TW: Tortura.
Tener sus memorias de vuelta era un alivio.
Le daba algo en lo que pensar.
Draco se había mantenido ocupado esos días que estuvo despojado de sus recuerdos, evitando a toda costa el retrato mágico de su madre desde que le escuchó decir a uno de sus antepasados, que casi nunca estaba en su cuadro porque le aburría estar allí, con Lucius y Draco inanimados a su lado, y que había pensado siempre que ella y su esposo se irían juntos. Draco escuchó sin quererlo cómo Narcissa preguntaba cuánto le faltaba para hacerle compañía, y que le causaba curiosidad saber la causa de su muerte.
Así que para no pensar en eso, Draco se enfocó en investigar acerca del hechizo que el Señor Tenebroso le había pedido crear, y también elaborando la poción que utilizarían para la ejecución pública.
Pero no era lo mismo tener esas distracciones, que la muerte de Potter le traía. La verdad de la Orden. Y la verdad sobre su madre.
Sin todo eso, lo único que Draco sentía, era que le habían quitado una parte de sí. Que habían desgarrado su corazón, haciéndolo incapaz de percibir algo más que ese dolor ensordecedor que le invadía cada vez que veía las fotos de su madre en la Mansión, o cada vez que desayunaba, y la mermelada de moras estaba ahí, estaba ahí porque a su madre le encantaba, y nadie más parecía notarlo.
Nadie más podía.
Que desde que la guerra había iniciado, casi una década atrás, Draco quedó hecho pedazos, y la única persona que mantenía las partes juntas era su madre, y la idea de que estuviera completamente a salvo alguna vez. Sin ella- sin ella...
Draco no era nadie.
Narcissa era su razón para levantarse cada día. Cada cosa que hacía, cada acción que tomaba, lo hacía pensando en ella, sabiendo que durante toda su vida, lo único que había tenido era a su familia. Si Draco compraba una túnica, siempre le mandaba a hacer una a su mamá, para que el día en que saliera de Azkaban, poseyera ropa nueva y bonita y que así no tuviera que utilizar alguna que le trajera malos recuerdos. Si Draco adquiría terrenos nuevos, siempre era con la idea de que cuando tuviera a su madre a su lado nuevamente, podrían irse a vivir ahí, abandonar la Mansión; porque suponía que Narcissa no podría vivir en esa casa una vez que fuera libre.
Y al final, lo único que le quedó, fue un clóset lleno de prendas sin ocupar y casas imaginarias que nunca se construirían.
Era difícil vivir sin ella, lejos, aprisionada.
Pero era jodidamente insoportable el saber que ya no le quedaban más que los recuerdos de algo que fue, y que nunca más sería. Como su madre contando las pecas de sus mejillas, mientras decía que eran pequeñas estrellas y que él mismo era una. Abrazándolo cuando tenía una pesadilla, y ordenando a los elfos darle su comida favorita una vez por semana como mínimo. Enviándole libros a Hogwarts solo porque los veía en el Callejón Diagon y le recordaban a él. Dándole lo que pidiera y cuando lo pidiera, porque decía que Draco era lo más importante en el mundo, y que ella haría absolutamente todo lo que estuviera en sus manos para que nunca le faltara nada. Que si él se lo pedía, Narcissa le daría el mundo entero. El universo. Las galaxias. Que le bajaría la luna.
Y él le había fallado.
Draco sabía que la muerte de su madre aún no le pegaba. Que todavía no era totalmente consciente de lo que había sucedido, y que todo parecía haber sacado de una pesadilla en la que se quedó atrapado. Pero haría lo que estuviera en sus manos para retrasar lo máximo posible el momento en que la realidad lo golpeara y fuera forzado a afrontar el hecho de que no volvería a verla nunca más. Que su madre se había ido.
Porque sabía que de ser así, no podría recuperarse.
Por eso, cuando Pansy fue a visitarlo durante el periodo que no tenía sus memorias, Draco no la dejó pasar. Recordaba su anterior discusión. Tenía claro lo que le diría y casi podía adivinar la conversación antes de que sucediera. También bloqueó las lechuzas de sus amigos, excepto para Theo. No estaba seguro de poder soportar las condolencias.
Draco trabajó todo lo que pudo en lo que el Señor Tenebroso le había encargado, preguntándose a sí mismo por qué lo hacía. Ya no quedaba nada por lo que luchar.
Nada.
Y luego vino la ejecución.
No sabía en qué lo convertía, el presentarse allí solo porque era otra buena distracción. A Draco no podría importarle menos quiénes eran esas personas o lo que habían hecho, y aunque su muerte podría ser más rápida e indolora, Merlín sabía que había visto cosas peores.
Así que Draco miró sus ejecuciones, sin sentir nada realmente, y preguntándose si no era mejor rendirse de una buena vez. Nada de eso tenía sentido si al final del día no le servía para un propósito.
Y ese propósito ya no existía.
Él sabía cómo lo veía la gente mientras estaba encima de esa tarima, lo tenía claro. Conocía las muecas que hacían, y cómo evitaban sus ojos. Sabía de memoria las maneras en las que se acercaba a él y lamían sus zapatos para estar de su lado. Y de una forma retorcida, le satisfacía saber que lo respetaban. Que le temían.
Había vivido en carne propia lo que pasaba cuando no era así.
Draco se fue a casa esa tarde luego de haber terminado la ejecución, recordando una regla primordial.
No los mires demasiado tiempo, o comenzarás a creer que son seres humanos.
Cuando llegó a Aparecerse fuera de las guardias de la mansión, fue cuando lo taclearon. Y despertó allí, con sus memorias de vuelta y aquella rabia que lo hacía sentir vivo calando sus huesos de nuevo.
Draco suponía que debía empezar a acostumbrarse a ser despertado por unos pares de ojos verdes mirándolo con asco. Se preguntó brevemente si es que alguna vez hubo un momento en el que no lo mirara así, como si Draco no fuera más que una piedra en su zapato.
Y sabía que lo había; más de uno. Baños, llantos, mansiones, reconocimientos de cara, y habitaciones quemadas involucradas en cada uno de ellos. Mas no le gustaba pensar en eso.
La mirada de Potter se paseó por su rostro una vez que se enfocó en él, y luego se posó en el broche en forma de gota roja del Nobilium que llevaba en el pecho, haciendo que su semblante se ensombreciera. Draco casi quiso reírse en su cara por lo débil que era. Si una simple gota le afectaba tanto, no tenía idea de cómo había sobrevivido ocho años en ese mundo.
Entonces, se fijó en la mujer a su lado. Debía llevar un encantamiento desilusionador o algo, Draco podía percibirlo; pero no fue eso lo que le llamó su atención.
Apenas sus ojos se encontraron con los de la mujer, sintió cómo ella intentaba empujar las barreras de su mente, que Draco levantaba ya de forma inconsciente frente a cualquiera que quisiera leerla. Era imperceptible casi, la forma en la que lo hacía, como si fuera una pequeña brisa en tu frente. Para que ella lo hiciese sin varita, y para que apenas se notara, debía ser una Legeramente nata, o al menos una que había entrenado lo suficiente para convertirse en excelente. Draco la observó con curiosidad, sacándola fuera de sus pensamientos con poco esfuerzo. Los ojos eran azules tras la máscara de la Orden.
Le parecía familiar.
Luego del usual reconocimiento de la presencia del otro, Draco siguió a Potter y a la mujer por el pasillo de los calabozos de esa mansión. La reconocía vagamente de cuando tuvo que estudiar las Casas importantes de las familias en el Reino Unido, y si no se equivocaba, esa debía ser la Mansión McGonagall.
El calabozo no era tan diferente al que Draco tenía en la Mansión Malfoy, aunque no estaba seguro de que fuera el único que había. Era un poco más oscuro y grande, pero con una sola celda. Sin embargo, Yaxley no estaba dentro de ella, si no en la pared de un lado, sus cuatro extremidades amarradas en las esquinas, haciendo que su cuerpo formara una estrella. Tenía la cara hinchada, cubierta de cardenales, y la ropa con la que Draco lo había secuestrado completamente sucia. Se veía que estaba agotado, al punto que no levantó la cabeza hasta que los cuatro se encontraron a unos pasos de él.
Entonces, lo miró.
Los ojos de Yaxley chocaron con los suyos y una tormenta pasó por ellos. Draco se aseguró de mantener su expresión neutral, aunque por dentro, estaba disfrutando eso.
—Malfoy.
Hasta ese momento Draco no creía que otra persona pudiera escupir su apellido con más asco que Potter.
Al parecer, se había equivocado.
—Hola, Corban.
Era difícil descifrar qué emociones pasaban por la cara de Yaxley en ese momento. Ira, traición, rabia, venganza… miedo. A Draco le daba igual ver cómo su rostro se contraía, y parecía que quería saltarle encima para matarlo. Incluso lo encontraba patético, ¿mostrar debilidad tan abiertamente...? Pero bueno, suponía que Yaxley ya había llegado a la conclusión de que no tenía oportunidad. Era imposible salir de allí.
Y él iba a aprovechar aquello.
—Eras uno de ellos —le soltó, con la voz cargada de odio.
Draco le dedicó una sonrisa irónica, mientras veía cómo Theo sellaba la puerta a sus espaldas. Potter se acercó al hombre, para poner una última cuerda que lo forzara a observarlos, y luego lo obligó a tragar Veritaserum, a pesar de que la mayoría de Mortífagos pudieran resistirla. La mujer por su parte tomó asiento en una silla que había convocado, pareciendo como si estuviera a punto de presenciar un show de entretenimiento.
Draco lo observó unos momentos, sin saber cómo empezar. Por él, podría hacerlo vomitar sus entrañas en ese instante y no sentir una pizca de lástima. Pero había aprendido que sus víctimas hablaban mejor cuando creían que tenían esperanzas de seguir vivas.
—Ahora entiendo por qué te solidarizaste con Potter —continuó Yaxley, hablando entre dientes—. La perra de su madre gritó igual de fuerte que la tuya cuando murió.
Ah, era divertido ver cómo la gente cavaba su propia tumba.
Draco sacó la varita de adentro de su túnica con ademán aburrido y la apuntó hacia él. Ni siquiera se molestó en hacer un Crucio. Había cosas mucho, mucho peores.
— Veritatis Dolorem.
Yaxley se sacudió, apretando tan fuerte la mandíbula, que los músculos de su garganta se contrajeron. Draco mantuvo la maldición a medida que Potter la aprovechaba.
—¿Tú mataste a Narcissa? —preguntó él.
Draco rodó los ojos. De todas las preguntas, Potter elegía esa. Era obvio que Yaxley fue parte de su asesinato; completamente. Voldemort jamás confiaría esa clase de ritual (el que le terminó sacando la magia) a personas que no fueran parte de sus círculos más cercanos, o lo suficientemente competentes. Potter era un imbécil por preguntar algo de lo que ya sabían la respuesta.
Además, era más fácil concentrarse en la estupidez de él, en vez de cómo su pecho se contrajo al escuchar esa oración.
—¿Por qué mataron a Narcissa Malfoy? —dijo Potter, mientras Yaxley seguía agonizando por la maldición. Ah, esa pregunta estaba mucho mejor—. ¿Por qué-? Malfoy. No va a funcionar.
Draco paró el hechizo cuando oyó a Potter dirigirse a él. Ladeó la cabeza, para encontrar sus ojos verdes mirándolo y levantó una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—Ya lo hemos intentado. Eso. El Imperius, el Crucio. Bastantes cosas. No ha funcionado.
Draco resopló, mirando a Yaxley de lleno. Los sangre pura, casi todos, recibían clases de Oclumancia desde que eran unos simples niños o adolescentes. Draco no aprendió hasta que tomó la Marca, y no le resultaba completamente natural. Pero para el resto, los que aprendieron desde el nacimiento… era prácticamente imposible leer e ingresar a la mente de una persona que no quería que lo hicieras. Como su tía Bellatrix, por ejemplo, solo el Señor Tenebroso podía entrar a su cabeza, y solo porque ella se lo permitía. Mientras más pequeño se entrenaba, más difícil era echar abajo las barreras mentales con Legeremancia. Casi como obligar a alguien a dejar de pestañear, o respirar.
Lo que no entendía, era por qué Yaxley querría seguir siendo sometido a aquello, protegiendo la información que tenía. Un hombre más inteligente ya habría hablado.
Draco volvió a alzar la varita entonces.
— Pellis mortua.
El efecto fue inmediato. Draco no podía verlo, pero sabía que la punta de los dedos de sus pies había comenzado a quemarse y a tornarse negros. Que por el tiempo que mantuviera la maldición en él, avanzaría y mataría la piel que tocara, pudriéndola y volviéndola negra. Que dolía como los mil demonios, si eso indicaba la forma en la que comenzó a gritar, desesperado pidiéndole que paraba.
Suponía que no le hacía gracia la idea de perder sus piernas.
—¿Qué sabía Narcissa? —preguntó Potter.
Yaxley no respondió, sacudiéndose entre las cadenas, y Draco casi sonrió al verlo recordando las cosas que había hecho. Las cosa que le había visto hacer. Los niños que torturó y mató. Cómo violó mujeres, compañeras de colegio suyas frente a sus ojos. Cómo se rio de él cuando no era mejor que una plasta. Cuando los que ahora eran sus iguales se turnaban para Cruciarlo.
Oh, cómo habían cambiado las cosas.
—Repítelo ahora —se burló Draco entonces—. Repite lo que dijiste de Lily Potter. Repite lo que dijiste de mi madre.
—¡Acla-!
—¡Cállalo!
Milagrosamente, Potter obedeció. Moviendo una mano selló los labios de Yaxley y este comenzó a llorar. Draco sabía que quería aclamar los principios de los sangre pura. Que quería evitar que se quedara sin piernas, y no le daría en el gusto.
Yaxley continuaba quejándose, y de la rodilla hacia abajo, no habían movimientos ya, la maldición había podrido toda la carne de ahí. El olor a carne quemada y putrefacción había llenado el espacio. Yaxley comenzó a preguntar por sus piernas y que, qué demonios le había hecho. Parecía estar al borde del desmayo.
Draco suspiró, cortándola. No iba a ser nada entretenido matarlo si es que no confesaba.
No olvides que no eres capaz de hacerlo. Eres un cobarde. Nunca has matado a nadie.
—¿Vas a hablar ahora? —preguntó, dándole unos segundos para que se recuperara—. ¿Por qué mataste a mi madre? ¿Qué sabía ella?
Draco podía sentir la tensión irradiar del resto de las personas en la habitación. Suponía que ninguno conocía todas las maldiciones y pociones que había elaborado para el Lord a lo largo de los años, y sus efectos. Que si Draco las había aplicado a los Rebeldes, la mayoría no había vivido para contarlo. ¿Estarían pensando en eso…? Honestamente, le hacía un poco de gracia saber lo mucho que le dolía a Potter. Pero por suerte, no intervino entre él y su prisionero.
Curioso.
El niño que Draco conoció, habría peleado hasta el final por hacer todo ese proceso más digno y humano.
Bueno, Yaxley no se merecía ese trato, después de todo.
—¿No vas a hablar? —intervino la mujer en ese momento, levantándose de su lugar y caminando hacia él, mientras negaba y chasqueaba la lengua—. Bueno, se sabía que para unirte a alguien como Tom, no debías ser muy inteligente. Una pena.
Ella lo tomó de la barbilla, obligándolo a mirarla. Yaxley estuvo a punto de escupirle, pero Potter movió una mano perezosa desde su lugar, haciendo que los labios del hombre se sellaran y que la mujer bajo la máscara se riera sonoramente. Draco solo pudo pensar entonces, que la razón por la que le resultaba familiar, es que ella debió pertenecer a Slytherin, no había de otra.
—¿Sabías…? —comenzó a decir trazando sus dedos por la cara de Yaxley, mientras hacía presión en los moretones de su mejilla—. ¿Sabías que tu Amo, es un mestizo asqueroso?
La mirada de Yaxley cambió al instante al oírla, rojo de la rabia una vez más, y de la sorpresa también. Potter ni siquiera reaccionó frente al apelativo, cosa que Draco encontró de lo más hilarante.
—Cómo te atreves- —dijo él, habiéndose liberado con magia no verbal del hechizo que Potter hizo para evitar que escupiera a la mujer.
Ah, lástima que el resto de los conjuros que lo mantenían prisionero no eran tan débiles. Habría sido divertido ver cómo intentaba liberarse sin una varita, y que fallara en el intento.
—Su nombre es Tom Riddle —lo interrumpió ella, con la sonrisa clara en su voz—. Su padre era un muggle y su madre no mejor que una squib. Es un mestizo asqueroso que los engañó a todos ustedes. ¿Te das cuenta de lo estúpido que te hace eso?
Draco había creído que la mujer solo buscaba provocarlo, enfurecerlo lo suficiente para debilitarlo, pero Potter soltó una risa burlona, e incluso Theo sonrió un poco, a unos metros más allá, mientras miraba. No era seguro aún, pero esa historia- esa historia parecía cierta.
Draco lo había sospechado, había un rumor pero…
Entonces recordó cómo el Señor Tenebroso había estado tan perdido en su sociedad. Cómo despreciaba cosas cómo la atracción entre dos géneros iguales, cuando era algo normal en el Mundo Mágico al no tener doctrinas religiosas que los rigiera a todos como los muggles. Cómo no siempre parecía entender las tradiciones y ceremonias de los sangre pura a no ser que fueran usados para su conveniencia.
Y lo supo.
La mujer estaba diciendo la verdad.
Draco no tenía tiempo para averiguar lo que esa realidad le hacía sentir.
—Zorra- —Yaxley exclamó, con la poca fuerza que le quedaba.
Y entonces, ella volvió a soltar un suspiro de condescendencia, y entró a su cabeza.
Nunca era agradable ver cómo alguien intentaba romper con la cordura de otra persona a través de la Legeremancia, y cómo ésta trataba desesperadamente de no sucumbir. Draco recordaba sin lugar a dudas que era aún más doloroso experimentarlo. Bellatrix se había deleitado buscando sus recuerdos más íntimos.
—Veo un ritual —anunció ella de pronto, con voz más dura—. Aunque eso ya lo sabíamos —agregó. Yaxley estaba luchando con sus fuerzas mientras lágrimas comenzaban a caer de sus mejillas—. No. No puedo ver más.
La mujer salió de su cabeza dando un paso atrás, y tocando partes de su cuerpo que eran características, para recordar que seguía allí y no en la mente de otra persona. Draco la observó, notando que, si fue a Slytherin, no podía ser de su año. Ninguna de las chicas de su misma generación parecía cumplir con los rasgos de la persona que tenía enfrente.
—El ritual, Yaxley —escupió Potter, dando un paso al frente—. ¿Qué pasó en él?
Ah, Potter y sus preguntas mal formuladas una vez más.
Ya sabían qué había pasado en ese ritual, joder.
—La puta de Narcissa-
—Oh —saltó Draco en su lugar con aparente aburrimiento—, mala elección de palabras.
Ni siquiera tuvo que pensar mucho, cuando la maldición que le hacía revivir su memoria más dolorosa en bucle, ya había abandonado sus labios.
Yaxley empezó a golpear su nuca contra la pared de atrás al cabo de unos segundos, llorando y ahogando gritos con sus ojos cerrados, viendo cosas que el resto no. Una sonrisa amarga se posó en la boca de Draco mientras lo veía. Si las maldiciones de tortura física no eran suficientes, siempre podían recurrir a esas, a esas que hacían que su víctima suplicara por piedad. Estaba atrapado en su mente.
Había pocos castigos peores cuando tu mente era uno de tus enemigos.
—Malfoy —advirtió Potter, cuando los golpes de Yaxley comenzaron a resonar por todo el cuarto, seguramente abriendo una herida en la parte posterior de su cráneo.
Draco no lo escuchó, poniéndose serio una vez más. Ese hijo de puta había matado a su madre.
—¿Qué pasó en el ritual? —exclamó, cortando el conjuro por unos segundos.
La cabeza Yaxley cayó levemente, lo máximo que podía, pero sus labios no se movieron.
—¿Por qué mataron a mi madre? —dijo Draco, temblando de la rabia.
Por unos segundos, lo único que escuchó fue la manera en la que su respiración se regulaba. Draco sabía que el inicial enojo de Yaxley al verlo ahí, lo que le había mantenido en pie y con ganas de pelear de vuelta, se había esfumado. Y que si podía hilar algo coherente, lo único que Yaxley debería querer para ese punto era que todo acabara.
—La… magia…
Se calló, soltando una respiración temblorosa.
—¿La magia? —repitió Potter, a unos pasos más allá.
Yaxley resopló, pero fue algo más cansado, cómo si le costara- le doliera hablar.
—La traidora de mierda-
—Ah, ah —Draco dijo, negando—, ¿en qué habíamos quedado?
Bueno, nunca era tarde para aplicar un Crucio.
Draco sabía que con tantas cosas combinadas, lo más probable era que Yaxley se desmayara en unos minutos, sin siquiera tener la oportunidad de decirles algo. Pero tener frente suyo a uno de los asesinos de su madre… no le hacía pensar correctamente.
Se preguntó, por unos segundos, por qué Yaxley todavía conservaba todo de forma intacta. Por qué la Orden no le habían cortado una mano, o sacado un ojo. Apostaría a que estaría más dispuesto a hablar sin un brazo.
Bueno, quizás Potter y el resto aún se sentían por encima de esa clase de crueldad. Con razón habían perdido la Batalla de Hogwarts.
—Malfoy —dijo Potter, pero una vez más, Draco no le hizo caso.
El Crucio era de los peores dolores; el problema es que nublaba tanto la mente, que después de todo, la persona no era tan consciente de que lo estaba recibiendo. De todas formas, Draco no paró, al punto que Yaxley se orinó gracias a los espasmos.
—Quitamos… —balbuceó, mientras Theo limpiaba cualquier excreción que el hombre hubiera arrojado—. Le- le quitamos-
Diez segundos llevaba apenas.
—¿Qué dices? —se burló Draco—. No te oigo bien.
Yaxley lloraba abiertamente ahora, con sollozos y palabras incoherentes de por medio.
Quince segundos.
Veinte.
Veinticinco.
—¡Malfoy!
Potter lo agitó lo suficiente para que Draco perdiera la concentración y la maldición fuera cortada. Draco observó al hombre con fastidio, notando también cómo el resto lo miraba expectante ahora, incluso molestos por haberse dejado llevar.
Draco hizo una mueca, bajando la varita.
—No eres divertido, Potter.
El moreno apretó los dientes, a menos de un metro de él. Draco podía sentir su aroma, extrañamente adictivo para no usar perfume. El lugar donde el Elegido lo había tocado quemaba bajo la ropa.
—¿Esto es diversión para ti? —replicó él, aunque no lucía tan asqueado como debería.
Draco arqueó una ceja.
—Llamó perra a tu madre —le recordó, y la expresión de Potter se cerró ante ello—. Creo que es bastante divertido ver cómo se traga cada una de sus palabras.
Yaxley continuaba respirando artificialmente, y si Draco podía adivinar algo, ya se había rendido. Si no hablaba, era solo por resentimiento y cansancio. Pero sabía que las cosas se podían poner peores.
Por Merlín, ¿qué le había hecho la Orden? ¿Cariño y besos?
Al menos Draco estaba satisfecho. No era de sus peores sesiones de torturas, pero le causaba cierto placer ver lo mucho que Yaxley había sufrido. Quizá era la primera vez que le pasaba.
—¿Por qué hicieron ese ritual, Yaxley? —preguntó una vez más, sin intenciones de continuar la absurda charla con Potter—. Ah, y háblame bien. No me obligues a hacer cosas de las que te puedas arrepentir. ¿Crees que necesitas todos esos dientes en la boca?
El gesto semi petulante se borró, mientras el hombre lo miraba fijamente, cómo si lo estuviera mirando por primera vez en mucho tiempo. Draco sabía que el Nobilium había aprendido a respetarlo, porque en las reglas y principios se establecía que no podían verlo o tratarlo como inferior, y además veían la actitud de la gente a su alrededor. Pero no todos presenciaron cómo lucía cuando se enojaba; cuando ponía en práctica los hechizos que había sido forzado a crear.
Bueno, ahora sabía que no era una vista bonita.
—¿Qué? —dijo Draco con sorna—. ¿Creías que iba a ser el niñito que lloraba si lo miraban mal por toda la vida?
Sintió los ojos de Potter en él observándolo unos largos segundos luego de que acabara la oración, mas Draco no quiso pensar en ello, estudiando cómo Yaxley finalmente empezaba a rendirse.
—Habla —ordenó—, o me haré un abrigo con tu piel.
Y lo decía en serio.
Si fuera por Draco, continuaría. Si fuera por él, destruiría su cordura en un par de horas, sin pensarlo dos veces. Salazar sabía que merecía eso y más.
Pero antes de que pudiera ahondar esa idea, vio cómo el hombre comenzaba a debilitarse, a punto de caer en la inconsciencia.
O peor.
—Astoria —dijo Potter de pronto—. Hazlo.
La mujer obedeció.
Draco por fin entendió la familiaridad de sus movimientos, el sentir que la conocía. Astoria Greengrass había sido una Slytherin, un año menor que él, hermana de Daphne Greengrass de su mismo grado. Draco había estado en su casa un par de veces en los últimos años; incluso tuvo algún que otro encontronazo con su hermana de los que ni se acordaba. Pero Astoria- Astoria había parecido tan callada. Tan callada, dulce e inocente. Se mostraba devota al Lord, y su familia había jurado lealtad absoluta. Trabajaba en el mismo departamento de Theo, la Regulación de los Nacidos de Muggles, y ella junto a Daphne eran unas de las jóvenes sangre pura más influyentes. Astoria, por su belleza, como una candidata sin igual para preservar la pureza en matrimonio, y Daphne, al ser la directora de El Profeta.
Draco no la conocía lo suficiente, y no le importaba demasiado esa revelación. Pero jamás habría pensado. Jamás habría creído-
Bueno, ese era el punto ¿no? Que la gente no sospechara que alguien cómo ella sería capaz de traicionar el precioso gobierno del Señor Tenebroso, no solo por la devoción abierta que profesaba, si no porque no parecía lo suficientemente capaz de hacerlo.
Pero Astoria finalmente no solo era una cara bonita. Una chica dulce, callada y servicial. Era una Legeremante, y una traidora, y era de todo menos indefensa e inocente.
Yaxley apenas luchó ante la intromisión, haciéndole el trabajo más sencillo.
—Ah, una mente difícil —dijo ella sin embargo, sin romper el contacto—. Encantador.
Mientras Astoria navegaba por la cabeza del hombre, Draco desvió su mirada, dedicándose a observar a Potter. Porque por alguna razón desde que era apenas un niño, sus ojos lo buscaban. Para molestarlo, para burlarse de él, o- Draco verdaderamente no lo sabía.
Se veía diferente, eso era obvio. La piel distintivamente morena palideció un poco gracias al encierro, y había ganado músculo, haciéndose más fuerte que cuando era un niño, aunque aún conservaba su delgadez. Sus ojos verdes vivaces se mostraban imperdonables y hasta crueles, aunque Harry Potter nunca se caracterizó por ser una persona que creía en el perdón. Si no fuera por la cicatriz, sería otra persona, pero Draco se preguntaba cuánto había cambiado en realidad. Cuánto del niño que conoció en Hogwarts se mantenía dentro suyo; intrínsecamente bueno, héroe de los pies a la cabeza, dispuesto a salvar hasta sus peores enemigos porque no soportaba la idea de cargar muertos consigo. A Draco le costaba concebir la idea de que todavía hubiera luz frente a toda esa oscuridad. Le costaba pensar en que fuera la misma persona aún, cuando había personas en sus filas apodadas como: "La Muerte Negra".
Tenía curiosidad, siempre la había tenido cuando se trataba de Potter, y la animosidad impulsaba a responder las dudas. Pero, debía admitir que frente a todo lo que estaba sucediendo, Potter y qué había sido de él, quedó relegado hasta el fondo de su mente. Y Draco pretendía que se quedara allí.
Un jadeo cortó sus pensamientos entonces, y Astoria volvía a dar ese paso atrás mientras Yaxley caía inconsciente, demasiado cansado para seguir soportando el dolor.
La mujer lo miró a él, e incluso bajo la máscara, Draco podía ver lo agitada que estaba.
—Querían entrar a su cabeza —soltó de sopetón.
Draco le devolvió su mirada. Eso era en parte obvio; si su madre sabía algo, el Señor Tenebroso habría querido entrar a su cabeza para averiguarlo. Pero la forma en la que Astoria lo había dicho...
—¿Y qué?
Ella tragó en seco, volviendo su cuello en dirección a Yaxley. Draco presentía que tenía una mueca de asco.
—Y sin magia… —murmuró Astoria, tomando las solapas de su propia capucha—. Sin magia para alzar los escudos de Oclumancia…
Draco cayó en cuenta de qué hablaba.
—Mi madre no podría haber seguido protegiendo su mente. Por eso le quitaron la magia.
Astoria asintió lentamente al oírlo. Theo y Potter estaban callados en su lugar, escuchando su conversación.
Draco sentía que todo empezaba a darle vueltas.
Un muggle era incapaz de evitar que un mago entrara a su cabeza. Los magos, en cambio, o al menos los más experimentados en Oclumancia, a veces ni siquiera ellos mismos podían acabar con sus propias defensas cuando lo deseaban, porque vivían dentro suyo como un brazo o un órgano más. Quitarles la magia, era quitarles esa defensa.
Y Voldemort lo intentó.
—Querían quitar sus paredes de Oclumancia para que el Señor Tenebroso pudiera entrar a su cabeza —informó Astoria, con voz más firme—, y… ver lo que tuviera que ver. Aunque-
Ella cerró la boca, en un silencio que a todas luces parecía pensativo.
—¿Aunque? —preguntó Potter. Astoria retrocedió lo suficiente para colocarse frente a Draco, quien continuaba con sus ojos fijos en el piso intentando asimilar la información.
—Creo que es- es un poco más que eso —dijo ella—. Además de evitar que tu madre ocupara Oclumancia para saber qué escondía, buscaban algo más al quitarle la magia, pero no- no lo sé-
Volvió a callar, y ninguno intentó completar sus frases. Ninguno podía entender a qué se refería. Ella era la que había estado en la mente de Yaxley después de todo.
Al cabo de unos segundos donde digirió la información, Astoria se dirigió a Draco de lleno, con todo su cuerpo apuntando hacia él.
—Probablemente se relacionaba con Nagini, es lo que hemos creído por años, pero nunca pudimos comprobarlo. Nunca pudimos ingresar a su sección en Azkaban. Fuera lo que fuera, Malfoy, tu madre pasó ocho años ocultándolo. —Astoria se cruzó de brazos—. Ocultándolo, al punto que tuvieron que recurrir a quitarle su magia para poder descubrir qué era.
Draco apretó la mandíbula tras escucharla. Lo decía… como si estuviera orgullosa de eso. Como si le causara contento que su madre estuviera dispuesta a sacrificar su vida por ocultar algo para la puta Orden.
Y no. No estaba bien.
No era algo de lo que enorgullecerse. Su madre había muerto protegiendo ese secreto. ¿Y por qué?, ¿por qué no se rindió?, ¿por qué no le dio al cabrón de Voldemort lo que quería? No valía la pena. No la valía.
—Pero les salió mal —dijo Draco, con la voz sorprendentemente tranquila. Astoria pausó en sus movimientos—. Mi madre está muerta.
Se quiso reír al terminar la oración. Eso era estúpido. ¿Qué era un mundo, sin los dulces que Narcissa mandaba a hacer especialmente para él?, ¿qué era un mundo, sin su madre enseñándole a jugar ajedrez mágico? No tenía sentido. No había punto en seguir allí.
Ninguno dijo nada frente a esas palabras, ¿y qué dirían? Theo sabía que no quería ni necesitaba lástima. Y el solo pensamiento de dos extraños como Potter o Greengrass tratando de darle palmaditas en la espalda era irrisorio.
—Está muerta —repitió Draco, sonando lejano—. La mataron.
Yaxley y otras personas le quitaron una parte de ella. Habían violentado mucho más que su cuerpo. La magia era lo más importante que tenían. Y se le habían quitado... ¿por un secreto?
No era justo.
Quizás es lo que te mereces. Es lo que todos ustedes merecen.
—Fue asesinada —Draco repitió, incrédulo.
La habitación se hizo demasiado pequeña de pronto, y el olor a sangre y carne podrida demasiado pesado para su sistema. Draco se alejó unos pasos, guardando su varita, evitando que la desolación lo invadiera.
—Malfoy-
Draco salió de allí antes de acabar de escuchar esa oración.
Sintió a Theo seguirlo casi al segundo, pero Draco no se giró a decirle nada. Necesitaba salir de ahí. Necesitaba estar en un lugar donde no supiera que su madre se había dejado matar por algo tan estúpido como un secreto que beneficiaba a la puta Orden.
Recorrió el pasillo de vuelta, subiendo la gran escalera que daba a un pequeño salón. Draco no sabía dónde estaba la salida. Pero necesitaba encontrarla. Rápido. Quería irse.
Vio algunas personas en su trayecto, aunque no dialogó con ninguna, ni siquiera reconoció sus caras en ese momento. No se sentía capaz.
No fue hasta que llegó a una ventana, que sintió cómo Theo lo alcanzaba, y alguien disparaba un hechizo a su espalda. Entonces, nuevamente las memorias que involucraban a los fantasmas de su pasado se marcharon, pasando frente a sus ojos. Draco se concentró en olvidar.
Y solo quedaba un pensamiento.
Su madre.
•••
Draco despertó en la cama de su habitación en la mansión sin recordar cómo había llegado hasta allí. Lo último de lo que se acordaba era la ejecución y de haber tenido un sueño poco agradable que lo había dejado cansado. Aparte de eso, su mente parecía tener una especie de laguna.
Draco continuó los siguientes días viviendo en lo que parecía una pesadilla especialmente diseñada para hacerle daño a su sanidad mental.
Él habría creído que luego de tantos años de andar en la oscuridad, de vivir cada día en un mundo que no era capaz de darle más que grises, se habría acostumbrado a que siempre podría ser peor. Que cuando las cosas ya eran lo suficientemente malas, siempre sucedía algo que las hacía más crueles. Menos humanas.
Estaba equivocado.
Draco no había aprendido nada.
Y necesitaba respuestas, necesitaba saber si lo que se decía era verdad. Si- si- si su padre-
Draco necesitaba escucharlo de sus labios.
Así que fue a verlo a Azkaban.
Para el resto de la gente era prácticamente imposible ir a visitar a familiares en Azkaban; aunque tenerlos allí ya era un privilegio, dado que la mayoría de traidores fueron: o ejecutados, o sometidos luego de la Batalla de Hogwarts. Ahí solo estaban los criminales más importantes (en cuánto a influencia) o totalmente menores (como ladrones, o asesinos sin licencia para matar), sin intermedios. Los únicos que verdaderamente tenían permiso para asesinar, (con justificaciones) eran el Nobilium y los Electis. El resto debía apegarse a las leyes y reglas de toda la vida.
Así que Draco caminó por la cárcel, tratando de no pensar en cómo, casi un mes atrás, había estado ahí, presenciado una de las escenas que lo perseguirían por el resto de su vida. Evitó mirar a nadie esa vez, y usó su broche para que no lo cuestionaran. Lucius no estaba en una sección tan protegida como en la que solían tener Narcissa, a la que definitivamente Draco no tenía permitido pasar sin autorización. Aún así, tampoco se suponía que podía visitar a su padre.
Pero no podían negarle nada a Draco Malfoy en ese momento. No a menos que quisieran conocerlo de verdad.
Draco ingresó a la celda manteniendo la frente en alto y sentándose en la silla apartada a la cama, donde Lucius estaba con una camisa de fuerza mágica y un hechizo que le impedía acercarse más. La persona que cerró la puerta de la reja le dio una mirada cargada de algo que Draco no supo descifrar, antes de que se perdiera por el pasillo.
Draco miró al suelo unos largos segundos, sin saber cómo iniciar la conversación.
Entonces, levantó la cabeza para hablar.
Y ahí lo vio.
Draco detalló su rostro, miró como el cabello le caía en cascadas sucias y desarreglados encima de la cara. Su mirada rayaba en la locura, sus facciones no estaban ni cerca de lo que alguna vez fue. Lo miraba, y Draco no podía concebir que hubo un tiempo en el que habría dado todo de sí por complacerlo, por ser como él.
Padre e hijo se observaron el uno al otro por un minuto entero, y Draco sintió el corazón en su garganta, sin poder creer que eso estaba pasando en serio.
Lucius abrió la boca, y la cerró, y Draco solo pudo registrar que probablemente quería saludarlo. Como si nada. Como si realmente pudieran seguir la etiqueta y los modales en esa circunstancia.
—¿Por qué? —susurró él abruptamente, sintiendo la boca seca.
No había esperado que eso fuese lo que saliera de sus labios.
La ira y la supuesta indiferencia se habían desvanecido mientras tenía enfrente a su padre. No podía ver al hombre que el resto del mundo veía. Al hombre que mató gente, que destruyó por completo la vida de inocentes. Al Mortífago. Al más que seguro presunto asesino de su madre.
Draco veía a su papá.
Draco veía a la persona que le enseñó a andar en escoba. Draco veía al hombre que hacía voces cuando le contaba cuentos, o el que era capaz de maldecir hasta la locura a alguien si es que le daba una sola mala mirada a Draco. Lo miraba, y veía las ocasiones especiales en las que se permitió dejar la etiqueta de lado, y él junto a su madre disfrutaban de tardes en el jardín, Narcissa con la cabeza apoyada en el regazo de su padre mientras Draco correteaba a los pavos reales a su alrededor. Draco lo miraba, y veía la familia que había perdido, al hombre que le daba besos de buenas noches, y le prometía en susurros que daría su vida para protegerlo de todo mal.
Lucius no respondió.
—¿Por qué lo hiciste? —murmuró de nuevo, con voz quebrada.
No podía concebirlo. Desde niño, cuando veía a sus padres, solo notaba el respeto y mutua adoración que se profesaban. Draco siempre creyó que él tendría algo así, el día que se casara.
Su mente no podía concebir lo que sucedió. Simplemente no podía. Era más grande que él.
—Dra-
—¿La mataste? —lo interrumpió, porque necesitaba saberlo.
Y la cara de Lucius se volvió de piedra.
—Sí.
Lo peor de todo, era que lo esperaba.
Draco negó, sacando la varita y apuntándolo, intentando llamar nuevamente a su ira, tratando de sentir algo además de la tristeza que amenazaba con devorarlo.
Lucius no desvió jamás la mirada, como si no tuviera miedo a lo que Draco pudiera hacer. Nunca estuvo completamente presente esos años, pero su padre sabía en lo que Draco se había convertido, lo tenía claro. Quizás pensaba que no era capaz de hacerle daño. O quizás no estaba pensando en lo absoluto.
Lucius no desvió la mirada, incluso cuando Draco ingresó a su mente. No levantó las barreras, a pesar de que no era un Oclumante nato como su madre. Simplemente… lo dejó entrar, lo dejó leer sus pensamientos; comprobar si era cierto.
Y decía la verdad. Decía la verdad sin ningún tipo de arrepentimiento.
Draco se apegó al respaldo de su silla, sintiendo el nudo de su garganta hacerse más grande.
—¿Por qué? —preguntó otra vez con un hilo de voz, sintiendo que todo en lo que creía se hacía pedazos.
La expresión de Lucius no cambió.
—Porque la amaba.
Draco apretó los ojos furiosamente, evitando que las lágrimas, las primeras lágrimas que aparecían luego de lo que había sucedido, empezaran a arremolinarse en sus ojos.
—La asesinaste —le soltó, sintiendo cómo las palabras quemaban en sus cuerdas vocales—. Me quitaste a mi madre.
Draco no volvería a verla. Draco no volvería a conversar con ella. Draco no la cuidó lo suficiente, y se suponía que debía hacerlo. Que ella debía estar ahí en lugar de él. Y ¿por qué no pasó así?, ¿cuál era el motivo?
—Le puse fin a todo —dijo Lucius con tranquilidad, pero cuando Draco lo miró, sus ojos habían adquirido un tinte maniático.
Le puse fin a todo.
No era su puto lugar de decidir. Draco- Draco le habría puesto fin a todo, pero dándole una vida feliz. Lejos, muy lejos de allí. Huyendo a otro continente si era necesario. Olvidando la guerra y quienes eran de verdad. Olvidando todo.
Y le quitaron esa oportunidad.
—¿Quién eres? —murmuró, sintiendo cómo la visión se volvía borrosa.
Lucius negó, con una sonrisa asomando en su rostro.
—No lo entiendes. Le puse fin a todo —repitió, como si se lo repitiera a sí mismo cada día—. La salvé.
Draco apretó los labios, resistiendo la urgencia de tocarlo, pero no para hacerle daño o hacerlo reaccionar. Draco quería tocarlo y quería tirarlo en un abrazo. Quería enterrar la cara en el pecho de su padre y fingir que todo estaría bien, que superarían eso juntos. Que no sabía lo que decía y que todo eso era un error. Draco lo necesitaba.
De pronto, sintió que tenía dieciséis años otra vez.
—La salvé —repitió Lucius, soltando una risa frenética—. La amo. La amo. La amo. La amo. La amo. La…
Draco se levantó, sintiéndose enfermo mentalmente, un dolor de cabeza cerniéndose en su frente, negándose a oír más. No había punto.
Lucius confesó.
—¡Cállate! —exclamó por lo bajo, completamente mareado—. Te vas a pudrir aquí —añadió, sin el resentimiento que debería estar ahí. Porque era su padre. Y porque Draco, contra todo sentido común, lo amaba también.
Lucius continuaba repitiendo la misma oración una y otra vez, con sus ojos perdidos ahora en un lugar de la pared. Draco tropezó, deteniéndose en el umbral, y diciéndose a sí mismo que no podía salvarlo a él. Por respeto a su madre.
—Te vas a pudrir aquí —repitió.
Pero el hombre ya no escuchaba.
•••
Lo primero que oyó cuando salió de la chimenea, fue un elfo diciéndole que Greyback entró a la mansión hacía unas horas, buscándolo, y tomó cada pequeño fragmento del autocontrol de Draco para no ponerse a gritar y a maldecir al cabrón ese.
Por alguna razón, Draco sentía que lo vigilaban. Como si luego de la muerte de su madre, de pronto hubiera pasado a ser un ser humano volátil y poco funcional. Quizás, él debía dejar algo que espiara conversaciones en puntos estratégicos de la Mansión. Les enseñaría a no ocultarle cosas.
Entonces, luego de que Draco frunciera el ceño, al ver en una de las mesas de su habitación, una carpeta llena de información acerca del semigigante idiota de Hogwarts, Theo apareció de pronto a sus espaldas, tomándolo por sorpresa.
Y aparentemente raptándolo.
Draco no tenía idea de qué mierda estaba sucediendo, pero le servía como distracción y descargo tratar de hechizar a Theo para que no lo Apareciera lejos de allí.
Aunque, cuando aterrizó en el campo contra su voluntad y una varita se posó en su sien, Draco reconoció de inmediato qué pasaba. Los recuerdos asaltándolo, y la magia de Potter embriagando cada uno de sus sentidos.
—Potter —escupió, como de costumbre.
Lo oyó resoplar, casi riendo. Sin embargo, no estaba ahí. Draco supuso que se encontraba bajo la capa de invisibilidad.
—Draco —dijo Theo, poniéndose en su campo de visión.
Draco le frunció el ceño, dispuesto a reclamar lo bruto que era al llevarlo de esa forma, pero la expresión de su rostro lo detuvo. Theo lucía... afligido, por decir lo menos, y comenzaba a arrastrarlo hacia la entrada de la Mansión McGonagall como si temiera la reacción de Draco frente a algo.
—¿Pasó algo? —preguntó, en voz baja, aunque suponía que Potter escuchó de todas formas.
Theo apretó los labios, parando frente al portón y girándose a él, sosteniéndolo de los brazos.
Draco sintió sus entrañas contraerse.
—Capturaron a uno de los guardias de tu madre —dijo, sin tratar de suavizar la noticia—. Uno de los que la "cuidaban".
La excitación y la adrenalina invadieron su torrente sanguíneo al oírlo, emocionado por saber más. Por hacerlos pagar y desentrañar lo que acababa de suceder. Cobrar venganza.
—Está bien —replicó más animado—. Llévame a él.
Theo no se movió, el agarre de sus hombros haciéndose más intenso.
—Draco.
Draco lo observó, sintiendo que se estaba perdiendo de algo importante. La mirada de Theo estaba cargada de preocupación.
¿Por qué?
—¿Qué?
Su corazón latía con fuerza. Había algo vil retorciéndose en la boca de su estómago. Draco se estaba aferrando a que fueran sus imaginaciones. A que nada malo hubiera sucedido.
Pero Theo apretó los labios, desviando la mirada.
—Theo, ¿qué-?
—Es Gregory —soltó de sopetón, interrumpiendolo.
Y Draco se sintió palidecer, comenzando a negar.
Las cosas siempre pueden hacerse peores, ¿no lo recuerdas? Siempre, siempre puede ser mucho, mucho peor.
Theo lo mantuvo en su lugar, mirándolo a los ojos.
—El guardia es Gregory Goyle.
Les prometo que de ahora en adelante van a haber más interacciones significativas entre Draco y Harry! Paciencia.
Espero que les haya gustado el capítulo y que se vaya entendiendo mejor! Todo está acomodándose lentamente(?
