Harry entró de vuelta a la Mansión sintiendo el corazón latiendo en su garganta y la familiar rabia creciendo en el estómago.

Joder.

Había visto a Malfoy antes, aquel día del interrogatorio, pero dado que estuvo la mayoría del encuentro bajo el Veritaserum, Harry no podía hacerse una buena imagen de él. Se había encontrado con esa fachada fría que daba la poción, combinada con la cólera de la muerte de su madre. Físicamente era donde él podía ver más diferencias con su yo del pasado, pero en ese momento…

En ese momento, se había encontrado con Malfoy, y había entendido al fin el revuelo, el miedo tras ese nombre.

Toda la apariencia que tuvo en Hogwarts, el niño malcriado y caprichoso que una vez fue, se había desvanecido, dejando a un hombre que parecía carecer de alguna emoción humana. El hombre que Harry vio esa noche, era el Malfoy que hizo que la gente nueva que se unía a la Orden temiera que él los descubriera.

No Rabastan. No Greyback. Ningún Mortífago conocido y veterano.

Malfoy.

Malfoy, a quien la gente común temía y respetaba, porque sabían que si sus ojos se posaban en ellos por más tiempo de lo normal, todo estaba perdido. Malfoy, que inauguraba ejecuciones y observaba todo con ojos duros y analíticos, limpiando la sangre de sus zapatos como si no fuera más que un estorbo. Malfoy, quien había ascendido inesperadamente rápido entre las filas de los Mortífagos, llegando al círculo más cercano de Voldemort. La élite de la élite. El Nobilium.

Malfoy, el torturador. El despiadado.

Como le habían apodado, Astaroth: demonio entre los hombres.

No importaba que no hubiera matado a nadie, que clamara no haberlo hecho. La crueldad de su mirada no ocultaba secretos.

"Sé cómo hacer que hable", había dicho, con su voz cortante como una daga. Y cuando Harry pensó que- pensó en las cosas que Malfoy haría para conseguirlo y recordó a Hannah, él solo se había reído. Como si lo considerara algo gracioso.

Harry oyó cosas durante esos casi ocho años, por supuesto. Él sabía el rol que desempeñaba Malfoy, quién era, ¿cómo no hacerlo? Relatos de que Malfoy torturó gente hasta la locura, que empleaba hechizos que hacían parecer un " Crucio" un juego de niños. Que existió gente a la que hizo hervirles la sangre de forma literal, provocando que se quemaran por dentro y se arrancaran la piel con las uñas para dejar de sentir cómo sus órganos se iban degradando… pero su mente nunca fue capaz de unir la imagen del niño que lloraba en medio de un baño por no poder cumplir la tarea que se le encomendó, con la de un torturador frío y despiadado, que despertaba el respeto y miedo de la gente que lo conocía.

Ahora sí podía.

—¿Estás seguro de que esto es una buena idea?

Harry se giró hacia la voz una vez que estuvo dentro, tomado un poco por sorpresa. Provenía de un lado de la chimenea en el Salón Principal, y el tono desconfiado con el que toda la gente lo había tratado desde que había pactado su alianza con Malfoy era notorio en las palabras.

—No —respondió Harry con sinceridad, acercándose hasta ella—. ¿Pero se te ocurre una mejor opción para saber qué tiene que ver Narcissa en todo esto, que su propio hijo?

La castaña estiró sus largas piernas encima del diván, el libro que traía entre las manos resbaló un poco a medida que lo observaba, sus ojos azules escanearon su cuerpo.

Harry sabía que estaba escuchando sus pensamientos.

—Deberías dejarme entrar a su mente —dijo ella, con tono perezoso—. Ver lo que hay allí, qué es lo que sabe… y luego deshacernos de él.

Harry suspiró, masajeando sus sienes. No era como si esa idea no hubiera cruzado por su mente, pero no, aquel no era el curso de acción que tendrían que tomar. Lo que debían hacer era aprovechar la posición que Malfoy se había labrado.

Harry se sentó a un lado de ella.

—Ya le dimos Veritaserum —replicó—. No sabe nada, Astoria.

Astoria resopló pero no agregó nada más frente a esa oración, posando sus piernas en el regazo de Harry y retomando la lectura. Harry tomó su tobillo, empezando a trazar líneas encima de la piel a medida que pensaba. Malfoy había dicho que tenía una ejecución pública, debía ser en unos días. Harry conocía todo acerca de ellas. Solían suceder cuando alguien atentaba contra el gobierno de Voldemort, ya sea porque afirmaban ver a Harry Potter, o porque era pillado haciendo cosas sospechosas. Se llevaban a cabo en el Atrio del Ministerio de Magia, en una tarima justo enfrente de donde se encontraba la estatua de su supuesta derrota. Eran todas diferentes, para que las personas no supieran qué esperar, y podían ir desde un simple Avada Kedavra, hasta desmembrarlos vivos para el deleite de la comunidad mágica. Los miembros del Nobilium y el Electis abrían las ejecuciones, y en bastantes de ellas, eran quienes las llevaban a cabo. Y si las víctimas no clasificaban como lo suficientemente importantes, Voldemort ni siquiera se aparecía.

Luego de que la ejecución de ese día pasara, tendría que avisar a Theo para que Malfoy viniera al cuartel y sacara información a Yaxley, con métodos de tortura que Harry apenas podía empezar a imaginar. Ellos conocían algunos de esos hechizos –el Veritatis Dolorem o el Flacse, por ejemplo– y se habían entrenado para soportarlos. Suponía que los Mortífagos, sobre todo los experimentados, podían aguantarlos también, pero eso no quería decir que el resto de los conjuros que se habían inventado a lo largo de los años fueran de conocimiento público, que se pudieran resistir. Malfoy… Malfoy estaba seguro de que iba a hacerlo hablar…

—Estás siendo demasiado ruidoso.

Harry soltó el tobillo de Astoria, girándose para mirarla. La mujer no había despegado los ojos de las páginas al hablarle.

—No he dicho nada.

—Puedo oír tus pensamientos. Siempre son caóticos, pero nunca se habían oído así… —murmuró ella en respuesta, mirándolo de reojo por arriba del libro—. ¿Estás bien?

La respuesta fue automática.

—Sí.

Astoria le miró unos segundos más antes de fruncir el ceño y volver a la lectura, dejando a Harry perderse una vez más en su cabeza. Si había una ejecución, eso quería decir que en la última redada alguien lo había visto. Era lo más probable. Que lo vieron y lo anunciaron al mundo. Quizás podrían sabotear la ejecución, entonces. Quizás podrían incluso matar unos cuantos Mortífagos. No- debían apegarse al plan de secuestrar a los guardias que tuvieron contacto con Narcissa. Eso debían hacer. Gastar fuerzas y poner en peligro a la Orden por na-

—Bien —dijo Astoria de manera repentina—. Me voy.

Harry levantó la mirada cuando la oyó, para ver cómo Astoria se levantaba de su lugar, dejando el libro donde estaba sentada momentos atrás. Su largo cabello se encontraba trenzado, y el vestido blanco que usaba quedó rápidamente cubierto por la túnica gris que se puso encima, la cual reposaba antes en la espalda del diván. Astoria conjuró un rápido Glamour que transformaba su cara mientras acomodaba las prendas, la capucha cayendo al instante sobre su cabeza.

—¿Adónde vas? —preguntó Harry, viendo cómo Astoria se encaminaba hacia la puerta una vez había terminado. Ella se giró brevemente.

—A casa.

Harry se levantó también, siguiéndola hasta afuera del salón, ambos caminando hacia la puerta de entrada. Astoria era unos centímetros más alta que él, pero en ese momento la diferencia era notoria gracias a sus zapatos. Harry no tenía idea de cómo podía andar tan bien con esos tacones.

—¿De verdad te vas a ir porque interrumpí tu lectura? —preguntó él suspirando, cuando ella ya alcanzaba la puerta.

No era la primera vez que se marchaba para poder estar en paz con sus propios pensamientos.

Astoria se giró entonces, y la cara seria con la que se iba ya había cambiado. Le dedicó una sonrisa a Harry, avanzando unos pasos hasta quedar frente a frente. Sus ojos azules brillaban, la tenue luz del pasillo hacían que las sombras que se reflejaban en su rostro enmarcaran sus facciones disimuladas, la belleza y elegancia destilaba de ellas aún con el Glamour.

—No seas egocéntrico, Harry —dijo con voz suave, levantando la mano para acunar su rostro—. Me tenía que ir de todas formas, Daphne podría llegar en cualquier momento a casa. Mi trabajo aquí con Yaxley está hecho. —Ella se inclinó, dejando un pequeño beso en su mejilla, justo a un costado de su boca—. Mientras Malfoy no lo rompa lo suficiente para entrar a su mente, no puedo hacer más.

Harry volvió a suspirar, un poco mareado por su cercanía, el perfume caro impregnando sus fosas nasales.

—Está bien —murmuró cuando se alejó. Astoria asintió, separándose de él y volteandose a la puerta.

—¿Me vas a llamar cuando ese tipo venga?

—Sí.

—Está bien —Astoria tomó el pomo y salió al jardín—. Te veré luego.

Y con eso, se marchó.

Harry se dirigió a una de las ventanas, observando cómo Astoria se movía por el laberinto y pasaba la zona común dónde él, Theo y Malfoy, habían estado minutos atrás. La capucha ondeaba con el viento, y, cuando las protecciones le avisaron que alguien estaba tratando de traspasarlas, Harry apuntó la varita a la puerta, murmurando el hechizo que la dejaría irse. No le preocupaba Astoria. Si la Aparición fallaba, siempre tendría otros métodos para volver a casa sin ser vista.

Harry dejó salir otra respiración temblorosa, sintiendo las protecciones amoldarse de nuevo, y se retiró. Le habría gustado conversar más con ella. Siempre era agradable hablar con Astoria, y Harry aprendió a apreciarla con el paso de los años luego de que la mujer casi hubiera peleado con uñas y dientes para que la dejaran unirse a su bando. Había aprendido a reconocer su intelecto y lo útil que era para la Orden su don con la Legeremancia y la Transformación. Una parte de él pensaba que incluso en algún punto podría haber llegado a enamorarse de ella; pero lo descartó de inmediato, en este momento y en aquel entonces. No solo porque no había cosa más peligrosa que amar en tiempos de guerra, si no también porque en medio de todo ese lío, más débil se hacía de cara a sus enemigos, quienes no dudarían en aprovecharse de los puntos sensibles si es que los descubrían. Más doloroso sería una vez que se marcharan… él estaba bien así. Además...

Buscaría a Ginny en Astoria.

Harry caminó por los pasillos que daban a las escaleras de la mansión, quitándose esa idea de la cabeza. Astoria y Ginny no eran nada parecidas, ni físicamente ni psicológicamente. Mientras Ginny era atrevida e intrépida –pasional– Astoria era precavida, y prefería por lejos el terreno intelectual que el del campo de batalla, aunque era una bruja talentosa también. Harry intentaría buscar similitudes que no existían, y no sería justo para ninguno, ni para la memoria de Gin, ni para él, o para Astoria. No lo era.

Realmente estaba bien así.

Harry llegó al borde de las escaleras. Eran grandes y vistosas, dando a un segundo piso igual de espacioso que el primero. Harry las subió, dispuesto a retomar la reunión que abandonó a la mitad antes de que su moneda se calentara, cuando de pronto notó a Luna en una de las primeras habitaciones del pasillo, sentada en la última ventana del cuarto mientras miraba hacia afuera.

Harry pausó, decidiendo que no podían hacer daño darse unos minutos para hablar con ella.

—¿Estás bien? —le preguntó, entrando a la habitación.

Era una de las de menor tamaño y tenía un piano al centro. Aparentemente Luna quería aprender a ocuparlo, pero lo único que había logrado era tocar melodías que no tenían relación entre sí, aunque nunca se lo decían. Había pocas cosas que la hacían verdaderamente feliz desde el 2000. Y si tocar el piano de forma ridícula era una de ellas, Harry callaría.

Luna giró hacia él cuando lo escuchó, una pequeña sonrisa adornó sus labios a medida que asentía.

—Bien —dijo ella.

Harry llegó a su lado, mirando por la ventana junto a la mujer, notando cómo desde allí se podía ver un poco la zona común, el laberinto y algo de la salida de la mansión.

—Lo viste por la ventana —afirmó, sabiendo que eso era lo que Luna estaba haciendo allí. Ella volvió a asentir.

—Theo.

Harry le dedicó una mirada ladeada mientras los ojos de Luna seguían fijos en el jardín. No había dicho muchas palabras los últimos años, al igual que Andrómeda. La última vez que la escuchó hablar como una persona normal fue la noche en la que Theo la rescató y la llevó a la base antigua para ponerla a salvo. Luego, su lista de oraciones se había reducido hasta quedar en no más que monosílabos. "Bien, mal, y Theo" eran las palabras más usadas en su pequeña colección.

No era que no comprendiera el mundo a su alrededor, o que tuviera algún tipo de problema en la cabeza. Hermione y Poppy le explicaron que podía ser un mecanismo de defensa, que todos teníamos diferentes, y que para Luna era más fácil llevar la realidad de esa forma desde que la habían secuestrado. Harry no lo comprendía, extrañaba escucharla hablar sin parar sobre los nargles y esas cosas, pero no estaba en su lugar dictaminar cómo cada uno sobrevivía a la guerra.

—Theo estaba con Draco Malfoy, ¿lo recuerdas? —preguntó Harry lentamente. Luna volvió a asentir—. Él fue quien trajo a Yaxley.

La mujer pestañeó un par de veces, recordando seguramente la noche que habían movilizado el hombre hasta la mansión.

—¿Bien…? —cuestionó Luna, dejando la oración en el aire. Harry hizo una mueca.

—No diría que es bueno —respondió, intuyendo que eso era lo que estaba preguntando Luna—. Es Malfoy.

Luna no contestó nada en un inicio. Sus dedos fueron a parar a la ventana, trazando figuras en ella, la mirada fija en el punto donde Theo estaba parado minutos atrás.

—¿Theo? —susurró. Harry se tomó unos segundos para responder.

Theo había matado a un montón de gente. Theo había cortado cabezas sin pensarlo dos veces, sin tener remordimientos al respecto. Theo había reducido a pedazos a cualquiera que intentó tocarle un pelo a Luna. Eso no era de alguien bueno.

Pero Harry tampoco podía juzgarlo, después de lo que él mismo había hecho.

—Theo te protegió —respondió en su lugar, sabiendo que Luna defendería al hombre sin importar qué le dijera. Ella asintió solemnemente.

—Theo —dijo, el nombre deslizándose en sus labios con cariño—. Bien.

—Sí. —Harry habló, con voz distante—. Theo hizo bien contigo.

Él no sabía si Nott no disfrutaba hacer esas cosas, y también que en más de alguna ocasión le tocó asesinar a miembros de la Orden, y que no debería confiar en su palabra. Pero Theo ya había arriesgado su vida, años atrás, al traer de vuelta a Luna. Quizás Harry estaba siendo iluso- probablemente lo era, pero si alguien como él podía notar que los sentimientos de Theo eran verdaderos, entonces no tenía razones para desconfiar de él.

Eso no quería decir que la idea le agradara.

Luna lo observó abiertamente, con sus grandes ojos azules menos soñadores y brillantes de lo que fueron en la adolescencia. Su cabello rubio ya de por sí apagado había oscurecido más tonos durante esos años, y las pequeñas cicatrices que le recorrían la frente daban por resultado la imagen de una mujer que pasó por demasiadas cosas.

Al igual que el resto del mundo.

Harry se alejó de la ventana, dispuesto a volver a lo que estaba haciendo.

—¿Has visto a Hermione y el resto? —preguntó. Luna apuntó hacia el final del pasillo, justo donde Harry creyó que iban a estar—. Gracias, Luna —dijo, agachando un poco la cabeza a modo de despedida y saliendo del cuarto.

A medida que Harry se daba la vuelta, Luna agitó su mano y volvió a mirar una vez el punto donde Theo había estado, casi como si pensara que si lo deseaba lo suficiente, el hombre reaparecería. Harry agitó la cabeza.

No demoró mucho en ubicar a sus amigos. Estaban dentro de un cuarto grande con una mesa que abarcaba poco más de la mitad de la sala. Se encontraban en una de las esquinas. Hermione, Ron, Percy y Bill doblados encima de un montón de hojas, leyendo y hablando en voz baja.

Harry caminó hacia ellos sin dejar de notar cómo a la mano de Hermione, la cual movía por encima del papel, le faltaban dos dedos. No fue una experiencia bonita el día que los Mortífagos la habían reconocido y por poco asesinado; su cabello grande y desastroso dando la pista incluso tras la máscara, debido a que su foto y la de varios miembros de la Orden estaban colgadas por todo el mundo mágico, reconociendolos como "Los Rebeldes". Desde ese día en que le arrancaron dos de sus extremidades de forma definitiva para torturarla, usaba el pelo corto, al ras de su mandíbula, y lo llevaba amarrado en una media coleta para así ser irreconocible.

Ron la escuchaba atentamente, completo de cicatrices también en sus manos y brazos, las que se había hecho aquel día en el Departamento de Misterios en quinto año, y unas cuantas más. Bill, con las que le dejó Greyback adornando su rostro, y Percy. con la mitad del rostro quemado luego de la Batalla de Hogwarts. Harry sintió ese revuelco de siempre en su interior al mirarlos, recordando sus propias cicatrices también.

Todos habían sido marcados de una forma u otra.

—Hey —dijo, cuando llegó a su lado. El grupo levantó la mirada brevemente para reconocer su presencia, antes de volver a las anotaciones.

—¿Qué quería? —preguntó Hermione un poco más brusco de lo usual.

Harry la miró unos momentos, sabiendo que Hermione aún desconfiaba de Theo, siendo su mayor razón que el castaño no pudieran hacer un Juramento Inquebrantable con él que les confiara su lealtad, debido a que necesitaban que fuera capaz de jurar a Voldemort lo que pidiera. Lo único que consiguieron de su parte, era que jurara que pasara lo que pasara, no abandonaría a la Orden. Hermione no creía en su cariño hacia Luna, mucho menos después de que no deseara estar con ella, o rechazara cualquier intento de Luna por acercarse a él. Harry ya se había rendido en tratar de convencerla de que existían razones para su comportamiento, y que no, no los iba a traicionar.

—Estaba con Malfoy —respondió, esperando las reacciones que esa oración iba a traer, que no tardaron.

El cuerpo de Ron se tensó visiblemente, y Percy junto a Bill hicieron una mueca de desagrado. Hermione apretó los labios, sus manos apretando el borde de una de las hojas.

—¿Y? —escupió Ron, apretando la mandíbula. Casi molesto.

No era ninguna sorpresa. Todos sabían quién era Malfoy y la manera en la que entró al Nobilium: sacrificando a un pobre chico y consagrándolo como el peor asesinato de esos años. Todos lo odiaban en diferentes niveles.

—Tom intentó ver sus recuerdos hace unos días —explicó Harry, con voz neutra—. Malfoy cree que desconfía de él.

Su amigo bufó, sus ojos enfocados con ahínco en los papeles.

—Tremendo espía…

Harry se puso a su lado para mirar las hojas también, ignorando su comentario. Independientemente de si detestaba o no a Malfoy, sabía que Voldemort desconfiaba de todo el mundo. Que tenía mascotas y seguidores, pero no iguales, y que sería un estúpido si por su mente no hubiera pasado la posibilidad de que Malfoy se hubiera enterado de todo lo que le hacían a Narcissa, y que la historia de pantalla de Lucius no hubiese funcionado. Era más que obvio que tarde o temprano se aseguraría de que el secreto siguiera intacto, y que la urgencia de comprobar que Malfoy seguía sin saber nada, hubiera crecido luego del secuestro de Yaxley.

Una parte de su cerebro le recordó que, como estaban las cosas, Malfoy debía hacer hasta lo imposible para probar que era devoto a Voldemort. A nadie le iba a gustar mucho esa parte.

—¿Y? —intervino Percy, subiendo sus lentes—. ¿Qué hiciste al respecto?

Harry se encogió de hombros.

—Él me enseñó un hechizo, no sé de dónde lo sacó. Es una variante del Obliviate.

—¿Por qué no preguntaste? —cuestionó Hermione frunciendo el ceño.

—Claro, Hermione, porque Malfoy me iba a responder, ¿no?

Su amiga volvió a apretar los labios, sus ojos volviendo al papel. Bill se acarició la barbilla, levantando una ceja al oírlo.

—Creía que si le sirve a la Orden, está obligado a decírtelo —puntualizó él.

Harry lo observó unos momentos. Bill era el más callado de todos los Weasley, incluso más que Percy o Charlie, pero eso no había sucedido de la noche a la mañana. El cambio pasó, cuando Fleur sufrió de un aborto a los seis meses de embarazo gracias al estrés con el que estaban viviendo, y debido a que Bill fue a una misión para encontrar a Nagini. Para cuando volvió, había sucedido lo que había sucedido.

Harry apartó la mirada, dejando el terrible recuerdo disiparse, y suspiró. ¿Qué importaba el cómo supiera ese hechizo? No afectaba en nada. Malfoy seguramente sabía cómo hacer un montón de cosas horribles, debió aprenderlas durante esos años. Así como todos ellos.

—Bueno, da igual —replicó, con voz determinante—. Me lo enseñó.

Sacó su varita, demostrando cómo se conjuraba y repitió las palabras. Una leve floritura blanca salió de la punta y chocó contra la pared cuando finalizó. Les explicó lo que hacía, y mencionó que Malfoy al final de todo dijo que debían aturdirlo, que podría sentir su magia y sabría que le pertenecía a Harry. Aquello le consiguió unos ceños fruncidos, y a Hermione asegurando que "investigaría".

Una vez terminado, Harry volvió la vista al montón de papeles encima de la mesa, comenzando a delinear la letra con sus dedos.

—¿Qué están viendo? —cuestionó, con interés. Hermione también miró los papeles, sus orbes cafés escanearon las líneas que había anotado, la tinta aún estaba líquida.

—Los apuntes de Hannah —respondió, y Harry alzó las cejas. Pensó que Hannah dejó esas cosas en su hogar y que debían ir a buscarlas, no que las había entregado—. Ella no sabía quiénes en concreto tenían acceso a la celda- bueno, a la sección apartada en la que tenían a Narcissa Malfoy. No sabía qué personas, excepto por los que alcanzó a ver, eran los que entraban allí. Los guardias la mayoría del tiempo se cubrían las caras, o usaban algún tipo de Multijugos o Glamour. —Harry movió la cabeza de arriba a abajo con lentitud. Tenía sentido—. Ella fue capaz de colectar similitudes entre los que la custodiaban, y estableció un patrón, junto a Leice. Al menos tres de ellos son la misma persona —Hermione apuntó a la hoja de la izquierda y la de más abajo—. Y dos más quedan por descubrir.

Harry las miró. Una de las maneras en las que Hannah determinó similitudes entre las distintas personas que veía ingresar a Azkaban, eran los gestos. Ella junto a Leice tuvieron que haber estado bastante atentos a eso. Y no por primera vez, lamentó haber perdido a un miembro con tanto talento.

Se negaba a ahondar más en lo que eso significaba: el no sentirse peor. El comenzar a ser más y más insensible frente a las muertes de los que conocía.

—¿Sabemos cómo podemos llegar hasta ellos? —dijo él, acariciando su poca barba.

—Leice está en eso —respondió Percy—. Aunque se le ha complicado, según la lechuza que envió a Bulstrode. Están encima suyo desde que el asesinato de Hannah se ha vuelto público y el Nobilium lo ha reclamado como justicia. —Sus labios, como los del resto, se curvaron con desagrado. Harry se sintió asqueroso de pronto, al recordar las palabras de Malfoy—. En unas semanas debería ser capaz de darnos información.

Harry asintió, volviendo a leer los datos de la mesa y agradeciendo mentalmente a Hannah y Leice por ello.

Leice era un chico de Ravenclaw, callado, que solía trabajar con Hannah en Azkaban, hasta que pasó lo que pasó. Era mestizo, pero toda su familia pudo falsificar sus registros y colocarse como sangre pura durante el primer periodo de la guerra. De todas formas batalló contra Voldemort en Hogwarts, del lado de la Orden, y luego del fiasco que resultó aquello y Voldemort se hizo con el poder, Leice y su familia debieron rendirse ante él y soportar latigazos y torturas públicas, (como cada familia sangre pura que no estuvo de su parte hizo, para seguir existiendo luego de que Voldemort ganara). Él y sus hermanos aceptaron un puesto en Azkaban, uno de los más bajos que había en el mundo mágico y de ahí comenzó a ayudarlos.

Y no era el único. No era el único miembro que llevaba dos vidas, que colaboraba en silencio con lo que podía. La gente estaba cansada.

A través de los años, y gracias a aliados como Theo y Astoria, más Slytherin se unieron también. Millicent Bulstrode o Adrian Pucey como ejemplo. Cada vez que se apoyaban en ellos o salían con una solución que el resto de la Orden no había pensado, Harry veía más y más fallos en el curso de acción que Dumbledore tomó. Fue un error no encontrar un lugar en su bando para los niños sangre pura. Fue un error no encontrar un lugar para los Slytherin. Se trataba de unidad, ¿no? Si les hubieran mostrado al mundo que eran oponentes dignos- si se hubieran entrenado para ser oponentes dignos, ¿cuántas familias antiguas habrían estado de su lado?

¿Cuántos seguidores de Voldemort se habrían pasado a su bando, si Harry hubiera sido vendido a las masas como un mago capaz, en vez de "El Elegido" de una profecía?

Fueron estúpidos. La moral era un estorbo, los prejuicios fueron el inicio para cavar su propia tumba. Habían sido ilusos y delirantes. La gente no buscaba estar en el lado del "bien", no buscaba satisfacer un concepto tan vacío cómo la ética durante la guerra. La gente buscaba sobrevivir; era el instinto primordial de los seres humanos. Y, entre un bando con magos entrenados que habían dominado técnicas y magia no vista antes, a comparación con uno que, luego del fallecimiento de Dumbledore, la cara visible era un chico de diecisiete años que hasta donde se sabía había escapado a Voldemort por nada más que mera suerte… no había demasiado dónde perderse.

En ese momento, los números todavía no los acompañaban, nunca lo hicieron, pero Harry estaba determinado a lograr que eso no fuera un problema. La gente los había buscado, los eligió porque sabían que en el mundo que Voldemort había creado, nada sobreviviría al final de todo.

Y Harry se aseguraría de no volver a cometer los mismos errores.

El moreno miró hacia arriba cuando Arthur llamó a Bill y Percy desde la puerta para que se acercaran a él. Harry lo examinó unos segundos, sin dejar de asombrarse por lo delgado que estaba, lo demacrado que se veía y lo cansado de sus gestos. Los señores Weasley en ese momento eran poco más que una sombra de lo que fueron en el pasado, a quienes Harry conoció cuando era un niño. Perder hijos sin poder hacer nada al respecto no era cualquier cosa, y la amargura, la sed de venganza, motivaba cada una de sus acciones desde entonces.

Harry miró a los hermanos irse, preguntándose si en algún futuro, la familia se reduciría aún más.

—Quiere ver a Yaxley —soltó el moreno entonces, cuando Percy y Bill estuvieron lo suficientemente alejados.

Ron y Hermione se giraron a él en cuestión de segundos.

—¿Qué? —espetó el pelirrojo, poniéndose instantáneamente a la defensiva.

Harry esperó a que la puerta se cerrara antes de volver a hablar, anotando mentalmente mientras veía lo delgada que estaba Hermione, que debían pasar al mundo muggle en busca de comida dentro de esos días.

—Malfoy —replicó, dejándose caer en una de las sillas alrededor de la mesa—. Dice que lo hará hablar.

Hermione y Ron no se sentaron. En cambio, lo miraron de arriba con detención. Harry ignoró sus expresiones y sacó la varita de su bolsillo comenzando a jugar con ella, siendo consciente que de una forma retorcida siempre había estado unido a Malfoy. Esos ocho años.

Que tuviera su varita era una de las cosas que lo ayudaría a ganar esa guerra.

—¿Te dijo cómo? —preguntó Hermione entre dientes. Harry levantó la mirada, algo descolocado por su pregunta.

—Sabes quién es —respondió, con simpleza—. Creo que podemos hacernos una idea de cómo lo hará.

Ron no dijo nada, pero esa familiar expresión de disgusto y molestia estaba presente en su rostro, como cada vez que alguien había mencionado a Malfoy en esos últimos casi siete años. Los Weasley, pero sobre todo Ron, odiaban a los Mortífagos más de lo que cualquier persona normal haría.

Y tenían razón en hacerlo.

—¿Y lo vas a dejar? —siguió cuestionando Hermione.

Harry despegó lentamente los ojos de Ron para posarlos en la morena. Algunas hebras de cabello caían en su frente, saliendo de la coleta. Su entrecejo estaba arrugado, combinando con las bolsas bajo sus ojos. Todos se veían cansados. El ojiverde se preguntó brevemente cuánto los había avejentado la situación en la que se encontraban.

—No veo por qué no —contestó, encogiéndose de hombros.

Hermione se cruzó de brazos, su mirada denotaba asco y la arruga se marcó aún más en la frente. Ron imitaba su expresión.

—¿Quizás porque, probablemente, le haga algo horrible? —replicó ella subiendo una décima el tono de voz.

Harry pensó. Pensó en Hannah y en su "Sé cómo hacer que hable". Pensó en el vacío de sus ojos, y lo terrible que sonó su risa.

Hermione tenía razón.

Pero también pensó en que Yaxley podía tener información importante en su poder. Que necesitaban llegar a ella como fuera.

Costara lo que costara.

—No es ningún inocente —dijo, más para sí mismo que para sus amigos. Hermione apretó los labios.

—No lo justifica.

Harry suspiró volviendo a guardar la varita en el bolsillo de su túnica, y se volteó a verla de lleno. Ron observaba la escena desde un lado, analizando cada movimiento de ambos. Harry trató de armarse de paciencia,

—Hermione, ayer lo hice retorcerse a Crucios entre las cadenas. Me pidió por favor que parara.

Hermione abrió la boca para decir algo pero luego la cerró, mirándolo en silencio. Harry sabía que solo se comportaba así porque era Malfoy de quien hablaban, quien ejecutaría las torturas. Hermione tiempo atrás ya había aprendido a reconocer la importancia de dejar a un lado la moral, al menos en esos tiempos, y a aceptar que a veces era necesario torturar a alguien hasta que no recordara su nombre. Que la magia negra no podía ser excluida entre los hechizos que usaban, aunque ella jamás había matado o torturado a nadie.

Derrotó a algunos enemigos e hirió de gravedad a otros cuantos. Sin embargo, solo por defensa propia. Jamás había apuntado a alguien con su varita con el solo propósito de asesinarlo.

Harry, a veces, la envidiaba.

—Lloró, rogó piedad, y luego vomitó sangre —continuó él, ignorando su gesto de malestar—. Y aún así no dijo nada. Creo que ya todos tenemos claro lo desesperados que estamos por información. El solo hecho de aliarnos con Malfoy es una prueba de eso.

Se iban a cumplir ocho años de la Batalla de Hogwarts. Ocho años desde que volvió para nada. Les había costado un mundo establecer una conexión entre las torturas de Narcissa y que ella supiera un secreto. Un secreto que además Harry estaba seguro que los llevaría al paradero de Nagini, y de esa manera hacer a Voldemort mortal.

Para entonces asesinarlo con sus propias manos si era necesario.

No iba a dejar pasar ninguna oportunidad porque Malfoy o el mismo Satanás se metiera en su camino. No lo iba a hacer.

Mis padres no murieron por nada. Fred no murió por nada. Dumbledore. Sirius. Remus. Dobby. Tonks. Teddy. Y la lista sigue y jamás se va a detener si esto continúa. Nada puede ser en vano.

Ginny.

Harry no iba a permitir que nada fuera en vano.

—¿Cuándo? —intervino Ron entonces, ante el silencio de su novia. Harry lo miró a él—. ¿Cuándo quiere ver a Yaxley?

—Luego de la ejecución. Theo dijo que será en tres días.

Ron asintió pensativamente, pero fue Hermione la que habló esa vez.

—Así que la veremos.

Aquello lo dejó petrificado por un segundo.

No.

No. Harry detestaba ver a la gente morir.

Y que fuera por su culpa.

—¿Por qué?

—Dice que no ha matado a nadie, ¿no? —replicó ella con rostro serio.

Él negó, captando hacia donde iba apenas la escuchó. No tenía ganas de mirar esa ejecución solo para comprobar que Malfoy decía la verdad. No creía que pudiera resistirse al Veritaserum como ellos. No era tan inteligente, y en definitiva nunca fue tan talentoso.

—Hermione-

—Tiene razón —lo interrumpió Ron, antes de que Harry pudiera decir cualquier cosa. Harry dejó escapar un suspiro.

—Que mate o no a alguien en la ejecución no prueba nada —dijo, porque era verdad. ¿Qué importaba si Malfoy asesinaba a alguna persona ahora?

La mayoría lo había hecho. Él, incontables veces, vio cómo la vida dejaba el cuerpo de sus víctimas. Cómo las cabezas caían a sus pies. Cómo no eran capaces de procesar qué estaba pasando, cuando Harry ya los había golpeado con alguna maldición mortal existente.

Estaban en guerra.

—Un asesino no se convierte en uno de la nada.

Harry volvió en sí al escucharla, y analizó las palabras de su amiga bajando la vista hacia sus zapatos. Estaba tentado a concordar con ellos, solo porque ya estaba harto de hablar de Malfoy. Había sido demasiado de él por un día.

No te gusta pensar en quien se ha convertido, porque te recuerda a la persona que eres tú, también.

—¿De verdad creen que pudo haber engañado un Juramento Inquebrantable? —preguntó de todas formas—. Digo, que no haya muerto después de jurar lealtad a mí, ya prueba que no está aliado a Tom por ningún ritual. O sea, que decía la verdad sobre no haber asesinado al niño que se supone que mató para ser parte del Nobilium.

Hermione suspiró, comenzando a masajear sus sienes mientras la mirada de Ron cambiaba a una más fiera y decidida.

—Pudo no haber matado al niño que lo apodó como un puto demonio —ecupió él, con su cara comenzando a tornarse roja—. Pero dijo que nunca había matado a nadie estando drogado con Veritaserum.

Harry acató sus palabras, digiriéndolas y aceptándolas. Entendía que si mentía, eso quería decir que podía resistirse, y que no era confiable. Que podía estar ocultando información valiosa acerca de Nagini. Pero no le gustaba la idea de todas maneras. No le apetecía ver esa ejecución, porque era lo mismo que ver injusticias y no actuar. Que Malfoy matara a alguien era un argumento más para desconfiar de él, lo entendía. Debían saber qué tan peligroso era.

Harry cerró los ojos, sabiendo lo que iba a responder aunque lo retrasara.

—Bien —dijo, sin abrirlos—. Bien, lo veremos.

•••

Harry realmente odiaba presenciar eso.

No era la primera vez que veía una ejecución, pero tampoco había mirado tantas debido a lo complicado que era conjurar un hechizo a distancia que se lo permitiera sin ser pillados.

Mas conocía el procedimiento de memoria.

Harry odiaba escuchar el mismo discurso de siempre, diciendo que cualquiera que quisiera atentar contra el gobierno del Señor Tenebroso, recibiría la pena de muerte como condena. Odiaba oír las mentiras, acerca de cómo los condenados recibían juicios justos y eran encontrados culpables. Odiaba ver las cosas desde la perspectiva de Adrian sabiendo que presenciaría el asesinato de personas inocentes y no habría nada que pudiera hacer al respecto. Sí, podrían intentar salvar al que estaba condenado a muerte, pero perderían soldados útiles para un campo de batalla.

Harry odiaba eso también.

Odiaba tener que decidir que habían vidas más valiosas que otras. Odiaba siempre hacer los cálculos, convencerse a sí mismo de que podrían todos pelear con al menos cinco Mortífagos y salir exitosos, y saber que al final del día eso no era cierto. Que la experiencia le había enseñado que les faltaban números aún para ganar la guerra, y que aunque le jodiera, no había nada que pudiera hacer para detener las injusticias del mundo.

Caso contrario al hombre que llevaba los viales en sus manos en ese momento.

Malfoy había inaugurado la ejecución, mientras los empleados y los Mortífagos se reunían alrededor de la tarima. Tomó los viales luego –que Harry podía presentir que contenían algo horrible– y se los entregó a Macnair sin una gota de emoción en el rostro. Entonces, se paró a un lado de las tres personas arrodilladas y maniatadas que miraban a su alrededor con ojos desesperados, buscando una ayuda que no llegaría. Eran todos mayores de treinta, y mientras Harry los observaba sabiendo el destino que tendrían, tuvo que repetirse una y otra vez en su cabeza, que la muerte no dolía. Que era pacífica y mejor a esa mierda de vida. Descansarían, cuando todo acabara, y nada podía ser peor que seguir vivo en ese mundo. Que- que-

Sus pensamientos se vieron interrumpidos, cuando vio cómo la ejecución realmente comenzaba.

Macnair le sacó la mordaza de la boca al único hombre, que ni siquiera pudo alcanzar a gritar, cuando dentro de su boca fue puesto un tubo que la mantenía abierta y el contenido del vial era depositado en él, obligándolo a tragar el líquido. La mujer a su lado, posiblemente la esposa, comenzó a moverse al verlo mientras lloraba. Las cadenas conectadas al piso se agitaban frenéticamente, y sus rodillas se rasgaban al punto de hacerse heridas sangrantes.

Harry sintió sus ojos picar.

Macnair retrocedió sacando el tubo de la boca del hombre, y miró con satisfacción cómo éste empezaba a sacudirse en el suelo, soltando jadeos de dolor mientras sudaba, con la sangre comenzando a salir de su nariz y las orejas. Esto era nuevo. Al menos, él no había presenciado antes una poción que hiciera eso. No públicamente.

Pero entonces reconoció sus efectos.

La piel del hombre poco a poco empezó a derretirse mientras él gritaba del dolor, como si un ácido lo estuviera quemando.

Las dos mujeres estaban enajenadas ahora, observando cómo su ser amado comenzaba a quedar reducido a nada más que músculos. Luego, a tejido. Y cada vez más y más similar a un esqueleto. Macnair le hizo una seña a Malfoy, y éste, sin pensarlo, las abofeteó a las dos con tanta fuerza que les volteó la cara y las hizo escupir, la marca de los anillos en su piel visible desde la distancia. Harry casi ardió en ira al verlo, sintió sus manos picar también para devolver el golpe una vez que lo tuviera al frente.

De todas maneras, no sirvió para acallarlas. La desesperación de ver cómo el hombre moría y que no pudieran evitarlo era más grande.

Las cadenas resonaban por el Atrio, y ningún alma se atrevía a hablar. Ni siquiera Harry y los demás, a kilómetros lejos mirando todo gracias al hechizo, parecían ser capaces de romper el silencio.

Las capas de piel estaban completamente derretidas, esparcidas en el suelo. El dolor era desgarradoramente palpable en los gritos del hombre, que estaba totalmente consciente mientras los huesos comenzaban a asomarse bajo las capas de tejido y órganos.

Incapaz de seguir mirando, Harry desvió su mirada a Malfoy.

El rubio no volvió a hacer ademán de querer volver a golpearlas, excepto cuando los alaridos de la supuesta esposa se hicieron demasiado fuertes, a lo que Macnair volvió a hacer una seña, y el rubio conjuró un hechizo que la asfixió dejándola inconsciente por unos minutos. Además de eso, Malfoy ni siquiera se mostró afectado por lo que estaba sucediendo. Sus ojos parecían estar presenciando cualquier cosa, un trámite que necesitaba ser hecho para continuar el día. No la muerte de una persona.

De más de una.

Su rostro era una máscara de indiferencia, y sus manos estaban cruzadas detrás de su espalda. Ni siquiera reaccionó cuando Macnair tomó parte de la piel y carne del hombre que caía al suelo, y la metió a la boca de la esposa, para que callara de una buena vez. La única vez que se movió por cuenta propia fue cuando el charco de sangre y vísceras que estaba quedando se expandió hasta llegar a sus zapatos. Entonces Malfoy tomó la varita del bolsillo de su túnica, y sin decir una palabra, apuntó a él con pereza y lo limpió.

Cómo si no fuera nada.

Una molestia.

Harry cerró los ojos, oyendo cómo Hermione se levantaba del lugar a su costado y corría a un basurero en el otro extremo del cuarto, vomitando allí la poca comida que habían ingerido horas atrás. Las manos de Ron se aferraron a sus hombros, y McGonagall apretó los labios con tanta fuerza que Harry creyó que iban a empezar a sangrar.

No quería seguir mirando. No quería. Pero no pudo evitar ver cómo Macnair hizo ingerir a las mujeres el resto de viales, y Malfoy miró todo sin apenas parpadear o mostrar signos de arrepentimiento. Las personas cayeron a sus pies mientras sufrían una de las muertes más dolorosas y horribles que él había presenciado. Harry ni siquiera podía describirlo.

Y sabía que eran a causa de Malfoy.

Él lo había dicho, creaba pociones y hechizos para Voldemort. ¿Qué más podría ser, que eso? ¿Métodos de tortura, y maneras de matar a la gente de formas creativas? Él había creado esa poción, y le importaba una mierda quienes morían o cómo. Siempre y cuando lograra la tarea que el cabrón de Voldemort le encomendara.

Podía entender el miedo de la gente en ese momento, más que nunca. Podía entender por qué inspiraba lo que inspiraba. Harry veía a Malfoy, y los entendía.

La satisfacción de Macnair era notable. Maia destilaba sadismo en cada acción que cometía, riéndose de sus víctimas a carcajadas como una Bellatrix de mala categoría. El resto de Mortífagos no se contenían a la hora de expresar cuánto disfrutaban ver sufrir a alguien.

Malfoy no.

Malfoy era más atemorizante, porque un ser humano que no sentía era menos predecible. Malfoy podía mostrarse indiferente ante tu presencia, y al día siguiente cortarte una mano para que confesaras lo que él deseaba oír.

Y mientras Harry veía cómo este estiraba el pie para mover a los cadáveres casi disueltos en el piso, asegurándose de que estaban muertos, se convenció.

Draco Malfoy era un asesino.

Daba igual que no apuntara su varita a las personas, y murmurara un « Avada Kedavra». No importaba que no cortara cuellos, o quitara vidas de forma directa. Era un asesino.

Quebraba las mentes de las personas. Profanaba sus cuerpos.

Asesinaba sus almas.

Harry tuvo que levantarse también.

Técnicamente, eso no probaba que se había resistido al Veritaserum. Técnicamente, Malfoy solo había entregado el vial, como quien entregaba el arma homicida y veía al verdugo cometer el crimen; mirando todo en silencio como si él fuera demasiado para ensuciarse las manos. Harry sentía oleadas de repulsión frente a la memoria de Malfoy limpiando sus zapatos y observando todo con neutralidad.

Debía contactar a Theo, lo sabía. Debían llevarlo a Yaxley ahora que la ejecución había llegado a su fin. Pero por alguna razón, la idea de estar en contacto con Malfoy en ese momento le repelía de una forma en la que pocas cosas lo habían hecho desde que empezó a hacerse consciente de lo asquerosa que era la guerra.

Todos eran niños cuando empezó. Todos. ¿Y dónde estaban ahora? La mitad estaban muertos, y la otra mitad tenía las manos manchadas de sangre.

Harry avanzó hacia la puerta, esperando que Adrian o Astoria pudieran ir esa tarde.

—Mañana —dijo, hablando a nadie en particular a medida que tomaba el cerrojo. Aire. Necesitaba aire. Salir. Respirar—. Mañana contactaremos a Malfoy.

Harry no paró, no paró hasta llegar al jardín. No paró hasta que se sentó en el pasto, y dejó que el frío le calara los huesos, que la realidad volviera a él. Pensó en el primer hombre que mató, años atrás, y cómo le complació verlo morir. Pensó en que daba igual el bando, que daba igual que tratara de decirse a sí mismo que él al menos mataba a la gente correcta. Harry no era diferente a Malfoy. No lo era.

Todo parecía una pesadilla en ese momento. Un juego que aún no dominaba, y en el que todos eran peones de algo más grande. Todo parecía irreal. Las muertes. La sangre. La crueldad. La desolación. Las cosas que habían hecho. Las cosas que había visto.

Harry se tomó el cuello, y se sentó allí, repitiéndose que necesitaba que parara. Preguntándose una y otra vez cuándo esa mierda iba a terminar.

Si es que terminaba alguna vez.

Si es que eran capaces de ganar.

•••

Harry haría lo que fuera, lo que fuera, para acabar de una buena vez con esa guerra.

Así que contactaron a Theo el día siguiente, y él les llevó a Malfoy, tal como el hombre había pedido. Y Harry deseó haber sido quien lo hubiese maldecido para llevarlo hasta allí.

Es más, mientras el tipo estaba inconsciente y Harry posaba su varita en la sien, esperando que sus recuerdos volvieran, consideró hacerlo. Joderle la cara o algo, dejarle una cicatriz más grande de la que ya portaba, y así hacerle saber el desprecio que le tenía, el asco que le daba lo que había visto. Pero lo descartó cuando consideró el problema inútil que traería aquello después. Por ahora, debían enfocarse en lo importante: obtener información de Yaxley. Ya tendría oportunidad de hacerle el daño que creía que merecía.

Harry se echó hacia atrás una vez que terminó, mirándolo fijamente y esperando que Theo lo despertara.

Malfoy con los ojos cerrados parecía hasta una persona normal, con una expresión relajada y pacífica. La cicatriz de su rostro ya no lucía tan notoria, y sus rasgos afilados ya no parecían tan cortantes. Rejuvenecía, y hasta podía ser considerado atractivo, si no fuera porque Harry sabía cómo lucía totalmente despierto, con la mueca de disgusto crispando su rostro y aquellos ojos grises gélidos y vacíos mirando todo con crueldad.

Y no.

Malfoy no era atractivo, se recordó, las memorias de cómo golpeaba a dos mujeres con toda su fuerza reproduciéndose en su mente. Malfoy era letal.

Theo se acercó a él una vez que Harry estuvo a una distancia prudente, y apuntó la varita hacia Malfoy con tranquilidad.

Rennervate.

Malfoy abrió los ojos a los pocos segundos, parpadeando y acostumbrándose a la tenue luz de los calabozos de la Mansión McGonagall. Harry observó en silencio cómo la vida que Malfoy ganaba descansando, se perdía una vez que despertaba.

Sus orbes plata se posaron en él.

—Potter —escupió, el veneno que Harry ya conocía de memoria palpable en su tono de voz.

Él esbozó una sonrisa irónica.

—Siempre es un gusto.

La mirada de Malfoy se dirigió a su costado observando a Astoria, quien usaba una túnica oscura y su máscara. Harry dudaba que reconociera quién era, a no ser que supiera cómo se sentía su magia. Y si era así, tampoco podía decir nada. Harry se preguntaba si Astoria podía oír algún sonido proveniente de los pensamientos de Malfoy considerando que éste sabía Oclumancia, pero no le preguntó. Ahora no estaban ahí para eso.

Harry no tenía idea si a Malfoy le causaba curiosidad quién era la mujer que los acompañaba, pero como siempre, su rostro no demostró nada. Prontamente dejó de escanear a la castaña.

—¿Y bien? —preguntó él, arrastrando las palabras ante el silencio.

Una pizca de irritación subió por la garganta de Harry, y conjuró un Lumos mientras se daba la vuelta, sintiendo que ya no podía seguir mirándolo a la cara sin querer rompérsela. Theo se colocó a un lado de Malfoy, y Astoria se enganchó del brazo de Harry, girándose también de cara al pasillo donde se encontraba su prisionero.

—Vamos a ver a Yaxley —dictaminó con aparente tranquilidad.

Malfoy lo siguió sin decir una palabra.