Draco permaneció despierto en su cama por lo que parecieron horas, sus ojos fijos en el techo y su mente en otro lugar.
Porque jodida mierda.
Harry Potter.
No podía dilucidar con claridad qué le hacía sentir esa revelación. Era demasiado para saberlo. Draco había ido con Theo pensando que lo llevaría a los insulsos amigos de Potter que continuaban luchando en su memoria. No esperaba… no esperaba verlo a él.
Casi ocho años desde que había muerto ese día en el Ministerio, y Draco recién se estaba enterando de que todo fue una farsa. Y debería sentirse agradecido, sabía que había una profecía que involucraba tanto al Señor Tenebroso como a Potter, y que el "Elegido" sería el único que podría acabar con él, o al menos eso se rumoraba años atrás. Que Potter continuara vivo quería decir que esa opción era posible, que tenían una posibilidad de que la profecía se cumpliera. Draco debería sentirse hasta aliviado.
Pero solo estaba completamente enfurecido.
Lo había visto morir. Draco mintió por él en la mansión porque no deseaba que Voldemort ganara la guerra. Draco lo salvó a último momento de no ser asesinado por Crabbe y Goyle. Draco tuvo la esperanza de que incluso luego de la masacre que había resultado la batalla final, la Orden y la gente "buena" resurgiera y le salvaran a todos el trago amargo de ese mundo gris que habitaban. Pero eso no pasó, y una vez que el Señor Tenebroso se proclamó vencedor, Draco tuvo que adaptarse para sobrevivir. Draco tuvo que seguir sus pautas y sus métodos para ayudar a su madre, para recuperar su familia. Había estado haciendo esos ocho años cosas- cosas horribles porque creyó que no quedaba de otra. No había de otra. Y resultaba que sí, que todo el tiempo… Pudo haber cambiado. La historia podría ser distinta.
Si hubiera sabido, las cosas habrían sido distintas-
O tal vez no. Tal vez nada sería diferente.
Draco se giró bruscamente en el colchón, la rabia comiéndole por dentro.
Y luego Potter iba y tenía el descaro de decirle todas esas cosas, juzgando como juzgaba todo, el imbécil narcisista, separando las cosas entre buenas y malas. Entre negro y blanco. Bueno, algunos no nacieron jodidamente perfectos y buenos, sin posibilidad de cometer errores. Algunos nacieron en las sombras, creciendo para no ser más. Algunos nacieron para que el resto destacara-
Draco dejó salir un suspiro frustrado, y entonces se concentró en lo que se había enterado acerca de su madre.
Narcissa sabía algo, y la Orden creía que tenía que ver con Nagini. Quizás, era dónde estaba metida la serpiente, después de todos esos años. ¿Pero cómo su madre podría saber algo como aquello? ¿Y por qué? ¿Por qué estaría enterada, y por qué era tan importante? ¿Cómo era que esa serpiente asquerosa podía ser tan vital en todo ese asunto? Draco había estado tan feliz cuando se dio cuenta de que había desaparecido, o que incluso había muerto durante la Batalla; que no tendría que ver de nuevo cómo comía gente... pero resultaba ser que aparentemente seguía viva, y que tanto la Orden como el Señor Tenebroso estaban buscándola fervientemente.
Y su madre sabía dónde estaba. Y guardó el secreto. Y murió por ello.
¿ Por qué?
Bueno, no es como si pudiera preguntarlo. Potter y el resto jamás se lo dirían.
Su cabeza retumbó, el dolor cortando sus sienes.
Mierda. Necesitaba dormir.
Prefería eso, en todo caso. Prefería ocupar sus pensamientos con la Orden, la interrogación, el Juramento, con el maldito Potter y la jodida Nagini, en vez de hacer caso a lo otro que rondaba su cabeza. Al fantasma que lo atacaba de pronto cuando bajaba la guardia. La voz de una mujer pidiendo que la dejara ir.
No, Draco no podía pensar en eso.
Era demasiado doloroso.
Volvió a girarse, esa vez de vuelta al velador y tomó la poción para no soñar que había allí, embutiéndosela mientras arrojaba el frasco contra la pared. "Narcissa habría querido que durmieras, Draco". Bueno, le iba a dar en el puto gusto, pero no pensaba cerrar los ojos y ver las caras que lo atormentaban cada vez que no tomaba algo para evitar las pesadillas.
Los ojos vacíos de Eric, por ejemplo.
Eric.
Draco trató de ahuyentar el nudo que se formó en su garganta de inmediato.
No había pensado en él en un largo tiempo. La verdad era que Draco no pensaba en las cosas que eran importantes. Las enterraba en lo más profundo de su ser y esperaba que nunca más salieran a la superficie. Y de alguna forma, las memorias siempre hallaban una manera de surgir. Durante el interrogatorio, el nombre del chico había salido y la comadreja lo acusó de mentir. De mentir acerca de Eric.
Draco no podría hacer eso.
Y estaba la promesa. La jodida promesa. El ojigris no había recordado eso. Ojalá nunca la hubiera hecho. Pero ahí estaba, tan patente como el primer día, y tan desgarradora como siempre.
"Así mi muerte tendrá significado", había dicho Eric.
Otra persona a la que le había fallado.
Draco quería gritar. Quería gritar, huir y olvidarse de ese mundo de mierda que no valía la pena. No lo valía. No valía las muertes. No valía las torturas. No valía la vida de su madre. No valía la cordura de su padre. No valía la muerte de Eric. No valía nada. Estaría mejor si todos fueran destruidos. Si absolutamente todos murieran- dejaría de doler.
Draco cerró los ojos con fuerza, y se giró una última vez.
No demoró en caer dormido.
•••
Esa noche, no descansó mucho.
Y al recibir la visita del día siguiente, supo que durante todo el día tampoco lo haría.
Ver al Señor Tenebroso nunca dejaría de ser menos impresionante y escalofriante a la vez. Draco había aprendido eso.
El paso de los años lo había hecho tan poco parecido a un ser humano que a veces dudaba que alguna vez lo hubiera sido. Su boca abarcaba poco más de la mitad de sus mejillas, sus ojos se habían vuelto completamente rojos, sin el blanco que una persona tendría normalmente. La nariz nunca estuvo allí en primer lugar, pero todos esos rasgos combinados con los nuevos que había adquirido –cada uno de sus dientes afilados como colmillos, amarillos y casi pudriéndose– le hacían asemejarse a uno de los monstruos de los que su madre le hablaba cuando era pequeño.
Salvo que era real.
Y estaba ahí.
Cuando el Señor Tenebroso entraba a un lugar, se sentía. Draco siempre había podido ver y sentir la magia de las personas, aunque la mayoría del tiempo no podía determinar a quién pertenecían. Pero desde que lo conoció a él, era capaz de ver la magia negra que lo rodeaba: un aura oscura que se levantaba como tentáculos, dispuesto a asesinarte moviendo un solo dedo. Provocaba que tu cabeza doliera, que apretaras los dientes para soportar la forma en que tu piel percibía su poder. Era- era atemorizante.
Draco perdió el miedo a bastantes cosas, la verdad. Cuando era nada más que un adolescente había temido a prácticamente todo. Había llorado por cobardía. Había sido incapaz de torturar sin una varita apuntando a su sien. Pero a medida que los años pasaban se sentía cada vez más y más entumecido. Más y más capaz. Su voz no flaqueaba si tenía que conjurar un hechizo que te hiciera confesar, mientras tus extremidades se cortaban y luego crecían de nuevo a los pocos minutos para así repetir el proceso una y otra vez. Tuvo que adaptarse. Tuvo que hacerlo.
Voldemort era una de esas cosas a las que no había dejado de tenerle miedo.
No al punto de cuando tenía dieciséis y ese desconocido había llegado a su casa, marcándolo y ordenándole, pero sí podía sentir cómo sus manos temblaban y su estómago se apretaba del nerviosismo, temeroso de decir o hacer lo incorrecto. Eso le sucedía cada vez que lo veía. Era imposible no hacerlo si es que tenías cerca al Lord y sus ojos te miraban de frente.
Aunque en ese momento, lo único que Draco podía sentir era ira.
Una ira avasalladora, que le hacía querer cosas horribles, verlo morir de las formas más horripilantes que existían. Quemado. Disuelto en ácido. Gritando y llorando y suplicando. El Lord era poderoso, pero no era inmortal. Debía ser capaz de morir de una forma u otra.
Draco la iba a encontrar.
El Señor Tenebroso entró al salón donde Draco ya lo esperaba después de haber sentido su presencia en las protecciones de la Mansión, poco después de haber desayunado. No sabía qué estaba haciendo allí, pero se hacía una idea; en el Mundo Mágico las noticias volaban, y aunque uno quisiera creer lo contrario, era prácticamente imposible guardar un secreto.
Draco agachó la cabeza cuando la puerta se cerró, evitando hacer contacto visual. Al Señor Tenebroso no le gustaba, creía que era demasiado para que la gente lo mirara sin su autorización, para que le hablaran sin haberles concedido la palabra. El Lord avanzó hasta posarse frente a él, con esa varita entre sus dedos, la que nunca soltaba. Eran del mismo porte, pero cualquiera que se pusiera al lado de Voldemort parecería insignificante.
Sus ojos rojos se mantuvieron encima suyo por un minuto entero.
Entonces dijo:
—Buenas tardes, Astaroth.
Draco ya no reaccionaba frente a ese nombre como saltaba los primeros meses luego de que fuera apodado. La mayoría de la gente lo decía para honrarlo, como señal de respeto o temor. La única persona que parecía darse cuenta de lo mucho que lo disgustaba, era Greyback. Él se lo recordaba con burla, se reía. Draco no podía permitir eso, por eso reaccionaba y atacaba.
Tenían que respetarlo por las buenas, o por las malas.
—Buenas tardes, Señor —respondió con cautela.
El Lord se paseó a su alrededor, aún estudiándolo, como si pudiera escuchar lo que pasaba dentro de su cabeza o creyendo que conseguiría alguna pista de esa forma. Draco se obligó a mantener los ojos en el suelo.
—Espero que te estés recomponiendo —le dijo, no había un ápice de suavidad o sinceridad en su tono.
Draco apretó la mandíbula, aunque la relajó al instante. Siempre había pensado que una de las cosas más desesperantes de el Señor Tenebroso era eso: esa falsa cortesía y educación. Ese falso encanto. Podía decirte que te cortaría la lengua, y aún así te trataría de "usted" mientras lo hacía.
Lo hizo enfurecer más.
Se obligó a calmarse.
—Así es —respondió Draco con tono neutral.
El Señor Tenebroso no respondió a eso. No le deseó buenaventura o su pésame. Draco no esperaba que lo hiciera, sonaba hasta ridículo, pero lo agradecía profundamente. No tenía idea de qué sería capaz, sabiendo que él era precisamente el responsable de lo que le sucedió a su madre. Y de que su padre… que su padre-
—Bien —dijo entonces el Lord e hizo un gesto con sus dedos que Draco vio por el rabillo del ojo. Quería que lo mirara. Contra todos sus sentidos, Draco lo hizo, descubriendo esos ojos horribles y el semblante calculador—. Macnair ha venido ayer y me ha dicho que no estabas en casa. ¿Puedo preguntar dónde has estado?
Draco se obligó a calmarse, a pensar con la mente fría mientras reprimía el impulso decirle la verdad para que le ardiera en la puta cara el hecho de que lo sabía todo. No, no podía hacer eso, Draco no era un estúpido. Tomando una honda respiración, reprimió un bufido y cayó en cuenta recién de lo que el Lord había dicho.
Cómo si pudiera negarse a su pregunta.
Fingió ponerse nervioso, felicitándose por la facilidad en que sus mejillas se tornaban rosadas. Abrió la boca un par de veces, mientras finalizaba mordiéndose el labio.
—Yo… —dijo, en voz baja—. Estaba con Theodore Nott.
El semblante indiferente del Señor Tenebroso no cambió, pero para Draco no pasó desapercibido cómo las comisuras de su boca se iban hacia abajo con desagrado, aquellos extraños prejuicios atacándolo.
Él no pertenecía a ese mundo, tuvo que recordarse, no lo hacía. Había escuchado años atrás a su padre y su madre murmurar la posibilidad de que el Señor Tenebroso no tuviera la ascendencia que decía tener, y a Draco se le quedó grabado en la memoria, aunque jamás él ni nadie lo había dicho en voz alta. Era algo en lo que no paraba de pensar, y que reafirmaba cada vez que debía darle un consejo acerca de la sociedad en la que vivían; o cuando el Lord veía extrañas o repugnantes las relaciones entre dos hombres o dos mujeres. Eso no era algo natural en el mundo mágico, sentir asco por ese tipo de cosas. Solo le pasaba a los que tenían ascendencia muggle.
El Señor Tenebroso retornó las manos al frente.
—¿Si? —cuestionó, volviendo al tema. Draco no se movió—. ¿Con Theodore Nott?
—Sí.
El Señor Tenebroso levantó la varita, y la apuntó hacia él.
—Veamos, entonces.
Ese fue el único aviso que tuvo, cuando Voldemort ya estaba dentro de su mente.
Draco ahogó una exclamación, manteniéndose lo más sereno posible para evitar echar al Señor Tenebroso de su cabeza. El Lord no tenía compasión o delicadeza, avanzando por los lugares más recónditos de su mente como una daga cortando carne. Dolía, dolía como un infierno, y si hubiera sido más débil, Draco pudo haber llorado, porque se sentía como si estuvieran prendiendo fuego a sus sesos y destrozando su sanidad. Pero no podía decir nada, no podía mostrar debilidad. Tuvo que obligarse a apretar los dientes y mantener la conexión.
Draco no podía empujarlo fuera tampoco, no podía levantar las barreras de Oclumancia, porque sabía lo sospechoso que sería. Cómo se vería. Sabía que lo que sea que anduviera buscando lo encontraría de una forma u otra, y que a pesar de que Draco era un poderoso Oclumante, no podía ocupar su habilidad. No contra el Señor Tenebroso.
El Lord avanzó por las memorias de los últimos días, mientras Draco veía la conversación con Pansy suceder frente a sus ojos. No podía mostrarle algo de su juventud, el Señor Tenebroso sabría que era una manera de desviar la atención de lo que verdaderamente buscaba. Tampoco podía inventarse un recuerdo, sería bastante notorio. Así que en su lugar, Draco pensó en cosas reales. Ocupó el recuerdo real de él llegando a la Mansión Nott, el recuerdo real de Theo esperándolo en la entrada, y luego pensó en otros encuentros que ambos habían tenido. Encuentros reales. El Lord jamás podría distinguir si eran del mismo día o no. Eso esperaba.
Las memorias pasaban una y otra vez, de adelante hacia atrás, como si el Señor Tenebroso estuviera escaneando algún defecto que delatara que Draco estaba mintiendo. Se resumía a Theo besándolo. Theo acariciándolo. Theo cayendo de rodillas mientras lo tomaba en su boca. Draco no sentía vergüenza de que el Señor Tenebroso lo estuviera viendo. Sabía que le disgustaba, así que trató de mantener los recuerdos más gráficos y vívidos que podía.
Entonces se detuvo.
El Lord salió de su mente con brusquedad, haciendo que Draco respirara de forma agitada y retrocediera paso, enterrando las uñas en su palma gracias al dolor. El Señor Tenebroso lucía aún indiferente, pero parte de la tensión de su cuerpo que Draco ni siquiera había notado, ya no estaba. Bajó la varita, la gran varita que siempre cargaba totalmente distinta a la blanca que vio de adolescente, y lo observó.
Draco aguantó el escrutinio.
—Yaxley ha sido secuestrado —soltó el Señor Tenebroso de pronto.
Draco cuidó su reacción con pinzas, permitiéndose mostrar una leve preocupación: levantó las cejas y abrió la boca. Tenía que lucir sorprendido, pero no lo suficiente para levantar sospechas y que se viera falso. Tampoco excesivamente preocupado; era de público conocimiento que Draco no se llevaba bien con básicamente nadie del Nobilium o de los Electis, exceptuando a Theo. No podría engañar a Voldemort jamás si fingía demasiado.
—¿Están seguros? —preguntó con voz suave.
El Señor Tenebroso lo observó, sus ojos rojos perspicaces. Draco no tenía idea de qué posiblemente podría estar pensando.
—¿Estás cuestionando mis suposiciones?
Años atrás, aquello lo habría hecho deshacerse en súplicas y perdones. Le habría hecho saltar y decirle que no, que jamás haría algo así. Pero Draco sabía que el Señor Tenebroso, a pesar de adorar ser temido, detestaba con todo su ser la debilidad. Nadie podía ser más poderoso que él. Nadie podía ser más hábil, o mejor. Sabía que los magos le servían por respeto y miedo a quién era, y no por adoración. Pero eso no quería decir que le gustaban las muestras abiertas de debilidad. Draco era un Nobilium, debía actuar a la altura.
Su cabeza iba a explotar del agotamiento mental, el dolor de sus sienes se estaba haciendo más fuerte.
—¿Quién podría secuestrarlo? —dijo Draco, ignorando su pregunta—. Es prácticamente imposible entrar a nuestros hogares, y no andamos día a día paseando por el Mundo Mágico como la gente común. La población nos respeta. — O nos teme—. ¿Quién?
El Lord entrecerró los ojos, considerando sus palabras. Miró a su alrededor. Draco sabía que fingía que pensaba, todo lo que el Señor Tenebroso hacía estaba fríamente calculado.
Absolutamente todo.
Muchos habían sido engañados pensando que no.
—Creo que hay un traidor —soltó el Lord cuando sus ojos volvieron a él, estudiando a Draco.
Nuevamente se obligó a no reaccionar. No tenía idea de cómo el Lord podría haber llegado a esa conclusión, o si es que alguien lo había visto a él llevarse a Yaxley. Lo que sí sabía, es que si supiera la verdad, Draco ya estaría muerto.
No, el Señor Tenebroso lo estaba evaluando. Esa reunión era para sacar sus propias conclusiones. Desconfiaba de él, sí. Desconfiaba porque Greyback tuvo que haberle contado cómo fue el encuentro con Hannah. Desconfiaba porque Draco tenía todas las razones para volverse contra Voldenort si se enteraba de la verdad detrás de la muerte de su madre.
Y que no se equivocara, él iba a enterarse de la verdad.
—¿Por qué lo traicionarían, mi Señor? —dijo en cambio.
—Tú dime, Astaroth.
Sabía por qué lo decía. Sabía que el Lord nunca había perdonado a Narcissa por su traición. Y que por lo mismo, Draco no podía mostrarse tan afectado por la muerte de su propia madre.
Se mordió la mejilla con tanta fuerza que sacó sangre.
Era probablemente una de las conversaciones más cínicas que había tenido en toda su vida. El Señor Tenebroso no confiaba en él, mas llegó a reconocer la utilidad que Draco tenía. Y claramente Draco no confiaba en el Señor Tenebroso, le servía porque le temía, él lo tenía claro. Y esa conversación...
Esa conversación era una prueba, una prueba para ver si Draco llegaba a las mismas conclusiones que él. Era una prueba para ver si mentía. Era una prueba que abarcaba tantas cosas que Draco ni siquiera podía empezar a explicarlas.
El rubio dio otro paso atrás y se sentó en la silla, para hacer notar a Voldemort que era su subordinado. A él le gustaba eso, saber que tenía el control.
—Porque nadie pudo haberse acercado a él sin conocer las debilidades de la seguridad del Nobilium —comenzó a hablar Draco, desviando la mirada al suelo—. Porque nunca ha habido un secuestro de alguien con un cargo tan alto. Porque… porque...
Se quedó sin excusas. No sabía qué razones había para que sus seguidores más adeptos lo traicionaran, excepto que se enteraran de la farsa que había sido su gobierno, las mentiras en las que se cimentó, partiendo por la muerte de Potter. Pero se supone que él no sabía nada de eso. Se suponía que Draco había pasado esos ocho años viviendo en la ignorancia y que aún lo estaba, siendo útil nada más que como arma; creando hechizos y pociones para el Lord, ayudando a proponer leyes y orientándolo en esa sociedad para que el tuviera el beneficio tanto de los Mortífagos como del resto de la población. Draco había sido su títere, mientras su madre era torturada.
La ira comenzó a crecer nuevamente, la bilis subiendo por su garganta.
Se concentró en lo que estaba pasando, tomando una honda respiración. Tenía que hacer eso bien. Tenía que fingir. Por su madre.
Siempre por su madre.
Draco tomó la túnica y la alisó. Lo que el Señor Tenebroso en realidad buscaba, lo que quería saber, era si Draco estaba al tanto de todo aquello, de que su gobierno eran mentiras tras mentiras.
—Los rebeldes han atacado de nuevo. —dijo el Lord, luego de unos momentos de silencio—. Alguien ha dicho que vio a Harry Potter, y la gente está comenzando a creer.
Ahí estaba nuevamente, el tanteo de aguas. ¿Qué tanto podía confiar?
¿Qué tanto sabía Draco?
Se obligó a bufar.
—Eso es estúpido —respondió él, mirándolo a la cara mientras reprimía un escalofrío.
—No necesitas decírmelo. —Asintió el Lord. Y entonces, hizo algo que perseguía a Draco en sus pesadillas: rio. Esa risa chirriante, con todos los colmillos sobresaliendo de su boca y el aroma a sangre inundando la estancia—. Solo alguien lo suficientemente imbécil creería que Harry Potter está vivo. Que los Rebeldes y sus intereses egoístas tienen una oportunidad de derrocar el maravilloso mundo que hemos construido.
Draco no tenía idea de qué responder a eso, así que calló. Podría decir algo estúpido, algo que echaría por la borda todo lo que había logrado y todo lo que pensaba lograr. Draco se reclinó en su asiento esperando a que continuara, pero el Señor Tenebrosp no lo hizo; claramente estaba esperando que Draco dijera algo más, que comentara acerca de aquello, pillar una exageración, algo que le ayudara a cimentar las sospechas que tenía de él.
No le daría el gusto.
—Tal vez Yaxley está muerto —dijo Draco entonces. El Señor Tenebroso fingió considerarlo.
—Si alguien desea obtener información de él jamás lo mataría.
—¿Qué tipo de información? —Draco preguntó al instante—. Yaxley es parte del Nobilium, pero eso no quiere decir que sea una clave para derrocar un gobierno entero.
El Lord lució sorprendido una fracción de segundo, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado más de lo que debía, así que no ahondó en aquello. Pero Draco lo había captado de todas formas, anotándolo en un rincón de su mente.
Yaxley sabe algo.
—¿Por qué querrían matarlo? —preguntó en cambio el Señor Tenebroso poniendo en Draco la responsabilidad de argumentar su respuesta.
—Todos tenemos enemigos —respondió clavando sus ojos fijamente en él—. A veces, están más cerca de lo que uno cree.
El Lord le devolvió la mirada.
Ojos sin vida, sanguinolentos y crueles.
Draco mantuvo su expresión neutra, su semblante indiferente, como si lo que acabara de decir hablaba solo de Yaxley y nada más. Se observaron el uno al otro por lo que parecieron décadas.
—Habla claro, Malfoy.
Parecía una amenaza. Draco tensó la mandíbula con anticipación.
—Mire a mi padre. Creí que amaba a madre, creí que la estaba esperando… y no era así.
El silencio se estrechó entre ellos después de eso, mientras Draco se sentía asqueado consigo mismo. Lo peor de todo aquello es que no sabía qué tan cierto o no era lo que decía. Una parte de su cerebro no quería creerlo, la parte infantil, la que aún tenía esperanzas de mierda. Pero de todas formas se sentía asqueroso por ocupar la situación- la muerte de su familia como una forma de engañar al Señor Tenebroso.
—¿Crees que la familia de Yaxley tiene que ver con esto?
Draco se tomó la barbilla, fingiendo pensar.
—Creo que los matrimonios sangre pura son una excelente forma de mantener la línea limpia —replicó en lugar de darle una respuesta directa—. Eso no quiere decir que haya amor.
Pero por supuesto que el Señor Tenebroso ya había pensado en ello.
Él debía saber lo que Draco le decía. Lo más probable en este caso, era que alguien había asesinado a Yaxley, no que lo secuestraron. El Señor Tenebroso solo deseaba descartar la mínima posibilidad de que no se tratara de aquello.
—Tienes razón, Astaroth —dijo él con calma. Demasiada calma.
No le gustaba.
Draco suponía que en caso de que se diera otro evento similar al de Yaxley, el Lord tomaría más medidas y precauciones. Pero como era solo uno, solo un miembro del Nobilium, no podía hacer demasiado. No cuando no había evidencia y todo era demasiado circunstancial.
Draco no pensaba secuestrar a otro miembro. Por suerte, parecía que ya elegió a uno que sabía lo suficiente.
—Necesitamos castigar a los Rebeldes… —comenzó a decir el Señor Tenebroso cambiando de tema, pero dejó la oración en el aire esperando que Draco dijera algo. Él asintió.
—Absolutamente.
El Lord se alejó, empezando a caminar por el salón, tocando sillones y muebles. Sus ojos viajando al gran retrato de Draco que colgaba a un costado de la chimenea.
—La ejecución de los que avistaron a Potter será la próxima semana —dijo, llegando a la entrada—. Tres nuevas dosis de Conflandum Cute son requeridas.
Draco sintió aquella opresión familiar asentarse en su pecho. A veces, se preguntaba si eso era lo único para lo que era bueno en la vida.
Hacer lamentar a la gente continuar viviendo.
—Sí, mi Señor —contestó con la voz más compuesta que podía. El Lord tomó el picaporte.
—Y continúa trabajando en el hechizo de la poción Disuelve Órganos —ordenó.
La poción que mató a Eric.
Draco quería vomitar.
El Señor Tenebroso deseaba volverlo un hechizo. Deseaba que la gente temiera ser atacada por algo así mientras iba por la calle. A Draco le gustaría sabotearlo, decir que no podía hacerlo.
Pero si había logrado crear la maldición que copiaba los efectos de la Muerte Negra, el Señor Tenebroso sabía que podía con eso.
—Sí, mi Señor.
Voldemort abrió la puerta, dando un paso afuera. Cuando Draco estaba a punto de agarrar algo y estamparlo contra el suelo, el Lord se giró hacia él.
—Malfoy.
Draco alzó la mirada, sintiendo todo su cuerpo tenso.
El Señor Tenebroso lo observaba por encima del hombro.
—Rookwood era el amante de Yaxley —anunció, marchándose.
La habitación quedó en silencio por unos largos y extenuantes segundos, y Draco al fin dejó salir el aire de sus pulmones.
Aquello había sido una prueba.
Draco se levantó con brusquedad una vez que el Lord estuvo fuera de su vista, dispuesto a ir a los calabozos y destrozar algo. Tenía ganas de asesinar a alguien, descargar la impotencia que amenazaba con comerlo vivo.
Tal como pensaba, eso había sido un examen, y Draco lo superó.
Pero Voldemort había dejado en claro que no confiaba en él.
Draco hizo una mueca despectiva.
Sería un estúpido si lo hiciera.
•••
Draco debía hablar con Theo. Debía contarle lo que sucedió, pero no podía hacerlo de inmediato. Era demasiado peligroso.
Continuó su vida como si realmente no hubiera sucedido nada. Como si no se hubiera enterado nunca de que Potter estaba vivo; como si su madre siguiera en Azkaban; como si Lucius continuara en la casa, dispuesto a aparecer en cualquier momento que Draco doblara por la esquina. Creó las pociones que Voldemort le encargó, continuó estudiando el hechizo de Dissolvi Organa, y comenzó a investigar las cosas que había prometido al imbécil de Potter. Esperó, esperó, y esperó, hasta que fue Theo el que lo contactó a él.
Theo había entrado a su laboratorio de pociones, según sus propias palabras, para checar cómo se encontraba y si todavía pensaba que la Orden era una buena alternativa. Como si Draco pudiera arrepentirse en ese punto.
Pero en vez de contestar a sus dudas, lo que Draco había hecho fue mirarlo, dejar que tomara asiento y soltar sin siquiera saludarlo:
—Necesito ver a Potter.
Theo pausó en sus movimientos cuando lo escuchó, reclinándose en el banco de madera mientras lo observaba.
—Siento que he vuelto a Hogwarts.
Draco no sucumbió a la pulla, se limitó a levantar una ceja, su mirada insistente.
—Theo. Ahora.
—¿Qué pasó?
—El Señor Tenebroso intentó ver mis recuerdos —dijo Draco sin rodeos—. Estuvo en mi mente.
Theo se dejó caer en el asiento, su cuerpo poniéndose enteramente tenso al oírlo. Parecía que aquello le afectaba demasiado.
—Mierda. ¿Vio algo?
—No, lo dudo muchísimo, pero no puedo arriesgarme a que así sea.
Theo se sacó las manos de la cara para así verlo a los ojos. Normalmente, al hombre no se le notaba una sola emoción, frío, distante, usando una máscara en blanco como un buen sangre pura, pero en ese momento, Draco podía ver lo abatido que se encontraba.
—¿Qué quieres que haga Potter? —cuestionó Theo, pasando saliva. Draco se encogió de hombros, desviando la mirada hacia uno de los estantes.
—Que me Obliviatee.
Theo sacó la varita con lentitud de su bolsillo, apuntándola a Draco.
—Yo puedo hacer eso.
Draco negó.
—No, es muy arriesgado, tiene que ser él. Hay una variante del Obliviate, Severus Snape la usaba cuando no tenía un pensadero cerca para vaciar sus recuerdos. Me la enseñó en sexto año, y luego yo se las mostré a ustedes, ¿lo recuerdas?
Snape siempre le enseñó a los Slytherin todo lo que podía, cuando se lo preguntaban, incluso lo que no debía. Pero cuando Draco tomó la Marca a los dieciséis, su ex profesor se encargó de nutrirlo de la mayoría de conocimientos que él pensaba que le servirían para sobrevivir. Suponía que Severus sabía lo que significaría para Draco meterse a los Mortífagos a tan corta edad; y gracias a Merlín que lo consideró, porque estaba vivo gracias a él. Sus enseñanzas le habían dado a Draco la posibilidad de escalar.
—Tú deberás elegir qué olvidar cuando Potter conjure el hechizo, y después podrá deshacer el Obliviate cada vez que te toque con la varita —completó Theo al cabo de unos segundos, recordando de lo que le hablaba. Entonces, se fijó en la ceja arqueada de Draco—. Merlín, eso sonó mal.
El rubio rodó los ojos.
—Sí —respondió escuetamente. Luego añadió—: Es lo único que se me ocurre.
—¿Y sabrá hacerlo?
El ojigris bufó.
—No, poca gente sabe hacerlo. Le enseñaré.
Theo volvió a asentir, para luego fruncir el ceño, considerando una posibilidad en la que no había pensado. Draco solo esperó a que hablara.
—¿ Podrá hacerlo? Nunca lo vi como alguien que aprendiera rápido hechizos que no conoce.
Draco suspiró, levantándose de su lugar para ir hacia el caldero que había comenzado a hervir. Agregó los ojos de escarabajo negro mientras bajaba el fuego, dejándola reposar por unos veinte minutos más.
—No lo sé, Theo. Tú eres el que ha jugado a ser su mejor amigo por los últimos años, tú deberías saber.
El semblante de Theo cambió ante su tono de sorna, un breve sentimiento pasando por sus facciones, uno que Draco no supo reconocer, pero no dijo nada.
Aquello también era un tema que lo estaba persiguiendo desde que supo que Potter estaba vivo. ¿Por qué Theo parecía tan comprometido con la causa? ¿Por qué se arriesgó tanto?
¿Por qué confiaba en Potter de entre todas las personas?
Draco quería pelear, pero estaba tan harto de hacerlo.
—¿Por qué? —preguntó en cambio.
Theo se quedó completamente quieto y desvió la mirada a los frascos vacíos que estaban a unas mesas más allá, evitando sus ojos.
—Ya te dije por qué.
—No, dijiste que estabas con ellos porque el Señor Tenebroso iba a destruir nuestro mundo, que te beneficiaba. Pero eres inteligente y sabes que por ahora la Orden está en desventaja. Están buscando desesperadamente la serpiente del Señor Tenebroso, por lo que concluyo de su interrogatorio, y mientras no la encuentren, supongo que están de manos atadas.
»Y dijiste que no eras de ningún bando, pero parecías leal a ellos cuando estuve ahí. Parecías dispuesto a sacrificarme, con tal de darles el gusto. Ahora mismo casi te cagaste encima al saber que el Señor Tenebroso pudo haber descubierto algo —Draco caminó de vuelta a la mesa, parado a unos metros de distancia de él—. ¿Por qué?
—No soy de ningún bando.
Theo hablaba demasiado calmado. No hizo más que ponerlo de los nervios.
—¿Cómo llegaste a ellos? —espetó Draco. El silencio fue nuevamente lo único que consiguió—. ¿Cómo pasaste a ser marcado, y luego unirte a la Orden? ¿Cómo? ¿ Por qué?
—Draco-
—Estamos del mismo lado, joder. Le presté mi vida al inútil de Potter por esto, y tú has estado años allí —lo interrumpió, soltando lo que había estado pensando en realidad. La mandíbula de Draco se tensaba cada vez más mientras hablaba—. Has dejado que me pudriera en mi propio mundo. Has sabido cosas, cosas que- yo pude- seguramente sabías que madre tiene algo que ver en todo esto, que por eso Abbott estaba en la Mansión, y sabía de su muerte antes que yo. Tú- tú- —se cortó a sí mismo, la expresión curvándose en disgusto, escupiendo las próximas palabras—: Se supone que eras mi amigo.
Un leve gesto de dolor atravesó el rostro de Theo, pero solo duró un segundo. De niños, el castaño nunca había expresado afección hacia Draco, al menos no seguido. En Hogwarts lo evitaba, disfrutando más de la soledad que de la atención que al rubio le gustaba acaparar. Pero Theo sabía que él era la única persona que Draco respetaba de verdad, el único que consideraba que estaba a su nivel, y Draco había creído que era algo mutuo. Que algo debía significar que al final del día, él era la única persona que Theo buscaba para hablar, que Draco era de los pocos que al menos intentaba hacer un intento para comprender su carácter callado y reservado, contrario a los Slytherin que, en su mayoría, les gustaba pregonar.
Al parecer se había equivocado.
Sabes que no estás siendo justo, le recordó una voz de su mente.
— Soy tu amigo —afirmó Theo entonces, con fuerza. Draco le mantuvo la mirada.
—¿Por qué, entonces? —dijo en voz baja, casi desesperada—. ¿Por qué te uniste a ellos?
Theo suspiró.
—Draco…
—¿ Por qué?
Se vieron el uno al otro por segundos. O minutos, no lo sabía en realidad. Solo sabía que Theo estaba en debate consigo mismo, Draco lo notaba. Podía apostar que lo que estuviera a punto de decir nadie más lo había escuchado. El castaño giró el cuello, desviando la mirada cuando contestó.
—Luna Lovegood.
El tiempo pareció haber sido detenido.
Draco no sabía qué decir. No había escuchado ese nombre en años. No tenía idea de qué significaba eso, pero lo tomó con la guardia totalmente baja. Luna. Lunática Lovegood. ¿Qué mierda podría tener que ver ella con la decisión de Theo?
No tenía sentido.
No. Tenía. Sentido.
—¿ Disculpa? —exclamó, mirándolo de par en par. Theo dejó salir una risa sin humor.
—Querías saber por qué —replicó con amargura—. Ella es el porqué. Ella es el cómo.
—¿Te importa explicar qué mierda significa eso?
Theo suspiró, un suspiro totalmente frustrado. Se volvió a mirar a Draco, sus ojos furiosos por estar siendo interrogado de esa forma.
—Mierda, Draco. ¿De verdad?
—Sí.
Quería entender qué estaba pasando, Merlín.
Theo volvió a levantar la varita, los ojos verdes nunca dejaron los suyos.
—Entonces tendré que borrarte la memoria después —dijo con voz firme. Draco enarcó una ceja, sin inmutarse.
—Sobre mi cadáver. Deja de amenazarme con Obliviates cuando sabes bien que no lo harás y que no hay una sola persona a la que le contaría tus mierdas, a nadie le interesan de todas formas. Y creo que por el bien de la Orden y el puto Juramento, ni siquiera puedo, por si se te olvida. Así que dime.
Theo aún lucía contrariado, claramente no queriendo contar la verdad tras su unión a la Orden. A Draco le daba igual. Le daba igual si le incomodaba, le daba igual si era algo totalmente horrible, él necesitaba entender.
Le habían ocultado demasiadas cosas ya.
Theo tomó aire, bajando la varita y sabiendo que cuando al rubio se le metía algo en la cabeza, nadie se lo podía sacar. Draco esperó en silencio.
—Poco antes de que te unieras al Nobilium —dijo, hablando más bajo de lo normal—, Luna Lovegood fue capturada en un ataque de los Rebeldes.
Draco se obligó a no reaccionar. No sabía aquello, por supuesto. Antes de que se uniera al Nobilium, él no era nada, no mejor que un insecto. Era tratado cómo la plaga misma, la mierda de los zapatos de los Mortífagos. No le extrañaba no haberlo sabido, le extrañaba que hubiera pasado tanto tiempo para enterarse.
Y que Theo tuviera que ver en eso.
—Nunca fue de público conocimiento, si estás tratando de saber por qué nunca te enteraste —aclaró, adivinando sus pensamientos—. Nada de lo que pasó ese día salió a la luz, no sé por qué, solo lo saben las personas que atendieron. Mi padre fue una de ellas.
Otro secreto. Todo estaba lleno de secretos. Las personas estaban hechas de secretos.
¿Cuántos más?
¿Cuántos faltaban?
¿Su madre tenía un secreto también?
¿Murió por eso?
—En esa misión fue que murió Ginny Weasley —dijo Theo, y Draco asintió. Potter lo había dicho, solo por eso no se sorprendió al enterarse—. Fue lo que le compró a Maia Snyde su puesto en el Electis, y lo que hizo que Luna llegara a manos de mi padre. Era un miembro muy importante del círculo cercano al Señor Tenebroso, como recordarás. Un prodigio en Legeremancia. —Theo hizo una pausa, su rostro ensombreciéndose—. Y torturas.
Draco no dijo nada. ¿Qué podría decir? Siempre había sospechado que el señor Nott era un sádico, aunque Theo nunca había dicho nada, pero todavía no tenía la menor idea en qué se relacionaba aquello y que Theo se convirtiera en espía para la Orden.
—La misión que se le fue dada —continuó él—, es que averiguara todo lo que pudiera de Luna, de la Orden y de Harry Potter, y luego asesinarla.
Algo salvaje se apoderó de sus facciones. Algo que, si Draco era completamente sincero consigo mismo, le preocupó. Todos ellos –él, Theo, Pansy, Daphne, Blaise e incluso Goyle– tenían un lado que reservaban para ciertas personas. Hannah había visto ese lado, una de las partes más oscuras de él. Lo que predominaba en la cara de Theo en ese momento era el más puro deseo de venganza. Letalidad. Todo rastro de indiferencia dejado a un lado.
—Estuvo un año en los calabozos de la Mansión —completó. Draco asintió, recordando que Lovegood había estado prisionera en su propia casa, años atrás. No era agradable porque era demasiado notorio que no merecía estar allí.
—¿Por qué tanto?
—Estaba entrenada —explicó, con voz algo ausente mientras Draco volvió a sentarse—. No lo esperábamos- pensábamos- todos pensábamos… no lo sé. Los subestimamos, a la Orden quiero decir. Luna era una buena Oclumante, pero independientemente de eso el entrenamiento le ayudó a no dar la locación de la Orden, no de forma exacta. Y toda la información que le pudieron sacar eran cosas que, o ya sabíamos, o ya suponíamos.
La expresión de Theo se alejaba cada vez más y más del presente. Draco notaba cómo recordaba. Cómo estaba reviviendo el pasado.
—En ese tiempo, yo estaba en entrenamiento también —Theo pasó una mano por su cara, Draco casi podía ver los recuerdos bailar frente a sus ojos—. Nadie esperaba que me convirtiera en un siervo para el Lord. Se supone que de cara al mundo ni siquiera nos habían criado para eso, pero-
—Habla por ti.
Salió de sus labios antes de que pudiera detenerlo y se arrepintió al instante. Aquello no era totalmente verdad, y sería un hipócrita si lo dijera en serio. Draco había tomado la Marca porque había querido, ¿no era así? Él se metió en ese enredo por elección propia. No tenía derecho a quejarse.
Él lo había decidido.
—Draco-
—Continúa —lo cortó, determinante.
Theo se le quedó viendo unos segundos, pero luego sacudió la cabeza, dispuesto a seguir. No tenía sentido que intentara conversar con Draco sobre ese tema. No cambiaría nada.
—Nunca nadie esperó que me hiciera fiel servidor del Señor Tenebroso o nunca me lo dijeron —prosiguió, cómo si nada—, pero necesitaba tener entrenamiento. O eso siempre me repitió mi padre desde que era un niño. Así que me ofrecieron a Luna como sujeto de prácticas.
Draco podía imaginarlo a la perfección. Lunática era pequeña, aparentemente frágil. Era un buen objeto de diversión, y mucho mejor, un buen títere para que Theo pudiera manejar a su antojo y así… "entrenarse".
—Era… horrible. —Una vez más, parecía perdido en los recuerdos, sus ojos desenfocados—. A veces, Luna terminaría con un labio sangrante, o moretones en su cuerpo, y sería ella la que me miraría con lástima. A mí —hizo énfasis en aquellas dos palabras, cómo si no pudiera creerlo—. Me diría que lo siente por mí, y que le gustaría- le gustaría que las cosas fueran diferentes para ambos. Y- Draco, ella- tú no… tú no entiendes-
—Lo entiendo —dijo él, recordando aquel 1998. Lovegood decía y hacía las cosas más extrañas, cosas que a veces lograban sacarlo de quicio. En ocasiones, pareciera que ni siquiera estaba consciente del peligro que experimentaba estando allí—. También fue mi prisionera una vez, ¿lo recuerdas?
El semblante de Theo se ensombreció una vez más.
—Cierto.
Parecía molesto con él ahora.
Draco encontraba aquello… peculiar. Había olvidado que Theo era capaz de sentir emociones, gracias a lo frío que siempre se mostraba. Casi parecía un ser humano normal y todo.
—No podía hacerlo. No podía usarla como si no fuera más que un muñeco —murmuró, aunque parecía estar hablando consigo mismo en vez de Draco—. Lovegood se iba haciendo más y más pequeña a medida que pasaba el tiempo. Y creo que la única cosa que la mantuvo en sus cabales, era que nunca estuvo completamente cuerda en primer lugar. Yo no-
Theo se interrumpió a sí mismo, negando una vez más con la cabeza. Como si eso fuera a ahuyentar las memorias que parecían estar atormentándolo.
—¿Tú qué?
—Abogué con mi padre por el principio número cinco de los sagrados veintiocho —soltó.
Draco creyó haber escuchado mal.
Los principios eran cosas raramente usadas durante esos días, creadas siglos y siglos atrás, y dudaba que todos los sangre pura los conocieran. Apelaban al honor de las familias de líneas limpias, y las personas en la lista de los sagrados veintiocho estaban vinculadas a aquello como si fueran otras leyes, una vez que eran usadas. Se guardaban la espalda entre sí, aunque en la actualidad su uso casi se había extinguido debido a que para hacer uso de uno de los principios, había que dar algo a cambio. Un sacrificio.
El principio número cinco, constaba en que ningún daño verdaderamente irreversible podría ser causado de un sangre pura a otro sangre pura.
Draco no preguntó qué era lo que había dado Theo a cambio de usar eso contra su padre y proteger a Lovegood, no era ninguno de sus asuntos. Pero quizás las cicatrices que tenía repartidas por la espalda podían ser un indicador de qué había sido.
Él había usado el principio en repetidas ocasiones durante su aprisionamiento en la mansión, luego de la Batalla de Hogwarts. A cambio, dio todo lo que estuviera en sus manos. Incluso se ofreció a ser sometido a torturas menores a cambio de que no le cortaran una mano, por ejemplo.
Antes de ser un Nobilium, verdaderamente no era nada.
—Él no quería obedecer en un principio —Theo siguió con su relato—. Obviamente, mi padre trató de rehuir, pero es imposible. Todos lo sabemos. Lovegood llevaba dos meses allí para ese entonces, y yo olía ya que pronto empezarían con las torturas físicas. Torturas físicas de verdad. No moretones, ni pequeños cortes. Cosas- cosas que no quería ver, ni pensar, ni oír. No…
Theo apretó los labios, con su gesto cerrándose. Draco mejor que nadie conocía el sadismo y la crueldad con la que sus pares trataban a los prisioneros. Sabía la clase de cosas que le harían a Lovegood. Después de que el Lord hubiera triunfado ya no tenían a nadie que los frenara como había sucedido al inicio de la guerra. Podían quitarle la piel de a poco, podían partirla en dos mientras la mantenían viva, y nadie les diría nada. Nadie lo impediría. Ninguna ley se interpondría en medio.
Theo evitó eso.
—Así que mi castigo y mi misión por mi insolencia, fue guardar su celda.
»Estaba allí, desde el momento en que me levantaba, hasta el momento en el que me iba a acostar. Presenciaba cómo trataban de sacarle información, presenciaba las visitas del Señor Tenebroso. Presenciaba cómo sufría. Presenciaba- veía todo. —Theo apretó los dientes con tanta fuerza que los oyó rechinar, sus ojos perdidos en la mesa, las memorias reproduciéndose en su cabeza—. Y no podía hacer nada.
Draco podría haberle dicho que ya había hecho bastante. Que había hecho lo que podía. Pero nada abandonó sus labios
Porque todo eso le llegaba de muy cerca, y le resultaba demasiado familiar.
Demasiado doloroso.
—Entonces, eventualmente, comenzó a hablarme.
»Eran cosas estúpidas en un inicio, cosas realmente estúpidas, como que mi cabeza estaba llena de torposoplos- o cómo mierda se llamen esas cosas. O que si la dejaba crear un collar con tapas de botellas, yo me sentiría mejor y vería que no tenía sentido mantenerla allí. Que ella me podría ayudar. Ella a mí
Draco casi sonrió. Casi. Durante su aprisionamiento en la Mansión, Lunática no fue muy distinta, sabía de primera mano de lo que hablaba Theo.
Por otra parte también vio cómo las comisuras de Theo se elevaban, solo un poco, antes de que ese gesto de seriedad volviera a su cara. Draco por fin se dejó caer en el asiento. A la poción le quedaban unos minutos antes de que tuviera que apagar el fuego.
—Traté de no escucharla, realmente no. Por algo le decían Lunática, y tenían toda la razón. Solo que… —Se detuvo un instante, sopesando lo que diría—. Me daba lástima, hombre, no te voy a mentir. Me daba lástima verla preguntar cuándo podría irse, o si le permitía escribir una carta a Harry Potter para que la rescatara.
—Suena como ella —comentó Draco.
—Lo sé. Y para ese momento, yo pensé que no haría ningún daño hablarle de vuelta. ¿Qué podría pasar? Era una chifladita, al fin y al cabo. Al menos podría ayudarla a no hablar sola. Así que comencé a contestar.
Draco no sabía qué estaba recordando en ese instante Theo, pero sí sabía que, fuera lo que fuera, él no recordaba haberle visto esa expresión jamás en el rostro. Ni cuando estaba complacido. Ni cuando estaba enojado. O triste. O feliz. O perdido en la lujuria. Jamás. Era algo insólito.
Algo que, aparentemente, solo podía provocar Luna Lovegood.
—Respondía a cosas tontas, verdaderamente tontas —dijo él con sinceridad—. Como cuando me contó un día que los nargles le escondían continuamente los zapatos en el colegio, y que quizás también habían escondido los recuerdos que ellos estaban buscando dentro de su mente. Yo le seguía el juego, le decía que los nargles eran más inteligentes de lo que parecían entonces, y ella respondía que sí, que por fin alguien la comprendía. Y de un momento a otro, estábamos hablando de su padre y de cómo la había querido. Cómo había muerto por ella en la batalla. Y de su madre y de su muerte también, y de un montón de cosas personales que yo no quería saber. No quería saber. No necesitaba saber.
»Me hablaba sobre mis ojos. Que le recordaban al bosque y al césped de la casa en la que solía vivir. Me decía que le habría gustado conocerme antes, o en otras circunstancias. Me decía que… que le gustaría poder hacerme coronas de flores para cuidarme- —Theo esbozó una sonrisa amarga—. A mí. A su puto captor.
Era algo que no le traía buenos recuerdos. Draco lo sabía. Se notaba en cada línea, en cada arruga, en la posición de su cuerpo. Y sin embargo, el rostro de Theo se iluminaba hablando de aquello. Draco no pensaba que él lo notaba. Era algo inconsciente.
No sabía qué pensar al respecto.
—Yo creí- creí que solo le tenía pena. Creí que solo la veía como una prisionera loca —dijo él, un poco más alto que un susurro—. Nunca creí que ella fuera diferente. No ese diferente que todos conocíamos. Si no que… nunca pensé que fuera diferente para mí.
Oh.
Oh.
Draco abrió la boca para decir algo, cualquier cosa. Pero Theo aferró la mano en el borde de la mesa y su respiración se volvió un ápice más pesada, así que decidió que mejor no.
—Y entonces, se quebró.
Aquello lo hizo tragarse cualquier palabra que fuera a abandonar su garganta.
—Fue… Fue de las peores cosas que he presenciado en la vida —dijo él, y ahora sí que parecía que no hablaba con Draco. Las palabras, los pensamientos, todo salía de sus labios sin que Theo lo procesara—. Luna era… era como una luz. Daba igual lo que sucediera, ella… ella…
Hubo un minuto de silencio en el que Draco no pudo hacer más que mirar cómo el castaño movía sus ojos de un lado a otro encima de la mesa.
—Ellos llegaron a un nivel en su inconsciente, a un nivel que no debían tocar y- y todo explotó. Luna volvió en sí, sin ser capaz de distinguir qué era verdad y qué era ficción. Y eso- ella antes pensaba que todo era verdad. Los nargles, los torposoplos. Todo. Luna- Luna…
Luna. No Lunática. No Lovegood. Luna.
La forma en la que Theo decía su nombre hacía que Draco se removiera incómodo en su lugar. Sonaba como si estuviera diciendo algo precioso; algo que debía cuidar. Y Draco comenzaba a entender. Simplemente le costaba creerlo.
—Dejó de comer. Dejó de hablar. Hizo caso omiso a mis intentos de charlas con ella —soltó, como si aquello realmente le causara dolor, a pesar de haber sucedido más de cinco años atrás—. Cualquier otra persona habría estado feliz. Aliviada. Al fin la lunática se había callado. Pero- pero yo no.
No, es que realmente aquello era poco creíble.
—Y un día la vi llorar.
Draco alzó las cejas con verdadera sorpresa. Lovegood. Llorando. En la Mansión, Draco jamás la vio llorar. A veces parecía que ni siquiera entendía dónde estaba, el máximo símbolo de desesperación que había tenido por su parte era tratar de escapar. Fuera de eso, la chica casi parecía una Hufflepuff aceptando lo que estaba sucediendo.
Theo respiró temblorosamente.
—Draco, te prometo, yo- —dijo, perdido en su cabeza—. Sentí que alguien me estaba aplicando un Crucio. Luna-
Draco dejó de escuchar después de eso.
Un Crucio.
Theo la amaba.
Aquella revelación no fue inesperada, no con todo lo que le había contado, pero continuaba siendo difícil de creer. En Hogwarts, Draco no recordaba que Theo le hubiera dedicado un segundo de su atención, y viceversa. Aquello no habría pasado jamás sin que Voldemort hubiera triunfado. Sus caminos nunca se habrían unido. Casi parecía un accidente.
La guerra tenía formas extrañas de destruir a las personas.
—No quería volver a verla así —soltó Theo con firmeza—. No podía seguir viéndola así. Ahí fue cuando comenzó mi plan, lo que me llevó a hacerme espía. Lo que me llevó a que el Señor Tenebroso me "honrara con su Marca" —lo último fue dicho con sorna—. Debía sacarla de allí, incluso si yo moría en el intento.
Eso es estúpido, pensó para sus adentros. Estaba arriesgando todo por un plan que estaba destinado a fallar. Pero no lo dijo en voz alta.
Theo era igual de estúpido.
—Todo se facilitó, la verdad —prosiguió—. Mi madre estaba teniendo una aventura, con un nacido de muggles, ¿lo sabías? Estaba ayudándolo a ocultarse y a cambio supongo que le pedía que se la follara. Yo qué sé.
No, Draco no lo sabía.
A veces sentía que ya no tenía idea de nada, en realidad. Todas las mentiras en las que creía habían comenzado a caerse a pedazos desde que tenía dieciséis años.
Theo se mordió la lengua, realmente la mordió, pensando en eso. Draco sabía que le dolía hablar de Vanessa. No era su madre biológica, pero luego de casarse con el señor Nott cuando Theo no era más que un niño, lo había criado como a su propio hijo y él había comenzado a llamarla mamá. Draco sabía que le quemaba hablar de ella.
Perder una madre ya era difícil. No quería imaginar lo que era perder dos.
—Mi padre los encontró, y en un ataque de rabia, la asesinó —Su voz había vuelto a ser neutral, mientras Draco nuevamente sentía que era tomado por sorpresa. Los rumores… los rumores siempre dijeron que Theo fue quien la mató, salvo que él nunca lo había creído. Nunca supo de qué murió Vanessa, pero ciertamente Draco no se esperaba que hubiera sido asesinada—. Yo… vi todo. Sin quererlo. Vi- vi cómo él-
La ira se apoderó de su cara una vez más, era el mismo gesto que había hecho hace unos minutos. La crueldad parecía parte de Theo en ese momento, y Draco vio quién era en verdad, o en quien podría llegar a convertirse. Draco vio a la persona que no le temblaba la mano al ejecutar gente públicamente. Vio a la persona que el resto del mundo temía y respetaba, así como a él mismo. Vio al hombre que lo aturdió y maniató para la Orden.
Y cayó en cuenta.
—Tú… —murmuró Draco, pasando saliva. Theo no se movió. No contestó. Esperó a que él lo dijera—. Lo mataste..
Draco alcanzó sutilmente la varita de su pantalón, su corazón aumentando la velocidad. Theo estaba exageradamente inmóvil.
—Mataste a tu padre.
—Sí —admitió con tranquilidad—. Sí, lo hice.
Draco no pudo hablar. La mayoría de la charla se había sentido así, pero eso- eso lo calló por completo. Era difícil de por sí.
Él nunca había podido matar a nadie, era demasiado cobarde para siquiera intentarlo. No podía imaginar apuntar la varita a una persona, y ver cómo tomaba una vida- simplemente no podía. No tenía idea cómo era capaz de soportar sacar ojos, de conjurar hechizos que hacían que la víctima se hiciera cortes en cada centímetro del cuerpo y que se mantuvieran regenerando y curando mientras se hacían otros nuevos. Podía hacer todo eso, aunque no era capaz de llegar al otro extremo. Era irónico y ridículo.
Pero si ni siquiera podía imaginarse matando de verdad a un extraño, a alguien sin cara, el pensamiento de asesinar a su padre- su padre... era simplemente inconcebible.
—Eso logró que pudiera ayudar a escapar a Luna —habló Theo una vez más, continuando con su relato mientras Draco lo miraba como quien mira a un desconocido—. Fue todo muy rápido. Escuché sus indicaciones de dónde debía Aparecerme, y lo hice. Le hice caso en todo. Lo que ella me pidiera. Lo que ella- si me hubiera pedido el sol, se lo habría dado. Si me hubiera pedido mi vida se la habría entregado.
Extraño. Todo esto es extraño. Inverosímil.
No tiene sentido.
—La Aparecí afuera de la base de ese entonces. Alguien me dejó inconsciente, y de pronto al despertar, tenía a Harry Potter en mi cara exigiéndome respuestas.
Draco se permitió soltar un resoplido nervioso.
—Me suena conocido.
—Luna interfirió por mí —dijo sin hacerle caso, nuevamente con amargura—. Me defendió. Yo no merecía su defensa. No merecía… no merecía nada. No la merecía a ella. No la merezco.
Draco casi se rio de él.
Merecer o no merecer. ¿Quién dictaminaba eso? ¿Acaso había alguien, en algún lugar, que decidía sobre aquello? Si el merecer cosas fuera justo, si realmente existiera una moral…
Su madre estaría viva.
No. Eso de merecer o no merecer era un sinsentido.
Y sin embargo, entendía mejor que nadie a Theo.
—En el momento en que los vi, supe que tenía que ayudarlos. Si eso- si eso me aseguraba que Luna continuaría viva, que tendría un futuro, y una posibilidad de ser feliz… lo haría —Theo dijo con seguridad, para luego añadir ausentemente—: Y mi madre… mi madre- yo no podía dejar las cosas así con el Señor Tenebroso, harían preguntas. Así que la Orden me ayudó a trazar el plan, lo que haría, incluso modificaron mis recuerdos. Si te los muestro verías que yo realmente pienso que las cosas sucedieron así, como están puestas en mi cabeza. Si no fuera porque me han dicho innumerables veces que no... —Theo chasqueó la lengua—. Volví a la Mansión entonces, y llamé al Lord, preparando la escena. No dudé, no confesé, ni siquiera me mostré arrepentido de haber matado a uno de sus más leales servidores. Simplemente… le dije que mirara.
»Vio mis recuerdos. Uno por uno. Creo que solo gracias a la magia de Potter no notó que eran falsos —Theo estaba respirando agitadamente otra vez—. Lo que él vio fue… que yo me cansé de la mediocridad de mi padre. Que él descubrió a mi madre engañándolo, y tuvo una crisis, huyendo a desquitarse con su prisionera. En medio de aquello Luna tuvo una oportunidad para escapar, debido a que él cometió el error de no dejar la puerta sellada y que las protecciones se hubieran debilitado gracias a su magia débil y descontrolada. Un montón de errores que la Orden creó para hacer la historia más creíble. Y cuando me enteré, maté a mi padre porque no era digno de ser cercano al Señor Tenebroso. Y luego maté a mi madre, por desgraciar la pureza.
La sonrisa burlesca retornó a la cara de Theo. La mente de Draco estaba trabajando a una rápida velocidad, analizando lo que Theo estaba diciendo.
—Como podrás adivinar —dijo él—, al Señor Tenebroso le encantó esta historia.
Oh, Draco podía apostar por ello.
—Lo primero que hizo fue castigarme. Desconfiaba de mí, obviamente. Había matado a uno de sus seguidores más leales y poderosos, pero reconocía el valor que había en eso. Reconocía que fui capaz de hacer algo que no mucha gente haría: poner primero la pureza de la sangre, poner primero a sus ideales, que a mi propia familia. Y mientras tanto, yo fingía adoración, devoción y lealtad hacia él —Draco podía visualizar a la perfección a qué clase de castigos se refería. Cómo funcionaba la mente sádica de Voldemort—. Entonces… me ofreció marcarme. Me ofreció un montón de cosas. Era una prueba, obviamente. El Señor Tenebroso no ofrece ese tipo de oportunidades al azar. Las cosas que tuve que hacer- lo que tuve que cometer… él descubrió que le servía más vivo que muerto. Que le servía más de su lado, que del de alguien más —Theo finalizó, y Draco solo podía pensar en las cosas que el Señor Tenebroso era capaz de pedir con tal de probar a alguien. Podría preguntarle qué, que le explicara qué había hecho, a qué había sido obligado, pero él lo había vivido. Lo había vivido con Eric. Él sabía de lo que hablaba—. Y finalmente el Lord decidió que era lo suficientemente digno.
No sabía qué pensar respecto a todo eso. Era demasiada información. Lovegood. La Orden. Su padre. Su madre. Voldemort. No sabía qué podría acotar. Así que simplemente dijo lo primero que se le vino a la mente:
—La Orden te usó.
Theo se encogió de hombros, indiferente. Toda la compostura glaci regresó a él. Lo peor ya había pasado, había dicho la verdad, toda la verdad. Podía ocupar esa máscara.
—Tal vez —contestó—. No era un precio que no estaba dispuesto a pagar.
Draco trató de analizar todo lo que dijo. Ese era el inicio de su espionaje. La razón por la que había hecho eso y más.
Lovegood.
Y Theo había matado a su padre. Ahora, con la información más en frío, no le resultaba algo tan extraordinario. Draco vio cosas peores, eso era seguro, y probablemente el señor Nott se lo merecía. No tenía idea qué decía de él que pensara eso. No tenía idea qué decía de Theo que no mostrara ningún tipo de remordimiento al hablar de esa parte de su pasado.
Así que simplemente no pensó en ello.
—Ella es la mujer de tus recuerdos… —murmuró Draco, con su mirada enfocada en la poción. Por el rabillo del ojo vio a Theo asentir escuetamente—. Pero se ve tan diferente…
Draco recordó lo que vio en la cabeza de Theo semanas atrás. Ese cabello rubio corto y opaco, ojos azules apagados, cicatrices en su cara, insana delgadez.
Lovegood siempre había sido menuda, pero su pelo largo y esos ojos saltones y soñadores eran algo característico de su físico. Aquella mujer distaba bastante de la niña que Draco conoció.
Era un poco aterrorizador, ver cómo podía cambiarte estar en constante contacto con la crueldad.
—Está diferente —fue lo que Theo respondió. Draco asintió, sin querer seguir hablando de eso.
—¿Continúa viva? —preguntó en su lugar.
—Sí.
Por la forma en que Theo hablaba de ella, Draco solo podía llegar a una conclusión.
—Pero no están juntos.
Unos segundos de silencio pasaron.
—No.
Draco lo observó con cuidado. Aquel día, se enteró de más cosas de las que tenía planeado. Se había enterado que Theodore Nott tenía un corazón, por más increíble que sonara. Draco había pensado que tantos años bajo el ala de Voldemort, criado bajo la vigilancia de los Mortífagos, le había quitado a ambos la habilidad de sentir.
—¿Por qué? —preguntó. Theo resopló con desdén.
—¿Por qué, Draco? ¿En serio?
El noviazgo sí sonaba ridículo para él, pero quizás eso era porque Draco no había encontrado a nadie, ni pensaba hacerlo. Su vida ya era lo suficientemente difícil teniendo que ocuparse de sacar a su madre de Azkaban-
Draco cerró los ojos unos momentos.
—Estamos en medio de una guerra —Theo, afortunadamente, interrumpió el hilo de sus pensamientos—. Yo puedo- puedo morir. No quiero hacerle esto a ella, que se encariñe de mí para dejarla sola. No lo merece.
Draco trató de buscar algo dentro de sí que reaccionara a aquellas palabras como de niño habría hecho. Ganas de burlarse de Theo, de ridiculizarlo. Impresión por la intensidad de sus emociones. Incomodidad frente a algo que Draco no podía comprender.
Pero nada salió. Simplemente no le importaba. Nada de eso.
Ya había obtenido sus explicaciones.
—¿No siente lo mismo, entonces? —le preguntó. Theo se removió en su lugar.
—Era mi prisionera.
Eso no era una respuesta.
—Siete años atrás.
—Seis.
El rubio no agregó nada. ¿Para qué? No era su problema si Theo quería matarse y torturarse de esa forma. Ni siquiera es como si le afectara esa decisión, exceptuando el hecho de que probablemente perdería a un buen compañero de cama si escogía a Lovegood. Fuera de eso, podía hacer lo que quisiera con su vida. Y si sus pensamientos estaban con la lunática, pero no podía tenerla, a Draco le daba absolutamente igual.
—Incluso si siente algo por mí, está condicionado por el tiempo que pasó conmigo estando secuestrada —murmuró Theo, más para sí mismo. Parecía estar recitando palabras que ya había dicho en ocasiones anteriores—. Merece enamorarse de alguien que no- que no haya presenciado- que no haya sido parte de sus torturas. Merece… merece el mundo.
Draco alzó una ceja, algo asqueado.
—La amas —puntualizó lo obvio. Theo desvió la mirada—. Han pasado seis años, Theo. Lovegood no ha desarrollado ningún tipo de apego insano hacia ti.
El castaño arrugó la frente. Draco solo lo decía porque su comportamiento era irracional.
—No lo sabes. No la conoces.
Draco asintió, encogiéndose de hombros. Era justo.
—No, no la conozco.
Theo pareció descolocado solo una décima de segundo, pero no comentó nada. Quizás esperaba que insistiera más, quizás eso hacía el resto de las personas que estaban enteradas de sus sentimientos. Pero él no estaba dispuesto a hacer eso. Draco simplemente-
No le importaba.
—Suficiente —dijo Theo, levantándose bruscamente de su asiento—. ¿Estás satisfecho ahora?
Draco curvó la boca en algo parecido a una sonrisa.
—Bastante.
La poción volvió a sonar en el fuego, indicando que la primera parte de su preparación estaba lista y debía ser dejada reposando veinticuatro horas más. Draco se levantó de su lugar bajo la atenta mirada de Theo y apagó el fuego, conjurando un hechizo que mantuviera el caldero impermeable para que ningún objeto extraño ingresara en él. El rubio juntó los ingredientes que utilizaría al otro día, y luego se dio la vuelta.
—Bien —dijo, caminando hacia él—. Vamos con Potter.
•••
Draco no sabía dónde se encontraba cuando Theo los Apareció allí, pero sí que podía reconocer la magia ondeando a su alrededor.
Dio un vistazo, notando que a unos metros la barrera que los separaba de los muggles se erguía. Él podía verla, como un reflejo borroso entre un mundo y otro.
Theo sacó una moneda del bolsillo, tocándola con la varita. Draco reconoció el encantamiento proteico instantáneamente: era el mismo que él había ocupado en sexto año con madam Rosmerta, el que le había robado al "Ejército de Dumbledore". Parecía tan lejano en ese momento. Cuando las sospechas en su nombre bajaran entre los Mortífagos, Draco exigiría a Potter que le diera una también.
Sintió un familiar atisbo de adrenalina crecer en su estómago mientras veía cómo la mirada de Theo estaba enfocada en un punto que él no veía, seguramente un Fidelius.
Estaba allí, estaba pasando.
—¿Y ahora qué? —Draco dijo en tono aburrido.
—Ahora esperamos.
—¿Y qué? —repitió con burla, resoplando—. ¿Potter se va a materializar de la nada aquí?
—Así es, Malfoy.
Se giró al instante en el que escuchó su voz. Potter estaba detrás suyo, con esa expresión seria que traía desde que era nada más que un niño. Draco podía ver rastros aquí y allá que le decían que era la misma persona que él conoció en Hogwarts, el mismo adolescente enclenque. La postura desgarbada, el cabello hecho un desastre, las gafas redondas. Pero el resto… El resto era otro ser, completamente. Potter se sentía- amenazante. Destilaba casi el mismo poder que el Señor Tenebroso, la magia negra ondeando alrededor de su cuerpo, y la esencia característica, la firma mágica que Draco siempre había percibido, se hacía tan insistente que atosigaba sus sentidos.
Le dedicó una mueca que imprimía todo su desagrado.
—Justo a tiempo, San Potter —espetó, cargando sus palabras de veneno. El moreno alzó una ceja. Su cara estaba vacía de toda emoción.
—Uno creería que en ocho años se te ocurrirían nombres más ingeniosos que los que usabas en el colegio —contestó él, empezando a caminar hacia donde estaban para ponerse frente a ambos.
—No necesitaba pensar en nombres nuevos para muertos. Y tú lo estabas, para mí, y vaya que fueron buenos años —le dijo Draco—. No pensé que estuvieras escondiéndote como una rata.
Había olvidado, de verdad, lo mucho que disfrutaba ver la forma en que el rostro de Potter se enfurecía. Sus ojos se transformaban en dos rendijas, y la palabra irritación parecía cobrar vida. Su mandíbula se apretaba, y las mejillas tomaban un tinte rojo. Fue su pasatiempo favorito de niño, y era divertido ver que aún podía hacerlo perder la paciencia con un par de palabras.
—Si no te hubieras dedicado a crear hechizos de mierda que mataban a la gente que podía testificar que estaba vivo —replicó Potter, con el mismo veneno que el rubio había ocupado—, quizás te habrías dado cuenta.
Draco bufó con sorna, la ira empezaba a apoderarse de él. Habían cosas que no cambian.
—¿Esa es tu excusa? Te has rascado los huevos ocho años. Pudiste-
— Draco.
La voz de Theo hizo que se girara hacia él, su tono advirtiéndole que quizás iba a cruzar una línea.
Le importaba una mierda.
Estaba siendo irracional, lo sabía. Sabía que viéndolo desde un punto de vista objetivo, Potter no tenía demasiadas opciones. De todas formas aquella parte de Draco, la que le ayudaba a mentirse a sí mismo, encontraba muchísimo más cómodo echarle la culpa de todo a Potter y su ineptitud. Ni siquiera podía empezar a explicar por qué le molestaba tanto- solo que si hubiera sabido la verdad sobre su muerte… Si hubiera sabido…
Nada. Nada habría pasado. No eres una buena persona. No intentes convencerte a ti mismo de eso.
Probablemente habrías luchado para entregarlo al Señor Tenebroso, y así comprar la libertad de tu madre. No lo habrías ayudado. No eres como Theo.
No eres más que en lo que te convertiste.
En medio de sus pensamientos, no pudo evitar preguntarse qué tanto había de cierto en todo eso. En si habría entregado a Potter sin pestañear por su madre. No lo sabía. No quería saberlo tampoco. No había sucedido. Punto.
Eso no quería decir que no le hirviera la sangre.
Potter extendió su mano, y Draco, por inercia, hizo lo mismo. Un segundo después, sintió un papel cayendo encima de ella. En él se leía una dirección extraña. Coordenadas, si era preciso. Pero para cuando su cerebro empezó a dilucidar qué era, el suelo ya estaba abriéndose desde abajo, y una Mansión casi tan grande como la suya había empezado a surgir a unos metros de donde se encontraba. Era más parecida a un castillo que a otra cosa, aproximadamente cinco pisos y una que otra torre, la construcción hecha de piedra y notoriamente antigua. Las protecciones que asimilaban una reja eran de piedra también y madera, irguiéndose a lo largo del gran terreno e impidiendo que de donde estaban se pudiera ver hacia adentro.
Draco miró a su alrededor. Era un campo, donde muchos metros más allá se veía un pequeño pueblo con casas igual de pequeñas, y una mansión en miniatura. No había nadie, y de todas formas, de pronto sintió que estaba siendo observado.
Elevó sus ojos, aunque no notó nada fuera de lo común.
—Vamos —dijo Potter abriendo el gran portón de metros y metros de alto mientras murmuraban un encantamiento largo—. Por aquí.
Draco y Theo lo siguieron. El primero recordó vagamente el hechizo que Potter había pronunciado. Era peligroso, y servía para sellar completamente una propiedad. Dentro de esa Mansión, absolutamente nadie entraba o salía sin el consentimiento del azabache. Draco pensaba que ese hechizo en realidad era una fantasía, nunca vio a nadie usarlo fuera de sus cuentos de fábulas. Aparentemente, era real.
La Mansión se encontraba casi al final del terreno, por lo que todo lo de al frente era un laberinto de arbustos y árboles que formaban un espacio común al centro. Casi como un parque en medio de la propiedad. Draco sabía que así estaban diseñadas las casas mágicas más antiguas para hacerle más difícil a los enemigos entrar por tierra, y que el laberinto de la Mansión Malfoy era aún más complicado que ese. Aquel parecía estar ahí solo para adornar.
—¿Qué sucedió? —preguntó Potter de pronto, parándose justo en el espacio común, los árboles rodeandolos y haciendo que aquello fuera algo más privado. Sus palabras habían sido dirigidas a Theo, pero sus ojos estaban fijos en él, así que Draco fue el que contestó.
—El Señor Tenebroso quiso ver mis recuerdos, luego de preguntar por la desaparición de Yaxley —le dijo sin rodeos.
Potter solo parpadeó. Si se daba cuenta de lo grave de la situación, no lo demostró para nada.
—¿Y? —replicó luego de unos segundos de silencio.
—No vio nada, pero creo que es peligroso tener mis recuerdos ahí sí estoy en su foco de mira.
Potter aún no se movía. Una brisa recorrió los árboles, y el frío extenuante en el que vivían se hizo un poco más notorio. A unos kilómetros los dementores debían andar cazando presas a quienes robarle la felicidad. Por poco, Draco sacó su varita y conjuró un Patronus. Aunque en la oscuridad de la noche llamaría demasiado la atención.
—¿No eras un experto Oclumante?
—Sí —contestó aunque no era del todo cierto, y obvió el tono de burla con el que Potter había preguntado aquello—. Pero no puedes usarlo contra él. El Señor Tenebroso- se daría cuenta de que lo estoy dejando fuera de mi mente. Pensará que escondo algo.
—¿Qué sugieres?
—Existe un… hechizo. Es un derivado del Obliviate. Borrará mis recuerdos, pero de forma temporal, y yo decidiré qué olvidar. Una vez que tú lo reviertas con un toque de varita, recuperaré todo. Todo lo que tenga que ver con la Orden.
Draco, por alguna razón, había esperado que Potter exigiera explicaciones. Que le preguntara de dónde había sacado eso y por qué consideraba que era una buena idea. O que lo descartara y el rubio tuviera que luchar con uñas y dientes para que le hiciera caso a él y a su plan, y que dejara esa estúpida idea preconcebida de la moral. Gritarle que no rechazara su propuesta solo porque era Draco Malfoy.
Pero en su lugar, Potter sacó la varita de su bolsillo.
—Está bien —le dijo con serenidad—. Enséñame.
Draco se quedó donde estaba unos segundos antes de asentir y acortar la distancia entre ambos, sacando su propia varita mientras se ponía a su lado.
Evitó mirar la madera que Potter sostenía entre sus dedos. Evitó pensar en que era suya, y que no tenía derecho de usarla. Pero era cierto que la varita escogía al mago y que había pasado ocho años sin ella. No la necesitaba. Sin embargo el hecho de que fuera Potter, de toda la gente, que la tuviera…
Merlín.
—Tienes que moverla de esta forma… —le dijo, haciendo un movimiento en zigzag parecido a una Z alargada y curva. Potter lo intentó—. No, no. Así.
Era un hechizo de los más complejos que habían, no le extrañaba que el inútil no pudiera hacerlo.
Draco lo hizo una vez más, dejando en claro con la muñeca cómo se conjuraba. Potter siguió su ejemplo, sus ojos determinados cómo si aquello fuera una especie de desafío.
—Sí —dijo Draco, una vez que el movimiento fue copiado de forma correcta—. Y debes decir " Pars Obliviate".
Potter lo repitió.
—Sí —volvió a decir él, alejándose.
Draco fue vagamente consciente de que habían estado un poco más cerca de lo normal cuando dio un paso atrás y el calor del cuerpo de Potter había desaparecido de su costado, el roce de las ropas desapareciendo. Sin embargo, no se detuvo en ese hecho, porque un pensamiento cruzó por su cabeza golpeándolo al instante.
—¿Qué pasó con Yaxley? —preguntó de repente. Potter enarcó una ceja.
—¿Cómo que, qué pasó con Yaxley?
—¿Han logrado sacarle algo?
Potter lo estudió unos segundos, intuyendo que Draco tenía segundas intenciones con esa línea de cuestionamientos.
—No. Se ha resistido a to-
—Déjamelo a mí —lo interrumpió—. Habla con Theo. Luego de la próxima ejecución, llévame hasta él.
El semblante de Potter se hizo más oscuro luego de oírlo. Draco no sabía por qué. Por la ejecución, o por la obvia implicación de que él sí podría hacerlo hablar.
Le importaba una mierda también.
—¿Para? —preguntó Potter, casi con resentimiento. Draco guardó la varita en su bolsillo.
—Para charlar y comer bocadillos, Potter. No seas imbécil, aunque tengo claro que te cuesta, pero sé cómo hacer que hable.
Los Mortífagos y la sociedad en general, sobre todo los niños, eran educados para ser soldados, mas no estaban entrenados como la Orden. Como había comprobado con Hannah y según la historia de Theo, un miembro promedio del bando de Potter era capaz de resistir a las peores cosas, a las peores torturas, y aún así morir sin revelar más de lo necesario. Los Mortífagos, a diferencia de ellos, no tenían la necesidad de hacerlo porque no tenían ningún tipo de amenaza encima.
O eso era lo que ellos pensaban.
—¿Así como lograste que Hannah hablara? —dijo entonces Potter, la ira colándose en su tono, la acusación en cada palabra.
Draco se echó a reír.
Por la cara de Potter, sabía que no era un sonido placentero.
—Ella fue una de las difíciles, debo admitir —contestó con una media sonrisa—. Ni siquiera gritó tanto como el resto, solo cuando Greyback se la comió viva. Un buen espectáculo, tengo que admitirlo.
Ahí estaba una vez más. La viva rabia adornando cada fracción de la expresión de Potter. La varita estaba apuntada a él al instante de finalizar, y Theo dio un paso hacia ellos.
Draco no borró su sonrisa.
—Me das asco —siseó Potter entredientes.
No era el primero que lo decía.
No sería el último.
—Ponte a la fila.
Por lo que pareció un minuto entero, ninguno se movió. Theo miraba la escena desde su posición, dispuesto a intervenir si las cosas escalaban. Potter apuntaba hacia él, destilando enojo y repulsión. Y Draco se burlaba, con ojos ansiosos de ver cómo reaccionaba frente a lo que decía.
Y cuando creía que podían comenzar a liarse a maldiciones, Potter bajó la varita, dando un paso hacia atrás y cortando el contacto visual.
Draco lo miró por unos segundos sin entender, aunque no fue demasiado.
—Bien, Potter. Hazlo ahora —prefirió ordenar, para luego girarse hacia Theo—. Deberás aturdirme una vez que acabe, así que mantente listo.
Potter, desde su lugar, arrugó el entrecejo.
—No será necesario, podemos hacer esto afuera y mientras yo me oculto bajo la capa y estás confundido, Theo podrá Aparecerte lejos.
Draco se volteó una vez más hacia él, una ceja arriba.
—Sí será necesario. Seguiré sintiendo tu magia y me preguntaré por qué estás vivo, y el Señor Tenebroso podrá verlo en mis recuerdos.
—Bastante gente puede sentir mi magia —replicó Potter, casi con narcisismo—, eso no quiere decir que sabrás que es mía.
Draco lo miró directamente, ojos fríos y cortantes como una navaja.
—Lo sabré.
Se vieron el uno al otro unos asfixiantes segundos, y Draco casi quiso gritarle que no todo lo que decía tenía segundas intenciones de por medio. Que estaba siendo honesto y que ni aunque quisiera podría traicionarlos. Que no entendía cómo ni siquiera un Juramento Inquebrantable hacía que confiara en él.
Pero no dijo nada de eso.
—¿Cuál es el problema, Potter? —se mofó—. Cuando te conocía, habrías peleado por poder aturdirme.
No le pasó desapercibido ni a él, ni a nadie, cómo esa oración salió de sus labios. Cuando te conocía. No tenía mucho sentido, pero a la misma vez tenía todo el sentido del mundo. Draco ya no conocía a ese hombre que estaba frente a él. No tenía idea de quién era, además de su nombre. No sabía qué había hecho en esos años. No lo sabía.
—Bien —murmuró Potter entonces.
Sin más preámbulo, una varita estaba encima de su cara, y un montón de memorias comenzaron a pasar frente a él, Draco se enfocó en ellas, en todas las que podía, para olvidarlas. Theo. Yaxley. Potter. La Orden. Todo desvaneciéndose y quedando como nada más que ideas inconexas sin relación entre sí.
Draco suspiró, sintiéndose súbitamente débil.
Y finalmente, su alrededor se volvió negro.
•••
Holaaa, ¿qué tal les va? Yo estoy hiper emocionada porque he visto unos tiktoks por ahí promocionando este fanfic y realmente me hace muy feliz que les esté gustando a tal punto. No tienen idea de lo contenta que estoy, he llorado al menos dos veces viéndolos *llora otra vez*
En otras noticias, canónicamente, Theo y Draco son personas que se respetan mutuamente y comparten afinidad, y Rowling de hecho les preparó una escena dónde ambos hablaban de igual a igual, pero nunca supo incluirla en la saga. Así que yo tomé este dato y lo aproveché a mi conveniencia. Son besties en mi cabeza.
Y bueno, hay bastantes cosas del canon, en su mayoría de las Reliquias de la Muerte, (libros, entrevistas de J.K, tweets), que me han ayudado a darle forma a esta trama. Sobre todo vacíos argumentales y errores de continuidad a los que les daré un sentido más adelante.
Stay tuned!
