La siguiente vez que Draco fue a la base de la Orden, Potter no estaba allí.
Debería sentirse contento, Potter era prácticamente el causante de todos sus problemas. Hasta que el imbécil no abrió su bocota, Draco ni siquiera había pensado que aún le quedaba una parte de su familia viva. Una tía de la que su madre nunca hablaba y a la que no se mencionaba por cómo los abandonó. Potter implantó este deseo de querer saber cómo sería, compartir su duelo con alguien más. Sin embargo, todo resultó ser un completo desastre.
Y Draco debería sentirse mal. Quizás debería llorar o culparse o pensar que era su problema. Pero-
A Draco no le podría importar menos.
Una parte de sí, solo una pequeña, se planteaba la perspectiva de qué hubiera pasado si Andrómeda hubiese querido tener relación con él. ¿Su madre estaría contenta?, ¿las cosas serían mejores?, ¿se sentiría menos solo?
Pero aquella posibilidad le había sido arrancada de las manos antes de que tuviera el chance de experimentarla. Y, sinceramente, Draco estaba agradecido por ello. No quería seguir preocupándose por más gente. Era una debilidad. Andrómeda podía morir- probablemente lo hiciera, y Draco perdería más de lo que ya había perdido.
Estaba mejor así.
Si al imbécil de Potter no se le hubiera ocurrido, si no hubiera sugerido nada, las cosas serían muchísimo más fáciles. Y aquello lo llevaba a pensar en él porqué de su imbecilidad. En sus motivos.
¿Por qué Potter le había dicho lo de Andrómeda?
Dudaba que fuera debido a la bondad de su corazón, a que le tuviera lástima a Draco. Quizás, la que le daba lástima era Andrómeda; pero eso no explicaba por qué trataría de juntarla con un pariente Mortífago al cual ella claramente culpaba de su sufrimiento.
Potter no parecía sentir más que asco hacia él. No tenía sentido nada de lo que hacía o decía. ¿Por qué quería averiguar qué le había hecho "Tom"?, ¿por qué había parecido tan contrariado cuando Draco aceptó su decisión sobre Goyle?, ¿por qué?
A Potter, Draco no debía importarle nada.
Pero parecía algo distinto.
De alguna u otra forma, siempre había sido así, ¿no? ¿Potter no se había pasado un año entero siguiéndolo a todas partes?, ¿no había interferido como el maldito metiche que era, cada vez que Draco hacía algo? Bueno, no es como si él mismo hubiese sido mucho mejor en ese aspecto. Durante Hogwarts, su único objetivo fue hacerlo sentir miserable.
Pero habían pasado ocho años. Nueve, si contaba el que no se habían visto… Potter no debería meterse más en su vida, preguntándole cosas que no le incumbían u ofreciéndole conocer familiares que Draco apenas recordaba. Quizás lo hizo para humillarlo.
Por suerte, Draco no tuvo que hacer frente a lo que eso le hacía sentir ese día, ya que Potter estaba consiguiendo ropa nueva y comida en el mundo muggle con sus amigos, según lo que Astoria le había dicho. Draco no tenía idea de que la Orden tenía maneras de romper las barreras de la cuarentena, al menos por unas horas, pero tenía sentido. Si no, ¿cómo habrían sobrevivido todo ese tiempo?
Lo que lo confundía era por qué no lo usaban para escapar.
Draco lo habría hecho, si fuera ellos. Si sabía que ya no quedaba nada para él en ese mundo, como a la mayoría de personas que estaban ahí… ¿por qué no irse lejos?, ¿vivir en paz, y dejar que otros se ocuparan de las cagadas del Señor Tenebroso? Quizás se sentían responsables. Quizás ese era el motor que movía a Potter: sentirse responsable de todos los males del mundo.
En cambio, Draco no era una persona noble.
Astoria entró a sus mente una vez más esa tarde, en un cuarto al lado del salón principal. Eran sesiones silenciosas, en las que ella buscaba que Draco se relajara para que no levantara las barreras de Oclumancia de forma inconsciente. No servía. No completamente, al menos. Después de tanto tiempo viviendo entre Mortífagos que entraban a tu cabeza por mero deporte, Draco acostumbraba a sentir algo extraño en su mente, y reaccionar al instante.
Sin embargo, Astoria sí que fue capaz de recuperar algo.
Sensaciones.
Antes que las imágenes, había sensaciones en cada recuerdo.
Draco casi podía sentir el aroma en su nariz- humedad, azufre, putrefacción… era demasiado familiar, solo que no podía situarlo. Sabía que le era conocido porque estuvo ahí incontables veces, el problema era que no recordaba dónde.
Sentía frío. Desolación. Como si le hubieran quitado toda emoción. Y sabía que probablemente aquellos recuerdos pertenecían a Azkaban, era lo más obvio. Lo cual reforzaba su teoría: Draco había sido torturado como un incentivo para que su madre hablara.
Se lo comunicó a Astoria apenas ella dio un paso atrás, diciendo que debía irse. Y lo discutieron, llegando a la conclusión de que era muy seguro que Draco tuviera razón. Cuando ambos se dirigieron a la puerta para así marcharse, notó cómo Theo ya lo estaba esperando ahí- o bueno, no esperándolo precisamente. Luna Lovegood estaba con él.
La mujer lo tenía cogido de la muñeca y miraba con atención una pulsera que su amigo llevaba allí. Los grandes ojos azules de Lunática estaban fijos en la joya, mientras movía la varita en su dirección, haciendo que la pulsera reluciera y provocando que Lovegood se mordiera el labio. Pero mientras la mirada de ella estaba teñida por la concentración, haciendo quién sabe qué con el brazalete… los ojos de Theo se encontraban fijos en ella.
Draco, una vez más, se sintió incómodo de estar presenciando una escena entre los dos. Todo parecía tan… personal. Además de que de esa manera menos entendía la negativa de Theo de estar con Lovegood, cuando se notaba que el sentimiento era recíproco.
Bueno, no era su problema.
—Theo —lo llamó entonces, irrumpiendo el momento—. Es hora de irse.
Theo despegó sus ojos de la rubia, que apenas y parecía haberse dado cuenta de que Draco estaba allí, a unos pasos de ellos junto a Astoria.
—¿Ya? —preguntó él, arrugando la frente—. ¿No vas a esperar a Potter?
Por unos horribles segundos, Draco no tuvo idea de por qué haría algo tan desagradable, pensando que quizás había olvidado que debía hablar con él; hasta que recordó que Potter era el responsable de borrar sus recuerdos y que tenía que esperar a que apareciera.
—No. Hoy no.
Theo lo miró con confusión antes de asentir y esperar a que Lovegood terminara lo que debía terminar.
La verdad era que Draco no quería quedarse, no tenía ganas de ver a Potter ese día- o nunca más. Por un lado, debía continuar su investigación acerca del semigigante, como había prometido a la Orden. Y por otro, el Señor Tenebroso, al estar tan ocupado con la celebración del Día de la Victoria, y con tratar de averiguar qué había sucedido con Yaxley –quien seguía en el calabozo de la Mansión– no tendría tiempo ni interés para ponerse a espiar la cabeza de Draco. O eso era lo que él pensaba. Eso creía que lo estaba ocupando.
La verdad, nadie sabía con exactitud qué hacía el Señor Tenebroso en esa sociedad. Tenía peones. Todos eran piezas de ajedrez en ese juego, y él era quién las movía. Se proclamó a sí mismo Jefe de Armas, un puesto que en el Mundo Mágico no existía antes, y la gente ahora lo llamaba además de todo "Gran General". Todos sabían que dominaba el Reino Unido, no había para qué decirlo, o siquiera hacerse a sí mismo ministro. Pero a lo que se dedicaba realmente era un misterio. Draco suponía que a todo, de una forma u otra. Trazaba planes para conquistar Europa, movía las piezas en otros países donde poco a poco aliados suyos comenzaban a instaurar sus ideologías en la sociedad, con organizaciones demasiado asustadas de intervenir para no causar una guerra mundial mágica y exponer el secreto a los muggles. Voldemort probablemente administraba los ataques de los Rebeldes, organizaba eventos, revisaba leyes, buscaba pistas que lo llevarían a su serpiente... Draco no podía saberlo con certeza, pero era lo más seguro. Y si estaba en lo correcto, el Lord debía saber que los Rebeldes podrían atacar una ceremonia al aire libre, y se estaba preparando.
Si era lo suficientemente inteligente, no los subestimaría y trazaría un plan de acción para salir victorioso. Pero Draco había aprendido también que si bien el Señor Tenebroso podía ser muy astuto, era demasiado arrogante. Y la arrogancia podría cavar su propia tumba.
Era atemorizante. Era un mago oscuro poderoso. Y podía parecer cualquier cosa menos un mortal. Pero seguía siendo un hombre, y haría bien en recordar que los hombres cometen errores.
—Muy bien —dijo Theo entonces, cuando Luna soltó su mano—. Vamos.
Draco fingió no notar cómo ella usaba una pulsera idéntica, o cómo se ponía de puntitas para dejar un beso en su mejilla y dejarlo pasar. Astoria parecía especialmente encantada con su incomodidad.
—Cállate —le gruñó Draco por lo bajo, cuando ya habían salido hacia afuera y caminaban por el patio hacia el laberinto.
Ella rio.
—No he dicho nada.
Draco no contestó, y cuando llegaron al portón, tanto Theo cómo Astoria sacaron una moneda para hechizarla, haciendo que las letras en ellas cambiaran al mensaje: "Abre", que Potter seguramente vería y sentiría a la distancia. Draco verdaderamente necesitaba una de esas en un futuro.
Cuando la entrada se abrió y los tres salieron, se Aparecieron casi al instante, mientras Draco evitaba con todas sus fuerzas que su mente volviera a los pensamientos que estaba teniendo desde hacía semanas, sobre una persona desesperante, y cómo no la entendía en absoluto.
•••
Draco se pasó toda la semana entrante metido entre papeles, pociones y estudios. Debía tener listo al menos antes de fin de año la maldición que el Señor Tenebroso le había pedido, y, quisiera o no, tenía que cumplir sus órdenes.
Abril ya estaba acabando. Draco no podía creer que meses atrás su vida dio un giro que hizo que su mundo se transformara. Que nada volviera a ser lo mismo. Y que sumido en ese patético padecimiento, llevaba semanas con unos archivos acerca del semigigante y recién en ese momento notó que le faltaba información.
Draco había tomado la copia de una carpeta de Rubeus Hagrid de la Oficina de Aurores, en la sección de "Rebeldes", y la leyó sin parar, tratando de buscar una pista o algo que le dijera dónde podría encontrarse. Pero durante esa semana, notó que el informe era bastante pequeño. No había nada realmente sustancial allí, por lo que sin que lo notaran, Draco retiró otra copia al azar, de otro miembro, sin saber que terminaría siendo el de la sangre sucia de Granger.
Comparándolos, la del semigigante estaba mucho menos completa, tanto en cantidad de páginas como en datos. Mientras la de Granger tenía un largo prontuario acerca de toda su vida: de cómo habían perdido el rastro de su familia al comienzo de la guerra; su tipo de sangre y capacidad de núcleo mágico; sus fortalezas y debilidades; suposiciones acerca de qué podría identificarla en medio de un ataque de los Rebeldes –eliminando su cabello como rasgo reconocible– y además, las últimas apariciones que databan de más de cuatro años atrás… La ficha de de Rubeus Hagrid abarcaba la mitad de eso. Quizás menos.
Draco no podía creerse que fuera por falta de datos. ¿No habían ido él y Tom Riddle juntos al colegio cuando eran jóvenes? Eso había oído al menos, gracias a las burlas entre los Mortífagos cuando hablaban del semigigante. ¿Cómo era posible que se le considerara tan irrelevante para ni siquiera datar cuándo fue visto por última vez?, ¿no fue ese tipo un perro de Dumbledore, probablemente encargado de las relaciones entre el anciano y los gigantes?, ¿cómo podían pasarlo por alto? Draco no se creía que fuera el único que lo hubiese visto huir de la Batalla.
¿Creerían que estaba con la Orden?
Suspirando, puso las manos encima de sus ojos y apretó. No había logrado encontrar nada más durante esos días, y sabía que no podía llegar a la Orden a presentarle información tan nimia como la que tenía.
Cruzándose de brazos, desvió la mirada a la nueva reserva de pociones que estaba elaborando. Algunos calderos hervían, y el clima allí abajo, en su laboratorio, era un horno. Aunque a Draco le gustaba así. Apenas estaba comenzando a hacer algo más de calor, mas los dementores rondando por el Mundo Mágico combinado con su mala circulación, hacían que el verano no se diferenciara mucho del invierno. Si se lo preguntaban, Draco no podría recordar cuándo fue la última vez que el sol salió por el horizonte.
A medida que tocaba la mesa con la punta de sus dedos, por su mente pasó el pensamiento fugaz de que le gustaba estar ahí, porque de esa forma no tenía que enfrentar los recuerdos de sus padres que estaban en cada esquina de la Mansión. Pero fue desechado al momento. No necesitaba esa mierda.
Draco se levantó, dispuesto a revolver unos calderos, cuando un ruido lo desconcentró, girándose así para recibir a la criatura que se había Aparecido en su laboratorio.
Un elfo hizo una reverencia exagerada al instante que lo vio, haciendo que su nariz chocara contra el piso.
—Amo Draco —dijo él, con voz calmada—. El Señor Rodolphus Lestrange está aquí, señor. ¿Quiere que Zipper lo deje pasar?
Por un momento, creyó haber oído mal.
Rodolphus.
¿Qué mierda podría querer ese tipo?
Draco se rascó la barbilla. Una parte de él quería mandarlo a tomar por culo, sabiendo que en ese momento no lo cuestionarían gracias a la delicada situación en la que se encontraba. Estaba en medio de un luto y a pesar de que la mansión era el cuartel general del Nobilium, debían respetar ese hecho dejándolo tranquilo. Pero la otra se encontraba curiosa de saber qué podría querer.
—Sí.
El elfo volvió a hacer una reverencia, y cuando estuvo a punto de chasquear los dedos, Draco lo detuvo, volviendo a hablar.
—Zipper —llamó, y la criatura paró sus movimientos—. ¿Greyback ha venido?
No sabía por qué no preguntó antes- simplemente no se le pasó por la cabeza. Draco no había visto a Greyback desde la reunión del Nobilium en la que votaron leyes, cuando se decidió a secuestrar a Yaxley. Aquello parecía demasiado lejano ahora.
—No, señor Draco —respondió el elfo, retorciendo su fea vestimenta—. Los elfos estamos bastante contentos por es-
La criatura levantó su mirada para verle a los ojos cuando se dio cuenta de que estaba diciendo cosas que no le habían preguntado, y se encogió en su lugar al observar su expresión. Estaba hablando demasiado, y a su Amo le daban igual sus problemas.
—Con permiso, señor —dijo el elfo apresuradamente, antes de desaparecer.
Draco se quedó observando el lugar vacío unos segundos, antes de sacudir la cabeza. Que Greyback no hubiera ido a molestarlo no era una coincidencia, considerando que antes parecía ser su pasatiempo favorito.
No. Seguramente, el hombre lobo tuvo que haberle contado al Lord lo que Hannah dijo en el interrogatorio, y para evitar la confrontación de Draco ante su intención de quererla silenciar, lo más seguro era que Voldemort estuviera evitando ese encuentro.
Draco guardó todos los documentos esparcidos por uno de los mesones con un movimiento de varita, y los dejó bajo llave en uno de los cajones del estante, para así cerrar su laboratorio y salir a recibir a Rodolphus.
Rodolphus era el desdichado hombre que se había casado con su tía Bellatrix. Formaba parte del Nobilium y se encargaba del Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Draco había trabajado codo a codo con ellos, (sin ser parte del Ministerio), por lo que conocía bien su carácter. Era un tipo serio, severo. No reía casi nunca y a pesar de que parecía sereno, era un sádico total.
Draco jamás olvidaría aquella vez, pocos años después de la guerra, cuando entre él, Rookwood, Greyback y Maia organizaron una competencia entre los niños Servi, los esclavos de la población mágica, en donde los ponían a todos a correr hacia el mundo muggle para que "se salvaran" y "fueran libres", mientras ellos trataban de atinarles hechizos mientras escapaban.
Al final, no era necesario aclarar qué sucedió con ellos.
—Hola, muchacho Malfoy.
Draco se tensó al escucharlo cuando ingresó al salón, pero se inclinó de todas formas en una señal de respeto.
—Lestrange.
Draco no le había dicho tío jamás, y él tampoco forzó aquel apelativo. Pero aunque lo hubiera hecho, Draco preferiría cortarse un brazo antes que llamarle así.
Lentamente levantó la mirada para enfocarla en el hombre, quien lo observaba fijamente, parado en medio de la sala de estar. Rodolphus nunca había sido especialmente imponente, de cejas pobladas y mirada en blanco, delgado y al menos veinte centímetros más bajo que él; pero Draco recordaba con precisión todo lo que había hecho, él junto a su ex esposa. Cómo asesinaron a toda la familia Tonks, exceptuando a Andrómeda, que fue capaz de escapar. O cómo habían hecho enloquecer a los Longbottom en la primera guerra y luego los quemaron vivos en el Callejón Diagon después de la Batalla de Hogwarts.
Era un excelente duelista, un excelente volador, y antes de que Draco creara las nuevas maldiciones, era un experto usando Imperdonables.
No había que bajar la guardia.
—¿Cómo has estado? —preguntó Lestrange cortésmente.
—Mejorando —fue su respuesta automática.
Rodolphus tomó una breve mirada de sus túnicas negras, reconociendo de inmediato que eran las que los Malfoy ocupaban cuando llevaban luto. Los dos grandes pavos reales albinos bordados en la parte superior izquierda junto a la parte posterior derecha, contrastaban fuertemente con lo oscuro de la túnica. Draco llevaba usándola hace semanas, pero aquella era la primera vez que alguien reparaba en su atuendo.
—Mis condolencias —expresó el hombre entonces.
Draco tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no saltar encima de él, y hacerle un montón de cosas horribles. Porque Rodolphus era parte del Nobilium. Era más que obvio que había participado, y con gusto, en las sesiones de tortura de su madre. Seguramente si le cortaba los dedos uno a uno y luego se los daba de comer, estaría bastante dispuesto a hablar.
—Gracias —contestó él, con voz tensa.
Por unos largos momentos, ninguno dijo nada.
Draco había sido entrenado en el ambiente de los sangre pura, sabía que no era gente que hablaba de forma directa, y que todo lo que decían tenía más de una sola interpretación. Una danza, se le podía llamar. Pero estaba cansado. Y enfadado. Quería que le dijera qué carajos deseaba sin tanto enredo.
—¿Quieres sentarte? —ofreció Draco entonces, señalando el sillón.
—Pensé que nunca preguntarías.
El hombre tomó asiento, sin embargo, Draco permaneció de pie, sintiendo que así podría tener un poco más de control sobre la situación. Además de demostrarle quién era el invitado, y quién, el dueño de la Mansión.
Aunque por mucho tiempo nadie pareció recordarlo.
—Así que… cuéntame, Rodolphus —empezó Draco, con voz aburrida—, ¿a qué debo el honor?
Lestrange esbozó una sonrisa asquerosa. No denotaba una pizca de humor. Sus dientes estaban podridos, y lo hacía ver cómo un psicótico.
—¿Acaso un tío no puede visitar a su sobrino?
Draco no movió un músculo de su cara, mientras Rodolphus parecía estar analizándolo.
—Es broma, hombre —dijo éste al final—. Te hace falta reírte un poco más.
Pero la sonrisa irónica que el hombre traía encima había sido borrada, y el comentario no estaba hecho para hacerle reír. Draco esbozó una sonrisa desagradable de vuelta, de todas formas.
—¿Y bien? —preguntó, yendo directo al punto y entrelazando sus manos delante.
Lestrange continuó mirándolo un poco más antes de entrecerrar los ojos. Todas sus interacciones eran así: como si él quisiera juzgar si Draco era digno de estar donde estaba.
Oh, podía demostrarle que sí lo era.
—Todas las celebraciones del Día de la Victoria, el Nobilium está presente, cómo recordarás —empezó a explicar.
—Así es.
—Bueno, esta no es la excepción —continuó Rodolphus—. La diferencia es… que con todo lo que ha estado pasando… el Señor Tenebroso desea que todos nosotros, sus leales seguidores, estemos en guardia, en vez de ocupar un puesto en el estrado como usualmente.
Draco alzó una ceja. Bien. Voldemort había pensado lo mismo que él, entonces.
—¿Todo lo que ha estado pasando? —inquirió, con voz inocente. Lestrange se demoró un poco, antes de contestar.
—Ya sabes, la desaparición de Yaxley, y-
—Creí que ya estaba dado por hecho que la persona involucrada en su desaparición era su mujer.
—Aún no se comprueba nada.
Draco lo observó unos segundos, preguntándose si él estaba ahí para ponerle una prueba, tal cual el Señor Tenebroso lo había intentado, semanas atrás. La expresión vacía de Lestrange no indicaba nada.
—Pero bueno, volviendo al tema… —prosiguió Rodolphus, impidiendo que sus pensamientos continuaran—. Yaxley es quien normalmente haría esto. Sin embargo, dadas las circunstancias…
Draco sabía lo que venía, y sabía que en esos momentos, él no debería ser el candidato principal para hacerse cargo de nada serio.
—Tú deberás hacerte cargo de la formación de los Mortífagos.
Pero se lo estaban ordenando de todas maneras.
Draco se mantuvo impasible, digiriendo esas palabras. Los "Mortífagos" a secas, eran aquel grupo que solo llevaba la Marca como distintivo de servir a Voldemort, pero no eran parte ni del Electis, ni del Nobilium. Draco y Theo eran Mortífagos también, sí, pero ellos pertenecían a un nivel más alto que ese amplio grupo que solo se encargaba de tareas más bajas, como patrullar los pueblos mágicos, o estar arriba de los Aurores y de la ley, en la mayoría de los casos. Hacer el trabajo sucio. Durante el inicio y la mitad de la Segunda Guerra sólo las personas verdaderamente cercanas al Lord recibían la Marca, pero eso cambió hacia el final, cuando Voldemort empezó a reclutar más y más gente. Por esa razón fue que se creó el Nobilium y el Electis, para hacer una distinción de aquellos servidores que se mantuvieron con él desde un inicio.
Y a Draco normalmente no le pedían ese tipo de cosas. Su fuerte no era el campo de batalla, eso estaba claro. Él era utilizado para crear las maldiciones y pociones más asquerosas en las que un ser humano podría pensar, todo gracias a que Snape le había enseñado a hacerlo, sin saber que algún día le sería tan útil. Pero suponía que, además de que, con la falta de Yaxley, cada miembro del Nobilium estaría enfocado en diferentes cosas; era una buena excusa para ponerlo al mando de algo así y probarlo. A él y a sus lealtades.
—Está bien —respondió. Rodolphus subió sus feas cejas.
—¿Crees que puedes hacerlo?
—¿Qué importa si puedo o no puedo? —dijo, completamente calmado—. Si el Lord me lo comanda, estoy a sus órdenes.
—Nunca ha sido tu fuerte.
—¿Por qué me lo estás pidiendo entonces?
El hombre lo miró, dagas cortando sus ojos. Y fue ahí, en medio del análisis mutuo, que Draco sintió un cosquilleo en su frente. Y lo reconoció de inmediato.
Rodolphus estaba tratando de leer su mente.
Draco lo empujó de inmediato hacia afuera, levantando las paredes de Oclumancia mientras fingía que no había pasado nada. Obviamente, Lestrange no era un buen Legeramente, y Draco no tenía idea qué esperaba con hacer eso.
Probablemente fue ordenado a hacerlo. Probablemente lo hizo porque te están vigilando. Están encima tuyo. Tratarán de controlar todo lo que puedan controlar.
—Eres inteligente, joven Malfoy —comentó Lestrange, sin mencionar cómo Draco impidió que viera dentro de su cabeza—. Bellatrix también lo era.
Draco levantó las cejas ante la mención de su tía.
—Una lástima cómo acabaron las cosas para ella, ¿no? —completó el hombre, dejando la pregunta en el aire.
No había que ser muy inteligente para saber que aquello era una amenaza. Una amenaza disfrazada de trivialidad.
"No intentes pasarte de listo. ¿Quieres terminar así tú también?"
Draco hizo como que no notó nada extraño.
—Sí —respondió, arrastrando las palabras—: Una lástima.
Era una vil mentira. Jamás había lamentado su muerte. No iba a empezar a hacerlo ahora.
Rodolphus se le quedó viendo un rato, y Draco no volvió a detectar que intentase ingresar a su mente, incluso cuando no apartó la mirada. No le tenía miedo. Una vez más, había dejado de tenerle miedo a muchas cosas bastante tiempo atrás.
Rodolphus pasó una mano por el sillón en el que estaba sentado, y Draco miró de forma indiferente cómo se levantaba de su lugar, comenzando a caminar por el cuarto mientras examinaba lo que veía.
—Bueno —anunció éste cuando sus dedos se posaron en una foto de su familia, cosa que hizo a Draco querer arrancarle el brazo—. Será mejor que me vaya.
Él asintió, haciéndose a un lado para mostrarle la puerta.
—Adiós, Lestrange.
Rodolphus caminó hasta donde estaba. Se puso en frente de Draco, haciendo que este tratara de no arrugar la nariz ante su aliento pestilente.
—Ten cuidado, joven Malfoy —escupió, y antes de que pudiera procesar la oración, se había marchado.
Draco se quedó inmóvil en su lugar.
Es que estaba claro.
No confiaba en él.
Rodeó el salón y se dejó caer en una de las sillas individuales, repasando la conversación obsesivamente en su cabeza.
¿Por qué razón le dejarían esa misión a él, cuando el mismo Rodolphus había dejado en claro que no era su fuerte?, ¿que no esperaban que lo hiciera bien? Además, lo había amenazado. Y había tratado de leerlo. No confiaban en él. Algunos debían tener la sospecha de que probablemente Draco estuviera enterado acerca de Narcissa…
¿Por qué entonces?
La respuesta era algo obvia.
Querían que Draco los traicionara. No se le ocurría de otra. Si él revelaba la posición de los Mortífagos para el Día de la Victoria, si a la Orden se le hacía extremadamente fácil penetrar sus fuerzas, si los hacía excesivamente débiles… sabrían que él era un traidor. Es que era perfecto. Si tan solo no hubieran enviado a alguien tan imbécil a probarlo...
Draco estudió la información que acababa de recibir, concluyendo que debía hacer la formación y el plan más extraordinario que el Señor Tenebroso hubiese visto, dentro de una semana más. Necesitaba que tuviera plena confianza en él. Draco en ocho años jamás le había mostrado deslealtad, y debía usarlo a su favor. Estaba seguro de que podía darle puntos débiles a la Orden, y al mismo tiempo, hacer un trabajo asombroso.
Y por eso, no iba a centrarse en las debilidades de su formación.
Quizás ellos no habían contado con el hecho de que Draco tendría conocimiento de las formaciones del Nobilium y el Electis también.
Los Aurores y los Mortífagos probablemente protegerían los alrededores del patio de Hogwarts, pero el Nobilium y el Electis estarían en el meollo de todo, cerca de las figuras más importantes. Y si la Orden era capaz de vencer las filas que Draco creara, solos, sin su ayuda… él podía ayudarlos a traspasar a los demás para llegar a Rookwood.
Y eso haría.
•••
Demoró dos días en ir a conversarlo con la Orden.
Theo y él se Aparecieron desde la Mansión del primero, muy a pesar de la irritación que Draco sentía al saber que Theo era su única forma de llegar a la base. Le gustaría poder tener un poco más de libertad.
El plan inicial era hablar con Potter, pero para cuando entraron a la Mansión McGonagall, la persona que se encontró en el Salón Principal fue al Auror Kingsley Shacklebolt, quien ojeaba un libro de una de las estanterías. Hasta ese punto, a Draco no se le había ocurrido que debía haber más gente que Potter ahí, más experimentada y con muchísima más autoridad. Y, mientras Theo lo dejaba solo para irse a vaya a saber dónde, Draco lo observó.
El hombre era robusto, alto, y a pesar de que en esos años también había envejecido más de lo que normalmente un mago haría, en él no se veía como una debilidad. Tenía un libro en una mano, y, donde se suponía que debía estar la otra, lo único que había en su lugar era una prótesis de madera, poco funcional y probablemente incómoda.
Draco se aclaró la garganta.
—Kingsley Shacklebolt.
Shacklebolt despegó los ojos de su lectura para posarlos en él, analíticos, pero no completamente fríos.
—Draco Malfoy. —Asintió.
Draco cruzó las manos por detrás de la espalda y subió la barbilla, dispuesto a darle las noticias a él. Cualquier cosa era mejor que Potter, y seguramente serviría mucho más que un hombre como Kingsley las recibiera, en vez de ese inepto.
—Tengo noticias, para el plan que tienen —comenzó a decir con calma—. El de secuestrar al ministro.
Ninguna emoción reconocible cruzó la cara de Shacklebolt, el cual continuaba estudiándolo, decidiendo, tal como el resto, que tan de fiar era Draco Malfoy. Uno de los hombres más cercanos a Voldemort.
Kingsley cerró el libro.
—Adelante —gesticuló, con su prótesis de madera.
Draco tomó aire, y le contó su conversación con Rodolphus a detalle.
Kingsley escuchó con atención y paciencia, acción que, de toda la gente que se había encontrado allí, solo recibió de Astoria. Sin interrupciones. Sin pausas. Sin cuestionamientos.
—Pero no creo que yo pueda serle de mucha ayuda —finalizó Draco al cabo de unos minutos—. No más que para revelar el resto de posiciones. No puedo sabotear la mía.
Shacklebolt meditó sus palabras, balanceando la cabeza un par de veces.
—Es más que suficiente.
Aparentemente, el hombre también era la única persona que no lo observaba con asco. Solo indiferencia. Como si Draco verdaderamente fuera un espía más.
Lo más seguro era que desconfiara de él, pero en vez de hacer acusaciones tan estúpidas y directas como el resto, Shacklebolt se limitaba a observar, y cuando llegara el momento, probablemente atacaría.
No era un Gryffindor. Eso era seguro.
Draco asintió ante sus palabras, sintiéndose algo menos pesado. Buscando distracciones.
—¿Astoria Greengrass, está? —preguntó entonces. El hombre negó.
—No. Pero tu amigo debe estar por aquí —le dijo, colocando el libro en su lugar y avanzando hacia el pasillo, fuera de la habitación—. Ven.
Draco obedeció.
Theo se encontraba al borde de la escalera, una vez más junto a nada más ni nada menos que Lovegood, ambos conversando en voz baja y viéndose directamente a los ojos.
Puaj.
—Theo —llamó Draco, preguntándose hasta cuándo interrumpiría esos momentos.
—Draco —respondió él, levantando la mirada.
Se separó un poco de la chica, mientras Kingsley y Draco intercambiaban una reverencia cortés, y el hombre desaparecía hacia la parte posterior de la mansión. Draco lo observó irse por unos momentos, mirando cómo pasaba entre Minerva McGonagall y Madam Pomfrey quienes caminaban y conversaban secretamente tomadas del brazo.
Y entonces luego de perderlo de vista, se fijó en Lunática.
—Lovegood —saludó Draco escuetamente, pero ella solo lo miró.
Sin prestarle más atención a aquello, desvió sus ojos a Theo, que observaba la interacción como si estudiara la posibilidad de que Draco pudiera ser una potencial amenaza para Luna. Casi le hizo poner la mirada en blanco.
—¿Nos vamos? —preguntó en dirección a él tensamente. Theo negó.
—Me quedaré a entrenar.
Draco no sabía que su amigo entrenaba ahí- no tenía idea de que la Orden lo hiciera en primer lugar, pero tenía sentido. Potter le había dicho que Draco no sabía de lo que eran capaces, y quizás era a eso a lo que se refería. Durante ocho años, un montón de magia avanzada y experimentada en duelos podía aprenderse.
—Deberías unirte —sugirió Theo, sacándolo de sus pensamientos. Draco casi rio.
—No creo que les haga mucha gracia.
—Da igual si les da gracia o no —replicó encogiéndose de hombros. Luego calló unos segundos, inclinándose hacia él—. Draco, ¿tienes idea de lo que va a sucederle al mundo mágico cuando secuestren a Rookwood?
El aludido juntó sus cejas, viendo a Theo directamente a los ojos. Hasta ese momento, no, no había pensado en lo que significaría que Rookwood fuera capturado.
Que él tendría la posibilidad de hacerle pagar, por supuesto.
—Sabes lo que representa perder a un ministro —instó Theo nuevamente—. Sabes que en la Segunda Guerra el Ministerio cayó gracias a ello.
Draco comprendió a qué se refería entonces. Sin el cabecilla al mando, Rookwood, de los pocos Mortífagos que desde siempre tuvieron muchísimas influencias… era como perder a uno de los símbolos de poder de ese gobierno. Era un símbolo de debilidad. Era una rebelión abierta. Algo grave se instaló en su estómago.
—Suenas muy seguro de que van a tener éxito —murmuró Draco, y Theo enarcó una ceja.
—No hay opción. O lo logramos. O lo logramos.
"Lo logramos". Theo hablaba como si fuera parte de ellos. Como si fueran uno solo. A Draco a veces se le olvidaba que había hecho un Juramento Inquebrantable, y que su vida les pertenecía más que la del mismo Theodore.
—¿Y? —insistió—. ¿Qué tiene que ver esto con ese entrenamiento mediocre?
Theo bufó, poniendo un brazo encima de los hombros de Luna, quien se apegó al castaño. Draco no pudo evitar rodar los ojos esa vez.
—¿Hace cuánto que no peleas?, ¿seis? ¿siete años?, ¿más? —Joder, Draco esperaba no tener que volver a luchar en su puta vida—. Necesitas prepararte.
A pesar de no quererlo, se le quedó mirando, reconociendo que quizás tenía razón.
Draco nunca se había caracterizado por ser un buen duelista, a pesar de que durante ese tiempo tuvo que aprender a hacerlo, en caso de que alguien quisiera propasarse con él. Pero no era lo mismo que estar en un campo de batalla. Y sin importar de qué lado estuviera, necesitaría poder batirse a duelo y salir victorioso. Suponía que no todas las maldiciones de tortura que había inventado servirían en un cara a cara.
Lovegood entonces miró un reloj al final de la escalera, en el segundo piso, y tiró la manga de Theo, anunciando así que ya habían empezado.
Draco lo meditó. Por una parte, era útil. Por otra, tendría que aguantar a todos los Gryffindor metidos allí queriendo arrancarle los ojos.
Theo lo veía de forma expectante.
—Está bien —contestó Draco, sabiendo que causaría la irritación de más de uno—. Miraré.
Su amigo sonrió, y comenzó a caminar con Lovegood a su lado por el pasillo que daba a la parte trasera de la mansión. Cuando llegaron a la puerta del cuarto que utilizarían, Draco no pudo evitar notar que era la que daba a la sala en la que Potter y él habían conversado semanas antes. Y solo cuando Luna empujó la madera, fue realmente consciente de que lo iba a ver.
A Potter, y al resto de personas que lo odiaban y culpaban de muchas muertes.
No era una buena idea.
Los hechizos que la gente se propinaba saltaban de un lugar a otro, rebotando en las paredes y aterrizando en el suelo, u otras veces en su víctima. No era un entrenamiento como cualquiera que Draco hubiese visto antes, ese no estaba hecho con intenciones de no dañarse. Estaba hecho para asemejarse a una batalla verdadera, en la que solo un reflejo rápido evitaría que te rebanen el cuello.
Theo y Luna encontraron sus puestos rápidamente, al mismo tiempo en que Draco cerraba la puerta y se quedaba apoyado ahí, observando cómo alguien era herido y los medimagos puestos en uno de los rincones de la habitación corrían a socorrerlo, tal cual sucedería en una lucha de verdad. Sus ojos se pasearon por todos y cada uno. Eran aproximadamente cincuenta personas, y estaban puestos en pareja, aunque a veces había grupos enfrentándose de dos a uno. Draco detalló cómo la mayoría era gente que él no reconocía, y muy, muy pocos, traidores.
Su mirada vagó por unas cabezas rojas, que aparentemente no habían notado su presencia, y, cuando ya estabas por finalizar su recorrido, fue a parar al final de la sala.
Potter estaba ahí.
Draco lo observó con detenimiento.
Era el único que no peleaba con varita. No todo el tiempo, al menos. En ese momento, había sido desarmado por un rival al que Draco no podía verle la cara, pero que le resultaba extrañamente familiar. Potter conjuró un escudo protector con un movimiento de mano, haciendo rebotar la maldición que se dirigía a él, mientras atraía su varita con la otra. Draco se preguntaba por qué en tanto tiempo no había pasado a usar otra que no fuera la que solía ser suya. ¿Le funcionaría bien?, ¿le respondería como propia? No entendía cómo aquello podía ser posible, porque Potter nunca lo había desarmado con todas las de la ley aquel día.
Potter apuntó el instrumento a su rival entonces, haciendo que el mago cayera hacia atrás con fuerza.
—Malfoy.
Draco despegó su vista del espectáculo para girarse a la voz que lo había llamado, sólo para encontrar que Ron Weasley estaba parado a un metro de él.
—Weasley.
Draco se dedicó a ver sus facciones. Su rostro se endureció con el paso de los años, su cabello estaba rapado al cráneo, y, tal como había visto la noche que lo interrogaron, sus brazos estaban llenos de cicatrices, la mirada firme como el acero.
—No creas que me engañas —murmuró Weasley entonces—, que tus intenciones son las que dices tener. Yo no soy estúpido.
Draco levantó una ceja, no entendiendo cómo esa información podía ser de su interés, o por qué motivo todos los Gryffindor se encargaban de ponerle en aviso sobre sus pensamientos.
—Oh, déjame decirte que no es lo que parece.
El pelirrojo apretó el agarre de la varita en su mano hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Draco bajó la mirada brevemente hacia ella.
—¿Qué, me vas a maldecir Weasley? —se burló, retornando la mirada a su rostro—. ¿Ya no eres la puta de Potter? ¿No esperas a que él te dé las órdenes para actuar?
Los orificios de la nariz de Weasley se ensancharon, la punta de sus orejas tiñéndose de rojo.
—Recuerdo como a ti te hubiera encantado ser su puta, ¿no? —replicó, en voz baja—. Le hiciste la vida imposible porque no quiso ser tu amigo. Porque nadie querría acercarse a un metro de ti.
Draco se llevó una mano al pecho.
—Me rompes el corazón, Weasley —dijo, negando—. Quizás deberías seguir tu propio consejo, y no acercarte a mí. Dicen por ahí que cada vez que un Weasley se acerca a un Mortífago, acaba muerto. —Draco sonrió—. Pero no te preocupes, aún quedarían cinco más de repuesto. Es más de lo que tu clase se merece.
En menos de un segundo, la varita del pelirrojo estaba en su garganta. Draco apenas se inmutó.
—Eres una plasta. Eres de la peor mierda que ha nacido alguna vez, ¿lo sabías? —siseó Weasley, enterrando el objeto en su piel—. Apuesto a que tu mamá estuvo agradecida cuando murió, para así nunca tener que ver tu cara asquerosa de nuevo.
Draco sacó la varita al escucharlo también, y la dirigió al mismo lugar en que Weasley tenía la suya. Apretó los dientes, agarrando al pelirrojo del cuello de su camiseta. Muy en el fondo le divertía la situación. Lo que no le divertía era que Weasley pensara que podría decirle lo que quisiera sin tener consecuencias.
—Eso es, Weasley. Adelante. Hechizame —lo retó, sintiendo el enojo acumulado en su sistema, pidiendo salir—. ¿En quién piensas cuando me ves?, ¿en tu hermano pobretón?, ¿tienes idea de qué hicieron con su cadáver? Creo que te encantará oírlo.
Los ojos azules de Weasley se transformaron en rejillas, y su respiración ya acelerada se agitó aún más al oír su tono burlesco.
—O en tu hermanita —agregó Draco con una sonrisa maliciosa, recordando la muerte de la Comadreja menor—. Apuesto a que hizo los sonidos más encantadores cuando murió. Seguro que pidió por su vida. Habría pagado por verla gritar.
Weasley tembló de la pura rabia, y zarandeó a Draco, agarrándolo de la túnica también.
—Eres un hijo de puta —escupió. Draco volvió a sonreír.
—Toma a uno reconocer a otro.
Weasley gruñó, y cuando ambos al fin se iban a poner a pelear a… –puñetazos, maldiciones, lo que fuera– una voz los detuvo.
—Ron.
Draco se tensó al escucharlo, pero no soltó a Weasley. Tenía ganas de partirle la cara. A quien fuera.
—Potter llegó a salvar el día —murmuró por lo bajo, solo para que el pelirrojo escuchara—. Sabía que seguías siendo su puta.
Aparentemente el jodido salvador lo había escuchado también, poniendo una mano firme encima del pecho de Weasley.
—Ron —volvió a llamar, aunque los ojos del tipo no se despegaron de los de Draco—. Lo está diciendo para provocarte, ¿no lo ves?
Weasley hizo un ruido enojado.
—Déjame golpearlo.
—Ay, le pide permiso y todo —se mofó Draco de nuevo—, qué ternura.
—Malfoy —gruñó Potter, dirigiéndose entonces—. Cierra la puta boca.
Draco lo miró con una ceja arriba.
—Oblígame.
Potter soltó una respiración frustrada y se giró a su amigo de nuevo, ignorando su presencia.
—Ron —le dijo, con tranquilidad—. Sabes que me importa una mierda que le desfigures la cara al imbécil, pero ahora estamos en medio de un entrenamiento. La gente se va a alborotar y-
Potter se interrumpió a sí mismo, y Draco aprovechó para dar una mirada alrededor. Pocos se habían detenido por completo, pero la mayoría los estaba mirando, con ojos juzgadores y aprensivos.
—Queramos o no —continuó Potter—, tienen que confiar en él.
— Yo no confío en él —espetó Weasley de vuelta.
—No te pido que lo hagas. Solo que recuerdes que el día que nos traicione, morirá.
Ah, qué buen momento para recordar que su vida estaba hecha para servirle a él.
"¿Juras que tu lealtad completa y absoluta me pertenece desde este día, hasta el momento de tu muerte, Draco Malfoy?"
—Ojalá lo hiciera antes —contestó Weasley con veneno. Draco sollozó falsamente.
—Merlín, estoy llorando.
Ambos lo ignoraron.
—Déjamelo a mí —pidió Potter, con voz autoritaria.
Weasley lo consideró, y, mientras los hombres compartían una charla silenciosa, el agarre del pelirrojo en su ropa fue menguando hasta desaparecer.
Draco se sintió decepcionado. Le habría encantado maldecirle el culo a Weasley, por los viejos tiempos, pero si podía reemplazarlo por hacer sufrir a Potter, no se iba a quejar.
Weasley se alejó dando un paso atrás, haciendo que su propio agarre se aflojara, y entonces escupió a los pies de Draco como el animal que era. Draco lo limpió sin apenas pensarlo, volviendo a su usual pose de aburrimiento.
—Malfoy —espetó Potter en ese momento, girándose a él a medida que Weasley comenzaba a perderse entre la multitud, quienes volvía a sus asuntos—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Theo me dijo que me vendría bien unirme —respondió Draco.
—Theo- —Potter se interrumpió a sí mismo una vez más, negando con la cabeza. Entonces, agregó apuntando con la barbilla hacia el final de la sala—: Haz algo útil entonces. Pelea conmigo.
Draco resopló.
—Ni hablar.
—¿Te da miedo? —preguntó él con sorna.
—Esto es estúpido.
—Ah, Malfoy —dijo Potter como si lo lamentara—. Creí que después de tantos años habías dejado de ser un cobarde. —Lo miró de arriba a abajo, con desagrado—. Me equivoqué.
Draco sintió como cada músculo de su cuerpo se ponía rígido.
—Sabes que te dejaré bueno para nada —continuó Potter al ver su reacción.
—¿Es esta una forma de hacerme una propuesta indecente? —se burló Draco, poniendo un tono exageradamente lascivo—. Porque déjame decirte que no estoy interesado.
Potter sonrió con amargura, dando media vuelta y caminando hacia el final de la sala.
Draco lo siguió de forma inconsciente.
Siempre había sido así, era algo casi natural.
La gente lo miraba cuando pasaba. Algunos con asco. Otros, con miedo, rehuyendo a su ojos y haciéndose más pequeños en su lugar. Había bastantes adolescentes, gente que probablemente pudo huir de Hogwarts. Sabían quién era. Sabían lo que pasaba cuando Draco decidía que no valía la pena que estuvieran a salvo.
—Bien —dijo Potter hacia él, parándose un pelo más alejado que el resto—. Dame lo mejor que tienes.
Draco evitó un halo de luz rojo que le pasó rozando la oreja desde otro lugar, sacando su varita, y comenzó a maldecirlo.
Potter evitó cada hechizo con maestría, conjurando Protegos y re-dirigiéndolos a Draco. Que, a su vez, hacía exactamente lo mismo. No conocía demasiadas maldiciones inofensivas y rápidas que utilizar, por lo que al menos en ese duelo estaba en desventaja. La mayoría de lo que le venían a la mente, eran hechizos que harían que Potter se pudriera desde adentro hacia afuera si le acertaba. Que, a pesar de parecer un prospecto atractivo, no le era posible ejecutar.
El moreno dirigió una maldición de la punta de su varita en dirección a Draco, quien se concentró en esquivarla, echándose hacia un costado. Pero, sin que Draco lo esperara, en ese momento Potter movió su mano libre, enviando un conjuro punzante hacia la mejilla de Draco, cortando su piel lo suficientemente profundo como para que le doliera.
Él nunca había visto algo como eso. ¿Usar magia con varita, y no verbal y sin varita, a la vez?
Frunciendo el ceño, se apuntó a sí mismo, curándose el corte antes de que pudiera dejar una cicatriz. De esas ya tenía suficientes. Gracias.
—No aguantas ni una herida. Ni cinco segundos pasaron antes de que corrieras a curarte —apuntó Potter con socarronería, respirando agitadamente.
—Es algo automático para este punto —replicó Draco, sin parpadear ante lo satisfecho que Potter sonaba por haberlo pillado con la guardia baja—. Después de lo que me han hecho.
Bueno, ahora se lo estaba cobrando.
Sabía que eso, por unos segundos, haría que Potter bajara las defensas, por lo que lo apuntó, maldiciéndolo sin dudar.
Potter cayó al suelo con sorpresa, botando su varita en el proceso, a medida que se retorcía al sentir los efectos del conjuro. Era más leve que una Cruciatus, pero seguía siendo dolorosa. Algo parecido a experimentar cuchillas enterrándose sin parar en cada centímetro de su piel.
Draco se acercó a él, notando cómo el moreno trataba de combatirla, doblándose y queriendo atrapar su varita. Entonces, el rubio la detuvo, poniendo en ese instante su pie encima de la muñeca de Potter, apenas haciendo presión en ella.
Potter respiraba artificialmente, sus ojos verdes feroces brillaban de furia al mirarlo. Draco aumentó la presión en su muñeca.
—No jugaste limpio —le dijo él con resentimiento.
No sabía si se refería a la maldición, o la forma en la que lo había alcanzado.
—Claro —ironizó Draco—, porque soy muy decente, ¿verdad?
Por fin, quitó el zapato de encima del hombre y retrocedió unos pasos, esperando a que se levantara, cosa que Potter no demoró en hacer.
Una vez de pie, no perdió el tiempo al asestarle una maldición que no dio en su blanco, rebotando en una de las paredes e hiriendo a otra persona. Curiosamente, a Potter no le pareció importar ese hecho. Su mirada se dirigió brevemente al afectado, aunque no hizo ademán de desear acercarse o disculparse incansablemente por haberlo herido. Aquello confundió a Draco.
Pero antes de que pudiera procesar lo que acababa de suceder, su actitud, Potter volvió a disparar diferentes hechizos en su dirección, y el Draco tuvo mucho más cuidado esta vez.
Él sabía que en el campo de batalla, la mayoría del tiempo se peleaba a hechizos, pero estaba claro que la resistencia y fuerza física en determinados momentos también podría ser clave. Sin embargo, al menos en esa sesión, no se discutieron formas de batallar cuerpo a cuerpo, y Draco no sabía cómo sentirse frente a eso. Le habría gustado. Después de todo, aunque ambos siempre habían sido delgados, en esos momentos podrían igualarse en fuerza bruta.
Luego de que Draco esquivara y devolviera cada maldición que Potter enviaba en su dirección, éste comenzó a irritarse, y antes de que Draco pudiera comprender qué estaba pasando, el escudo protector que mantenía se rompió, y el Desmaius que Potter había conjurado le dio de lleno en el pecho.
Fueron apenas unos segundos de inconsciencia, porque Potter lo reanimó al instante. Y para cuando Draco abrió los ojos, el moreno sostenía su varita y la de Draco entre sus manos, y tenía el pie encima de su pecho.
Draco lo miró con odio desde abajo, sintiendo su cuerpo adolorido. La presión de la bota de Potter aumentó, imitando lo mismo que él le había hecho en su muñeca. Draco agarró el tobillo en ese momento, comenzando a alejarlo de sí con toda la brusquedad que podía, batallando con la voluntad de Potter que claramente quería ganarle de esa manera.
Y entonces:
—Señor Malfoy.
Draco soltó el pie de Potter para dirigirse a la voz.
Minerva McGonagall, con la mitad de su cara vendada, se encontraba parada a menos de un metro de ambos, observándolo a él y solo a él.
Potter retiró el pie de su pecho.
—Pelee conmigo —dijo McGonagall, y se giró, sabiendo que no era una petición sino una orden.
Draco frunció el ceño, levantándose del piso, y miró brevemente a Potter que parecía tan perdido como él mientras le devolvía su varita; sus ojos verdes estaban clavados en la espalda de la mujer.
No estaba acostumbrado a ser ordenado. De hecho, no lo permitía a menos que fuera necesario, y Minerva McGonagall nunca le había caído bien, pero de todas formas caminó hacia ella. Era más que obvio que tenía algo que decir.
Sin dedicarle un segundo más de su atención a Potter, Draco se colocó frente a su ex profesora, reconociéndola en ese instante como la mujer que estuvo presente en el interrogatorio, a la cual le faltaba un ojo. Mas antes de que pudiera ahondar más en esa revelación, un hechizo pasó rozando su cuello, y decidió concentrarse en no ser alcanzado por él.
McGonagall era más rápida que Potter, y aunque ambos parecían estarse desquitando, ella no hacía amagos de querer una pelea limpia. Disparaba maldiciones sin detenerse, con su cara transformada en una piedra.
—Vamos a secuestrar a su querido ministro de magia en menos de una semana —dijo ella, avanzando, a medida que hacía a Draco retroceder, para evitar que los hechizos impactaran en él—. Espero que esté consciente de lo que eso significa.
Draco no respondió, tratando de esquivar sus ataques.
No era posible.
Ese tipo de pelea estaba a años luz de lo que él podía hacer.
McGonagall lo desarmó entonces, y llegó hasta él, poniéndole la varita en su cuello, antes de que Draco pudiera agacharse a recoger la suya.
—Usted tiene que hacer lo que esté en sus manos para que tengamos éxito —le ordenó, con la voz cortante como un cuchillo—. Me da igual si muere en el proceso. Me da igual si lo descubren.
La varita se enterró con más brusquedad en el costado de su cuello, mientras Draco intentaba llamar su instrumento con magia no verbal. Ese día podría haber marcado un récord. Desde hacía años que más de una persona levantaba una varita en su dirección con la intención de amenazarlo en solo un par de minutos. Poca gente era tan tonta.
—Nos lo debe —prosiguió McGonagall, apretando los dientes—. Se lo debe a la gente que ha muerto.
Él no demostró ninguna expresión, aún tratando de convocar su varita.
—Con todo respeto, profesora —contestó Draco, arrastrando las palabras—, no me podría importar menos que un pedazo de mierda, toda la gente que ha muerto.
Lo único que anticipó lo que iba a suceder a continuación, fue el sonido bajo que Mcgonagall hizo desde el fondo de su garganta.
Y luego se estaba ahogando.
Draco se llevó una mano hasta el cuello, sintiendo cómo el aire comenzaba a abandonar sus pulmones y su garganta se empezaba a cerrar. Reconoció vagamente los efectos de la maldición. Él la había creado.
—Hará bien en recordar este momento, señor Malfoy —dijo ella, bajando más y más la voz—. Cuando la guerra le quite todo. Cuando le quite absolutamente todo- todo lo que tiene, todo lo que es, todas las personas que quiere. Cuando no deje más que un cuerpo lleno de malas memorias y un río de sangre… —Draco trató de librarse, sintiendo cómo la presión en su rostro aumentaba a medida que daba bocanadas de aire—. Recordará este momento, y se arrepentirá.
El rubio se dejó caer de rodillas, tanteando incansablemente el suelo mientras buscaba su varita. Una mano aún estaba agarrando su cuello.
—Y yo observaré.
McGonagall cortó la maldición.
Draco tomó una respiración honda, sintiendo nuevamente el aire fluir por sus pulmones. La mano que descansaba en el suelo encontró al fin su varita, y para cuando se giró para devolverle a la cabrona lo que le había hecho, Minerva Mcgonagall ya se había perdido entre la multitud.
Draco tosió, dándose cuenta de que nuevamente aquel mundo había transformado a otra persona. La mujer que él conocía y recordaba jamás le habría puesto la mano encima a un alumno.
Pero él ya no era uno, y McGonagall ya no era esa mujer.
Sintiendo un par de miradas encima de él, Draco se levantó de su lugar y caminó hasta la puerta, acariciando la zona de su garganta aún. La abrió, sintiendo el aire más fresco golpear su piel mientras avanzaba por el pasillo, buscando la salida del lugar.
—Malfoy.
Draco soltó un sonido de frustración, girándose a mitad de camino.
—¿Qué mierda quieres ahora, Potter? —exclamó, sintiendo la cólera asentarse. Aquello había sido una pésima idea.
Potter se le quedó mirando unos segundos sin decir una palabra, y Draco hizo un esfuerzo inhumano para no golpearlo. Éste lo apuntó con la barbilla.
—Tus recuerdos.
Draco suspiró, cerrando los ojos y contando hasta diez, apoyándose en la pared.
Si se lo preguntaran, Draco nunca querría ser despojado de sus recuerdos voluntariamente. Prefería eso- la ira, la rabia, las ganas de asesinar a alguien todo el tiempo, a la contraparte que esa solución le ofrecía. Pero si en ese momento no deseaba que Potter le hiciese un Obliviate, no tenía que ver con esa razón.
Sin sus recuerdos no podría ayudarlos el Día de la Victoria.
—No —respondió.
—¿No?
Draco abrió los ojos.
—Ya los conservé la última vez que estuve aquí —le recordó, y Potter frunció el ceño, claramente no acordándose de esa última vez—. El Señor Tenebroso está tan ocupado que no se molestará en ver mi mente, por ahora. Y si algo sucede en la misión que tienen, mejor que recuerde que los debo ayudar.
—Está bien.
Draco se le quedó mirando. Estaba anocheciendo, e incluso a la distancia, los ojos de Potter brillaban. Era desesperante.
—Bien —repitió el hombre, asintiendo una sola vez—. Adiós, supongo.
Draco aún no respondió, observándolo. Quería decir tantas cosas. Quería preguntar. Quería saber qué le había llevado a decirle que Andrómeda seguía viva. Preguntarle- no lo sabía-
—Potter —dijo, sin poder detenerse.
El moreno alzó sus cejas.
—Deberíamos pelear otro día —continuó, a falta de cosas que decir—. Sin tantas restricciones.
Potter resopló.
—¿Para qué? ¿Para que te gane?
—Para tener una excusa para hacerte sufrir.
Potter entrecerró los ojos, posando una mano en su barbilla.
—Qué sádico Malfoy, me asustas.
—Te ves determinado a subestimarme, Potter. Pero puedo ver en tus ojos… sé cómo me miras. —Bajó la voz—. Sé que tienes miedo.
Potter lo retaba. Lo desafiaba. Pero a Draco no le engañaba la manera en la que a veces sentía que lo observaba. Draco sabía que, en múltiples ocasiones, cuando Potter lo miraba, veía al torturador. Veía al hombre responsable del sufrimiento de cientos y cientos de personas. Potter alzó las cejas.
—¿Miedo? —preguntó.
Potter movió la mano, y cuando Draco iba a responder, notó que el hombre había sellado sus labios con magia no verbal y sin varita. Se acercó a él a zancadas, poniéndose a unos cuantos centímetros, los ojos quemando contra los suyos.
—No te tengo miedo, Malfoy. Puedo reconocer que eres peligroso. Puedo reconocer que eres letal. Puedo reconocer que entiendo por qué la gente tiembla al verte —murmuró, paseando su mirada por cada rasgo de Draco—. Puedo incluso respetar eso, aunque me asquee.
El rubio se liberó del hechizo, sacando la varita desde su bolsillo y sintiendo que otra vez podía hablar. Bueno, el asco era palpable en la voz de Potter, en todo caso. No mentía.
—Pero no te equivoques —siguió, en el mismo tono bajo y resonante—. No te tengo miedo.
Draco entrecerró los ojos también, evaluando a Potter. No recordaba que hubiera sido tan poderoso en Hogwarts, y a pesar de que ya había sentido cuando se reencontraron que su magia había aumentado en potencia, no pensó cuánto. En menos de una hora, lo vio performar magia no verbal y sin varita, no solo una vez. Penetró un escudo especialmente fuerte, y la vibración mágica que producía, aumentaba de forma escandalosa cuando se enojaba.
—Lo único que siento por ti… —continuó él, acercándose un poco más, sin ser consciente de los pensamientos de Draco—. Es desprecio.
Draco se lamió los labios.
—Me alegra saber que es recíproco.
Se miraron el uno al otro, como siempre hacían, como si de esa forma alguno de los dos le ganaría al otro una pelea no dicha. Pero Draco se giró, dispuesto a acabar ese día de mierda.
Aunque-
—Es curioso, Potter —comenzó a decir, volteándose parcialmente de nuevo—. En un momento me odias. En el otro, no soy más importante que una cucaracha. En otro, te confundo. Y ahora solo me desprecias.
Draco guardó su varita en el bolsillo, demostrando así que no le tenía miedo tampoco.
—Creo que ocupo demasiado esa cabecita, dime… —También bajó la voz, al mismo tiempo que enarcaba una ceja—. ¿Acaso lo que te molesta es que mis manos sí estén limpias?
Potter retrocedió un paso, poniéndose pálido, y Draco supo que hasta ese minuto, el moreno no había parado a pensar en eso.
—No del todo, por supuesto. He hecho muchas cosas. He estado en el bando "maligno", tú sabes de qué hablo. Pero jamás he matado a nadie. —Draco subió las comisuras de sus labios—. Dime, ¿es eso lo que no entiendes?, ¿es eso lo que te confunde?, ¿lo que te enerva? ¿Que yo sí pueda decir que estoy libre de ese pecado?
Potter seguía paralizado en el mismo lugar que antes, y Draco se inclinó, quedando a unos treinta centímetros de su cara.
—¿A cuántos has matado tú, Potter? —susurró, deleitándose con cómo la expresión del hombre cambiaba a un enojo frío—. ¿A cuánta gente has hecho sufrir?, ¿a cuántos has torturado? ¿De verdad crees que eres mejor que yo?
Potter encajó la mandíbula, la línea marcándose como un filo.
—Yo no me enorgullezco.
—Yo sí.
Estás diciendo la verdad. Estás diciendo la verdad. Estás diciendo la verdad.
Draco se enderezó, colocando nuevamente esa máscara en blanco en su rostro.
—Quizás esa sea nuestra única diferencia, después de todo.
—Realmente eres un cabrón.
Draco asintió, girándose sin dejar de mirarlo.
—Durante estos días enviaré una lechuza a Theo con las posiciones de defensa para la ceremonia —anunció, perdiéndose otra vez hacia la parte delantera de la Mansión.
Potter no respondió. Draco podía sentir el toque de su magia en su piel. El cosquilleo. La vergüenza y la furia.
—Adiós, Potter —exclamó Draco con falsa alegría—. No mueras.
Y con eso, salió de su vista.
