TW: Gore. Muertes gráficas.

•••

El Día de la Victoria se celebró, como de costumbre, el 2 de mayo del año 2006.

La Orden se preparó toda la última semana de abril guiados por las posiciones de los Mortífagos que Malfoy había enviado a través de Theo (donde, obviamente, no había incluido las suyas), y Kingsley junto a Gawain Robards, Mcgonagall, Ron y él, se encargaron de estudiarlas de forma casi obsesiva. Una y otra vez. Hasta que se les ocurrió el plan que iban a llevar a cabo.

Y ahí estaban.

Ingresaron por el Bosque Prohibido, sobrevolándolo para no disturbar a las criaturas que vivían en medio de él, y porque no estaban seguros de que el encantamiento maullido que les alertó a los Mortífagos ocho años atrás que habían llegado a Hogsmeade, hubiese sido retirado. Instalaron tres carpas para los medimagos que estarían atendiendo gente mientras peleaban, y Harry se encargó encarecidamente de aplicar un hechizo desilusionador en ellas, mostrándole a todos cómo reconocer su ubicación al estar "invisibles". El mismo hechizo desilusionador fue conjurado en cada uno de ellos después, mientras se subían a sus escobas.

Harry iba en medio de una fila horizontal, y todos usaban con las máscaras de la Orden. Cuando se alejaron del Bosque, doblaron hacia la izquierda para así quedar al frente de donde se estaba celebrando la ceremonia. Harry sintió un vacío en el estómago al instante que divisó el patio, la entrada de Hogwarts a lo lejos que Voldemort no se había tomado el trabajo, ni la molestia, de reconstruir. Tuvo que pestañear un par de veces para ahuyentar las imágenes de ese día que volvieron a él. El momento en el que todo cambió. Los gritos. Las muertes. Las pérdidas. Neville. Remus. Todos los que murieron peleando en una lucha que no sabían que no podrían ganar.

También, tuvo que hacer lo posible para no recordar que por mucho tiempo, Harry consideró ese castillo su hogar.

El estrado donde Rookwood estaba ubicado hablando se encontraba casi apegado a las puertas de Hogwarts, abiertas de par en par. A unos pasos más allá, reunidos en el centro, había todo tipo de ciudadanos escuchando. Algunos eran alumnos del colegio, (aunque Harry no podría saber si eran nacidos de muggles o sangre puras), y otros eran adultos, niños. De todo. Por lo menos mil personas se encontraban apretujadas, escuchando y reviviendo aquel nefasto día.

Alrededor de la multitud estaban los Mortífagos divididos en tres filas: una horizontal y dos verticales que formaban un semicuadrado. Más allá del mar de gente, resguardando el escenario, estos mismos se encontraban formando algo parecido a un triángulo, con la punta apuntando en la dirección en la que Harry iba. Aquellas eran las posiciones que Malfoy había organizado, ya que él no las reconocía.

Detrás del triángulo de Malfoy había una fila recta, que Harry identificó como los Electis. El resto del Nobilium rodeaba a Rookwood formando un círculo.

Y al lado del ministro, se encontraba Voldemort.

Harry no creía que nadie estuviese prestando atención a lo que Augustus decía. La presencia de Voldemort era lo suficientemente imponente para inspirar terror en las personas y que no quisieran ni respirar cerca de él, pero que tampoco pudieran dejar de dedicarle miradas de reojo; como una fascinación morbosa. En Harry, por el contrario, lo único que le hacía sentir era odio. Un odio tan grande, que pensó que nunca llegaría a sentir por alguien. Ese tipo de odio que le comía las entrañas y le hacía desear que el hombre muriera lenta y dolorosamente. Mientras él miraba, por supuesto.

La tentación de acercarse a Tom y mandar a la mierda el plan, para hacerlo sufrir... era grande; pero Harry no se arriesgaría. Habían llegado tan lejos. Y se iba a encargar que cuando llegara el momento, Voldemort se arrepintiera de haber nacido, y sus esclavos de haberlo seguido.

Era una promesa.

—… Ocho años atrás, la pureza ganó. Ocho años atrás, el destino decidió que la raza superior debía mejorar nuestra especie… —la voz de Rookwood se coló por sus orejas, haciéndolo tensarse de la cabeza a los pies.

Era pura mierda.

Era ridículo.

Harry no le iba a dar la oportunidad a Voldemort de hablar, de que se expresara igual o peor. No lo merecía. Harry actuaría. Actuaría lo más rápido posible.

Se giró, haciendo una seña por detrás de su cabeza, y esperó a que la última persona de la fila silbara para indicar que estaba lista.

Voldemort dio un paso adelante.

Y entonces-

—¡Ahora! —exclamó Harry, con la adrenalina subiendo por la boca de su estómago.

Y el caos se desató.

Él, sin pararse a pensarlo, conjuró el Fuego Maligno hacia la primera fila de Mortífagos. Ellos ni siquiera vieron el fuego acercarse, ardiendo en el acto. La gente se espantó, la ceremonia se cortó abruptamente, y la multitud comenzó a correr desesperada hacia las puertas de Hogwarts.

Harry aprendió a manejar el Fuego Maligno durante todos esos años, aunque nunca había tenido oportunidad de usarlo antes. No a tal escala, mas sabía que podía hacerlo. Debía hacerlo. Tenía claro que si se desataba… destruiría Hogwarts, que a pesar de que en esos momentos no era más que otro símbolo del mundo que Voldemort se encargó de crear, no estaba dentro de sus objetivos.

Era su hogar, además.

Maltratado, profanado y destruido, pero su hogar.

El Fuego emitió un rugido que cortó el aire, y quimeras, dragones y serpientes comenzaron a cobrar vida de él, prendiendo fuego a todo lo que tocaban y llegando a arrojar incluso ladrillos en dirección de los Mortífagos que querían escapar. Al menos, aquello estaba funcionando. Los había obligado a retroceder y abandonar su posición.

Harry, sintiendo la furia guardada en su interior de los últimos ocho años, llamó a su magia, experimentando un cosquilleo recorrerle el vientre; la espina dorsal, las manos, mientras ésta le recordaba todas las cosas fantásticas que podía hacer. Harry sintió las hojas agitarse en el Bosque; a los centauros correr y asomarse por entre los árboles. Sintió el corazón de todos los presentes, sus latidos desenfrenados, y la magia se agitó feliz por sus venas, poseyendo sus sentidos. Podía quemarlos a todos si quería, a todas y cada una de las personas que se encontraban allí. Era capaz de provocar que el infierno bajara a la tierra y terminara el trabajo que Voldemort inició. Era capaz de hacerlos sufrir. Solo porque podía. Porque tenía la habilidad de hacerlo.

Apretando los dientes, luchó para controlar el Fuego y sus instintos, a medida que, de reojo percibía cómo Voldemort ya había reaccionado y trataba de apagarlo. Harry no se dejó amedrentar, y, mientras el fuego se expandía, quemando así a más gente, lo transformó en un dragón colosal, que rugía y avanzaba lentamente hacia los Mortífagos asustados.

Los civiles comenzaron a intentar abrir las puertas del castillo a la fuerza, desesperados, pero los inútiles de los seguidores de Voldemort se lo impedían, pensando que así la Orden se contendría un poco más al comenzar a atacarlos.

Pero no fue así.

—¡Ahora! —repitió Harry, sabiendo que a menos que quisiera quemar a toda esa gente inocente, no podría seguir manteniendo el Fuego Maldito bajo control.

Por lo que, cuando la fila se dejó al descubierto frente a ojos enemigos, Harry cortó el conjuro abruptamente.

Y comenzó a atacar.

Ni siquiera pudo pensar o aliviarse porque aquello hubiera funcionado, cuando estuvo planeado tan a la desesperada. Lo importante era que lo hizo, y que ahora debía concentrarse en que el resto saliera bien. Que todo saliera bien.

Harry apretó la varita, disparando su maldición predilecta a un Mortífago que trató de darle con un Avada, y comenzó a volar hacia arriba para evitar toparse con más maldiciones. Al menos de momento.

Voldemort merodeaba a sus alrededores, también en el aire, tratando de matarlos y riéndose de lo pocos y "patéticos" que eran. Pero Harry y el resto lo esquivaban, concentrados en bajar la cantidad de Mortífagos al máximo, en vez de atinarle a él en específico.

Vio a uno de sus compañeros morir de repente, mas no les prestó atención, devolviéndose unos metros para perder a Voldemort, y luego volver al ataque, al mismo tiempo que conjuraba un Diffindo (como un hechizo rápido y efectivo) para cortar el brazo del Mortífago que estaba a punto de tirar otro Avada Kedavra.

Por el rabillo del ojo, Harry notaba cómo los niños estaban tratando de pelear. De hechizarlos a ellos. Fue como una bofetada en la cara- un recordatorio. Una vez más fue consciente de que Voldemort estaba criando un ejército tras esas paredes. Hogwarts les enseñaba a todos esos infantes a luchar, para que el día de mañana le sirvieran a él sin pensarlo.

Se sintió enfermo al notar cómo uno de los hechizos de un niño de doce años, chocaba contra el Protego que levantó para cubrirse.

Pero no pudo concentrarse en ello, no podía concentrarse en nada más que no fuera la pelea en realidad, o perderían. Y Harry ya había perdido demasiado.

Su cerebro registró que en ese momento, algunos de los Mortífagos habían convocado escobas y se habían subido en ellas, para así poder atacarlos desde el aire y que la pelea fuera más pareja.

Bueno. No era como si no lo tuviesen previsto.

Un halo de luz violeta viajó hasta él desde un costado, y agitando una mano, Harry conjuró un Protego, mientras que con la que sostenía la varita lanzó un Diffindo que cortó de una sola vez las cabezas de tres Mortífagos que iban en su dirección. Éstas salieron disparadas hacia atrás, y cayeron encima del suelo carbonizado que el Fuego Maligno dejó.

Harry avanzó, dispuesto a continuar y acabar con el plan lo más rápido posible; y mientras se acercaba al estrado, bajó la mirada por solo unos segundos, para observar el panorama que se estaba gestando debajo. Algunos de los suyos, no más de tres, habían caído de sus escobas y estaban peleando de pie, sabiendo que morirían. Aunque, a pesar de eso, y mientras más Harry avanzaba, más se convencía de que podían ganar. De que aquella ronda les pertenecía.

Y entonces, un hechizo rebotó contra su escudo.

Harry se volteó, dispuesto a asesinar al cabrón que intentó pudrirle la carne.

Solo para encontrar, por unos breves segundos, los ojos de Malfoy mirándole con fiereza. desde el suelo.

•••

La Orden hechizaba a matar.

Draco recordaba la "Segunda Guerra", o al menos lo que fue el inicio de ésta. Recordaba que uno de los motivos por los que el bando de Potter perdió, fue debido a la clase de hechizos que usaban: Expelliarmus. Desmaius. Petrificus Totalus… conjuros que, cuando los Mortífagos disparaban la Maldición Mortal en su dirección, no les servían de nada.

Habían aprendido de sus errores.

Habían aprendido, que o asesinaban ellos, o eran asesinados.

Draco gritó que reorganizaran la fila en forma de triángulo, apuntando su varita al cielo. Maldijo a un rebelde que, lamentablemente, no lo vio venir. Draco observó cómo su vientre se partía a la mitad y sus intestinos cayeron, obligándolo a dar media vuelta y volar hasta donde él suponía, estaban los sanadores.

Por un momento su estómago se agitó ante la posibilidad de haberlo matado, pero en realidad no le importaba tanto. Suponía que con la suerte que tenían los cabrones, probablemente viviría. Así que su expresión aburrida no vaciló. En su lugar, se concentró en ver y pensar estrategias de ataque contra la Orden, que se acercaba a ellos.

Eran muy pocos, no más de treinta, e iban en una fila horizontal atacándolos de frente en vez de intentar rodearlos. Draco frunció el ceño, pensando en por qué razón apostarían a tan pocas personas para ese plan. ¿No querían triunfar?, ¿no querían lograr su cometido?

Con esa mínima cantidad de gente, enfrentados a casi cuatrocientos Mortífagos… todos terminarían muertos.

Y él sin la posibilidad de venganza.

Apretando los dientes, esquivó un Avada Kedavra que iba en su dirección de parte de un miembro de la Orden, que Draco realmente esperaba que no supiera quién era él, porque si fuera cualquier otra ocasión, lo habría hecho pagar, y suponía que su atacante lo tendría claro. Habría deseado ver la cara tras esa horrorosa máscara para saber si fue alguien demasiado estúpido, o demasiado descuidado.

Aunque tenía cosas más importantes en las que preocuparse.

A sus espaldas oía un revuelto, gritos desesperados y llantos. Draco estaba decidido a no abandonar su posición, a menos que fuera necesario. La Orden no podría penetrar aquella formación, y no iba a ponérselas fácil frente al Señor Tenebroso. Él debía ver cómo Draco le era cien por ciento devoto. No lo iba a lograr auto-saboteándose.

Cuando maldijo a alguien con el mismo conjuro punzante que usó en Potter el día del entrenamiento, botándolo así de su escoba, Draco se agachó, evitando un halo de luz roja que iba en su dirección. Luego levantó la cabeza, y buscó con la mirada quién había tratado de ocasionar que se muriera desangrado.

Pero a mitad de camino, algo lo distrajo.

Draco sintió de inmediato cómo la gente pausaba por unos segundos para observarlo también.

La Muerte Negra.

Lideraba el grupo y no se detenía a siquiera mirar a sus adversarios. Apuntaba en sus direcciones y estos eran afectados por la maldición " Negris Mortem" de forma instantánea, muriendo en apenas unos segundos. Era asqueroso y vil. Algo asombroso, si debía ser completamente honesto.

Era el hechizo que Draco creó para igualar los efectos que la bomba del mismo nombre tenía.

Los hombres afectados por el conjuro caían al instante, llevándose las manos a la cara mientras comenzaban a pudrirse, a toser esputos sanguinolentos, con bubones negros naciendo en el rostro. Luego, se desangraban por cada orificio existente: los ojos, las orejas, la nariz, la boca. Todos los posibles.

La Muerte Negra había sido apodado de esa forma debido a que era de los pocos Rebeldes que utilizaba maldiciones creadas por Draco. Cosa extraña, ya que debían aprenderlas en medio de los duelos contra los Mortífagos y solo a través de la observación. Esa, en concreto, era difícil de conjurar. Pero la Muerte Negra la ocupaba todo el tiempo.

Mientras los Avada Kedavra continuaban siendo los hechizos más usados, (para ambos bandos, si algo le decía cómo la Orden estaba matando a sus contrincantes a decenas), ese hombre ocupaba el " Negris Mortem" como si fuera la única maldición que conocía.

Draco lo apuntó entonces.

—¡A él!

Un Praecidisti salió de la punta de su varita, pero impactó con el escudo que la Muerte Negra había conjurado a su alrededor, sin mirarlo. Draco apretó los dientes, sabiendo que si lo hería lo suficiente como para capturarlo, o para que otro terminara el trabajo, Voldemort confiaría en él. Le convenía hacerlo. El Lord no lo culparía por cómo los Mortífagos parecían estar batallando tanto; y después de todo la Orden tenía bastantes luchadores experimentados, podían prescindir de ese.

Los civiles comenzaron a pasar por entre medio de las filas de Mortífagos, para ubicarse lejos de donde se estaba desarrollando la pelea. Trataban de ocultarse frente a las puertas de Hogwarts y detrás del estrado. Aquella vez, los Mortífagos estaban tan inmersos en la lucha que no los detuvieron, y Draco, por fijarse en eso, perdió a la Muerte Negra de vista.

Frustrado, no les prestó más atención, concentrado en gritar que no rompieran la formación por nada del mundo.

Draco notó también que el Señor Tenebroso no se encontraba por ninguna parte, y tomándose el tiempo de buscarlo, logró divisarlo sobrevolando el cielo sin su escoba, como de costumbre, asesinado gente como si no fueran más que moscas. Mirara donde mirara, las personas estaban muriendo, cayendo, y siendo heridas.

Draco maldijo por lo bajo, viendo cómo mientras más avanzaba la Orden hacia Rookwood, más de ellos eran asesinados. No tenía idea de qué tramaba Potter, pero era imposible que tan reducido número de luchadores les permitiera llegar al ministro. Sin importar que cada uno pudiera enfrentarse a veinte Mortífagos, seguían sin ser suficientes.

Mientras los últimos Rebeldes regresaban sobre sus pasos, malheridos, y Draco trataba de alcanzar a los que quedaban en pie con sus maldiciones, sintió un zumbido desde el mismo lugar donde había aparecido la primera fila horizontal de los Rebeldes.

El hechizo desilusionador que llevaban cayó.

Y ahí fue cuando supo la razón de por qué el ataque de la Orden tenía tan pocas personas.

Era porque estaban llegando más.

De la misma forma que la primera fila horizontal, una segunda se sumó a cubrir a los heridos y a los muertos. Luchaban con ferocidad. Tomando tres, cuatro, incluso cinco Mortífagos a la vez, y dando cuenta de que: sí, aquellos ocho años de práctica no habían sido en vano.

Y Draco comprendió de inmediato lo que estaban haciendo.

Iban a llegar en oleadas.

En vez de apostar todo en un ataque de una sola vez, se iban a dedicar a cansar a los Mortífagos, a matarlos y herirlos de a poco, a romper las formaciones. Hacerles sentir miedo.

Y cuando creyeran que la batalla ya estaba llegando a su fin iban a seguir.

E iban a seguir.

E iban a seguir.

Con filas tan pequeñas, de no más de treinta personas, los nuevos Rebeldes que llegaran estarían frescos para la pelea, mientras que los Mortífagos ya se encontrarían más cansados, habiéndose enfrentado a los ya caídos. Y para cuando la última fila que la Orden tuviera programada inicialmente se esfumara, los heridos que fueron atendidos por los medimagos volverían, y formarían otra línea. Y así sin detenerse.

Draco conjuró otro Praecidisti a un Rebelde, y vio cómo éste se quitaba la máscara, revelando a una mujer desesperada por sentir cómo la piel de su cara comenzaba a pudrirse. Draco le dedicó una sonrisa. Ella se retiró al instante.

Aquel plan era brillante sin su ayuda.

Y Voldemort los había subestimado.

•••

Harry sabía que su objetivo no era llegar hasta el ministro.

Sin embargo, al estar sobrevolando tan cerca el estrado, viendo cómo el hombre luchaba respaldado por todo el Nobilium y el Electis, la tentación de hacerlo de todas formas era bastante grande.

Estaba tratando de enfocarse en esas cosas, y no en la gente aterrorizada que miraba toda la lucha con ojos suplicantes. El mundo mágico había estado en conflicto por demasiado tiempo, y suponía que a nadie le hacía gracia volver a lo que fue la década de los 70, o a 1997, incluso si un mundo reinado por Voldemort era peor que la misma guerra. A nadie le gustaba saber que podrías ser alcanzado por un hechizo que no iba dirigido hacia ti. A nadie le gustaba saber que un día de compras en el Callejón Diagon podía transformarse en un campo de batalla de un segundo a otro. Pero así eran las cosas, y Harry no permitiría que una lástima momentánea le impidiera acabar con ese hijo de puta de una vez.

Harry recibió un Diffindo en el tobillo y apretó los dientes mientras lo curaba con magia no verbal. No podía permitirse ser herido. No en ese momento.

La gente estaba cada vez más y más apegada a las puertas de Hogwarts, y, mientras los Mortífagos divisaban que él era el más lejano a toda la formación y comenzaban a tratar de perseguirlo, Harry lo supo. Llegaba el momento. Su parte del plan. Lo que haría que no hubiera marcha atrás para nadie.

Era ahora o nunca.

Tomó su capucha y la bajó rápidamente, mirando hacia abajo y revelando su cabello revuelto. Llevó una mano hasta la parte trasera de su nuca y aflojó los cordones de allí, con un nudo en el estómago.

Harry dejó caer su máscara.

Los gritos ensordecedores llegaron un minuto después.

—¡Harry Potter! —exclamó exageradamente alto la inconfundible voz de Astoria, haciendo de damisela en apuros.

—¡¿Cómo?!

—¡Es Harry Potter!

—¡¿Harry Potter?!

Voldemort jamás podría negar aquello. Voldemort no podía matar a toda esa gente para que no hablaran. Se sabría la verdad.

Solo tenía unos segundos para hacerlo. Para probar que era él, antes de que Tom comenzara a perseguirlo.

Sintiendo la adrenalina, la emoción de que al fin, al fin, luego de ocho años de intentos fallidos, de saboteos, podía decirle al mundo que no todo estaba perdido.

Que él estaba allí.

Que les falló pero no los había abandonado.

Harry elevó su varita.

—¡ Expecto Patronum!

El singular ciervo plateado salió desde la madera. Grande, magnífico, pasando por entre medio de la gente que peleaba y llegando a los ciudadanos, a los esclavos, a los estudiantes, a todos, que lo miraban con los ojos bien abiertos e incrédulos.

El mundo pareció quedar en pausa por unos segundos.

Y Harry dobló a la derecha, dando media vuelta mientras se perdía de nuevo en el Bosque Prohibido, con Tom a sus espaldas que le gritaba una sarta de cosas incomprensibles. Estaba furioso, y Harry no recordaba haber sonreído así de amplio en años.

Sabía que todo estaba saliendo de acuerdo al plan. Sabía que Voldemort se distraería queriendo matarlo, queriendo atraparlo, una vez que revelara su identidad. Que un montón de Mortífagos saldrían detrás suyo y así también debilitarían sus filas, dándoles las oportunidades de acceder a Rookwood con más facilidad.

—¡No vas a escaparte de nuevo, Potter!

Harry sonrió, girándose para rebanar a la mitad a un Mortífago que se acercó más de la cuenta a él.

El hombre cayó, con sus vísceras y sangre manchando el aire mientras moría.

No pienses en ello. No pienses en ello. No pienses en ello.

—Entonces será mejor que me atrapes, pedazo de mierda.

Harry sabía que no tenía muchas oportunidades. Debía hacerse invisible el tiempo que el hechizo desilusionador lo aguantara, y llegar al final del Bosque Prohibido, para entrar allí a la base y así perder a Voldemort y sus secuaces. Dispondría de solo unos segundos.

Por el rabillo del ojo, notó cómo la gente de la Orden que ya se había curado volvía al ataque, y dos de los Mortífagos que lo perseguían cayeron. Voldemort le pisaba los talones, pero Harry estaba seguro de que, si en un momento dado aceleraba un poco, lo perdería. No fue el mejor Buscador de su generación por nada.

—¡ Avada Kedavra!

Harry lo esquivó con maestría, levantando la varita en la dirección del hombre que intentó matarlo.

Trató de encontrar en su memoria uno de los peores conjuros que existían.

—¡ Negris Mortem!

Voldemort emitió un alarido, que le hizo retrasarse un poco para que la maldición no le impactara. Harry ni siquiera notó que había estado apuntando hacia él, pero aprovechó el momento, se apegó a la escoba para hacerse menos pesado, y mantuvo en mente el objetivo de salir de allí más rápido de lo que hubiese volado nunca.

Ahora.

Harry se apuntó a sí mismo, pronunció el conjuro desilusionador, y aceleró la velocidad para llegar al inicio de la base.

Los hechizos por parte de los Mortífagos de ahí en más fueron al azar, tratando de darle o revelar su posición. Harry, por su lado, sabía que no duraría mucho siendo invisible. Un poderoso Homenium Revelio haría que Voldemort lo ubicara al momento, así lo que tenía que sacar provecho a esos minutos.

Divisó el pequeño pliegue en el pasto del bosque, que era la entrada de su antigua base, y se tiró en picada hacia ese lugar, mirando hacia atrás para asegurarse de que nadie lo había visto o lo estaba siguiendo. Harry agitó la varita, haciendo que el pliegue se ampliara y él continuara avanzando derecho hacia abajo. Sintió la oscuridad de la tierra tragarlo, y cerrando a su vez el paso, se adentró en el inicio de la base.

Siguió volando. Su meta era continuar por el largo túnel que daba al espacio común y encontrarse con los refugiados. Rezó para que Voldemort no hubiese visto cómo entraba ahí, o pondría a todos en peligro.

Harry anduvo por unos cuantos minutos, observando las puertas en las paredes del túnel, reconociendo todas y cada una. El latido de su corazón no había disminuido, y la humedad y el calor de allí abajo le llegó de repente. Harry comenzó a sentir cómo, poco a poco, una sensación de irregularidad se instalaba en su pecho, al no oír sonidos provenientes de ese lugar. Frunció el ceño; sus ojos comenzaron a lagrimear, y-

Y entonces el olor lo golpeó.

El estómago le dio un vuelco, mientras el aroma a putrefacción inundaba sus fosas nasales. Olor a sangre descompuesta. A heces. A algo exageradamente dulzón que solo podía calificarse como el olor de la muerte.

Harry conjuró un casco burbuja para así poder respirar con tranquilidad, y al mismo tiempo ser capaz de asegurarse a sí mismo de que todo aquello era un producto de su imaginación. Porque, ¿cómo? Por ocho años, Voldemort nunca había encontrado ese lugar. ¿En qué momento?, ¿quién…?

¿Quién-?

Harry por fin llegó al espacio común, esperando encontrar a alguien. A una sola persona que pudiera explicarle qué había sucedido. Que todo aquello era un mal sueño. Pero bastó una mirada a su alrededor para hacerlo cerrar los ojos y bajarse de su escoba de sopetón, con el intestino revuelto.

Harry giró sobre sus talones, llevando una mano a su estómago.

Suponía que esa era otra imagen que agregar a sus pesadillas.

Porque toda la gente estaba muerta.

Los refugiados. Las personas que vivían allí.

Todos asesinados.

Había sangre seca en las paredes, y el suelo estaba manchado por charcos de sangre con coágulos. Pocos cuerpos se encontraban enteros; la mayoría había sido desmembrada de forma cruel y violenta, con los tendones e intestinos revueltos en el piso como si fueran solo uno. Órganos y extremidades repartidas por todas partes.

Cabezas, con ojos que lo miraban fijamente. Moscas e insectos revoloteando en la carne muerta.

Era grotesco.

Harry retrocedió como si alguien lo hubiera abofeteado. Deshizo el casco por unos segundos, y se hizo a un lado para así poder vomitar.

Su pie chocó contra una de las cabezas cuando se levantó, y Harry apenas pudo aguantar la respiración asqueada que salió de su boca al mirar hacia abajo. El cráneo de un anciano estaba abierto de par en par, por lo que sus sesos se encontraban repartidos por el suelo, llenos de sangre, y él los estaba pisando en ese preciso momento, y-

No podía pensar bien. No podía dejar de darle vuelta al hecho de que- se suponía que las personas de allí estaban a salvo. Que estaban bien. Eran inocentes. Mujeres. Niños. Jóvenes. Ancianos. Gente que creyó que podrían escapar del régimen de Voldemort.

Fallaste de nuevo. Les prometiste seguridad. Les prometiste salvarlos. Y ahora todos están muertos. Si te hubieras preocupado más- si hubieras estado aquí-

Harry sacudió la cabeza, concentrándose en el presente y volviendo a protegerse con el casco burbuja.

No había tiempo en ese momento para lamentarse por su ineptitud.

Tenía que salir de ahí.

Los Mortífagos habían encontrado esa base, y ellos la habían perdido. Si se quedaba más tiempo, Voldemort lo atraparía, porque ya conocía su ubicación. Y probablemente no vendría solo. De hecho, en ese momento, lo más seguro era que estuviera entrando al túnel. Si lo atrapaba, todo sería en vano. Tenía que irse. Tenía que encontrar una manera de poder escapar sin volver sobre sus pasos y-

Se llevó una mano a la frente, mareándose ante la revelación.

Harry debía salir por Hogwarts.

Un frío subió por su nuca.

Encontraría la salida tapada. Sabía que nunca estuvo abierta en primer lugar, pero era la opción más segura. Si tenía suerte, cuando los Mortífagos investigaron la base, (que no podía haber sido hace mucho), no sabrían a qué parte del castillo daba el otro túnel. No podrían haberla clausurado por completo.

El ruido de una explosión a sus espaldas lo hizo reaccionar, y sin pensarlo dos veces se montó sobre su escoba, volando por el túnel que daba a Hogwarts con el pulso a mil por hora. Harry no fue capaz de darles una última mirada de respeto a los inocentes que habían sido masacrados. No sin sentir que la culpa lo comía por dentro.

A medida que avanzaba, Harry planeaba en su mente la forma de escapar. Una Bombarda Máxima debía ser capaz de romper el muro. Normalmente no funcionaría, no con los hechizos que Dumbledore de seguro había puesto para evitar que la entrada fuera encontrada.

Pero él era Harry Potter. Era el Amo de la Muerte. Y su magia era distinta. Era más poderosa de lo que siquiera él estaba consciente.

Harry aceleró, colocándose un Protego por si acaso.

La risa de Voldemort se escuchó unos metros detrás de él.

•••

Draco había hecho que al menos cincuenta personas cayeran de sus escobas.

No quería pensar en si alguna de ellas estaba muerta en ese momento.

El caos que desató que se revelara la identidad de Potter hizo que algunos de los estudiantes –adolescentes, niños, por sobre todas las cosas– comenzaran a hechizar a los Mortífagos desde la multitud, ocasionando así más y más muertes de todas partes, pero involucrando a los civiles en esa ocasión.

Desde adentro de Hogwarts, desde las torres, los profesores y Dolores Umbridge maldecían a los Rebeldes sin parar. Pero a pesar de que los superaban en número, la Orden continuaba sin rendirse, prendiendo fuego a los Mortífagos o dejándolos ciegos. No había muchos muertos por su lado, pero sí bastantes heridos, y estaba de más decir que si antes las formaciones se habían debilitado, en ese momento, estaban cerca de su quiebre.

Draco miró hacia atrás, notando cómo algunos miembros del Nobilium habían abandonado su posición para ir tras Potter. El Electis era de los pocos que no había dejado la fila. Pero eran diez, y aquello era un caos total.

Y, mientras Draco se tomaba dos segundos para ver a su alrededor, detallando cómo el ambiente olía a polvo y sangre; con los gritos de las personas ensordeciendo sus oídos, y los hechizos rozando su cuerpo, fue que supo, que sucedería.

Se preparó, teniendo claro que aquello sería la guinda de la torta. El motivo por el que el Señor Tenebroso los castigaría por meses.

Un minuto después, alguien gritó que el ministro había desaparecido.

Draco conectó por unos segundos sus ojos con los de Theo, que continuaba hechizando a los Rebeldes, y notó en ellos emoción, triunfo. Y lo que ambos sentían al pensar en lo que se venía.

Miedo.

Años atrás, cuando aún creía que su vida valía algo, el solo pensamiento de ser torturado o estar al borde de la muerte otra vez habría hecho que se paralizara. Habría maldecido que intentaran secuestrar al ministro, por las consecuencias que traería para él.

En ese momento, lo único en lo que podía pensar era en los ojos de su madre la última vez que la vio. Pensaba en vengarse de los que creyeron que podían hacerle daño y no tener consecuencias.

Draco de pronto vio cómo un Rebelde caía de su escoba, y cómo Maia iba hacia él, probablemente tratando de capturarlo. Pero el chico se apuntó a sí mismo antes de que ella pudiera siquiera estar cerca, y luego de una luz verde brillante, su cuerpo cayó inerte a los pies de la furibunda mujer, que luego de darse cuenta de lo que sucedía, lo pateó de la pura rabia.

Una leve opresión pasó por su pecho ante la escena.

Ese había sido un Gryffindor, era seguro. Los Gryffindor peleaban hasta el final, pero en ese caso y viendo que no había escapatoria, había preferido morir antes que ser secuestrado y torturado para que le sacaran información. Tenía más valor de lo que él podría entender.

Sacudiendo la cabeza, Draco volvió su atención a la pelea, otra vez conjurando un montón de hechizos en dirección a la oleada de personas de la Orden que se aproximaba. Estos no se retrasaron en devolverlos. De cierta forma, Draco y los Mortífagos que seguían en sus posiciones, se encontraban en una mínima desventaja al estar en el suelo, pero si en ese momento se ponían a convocar las escobas de Hogwarts, sería mucho peor.

En medio de todo, Draco vio una luz violeta dirigirse hacia él y conjuró un escudo de forma instintiva.

Pero no fue lo suficientemente rápido.

Un dolor punzante le atravesó, viniendo de la mano que sostenía su varita. Draco sintió cómo por dos segundos el mundo a su alrededor desaparecía.

Y sus dedos índice y medio cayeron al suelo, cortados por una maldición, haciendo que su varita se desplomara con ellos.

Draco apenas reprimió el grito de horror y de dolor que quería soltar. Mientras temblaba, aplicó un rápido conjuro que no prevenía que la sangre se detuviera, pero que aliviaba el dolor. No podía cauterizar la herida. No podía, o sería peor.

Apretando los dientes, tomó la varita del suelo con la otra mano para seguir peleando, repitiendo una y otra vez una frase en su mente:

Le habían hecho cosas peores.

•••

Harry llegó al final del túnel luego de recorrerlo por unos sólidos ocho minutos. Un récord para lo largo e interminable que era.

La pared que daba a Hogwarts se encontraba tapada, como era de suponer, pero aquello no lo desanimó, escuchando los gritos de Voldemort a sus espaldas.

Al contrario, lo hizo actuar.

Lo hizo más feroz.

Harry llamó a su magia una vez más, evocando la profunda mezcla de emociones que le producía lo que acababa de ver en esa base. Agradeció a la magia mentalmente cuando ésta llegó, sabiendo que, en realidad, no era suya. Sabiendo que pertenecía al mundo mágico, y que estaba en cada una de las cosas. Que la tomaba prestada solo porque era el Amo de la Muerte, y que una vez que todo acabara, la dejaría de usar para siempre.

Harry levantó su varita, respirando hondo, y visualizando cómo el muro se abría de par en par, gritó:

—¡ Bombarda Máxima!

La compulsión mágica que se arremolinó en sus venas, su varita, y el aire zumbante, pareció detenerse por un segundo, y Harry creyó que no había funcionado.

Hasta que una fuerte explosión lo hizo caer hasta atrás.

Los ladrillos golpearon su cuerpo, una parte de éstos aterrizando en su mejilla, antes de que atinara a protegerse con un escudo. Harry respiró agitadamente con el nerviosismo a flor de piel, y se levantó, tomando su escoba sin darse tiempo de curar las heridas.

Porque había una salida, y tenía que irse rápido de ahí antes de que lo capturaran.

Harry se montó en su escoba, comenzando a volar, exhausto, con la magia hormigueando por todo su ser. Pasó los calabozos. Pasó las mazmorras. Pasó la entrada a la Sala Común de Slytherin, y trató de ver lo menos posible a su alrededor. Al lugar que alguna vez había llamado «hogar».

Porque sabía en lo que se había convertido.

Sabía que las demás Casas y el sorteo habían sido eliminados, y que todo alumno que asistiera a Hogwarts usaría el uniforme de Slytherin. Sabía que la separación de los dormitorios y salas estaban hechos por estatus de sangre y no por convivencia. Sabía que torturaban a los alumnos. Sabía que creaban soldados. Sabía todo eso, y no necesitaba mirar a su alrededor para recordarlo.

Harry giró por el pasillo hacia la Gran Escalera y ascendió para así poder llegar al Salón de Entrada, por donde debía salir. Podía escuchar que Voldemort ya había abandonado el túnel y la base también, y que iba detrás de él. Que probablemente ya lo había visto.

Harry apretó los dientes, agradeciendo que los alumnos se encontraran o, mirando desde las torres y ventanas la ceremonia, o afuera. Si hubieran devotos a Voldemort allí. Si hubieran pequeños Dracos Malfoy tratando de matarlo- Harry no tenía idea de qué haría.

Solo sabía que tenía que salir vivo de ese lugar. Sí o sí. Se lo debía a los muertos. Se lo debía a sus amigos.

Apretando los dientes, divisó la luz de la entrada.

Y un hechizo impactó en su espalda.

Aquello no lo detuvo.

•••

La Orden comenzó a retirarse.

Era como volver a la Batalla de Hogwarts de 1998.

Escuchó algunos gritos por aquí y por allá, pero hasta que no vio cómo los Rebeldes empezaban a hacer fuegos de nuevo (pequeños y rápidamente evaporados) para evitar así que los siguieran tan rápido, Draco no lo notó.

Y aunque él lo sabía desde antes, el resto del mundo fue el que comprendió entonces que aquel ataque no era para vencer a Voldemort. No era un ataque final.

Aquello solo era una probadita de lo que se venía.

Apretando la mano herida contra su pecho, Draco ordenó que trataran de expandir las filas, e intentó conjurar un Patronus para ahuyentar a los dementores que se habían acercado, hambrientos por todo el dolor que la situación presentaba. Pero que el mismo Draco estuviera sufriendo a causa de sus dedos faltantes, y que no supiera mover bien la varita con su mano izquierda, provocó que lo único que saliera de la punta de su instrumento fuera un halo plateado, que se desvaneció tan rápido como llegó.

Con el cansancio asentándose en sus músculos maltratados, apuntó al lugar donde los Rebeldes empezaban a desvanecerse.

—¡Síganlos! —gritó, sabiendo que no había caso, y que nadie lo escuchaba en realidad.

La Orden se echó encima hechizos desilusionadores, y desaparecieron de su vista un segundo después.

Su fila al fin se rompió, el caos y la destrucción comenzaron a menguar. Gente queriendo entrar a Hogwarts. Gente queriendo ir a San Mungo. Personas pidiendo ayuda. Mortífagos enojados. Otros muertos. Un baño de sangre y cadáveres por todas partes.

Y el ministro por ningún lado.

Draco sentía el pulso y la adrenalina por debajo de su piel, y convocó una escoba desde los interiores del castillo, montándose en ella, dirigiéndose así a Hogsmeade para poder Aparecerse como la mayoría de la gente estaba empezando a hacer.

Antes de alejarse por completo del colegio, notó cómo Potter salía por la puerta de éste, causando otro revuelo tan grande como el primero, con personas aún tratando de darle y fallando en el intento. Algún rincón de su persona se alivió al saber que no habían perdido a una de las piezas más importantes de todo aquel embrollo.

Potter siguió adelante, con Voldemort a un metro de su espalda. Y, tal como había hecho ocho años atrás, conjuró en ese momento un Protego tan poderoso, que por unos minutos, impermeabilizó a las personas que se retiraban de los ataques de los Mortífagos. Draco una vez más, sintió su piel cosquillear por lo potente de su magia.

Mientras Potter evitaba la Maldición Mortal de Voldemort, quien gritaba de la pura furia, Draco apretó la mandíbula, soportando el dolor sordo de su mano y se giró, dispuesto a llegar a la mansión lo más rápido posible.

Hogsmeade apareció ante sus ojos, y cuando Draco tocó el suelo, se Apareció sin pensarlo dos veces.

•••

Harry llegó al borde del inicio del Bosque Prohibido, justo en la zona donde los medimagos estaban tratando gente, y ordenó que se retiraran de inmediato. Conjuró un Sonorus que alertaba que, por favor, nadie fuera a la base del Bosque Prohibido. Que la habían perdido.

Tomó a dos chicos que sollozaban en su costado, y sin avisar o preguntar, se Apareció con ellos en unas colinas cerca de Azkaban, a unos metros de otra de las barreras que ocupaban para salir al mundo muggle.

Harry hizo un rápido chequeo en los jóvenes, asegurándose de que no tuvieran ningún hechizo localizador mientras ellos lo miraban como si hubiesen visto un fantasma; luego, pidió que por favor lo hicieran con él también. Cuando no descubrieron nada, otra vez los Apareció en la Mansión McGonagall, sacando el papel con las coordenadas desde su bolsillo, y entregándolo para que lo leyeran. Después, Harry movió su varita y los dejó entrar, pidiéndoles que esperaran en el medio del patio luego de superar el laberinto.

A Harry le picaban las manos para volver a la colina o para volver a Hogwarts. Pero sabía que no podía. Su deber era mantenerse allí como habían acordado y esperar a que la gente arribara para que de esa manera él pudiese abrir el portón y dejarlos pasar.

Y se sentía un inútil. Sentía que otra vez no estaba haciendo nada por detener la masacre.

Pero las cosas eran como eran, y si se iba en ese momento, los heridos que llegaran podrían morir al no abrirles. O algún Mortífago los podría seguir y él no estaría allí para detenerlo. Así que Harry se apoyó en el portón, esperando a que la avalancha de heridos y nuevos refugiados comenzara a Aparecerse, mientras pensaba.

Jodida mierda.

Tomando una respiración honda, intentó calmarse. Su cuerpo aún estaba alerta –y con razón– su mente todavía se encontraba en la batalla, repasando de manera obsesiva lo que hizo. Cómo pudo haber hecho más. Cómo dejó a tantos que pudo haber salvado.

Y su mente vagó hasta el momento en que entró a la base, el lugar donde pasaron su primer año después de la Batalla de Hogwarts. Destruida. Manchada. Otro recuerdo hecho añicos por la muerte. Por Voldemort. Harry apretó las manos tan fuerte, que sus uñas se clavaron en la palma.

Los refugiados.

Esa pobre gente.

Toda muerta.

Su estómago se revolvía de solo volver a recordar la imagen. Cabezas con gestos de horror que lo observaban. Brazos, piernas, torsos; todos repartidos en el suelo y en las paredes, de una forma que estaba destinada a ser burlesca. Un recordatorio de quién tenía el poder en ese instante.

Y el olor. Joder. El olor de esas personas en descomposición-

Harry había visto demasiadas muertes antes. Más de las que pudiera contar con los dedos de una mano. Y creyó, que de una forma u otra, se había vuelto insensible a ellas. No le afectaba ver cómo alguien era degollado frente suyo; apenas parpadeaba si es que un miembro de la Orden que no fuera cercano a él era alcanzado por un Avada Kedavra.

Pero ese nivel de crueldad… ese nivel de inhumanidad…

¿En eso se había convertido su vida?, ¿en ir de suceso horrible, a suceso horrible, y ver cómo sobrevivir en el proceso?

Estaba cansado. Estaba cansado de pelear. Estaba cansado de ver gente inocente morir. Estaba cansado de creer que había esperanza. Cansado de matar y no sentir nada al respecto.

No sabía en qué lo convertía eso.

La primera vez que Harry mató a alguien, creyó que aquella era de las peores sensaciones que había experimentado en la vida. Observar cómo una persona moría en agonía, y que tú eras el causante de eso- que no eras mejor de lo que estabas combatiendo, y que te habías convertido en un asesino, era terrible. Una herida en el alma.

Pero se pasaba.

Se pasaba, y Harry no podía decir que le preocupaba demasiado la cantidad de Mortífagos que había matado ese día. Cada vez importaba menos. Cada vez sentía menos. La gente que había asesinado durante el ataque ya no eran ni siquiera seres humanos antes sus ojos; se transformaban en monstruos. En números. Un número menos que combatir en un futuro. Un número más que agregar a su lista.

Otro más.

Las palabras de Malfoy volvieron a su mente entonces.

"¿De verdad crees que eres mejor que yo?"

Harry sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en esa mierda.

Las personas comenzaron a llegar no mucho después, sacándolo del bucle de pensamientos autodestructivos. Harry tuvo que enfocarse, conteniendo el aliento al divisar a muchos de los afectados.

Abrió el portón docenas de veces, notando cómo traían gente nueva, que probablemente pudo escapar durante la batalla. Heridos. Heridos al punto de que el solo ver cómo sus huesos sobresalían de la piel, le hacían querer vomitar de nuevo. Cadáveres, que Harry inspeccionaba con detención, orando para que no apareciera una cara familiar en ellos. Todos y cada uno sumándose al mar de sangre.

No se preocupaba en reconocer a las personas, sabiendo que mientras estuvieran con un miembro de la Orden, (al menos la jurada, como los Weasley o Kingsley), la base los dejaría pasar. Ese era otro de los hechizos que usaban para protegerse de espías, luego de la situación "Maia". Lo llevaron a cabo años atrás, marcando a cada miembro de la Orden. La marca de Harry se encontraba en su cadera, y nació gracias a un ritual que hallaron en la base subterránea al inicio de la guerra. Era una marca en la piel que no podía falsificarse a base de multijugos, y era única para cada persona, por lo que de ser impostores jamás pasarían las barreras de la mansión, ya que se necesitaba el permiso de la gente marcada para entrar. Era un método seguro.

Harry contabilizó, que si antes eran unas doscientas personas, en ese momento con los nuevos refugiados, el número había aumentado a casi doscientos setenta. Incluso trescientas, sin contar las bajas, que no habían sido demasiadas. Aquello era más de lo que habían esperado conseguir.

Al menos compensaba la masacre de esa gente inocente.

Suspirando, Harry volvió a prepararse para abrir el portón al ver cómo uno de los jóvenes especializándose en medimagia caminaba en su dirección con una chica entre sus brazos. Pero mientras más se acercaban a él, más notaba que la muchacha estaba bañada en sangre de los pies a la cabeza, más atormentada que el resto de víctimas. Su mirada estaba perdida en un punto del suelo y se veía- completamente ausente.

Cuando el joven llegó hasta Harry, solo le bastó una mirada de este último para que explicara la situación. Y él, mientras lo escuchaba, sintió la urgencia de querer agarrar su propio cabello y tirarlo hasta aliviar el terrible dolor de cabeza.

La chica era una sobreviviente de la masacre de la base.

—Había estado vagando en el Bosque por horas, desde ayer. Pasó la noche escondida —explicó él, mientras comenzaba a guiarla hacia dentro de la mansión—. Cuando escuchó los ruidos de la pelea se asustó, y Angelina Johnson logró verla desde el aire.

La chica no parecía haberlos escuchado, susurrando en voz baja cosas para sí misma, con la sangre seca llegando incluso a bañar sus pestañas. No pasaba de los dieciséis, y Harry no pudo evitar pensar que ella no debería haber presenciado eso. No debería haber tenido que estar allí en primer lugar.

La observó, y pensó, en que… si él también se había visto así a esa edad. Así de pequeño y frágil, cuando tenía dieciséis y se creía capaz de derrotar a Voldemort.

Es una niña.

No es más que una niña.

—¿Cómo los encontraron? A los refugiados, quiero decir —preguntó sin quitarle los ojos de encima.

—Alguien, un adolescente rescatado de Hogwarts, dijo el nombre del Gran Mortífago en voz alta. O eso creemos —contestó el chico ingresando a la Mansión—. Todos sabemos que no es posible poner aquella base bajo el Fidelius por la ubicación en la que se encuentra, pero supongo que nadie se los dijo a los nuevos refugiados. O si lo dijeron, ellos creyeron que las runas y encantamientos protectores que habían alrededor los aislaba tanto como un Fidelius. Los Mortífagos encontraron la entrada y los mataron a todos. Ella pudo esconderse en medio de las pilas de... miembros humanos. Cuando se fueron, salió, pero estaba desorientada. Y traumatizada.

Harry asintió.

—Denle una cama. Y un baño.

El sanador asintió de vuelta, ingresando así por fin. Y cuando Harry iba a cerrar la puerta, un ramalazo de un alivio gigante le recorrió la espalda al ver cómo a unos pasos de él, Kingsley Shacklebolt había llegado y se quitaba la capa invisible, revelando su cara.

A su lado estaba Augustus Rookwood, maniatado e inconsciente.

Harry dejó salir un suspiro, mientras se decía a sí mismo que había resultado. Y que no había sido en vano.

El plan, desde un inicio, fue que el Auror pasara entre las filas y el caos con la capa invisible de Harry encima. Cuando el momento se diera, y el Nobilium junto al Electis se distrajeran con la presencia de Harry, Kingsley se tiraría en picado y se llevaría a Rookwood con él cómo fuera. Y eso había hecho.

El Auror se quitó la capa invisible por completo y se la arrojó a Harry, mientras hacía levitar a Rookwood, quien debía tener una docena de encantamientos que le impedían moverse o escapar. Kingsley movió la cabeza una vez en su dirección cuando lo vio, y Harry imitó el gesto, abriéndole la puerta para dejarlo pasar.

—Deberíamos matarlo en público una vez que todo acabe —sugirió Shacklebolt, hablando completamente en serio.

Harry movió la varita, para poder cerrar el portón.

—Creo que es una buena idea.

Harry se recargó una vez más, y esperó la tanda siguiente de heridos y personas. Cada músculo de su cuerpo dolía. Cada segundo que pasaba se sentía más débil. Sabía que tenía algunos cortes en distintas zonas de la piel, moretones gracias a los ladrillos y más. Pero eran dolencias mínimas. Los Sanadores debían concentrarse en los que estaban graves.

Aquella iba a ser una noche larga.

La ansiedad empezó a comerlo cuando había pasado más de una hora y ninguno de sus amigos había llegado aún. Luna se encontraba adentro, sin haber participado de la batalla por Theo. Ella estaba enojada, sí, pero Harry sabía que la lealtad de Theo no estaba con ninguno de ellos, sino con Luna, y por horrible que sonara, no podían arriesgarse a perderla y perderlo a él también en el proceso.

Sin embargo, ni Ron, ni Hermione, ni los Weasley todavía llegaban. McGonagall había pasado junto a Seamus y Poppy con unos Mortífagos que alcanzaron a capturar; y algunos de sus compañeros de Gryffindor estaban inconscientes. Pero- su familia no aparecía, y eso estaba desquiciándolo. Había una voz en su cerebro gritándole que debía ir a averiguar qué estaba pasando.

Y solo minutos más tarde, los vio.

Cada sentido se puso en alerta otra vez, y sus pensamientos enloquecieron. La sangre dejó su rostro mientras deseaba tirarse de rodillas al suelo por el consuelo de ver cómo un grupo de cabelleras rojas aparecía en su campo de visión junto a Hermione.

Pero aquello sólo duró unos segundos, en el momento que notó que tenían gestos desesperados, y llevaban a rastras a alguien.

Su pecho se hundió.

No.

No. No. No.

Pero Harry ya había visto todo, ya había delineado la escena, y tuvo que detenerse para no vomitar de nuevo.

Era Ron.

Harry abrió el portón y comenzó a hiperventilar, observando cómo Hermione tenía a su mejor amigo agarrado de la mano y sollozaba, mientras Bill y Charlie cargaban a Ron por los brazos y George junto a su padre apuntaban las varitas hacia él, seguramente haciéndolo más liviano. Molly tenía una expresión dura, con Percy abrazándola, a medida que se acercaban a donde estaba Harry.

Ron estaba inconsciente, con la cara manchada de sangre-

Y le faltaba una pierna.

No. Por favor, no.

Que no esté muerto. No puede estar muerto. No-

—¿Qué pasó? —preguntó sin aliento cuando llegaron hasta él, sintiendo un nudo en la garganta.

—La Praecidisti lo alcanzó en la pierna y la pudrió —explicó Arthur rápidamente—. Tuvieron que cortarla en medio de una de las tienda.

Harry cerró los ojos unos segundos, y se enjugó con el brazo las mejillas.

—¿Va a estar bien? —preguntó con un hilo de voz.

Nadie sabía la respuesta a esa pregunta.

—He perdido mucha sangre —dijo Charlie finalmente.

Un nuevo sollozo salió de los labios de Hermione al escuchar el término de esa frase, y Harry- se quería morir. Ron había sido herido, quedaría sin una pierna para el resto de su vida. No tenían pociones de todos los tipos, por falta de ingredientes, y Harry estaba allí, parado enfrente de esa situación, inútil e impotente. No pudo verlo. No pudo hacer nada. No pudo-

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda.

Harry sentía que iba a explotar. Que en cualquier momento simplemente estallaría y lo único que quedaría de él serían cenizas. Deseaba entrar a ayudar, a estar con él. A tomar la mano e incluso abrazar a Hermione. Necesitaba entrar. Necesitaba hacer algo-

Pero no podía.

Harry tenía que asegurarse hasta que la última persona estuviera segura antes de preocuparse por eso.

Pero sus pensamientos estaban con su mejor amigo. No podía soportar perderlo, no a él. Ron era su hermano, su familia. Ya había perdido a Ginny y a Sirius, y a Remus. No a él. No a él. Por favor. Era de las pocas personas que aún le quedaba.

Los minutos pasaban agonizantemente lentos, y el único consuelo que tenía era que ya no debían quedar muchas personas restantes. Que prontamente podría ir a asegurarse del bienestar de Ron y olvidarse de lo que sucedió. Porque la prioridad era que él estuviera bien-

Vivo. No bien.

Ya nunca estarían bien. Aquel mundo les había quitado tanto, que lo único que podía esperar, añorar, era que estuviera vivo. Que acabara vivo, a pesar de que la muerte, irónicamente, era la única opción que tenían en ese momento para ser libres.

Pero tenía que estar con él.

Ron estaba hecho para siempre estar de su lado.

Harry se pasó una mano por la cara, cuando oyó otro sonido de "crac" de la Aparición. Al momento en que sacó su varita para abrir una vez más, sus ojos se conectaron con unos grises extremadamente calmos.

Malfoy.

Malfoy se había Aparecido allí.

La túnica con el bordado de pavos reales estaba toda sucia, al igual que la cara del hombre. Se veía aún más feroz de esa forma, y parecía haber envejecido cinco años en el transcurso de unas cuántas horas. En un brazo traía una bolsa de tela, la cual entregó a Harry cuando llegó hacia él, empujándola contra su pecho.

—Toma —espetó, dando un paso hacia atrás. Harry le dio un vistazo a su mirada vacía.

—¿Qué es todo esto?

—Entrégalo a los medimagos —respondió Malfoy en su lugar. Harry abrió la bolsa.

Pociones.

—¿Vas a tratar de envenenarnos?

La mirada de Malfoy se endureció, pero sonrió de todas formas. No era exactamente una sonrisa, en realidad. Se sentía como ser atravesado por un cuchillo- duro, y de cierta forma venenoso. Malfoy levantó la mano, colocándola frente a la cara de Harry.

Él detalló, no sin sorpresa, cómo faltaban dos dedos allí. Los mismos que Hermione perdió años atrás. La diferencia era que los de Malfoy se estaban regenerando; un pequeño humo salía de las extremidades manchadas de sangre.

—¿Puedes parar, por cinco segundos, de solo pensar en tu propio culo, Potter?, ¿tienes idea de lo que arriesgo viniendo hasta aquí? —escupió Malfoy por lo bajo. Toda su postura era déspota—. Por el jodido Merlín, solo llévale esto a tus heridos y cierra la puta boca. No estorbes.

Sin mucho más, se alejó de él, agitado y apurado. Harry miró su espalda, sintiéndose entumecido. Ni siquiera sabía por qué había dicho lo que había dicho.

—¿Qué es qué? —cuestionó abriendo la bolsa una vez más.

Malfoy lo miró por encima del hombro, y Harry recién ahí cayó en cuenta que ambos habían participado de la misma lucha horrible. Habían visto lo mismo. Habían vivido prácticamente lo mismo.

Solo que en bandos diferentes.

—Los medimagos lo sabrán. Si sabes lo que es razonable, dejarás de empeorar todo metiéndote en medio —respondió, sin darle tiempo de decir nada más.

Y se Apareció de vuelta.

Harry miró las pociones por unos segundos, preguntándose por qué carajos Malfoy haría algo como eso. Por qué se Aparecería con un montón de antídotos si aquello no estaba en las condiciones del Juramento Inquebrantable. No era necesario. No le correspondía.

Y aún así lo había hecho.

Pero entonces recordó a Ron, y a su pierna faltante. Recordó cómo los dedos de Malfoy se estaban regenerando.

Harry dejó su puesto para así entrar corriendo al laberinto.

•••

Draco temblaba en el salón de su casa, esperando a que los Mortífagos aparecieran allí y la tomaran como base, tal como había sucedido el verano de 1996. El año en que cometió el error más estúpido de su vida.

Pero aquello no sucedió.

Se sentó por al menos una hora en el Salón Principal a un lado de la chimenea preparándose para el momento en que el Señor Tenebroso y los demás llegaran, destilando ira.

Sin embargo, cuando comenzó a pensar más en ello, menos sentido tenía que fueran a la Mansión Malfoy.

Sí, era oficialmente la base del Nobilium, y donde se vivieron los primeros dos años luego de 1998, pero una vez que el mundo mágico se reorganizó, el Ministerio fue considerado el punto de poder. Donde supuestamente había muerto Harry Potter. Todo el que trabajaba ahí era parte del gobierno del Lord, no era práctico que fueran a la mansión.

Donde sucedían las cosas importantes, era en el Ministerio de Magia.

Entonces, tiempo después su Marca empezó a quemar, y descubrió que… tenía razón.

El Señor Tenebroso los quería en el Ministerio.

La piel parecía haber sido prendida en llamas. La serpiente se movió en su brazo, como si estuviera siseando. Draco sintió una vibración que prácticamente lo obligaba a ir donde estaba siendo llamado.

Tomó una poción revitalizante y se preparó mentalmente para lo que vería una vez que cruzara las llamas del flú. Tenía que ir, era su deber. Dio un vistazo a su mano, mientras tomaba los polvos con la otra, y notó cómo la reconstrucción de sus dedos aún ni siquiera alcanzaba la mitad.

Arrojando los polvos a la chimenea, Draco dijo la dirección del Ministerio, y cuando salió del flú ni siquiera lo pensó antes de doblar una rodilla y dejar caer su cabeza, imitando la posición de todos los Mortífagos reunidos en el lobby.

Estaban siendo castigados.

—… ¡Y si no fuera…! —Oyó cómo el Señor Tenebroso exclamaba, con voz pesada y cortante—. Si no fuera por la fila de Mortífagos de la que estaba a cargo Astaroth, la pelea podría haberse transformado en una seria-

El hombre al que le estaba hablando, gritó de dolor luego de que el Lord se interrumpiera a sí mismo. Probablemente estaba siendo torturado por un error que había cometido.

El corazón de Draco iba a mil por hora, pero se negaba a levantar la cabeza y ver cómo el hombre estaba siendo castigado. Lo único que resonaba en el atrio, eran los sonidos desgarradores que esta persona emitía, y la respiración artificial del Señor Tenebroso. Estaba tan enojado que le costaba hablar, de la pura cólera de querer asesinarlos a todos ellos lentamente. Draco podía sentir que necesitaba saciar la rabia por el fracaso de la ceremonia.

La ceremonia que se suponía que lo marcaba como victorioso.

También sabía que la única razón por la que él y el resto de los que estaban ahí seguían vivos, era porque sin ellos el Señor Tenebroso ya no tendría ejército con el que pelear.

Por el rabillo del ojo, vio cómo la persona a su lado temblaba. Draco sabía que era una mala señal, lo sabía, pero nunca esperó que fuera tan estúpida como para elevar su mirada y ver al Señor Tenebroso a la cara, cuando claramente no se le había permitido.

El cuerpo de la mujer a su costado cayó inerte no muchos segundos después, y Draco tuvo que cerrar los ojos.

—Potter está allá afuera —prosiguió el Lord como si nada, con su voz cada vez más y más siseante, pero agitada. Aparentemente habiendo dejado tranquilo al fin al hombre que estaba torturando—. Quien me trajo al chico que murió ocho años atrás, ha sido ejecutado. Por mentir. Por tratar de engañarme —anunció, robando jadeos de algunos Mortífagos cerca suyo—. Todos, miren de inmediato cómo se verá su destino si me traicionan.

Sus seguidores levantaron la mirada con lentitud, con temor de sufrir el mismo destino que la mujer a un lado de Draco.

Sin embargo, el Señor Tenebroso les había ordenado que miraran, y lo que los recibió fue un hombre rechoncho; seguramente el que había estado siendo castigado. El cuerpo estaba desangrándose a los pies del Lord, y la cabeza se encontraba a un lado, en el suelo. El gesto de horror los miraba de vuelta.

Draco pasó saliva, sabiendo que ese hombre era inocente, al menos de esa acusación. Que el Señor Tenebroso lo había asesinado para solventar su mentira y mantener su reputación.

El Lord pateó su cabeza, haciendo que cayera a un lado y continuó hablando. Draco sentía cómo comenzaba a sudar.

—Rookwood, Amycus, Belling y el hijo de los Goyle han sido secuestrados. Tomados por esos asquerosos sangre sucias de mierda y traidores a la sangre —escupió las palabras como si fueran veneno, levantando la varita—. Y todos ustedes van a pagar por eso.

La amenaza caló los huesos de cada persona presente. Asentándose en medio del cansancio de la batalla y la bruma de la irrealidad de la situación. Draco agachó nuevamente la cabeza cuando el Señor Tenebroso lo miró, y se tensó aún más. Si es que era posible.

No podía creer que, luego de casi seis años, tendría que volver a soportar cómo alguien más lo torturaba. Creía que con todo lo que había hecho, al menos, no volvería a experimentar eso.

La túnica de Voldemort se plantó frente a él en ese momento, la magia negra rodeando su cuerpo y haciéndole doler la cabeza. Draco, por unos segundos, quiso llorar.

Pero duró solo un momento.

Y entonces el Crucio se abrió paso por su sistema.

Draco se sintió caer al piso, pero no era muy importante. Lo importante era que el dolor no lo enloqueciera. Un buen Cruciatus siempre era una maldición efectiva, por algo era una Imperdonable. Su cuerpo entero parecía estarse partiendo por la mitad, y la cabeza le daba vueltas. La sensación familiar de querer suplicar que lo matara volvió a él, y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no hacerlo.

—Astaroth —murmuró el Señor Tenebroso, cortando el hechizo segundos después.

Antes de que Draco pudiera responder, otro Crucio fue asestado a su cuerpo inerte y holgado, tendido en el suelo. Sintió cómo lágrimas se arremolinaban en sus ojos por el esfuerzo de estar conteniendo quejidos.

Y luego todo volvió a cesar.

—Levántate —ordenó el Lord.

Draco ni siquiera dudó en hacerlo. Ni siquiera pensó en la comodidad de descanso que el suelo le proporcionaba. Apoyó las manos en el piso y, temblorosamente, comenzó a pararse, sin elevar sus ojos hacia los de Voldemort, que no le quitaba la mirada de encima.

—Sígueme —le dijo, dándose media vuelta y retornando a su puesto de adelante.

Draco soltó una respiración débil, obligándose a no tiritar o a concentrarse en el dolor que le recorría el cuerpo. Se puso de pie, caminando con pasos tambaleantes detrás de su Señor que parecía crecer más y más enojado con cada segundo que pasaba.

—Alecto —llamó con tranquilidad, una vez que él estuvo a su costado. Draco hubiese deseado que gritara. Siempre deseaba eso—. Ven aquí.

Alecto se postró a los pies del Señor Tenebroso apenas llegó, y el Lord hizo una seña hacia él, que Draco entendió al instante.

En otro contexto, habría pagado por hacer sufrir a todos esos hijos de puta.

En ese, solo quería gritar.

—Empieza —ordenó.

Draco cerró los ojos, y el Crucio salió de sus labios con naturalidad. Alecto Carrow cayó, golpeándose la nariz contra el suelo y se retorció hasta que Voldemort le dijo que se detuviera.

Y así siguió. Y siguió. Y decenas de Mortífagos pasaron por sus manos. Theo incluso, con Draco siendo obligado a torturarlos hasta hacerlos llorar. No sabía si era una tortura para él también, o una recompensa por haber sido el que menos falló, dándole la posibilidad de desquitarse. Draco suponía que ambas.

Los hombres lo miraban con odio puro cada vez que él levantaba la varita en su dirección, pero Draco mantenía el rostro impasible. Indiferente. No le importaban realmente esas personas, y Merlín sabía que aquello no era nada. Todo ese escenario había sido tan común en el inicio de la Segunda Guerra. ¿A cuántos no había torturado Draco por órdenes del Señor Tenebroso? Luego, ellos se encargaron de vengarse una vez que todo terminó. O cuando se suponía que había terminado.

Pensó en aquello, mientras se retorcían de dolor. Pensó en el infierno que le hicieron pasar. Pensó en su madre. Pensó en Theo y en Goyle y en todos los que le importaban. Pensó en todo eso, mientras Greyback, Lestrange y el resto se ponían a sus pies.

Y entonces, sonrió.

Disfrutando de que, por unos segundos, sufrieran lo que él estaba sufriendo.

Era casi poético.

Justo cuando el Señor Tenebroso levantó la mano para detener a Draco, quien dio un paso atrás, súbitamente mareado, una mujer baja y menuda se arrodilló apareciendo en su campo de visión. Salió por detrás de la estatua del Lord matando a Potter, haciendo prácticamente un escándalo con el sonido de sus tacones contra el suelo.

—Gran General —dijo ella.

El Señor Tenebroso se volteó lentamente, y Draco pudo ver por el rabillo del ojo cómo la magia negra acariciaba la mejilla de la mujer, quien mantenía sus ojos en el suelo. Temblaba.

—Está listo —murmuró, con la voz flaqueando al final.

Draco se sintió confundido, y la magia de Voldemort se tornó más salvaje. Más bestial.

—La emisora ha vuelto a funcionar.

Los vellos de su nuca se erizaron, mientras el Señor Tenebroso se alejaba de sus Mortífagos y caminaba hacia la mujer, completamente devota a cualquiera que fuera el plan que tenía en mente.

—Démosle lo que quieren —dijo entonces él, con una pizca de diversión. Casi imperceptible.

Y Draco lo supo.

La guerra se había declarado oficialmente.

•••

Holiiis.

Solo pasaba aquí a informarles que el próximo capítulo será casi por completo Drarry!

Redoble de tambores*

Espero que les haya gustado, nos leemos pronto:)