás habrían tenido una oportunidad.
Quizás no estarían todos muertos.
Efectivamente, como Maia había dicho, Hermione encontró una manera de hacer un agujero en las barreras en la que se necesitaban seis personas y una más poderosa, responsable de mantener su magia canalizada en la protección para que ésta no se cerrara.
Estaba claro que Harry era esa persona poderosa.
Pudo haber sido McGonagall, Kingsley, o incluso Hermione. Sin embargo, desde que la Batalla había terminado, la fuerza mágica de Harry era algo indudable, y habría sido estúpido no encargarle ese papel. Se sentía en cada espacio al que iba, de una manera en la que antes no había sucedido. Hacía crepitar las piedras cuando se enojaba, o encender antorchas cuando se emocionaba. Era algo avasallador, que hacía picar la piel de los demás si no la controlaba.
Cuando ni sus mejores amigos ni su novia habían podido soportar estar cerca suyo en días de demasiado estrés, Hermione decidió investigar qué era lo que estaba sucediendo.
No le tomó mucho darse cuenta de que, Harry Potter, era el Amo de la Muerte.
Harry no lo había creído en un inicio. ¿Él, conquistar la muerte? Pero era así. Nunca renunció a su poder sobre la Piedra de la Resurrección en el Bosque. Le pertenecía. Y, aunque Voldemort no lo supiera, él era el Amo de la Varita de Saúco. Para qué hablar de su capa invisible.
Harry tenía una fuerza mágica que podía cortar cabezas solo con la habilidad del pensamiento.
No la quería, por supuesto que no la quería. Según los estudios de Hermione, como "la muerte" estaba en todas partes, Harry absorbía o pedía prestada la magia del caos y la naturaleza. Era una idea escalofriante, pero era útil. Y si eso sería lo que le ayudaría a no defraudar la gente que confiaba en él, la usaría sin pestañear.
Así que se entrenó, por meses, hasta que fue capaz de deshacer una barrera Anti-Aparición sin apenas pensarlo.
Y al fin había llegado el momento. Ese día iban a ir, e iban a apostar sus mejores fichas. Dudaba que Voldemort mantuviera realmente a Nagini en la Mansión Ryddle, pero quizás encontrarían alguna pista. Y solo por eso, valdría la pena.
Harry guardó la varita en su bolsillo, mientras miraba al grupo que saldría. McGonagall y Kingsley no estaban en duda para ir, tampoco Hermione, Ron y él. Bill había querido sumarse, debido a su conocimiento cómo rompedor de maldiciones, pero Fleur estaba embarazada, y las Veelas eran criaturas extremadamente territoriales así que él no podía despegarse de su lado. Luna había probado ser útil al sentir auras y presencias mágicas, así que también se les uniría, por mucho que a Harry no le gustara la idea. Aberforth era un mago talentoso, que insistió en acompañarlos. Además de Maia, quien quería ayudar con los conocimientos que adquirió acerca de las barreras mágicas con su familia. Ron había insistido en que fueran más personas de las que se necesitaban en realidad, en caso de que algo sucediera, así que Harry suponía que eso era lo que estaban discutiendo en el círculo.
Desvió la mirada hacia la izquierda, para encontrar a Maia y Ginny hablando en el extremo de la mesa. Desde que llegó, se habían hecho muy cercanas. Demasiado. Maia estaba profundamente agradecida con la pelirroja por haberla encontrado, y era casi devota a ella de una forma en la que pocas veces Harry había visto. Casi como su relación con Ron, si pudiera decirse así. Y Ginny la había acogido bajo su protección tal como había hecho con Luna años atrás. Todo el tiempo libre de Gin que no pasaba con Harry o su familia, lo pasaba con Maia.
Sus ojos se movieron hacia al frente de ellas, justo donde Seamus estaba sentado. Se encontraba con la cabeza gacha, y su mirada completamente enfocada en el plato. Casi siempre se veía así, esos días. No quedaba nada del chico risueño que solía ser, efusivo y pasional. En cada arruga de su cara había un rastro de la guerra, de cansancio. Tenía una cicatriz en el brazo, una quemadura hecha durante la Batalla que obtuvo para salvar a Dean.
Harry no era tan idiota- sabía que la razón del cambio de ánimo de Seamus, además de no haber podido salvar a su padres, era que no tenía idea de qué pasó con Dean luego de eso. Harry lo recordaba, recordaba cómo la primera navidad que pasaron bajo tierra, Seamus le rogó que por favor lo rescataran, que haría lo que fuera necesario. Y luego una semana después cuando fueron con hechizos desilusionadores a ver qué sucedía en la superficie, un artículo en El Profeta fue publicado, informando sobre los nuevos esclavos de los miembros "respetados" de la sociedad mágica. Y Dean estaba en esa lista. Como si hubiera estado ahí para provocarlos, burlarse y recordarles quiénes eran los ganadores.
Luego de eso, Dean había desaparecido del mapa.
Seamus pensaba que estaba vivo aún. Harry no tenía el corazón para decirle que lo más probable era que no, que nadie afuera que los hubiera apoyado de forma tan abierta había sobrevivido realmente, menos gente sin antepasados sangre pura, nacidos de muggles o gente incapaz de comprobar que no lo era, como Dean quien ya había sido su prisionero. No podían haberlos matado a todos, por supuesto, pero a los cuantos que tomaron como esclavos… Harry dudaba que Voldemort se molestaba en mantenerlos con vida aún.
Reprimiendo un suspiro, se levantó de la mesa para encaminarse hacia donde Hermione y Ron estaban cuando Ginny llegó de pronto, casi botandolo de un abrazo.
—¿Qué…?
Ella se separó para sonreírle. Tenía un montón de pecas que Harry quería besar sin parar, y una sonrisa muy linda, la verdad. Harry hizo un esfuerzo para poder sonreírle de vuelta.
—Te veías muy distraído. Sabes que no me gusta verte distraído —dijo Ginny bromeando. El moreno alzó una ceja.
—¿Así que tu plan fue… botarme?
—En efecto.
Harry la tomó de la cintura, negando mientras la miraba a los ojos. En esos momentos, Ginny era la única que parecía sonreír y traer vida a los lugares que pisaba. Harry siempre la había visto así: cómo una luz en medio de la oscuridad. Había gente que solo- era de esa forma. Sin siquiera pensarlo, o quererlo, eran capaces de alegrar a los demás.
—Nos vemos luego —dijo él, pasando un mechón por detrás de su oreja. Ella frunció el ceño.
—Mmm, ¿no? Iré contigo.
La respiración de Harry se atoró y un sentimiento de pesadez se alojó en su pecho.
—No.
Fue el turno de Ginny de elevar una ceja.
—No me mandas.
Harry bufó. Merlín, no eso otra vez. Cada vez que él deseaba hacer algo para protegerla, Gin se ponía de esa manera. Cómo si el propósito de Harry al decirle que se abstuviera de ponerse en peligro, era tener control sobre ella.
—Es peligroso.
—Hermione y Ron van también —dijo encogiéndose de hombros—. No veo el problema.
—Es-
—¿Diferente? —lo interrumpió Ginny con aire peligroso—. No te atrevas a decir eso.
Era diferente. Ginny era una bruja talentosa, de eso no había duda. Y volaba excelente. Pero no había pasado por las cosas que Ron y Hermione habían pasado. Había sobrevivido a un año en Hogwarts, sí, pero se vio enfrentada a batallas directas en menos ocasiones y tuvo que huir en muchas menos. Harry no deseaba que algo le sucediera porque no estaba lo suficientemente preparada aún.
—No tiene sentido que vayas.
—Va mi hermano, dos de mis mejores amigas, Maia y tú —espetó ella—. Tiene todo el sentido del mundo.
Para Harry no pasó desapercibido cómo Maia y él estaban en una categoría aparte. Un pequeño nudo se formó en su interior, acompañado por el sentimiento de frustración que le causaba que Ginny fuera tan terca. Harry la soltó, cruzándose de brazos.
—Tendrás que hablar con McGonagall, Kingsley, Ab-
—Ya lo hice —lo cortó ella.
Harry se acarició la frente, justo encima de la cicatriz. A veces estar con Ginny era tan… desesperante. Hermione le había dicho repetidas veces que se debía a que eran demasiado parecidos, cosa que se comprobaba en cada discusión que tenían. Y Harry no podía culpar a Ginny por ello, no cuando sabía que Hermione estaba en lo cierto y que su novia reaccionaba de la misma forma que él lo haría. Solo… le habría gustado que las cosas fueran más fáciles. Se suponía que debían ser más fáciles.
—Ginny…
—Voy a ir, Harry. —Ginny dio un paso atrás—. Te guste o no.
Harry se la quedó mirando unos segundos. Una de las cosas que más le gustaban de ella era que- era tan… fuerte. Tan determinada y feroz. Nada la tocaba, no realmente. Una de las cosas que más valoraba de Ginny era que nunca lloraba, sin importar el por qué. Lo hacía sentir fuerte a él.
Que creyera que era invencible también era una de sus peores cualidades.
Harry se alejó entonces, molesto y negando. Si ya estaba todo hablado y todos estaban de acuerdo, no había nada que él pudiera hacer. Eso no significaba que le tenía que gustar. Por el rabillo del ojo, notó cómo Maia volvía a acercarse a Ginny y la abrazaba, mientras hacía un gesto con la cabeza.
Harry creía que durante esos días se entendían mejor que ellos dos.
—Tú eres la única que entiende… —oyó cómo Ginny le decía, a medida que Maia peinaba su cabello.
—Tienes suerte de que siempre estaré aquí —le respondió ella, con esa suave voz que la caracterizaba—. Ven, vamos a prepararte. Cuidaré de ti.
El moreno se mordió la lengua, alejándose lo suficiente para dejar de oírlas. Le gustaría poder entenderla mejor, poder apoyarla de la misma forma en que Ginny le apoyaba a él.
Pero no podía.
Se acercó a Kingsley en cambio, quien discutía los últimos detalles del plan con McGonagall. Ellos debían decir unas palabras en latín, y luego cortar sus palmas mientras se tomaban de la mano formando un círculo para anclar sus magias y hacerlas más fuertes. Harry era el soporte. Harry era el que debía estar en medio del círculo para canalizar y dirigir el poder hacia la barrera y ayudar a romperla. Entonces, parte de su magia debía estar concentrada en mantenerla abierta mientras hacían lo que debían hacer al otro lado. Entrarían al mundo muggle con hechizos desilusionadores y en escoba –las escobas que habían encontrado allí abajo– y luego ingresarían a la Mansión Ryddle, buscando lo que tenían que encontrar. Que en realidad- no sabían qué era.
Harry asintió a lo que decían, y evitó mirar a Ginny quien también escuchaba todo en caso de que las cosas fueran mal. Harry habría querido que McGonagall o Aberforth Dumbledore se quedaran, en caso de que no volvieran vivos de esa misión, pero necesitaban talento. Necesitaban apostar todo, o morirían de todas formas.
Se despidieron de la gente que debían; los Weasleys estaban pálidos al ver que dos de sus hijos se marchaban, pero ninguno los frenó. Y se pusieron en fila, colocándose las máscaras que habían diseñado para no ser reconocidos, y así salir por el pasillo que cruzaba al otro lado del Bosque Prohibido.
Harry tenía un mal presentimiento.
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El procedimiento por poco falló.
Quizás esa tuvo que haber sido la primera señal.
No había querido descontrolarse, realmente no. Pero una vez que llegaron al lugar, y Harry notó cómo estaba –las casas, los árboles, la separación tan abrupta entre el mundo real y el mágico– era tan obvio que Voldemort había ganado. Todo en su lado era oscuro, gris. Desolado. Y el frío era poco natural para esa época del año… le comía la piel. Hacía hormiguear sus huesos. Harry estaba ahí, y olía la muerte. Sabía que los dementores andaban sueltos. Sentía que en ese mundo nada bueno podría durar.
Y no debía ser así.
Debieron haber ganado. Debieron haber ganado. Se confiaron demasiado, creyeron que podrían ser más inteligentes que Voldemort, y no era de esa manera. No lo era. Que hubiese cometido errores cuando no recuperaba todo su poder no significaba que más de cincuenta años de preparación se hubieran ido a la basura. Harry también era poderoso, pero no había entrenado, no lo suficiente. Y el mundo creyó que por el maldito poder del amor-
La mano de Ron se posó en su hombro, apretándolo.
Harry se obligó a tomar una respiración honda y calmarse. Si no hubiera sido por el recordatorio de que aún debían luchar, por poco habría acabado con todo lo que estaba a su paso.
Todos estaban con las manos tomadas, los cortes de su palma unidos en un círculo y Harry en medio, concentrando su magia en doblar la barrera a su conveniencia. Rompiéndola.
Finalmente, lo logró, una pequeña abertura apareció en la protección, Harry podía sentirla, era lo suficientemente grande para que una persona pasara, así que formaron una fila. Cada uno ingresó sigilosamente, poniendo sus respectivos hechizos desilusionadores. Harrry fue el último, quien se aseguró de que todo estuviera bien. Extrañamente a esa hora de la madrugada los pocos Mortífagos que rondaban por el lugar no habían notado nada extraño.
Quizás esa tuvo que haber sido la segunda señal.
La Mansión Ryddle estaba a varios metros de las barreras, aunque apenas llevaban unos pasos afuera, McGonagall paró de pronto. Todos la miraron con interrogantes en el rostro, mientras ella se giraba, nuevamente en dirección hacia el mundo mágico.
—Siento algo-
Su mirada se desvió hacia la izquierda y levantó una mano, apuntando hacia allí. Luego la bajó, cómo si no pudiera creer lo que veía. Harry siguió el curso de sus ojos, descubriendo que no había más que vacío. Quiso decir algo, pero en su lugar esperó que ella hablara.
—Soy la única McGonagall que queda... —susurró entonces.
Aquello no explicaba nada, por supuesto, pero Harry tampoco lo dijo. Aberforth puso una mano encima de su hombro, haciendo que la mujer volviera en sí.
—Soy la única McGonagall que queda —repitió Minerva, sacudiéndose ante la mirada expectante de todos—. Mi tío… el dueño de la Mansión… ha muerto. Ahora- ahora me pertenece. Y está ahí. Soy la única que conoce su ubicación, está bajo un Fidelius, por eso no pueden verla.
El entendimiento cruzó las facciones de Harry, y asintió. Además del golpe que debía ser darse cuenta que era la única, la única descendiente que quedaba de una larga línea de magos respetados, la casa debía estar completamente abandonada; llena de raíces creciendo por las paredes, y pasto de más de un metro.
—Continuemos —dijo McGonagall, con voz cortante.
Y ellos obedecieron.
Harry caminó por un terreno amplio que era parecido a un campo, viendo cómo el pueblo de los padres de Tom se erguía unos pasos más allá. Sintió una mano engancharse en su brazo de pronto, y cuando miró hacia abajo, Luna estaba allí, mirando todo con grandes ojos soñadores y curiosos.
—¿Sabías que tu magia puede sentirse a kilómetros? —dijo ella de forma conversacional.
Harry alzó las cejas al escucharla, y luego arrugó la frente.
Bueno, sabía que cuando estaba experimentando algo demasiado intenso cualquier persona era capaz de sentirlo, pero en ese momento, ya estaba calmado. Tenso, pero no lo suficiente para que su magia se manifestara como segundos atrás.
Sacudió la cabeza.
—¿Eso quiere decir que podrían encontrarnos? —preguntó entonces, asustado por la idea.
Luna lo observó unos momentos, sin dejar de caminar.
—No, no. Está en el aire, como parte de él. No sabrán que es tuya, y no creo que todo el mundo pueda sentirla. Excepto cuando te enojas. Cuando te enojas hasta asustas a los nargles con tu magia.
Harry suspiró con una pequeña sonrisa. Daba igual las cosas por las que pasaran: Luna nunca dejaría de ser Luna.
—Cierto.
Estaban llegando a la Mansión. En un inicio, el plan era entrar montados en escoba, pero concluyeron que aún no dominaban del todo el hechizo desilusionador para que funcionara bien en el cielo y necesitaban entrar de forma disimulada.
Harry se mordió las uñas, aún pensando en lo que Luna había dicho.
—¿Estás segura de que no sabrán que estamos aquí? —volvió a preguntar. Ella asintió.
—No deberían, casi nadie es capaz de sentir estas cosas —explicó con simpleza—. Ah, quizás por eso la gente no puede ver a los torposoplos.
Harry suspiró otra vez, aceptando la explicación. Luna sentía las auras mágicas y las energías, pero era cierto que la mayoría de las personas no tenían esa habilidad, menos reconocer a quién le pertenecían. McGonagall le había dicho que era algo extraño y que solía darse en almas con afinidades para la medimagia.
Bueno, de todas formas, sería mejor para Harry si la gente sintiera que seguía vivo.
Sacudiendo la cabeza y caminando por unos largos minutos, llegaron al terreno.
Ingresar a la Mansión Ryddle no fue mucho problema. Romper con sus protecciones era pan comido comparado con lo que tuvieron que hacer con las barreras que daban al mundo muggle. Y extrañamente, no estaba tan vigilada cómo habían pensado que estaría.
Esa tuvo que haber sido la tercera señal.
Harry recordaba haber estado allí de forma muy vaga, casi cuatro años atrás a través de sus sueños, pero en realidad no era lo mismo, ni de cerca. La vivienda era pequeña comparada con la Mansión Malfoy, sin embargo, aún así era más grande a lo que Harry estaba acostumbrado en la vida. Tenía un gran salón en el primer piso y pocas habitaciones, la escalera daba a un segundo piso con un gran pasillo y cinco cuartos. Si tenían que encontrar algo, no se demorarían mucho en encontrarlo.
Así que comenzaron a buscar.
Se dividieron en grupos de tres. Aberforth, Maia y Ginny. Ron, Hermione y Harry. Y McGonagall, Kingsley y Luna. Harry apartó a Ginny una décima de segundo antes de perderla de vista, tomándola de la mano con fuerza.
—Ten cuidado —le dijo, entrelazando sus dedos. Ginny le dedicó una media sonrisa. Aún se notaba que quería discutir con él cuando volvieran al cuartel, pero no dijo nada, solo asintió.
—Siempre lo tengo.
Harry suspiró, mirándola a los ojos.
—Lo digo en serio. Necesito que vivas.
—Tú eres el que pasa jugando con la muerte —dijo ella, aún con la sonrisa intacta. Harry le dio una sola mirada de advertencia, haciendo que su novia suspirase—. Lo tendré.
Harry asintió, dejándola ir.
—Mantente viva.
—Lo haré.
Entonces se separaron.
No tenían mucho tiempo antes de que notaran que estaban allí. Harry ya lo sabía, no sería ninguna sorpresa que se dieran cuenta. Aunque esperaba, ilusamente, que aquello demorara lo máximo posible. O que no pasara en absoluto.
Diez minutos después de irrumpir en la Mansión, sus esperanzas se desvanecieron.
Harry estaba buscando en un escritorio… algo, cualquier cosa, cuando una bomba explotó en el piso de abajo, en el patio, y por la ventana notó cómo un humo negro comenzaba a rodear la casa.
Y el pánico se difundió.
—¡Rápido! ¡El encantamiento burbuja! —La voz amplificada de McGonagall se oyó por todas las paredes de la Mansión, alertando también así a los Mortífagos.
Harry conjuró el hechizo sobre sí mismo casi sin pensarlo, mirando al otro lado del pasillo como Maia y los demás ya lo llevaban puesto.
Reconoció la bomba que habían tirado entonces, era conocida como la Muerte Negra: si entraba en contacto con tu rostro, específicamente con tus vías respiratorias, tu sangre comenzaba a hervir. Te hacía expulsar escupitajos sanguinolentos, tus extremidades comenzaban a tornarse negras y morían, casi como si te las hubieran cortado. Bubones negros nacían en toda la piel, que cuando crecían lo suficiente, explotaban, despediendo un olor pestilente y asqueroso. La etapa final de la muerte era el desangrado por cada orificio disponible.
Afortunadamente, los efectos se acababan una vez que el polvo de la bomba se disolvía, que no duraba más de diez minutos. Era difícil de hacer, si algo indicaba que en la mayoría de las veces solo tiraban una sola. Harry había visto morir gente por ella y era un espectáculo doloroso, cruel… un espectáculo que aún lo perseguía en pesadillas.
Corrieron de vuelta al primer piso para así reunirse con los demás. Luego hablarían de qué habían encontrado o no. La misión ya había valido la pena por el solo hecho de que ahora sabían que podían salir al mundo muggle a buscar suplementos, e incluso esconderse allí cuando fuera necesario.
Entonces comenzaron a salir.
Debían hacerlo antes de que entraran a la mansión, tenían muchas más probabilidades de escapar, o ganar incluso, si estaban en campo abierto. Era seguro que los Mortífagos los superaban en número. Y no se equivocó, mientras ellos eran siete, los Mortífagos eran alrededor de quince, y si el símbolo en el cielo y la forma en la que tomaban su Marca indicaba algo, era que prontamente llegarían más.
Harry tragó en seco, tratando de encontrar vías de escape al instante que llegó al patio. Los Mortífagos rodeaban la reja de la entrada, pero eso no quería decir que Harry y los demás no podían convocar las escobas al otro lado de la barrera en un momento dado y así irse. Solo debían encontrar una distracción, o dar la pelea suficiente para que pudieran cerrar las protecciones y perderse en el mundo mágico sin que les atraparan. Harry gritó que se pusieran en posición y aguardó.
Entonces comenzó a atacar.
Harry conjuró Diffindos en todas las direcciones que pudo, viendo así como hacían cortes profundos en sus oponentes, e incluso cortaba algún que otro dedo. La primera vez que lo había hecho no fue capaz de dormir. Luego de la décima ya se había acostumbrado.
—¡ Protego!
Luna a su lado era mucho más apegada a los hechizos defensivos que a los ofensivos, aunque había estado al borde de matar más de una vez. Hermione trataba de usar Expelliarmus todavía y cosas que no causaran tanto daño. Aún no había visto a ninguno de ellos, a ninguno excepto por Kingsley, usar un Avada Kedavra. Matar a alguien con magia negra.
Harry tuvo que haber sabido que en la guerra, era imposible salir con las manos limpias.
—¡ Bombarda!
Apenas fue capaz de lanzarse un escudo encima cuando vio cómo la maldición iba directo hacia donde Aberforth se encontraba junto a Maia. El hombre empujó a la chica lejos, así salvándola y recibiendo todo el impacto del fuego. Fuego que no solo le golpeó, si no que hizo que la burbuja en su cara reventara y el restante del polvo de la Muerte Negra entrara por sus fosas nasales.
Harry contuvo la respiración, viendo cómo Aberforth caía de rodillas, y los horribles efectos de la bomba comenzaban a matarlo. Los bubones negros explotando con líquido amarillo y negro, la sangre bañando su cuerpo.
Ahuyentando el picor de sus ojos y las ganas de vomitar, Harry siguió luchando. No tenía tiempo para llorar su muerte. Aberforth no era el primero en morir en batalla, ni tampoco sería el último. Debía concentrarse en que el número no aumentara de forma innecesaria.
Una luz verde le rozó el brazo, haciéndolo caer hacia la derecha. Harry devolvió un Expelliarmus, sintiendo la varita del Mortífago volar hasta su mano. En esos años los Mortífagos todavía usaban sus máscaras, así que Harry no tenía idea de quiénes eran en realidad, y viceversa; pero si Harry debía inferir algo, era gente más inexperta que de costumbre, o la Orden había ganado más práctica luchando.
Harry vio, con el corazón en la garganta, cómo la burbuja de Luna se reventaba también, pero afortunadamente nada sucedió. El polvo que estaba en el aire se había disipado al fin, por lo que al menos aquello ya no era un problema.
Aberforth. Aberforth ya no podrá saberlo. Si te hubieras esforzado más. Si hubieras reaccionado antes-
—¡ Cruenta caecitas!
El grito de McGonagall cortó el aire en ese instante de manera desgarradora. Harry se giró, notando cómo se agarraba el ojo izquierdo del que no paraba de brotar sangre gracias a la maldición que le había caído. El azabache tragó la bilis de su garganta conjurando un escudo que la protegiera mientras se recuperaba, y hacía algo para evitar que la maldición continuara haciendo daño.
Bastó ese segundo de desconcentración para que un Diffindo por poco le rebanara el cuello a él.
Harry tembló del dolor y se apuntó a sí mismo, murmurando el hechizo de curación. No sabía qué tan grande había sido la herida, pero era grande. Era tan grande que sentía el corte estrecharse por el cuello. Lo había cerrado de forma temporal, pero debían salir de ahí en menos de diez minutos, o terminarían todos heridos.
Muertos.
—¡Retirada! —gritó, para hacerse escuchar por encima de la gente—. ¡ Accio escoba!
El corte sangraba con cada palabra que decía, y más aún cuando se movía. Harry hizo una mueca, llevándose una mano hasta el cuello y manteniéndola allí, sin dejar de atacar. La escoba cayó a sus pies. Bien. Bien, saldrían de ahí. Se montó en ella casi sin pensarlo, viendo cómo a su alrededor todos lo imitaban.
Todos menos Ginny.
Harry se volteó a exclamar que se subiera ya a la suya, que tenían que salir de ahí rápido. Notó cómo Kingsley ya había emprendido el vuelo, llevándose el cuerpo de Aberforth consigo mientras se hacía invisible con el hechizo desilusionador. Harry comenzó a temblar, queriendo que Ginny saliera de ahí rápido. Con él.
Pero Ginny no podía.
Maia estaba sujetándola con fuerza, impidiendo que se subiera a la escoba. Harry estuvo a punto de gritarle que conjurara la suya, que la dejara ir o iban a morir las dos, cuando notó la mirada de la mujer.
Maia lo estaba mirando, y una sonrisa maquiavélica adornaba sus labios.
—¿Maia? —exclamó Ginny, cuando sintió cómo la varita ajena iba directo a su cuello.
Harry esquivó un Avada, mientras conjuraba un escudo lo suficientemente potente para que resistiera todo los hechizos que iban hacia él excepto el mortal. El pánico se apoderó de sí.
Los Mortífagos comenzaron a rodear a Maia, tratando de capturarlo desde el suelo. Harry se estaba alejando de la reja, descendiendo hasta el patio, hasta donde estaba la pelirroja. Ellos formaban una línea y rodeaban a Ginny, dispuestos a capturarlo cuando Harry estuviera lo suficientemente cerca.
Era una trampa.
Todo había sido una trampa.
—Oh, oh, Potter… —llamó Maia, arrastrando a Ginny más lejos de su alcance—. ¿Tienes miedo?
Maia le quitó la máscara a Ginny, arrojándola lejos, y enterró más su varita en el cuello de esta. Todo rastro de chica dulce y desprotegida había abandonado su semblante, siendo reemplazado por amargura y burla. Harry se encontraba desesperado, intentando llegar a Ginny, sin ser capaz de procesar aún la traición.
Los labios de su novia se movieron, e incluso a la distancia, Harry supo lo que decían.
—Maia…
—Ginevra, no creas que no me duele hacerte esto. Fuiste tan linda, tan útil… —dijo ella riéndose—. Creíste cada cosa que te dije.
A lo lejos, Harry oía los gritos frenéticos de sus amigos, preguntando por qué no se movía y exigiendo que llegara hasta ellos. Pero Harry no podía. Harry no podía irse sin Ginny. No.
El sol se apagaría.
—¿Por qué? —dijo la pelirroja, y él podía sentir el dolor en su voz. El desgarrador sonido de la traición comiéndole las entrañas.
Ginny la había cuidado, la había protegido. Harry apostaba a que la había llegado a amar. Aquello debía ser peor, peor que cualquier cosa. Hizo que su corazón se encogiera dentro de su pecho.
Maia sonrió.
—Porque van a perder —respondió con simpleza—. Porque necesito asegurarme un puesto en el bando ganador. Por eso.
A Harry le importaba una mierda las razones por las que era una arpía asquerosa y los había traicionado. Lo importante es que lo había hecho. Los había llevado hasta allí para hacerlos morir, y Harry se iba a encargar de que lo lamentara cada día por el resto de su vida.
—Porque aquí está Selwyn —completó Maia, con una sonrisa escalofriante.
Harry reconoció el nombre. Era el cabrón que había asesinado a Hedwig. Aferró su varita, conjurando un Diffindo hacia un Mortífago que no se cansaba de lanzarle maldiciones, y cortó su mano.
Bien. Eso le daría un poco más de tiempo.
—Todo fue una mentira, todo- —oyó cómo decía Ginny.
—No, no todo. Ellos realmente me querían matar porque fallé en entregarles a Merula, y yo necesitaba otra prueba, algo más que darles —explicó Maia, como quien le explica algo a un niño—. No sabía que Potter estaba vivo, ¿pero qué mejor que el Elegido cómo recompensa?
Harry trató de acercarse más bajando en su escoba al suelo, a medida que los Mortífagos se reunían alrededor de Maia y comenzaban a apuntarlo. Cada vez era más difícil mantener el escudo. Cada vez era más difícil llegar a ella.
—Suéltala —exclamó, esquivando otro Avada Kedavra.
Maia rio, como si verdaderamente le hubiera contado un buen chiste.
—¿Oh? ¿Qué fue eso? No, Potter, tú no das las órdenes aquí —dijo, para luego empujar a Ginny, haciendo que quedara de rodillas y apuntando su varita hacia ella—. ¡ Crucio!
La pelirroja bramó, mientras comenzaba a sacudirse en el piso. Harry sintió el nudo de su estómago hacerse más grande.
—¡Ginny!
—Me gustan sus ojos bonitos, ¿te gustan a ti? —preguntó Maia al aire, haciendo caso omiso a cómo Harry trataba de acercarse—. Creo que debería quedarme uno de regalo.
La tomó del pelo para revelar su cara. Ginny trató de luchar una vez que el Crucio había sido levantado, pero estaba demasiado débil, demasiado-
—¡No! —gritó Harry, cuando vio cómo Maia se sacaba una daga de la túnica.
Ella se acercó a Ginny, ignorando el conjuro aturdidor de Harry que rebotó contra el Protego que tenían encima. Harry ya no sabía qué hacer, cómo ayudarla. ¿Dónde estaba el resto? ¿Dónde…?
Ginny comenzó a gritar.
La daga estaba enterrada en uno de sus ojos.
—Maia- —trató de decirle un hombre, tomándola del brazo.
Harry sentía su magia hormiguearle las manos.
—¿Crees que el otro también lo necesite, Sel? —preguntó riendo, sin hacerle caso.
Harry lo reconoció entonces, incluso bajo su máscara. Selwyn. Selwyn, el hombre por el que Maia había hecho todo eso. Harry se concentró en él.
—¡Maia! —gritó él—. ¡Va a-!
Maia quitó su daga de la cara de Ginny.
El ojo de la muchacha estaba incrustado en ella.
Por un milisegundo, todo lo que Harry pudo hacer fue observar con horror la sangre cayendo por el bello rostro de la pelirroja. Escuchar los gritos ensordecedores. La risa maquiavélica. Harry se aferró con fuerza a su escoba, mientras el mundo se reducía a nada más que eso. A ese momento, donde Ginny raspaba su garganta gracias a los gritos y un fuego subía por su espina vertebral, prácticamente friendo sus músculos.
—Joder —intervino Selwyn entonces con hastío, quitando a Maia de en medio y apuntando a Ginny—. Expulsis visceribus. Diffindo.
Y eso fue todo.
Así cómo así, el interior de Ginny fue vaciado mediante su boca, las vísceras saliendo a trompicones, mientras Harry miraba. Había un ruido a lo lejos, excruciante e insoportable. Y Harry necesitaba que se callara, que el ruido se detuviera porque estaba reventando sus tímpanos.
El ruido era su propio grito.
Eso no podía estar sucediendo, ¿verdad? Ginny le había dicho- le había dicho que estarían juntos toda la vida. Se lo había jurado, y Harry le había creído. Ella le prometió que era capaz de ganar la guerra, que era fuerte. Que ambos podían ser fuertes para siempre.
Pero Harry la vio morir.
Cómo si nunca hubiera existido en primer lugar.
Por un minuto absolutamente todo pareció quedar en silencio, y aquellos segundos fueron los más claros que Harry sintió en la vida. Una brisa le agitó el pelo, los hechizos dejaron de chocar contra su escudo, y los Mortífagos se quedaron inmóviles, viendo el cadáver de Ginny desangrarse a sus pies, degollado.
Cada momento vivido a su lado pasó por su memoria. Su primer beso. El primer partido que habían jugado juntos. Cuando la conoció. El poema que le dio en segundo año. Los mejores días de su vida a su lado. Los abrazos. Las palabras tranquilizantes.
Ginny. Ginny. Ginny.
Y la magia de Harry se volvió monstruosa.
La sintió rugir desde el fondo de su interior, mezclarse y conectarse con todo lo que había a su alrededor. El poder no era completamente suyo, pero Harry había conquistado a la muerte y respondía a él como si lo fuera.
No sabe qué sintieron los Mortífagos en ese momento, no tenía idea. Pero incluso la socarrona sonrisa del rostro de Maia se había desvanecido, y la mayoría dio un paso atrás.
Miedo.
Harry se había hecho un experto en oler el miedo.
No podía decir que no disfrutaba que todos lucían temerosos, temerosos de lo que fuera a hacerles, y que se estuvieran dando cuenta de que lo habían subestimado. Uno de ellos hasta intentó Aparecerse, pero Harry agitó la mano y se lo impidió, cortándole las piernas. Su magia subía, bajaba, y sentía hasta como el viento se movía en sintonía con él. Harry podría secar océanos, podría incendiar el agua si se lo propusiera.
El Elegido elevó la varita y la apuntó a Selwyn.
— Sectumsempra.
El hechizo deshizo el escudo de los Mortífagos como si de aire se tratase.
Entonces, Harry miró con satisfacción cómo la piel del hombre comenzó a abrirse, y la túnica negra a empaparse y gotear. Selwyn se llevó las manos a la cara, quitándose la máscara, mientras nuevos cortes nacían y él trataba de detenerlos con las manos. En los párpados, los labios, el cuello, los dedos, en cada rincón de la piel, sangre brotaba. Harry sonrió, oyendo a los Mortífagos movilizarse nuevamente.
—¡No! —exclamó Maia, sujetándolo.
La ira brotó nuevamente al verla, la magia arremolinándose a su alrededor. Si no fuera por ella, Ginny… Ginny…
Ginny.
Harry apuntó la varita hacia la mujer.
— Sectum-
De pronto, el moreno casi fue botado de su escoba por una fuerza descomunal.
Unos brazos fuertes lo sujetaron, y abruptamente, estaba siendo alejado de la escena. Harry intentó soltarse, pero los brazos eran inflexibles. El pánico volvió a apoderarse de él al mismo tiempo que los Mortífagos comenzaban a perseguirlos.
—¡No! —gritó, volteandose para ver a Ron, con la mirada fija adelante, una mano en su escoba y la otra en él. De todas formas intentó librarse.
—Se ha ido Harry —dijo él, con la voz extremadamente tranquila. No era natural.
Harry negó, conteniendo el grito que quería abandonar su garganta. Porque- porque Ginny… No le había dicho que la amaba, nunca se lo había dicho. No la había besado una última vez. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué había ido? ¿Por qué la dejaron ir?
¿Por qué Harry no lo impidió?
Debió haberla obligado a quedarse. Debió hacerlo. Debió haber peleado y haber llorado y haberle suplicado de rodillas que lo escuchara.
Ginny estaría viva.
—Ginny… —murmuró mientras se alejaban. Su cuerpo seguía ahí, tendido en el pasto.
No parecía ella.
—No es ella. No es ella, se ha ido —repitió Ron, aunque parecía estar diciéndolo más a sí mismo que a Harry—. Se ha ido. Está muerta. Está muerta, Harry.
Harry quería… no sabía qué quería. Quería gritar, quería retroceder en el tiempo. Quería haber podido salvar a Ginny. Quería haber tenido cinco minutos, solo cinco minutos más con ella. Eso era todo- eso era todo lo que pedía.
Cinco minutos.
Harry cerró los ojos, sintiendo la inconsciencia y el cansancio apoderarse de él.
La barrera se cerró.
•••
Esa fue la primera vez que Harry mató a alguien.
Había deseado desesperadamente que fuera la última.
Cuando Harry despertó, lo primero que lo arrolló fue el arrepentimiento, incluso antes que el dolor de las pérdidas. El arrepentimiento de haber matado a una persona, de que había sangre en sus manos. Era tan avasallador, que llegó a sentirse culpable por eso, porque Ginny había sido asesinada, no debería estar lamentando haber cortado en trozos a ese hijo de puta. Debería sentirse feliz, aliviado. Maia sufriría su muerte, así como él lamentaba la de su novia.
Pero no era así.
Harry se mantuvo acostado por unos minutos haciendo nada más que mirar el techo, cuando notó que entraba una tenue luz por la ventana de la habitación.
Aquello lo alertó.
Porque no estaba bien. No debería haber luz. Debería estar oscuro, el cuarto debería ser más pequeño, y sobre todo no deberían haber ventanas. Porque la base estaba bajo tierra.
Harry se levantó, sintiendo el mareo atacar de golpe, y el dolor de la herida de su cuello hacerse casi insoportable. Con un quejido, tomó los lentes del mueble a un lado de su cama y se los puso, agarrando la varita también. Todos sus sentidos le gritaban que se recostara, que necesitaba descansar. El nudo de su garganta pedía a gritos ser liberado, y una parte de su cerebro solo quería hacerse un ovillo y llorar.
Pero no podía darse ese lujo.
Salió al pasillo, intentando dilucidar dónde mierda se encontraba, cuando notó cómo Hermione estaba en la baranda de la escalera, su mirada perdida en el gran salón que se erguía delante de ellos en el primer piso. Ella se giró a él, y por la mirada de su rostro, supo que quería largarse a llorar.
—Hola, Hermione.
Su amiga bajó la cara, enterrando las manos en ella y Harry se puso a su lado sin saber qué hacer. Debería abrazarla, por supuesto que debería hacerlo, dejar que llorara en su pecho; pero Harry se sentía incapaz. Sabía que una vez que cediera al dolor –al dolor punzante que se asomaba en cada músculo, en cada rincón de su persona– no pararía.
Harry no quería pensar en lo que había sucedido.
Era demasiado doloroso.
—Se… —dijo ella en medio de sollozos—. Se llevaron a Luna también.
No.
No.
No. No. No. No.
¿En qué momento? ¿ Por qué? ¿Cómo nadie la vio?
¿Cómo nadie la ayudó?
Harry se agarró del borde, sintiendo cómo cada cosa en la que creía, cada sentimiento, cada esperanza, moría lentamente. Tres. Tres personas habían muerto- porque Luna no volvería. Era imposible. Habían muerto y ya nunca podría revertir lo que pasó. Y no entendía por qué, por qué ellos y no él. Habría tomado su lugar con gusto, con tal de que Luna, Ginny o Aberforth estuvieran allí.
—Oh, Harry…
Hermione fue la que lo abrazó tirándose a sus brazos, y él se dejó. Su cuerpo poco a poco perdió fuerza, al punto en que terminó de rodillas en el suelo, su amiga cayendo con él.
El nudo de su garganta era cada vez más asfixiante, y… ¿por qué? Esa era la única pregunta que se repetía una y otra vez en su cabeza .
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
No supo cuánto tiempo se quedaron así, al borde de la escalera en un lugar que desconocía, Hermione aferrándose a él. Había ruido en otros lugares de la casa, pero Harry no podía… no podía existir más allá de ese abrazo. Una vez que dejara de ser fuerte por Hermione, una vez que tuviera que afrontar el mundo real, debería aceptar lo que pasó. Que Aberforth había muerto protegiendo a una sucia traidora. Que se habían llevado a Luna, y que nadie la ayudó. Que la estaban torturando en ese preciso momento y nadie podía hacer nada.
Que Ginny murió frente a sus ojos, y él no la volvería a ver. Que no volvería a escucharla reír, o a verla volar. Que no volvería a besarla, abrazarla, decirle que la quería. Que no-
—Señor Potter.
Harry levantó la mirada para ver cómo McGonagall le hablaba desde arriba. Tenía los labios apretados y tensos, sus túnicas destruidas, y un vendaje cubriéndole la mitad de la cabeza justo encima de su ojo izquierdo. Harry recordó la maldición entonces, la habían cegado de un solo ojo, y de alguna forma retorcida, deberían sentirse agradecidos de que era algo leve.
—Sígame, por favor —dijo ella.
Hermione asintió, dejándolo ir, y Harry se levantó comenzando a caminar tras ella. Las paredes del pasillo lucían viejas, y la madera crujía bajo sus pies. Aquel lugar era oscuro y muchísimo, muchísimo, más grande que la Mansión Ryddle. Harry no quiso mirar los retratos, que los observaban mientras pasaban y murmuraban entre ellos. Las ventanas estaban cubiertas de enredaderas, haciéndose cada vez más presente lo abandonada que estaba la morada.
La mujer abrió una puerta, y lo dejó pasar. Daba a un despacho. Libros viejos y cubiertos de polvo se encontraban en las repisas alrededor del escritorio, donde Harry caminó, sentándose en la silla frente a la de McGonagall.
Harry la miró entonces. Su cabello negro estaba suelto, peinado de la mejor manera posible de acuerdo a las circunstancias. Tenía las mismas túnicas que había estado usando durante la misión, al igual que él, y el vendaje de su ojo estaba manchado por sangre seca. Si no fuera por todo lo que había cambiado, Harry casi podría haber fingido que estaba en el despacho de la profesora McGonagall en Hogwarts, y que se encontraba a punto de ser reprendido por andar fuera de la cama durante el toque de queda.
Por un momento, ninguno dijo nada.
—Esta es la Mansión McGonagall —habló ella al final. Harry dejó salir el aire que estaba reteniendo en sus pulmones de forma inconsciente y asintió, sin comprender a qué venía aquello—. Será una nueva base.
Harry volvió a esperar a que le dijera por qué le estaba diciendo eso a él. Tenía dieciocho, aún ni siquiera cumplía los diecinueve, no se suponía que él tenía que estar ahí. No se supone que él tendría que estar luchando. Que tendría que estar sufriendo por la muerte- por la muerte-
—Conservaremos la principal, pero gran parte de la gente, para convivir, creo que deberá mudarse hasta acá —siguió ella—. Hay cuartos suficientes para todos, de sobra incluso, hay-
—Disculpe, profesora McGonagall —la interrumpió Harry, con una voz tan distante, que parecía pertenecer a alguien más—. No entiendo en qué me incumbe todo esto.
Ella alzó una ceja. Harry recién ahí notó que no llevaba lentes, sus lentes característicos. Parecía ridículo verla así. Toda esa situación le parecía ridícula.
—Le incumbe —dijo la mujer—, porque usted será el guardián del Fidelius.
El aliento se congeló en su garganta.
—No.
McGonagall suspiró, cómo si se esperara esa respuesta y de todas formas había tenido la esperanza de no obtenerla.
—Tu magia… tu magia, Potter- —comenzó a decir, interrumpiéndose a sí misma. Negó, enfocando su único ojo en él—. Tienes mejores oportunidades de sobrevivir que el resto.
Aquello fue como un golpe en el estómago.
—No —repitió.
La impotencia se apoderó de él al instante. No quería que eso fuera verdad. Necesitaba que eso no fuera verdad. ¿Qué clase de vida era eso? ¿Estar condenado a ver morir a cada persona que le importaba, porque era más improbable que él lo hiciera?
¿Por qué?
—No, no voy a ser el guardián porque- porque se han rendido- —intentó decir, pero fue interrumpido.
—No nos hemos rendido —espetó McGonagall con dureza—. Rendirse es una falta de respeto para los que han muerto. Esto es ser realistas.
El moreno volvió a negar, apretando los puños hasta que las uñas se enterraron en su palma. No era justo. No era jodidamente justo.
¿Desde cuándo tu vida lo es?
—No quiero serlo —dijo, cerrando los ojos. No sabía del todo por qué lo decía. McGonagall volvió a suspirar.
—Potter…
—No quiero —repitió, cortándola—. No quiero tener que sobrevivir. No quiero tener que verlos morir. No-
—Estamos en guerra —dijo ella, con severidad—. La gente va a morir quieras o no, y no podrás hacer nada para impedirlo.
—Pude haber impedido esto. Pude-
—¿Podías? —preguntó ella de forma escéptica, entrecerrando los párpados—. Eres poderoso, pero eso no te hace omnipotente. No tenías forma de ver el futuro y no tienes control en la vida de los demás.
—Pero maté a alguien.
Casi se echó a reír. Sonaba hasta delirante. ¿Él? ¿ Él, matar a alguien? ¿El Elegido? ¿El Niño Dorado? ¿La persona que todo el mundo anhelaba admirar y tomarlo como un símbolo del bando de los "buenos"?
Había conjurado un hechizo que partía por la mitad a su oponente, un oponente que no lo había visto venir. Lo había hecho, y había mirado, y luego lo había intentado una vez más. No era la primera vez que lo hacía.
¿En qué clase de persona lo convertía eso?
—Decidí sobre la vida de alguien más —dijo, parpadeando.
Y lo disfruté.
Harry le mantuvo la mirada a McGonagall, pero su mente estaba en otra parte. Él había acabado con la vida de alguien. Podría ser la peor persona, la peor persona en la historia de la humanidad, y aún así esa vida no era suya para decidir. No le correspondía a él, no era su decisión , no lo era. Daba igual lo que se quisiera decir a sí mismo.
Matar a alguien te convierte en un asesino.
Quieras o no.
—Potter… —habló McGonagall con voz débil.
Harry desvió la mirada hacia la mesa, comenzando a apretar sus muslos y tratando de regular su respiración. Podía oír el tintineo de los objetos agitándose por culpa de su magia, la magia que había en el aire que sin siquiera quererlo, respondía a él.
—No debimos haberles hecho creer… —murmuró de repente la mujer, más para sí misma que para Harry, mientras sacudía la cabeza. Luego enfocó sus mirada en él, aunque Harry no la veía. La sentía—. Estamos en guerra. Tienes que aprender esto- Potter. O son ellos, o somos nosotros. No hay justificación para asesinar a alguien, no la hay. Excepto la defensa propia, pero eso jamás- jamás te va a hacer sentir menos culpable. Tienes que aprender a vivir con esto.
Harry se encogió en su lugar, mientras esas palabras se repetían en bucle. Deseaba que lo dejaran solo. Quería que lo dejaran tranquilo. Quería que la guerra acabara. Quería- quería… quería morir. Así podría descansar, así podría- podría ver a la gente que amaba-
Eso no es justo. Ron y Hermione no lo superarían, si no estás.
Ron. Piensa en Ron. Ha perdido dos hermanos luchando por ti. No está en tu jurisdicción quitarle a alguien más. No mereces decidir sobre tu propia muerte.
—Tendrías que estar mal… mal de la cabeza —prosiguió ella, ajena a los pensamientos de Harry—, para matar a alguien, y que no te afecte. Pero- pero no será la última vez.
Aquello se pegó en su cerebro y ardió. Ardió porque era verdad, y no quería. No quería volver a sentirse de esa forma en lo que le quedaba de vida.
Harry se reclinó en su asiento, sus ojos fijos en la mesa.
—No será la última vez, y va a joder siempre, Potter —dictaminó McGonagall, la voz firme temblando un poco. Era la primera vez que la escuchaba maldecir—. Pero tienes que asegurarte de que tenga un significado. El mundo es así. La guerra es así. Y no es justa. No es justa. O eres al que le apuntan la varita, o eres el que la sostiene. No hay más.
No hay más.
O eres la víctima, o eres el victimario.
El mundo era una mierda, el mundo era una puta mierda y Harry lo había aprendido a la mala. ¿Siempre sería así? ¿Tendría que vivir el resto de su vida sabiendo que, o sería el verdugo, o la víctima?
No hay más.
—No puedes dejar que te carcoma —McGonagall parecía tratar de convencerse a sí misma. Todos querían creer lo que decían, después de todo—. Es necesario- Potter. Potter, mírame. —Harry se negó, pasando una mano por sus párpados para ahuyentar las lágrimas. McGonagall se inclinó hacia adelante en el escritorio—. Harry. Harry, mírame.
Le obedeció.
La mujer tenía una mirada casi frenética, pero estaba segura. Estaba convencida. Harry se sintió incapaz de desviar sus ojos.
Ella puso una mano encima de la madera, golpeándola.
—Es necesario.
Harry no dijo nada. No podía decir nada. Las palabras parecían haberlo abandonado, y todo lo que estaba sucediendo, todo lo que había pasado, todo lo dicho, se repetía una y otra vez en su mente, haciéndole doler la cabeza.
Soltó un sollozo ahogado.
—Tenemos que aprender a vivir con esto. Aunque no sea justo.
Tenemos que aprender a vivir con esto.
Entonces McGonagall hizo la cosa más extraña.
De pronto, se levantó de su lugar, y envolvió sus brazos alrededor del cuerpo de Harry. No como Hermione lo había hecho, deseando buscar consuelo en su mejor amigo, sino de una forma maternal. De esos abrazos que daba la Señora Weasley, años atrás, que decían que todo estaría bien aunque no pudieran prometerlo. Aunque no pudieran saberlo.
Y Harry se dejó abrazar, con la desolación apoderándose de él, y cuando ya no pudo retenerlo más, empezó a llorar, sin detenerse. Unos ojos cafés presentes en su memoria y el aroma floral impregnado en sus fosas nasales. Una risa armoniosa, que lo envolvía y lo tranquilizaba. Los gritos llegando a sus oídos, la sangre, la traición, la muerte. Y Harry lloró, y gritó, y quiso quitarse la piel para poder sentir algo más que aquel dolor cegador que tenía en el pecho.
Y casi pudo fingir que quien lo abrazaba, era otra persona.
Desde ese día, decidió que haría lo que fuera necesario para ganar la guerra. Lo necesario.
Sin importar quién cayera.
Me ayudaría bastante saber si les gustaría que los interludios vengan acompañados de un cap para que el hilo de la historia no se pierda, o si se entiende así:)
Y en caso de que se lo pregunten… no, no maté a Ginny por el Drarry JAJAJAJAJA. Yo la quiero mucho, es uno de mis personajes favoritos, y en el inicio no moría, pero luego me pareció un poco irreal que todos lleguen vivos e intactos hasta el final; además de que creo que es una parte importante para la personalidad que desarrolla Harry con el transcurso de la guerra, cómo cambia su percepción del bien, el mal, y la moral.
No sé, lo siento si les dolió(? Pero en realidad no lo siento JSJSKDDKD.
Btw, MUCHAS GRACIAS POR SUS REVIEWS!!! de verdad, no tienen idea de lo feliz que me hacen, me motiva muchísimo a seguir saber que les está gustando, quiero contestar pero no sé cómooo333
