TW: Sangre, gore, tortura gráfica, y violencia/maltrato infantil !

Pueden saltar algunos detalles, aunque en general, es un acontecimiento importante para explicarse muchas cosas acerca del personaje de Draco.

Si necesitan abandonar la lectura, háganlo. Cuídense!

En fin, los dejo con el capítulo.

Poco antes de que las cosas cambiaran para él, Draco estaba al borde de darse por vencido.

Había pasado poco más de un año desde que Voldemort asumió el poder, y su situación no hacía más que empeorar. Lucius estaba ausente la mayoría del tiempo, ocupándose de su madre y, Draco suponía, rogando a Voldemort la posibilidad de liberarla de Azkaban. Él, por su lado, ni siquiera tenía permitido verla. No tenía permitido moverse de su hogar, de hecho. Y no quería hacerlo, sabiendo que eso podría significar su muerte. Era considerado el eslabón más débil de los Mortífagos, y si no fuera porque las protecciones de la mansión no permitían que ningún Malfoy de nacimiento fuera asesinado dentro de la casa, o forzado a abandonarla sin tirar abajo todo, Draco estaba seguro de que ya lo habrían matado.

Por mientras, lo usaban para elaborar las pociones que el Señor Tenebroso necesitaba, ya que era de conocimiento público que él solía ser el mejor Slytherin en la clase de Severus Snape. Draco trataba de mantener la cabeza baja y dedicarse a hacer Antídotos, Filtros de Muertos en Vida, Mopsus, Veritaserum; todo lo que le pidieran, de forma impecable y sin hacer preguntas. Sin embargo, mientras el tiempo pasaba y Voldemort comenzaba a moldear más y más el mundo a su gusto, había cosas que Draco simplemente no podía ignorar. Los Rebeldes intentaban evitar que los ataques de los Mortífagos se enfocaran en los muggles, desatando así luchas que, en un principio, solían tomarlos desprevenidos; pero debido a que el primer ministro muggle estaba bajo el Imperius, y los Rebeldes eran muchísimos menos que los Mortífagos, no siempre sus batallas distractoras tenían éxito.

Durante el primer año de su régimen, el Señor Tenebroso había ocupado la mayor parte de sus fuerzas en destruir puentes, hospitales, soltar criminales en el mundo muggle y tomar todas las vidas que pudiera. Hasta el momento, ninguna federación internacional había intervenido, porque los muggles no encontraban nada extraño, aún, pero Draco sabía que era una estupidez, no entendía cómo nadie más lo veía. Había una razón por la que existía un Estatuto de Secreto. Había una razón por la que las familias sangre pura querían distanciarse de los muggles, por la que creían que los sangre sucia no pertenecían a su mundo y eran viles traidores. «La época de las Hogueras». Los muggles ya habían probado que los superaban en número, y una vez que su secreto quedara al descubierto, se prepararían y los vencerían.

Pero, aunque era consciente de todo eso, de la matanza indiscriminada y absurda, otro hecho provocó que Draco actuara.

No se suponía que debía estar ahí. Se pasaba todo el día en el laboratorio de la mansión, evitando cruzarse en el camino de cualquier persona que anduviera por su casa, porque sabía que se divertirían con él. Al menos, ya no estaba la serpiente de mierda que lo atormentaba años atrás, rondando por los pasillos y vigilándolo, pero aún así no se libraba de las burlas que le hacían cuando lo torturaban.

Y Draco, aquel día, simplemente había sentido todo demasiado callado, seguramente debido a que su padre estaba en Azkaban, visitando a Narcissa, y los Mortífagos en alguna misión; así que aprovechó para salir… ir a su habitación. Hacer algo. Ir al cuarto de descanso de su madre, cerrar los ojos e imaginar que estaba allí con él, tocando el piano y cantándole, mientras le daba dulces. Draco quería pretender, aunque fuera por unas horas, que nada había cambiado.

Pero apenas salió de su laboratorio, emergiendo al Salón Principal, las puertas de la mansión se abrieron de repente, y el tumulto de Electis y los seis Nobilium que existían entonces, entraron. Hablaban con voces estrambóticas, que le hacían encogerse en su lugar, paralizándolo, y Draco podía sentir la magia emanar de ellos. Oscura. Resonaba por el aire.

Voldemort iba al frente, cubierto con una capucha que dejaba solo su cara visible, y afirmando una varita entre sus manos. Sonreía, aunque Draco hubiera preferido jamás haber tenido que presenciar eso, mientras un escalofrío le recorría la espina dorsal del puro miedo; porque parecía que, mientras más tiempo pasaba, el Señor Tenebroso lucía menos y menos como un ser humano. Todos los dientes de su boca eran colmillos, delgados y filudos, y sus ojos ya ni siquiera tenían la esclerótica del familiar color blanco que una persona normal tendría, eran completamente rojos; sus párpados parecían haber sido quemados para darle el aspecto de que no podía cerrarlos; exageradamente abiertos, salidos hacia afuera. Irónicamente, lo poco que quedaba de su nariz era lo más natural en él.

Draco casi podía ver la magia negra saliendo como un huracán desde su persona.

Sintió cómo las rodillas le temblaron, y Voldemort fijó entonces su mirada en él, ensanchado aún más la sonrisa, haciendo que su cara se torciera de una forma en la que Draco podía ver todos y cada uno de sus dientes, amarillos. Podridos.

El vómito subió por su garganta.

No sabía qué hacer, ya lo habían visto, por lo que no tenía sentido volver a su escondite. Y tampoco podía quedarse allí, con los hombros abajo y abrazándose a sí mismo; pero no podía moverse, no podía.

Porque el Señor Tenebroso y su séquito no venían solos.

Draco tuvo que aguantar una mueca de horror cuando vio que, encadenados y malheridos, traían consigo a niños.

Niños.

Muggles, suplió una voz en su mente, la que quería que no pensara en ellos como algo más.

—Oh, querido Draco, ¿has venido a recibirnos?

Draco giró la cabeza, pálido como nunca antes, para mirar a la mujer que le había hablado. Maia Snyde, la última Electis en haber sido iniciada, avanzaba hacia él con una gran sonrisa; le recordaba a su tía Bellatrix. A veces, Draco pensaba que esa era la única razón por la que el Señor Tenebroso la había mantenido a su lado. Pero no era verdad, Maia era más inteligente, menos loca, y aparentemente más encantadora. Lo que ambas tenían en común era nada más que una afición por los cuchillos, y deseos de dañar de forma sádica y cruel.

Draco pasó saliva, apretando sus manos que comenzaban a tiritar.

—Yo- —comenzó a decir, cuando Yaxley tiró al suelo al niño que traía y éste se golpeó la cara, comenzando a llorar y sollozar con fuerza.

Maia aplaudió, encantada.

—¿Ya ves? —dijo batiendo sus pestañas—. Hemos explotado ese lugar, ¿no te parece asombroso?

Draco cerró los ojos, al momento en que veía cómo Alecto se acercaba para asestar una patada al chico tendido en el piso, que gritaba por su mamá. Se llevó una mano al pecho intentando calmarse. Joder.

—¿Qué? —susurró, evitando observar la escena.

Maia tomó a otro de los niños y lo empujó hacia Draco, haciendo que este tropezara y cayera a sus pies. La mujer puso una bota de cuero encima de su espalda y rio, genuinamente encantada. Draco sintió sus ojos arder.

—El orfanata, o cómo se llame —explicó ella—. Ahí, donde tienen a los inútiles muggles sin papás. Explotó por el fuego que lanzamos, y éstos sangre sucia sobrevivieron. No nos decidíamos qué hacer con ellos, y al final hemos decidido darles un paseo, ¿no te parece maravilloso?

El pequeño a sus pies temblaba y murmuraba palabras por lo bajo. Draco se sentía enfermo, completamente enfermo. Podía soportar las demás torturas. Podía hacer oídos sordos y fingir que no estaban sucediendo en su propio hogar. Pero esto… eran niños. Niños que estaban recién comenzando a vivir, que no se podían defender. Que no le hacían daño a absolutamente nadie.

La impotencia hizo doler su garganta, y Draco tuvo que volver a cerrar los ojos, asqueado consigo mismo.

—¿Qué pasa, pequeño Malfoy? —inquirió Greyback en tono burlón—. ¿No te gusta la sorpresa que hemos traído?

Draco se encogió en su lugar una vez más, y llevó una mano hasta su bolsillo, en busca de su varita por precaución, sólo para descubrir que no estaba, que la había olvidado. Soltó una respiración temblorosa, a medida que veía cómo Maia esbozaba una sonrisa, siguiendo el recorrido de su mano con la mirada. Draco quería correr, quería alejarse de esa escena asquerosa, en la que los pequeños estaban quietos, llorando silenciosamente y con la esperanza de ser ayudados por alguien brillando en sus ojos.

—Creo que tú deberías inaugurar, Draco —dijo Maia, sacando su pie de encima de la espalda del chico y moviéndolo hasta la parte trasera de su cabeza. La apretó contra el suelo, dejándolo así sin respiración—. Te cedo éste, ¿qué quieres hacerle?

El rubio se sintió nauseabundo de inmediato, oyendo cómo el niño se quejaba y ella enterraba más su bota. Respira. Respira. Respira. Draco tenía la urgencia de decirle que se detuviera, de llevarse a todos y ponerlos a salvo. Pero no podía, no podía y eso lo iba a perseguir por siempre.

—No- —comenzó, mas fue interrumpido por Greyback, quien dio un paso hacia él.

—¿No?, ¿prefieres mirar entonces?

De pronto, todos los ojos estaban sobre él. Draco pasó saliva, dando un paso atrás mientras negaba levemente con la cabeza. Se sentía paralizado, como si eso le estuviese pasando a otra persona totalmente distinta, y también se encontraba lleno de miedo.

Ni siquiera se había percatado de que se negó, de que no estaba cuidando sus gestos para demostrar que no se encontraba aterrorizado, (aunque en aquel tiempo su acto no fuera del todo convincente). No se dio cuenta de que estaba expresando abierto disgusto hacia ese tipo de acciones, hasta que vio la cara del Lord.

La sonrisa del Señor Tenebroso se borró de golpe, y prontamente el aire de la habitación se hizo más denso.

—¿Qué pasó? —preguntó Amycus con la voz cargada de burla. Avanzó hasta quedar al frente, justo a un lado de su Amo, limpiándose la sangre de la mano en su túnica. Sangre de niños—. ¿Greyback te comió la lengua?

Draco quería decir algo, quería defenderse y quería huir, pero sus pies parecían estar clavados al suelo, y había comenzado a tiritar. Le avergonzaba saber que no tenía la valentía suficiente de enfrentarse a ellos. Todos lo observaban con una mezcla de resentimiento y diversión, sabiendo que no podían asesinarlo en su hogar, pero eso no les impedía dañarlo por mientras.

Greyback, al parecer, pensaba lo mismo.

—Creo que debería iniciar yo —dijo él, haciendo que algunas cabezas giraran en su dirección—. Para darle inspiración.

Antes de que Draco pudiera reaccionar, el hombre lobo agarró a una de las niñas de la fila y la jaló del brazo con exagerada fuerza. Era la menor, no pasaba de los cinco años, y tenía la cara sucia, el cabello largo y enredado. Pataleó cuando Greyback la empujó, poniéndola a un lado de Maia que aún tenía el pie encima de la cabeza del otro chico.

Draco miró, casi con incredulidad, cómo Greyback la tomaba del cabello, por la nuca, y comenzaba a oler su piel como si fuera un puto filete.

—¡No! —gritó ella, raspando su garganta, cerrando los ojos cuando el hombre lobo lamía su cara—. ¡No, por favor!

Draco se tomó el estómago, el vómito se hizo más y más presente. La niña trataba de alejarse, y sus pequeñas manos, restringidas por un hechizo, tiraban manotazos al aire.

Las imágenes de los niños muertos de Hogwarts llegaron a su cabeza.

Los gritos de los sangre sucia violados por animales bajo su mismo techo.

La crueldad siempre podía hacerse más terrible e irreal.

—¿Qué dices, pequeño Malfoy? —dijo Greyback, zarandeando a la niña del pelo—. ¿No te gustaría matarla antes de que me la coma?

Ella soltó un sollozo que hizo que los ojos de Draco se llenaran de lágrimas.

—¡No! —gritó, con toda la fuerza que una niña de su tamaño podía tener—. ¡Ayuda! ¡Ayúdame!, ¡por favor!

Draco deseaba con todas sus fuerzas que alguien lo aturdiera, antes de tener que presenciar cómo los ojos de la niña iban perdiendo el brillo de la esperanza, llenándose cada vez más y más de terror. Greyback estaba manteniéndola en su posición jalando su cabello mientras que ella gritaba, llamando a alguien que Draco no podía identificar.

Tuvo que cerrar los ojos, cuando el hombre plantó una bofetada que la hizo escupir sangre y llorar incluso más fuerte. El espectáculo era grotesco. Era un… poco más que un bebé. No medía más de un metro y ni siquiera pronunciaba bien las palabras.

¿Por qué sigo vivo? ¿Para qué?

Los van a matar. Los van a matar a todos y no vas a poder salvarlos porque eres un puto cobarde de mierda. Son niños, niños pequeños. ¿Por qué ellos van a morir, y tú no?

Draco clavó las uñas en su palma, y sin siquiera esperarlo, en medio de la neblina de sus pensamientos, Greyback tomó el brazo de la niña y, bajo las estridentes risas de los demás Mortífagos, mordió.

Draco ahogó un grito de horror, cuando el hombre escupió el dedo de la infante metros más allá, haciendo que la niña abriera la boca y un alarido saliera de allí.

—¡No! ¡No!

El grito fue tan fuerte, que Draco sintió cómo raspó las cuerdas vocales.

Y Greyback no paró.

Prontamente, parte de la piel de su brazo había sido arrancada también. Draco observó cómo de los colmillos de Greyback colgaba la carne, y músculo, haciendo que la sangre cayera al mármol; todo esto mientras la infante gritaba y miraba cómo estaba siendo devorada viva. Y no había nada que Draco pudiera hacer. Nada.

Siempre hay algo que se puede hacer.

Si fueras una persona decente, la habrías ayudado sin importar qué.

Cobarde. Cobarde de mierda.

Greyback estaba haciendo todo eso no solo para matarla, sino para torturar a Draco. Para divertirse a él mismo y a su enfermo público. Todos reían, pidiéndole que se apurara, y uno amenazaba con Cruciar a la pequeña para hacerlo más entretenido. Y Voldemort miraba, con un brillo maníaco y perverso en sus ojos.

Draco no podía creer lo que estaba sucediendo frente a él. Antes de la guerra, jamás pensó la crueldad que podía alcanzar una persona, y aún así, debía haber supuesto que mirar cómo despellejaban gente frente a él no era suficiente. No.

Estaban torturando niños.

Los pequeños estaban con la cabeza abajo, temblando y llorando de la forma más silenciosa posible, mientras veían como Greyback se divertía con el brazo de la niña, el que comía de a poco, arrojando los tendones al suelo y bebiendo de su sangre. Maia pateaba al infante del piso, como uniéndose al espectáculo y celebrando, y todos parecían tan pequeños, y frágiles e inocentes que Draco sentía que el mundo se abría bajo sus pies y lo hacía pasar una agonía.

Tenía que ser una pesadilla. Todo eso tenía que serlo. En cualquier momento iría su madre a despertarlo, a llevarle leche caliente y contarle cuentos. En cualquier momento se uniría su padre, y juntos lo harían volver a dormir en paz. Porque aquello no podía ser posible. No podía.

Greyback entonces subió hasta su cara, y llevó una de sus garras hasta el ojo de la niña, comenzando a enterrarla ahí. La sangre bañó su rostro, a medida que el hombre lobo reía. Draco sabía que quería arrancar su globo ocular, todo eso mientras ella continuaba respirando. El grito de la infante, desgarrador, totalmente desesperado, se hizo más fuerte, al punto que Draco se llevó una mano hasta los oídos y negó, queriendo vomitar de nuevo.

Se hizo insoportable.

—Para.

Su voz salió como un murmullo a sus propios oídos, pero tuvo que haber sido lo suficientemente fuerte para que Greyback detuviera sus movimientos y se girara a él, con la niña sollozando y gritando aún hasta que él volvió a golpearla.

Draco se sobresaltó, tanto al golpe como a sus propias palabras.

¿Qué mierda estaba haciendo?

Retráctate.

—¿Disculpa? —preguntó él, con voz baja y amenazadora.

Draco podía sentir todos los ojos encima de él, lo sabía, pero no podía obligarse a encontrarlos. Tomó las solapas de su túnica y soltó una respiración temblorosa, ignorando los sollozos de los niños y la forma en que el mármol se había teñido de sangre.

—Para. Por- por favor —pidió, con voz rota del miedo—. Es solo una niña.

El salón se quedó en silencio unos segundos, en los que Draco lamentó como nunca antes el haber salido del laboratorio. Al menos, allá abajo podía convencerse que arriba solo estaban torturando gente nueva, otros muggles. No niños inocentes. Eso era más de lo que podía soportar.

Entonces, Draco sintió el cuarto vibrar con magia oscura, expandiéndose a su alrededor y causándole un dolor de cabeza instantáneo. El aire que lo rodeaba parecía intoxicarlo y asfixiarlo, y hacerlo sentir más débil, al mismo tiempo que el Señor Tenebroso avanzaba hacia él.

Draco no apartó los ojos del suelo, incluso cuando vio la túnica a unos centímetros de su persona. En cambio, trató de controlar el temblor de su cuerpo.

—¿Te gustaría tomar su lugar entonces, joven Malfoy?

La voz era cruel y fría. Draco sabía que estaba molesto, y que era totalmente capaz de hacer todo lo que amenazara. Un espasmo le recorrió la espalda, mientras contaba hasta diez.

Tragó saliva, intentando consolarse a sí mismo. No te puede matar. No te puede matar. La Mansión no lo permitirá. No puede. No puede matarte.

Eso no quiere decir que no pueda herirte.

—Son niños —susurró, sin esperanzas.

Yaxley soltó una risotada, tomando a uno de los pequeños del cabello y zarandeandolo hasta dejarlo caer.

—Son muggles —le dijo, con fuerza. Draco pudo ver por la esquina del ojo, cómo apuntaba la varita al niño y exclamaba—: ¡Imperius!

No mantuvo la maldición mucho tiempo, porque el niño no podía resistirse a ella. No importa cuánto gritara o sollozara. El chico se llevó un dedo hasta la cuenca de su ojo, y comenzó a enterrarlo ahí, hasta que algo cayó al suelo, y el cuarto se llenó una vez más de gritos de agonía. Draco no quería levantar la cabeza para confirmar que era lo que él pensaba.

Maia, luego de echarse a reír, chasqueó la lengua varias veces y avanzó hasta quedar poco más atrás de Voldemort, quien no despegaba los ojos de su cara. Ella negó, como si estuviera profundamente decepcionada de él.

—Ay, Draquito —comenzó a decir, en tono condescendiente—. No me digas que ahora eres defensor de los asquerosos mugg-

El Señor Tenebroso levantó una mano de sopetón, haciéndola callar. Draco apretó los dientes, negándose a sucumbir al temor, o a los imparables llantos de los niños.

—¿Estás cuestionando cómo hago o no las cosas? —siseó el Lord, casi como si hablara pársel.

Draco levantó la cabeza de la pura impresión, pero sin hacer contacto visual. Dio un paso atrás, comenzando a asustarse en serio.

—N-no. No, yo-

—A mí me suena a que sí —lo cortó Voldemort, de forma mortal.

Ya no había punto en esconderse. Comenzó a tiritar con libertad y a morder su lengua para no decirle que tuviera piedad con él, solo por el hecho de que sabía, que así lo irritaría aún más. Draco apretó los párpados, esperando el Crucio que su Amo conjuraría sobre él en cualquier momento.

Pero aquello no sucedió.

Voldemort alzó la otra mano, con la que sostenía su varita, y la agitó en el aire. En dos segundos, la niña desconsolada que había estado torturando Greyback cayó a sus pies, y el Señor Tenebroso tomó su cabello, haciendo así que la pequeña mirara hacia arriba. Su cara estaba cubierta de su propia sangre, y su brazo deshecho, con carne colgando y prendiendo de hilos de piel. La infante sollozaba sin parar, y su mirada se dirigió directo a los ojos de Draco.

Llorosa, suplicante, y jodidamente inocente.

—Mátala.

El comando llenó toda la habitación, haciendo que la magia que Voldemort destilaba creciera aún más. Parecía tener su propia personalidad, sangrienta y ansiosa de dolor. Hizo que Draco sintiera que estaba siendo aplastado.

No pudo hacer más que mirar con horror, la forma en que la cara de la niña comenzaba a hincharse por los golpes, y por un breve momento, Draco pensó que quizás podría hacerlo: limpio y rápido. Eso le ahorraría a la pequeña la crueldad de ver cómo era devorada viva. Le ahorraría a él el espectáculo. Un Avada Kedavra era algo rápido y misericordioso comparado con lo que le harían a los demás. Quizás debería hacerlo.

Pero sabía que no podría.

Draco abrió y cerró la boca, mirando como ella murmuraba otro "ayúdame" en su dirección. Quería decirle a Voldemort que no podía, que no tenía su varita. Quería decir que por favor lo dejaran en paz, que se marcharan de su hogar. Quería decir muchas cosas, pero lo único que fue capaz de hacer fue observar, como siempre.

—Te hablaron, Draco —dijo Maia, en un tono peligroso, asomándose por el hombro de su Amo—. Mátala.

La niña soltó otro sollozo, negando.

—Tiene miedo —murmuró alguien pasos más allá, a quien Draco no se molestó en identificar.

El gesto de Voldemort se convirtió en algo aún más asqueroso de lo que ya era.

—¿Tienes miedo? —preguntó, con un rastro de diversión perversa en su voz.

Draco notó cómo por la esquina del ojo, el Señor Tenebroso hacía otro gesto, y antes de que pudiera procesarlo, Greyback estaba a su lado, sujetándolo de la misma forma en que Voldemort sujetaba a la niña, para que así pudiera mirarlo.

Draco se vio obligado a afrontar los ojos rojos del Lord, que intentaron penetrar sus defensas mentales, las cuales estaban instintivamente en su lugar.

—Ya veo —dijo entonces él, en una voz extremadamente tranquila.

Habría preferido que estuviera gritando.

Draco apenas pudo juntar aire, antes de que Greyback le pegara un puñetazo, y que luego, garras atravesaran su rostro de lado a lado, dándole una herida que no se iría jamás.

Soltó un grito, llevándose las manos hasta la cara y sintiendo allí la sangre escurrir por su rostro, junto a la carne viva. Dolía. Menos que otras cosas que le habían hecho antes, pero era más shockeante aquella realidad: tendría que llevar esa cicatriz por siempre, a la vista de todos. Ni siquiera el Sectumsempra de Potter había causado algo así.

Y lo peor de todo, es que no podía recuperarse lo suficiente para pensar a fondo en ello.

—Después de dos años sigue asombrándome tu cobardía —espetó Voldemort, lleno de asco, apuntando la varita en su dirección y gritando—: ¡Crucio!

Draco se sintió caer de rodillas al instante, mientras un dolor inexplicable le recorría el cuerpo. Era como sentir que todos tus órganos explotaban a la vez, y que te quitaban la piel mientras tanto. Era algo- algo horrible. Solo pudo atinar a gritar. No era la primera vez que experimentaba un Crucio, pero sí era la primera vez que duraba tanto.

No sabía cuánto llevaba, mas no eran los diez segundos que usualmente acostumbraban a usar en él. Lo sabía por la forma en que comenzó a dar espasmos, y su vejiga luchó por rendirse. Una de sus costillas se quebró.

El dolor era ciego, era avasallador, su cabeza parecía haberse separado de su cuerpo y cada uno de sus huesos haber sido disueltos. Draco quería llorar, quería hacer algo para liberar el sentimiento. Aliviar la cuchilla que parecía estar cortando sus extremidades.

Pero luego, todo pasó, y fue consciente nuevamente de su entorno; cómo parecía estar a punto de tener convulsiones debido al shock. La sangre estaba casi cubriendo sus ojos para ese punto.

—¿No es eso suficiente? —preguntó Voldemort de forma retórica.

Draco no respondió. Le resultaba físicamente imposible hacerlo.

Si le hubieran dado a elegir en ese momento, hubiese preferido morir que seguir soportando esa agonía.

No puedes. Tu madre sigue en Azkaban.

—¿Qué tal dos Crucios a la vez, Amo? —preguntó Maia, con alegría—. Quizás eso le enseñará.

Voldemort la ignoró, poniendo su pie encima de la oreja de Draco y pisandolo, con todas sus letras. Cargando su peso de una forma que los cortes de su cara se abrieron más y su nariz comenzó a sangrar también, al estar presionada al piso.

—¿Aún no aprendes tu lección, Malfoy? —cuestionó. Draco sabía que decir cualquier cosa sería inapropiado, pero jamás pensó que, al final de todo, era lo correcto—. Bien.

Porque entonces, lo oyó murmurar unas palabras, y luego de que Draco cerrara los ojos por el cansancio, y los volviera a abrir, solo pudo gritar de nuevo.

Porque ya no era él.

Voldemort lo había puesto dentro del cuerpo de la niña.

Una sensación de pánico lo rodeó, como ser obligado a pararse frente a un precipicio, y hacerlo saltar. Trató de alejarse del agarre de Voldemort, que ahora lo miraba desde arriba, y antes de que pudiera repasar en su mente lo que estaba sucediendo, o buscar su propio cuerpo inerte frente a él, Greyback tomó su mano y la arrancó de un mordisco.

Draco gritó- aunque de sus labios salió el agudo ruido de la niña. Sintió cómo su muñeca se desgarraba, y un dolor agudo lo golpeó, arrasando con él. Maia reía, y Voldemort reía, y el resto reía también, a medida que la mujer levantaba su varita, apuntando hacia su persona.

—¡Crucio!

El dolor, acompañado de la forma en la que Greyback ahora estaba sacando su ojo y arrojándolo lejos, hizo que Draco se desmayara por unos segundos. Sintió un hechizo para despertarlo al instante, aunque, por la forma en que en ese preciso momento había sido despojado de su brazo, todo su cuerpo se entumeció y dejó de sentir verdaderamente.

Solo pudo presenciar con horror cómo la vida se le escapaba de las manos, y no podía evitar ni que le pasara a él, ni al cuerpo de la niña en el que estaba.

Greyback mordió la carne de su hombro, y casi de inmediato, abrió la garganta de la niña, haciendo que Draco tratara de tomarla, ahogándose con su sangre. Intentó pelear, intentó aclarar la mente más allá del grito aterrorizado que inundaba la estancia. Su propio grito. El hombre lobo se levantó, mirándolo con una sonrisa, y entonces puso el pie encima de su cara y lo estampó allí.

Una. Y otra. Y otra vez.

Voy a morir. Voy a morir. Voldemort engañó a la casa, y voy a morir.

¿No sería eso fácil?

Su respiración comenzó a hacerse más y más pausada. El dolor ya era algo lejano, la desesperación también. Una parte de él solo quería dejarse llevar y escapar de ese mundo de mierda.

Entonces, todo se volvió negro.

•••

Cuando Draco recuperó la conciencia, estaba en su habitación, acostado en la cama. Se sentó en el colchón, respirando agitadamente mientras sentía que empezaba a ahogarse, llevando una mano hasta su cuello mientras buscaba desesperadamente alguna cicatriz.

Había muerto.

Había sido devorado. Había muerto.

Un sollozo de alivio, o terror, –Draco no sabía cuál de las dos– cortó su garganta, y comenzó a llorar, enterrando la cara entre sus manos, antes de alejarlas al quemarse, debido a la cicatriz aún abierta.

Podría haber muerto.

¿Y qué pasaría con mamá entonces?

—Espero que hayas aprendido la lección, Draco Malfoy.

Draco dio un salto al oír la voz venir de al frente suyo, y se alejó de forma instintiva, pegando su espalda al respaldo de la cama. Tomó las sábanas, llevándolas hasta cubrirse y bajó la mirada, no siendo capaz de encontrar los ojos de Voldemort.

Mantuvo sus ojos fijos en un punto de las cubiertas, solo para notar que no estaba solo. A su lado, Draco reconoció con facilidad las túnicas de su padre, quien seguramente fue el que lo llevó hasta su habitación en vez de dejarlo tendido en el salón principal. Casi podía verlo con la cabeza inclinada y siendo parte de las torturas, aunque fuera como espectador. Draco había sido sometido a ser devorado vivo, y sobrevivir a ello, y ahora simplemente no sabía qué carajo estaba pasando.

Cerró los párpados, tratando de contener las lágrimas de frustración. De horror.

Consigo mismo, con la situación, y con la forma en la que había sido humillado.

—... Y para asegurarme de que no lo olvides, y que puedo ser misericordioso, te daré una oportunidad.

Draco no estaba prestando atención, no realmente, su mente era un caos que se preguntaba una y otra vez cómo había hecho eso, y por qué aún vivía. Pasó saliva, sintiendo el cuarto dar vueltas.

De pronto, el Señor Tenebroso chasqueó los dedos, y un elfo se materializó a un lado de la cama de Draco.

Pero no solo.

—En un mes más celebraremos una iniciación al Nobilium. La última —dijo Voldemort, casi susurrando con aire de advertencia. Hizo una pausa, en la que Draco se obligó a encontrar su mirada, y un escalofrío le recorrió la espina dorsal, viendo cómo sus ojos estaban llenos de burla—. Tu iniciación.

Un peso helado cayó encima de su pecho, y fue ahí, cuando Draco giró la cabeza para así observar al elfo.

A su lado, ompletamente amarrado, un chico de unos trece años, moreno, de cabellos negros y ojos celestes lo miraba, destilando furia y resentimiento.

Entonces todo se conectó, y Draco fue consciente de lo que estaba pasando.

Querían que lo sacrificara. Querían que lo sacrificara para la ceremonia.

Y sabían que no sería capaz de hacerlo.

Otro sollozo involuntario salió de su boca, haciendo que se la cubriera. No quería. No quería nada de eso.

Voldemort volvió a chasquear los dedos y el elfo desapareció, llevándose al niño con él. El Señor Tenebroso se encontraba complacido, en deleite. Tendría un show y al mismo tiempo podría deshacerse de Draco de una buena vez.

Comenzó a retirarse, llevándose así la magia oscura y fría y casi dolorosa que había invadido la estancia.

—Espero —dijo, llegando a la puerta—, que tengas el valor para lograrlo.

Draco se quedó en su lugar unos segundos, paralizado, antes de asomarse por la orilla y vertir el vómito alojado en su garganta.

•••

Había pasado una semana.

Draco apenas era capaz de comer, y estaba más delgado de lo que alguna vez se encontró. La piel se le pegaba al cráneo, su cara se encontraba hinchada, llena de moretones y cicatrices a causa de la tortura, y podía contar cada una de sus costillas luego de que sanaron. Se sentía tan jodidamente frágil, que incluso tomar su varita le resultaba un gran esfuerzo. Evitaba mirarse al espejo, porque su cabello parecía sucio y sin brillo- y simplemente lucía como un Inferi.

Además, no encontraba la motivación para pasar el día.

Lo único que lo mantenía en pie, en los momentos más desesperados, era pensar en su madre. ¿Quién cuidaría de ella?, ¿quién la sacará de Azkaban?, ¿quién se aseguraría que no la matasen? Era verdad que en ese momento, Draco no podía hacer ninguna de las tres, pero podía asegurarse de que Lucius lo intentara. No estaba seguro de que su padre tuviera la iniciativa de hacer muchas cosas, no era el mismo desde que la guerra acabó. No, si Draco moría, nadie se aseguraría de que su madre continuara viviendo.

Y, después de todo, era un jodido cobarde.

Draco sabía que, por sobre todas las cosas, su propio miedo a la muerte era lo que lo mantenía vivo. Nada más. Y no entendía por qué; no tenía sentido aferrarse a la vida de mierda que tenía en esos momentos, y tampoco era como si fuese a salir vivo luego del ritual de iniciación.

Si se rehusaba antes de llevarlo a cabo, lo torturarían hasta que perdiera la cabeza. Y si fallaba y justo cuando tuviera que asesinar al chico, no lo hiciera, el mismo ritual lo mataría a él.

Mirara por donde mirara, estaba completamente jodido. Quizás lo mejor era suicidarse y ya. Tirarse del balcón, o hacerse un corte que lo desangrara hasta morir. Tomar un veneno. Lo que fuera, pero que pasara rápido. Era la opción más sana.

Y no tenía el valor para tomarla.

Estaba volviéndose loco. Estaba seguro de que terminaría perdiendo la cabeza de igual forma. Era una paradoja y no parecía que ni así, Draco quería tomar las riendas de su propio destino por primera vez en la vida.

Justo después de siete días, en los que Draco deseaba poder ignorar el futuro que se le venía encima, se vio obligado a hacerle frente.

Los Mortífagos entraban y salían de la Mansión, y si se lo pillaban, se burlaban de su debilidad. Draco seriamente se preguntaba cómo podían dormir en paz por la noche. Él no podía, no después de lo que había visto. Y el niño… el niño estaba en los calabozos, siendo alimentado bajo sus órdenes, solo por el hecho de que necesitaba mantenerlo vivo.

Como criar un animal para matarlo.

Draco comenzó a perder el cabello, pasándose noches en vela, reviviendo no solo la tortura, la cara angustiada de los inocentes a los que no pudo salvar, sino también pensando obsesivamente en el chico que estaba a unos metros debajo de él. Se rehusaba a visitarlo, porque sabía que eso lo haría real. Draco no quería verlo por lo que era: un ser humano. Porque esa sería su perdición. Al menos, así aún podía fingir que sería capaz de superar la prueba.

Hasta que, un día, la imperiosa magia del joven había hecho temblar todas y cada una de las protecciones de la mansión.

Draco recordaba estar en su habitación, cuando un zumbido hizo tambalear las paredes. Se levantó, corriendo rápidamente escaleras abajo, solo para encontrarse a Maia en el Salón Principal. Estaba parada allí, con la varita en la mano y su usual cinturón lleno de cuchillos en la cadera; lucía como si esperara a alguien.

Draco se detuvo por un segundo, pero prontamente decidió seguir y encargarse de las protecciones. Aunque fue muy tarde, la mujer lo vio, esbozando una de sus sonrisas. Avanzó hasta él.

—Deberías checar a tu Sacrificio, Draco —susurró, mirándolo desde abajo—. No querríamos que escapara porque tú no pudiste cuidarlo.

Por su tono, supo de inmediato que era una amenaza.

Draco carraspeó, mientras ella lo observaba aún, esperando que caminara y fuese a los calabozos. Él no tenía intención de hacer eso mientras ella estuviera allí, dispuesta a atacarlo por la espalda, pero Maia no parecía querer moverse. Draco cerró los ojos unos momentos, sabiendo que no tenía escapatoria.

Si no iba, Maia lo informaría, e iban a obligarle a ver al chico a la fuerza. Incluso torturarlo. Draco tuvo que tragarse la amargura y asentir, bajando la cabeza.

—Sí… ya voy.

Entonces, dio media vuelta, y comenzó a descender hasta el calabozo.

Podía sentir la mirada de Maia en su espalda, a medida que se perdía escaleras abajo. Su corazón latía con fuerza, y estuvo a punto de considerar Aparecerse a su habitación y olvidarse del asunto, si es que no supiera que las barreras Anti-Aparición estaban en toda la mansión. Y… además, era verdad que necesitaba asegurarse de que el muchacho no escapara.

Asqueado consigo mismo, abrió la puerta del calabozo, temblando, encontrándose de golpe con la imagen del mismo chico de una semana atrás. Estaba aferrado a los barrotes de la celda, con una expresión asesina y los ojos llameantes.

—¡Sácame de aquí!

El grito arrasó el silencio. Draco bajó la mirada. Había sido una mala idea. Una pésima idea.

La ferocidad del chico era atronadora, y su su deseo de salir de allí era tan fuerte que había hecho que todas las guardias de la Mansión zumbaran gracias a su magia. El solo pensar en aquello hacía que se le pusieran los pelos de punta, porque tenía determinación, tenía coraje; y era poderoso. Seguramente el muchacho ni siquiera sabía que era mago, considerando que si tenía trece años, jamás le llegó la notificación del Ministerio para asistir a Hogwarts debido a la guerra.

Draco ingresó, con la vista en el piso y agitando la varita para asegurar las protecciones: no habían llegado a doblarse, solo a moverse, pero era mejor prevenir. El chico, mientras tanto, continuaba agitando la celda y gritándole cosas a él. Draco no prestó atención. No podía prestar atención.

Miró hacia un lado del calabozo, notando que en un banco estaba la ropa del muchacho. Era un buzo simple y barato, que tenía cocido en una de las solapas el nombre «Eric Jones». Draco se mordió el labio, sintiendo nuevamente aquel peso que le oprimía los pulmones, sabiendo que era su trabajo el deshacerse de esa ropa durante el ritual.

—¡Sácame de aquí, pedazo de inútil, o te juro que voy a-!

Draco hizo oídos sordos al resto de la oración, mientras continuaba con su trabajo. Había aprendido tiempo atrás a no escuchar lo que no deseaba oír.

Quería marcharse lo antes posible, y olvidar que él estaba ahí. Que en unas semanas se vería obligado a decidir. Que la vida de ese niño estaba en sus manos. Draco guardó su varita, y sin ser capaz de mirarlo, comenzó a caminar hasta la puerta, con los hombros encorvados.

Pero ahí fue que escuchó un sollozo.

Se detuvo de inmediato frente al metal, respirando agitadamente. No sabía qué le causaba tanta impresión, era un niño al fin y al cabo, sin embargo una parte de su cerebro había asociado su actitud como alguien que era incapaz de llorar.

Gryffindor, susurró su mente.

Por eso, el escuchar los sollozos desesperados, hizo que agarrara su pecho, justo encima de su corazón, y las últimas barreras de distancia se rompieran.

No puedo hacer nada por él, excepto evitar que su vida aquí sea un infierno.

Draco se giró lentamente, sintiendo el pulso enloquecido resonar en sus oídos. Guardó la varita con cautela, levantando sus ojos para fijarlos en el chico.

No sabía qué hacer con la imagen frente a él.

El calabozo estaba pobremente iluminado con antorchas en la pared, y el suelo estaba hecho de piedras, frías e incómodas. El niño se encontraba recluido al final de la celda, echado en el piso y con las manos en la cara. Sus hombros se agitaban por el llanto, y el estropajo que le cubría el cuerpo, parecido al de los elfos domésticos, no impedían que tuviera espasmos debido al frío.

Eric elevó la cabeza, sacando las manos de su cara, y fijó sus ojos azules en él.

—Por favor —pidió, con la voz rota. El rastro de lágrimas brillando en sus mejillas—. Por favor… quiero ir a casa.

A Draco se le hizo un nudo en el estómago, que lo obligó a apoyarse en la pared como si lo hubieran golpeado. Ahí estaba, nuevamente un inocente estaba suplicando piedad y él se sentía incapaz de hacer nada. Como un laberinto sin salida.

El chico lo veía, llorando silenciosamente. Quizás vio duda en el rostro de Draco, porque ese doloroso rayo de esperanza le iluminó la expresión. Se levantó, caminando de nuevo hacia los barrotes, casi esperando a ser liberado.

Draco desvió la mirada, apretando los puños.

—¿Quieres…? —comenzó a decir, a falta de otras palabras o soluciones—. ¿Quieres algo de comer?

El gesto de furia retornó a la cara del muchacho, que agitó los barrotes, pegándole una patada

—¡¿No me escuchaste?! —gritó de nuevo, haciendo que Draco diera un pequeño salto—. ¡Quiero ir a casa! ¡Déjame ir!

—Lo siento- —trató de hablar, pero el muchacho gruñó, interrumpiendo.

—¡Déjame…!

—Eric —dijo Draco, haciendo que el niño detuviera cada uno de sus movimientos. Tentativamente, volvió su vista a él, encontrándo paralizado en su lugar—. ¿Ese es tu nombre, verdad?

El chico-, Eric, no respondió. Se quedó observándolo con ojos críticos mientras temblaba de rabia y desesperación. Draco dio un paso dubitativo al frente.

—Eric. Lo siento —se disculpó con total sinceridad. Siento que estés aquí. Siento que seas tú. Siento que sea yo. Siento que no sea capaz de sacarte. Siento que no sea más valiente. Lo siento—. Déjame traerte algo que te guste. Por favor.

El muchacho abrió la boca. Draco supo que ahí venía una sarta de insultos, por orgullo, por enojo, no lo sabía.

Así que habló, antes de que alguna palabra saliera de los labios de Eric.

—Por favor —rogó.

Eric asintió.

•••

De ahí en adelante, Draco comenzó a conocerlo mejor.

Y eso lo estaba matando por dentro.

Efectivamente tenía trece años. Toda su vida habían sucedido cosas extrañas a su alrededor, como que quería un juguete con mucha fuerza y de repente aparecía en su bolso. O si se enojaba demasiado, los vasos que tenía cerca eran capaces de explotar de sopetón. Veía cosas que para el resto del mundo no estaban ahí, y había pasado por un montón de psicólogos. Por eso había sido capturado: fue el único que vio cómo dementores atacaban a muggles, y los Mortífagos lo reconocieron al instante. Amaba los animales, amaba el deporte, y estaba obsesionado con la mitología, las deidades y la demonología. Draco suponía que esa era su forma de anclarse a un mundo al que pertenecía, pero del que ya nunca podría ser parte.

Dolía pensar en lo que podría haber sido, si las cosas fueran diferentes. Un Gryffindor seguro, probablemente bueno en Defensas contra las Artes Oscuras debido a su fuerza mágica, y un excelente jugador de Quidditch. Dolía pensar que era tan… pequeño. Y estaba ahí, esperando a ser asesinado.

Eric daba información de a poco, y de forma agresiva. Desconfiaba de Draco, y tenía razón en hacerlo. El único motivo que tenía para revelar cosas personales, era que creía que el rubio podría liberarlo algún día. Deseaba inspirarle lástima, usando el sentido de justicia e incluso misericordia de Draco, quien solo sabía que la tenía, debido a que sufría crisis nerviosas cada vez que se iba a acostar, obligado a tomar pociones. Porque no sabía qué hacer. Eric era un sangre sucia, sí, pero apelar a ello para creer que merecía morir era mentirse a sí mismo. Durante la guerra fue la última vez que Draco pensó de esa forma y llegó a creerlo de verdad. No quería matar a ese niño. No quería quitarle todos los años que le quedaban por delante solo porque nació de muggles.

Pero si no lo mataba, Voldemort era capaz de torturarlo a él cada día por el resto de su vida, y a su padre. Era capaz de matar a su familia. A su madre. Su madre… su madre, que no tenía culpa de nada. Que había hecho lo correcto al final de la batalla, y que después de todo- Potter estaba muerto de igual forma, el Señor Tenebroso no había perdido absolutamente nada gracias a la mentira de Narcissa en el Bosque Prohibido, por lo que la opción de liberarla era algo viable. Si Draco se rehusaba a matar al niño… eso se le iría de las manos de un momento a otro.

Eso se decía a sí mismo para convencerse.

Hasta que un día, tuvo un atisbo de valor.

Sabía que no podría hacerlo, Draco había querido engañarse, pero mientras más pasaba el tiempo y veía al chico como un ser humano, menos podría juntar la valentía para asesinarlo. Le estaba quemando verlo cada día, conversar con él. Pasaban las semanas y Draco se había asegurado de que no le faltara nada. Eric tampoco parecía despreciar su presencia como al inicio, aunque él no tenía opción.

Entonces el ojigris no pudo soportarlo más.

Cinco días antes de la ceremonia, intentó dejarlo ir.

Esperó escondido a que todos abandonaran la mansión, y bajó rápidamente a los calabozos para así hacerlo rápido. Eric podría irse, y sería libre. Draco se inventaría alguna historia, no lo sabía, ni siquiera lo había planeado. Solo sabía que faltaba menos de una semana y no se veía capaz de matar a ese niño.

Entró bruscamente a la celda y sacó su varita. Las llaves no estaban por ninguna parte, las había buscado, así que solo le quedaba la magia para poder liberarlo.

—¿Draco? —preguntó Eric desorientado. Había estado durmiendo. Una pequeña parte de él se sintió mal, porque sabía que el muchacho apenas dormía, pero no tenía tiempo para pensar en ello—. ¿Pasa algo?

Draco lo ignoró, apuntando su varita a la cerradura.

Alohomora.

No funcionó. Tampoco esperaba que funcionara. Era demasiado simple para el Señor Tenebroso.

Pero tampoco funcionó el siguiente.

Ni el siguiente.

O el siguiente.

—Mierda —murmuró por lo bajo, tratando de pensar otra alternativa.

Eric estaba ya en los barrotes, dándose cuenta al fin de qué estaba haciendo su captor. Trató de extender una mano hacia él, pero Draco se apartó, negando.

—Draco… —empezó a decir.

Draco no lo dejó terminar. Se limpió el sudor de la frente y volvió a apuntar a la cerradura, buscando en su memoria algún contrahechizo para abrir la maldita puerta.

No funcionó.

—¡Joder!

Nuevamente blandió la varita contra el metal, cómo si con el poder de su voluntad podría liberarlo. Tenía que hacerlo. Ya lo había decidido.

No iba a matar a ese chico. No podía.

—Hey-

—¡Mierda! —gritó, interrumpiendo a Eric cuando vio que nada daba resultado. Enfocó sus ojos grises en los de él, intentando calmarse—. Te voy a sacar de aquí. Te voy- vas a vivir. Tienes que vivir.

Algo horrible lo golpeó, al ver la expresión en la cara del muchacho.

La esperanza que tiñó cada momento, cada conversación, ya no estaba.

No estaba.

Eric se había rendido.

—Draco… —dijo gentilmente. Le rompió el alma—. Sé que moriré.

Draco solo atinó a negar, tragando el nudo que bajaba por su cuello. Volvió a apuntar la varita a la cerradura, respirando agitadamente.

—No.

Eric intentó tomarlo de nuevo, pero Draco se alejó una vez más. Se negaba a aquello. No iba a dejar que un niño se sacrificara por él. No podía aceptarlo.

Sentía cada parte de su cuerpo amoratada, le pesaba, le dolía. A pesar de que aparentemente las burlas y torturas de los Mortífagos estaban pausadas para el día que fallara el ritual.

—Sé que estoy aquí por una iniciación —dijo Eric, y su voz se rompió un poco al final—, que tú… tú vas a tener que matar-

—¡No! —lo cortó Draco, frenético—. ¡Tienes que vivir!

Apuntó a la cerradura una última vez, sabiendo que no funcionaría. Su mente daba vueltas, y una pequeña voz le recordaba que nadie podía engañar a Voldemort.

Él se aseguró que Draco no cediera a la debilidad y lo dejara ir. Él puso protecciones extra. Él fue.

Draco agachó la cabeza, sintiendo la derrota posarse encima de sus hombros.

—No puedes liberarme, Draco —murmuró Eric con suavidad—. No puedes, ni aunque quieras.

Sonaba más adulto de lo que debería. Sonaba como alguien maduro. Y no se suponía que su vida tendría que ser así. Era un niño. Un niño que le faltaba aprender, y crecer, y reír.

Y estaba ahí por su culpa.

—Ten mi varita —susurró Draco, tendiéndole el artefacto que había adquirido meses después de la Batalla. Lo empujó a través de una abertura—. Libérate tú. Eres… eres poderoso-

—No sé hacer magia.

—¡Prueba con un Alohomora! —exclamó, apoyando la frente en un barrote—. ¡Intenciona tu magia, haz algo!

Lo escuchó respirar temblorosamente, antes de tomarla de sus manos. A lo lejos, murmuraba palabras, murmuraba hechizos que Draco estaba seguro que no sabía si existían.

Las ganas de llorar volvieron a él.

No funcionaba.

Nada funcionaba.

Eric volvió hasta posarse frente a Draco, entregando la varita de vuelta. Él no la tomó, negando otra vez.

—Draco…

—No… —murmuró, cerrando los ojos.

Eric finalmente tomó su mano, la que mantenía aferrada con fuerza a uno de los barrotes y la descansó ahí. Draco sentía su mirada.

—Draco —volvió a llamarlo, empujando la varita en su dirección una vez más—. Lo acepté. Y so… si eso te va a salvar… si uno de los dos puede seguir con vida-

—¡No! —gritó Draco, levantando la cabeza, para tratar de inyectar sentido común en él—. ¡Mereces vivir!

Eric cerró sus párpados, y un hilo de lágrimas cayeron.

Hicieron que su estómago se apretara.

—Lo sé —dijo, con voz rota.

Draco tomó la varita al fin, reprimiendo su propio llanto.

—Mereces una vida feliz, Eric.

—Al igual que tú.

Aquello se sintió peor que una cachetada.

Draco había dejado entrar a los Mortífagos a Hogwarts. Había sido responsable directo de la muerte de Albus Dumbledore. Había obligado a estudiantes de primer año a usar sus varitas y luchar. Había presenciado torturas, y no había dicho una sola palabra.

No. No lo merecía.

—No… no… —replicó, pasándose una mano por la cara—. Tú no sabes las cosas que he hecho.

Eric soltó una risa sin humor.

—Tienes diecinueve.

—Soy un adulto-

—Sí —lo cortó él, aún llorando—. Y al mismo tiempo eres un chico aún.

No sabía qué sentir respecto a un niño de trece años diciéndole algo así. Draco no sabía si se había visto obligado a madurar en ese momento, o si siempre había sido de esa manera. No le gustaba. No lo merecía.

¿Por qué el mundo no podía ser justo de una puta vez?

Draco no merecía vivir a costa de Eric.

—Sé que voy a morir, Draco —susurró el muchacho al cabo de unos segundos de silencio. El rubio solo atinaba a negar—. Incluso si- incluso si lograra escapar, ¿adónde iría?, ¿cómo saldría del mundo mágico?

Draco apretó los párpados con fuerza. Era verdad que él no podía dejar la mansión hasta que la ceremonia se llevara a cabo. Era una de las reglas para todos. Y era cierto que estaba en cuarentena, que los magos comunes y corrientes no podían ir al mundo muggle. Eric no podría ir.

Pero aún así.

—Y si no… si no me matas —continuó, con su voz temblando—. Moriré de igual forma, por otra persona.

Eso era verdad también.

Draco no quería aceptarlo. No podía aceptar eso. Un dolor de cabeza se cernía en sus sienes y la opresión crecía y crecía y crecía.

No sabía qué hacer.

—Y morirás tú también —completó Eric. Draco abrió los ojos, volviendo a mirar a la cara del chico. Valiente, bondadoso, resignado.

—No puedo…

—¿Hay… hay alguna forma de hacerlo indoloro?

Draco apretó los dientes, aferrándose aún más a los barrotes.

—Tienes trece años.

—Draco —suspiró, cansado—. Es mi decisión.

Draco volvió a negar. Aparentemente era lo único que sabía hacer.

—No puedo.

—Sí puedes —dijo Eric con firmeza—. Prefiero que sea así.

Draco no respondió.

Ese niño de trece años estaba dispuesto a morir.

¿Cuántas cosas cobardes has hecho tú para seguir en esta mierda de vida?

No mereces seguir respirando.

—¿Hay alguna forma de hacerlo indoloro? —volvió a preguntar.

Draco asintió, abstraído en sus propios pensamientos autodestructivos.

—Bien —asintió de vuelta Eric, con mucha más determinación—. Trabaja en eso.

Draco se dejó caer al piso, aún siendo sujetado por la mano del muchacho. Cada esperanza se alejó, dejándolo ver la triste realidad.

El mundo no era un lugar justo.

—Eric…

—Entonces —le interrumpió él, cayendo también, sentándose a su lado—. ¿Sabes la historia del duque del infierno?

Draco se llevó una mano a la cara, tratando de controlar las emociones que amenazaban con salir y hacerlo estallar.

—Eric- por favor…

—Draco —dijo el chico una vez más, pidiéndole sin hablarle realmente—. ¿Sabes la historia del duque del infierno?

Sabía que no debía presionar, pero quería. Quería encontrar otra solución. Quería no tener que haberse metido en ese enredo.

Mas Eric no se merecía tener que soportar oír cómo las cosas debían ser distintas. Lo menos que Draco podía hacer por él, era escucharlo.

Cinco días. Solo podrás escucharlo cinco días más.

—¿Qué era el infierno? —decidió preguntar, en voz baja.

Eric se relajó, solo un poco, y decidió acomodarse a su lado. Era tan delgado. Tan pequeño. Su pelo negro estaba desparramado y su cuerpo viéndose cada vez más y más frágil.

—El lugar en llamas, a donde va la gente que ha hecho cosas malas una vez que muere.

—¿Ahí iré yo? —bromeó.

Eric no respondió. Quizás no sabía qué decir.

O quizás no sabía cómo decir "sí".

—Cuéntame sobre el duque del infierno —murmuró Draco entonces.

Se acomodó en el suelo, a un lado del chico y cerró los ojos sin apartar su mano. Si Eric lo necesitaba, ahí estaría.

—Se llama Astaroth... —comenzó a contar, bostezando—. Astaroth es un príncipe coronado del infierno, un ángel que se corrompió cuando visitó el mundo del hombre. —Draco frunció el ceño—. Su caída causó mucha controversia, porque una vez fue un serafín y Príncipe de la Orden de los Tronos.

—No entiendo nada.

—Astaroth fue un ángel caído —aclaró Eric, con un toque de irritación—. Príncipe en el cielo. Luego en el infierno.

Draco no recordaba qué carajos era un ángel, pero suponía que su pregunta no sería muy bienvenida.

—Está bien.

—Y aunque descendió al mal por su propia mano, este demonio asegura estar libre de pecados…

Y Eric le contó, y Draco escuchó, y por unos segundos casi podía pretender que un niño de trece años no acababa de entregarle su vida.

•••

Draco creó, en dos días, una poción para que Eric no sintiera nada, para que la experiencia se sintiera fuera de su cuerpo.

Era una variación de una poción relajante, que causaría que Eric no estuviera realmente consciente del dolor que iba a experimentar al morir. El chico miraría la escena desde afuera, como un espectador, y cada parte de su cuerpo se entumecería.

Solo por eso, Draco se sentía algo menos culpable por la poción que iba a terminar matándolo. La poción final. Porque sabía que no podía ser una muerte lenta. Estaba en las reglas; necesitaba que fuera memorable e infinitamente cruel. Ya que, en primer lugar, todas las ceremonias de iniciación al Nobilium eran así –un verdadero sacrificio– o el ligamento de magias no era válido; y dos… porque solo de esa forma tenía una oportunidad de impresionar, de entrar al círculo y de ganar, si no respeto, al menos miedo.

Ni los antídotos usuales podrían prevenir a Draco de tener pesadillas para ese punto. Soñaba todas las noches con unos ojos azules vacíos. Soñaba todas las noches que fallaba. Que todo sería en vano.

A veces deseaba que así fuera.

El tiempo avanzaba, y con ello, su terror aumentaba, al igual que su cariño por Eric.

Y, aunque no quisiera, de pronto, se encontraban a unas horas.

Faltaba unos minutos para que dieran las doce de la madrugada. Unos minutos para que iniciara el ritual.

Se suponía que Draco debía esperar en un lugar tranquilo. La ceremonia se llevaría a cabo en la cripta; necesitaban conexión a la magia oscura y el más allá. En ese específico lugar de la mansión debía haber más que suficiente. Draco tenía que descansar para lo que esta noche significaría.

Pero no era capaz.

Además, tenía que hablar con Eric. Tenía que darle la poción.

Despedirse, susurró una voz.

Así que apenas se vistió con las túnicas moradas oscuras para la iniciación, corrió escaleras abajo. Se decía a sí mismo que solo para detallar su plan una última vez, no para memorizar la cara del muchacho en sus últimos momentos.

Draco temblaba. Según Eric había aceptado que moriría.

Eso no hacía las cosas más fáciles.

—Está bien… —dijo Eric, una vez que Draco terminase de relatar lo que pasaría, con una tranquilidad poco natural para lo que tendría que enfrentar en unos minutos—. Si me prometes que de esa forma sacarás a tu madre de prisión.

El chico le dio una sonrisa triste. Draco tragó en seco, angustiado.

—Te lo prometo —susurró, tomando la mano que descansaba en el barrote. Draco cerró los ojos, frenando cualquier emoción que amenazaba con destruir su mente—. Lo siento. Lo siento. Lo siento tanto.

Se pasó una mano por la cara. No quería hacer esto.

Eric había elegido, ¿pero realmente tuvo elección?

—Toma esto —le tendió el vial, temblando—. No sentirás nada.

El chico lo tomó de golpe. Ni siquiera vaciló.

—Así mi muerte tendrá significado —dijo luego de agarrarlo, aunque parecía querer convencerse a sí mismo más que a Draco—. No será en vano. Te ganarás la confianza de ese hijo de puta y salvarás a tu familia.

Fue su turno de soltar una risa sin humor, sonaba vacía y extraña a sus oídos. Draco cada vez se sentía menos parte de la escena, de lo que estaba sucediendo. Eric cerró los ojos, como si quisiera detener sus propias lágrimas, y le dio un apretón a su mano.

—No te lo dije… —habló entre dientes, conteniéndose a sí mismo—. No tengo a nadie. Mis padres murieron. Allá afuera no hay nadie que se preocupe por mi, no verdaderamente.

Eso era tan jodidamente injusto, dijo una voz dentro suyo.

Eric merecía que se preocuparan por él. Merecía alguien que llorara su partida.

Tú vas a llorarla. Te asegurarás de que la llores hasta el día en que dejes de respirar.

—No fue hasta que te conocí que supe lo que era que a alguien le importara tu vida.

Draco abrió los ojos de sopetón, boquiabierto, y miró cómo Eric trataba de contener las lágrimas.

Era un niño, y le estaba diciendo que la persona que lo mantuvo cautivo fue quien lo hizo sentir importante. Draco nunca se sintió así, como alguien insignificante, no al menos hasta que el Lord ganó en la batalla. No podía imaginar cómo era que nadie se preocupara por él, cuando sus padres siempre lo pintaron como lo más importante de sus mundos. Tener la habilidad de hacer que Eric pensara así... Draco no creía que fuera capaz. Simplemente- le había mostrado decencia humana. Y ahora iba a dejar que muriera por él.

Eso era más de lo que Draco podía soportar.

Se desconectó de lo que estaba pasando, e inconscientemente se aferró a la reja, pasando sus manos por los agujeros. Eric comprendió, uniéndose a su abrazo de una forma incómoda y extraña. Draco susurraba una y otra vez palabras de agradecimiento y disculpas, aunque no podía escucharlas bien a sus propios oídos.

Eres una mierda por permitir que esto suceda.

—Me voy en paz, Draco —le aseguró, con la voz quebrándose en medio de la oración—. Los veré de nuevo.

Draco se separó, y se obligó a creer que eso era verdad.

•••

La cripta familiar era un cuarto gris claro, con paredes de mármol y suelo de piedra. Un poco más pequeño que el salón principal de la mansión, con las tumbas de sus familiares y antepasados en el piso o las paredes.

Draco fue dirigido a empujones al círculo, ocupando lo que debía ser la posición central. Miraba el suelo, incapaz de encontrar los ojos celestes del niño que se encontraba al centro. No sabía qué encontraría en ellos. Estaba demasiado temeroso de averiguarlo.

El ritual comenzó, Voldemort dio su discurso, y el fuego que rodeaba a cada uno de los participantes se encendió de golpe. Pero Draco no escuchaba. Su mirada viajaba por cada cara cruel que parecía estar observándolo a él y solo a él.

Se sentía entumecido, como caer por un precipicio, pero sin llegar a estrellarte. Los rostros de esas personas tomadas de las manos no podían afectarlo en nada. Reconoció a cada uno: Rodolphus Lestrange. Mulciber. Macnair. Rookwood. Yaxley. Greyback. El Nobilium.

Draco decidió ignorarlos y dirigió su vista a Eric, justo cuando el fuego principal ardió y exigió una pertenencia del Sacrificio. Los ojos nunca dejaron los suyos, a medida que Draco arrojaba la prenda a la fogata y la ceremonia seguía su cauce.

La parte trasera de su cerebro se asombró de que no hubiera rastro de miedo en ellos.

El ritual iba bien, todo sucedía como debía pasar, aunque Draco sentía que lo habían sumergido hasta el fondo del océano; la presión era insoportable, pero aún así no podía ser completamente consciente de lo que estaba sucediendo.

Entonces, el momento que tanto temía, llegó.

—… El vástago puede proceder al óbito.

Voldemort tenía una sonrisa perversa, la misma que usaba el día que Draco fue condenado a ese destino. Todos estaban expectantes, algunos incluso habían sacado sus varitas para así finalizar el trabajo que, a sus ojos, él no podría finalizar.

Draco desvió la mirada de Eric, y se sacó el vial del bolsillo.

Caminó hasta el centro del círculo, ignorando las voces a su alrededor y todos los instintos que le decían que se detuviera y huyera de allí. Que agarrara a ese niño y lo llevara lejos para que pudiera ser feliz. Con una respiración temblorosa, alzó el vial, poniéndolo frente a Eric. Sus manos temblaban también.

No puedo. No puedo. No puedo.

Los ojos del niño por otra parte, se veían decididos.

Eric le quitó el vial de las manos.

Las varitas lo apuntaron a él, creyendo que Draco había sido lo suficientemente estúpido para frustrar la ceremonia; y apuntaron al chico también, en caso de que intentara algo extraño.

Pero nada de eso pasó.

Eric se tomó el líquido por su cuenta.

Draco soltó un poco de la tensión que había acumulado, y se giró, sintiéndose totalmente indispuesto. Llevó una mano hasta su estómago, volviendo a su posición, esperando. Mirando.

Si había tenido el descaro de hacer eso, lo menos que podía hacer por Eric era mirar. Mirar cómo moría. Aunque no se sentía presente, no realmente. Sus ojos se enfocaban en cómo, poco a poco, Eric parecía perder la noción del tiempo también, y los síntomas de ambas pociones comenzaban a hacer efecto. No es como si se notara, o como si Draco realmente estuviera prestando atención.

Su mente comenzó a recitar lo que sucedía, porque simplemente lo sabía de memoria.

Primero, sus órganos comenzarán a hincharse.

Eric se sentó, empezando a sudar en frío y llevándose una mano hasta el vientre, mientras miraba a sus costados, confundido.

El resto del Nobilium parecía más interesado ahora.

Luego, poco a poco, explotarán.

Un estallido de magia recubrió el cuerpo del chico, antes de que empezara a amoratarse. Eric se dejó caer en el suelo, mirando a un punto fijo mientras convulsionaba.

Comenzará a desangrarse.

—Y… As- —Estaba delirando. Draco sabía que estaba delirando. Estaba muriendo. Los ojos azules se encontraban fijos en los suyos—. Astaroth… el duque… y… él… A- Astaroth…

Ahí fue cuando comenzó a vomitar sangre, moviendo aún la boca y con la cabeza girada hacia él.

Todo sus órganos se disolverán.

El cuerpo de Eric empezó a volverse más y más laxo, de pies a cabeza. Los Mortífagos soltaron risas, exclamaciones, a medida que Voldemort observaba en silencio. Draco solo quería recostarse. Estaba cansado.

La masa que quede de sus órganos molidos, comenzará a salir por cada orificio.

Efectivamente, no mucho tiempo después, Eric dejó de moverse. Un olor a fierro inundó el lugar, mientras que por las orejas, la boca, los ojos, la nariz, y básicamente cualquier agujero, salía un líquido pastoso entre amarillo y rosa, que eran sus intestinos licuados. Pedazos de cartílago, grasa, músculo y coágulos sobresaliendo de la mezcla.

Draco quería apartar la mirada, realmente quería. Quería dar un paso atrás, correr hasta su habitación. Pero no podía. El ritual aún no terminaba.

Entonces, morirá.

Draco no supo cuándo fue que Eric dio su último respiro. No supo en qué momento fue que su corazón dejó de latir. Solo sabía que, de un momento a otro, el fuego se apagó de golpe, y la magia del ritual se hizo densa en el aire.

—La inmolación ha concluido —anunció una voz. Draco no sabía de quién era. Suponía que de el Señor Tenebroso.

Tenía asco, cansancio, y un extraño vacío aferrado a la boca del estómago. Su mente era incapaz de procesar lo que acababa de presenciar. Su cerebro era incapaz de sentirse agradecido porque Voldemort parecía impresionado por lo que acababa de ver, sus ojos especulativos. Draco quería vomitar, quería gritar y echarse a llorar hecho un ovillo.

Pero lo enterró hasta el fondo de su mente.

Lo enterró hasta que ya no era capaz de sentir nada.

Tomó la daga que Rookwood le ofrecía y cortó la palma de su mano de forma mecánica, dentro del círculo.

Cuando las gotas cayeron, Draco recibió su insignia.

Estaba hecho. Ni Voldemort podría retractarse, ni él podría negarlo. A los ojos del ritual y de los demás, estaban unidos por la sangre, y Draco era parte del Nobilium; quisieran o no, tenían que respetarlo.

Quisieran o no.

•••

Draco no se había equivocado: Voldemort sí que se impresionó por la muerte de Eric. No sabía que una poción podía hacer eso.

Bueno, de hecho no la había. Draco la creó.

Por eso, desde ese día en adelante, Draco se convirtió en el encargado de crear pociones nuevas, y maldiciones que podrían ser útiles contra los Rebeldes. Contra los muggles, los traidores.

Y contra los asquerosos sangre sucia también.

Con el tiempo, y a medida que Draco escalaba vengándose aunque fuera unos segundos de la gente que lo torturó a él, a través de pociones y hechizos, el Señor Tenebroso comenzó a confiar en su visión del mundo también.

Y Draco se aprovechó de eso.

Salvó inocentes, creando medidas para no actuar como idiotas contra los muggles, para no romper el Estatuto de Secreto. Diciendo que necesitarían un ejército antes de invadirlos. Que era verdad, después de todo. No eran los suficientes para someterlos, para dominar Europa.

También, para no sacrificar vidas de niños sangre sucia en vano, creó el programa de reinserción, aunque dijo al resto que era porque no podían privarse de posibles soldados: cuando los nacidos de muggles cumplían los once años, se les hacía una prueba para determinar su potencial mágico. Si eran mejores que el promedio, tenían permitido ir a Hogwarts bajo ciertas condiciones. Si no, eran convertidos en un «Servi» para la población mágica. Un esclavo.

No era ideal, pero los mantenía vivos.

No pudo salvar a los niños de esa noche. No pudo salvar a Eric. Pero trataría de hacer lo que estuviera en sus manos para salvar el máximo de vidas inocentes.

Luego de la ceremonia, el recuerdo del chico de ojos azules y cabello negro se disipó en su memoria, junto la verdad de lo que sucedió también: Draco no lo mató.

Eric tomó la poción por cuenta propia. Y el ritual, al final, no sirvió. Cuando volvió a su habitación, el corte sanó, la sangre regresó a él, rechazando unirse al círculo del Nobilium. No tenía su vida ligada a la lealtad que juró a Voldemort.

Draco era libre.

Y se convenció de que haría que la muerte de Eric valiera la pena. Se convenció de que cumpliría la promesa acerca de su madre.

O eso había pensado.

Al final de todo, Draco sabía que solo una cosa tenía clara.

El ritual de iniciación del Nobilium no lo había matado, pero una parte de él murió ese día.

Mis bebés están completamente traumatizados.

Se preguntarán, ¿era necesario que fueran niños? Y la respuesta es: Sí. Sí lo era. Si nos remontamos al primer capítulo, vemos que Draco no reacciona al niño que tiene Greyback, y eso es debido a que ha visto cosas mucho peores. Además, fue él quién les encontró cabida a los nacidos de muggles en el mundo mágico. Y fue lo que sucede en este cap, que motivó a Draco a actuar en defensa de ellos, y eso termina haciéndolo escalar en las filas de Voldemort, al final de todo; esta situación extrema lo llevó a dónde está. Lo siento si es muy gráfico.

Pero, después de todo, hablando de forma realista… es un mundo gobernado por Voldemort.

Espero que se haya entendido aquí, por qué Draco es cómo es, en el futuro. Han pasado seis-siete años de esto y ha visto demasiadas cosas.

En fin, espero leerlos pronto!