Draco tropezó, y unos brazos lo sujetaron antes de que pudiera caer.
Potter aún estaba bajo la absurda capa de invisibilidad. Theo se encontraba frente a él, y la única persona que podría haberlo atrapado era el idiota escondido entre las sombras. Draco quiso apartarse de las manos de Potter apenas lo sintió, asqueado, pero el tacto desapareció tan rápido como llegó. Quizás, ni siquiera había sido incidental.
Un reflejo.
Salva a cualquiera que necesite ayuda, incluso si es Malfoy.
—Deberíamos entrar —dijo Theo, tomándolo del brazo.
Draco se dejó guiar mientras su mente volvía a Gregory. ¿Él no había tratado de hablarle, luego de lo que pasó?, ¿no le había mandado una carta a Draco, dándole sus condolencias? Draco no hizo mucho caso a ninguna, pero sabía que ahí estaban. Como siempre habían estado.
Pero el solo pensamiento, la sola posibilidad de que Goyle pudiera estar implicado- era… inverosímil. Era absurdo.
—No —dijo, notando cómo se detenía en medio del laberinto que daba a la mansión.
Sintió las miradas de los hombres encima de él, sin embargo, sus ojos grises estaban fijos en el pasto; el dolor de sus sienes empezaba a aumentar.
Goyle.
Gregory Goyle.
¿Cómo? ¿ Cómo? Debía haber escuchado mal. Tenía que haberlo hecho. Era imposible.
Crabbe y Goyle eran estúpidos. Ni siquiera era una observación cruel; era un hecho. Draco lo tenía claro, y los aceptaba así. Había aceptado su amistad así desde el día uno, y tuvo que ver cómo la mayoría de las veces pasaban el año escolar gracias al favor de Snape. Luego de la guerra, Gregory no había hecho mucho. El señor Goyle lo puso a cargo de algunos negocios al ojo público, pero se encargaba él mismo de ellos tras las espaldas. No tenía sentido que el Señor Tenebroso confiara en la capacidad de Gregory cuando ni su propio padre lo hacía.
Y por qué.
¿ Por qué su madre?
—Draco… —Theo avanzó hacia él, pero Draco retrocedió
—No, debe haber una equivocación —repitió, negando. Sonriendo inconscientemente—. Gregory no sabía escribir bien su nombre.
Otra ocasión, y Theo se habría reído. Draco estuvo al borde de hacerlo, por lo extremadamente ridícula que le parecía toda la situación, mas no lo hizo. Quizás estaba a punto de perder la cabeza.
—Malfoy- —Potter intentó decir sacándose por fin la estúpida capa. Draco lo detuvo.
—Cállate, Potter. Los adultos están hablando.
El hombre rodó los ojos.
—Jódete.
Draco tenía un montón de réplicas a esa oración, pero lo único que hizo fue limitarse a ignorarlo, con su mente funcionando a mil por hora. Para ese punto, no sabía si no deseaba creer la verdad evidente – que Goyle estaba allí siendo en parte responsable de lo que había sucedido– o si verdaderamente no lo pensaba capaz. Draco no sabía nada.
Cada día se convencía más de ello.
—Draco, es él. —Theo tomó su brazo otra vez, haciendo que lo mirara—. Él era uno de los guardias.
Gregory tenía dinero y estatus. Gregory no necesitaba trabajar en una prisión, menos en una como Azkaban. ¿Qué razón tendría?, ¿qué estaba haciendo ahí?
—¿ Por qué?
Theo suspiró, abriendo la boca para responder a su pregunta.
—No sabem-
—Si dejaras de llorar como imbécil por dos segundos —Potter lo interrumpió—, podríamos averiguarlo.
Theo suspiró una vez más.
Draco se giró a él, detallando su rostro cubierto de suciedad. Seguramente venía de haber secuestrado a Goyle, y esperó a Draco afuera para devolverle sus recuerdos. Una parte de su cerebro registró cómo eso lo hacía sentir: ser considerado tan rápido. Ser llamado apenas las cosas pasaran. Pero el resto de su atención estaba enfocada en lo que había dicho.
—Me acaban de informar que uno de mis mejores amigos está involucrado en el asesinato de mi madre, pedazo de energúmeno —le espetó entre dientes—. Claro que un huérfano como tú no puede entenderlo.
Potter alzó las cejas, para nada afectado por sus insultos. Suponía que el último tampoco había sido el ápice de la creatividad.
—No tenía idea de que tenías amigos.
Draco apretó la mandíbula, cerrando los ojos. Bien. Bien. Si Potter quería que le respondiera, él le iba a dar en el puto gusto.
—Pocos, pero la mayoría vivos —replicó, mirándolo nuevamente, arqueando sus labios en una sonrisa desagradable—. Es más de lo que tú puedes decir.
Fue rápido, pero efectivo. Funcionaba en Hogwarts, y Draco no veía razón para que no continuara haciéndolo todo ese tiempo después, incluso si ya no se conocían lo suficiente. Incluso si habían pasado años sin verse.
Insultar a Potter era como echarle carbón al fuego. Si bien parecía que los años de pelea lo habían amargado, todavía existía algo vívido en sus ojos cada que Draco lo enfurecía, cuando lo enfurecía de verdad. Todo su cuerpo se tensaba, el color verde tras sus lentes centelleaba, y la varita estaba a centímetros de su garganta al instante, aunque Draco supiera que no la ocuparía de verdad en contra suyo. Era casi terapéutico ver que a pesar de que todo parecía haber cambiado, los viejos hábitos no se iban por completo.
Draco se inclinó contra la presión de la varita, enterrándola en su cuello a medida que lo miraba fijamente a los ojos. El pobre bastardo lucía como si verdaderamente lo fuera a maldecir.
—Potter —Theo intervino poniéndose entre ambos, como ya se estaba haciendo costumbre—. No es momento.
Potter se giró levemente hacia él al escucharlo, observándolo por unos largos segundos, analizando las intenciones de Theo, quien no le apartó la mirada. Entonces bajó la varita lentamente, sin perder la cercanía o la posición de ataque.
Theo asintió una vez.
—Draco —dijo luego, volteandose a él. Draco alzó una ceja—: Crece, ¿quieres?
Podría haberse ofendido, si no supiera que tenía algo de razón. No se suponía que estaban ahí para molestarse el uno al otro, muy a pesar de lo mucho que se odiaban.
Eran aliados, después de todo.
—Los dos. Maduren —continuó Theo, con una pizca de irritación—. Hagan lo que sea que tengan que hacer, pero reserven estas discusiones para cuando estén solos. Ni siquiera Weasley o Granger le han dicho nada, y se veían mucho más opuestos a aceptar a Draco que tú.
Lo último estaba claramente dirigido a Potter, quien nuevamente se tensó, guardando al fin su varita. Draco resopló.
—Aún —fue lo único que respondió él.
Draco sabía que Theo tenía razón. Todos ellos, la Orden, tenían razones para odiarlo. Draco había entregado a sus compañeros. Los torturó, y presenció sus muertes durante años. Todo eso sin pararse a pensar en quiénes eran, o preocuparse en lo más mínimo cuántos habían sido. Bajo ese régimen del que él había sido parte, murieron dos de los Weasley (aunque Draco no entendiera cómo eso era una pérdida tan grande para el mundo. Después de todo, aún quedaban siete más), y todos y cada uno tenía cicatrices. Cosas que no podían remediarse. Cicatrices peleando contra el que era su bando no hacía mucho tiempo atrás.
Así que sí, comprendía que Potter quisiera asesinarlo cada vez que lo veía- no sería el primero. Pero una cosa era cierta: no había punto en decirse cosas infantiles. Si iban a pelear, mejor era maldecirse de verdad a parecer dos niños de quince años.
Theo lideró el camino aquella vez, y Draco le siguió, con Potter siendo el último en la fila. No se sentía completamente seguro de esa manera, con él a sus espaldas, sobre todo sabiendo que a través de las ventanas había gente mirándolos. Cuando ingresaron a la mansión varias personas –algunas que no había visto en su vida– lo observaban como si estuvieran oliendo mierda.
Pero bueno, era lo que había.
No es como si debiera importarle.
A medida que se acercaban a la parte trasera de la mansión donde se encontraban las escaleras que daban a los calabozos, Draco no pudo evitar notar que estaba en estado de shock.
Le había pasado justo después de la muerte de Crabbe y el término de la Batalla. La misma sensación de irrealidad. La despersonalización, el adormecimiento. Y mientras pasaban los días, la amnesia disociativa y la ansiedad. Los sueños donde todo ardía en llamas.
Los medimagos que estuvieron presos en la Mansión Malfoy le habían dicho que era común, un estado de choque psicológico frente a tales eventos. Que tal vez era su método de defensa, y que probablemente desencadenaría un "estrés post traumático". Pero lamentablemente la mayoría de sanadores de San Mungo sufrieron destinos terribles luego de la guerra. O lo que él había creído que era el "luego", sin saber que la guerra continuaba peleándose en la oscuridad. La mayoría hizo declaraciones públicas más de una vez que desaprobaban cualquier tipo de violencia. Que habían visto cosas horribles, y salvado a la gente de los hechizos más espantosos.
Voldemort se encargó de que ninguno volviera a hablar.
Así que Draco no volvió a tratarse. Y hasta ese momento, no notó que quizás, así había vivido toda su vida desde entonces: andando día a día, sin estar realmente allí.
Pero es que si le pasaban cosas tan burdas como que su madre muriera luego de años en Azkaban porque le habían quitado su magia, o que Potter estuviera vivo, o que uno de los mejores amigos de su infancia estuviera involucrado en el asesinato de su mamá… bueno, no le podían pedir demasiado.
Cuando iban llegando al inicio de las escaleras, Theo se giró abruptamente hacia atrás, deteniendo a Draco en el proceso. Frunció el ceño, girando la cabeza, solo para encontrar a Luna Lovegood parada unos metros más allá, detrás de ellos. Al parecer, le había hablado, y Draco ni siquiera la había oído.
Theo avanzó entre él y Potter caminando en dirección a Lovegood, y Draco sintió que él y el resto del mundo sobraban en esa escena. Theo llegó a ella, pasando un corto mechón de cabello por detrás de su oreja de forma instintiva, y Lovegood agarró su mano, dedicándole una sonrisa que evidenciaba a todas luces lo perdida que estaba por él.
Draco apartó la mirada, dirigiéndola al final de la escalera.
Era por lo menos extraño, ver a dos personas enamoradas. Draco había creído que eso ya no era posible, no en ese mundo. Pero era aún peor cuando pensaba en Theo estándolo. Estando tan enamorado de alguien que prefería no sucumbir a su instinto egoísta de estar con ella, para no causarle daño. Porque sabía que merecía más. Draco lo encontraba incómodo; peor aún cuando pensaba que se acostó con él todos esos años, sabiendo que probablemente Theo deseaba estar haciéndolo con alguien más.
Bueno, si eran justos, no era como si Draco deseara a Theo explícitamente. Simplemente se acompañaban el uno al otro, y se utilizaban como un descargo. Nunca fue nada más.
Sintió los ojos de Potter encima de él los pocos segundos que duró la interacción entre Lovegood y su amigo, aunque Draco no levantó la mirada. Seguramente terminarían discutiendo una vez más, porque no sabían hacer otra cosa, y si era sincero no se encontraba de ánimo. Necesitaba prepararse para lo que iba a ver a continuación.
Comenzaron a bajar los escalones, y Draco comprobó, con la poca luz que había, que efectivamente existía más de una celda. Se preguntó por un momento si Yaxley seguiría en alguna, convaleciente, o si lo habían matado porque ya no representaba utilidad. No lo sabía, y no le importaba. Por él que lo hubieran cortado en pedazos y le sería indiferente.
Cuando por fin llegaron a la puerta correspondiente, lo primero que Draco notó al ingresar fue a las dos mujeres paradas a la izquierda. Granger y Greengrass, conversando en voz baja y sin la máscara con la que él las había visto las veces anteriores que se las encontró.
Draco se tomó unos segundos para detallarlas a ambas. Granger estaba más delgada de lo que él recordaba que fue, y el extravagante cabello que era su rasgo más distinguible se encontraba corto, poco más arriba de los hombros y amarrado en una coleta baja. Nunca fue una persona agradable, tal como la mayoría de los Gryffindor que Draco había conocido, pero la cara que alguna vez representó cierta ingenuidad ahora estaba teñida de sombras, haciéndola lucir algo intimidante. Draco podía admitir que así se veía más interesante si la comparaba al intento mal hecho de persona que fue en Hogwarts.
Astoria Greengrass era otro cuento. Él suponía que no era partícipe de las batallas y planes que la Orden llevaba a cabo, probablemente debido a que su utilidad no tenía que ver con ser una buena luchadora. Y se notaba. Su rostro era irremediablemente bello, sin ninguna cicatriz adornándolo. Draco la había visto varias veces durante los años, siempre usando su cabello largo y voluminoso, llegando hasta la cadera. En ese momento ocupaba una trenza que nacía desde la frente e iba pegada al cráneo, marcando aún más sus facciones. Los ojos azules eran hipnotizantes y emotivos, probablemente debido a que era una Legeramente innata; y su pose denostaba aburrimiento. Como si nadie fuera lo suficientemente bueno para honrarlo con su presencia.
Cuando la puerta se cerró, y mientras Draco evitaba desviar la vista hacia el hombre tras las barras, las miradas de las mujeres se enfocaron en ellos. Específicamente en él.
Astoria se mantuvo inexpresiva, casi divertida con la situación, al mismo tiempo que el gesto de Granger se curvó en uno de disgusto. Asco. A Draco no podía importarle menos, lo había mirado así desde que la había conocido y siempre le había causado gracia cómo pensaba creerse mejor que él.
Todos dieron un paso al frente.
Y cuando Draco ya no pudo seguir retrasándolo más, se volteó.
Goyle estaba amarrado al final de la celda.
Draco dejó salir un suspiro tembloroso, teniendo que hacer frente a la realidad que estaba ante él.
Los ojos de Gregory se llenaron de pánico al verlo, y una fina capa de sudor comenzó a correr por su frente. Durante el colegio, Crabbe y él solían mirarlo de la misma forma, como si Draco pudiera aplastar sus cabezas solo queriéndolo; eso perduró hasta que notaron lo débil que se hizo al inicio de séptimo, al inicio de la guerra. Pero cuando se hizo parte del Nobilium aquel respeto volvió, aunque él... Draco nunca dejó de considerarlos sus amigos. Habían crecido juntos. Habían estado juntos prácticamente a cada hora del día desde que tenía memoria, y él les había ayudado en cada tarea que alguna vez tuvieron. Los había cuidado, mientras recibía lo mismo de vuelta. Draco creyó que después de todo, después de la muerte de Crabbe... Goyle sería de las pocas personas que no lo traicionarían.
Se equivocó.
Draco, con su cara hecha una máscara de indiferencia, avanzó hacia él, pensando cómo se conectaba todo eso con su madre. Tratando de no prestar atención a la punzada de dolor que atacó su costado. Preguntándose los por qué: por qué lo había hecho, por qué no se lo dijo. Si la situación fuera al revés, Draco jamás podría haberlo mirado a los ojos, y mentirle. No, porque la madre de Gregory lo trató bien, como Narcissa lo trató bien a él. Y si los Slytherin valoraban algo, era la familia. La familia siempre iba primero. Draco jamás habría permitido que eso cambiara, que sus intereses estuvieran primero que la madre de uno de sus mejores amigos.
Pero ya, hacía un tiempo atrás, había aprendido a no esperar nada de nadie. Ni siquiera se encontraba decepcionado ya. Solo… herido.
Potter se le adelantó antes de que Draco llegara a él. Se colocó en el campo de visión del prisionero, tomando uno de los barrotes.
—Hola, Goyle —dijo con desprecio, llegando al límite de la celda.
La mirada de Goyle se enfocó en él entonces, y su boca cayó abierta al mismo tiempo que sus ojos se abrían a más no poder. Draco podría haberse burlado por lo ridículamente transparente que era su reacción, si no fuera porque en ese momento no sentía demasiado.
—Oh —comentó Potter con sorna hacia atrás—, este sí se sorprendió.
Draco comprendió entonces que Yaxley no había actuado sorprendido cuando Potter se mostró vivo y coleando ante él, por lo que solo algunos sabían la verdad acerca de su muerte. Probablemente los más cercanos al Lord. O al menos, lo intuían.
—Ha- Harry Potter —dijo Goyle, con el miedo colándose en su tono.
—Qué bien, aprendiste a decir oraciones coherentes y todo.
Draco no sabía cómo sentirse. En otro momento, habría maldecido al que le dijera algo así a Goyle.
En ese- en ese no sabía si estaba de acuerdo o no. Con que lo trataran así.
—¿Cómo-?
—Nosotros hacemos las preguntas, Goyle —lo cortó Granger, caminando hacia el inicio de la celda. Los ojos del hombre volvieron a abrirse—. Supongo que sabes por qué estás aquí.
La mirada de Gregory voló directo hacia Draco, haciendo que el corazón se le hundiera en el pecho. Por un momento, parecía que Goyle estaba buscando su aprobación, preguntando con la mirada qué estaba pasando y si tenía permitido hablar, tal cual sucedía en Hogwarts.
Pero no podía ser así.
Goyle probablemente lo estaba mirando porque sabía lo que había hecho, y que tenía claro que Draco lo sabía también.
Le mantuvo la mirada.
—Draco- —empezó a decir, y fue suficiente para que la furia empezara a correr por sus venas.
¿Cómo se atrevía a sonar tan desamparado?
—No me llames así —escupió Draco, impidiendo que continuara. Goyle tragó en seco.
—Astaroth.
Draco cerró los ojos, y un balde de agua fría fue echado encima de su cabeza. Se suponía que se estaba dirigiendo a él con respeto.
Aquello solo lo hacía sentirse más contrariado.
—¿Qué está pasando? —continuó Gregory, el miedo palpable una vez más—. ¿Astaroth?
Draco caminó por fin hasta posarse a un lado de Potter. Tenía que hacer esto.
—¿Qué sabes de mi madre, Goyle?
Una vez más, el gesto de Gregory cambió. Parecía un niño que había sido atrapado en una mentira. Como cuando Draco solía racionar para la semana los dulces que su madre mandaba a Hogwarts, y él junto a Crabbe sacaban más de la cuenta, tratando de que Draco no lo notara, cuando él mismo dejaba los dulces sin hechizos. Así se veía Goyle ahora, perdido, alguien que sabía que no había escapatoria.
Draco apretó la mandíbula, mientras el hombre bajaba la cabeza. El resto del cuarto estaba en silencio.
—Drac-
—Te dije que no me llamaras así —susurró. Sabía que en su tono era palpable la amenaza.
Goyle negó, y el pánico tomó rienda de su cuerpo. Draco por otra parte simplemente era una avalancha de emociones que no tenían sentido. Lo miraba y pensaba que no deberían estar ahí, en esa situación. No debería estar pasando eso.
—¿Qué le hiciste? —susurró una vez más. Gregory cerró los ojos, negando de nuevo—. Goyle. Qué mierda hiciste.
—Nada…
Se vieron por unos minutos. El resto de la habitación estaba expectante, presenciando la charla como si fuera un entretenimiento. Draco se alejó dándole la espalda, asqueado, y dejó que los demás se hicieran cargo.
No soportaba seguir mirándolo a la cara.
Granger suspiró sonoramente, alejándose también y acercándose a uno de los estantes.
—Bueno —comenzó a decir—, no queda Veritaserum, pero supongo que no hablará por voluntad propia.
Draco anotó mentalmente conseguir Veritaserum, a pesar de que nadie se lo había pedido. No era su responsabilidad, no estaba en el trato, pero la Orden lo necesitaba.
Draco se preguntó qué otras cosas les faltaban también.
—Bien… —continuó Granger al ver que nadie le dijo nada—. Theo. La Imperius.
Theo sacó su varita, y la puerta de la celda fue abierta.
Draco notó cómo no era elegido esta vez para torturar, y miró todo sin decir una palabra.
No recordaba si alguna vez Gregory estuvo bajo la Imperius, pero suponía que no podía resistirse a ella muy bien. De hecho, existía poquísima gente que podía hacerlo, peor aún cuando estaba siendo conjurada por un mago poderoso. El librarte de ella podría hacer tu mente añicos y doler como los mil demonios. Draco no podía lograrlo, por ejemplo, a pesar de ser bueno en Oclumancia.
La maldición, de todas formas, no les dijo nada. No obligó a Goyle a hablar, porque no había demasiado que contar tampoco. Además, existían huecos claros en su memoria producto de algún hechizo como el Obliviate. O quizás hasta un hechizo de confidencialidad.
Draco se puso lo más lejano posible al espectáculo, tratando de centrarse. De ver todo desde un punto de vista objetivo, como un desconocido.
—Astoria —dijo Potter de pronto, cuando vieron que realmente el Imperius no estaba dando resultados. Astoria alzó una ceja cuando lo oyó—. Tendrás que entrar y tratar de deshacer el hechizo que esté protegiendo sus recuerdos.
La mujer, que había estado afuera de la celda hasta ese entonces, caminó hacia ellos. Goyle lucía perdido, ya ni siquiera molestándose en sorprenderse por tener a la mismísima Astoria Greengrass frente a él.
Ella lo tomó de la barbilla, girando su cara de lado a lado.
—Va a doler —anunció, mirando hacia atrás y enfocándose en Draco.
Era una pregunta implícita.
Él asintió.
—Que le duela.
Esperaba no arrepentirse.
Astoria asintió de vuelta, y se enfocó una vez más en Goyle, entrando a su mente. Draco podía sentir la mirada del resto; no en el prisionero, sino en él. Casi podía escuchar lo que pensaban, lo que se preguntaban: Qué estará sintiendo. Por qué actuaba como actuaba. Qué significaban sus acciones. Sus palabras.
Ni él mismo lo sabía.
No pasó mucho antes de que Gregory comenzara a quejarse, y menos aún antes de que comenzara a gritar. Draco siempre había pensado que el dolor físico era algo más leve al dolor mental, a saber que tu mente estaba siendo corrompida. Destrozada. Irónicamente, de los peores padecimientos que había sentido, fue cuando su tía Bellatrix le enseñó Oclumancia. Era como si se te clavaran cuchillas en el cerebro.
No poder distinguir qué era parte de tu imaginación y qué no.
Tener a alguien en tu cabeza que no se molestaba en mantener tu cordura, que no se molestaba en hacer que no doliera, y que ciertamente no estaba allí con tu consentimiento, era de la peor mierda que un ser humano podía experimentar.
Y él lo estaba presenciando.
Goyle comenzó a sollozar, mientras Astoria se movía por su mente. Draco sintió un revoltijo en el estómago.
—Sus barreras de Oclumancia son una absoluta basura. Pero ahí están —comentó ella, sin perder la conexión—. Creo que si intento deshacer este Obliviate mal hecho, podría enloquecer.
Draco no quería sentir nada respecto al hecho de que era un Obliviate lo que Goyle tenía. Un rincón de su cabeza le decía que quizás su participación en ese embrollo era involuntaria. Que quizás lo habían utilizado, y luego le borraron los recuerdos.
Pero no lo sabía. No tenía idea de nada.
Por lo mismo no comentó nada al respecto.
Potter se encogió de hombros entonces, indiferente ante ese prospecto.
—Nadie lo extrañaría —dictaminó.
Draco continuó callado.
La oración se asentó en su sistema.
Astoria se volteó de nuevo, y Granger tomó esto como señal para reforzar los hechizos que mantenían a Goyle cautivo. Fueron solo unos segundos de preparación, antes de que un grito desgarrador cortara el aire.
Y el hombre comenzara a sacudirse en su lugar.
La cara de Gregory estaba hecha un desastre; roja, y con las venas resaltando bajo su piel debido al esfuerzo. Destilaba sufrimiento y dolor, gritando por su madre y pidiendo ayuda. Pidiendo ayuda a quien sea.
Pidiendo ayuda a Draco.
Se sintió abrumado, como normalmente hacía cuando la cruda realidad lo alcanzaba de esa forma. Le había sucedido con Yaxley y sus palabras, y al escuchar a Goyle pedirle ayuda como si nada hubiera pasado- el chico que le llevaba comida del comedor a los cuartos de Slytherin cuando Draco se sentía mal-
Draco salió de la habitación.
Caminó por el pasillo hasta donde estaba la escalera, y se apoyó en la pared. No escuchaba los gritos desde esa distancia, pero aunque así hubiera sido, Draco estaba seguro de que no podría haberlos oído. La respiración y el pulso desenfrenado resonaban en sus orejas, y la sangre parecía haber sido drenada de su rostro. El ojigris pegó su nuca a los ladrillos, cerrando los ojos e intentando- respirar.
Despertar.
—¿Draco?
Draco no abrió los ojos al sentir la voz de Theo. Necesitaba calmarse. Necesitaba ser dejado solo.
—Solo un segundo.
Sintió a Theo ponerse frente a él y mirarlo abiertamente a la cara. Draco casi podía verlo morderse el labio.
—No debí haberte dicho nada. No debí haberte traído.
Draco detestaba escuchar el ápice de lástima en su voz, que lo viera cómo alguien débil. Apretó los dientes, abriendo sus párpados al fin, sintiendo la agradable ira retornando.
—¿Y ocultarme tú también qué pasó con mi madre? —escupió, frunciendo los labios.
Theo suspiró, dando un paso hacia atrás, y Draco volvió a intentar calmarse, vaciando su cabeza de los gritos de Goyle. Por unos largos minutos, ninguno volvió a hablar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó entonces Theo.
—No podría importarme menos.
Mentira. Mentira. Mentira. Mentira. Mentira.
—¿Y pretendes que me crea eso?
—Es un traidor asqueroso y merece todo lo que le hagan —respondió maliciosamente—. Y peor.
—Era tu mejor amigo.
—Era.
—Es completamente entendible que no puedas ver cómo-
—Theodore —lo cortó Draco, harto—, deja de tratarme cómo si fuera una mierda frágil, joder.
El hombre suspiró sonoramente.
—Solo estoy tratando de-
—¿Qué?, ¿protegerme? —dijo él, con una risa cruel y estruendosa—. No necesito tu puta protección. Ya sabemos que no eres bueno protegiendo a las personas que quieres.
Sabía que lo decía para descargar su frustración, para que le doliera. Para que pensara por unos segundos en las madres que no pudo salvar, y en su preciosa Lunática.
Y además, porque Draco era una terrible persona.
Aunque Theo no reaccionó a su comentario en lo más mínimo.
—Muy bien —dijo en su lugar, apuntando con la barbilla hacia el pasillo—. Volvamos, entonces.
Draco esperó a que su corazón se calmara, pero no funcionó, así que no le quedó más remedio que hacerle caso y hacer frente a lo que estaba pasando. Se encaminó, con Theo a su lado, creyendo ver algo moverse entre las sombras del pasillo.
Y entraron una vez más.
La imagen y los sonidos no distaban de lo que Draco había presenciado minutos atrás, y el ambiente no se le hacía menos sofocante de lo que era antes de salir. Aunque al menos esa vez, nadie lo miraba. Granger y Potter estaban más enfocados en lo que Astoria estaba haciendo.
—¿Nada aún? —cuestionó Theo, cerrando la puerta.
Todos negaron sin levantar la mirada.
—No mucho —respondió Astoria—. Aunque no sé si es por las memorias que faltan, o porque no sabe demasiado. Después de todo, era solo un guardia.
El grito de Goyle se hizo más agudo.
—Probablemente no sabe mucho —Draco dijo, tratando de mantener la calma.
Ahora sí lo miraron.
Sus facciones estaban plagadas de desconfianza.
—Es Goyle —explicó él intentando mostrar su punto—. No fue capaz de pasar ni la mitad de sus TIMO's. Estoy seguro de que no podría distinguir entre un pedazo de mierda y su cerebro aunque se lo pusieras delante.
Potter gesticuló con su mano.
—¿Explícate?
—El Señor Tenebroso no le confiaría nunca algo tan importante —respondió, intentando no poner sus ojos en blanco ante la obviedad—, como para que tenga recuerdos sustanciales.
Potter asintió, increíblemente de acuerdo con sus palabras, y se giró otra vez a Goyle.
—Bueno, entonces no hay nada importante aquí que no sepamos ya —Astoria dijo en ese momento, saliendo de su mente. Ella miró a todos, intercambiando la vista entre sus caras—. Su madre, Marisa Goyle, es medibruja. ¿Todos lo saben, no?
Draco sintió cómo su respiración se paraba al escucharla, quedándose muy quieto en su lugar.
Y es que simplemente sabía adónde iba eso. Joder. Lo sabía. Lo tenía claro.
No quería oírlo.
—Ella —continuó Astoria de todas formas, ajena a sus pensamientos—, era la encargada de mantener a Narcissa Malfoy viva.
La verdad golpeó a Draco como un bloque de cemento. Las palabras se incorporaron en su mente. El corazón estaba en la boca del estómago.
No recordaba haberse sentido tan contrariado antes; no desde hacía muchos años, al menos. Saber que Marisa estuvo, no solo involucrada en la muerte de su madre, si no que además era la encargada de hacer que su sufrimiento se prolongara…
Quería pensar que fue una obligación. Que el Señor Goyle la obligó, o que Voldemort lo hizo, que no tuvo más remedio que agachar la cabeza y obedecer. Podría perdonarla entonces. Podría entenderla entonces.
Pero sabía que lo más probable es que ella y su esposo se hubieran ofrecido de forma voluntaria.
Y Draco se los iba a hacer pagar.
—Gregory Goyle la escoltaba, y al mismo tiempo se encargaba de que sus padres cumplieran su cometido, mientras él vigilaba afuera —explicó, dándole una mirada de soslayo al hombre—. Supongo que era una ventaja tener un hijo tan fuerte. Y, además, era otra prueba de que como familia eran todos completamente útiles para el Lord.
¿Acaso eso quería decir que estaba ahí, por obligación?
O no.
Seguramente no.
Draco desvió su vista a Goyle, que había caído inconsciente apenas Astoria abandonó su cabeza.
—No sabía qué sucedía dentro de la celda, solo sabía que Narcissa estaba involucrada y que su madre la cuidaba —prosiguió Astoria clavando sus ojos en él—. Nada más.
Pero aún así, Goyle no se lo había dicho a Draco.
Si es que recordaba, si es que sabía que su madre estaba teniendo visitas irregulares, y que él las monitoreaba, no se lo había dicho. Nadie se lo había dicho. Draco le había preguntado a Narcissa innumerables veces si estaba bien. Si la sección especial era cómoda. Y ella le había mentido, y él le había creído, y ahora nada cambiaría nunca ese hecho.
Goyle merecía estar ahí.
—Y, bueno, si alguna vez escuchó algo más, esos recuerdos no están aquí. Lo único que sí sabía, con Obliviate o no, era que Narcissa estaba siendo torturada. Su padre se encargaba de borrar el resto de sus memorias, de una forma muy pobre, si tengo que acotar. —Astoria se alejó del cuerpo inerte de Goyle—. Fue bastante fácil de deshacer.
Draco sentía que estaba cayendo, que había estado cayendo desde el día que Hannah apareció espiando su casa.
O incluso antes.
—Creo que a la que debemos capturar es a su madre —siguió Astoria, segura de lo que estaba diciendo—. Ella sabe todo. Según lo que Goyle escuchaba que hablaba con su esposo, ella también estaba muy involucrada en cuanto a encontrar lo que Narcissa ocultaba. —Astoria cerró la puerta de la celda, tomando asiento en la silla de su costado—. Y, como Narcissa tenía un…
Astoria paró de hablar abruptamente, y sus cejas se juntaron, al mismo tiempo que sus ojos se dirigían al piso y su mirada empezaba a moverse de un lado a otro. El resto del mundo la observó con aprehensión y confusión. Potter se acercó, posando su mano en el hombro de la mujer.
—¿Astoria? —le dijo con cautela.
Astoria tomó una respiración honda.
—Me acabo de dar cuenta de algo.
—¿Ahora? —preguntó Potter extrañado. Ella asintió.
—Recapitulando. Yo… —empezó a explicar. Draco sentía los nervios a flor de piel—. Marisa mencionó en una conversación con el padre de Goyle, que con las barreras de Oclumancia de Narcissa y el Obliviate de su mente, era prácticamente imposible averiguar qué sabía-
—¿Qué? —Draco la interrumpió, captando lo raro de esa oración.
El Obliviate de su mente.
Obliviate.
Astoria asintió solemnemente.
—Sí, Malfoy —dijo—. Alguien obliviateó a tu madre, por eso querían dejarla sin barreras de Oclumancia. Alguien sabe su secreto. Eso… eso es algo que no podemos pasar por alto. Joder, y yo casi lo doy por sentado. Y…
Pero Draco ya no le estaba prestando atención.
¿Quién podría saber el secreto que su madre guardaba?, ¿quién ahí afuera continuaba vivo, mientras su mamá estuvo sufriendo torturas porque le habían hecho un Obliviate?
Tenía sentido ahora, que Voldemort quisiera dejarla sin magia; no solo las barreras caerían, sino que sería mucho más fácil deshacer el conjuro y recuperar sus recuerdos. Sin embargo, se le hacía ilógico el resto.
¿Por qué? ¿Cómo alguien podría estar enterado de qué sabía su madre, y continuar vivo?, ¿cómo Voldemort no lo había encontrado?
Draco hizo memoria. Recordó el último día que la vio libre. Recordó cómo fueron esos momentos, grabados en su mente. Lo que sucedió cuando el caos se apoderó de Hogwarts.
No, no.
Astoria estaba equivocada.
—No —dijo, expresando sus pensamientos en voz alta.
La mujer, que seguía compartiendo sus teorías, paró de golpe, y el resto del mundo se enfocó en él nuevamente desconfiando.
¿Alguna vez dejarían de hacerlo?
—¿Disculpa? —preguntó ella.
Draco apoyó la cabeza en la pared, y miró hacia el techo, exponiendo su garganta hacia ellos. Astoria continuaba sentada en una silla, con la mano de Potter en su hombro, Granger a su otro costado, y Theo en la otra pared. Todos observándolo.
—Estás equivocada. Nadie obliviateó a mi madre.
—Te estoy diciendo lo que vi —dijo ella resoplando, rozando la condescendencia—. Además, cobra más sentido que planearan el ritual. Sin su magia, podrían revertir el hechi-
—No he dicho que eso no sea cierto —la interrumpió Draco, sin mirarla.
—Malfoy, por el puto Dios, habla claro, ¿quieres?
Draco miró de soslayo a Granger, quien había hablado con tanta molestia como su rostro demostraba. Se le hacía raro escucharla maldecir.
—Mi madre se obliviateó a sí misma —dictaminó, sin apartar sus ojos de la mujer.
Las reacciones no se hicieron esperar.
Astoria chasqueó la lengua, como si esa posibilidad no se le hubiera cruzado por la mente, pero que ahora cobraba mucho más sentido. Después de todo, había pocas cosas más difíciles que deshacer un auto-obliviate. ¿Que mejor persona para conocer qué recuerdos quieres eliminar, que tú mismo?
Potter por su parte, mantuvo su porte indiferente, pero sus ojos contaban otra historia. Ahora que lo pensaba, casi siempre lo miraban así. Como si quisieran ver más allá de lo que Draco mostraba, cómo si pudieran ver a través de él.
No sabía una mierda.
—¿Cómo estás tan seguro? —espetó Granger, entrecerrando los ojos.
—Porque la vi —respondió él con simpleza—. En la Batalla de Hogwarts. Poco antes de que comenzaran a retirarse.
Desvió su vista a Potter cuando dijo lo último, y muy a su pesar, este apenas reaccionó. Qué aburrido. Draco habría preferido que se mostrara avergonzado por huir como cobarde.
—Se llevó la varita a la cabeza, y pronunció unas palabras que no alcancé a oír —continuó narrando. Subió una mano a la sien, apretando los párpados con fuerza. La imagen de su madre en un punto dado de la batalla apuntándose a sí misma mientras Draco la miraba, abundaba en su mente desde hacía años—. Siempre creí- no sé. No… no pensé que alguna vez-
Draco no había abierto los ojos, pero sabía que la expresión de Granger no cambió en lo más mínimo a medida que hablaba.
—¿Cómo recuerdas eso? —cuestionó ella, una vez más con ese tono acusador.
—Porque fue el último día que la vi libre.
No sabía qué ocasionaba esas palabras en los demás, pero le importaba un carajo. No le interesaba parecer vulnerable, o estar hablando de más, en ese momento no le importa parecer débil. Sabía que debían ser tontos para verlo de esa forma. Estaba más preocupado de otras cosas. Estaba más preocupado de desentrañar todo aquello, de comprender. Necesitaba saber qué había sucedido de verdad.
Draco bajó la mano al fin. Su madre había visto algo en la Batalla, algo que la llevó a borrar cualquier recuerdo relacionado a ello. ¿Quizás vio algo de la Orden?, ¿alguien llevándose a Nagini, y por eso sabía dónde estaba?
Quizás alguien que huyó la llevaba en sus manos, y ella lo vio, y para evitar decirlo de forma obligada se obliviateó. Draco no lo sabía. No tenía idea. Incluso quizás, él lo había visto también, pero no le prestó atención.
¿O no lo recuerdas?
El pensamiento lo hizo abrir los ojos otra vez.
Si su madre había visto algo en la batalla, si sabía algo, ¿qué le aseguraba a Voldemort que Draco no lo sabía también?, ¿o Lucius?, ¿por qué ellos nunca fueron torturados?, ¿por qué solo su madre?
¿Y qué te asegura que no fue así?
La respiración se atoró en su garganta.
¿Cómo, en casi ocho años, Voldemort jamás lo había usado a él para llegar a Narcissa? Si ella lo traicionó al mentir por Potter durante la batalla, fue solo gracias al hecho de que necesitaba ver a Draco. Narcissa necesitaba darle una oportunidad a otro mundo que no fuese en el que vivían, según sus propias palabras.
Entonces, ¿cómo el Señor Tenebroso nunca le hizo nada a él?, ¿cómo es que nunca la amenazó con matarlo, o cosas peores, si es que ella no se dejaba inspeccionar los recuerdos? No tenía sentido. No tenía sentido, que en años, Draco jamás hubiera corrido peligro real. Sobre todo porque su madre habría hecho lo que sea por mantenerlo a salvo. Si Voldemort amenazaba con hacerle algo a él, Narcissa habría confesado. O habría estado más dispuesta a colaborar.
Entonces, ¿por qué no tenía recuerdos de que algo así hubiera pasado?
Era imposible. Era estúpido. El Lord no lo respetaba lo suficiente para mantenerlo fuera de aquello, sobre todo considerando que su madre podía tener información de dónde estaba Nagini, que al parecer, era crucial para derrotarlo. Voldemort habría hecho lo que fuera.
Lo que estuviera en sus manos.
No, era imposible.
—Greengrass —habló de repente, sintiéndose totalmente mareado. La mujer lo miró al oírlo—. Creo que yo también puedo estar bajo un Obliviate.
Y antes de que otra alma pudiera reaccionar frente a aquello, Draco comenzó a explicar lo que pensaba.
Astoria y el resto lo escuchó con atención, y cuando acabó, ellos comenzaron a discutir las posibilidades que había, y si Draco estaba diciendo o no la verdad. Pero él no los oía ya. Sus ojos volaron de la cara de las personas presentes hacia el fondo de la celda, donde Goyle continuaba medio inconsciente.
Sin duda había sufrido menos que Yaxley, pero la diferencia es que tampoco sabía tanto, ni se había mostrado tan reacio a cooperar. De todas formas, el daño que quizás Greengrass había causado a su mente era irreparable e igualmente doloroso.
Y Draco no sabía qué sentir.
No tenía idea si pensar que se lo merecía, y alegrarse de que estuviera pagando. Solo se le hacía difícil sentirse de esa forma. Pero tampoco tenía pena por él. No completamente. Una parte de su cerebro tenía claro que, obligado o no, Goyle habría hecho eso y cosas peores de todas maneras.
Aunque no podía pensar en dejarlo allí a merced de la Orden. No podía pensar en un mundo donde uno de sus mejores amigos era asesinado. Porque eso era lo que iba a suceder.
Draco no sabía qué hacer.
—Bien. —La voz de Potter hizo volver a Draco en sí, apartando sus orbes de Gregory—. Deberíamos probar ahora mismo.
Astoria se puso en posición para entrar a su cabeza, con la varita en alto, y los mechones de cabello cayeron por su frente.
Draco habló sin pensar.
—Potter. Espera.
Potter, quien no lo estaba mirando, quien no se había dirigido a él, se volteó de lleno en su dirección, esperando que continuara.
—Necesito hablar contigo.
Granger intentó intervenir al instante, poniéndose a un lado de Potter, casi como si lo fuera a proteger, pero Draco la detuvo antes de que hablara.
—A solas —remarcó, para que quedara en claro. Una cosa era tratar de ser honesto con un Gryffindor, al menos por Potter sentía algo de respeto. Otra cosa era hablar frente a una sangre sucia de la calaña de Hermione Granger.
Potter puso una mano gentil en el brazo de su amiga y dio un paso al frente. Granger lo miró, y por unos segundos, parecieron comunicarse de esa forma, solo para que finalmente Potter asintiera, levemente, y ella se hiciera a un lado.
—Está bien —murmuró él dirigiéndose hacia la mujer. Entonces, sus ojos esmeralda se posaron en Draco—. Sígueme.
Solo porque no tenía ánimos de discutir por algo tan absurdo como que él no lo mandaba, Draco lo hizo sin poner objeciones.
Ambos salieron de la habitación, y Draco no le dedicó ni una mirada a Theo, quien casi lo estaba interrogando a la distancia. Pasaron el pasillo y subieron la escalera hasta el primer piso. Era más pequeño que la parte delantera de la mansión, pero tenía varios cuartos de todas formas. Potter abrió uno, y esperó a que él pasara antes de cerrar la puerta.
Era un salón amplio, bastante amplio. Con colchones rodeando tanto las paredes como el suelo, y la magia de hechizos que protegían y ayudaban al propósito con el que se usaba el cuarto vibraban a su alrededor, delatando que aquello era una sala de entrenamiento. Quizás tenían muñecos ocultos entre los pliegues de las paredes o el suelo. Draco avanzó, observando brevemente el lugar; las únicas dos ventanas alumbraban mínimamente el interior, haciendo que quedaran casi a oscuras.
—¿Qué quieres? —escupió Potter, al cabo de unos segundos de silencio.
Draco se giró brevemente desde la ventana para así poder mirarlo. La expresión de Potter no delataba absolutamente nada; los brazos estaban cruzados en su pecho, y se encontraba frente a él, bloqueando la salida en caso de que Draco intentara algo extraño. Algo que, obviamente, no haría.
—¿Qué va a pasar con Goyle? —preguntó sin rodeos.
Potter se llevó una mano a la barbilla y la acarició. Draco recordó que lo había visto hacer eso varias veces. Quizás era un tic. O un hábito.
—Probablemente nos deshagamos de él.
Al menos era honesto.
Draco curvó los labios, alejándose de la ventana para acercarse a él.
—No lo digas con palabras bonitas, Potter —espetó de vuelta—. Lo van a asesinar, ahora que no les sirve. Esa es la verdad.
Potter sonrió.
—Sí —replicó—. Lo vamos a asesinar ahora que no nos sirve.
Sonaba dramático, Draco lo sabía, pero aquellas palabras hicieron eco en su cabeza. Trató de imaginarse un mundo donde Goyle era asesinado frente a él, y Draco no hacía nada y- se le hacía inconcebible.
Ahora que lo sabía, no podía permitirlo. Daba igual el daño que Goyle le había ocasionado….
No.
No daba igual.
Pero ya había perdido tanto.
Draco había perdido demasiado, y egoístamente no quería perder más, incluso si Goyle lo había traicionado.
—No lo hagan —soltó abruptamente. Potter levantó las cejas.
—No eres quién para dar órde-
—No- no es… —Draco tomó un respiro hondo, interrumpiéndolo—. No es una orden. Por favor.
Aquella era de las pocas veces que una emoción humana que no fuera la ira, lograba traspasar el semblante usualmente frío de Potter. Se veía sorprendido, como si no pudiera creer que Draco tuviera un mínimo de decencia, o como si no pudiera creer su atrevimiento.
—Por favor —pidió una vez más, con voz dura—, déjenlo vivir.
Draco no tenía demasiado. Lo más importante que poseía, antes de que todo eso pasara, era su familia. Pero ahora había perdido a su madre y a su padre. Y sus amigos eran solo tres, de los cuales solo confiaba en uno. Blaise estaba fuera del país, y Crabbe había muerto. Ahora Goyle lo traicionó. Draco se negaba a seguir perdiendo más gente.
Ni siquiera lo hacía porque era lo correcto.
Lo hacía porque estaba cansado de sentirse así.
—No tenemos los recursos para mantenerlo —contestó Potter, aún analizándolo—. Y no es un prisionero importante.
—Yo- traeré comida. Lo que sea necesario- pero no lo maten.
—¿Por qué?
Draco lo miró de hito en hito, negando con la cabeza. ¿De verdad tenía que explicarlo?
Él no sabe quién eres. A sus ojos, no eres más que una plasta. A sus ojos, podrías estar diciendo esto para engañarlos. Para traicionarlos. Porque cree que eres una mierda.
Y no se equivoca.
—Si la comadreja… —comenzó a decir.
—No lo llames así.
—… estuviera sentado en esa silla —continuó Draco sin prestarle atención a su tono mortífero—. Si estuviera en esa posición. Si supieras que yo lo mataré, ¿dejarías que pasara?
Potter no respondió de inmediato, a medida que miraba con detenimiento los rasgos de Draco, quien se esforzó por mantenerse neutral. A su vez, él se prometió a sí mismo que esa sería la última ocasión que alguien le importaba- esa sería la última vez que alguien le importaba en serio cómo para sufrir ese tipo de riesgos. Querer a alguien era una debilidad, era hacerte daño de forma gratuita. Draco no podía soportar perder más. Draco no podía soportar volver a tener miedo.
Todo sería mucho más fácil si no tuviera nada que perder.
—Ron jamás estaría en esa situación —contestó Potter finalmente—. Ron preferiría cortarse una pierna, antes de traicionarme así.
Draco sopesó sus palabras, y concluyó que quizás tenía razón. Quizás Potter tenía la dicha de tener la lealtad de alguien tan insignificante como Weasley, pero no comentó nada al respecto. En su lugar, Draco empezó a caminar por la estancia, tomando nota de que allí cabían por lo menos unas setenta personas, y que por alguna razón, aún así no se sentía lo suficientemente amplio para estar hablando con Potter. Sentía, que con un par de pasos ya lo alcanzaría, que podría alzar la varita y chocaría contra su pecho sin demasiado esfuerzo, a pesar de estar a metros de distancia.
Draco continuó mirando el salón, paseando por el lado contrario a Potter, que continuaba en la puerta. Gracias a la oscuridad no podía detallar mucho más que las colchonetas de las paredes y el piso.
—Si tu sospecha es que estoy haciendo esto para perjudicarlos —dijo Draco entonces, al cabo de unos minutos en el que los ojos de Potter no se apartaron de él—, creo que ambos sabemos que es una manera estúpida.
La respuesta no tardó en llegar.
—Nunca te he considerado alguien muy inteligente.
Draco sonrió, casi genuinamente. Potter se esforzaba tanto por insultarlo. Era hilarante. Se giró hacia él, sin borrar la pequeña sonrisa, y lo observó. Potter, por segunda vez, pareció algo sorprendido con esa reacción.
—Tienes razón —concedió, cargando la oración de ironía—. Por algo me he unido al bando con menos posibilidades de sobrevivir.
Potter se mostró neutro una vez más, caminando lentamente hacia donde Draco estaba, al fondo de la sala.
—Tienes un don para elegir bandos equivocados.
Draco, de forma inconsciente, avanzó hacia él también, separando su cuerpo de la colchoneta a sus espaldas. Estaban a al menos cuatro metros en ese momento. Nuevamente se sentían menos.
—Había elegido el correcto. Ganaron la guerra, después de todo.
—La guerra no ha terminado.
—Potter —dijo, en tono lastimero. Cómo si le hablara a un niño. Potter apretó los dientes—. Eres estúpido si no sabes que la guerra, ya ha sido ganada.
Potter se detuvo un poco pasado del medio de la habitación y ladeó la cabeza. En ningún momento alguno de los dos apartó la mirada.
—¿Por qué estás aquí, entonces?
Los ojos de Potter, increíblemente, brillaban aún más en la oscuridad. Como si alguien hubiese decidido que el color jade que habitaba allí eran dos faroles. Siempre habían sido tan transparente.
Draco siempre había odiado sus ojos.
—Respuestas —contestó él con simpleza.
Quiero saber la verdad.
Potter asintió un par de veces. Los mechones de cabello cayeron encima de su cara. Lucía como si realmente estuviera considerando la respuesta.
—Creo que estás mintiendo —dijo él finalmente, seguro de sí mismo. Draco no había parado de caminar en su dirección—. Cuando estabas bajo el Veritaserum, dijiste que estabas aquí por venganza. ¿Cómo pretendes vengarte, si somos un bando tan débil?
Draco se detuvo. Aún se encontraban lejos, pero Potter había empezado a caminar alrededor del cuarto, dirigiéndose a las paredes y tocándolas. Casi rodeándolo. Como si Draco fuera no más que una presa.
—Si no servimos para nada, excepto para entregarle al gran Astaroth respuestas —continuó, y Draco tuvo que tragar la bilis que subió por su garganta al oír el apodo—. ¿Cómo nos vas a utilizar para vengarte, entonces?
Apretó la mandíbula, sintiendo que Potter estaba molestándolo. Y no le gustaba. No le gustaba en absoluto.
—Puedo hacerlo por mí mismo —dijo entredientes.
Potter caminó por la pared a su izquierda, y por fin llegó a estar al mismo nivel en el que estaba Draco, quien giró el cuello para mirarlo.
—No, Malfoy —dijo él, deslizando su apellido con lentitud, su voz haciéndose más y más baja—. Creo que me estás diciendo esto para hacerme enojar.
—Potter, no sé qué te ha dado la impresión de que para mí —replicó, haciendo una mueca de disgusto—, eres más importante que las cucarachas que andan en el suelo.
Potter esbozó una sonrisa. No era amigable. Nunca eran amigables. Draco sentía escalofríos de solo verlas. Había un toque siniestro en ellas, recordándole que Potter ahora era una persona, al menos, peligrosa.
—No dije eso —concedió él, dando pasos en su dirección—. Creo que sabes que es efectivo enojarme, para distraer la conversación de su punto inicial.
Draco se giró al frente ignorando el ruido de los zapatos que indicaba que se estaba acercando.
—Eso, o realmente pienso que van a perder la guerra —dijo de forma despectiva—. Que van a terminar todos muertos, como tu preciosa comadrejita.
No sabía si el comentario había causado el ardor que deseaba. Esperaba que sí.
—No has visto de qué somos capaces. Puedo tomar veinte como tú, y aún así salir sin un rasguño.
Draco casi se rio al oírlo, y se limitó a rodar los ojos, en vez de decirle que ambos sabían que aquello no era cierto.
—Siguen siendo menos que nosotros.
Potter llegó al fin hasta él, y comenzó a caminar a su alrededor en un círculo, observándolo fijamente. Draco vio por el rabillo del ojo cómo tenía una mano en la barbilla, y sus otros dedos estaban aferrados a la varita que una vez fue suya. Draco mantuvo la mirada al frente, tratando de parecer lo más relajado posible.
—¿"Nosotros"? ¿Quiénes son "nosotros", Malfoy? —dijo Potter, tan bajo que salió cómo un susurro—. ¿Los Mortífagos? ¿El Nobilium? ¿La gente que asesinó a tu madre? —Potter se movía a sus espaldas, diciendo todo aquello para poner a prueba su lealtad. Si Draco se concentraba, podía sentir su magia, levantándose y danzando a su alrededor, despertando de una larga siesta y chocando contra la parte trasera de su cuello—. ¿La Orden? ¿Theo?
Potter pasó por su lado, inclinándose de la forma más leve hacia su oído. Imperceptible. Draco estaba seguro de que ni siquiera él mismo se había dado cuenta. Su cuerpo emanaba calor aunque ni siquiera lo estaba tocando.
—¿Quién? —siseó Potter, y el aliento golpeó su lóbulo una milésima de segundo.
Draco ignoró la corriente que subió por su espalda, mientras el moreno se ponía frente a él, unos pasos más lejos. Solo ahí Draco notó que Potter era un poco más bajo, y que la singular cicatriz en forma de rayo que una vez fue de un rojo vivo, se había ido desvaneciendo hasta quedar blanca contra la piel, casi plateada.
Draco se dio cuenta de que lo había estado viendo demasiado fijo, y apartó la mirada.
—¿Dónde están tus lealtades? —prosiguió Potter, paseando sus ojos de arriba a abajo—. ¿Cuáles son tus verdaderos motivos?
—Ya les he dicho todo. No oculto nada.
Al terminar la oración, conectó sus ojos.
Potter lo examinó, ladeando la cabeza otra vez. Draco le mantuvo el contacto visual cómo si fuera un reto. Estaban más cerca de lo que él esperaba, pero no hizo ademán de separarse o crear distancia, no cuando eso significaba debilidad o miedo. Draco no tenía miedo. Draco no estaba ocultando nada.
Los ojos de Potter lucían tan odiosamente claros-
Finalmente, fue él quien apartó la mirada.
—Muy bien —dijo Potter, aclarando su garganta—. ¿Por qué no debería cortarle el cuello a Gregory Goyle?
Draco dejó salir aire que ni siquiera sabía que estaba reteniendo.
Debía decirle la verdad. Por más jodido que fuera, tenía que hablar con sinceridad con el pedazo de mierda que era Potter. Porque sabía que de otra forma, le daría más espacio a dudas y sospechas absurdas que ya no deberían de existir.
—Tal vez tú tienes veinte amigos, Potter —replicó, impregnando de veneno la oración—. Si se muere uno, tienes otros cuántos de repuesto.
Los orificios de su nariz se ensancharon, y Draco supo que, aunque no lo demostraba, el comentario había picado. Conocía suficiente sus gestos para saberlo. Y se alegraba.
—Pero Gregory era- es- es... lo conozco desde que éramos niños.
La fugaz imagen de Goyle tratando de capturar un pavo real en la Mansión, solo porque Draco le había pedido que lo hiciera, cruzó por su mente.
—No pienso cargar con su muerte.
—No lo estarías matando tú. Nosotros, sí.
—Sabré que pude haber cambiado su destino, y no lo hice. —Draco juntó sus manos al frente, viendo cómo Potter seguía sus movimientos con los ojos—. ¿No es lo mismo?
—Me parece interesante, que te creas tan importante como para cambiar el destino de las personas.
—Todos tenemos opciones, y tomamos decisiones que afectan nuestros destinos —espetó Draco, con más brusquedad de la que pretendía. Potter lo observó con abierta curiosidad—. Yo decidí ser quién soy, y tú decidiste ser quién eres.
Draco pudo haberse marchado de Inglaterra durante el poco tiempo que la cuarentena todavía no comenzaba a regir. Draco pudo no haberse hecho Mortífago, en primer lugar. Draco pudo haberse negado a formar parte del Nobilium. Draco pudo no haber sido un cómplice en la muerte de Eric. Draco pudo haber elegido la muerte. Un hombre honorable y bueno lo habría hecho, antes de convertirse en un torturador.
Él no lo era.
—Yo no-
Potter se interrumpió a sí mismo, sacudiendo la cabeza, para luego contemplarlo por debajo de las cejas.
Se miraron por lo que pareció un minuto entero, sin decirse una palabra.
—No tienes ni puta idea de qué estás hablando.
Tal vez. Tal vez verdaderamente no había opción en algunas situaciones, o con algunas personas.
No era su caso.
—No es muy probable, pero sé que está en mis manos pedirte que, por favor —Draco cerró los ojos al volver a rogar, sintiéndose algo humillado—, no lo mates.
Potter no respondió a eso tampoco, derechamente no dijo nada respecto a sus palabras. Al cabo de unos segundos, decidió cambiar el tema.
—Deberíamos volver con los demás para ver tus recuerdos.
Draco asintió, sabiendo que aquella oración era un equivalente a: "lo pensaré", y comenzó a caminar lejos, rodeándolo sin dedicarle más atención de la que ya había obtenido mientras se dirigía a la puerta.
Salió al pasillo, sintiendo nuevamente la sensación que experimentó el primer día que llegó allí, cómo si alguien lo estuviera mirando. Pero mientras más trataba de ver el origen de aquello, menos lo percibía.
Luego de oír cómo cerraba la puerta y la protegía con hechizos, los pasos de Potter se escucharon tras él, a medida que lo seguía de vuelta a los calabozos. Estaba cerca, aunque no fue hasta la mitad de la escalera que Draco se dio vuelta para observarlo.
—Potter —dijo, subiendo la mirada.
Potter estaba a dos escalones por detrás, y frenó al instante en que lo escuchó. La luz del piso de arriba le daba a Draco directamente en la cara, y no le permitía distinguir bien qué gesto Potter tenía al verlo tan cerca. Draco notó también que era bastante delgado; el cuerpo de Potter había quedado a la altura de su cara; el aroma a sangre y a perfume inundándolo.
Se lamió los labios.
—Jamás podrías enfrentarte a veinte como yo —le dijo Draco.
Potter suspiró, pero sonó más divertido que fastidiado.
—Lo sé —respondió él, con lentitud—. Solo a diez.
Draco creyó ver que las comisuras de sus labios se elevaron al pronunciar aquello.
Pero probablemente era sólo su idea.
•••
El ambiente de la habitación no había cambiado para nada cuando Draco volvió a entrar. Por algún motivo, se había sentido tan diferente fuera de ahí, durante la conversación con Potter, que había olvidado que no existía razón para que allí dentro las cosas fueran distintas. Para que el resto del mundo fuera distinto.
Astoria se separó de Theo en cuanto los vio ingresar, luciendo hasta… entusiasmada con su llegada.
—Malfoy —dijo, parándose enfrente—. ¿Puedo?
Draco sabía a lo que se refería, y entendió entonces que esa era la razón por la que Astoria se mostraba tan emocionada: quería comprobar su teoría. Quizás incluso le resultaba entretenido.
—Está bien —respondió, y apenas acabó la frase, Astoria ya había entrado a su cerebro.
Aunque estaba sorprendido, Draco la dejó superar sus barreras.
No era brusca, ni imponente, lo que delataba una vez más lo buena que era en ello. Un buen Legeramente no se hacía notar a menos que quisiera que así fuera, y solo un buen Oclumante podía percibirlo. Astoria era gentil en lo que hacía, navegando por su mente y sus memorias con una delicadeza que Draco no había sentido nunca durante una sesión de Legeremancia.
Lo primero que saltó a su cabeza, fue la escena de Potter rechazando su mano, todos esos años atrás.
Draco recordó que lo primero que tu cabeza mostraba, era lo que no querías que la otra persona viera.
De ahí en adelante los recuerdos iban de presente a pasado, alejándose más y más de ese día. Vio brevemente la conversación de Potter y él, de minutos atrás; vio a Theo, y a Voldemort, y a Greyback. Astoria retrocedió hasta semanas, observando la discusión que tuvo con Pansy, y yendo hasta el momento en el que su madre murió, haciéndole revivirlo de una forma en la que Draco no había querido hacer: su cuerpo inerte y frágil en una celda de Azkaban. Astoria vio a Hannah, y también notó, más que obviamente, la pesadilla con la que había despertado ese día, incluso luego de tomar poción para no soñar. Potter muriendo en medio del Ministerio y Draco sintiéndose increíblemente agitado ante eso.
No deseaba aquello, no deseaba para nada que Astoria estuviera presenciando todas esas cosas. Pero no había forma de detenerla.
Y así continuó, continuó, y continuó. Hasta que soltó un audible jadeo, y dio un paso atrás, tocando su rostro, saliendo de su mente.
Draco y el resto esperó su veredicto con el corazón en la mano.
Y entonces-
—Tienes razón, Draco Malfoy —dijo Astoria, pareciendo casi encantada con el prospecto—. Alguien te ha hecho un Obliviate.
