Un aroma familiar hizo que Draco despertara.
Y por unos segundos, creyó que Narcissa estaba allí.
Sin embargo, cuando se sentó de golpe en la cama, resultó ser nada más que un elfo doméstico llenando la tina para que pudiera iniciar su mañana.
Aquello tuvo que haberlo preparado para saber que aquel sería un día de mierda.
Las secuelas de Crucios del día anterior aún fluían por su sistema, y parecía que cada órgano de su cuerpo le pesaba y dolía; pero aquello no era algo de lo que podía darse el lujo de preocuparse.
El mundo mágico estaba en un punto de quiebre.
El toque de queda se adelantó tres horas antes de lo usual, haciendo que desde las seis de la tarde, cada persona que anduviera por la calle tuviera que enfrentarse a un juicio o a una detención por presunta traición. Los Mortífagos patrullaban los pueblos mágicos del Reino Unido sin descanso, buscando gente en actividad sospechosa que luciera como si quisieran unirse a los Rebeldes, para así ejecutarla al acto. La gente estaba asustada, y con justa razón.
Luego de "la muerte del Elegido", Pottervigilancia y todo el teatro formado por los gemelos Weasley salió a la luz, gracias a los prisioneros capturados en la Batalla de Hogwarts. Voldemort entonces impidió que las emisoras de radio pudieran usarse en el mundo mágico, al igual que en la primera porción de la guerra. Todos creyeron que era un castigo, un recordatorio de que el Señor Tenebroso podía destruir lo que quisiera.
No fue hasta ese año, que Draco supo que era algo más.
Con la vuelta de la radio, el Señor Tenebroso podía usarla para manipular aún más a la gente, utilizarla a su beneficio; y eso era lo que estaban haciendo. Desde la mañana, pequeñas transmisiones "clandestinas" habían estado sonando en la radio, alegando ser la nueva versión de Pottervigilancia volviendo a emitirse. Pero Draco sabía que no era así, y que en realidad era una forma de deslegitimar la veracidad de las intenciones de los Rebeldes. Los Mortífagos eran quienes estaban bajo esos falsos informes.
Era obvio que la gente estaba confundida.
Suspirando, Draco bajó a desayunar luego de bañarse y checar sus dedos, que todavía no terminaban de crecer por completo. Se colocó su túnica y el broche del Nobilium, pensando que sería llamado al Ministerio o que debía ir por cuenta propia apenas pudiera. Tenía cosas que aparentar.
El Profeta apareció ante él una vez que se sentó, nuevamente utilizando el apodo de Potter como "Indeseable n1", con Rita Skeeter especulando las mil y una mentiras sobre qué había pasado con El-niño-que-vivió todos esos años. Si acaso era un Inferi, un cadáver reanimado con magia al que alguien estaba poseyendo. Si acaso era un impostor. O si todo ese tiempo se había estado echando aire en una isla tropical y había vuelto por fin a Inglaterra con la intención de quitarle el puesto al Señor Tenebroso y ponerse a sí mismo como el gobernante del Reino Unido.
Fuera como fuera, las cosas no pintaban bien para la Orden. Los medios de comunicación eran algo poderoso… Tendrían que jugar bien sus cartas.
Matar a Voldemort era una cosa. Pero incluso si muriera, si los Rebeldes no tenían poder… quizás eso no bastaría. Era demasiado potente la influencia de los Mortífagos. En toda Europa; quizás en todo el mundo.
Draco se quedó mirando la foto de Potter en el diario, justo después de que el hombre se quitara la máscara. Pasó la yema de sus dedos sobre ella.
Al menos aquello era un comienzo. La gente inteligente, realmente inteligente, (y escéptica), sería capaz de sumar dos más dos: las ejecuciones; la eliminación de la radio y su repentina reaparición. Quizás, si querían creer que había esperanza…
Pero Draco lo dudaba.
Dudaba que quedara un atisbo de esperanza en ese mundo.
Apenas comió antes de irse al Ministerio, sintiendo un peso en el estómago que nada tenía que ver con un malestar físico.
En menos de veinticuatro horas, bastantes cambios se habían hecho. Rodolphus Lestrange fue nombrado ministro, y luego de una charla en la que el Señor Tenebroso le preguntara a Draco qué estaba dispuesto a hacer, y él le respondiera que: «todo», Draco fue puesto como la mano derecha de Lestrange.
Sospechaba que era más como una forma de mantenerlo cerca, que como un premio y satisfacción por su eficiencia.
No iba a quejarse, tampoco.
Y cuando Draco se marchó del Ministerio anoche, ya había asumido su cargo.
Los mecanismos del inicio de la Segunda Guerra volvieron. Todos y cada uno. La misma propaganda anti-muggle se hizo más patente que antes. Se implantaron las mismas posiciones y medidas de acción. Grupos de investigación para saber dónde estaba Potter, campañas de desprestigio hacia la Orden y los sangre sucia; estos últimos siendo los más aterrados de todos, al siempre haber tenido una posición más frágil en la sociedad que finalmente estaba empezando a fragmentarse. Incluso más de lo que ya estaba. Draco pensó si podía hacer algo al respecto, ayudar a que alguna de esas cosas se detuviera.
Pero, para cuando Draco volvió a la mansión, Pansy estaba allí, y a él no se le había ocurrido nada.
Draco pausó en sus movimientos al entrar al salón, notando cómo una criatura movía las manos nerviosamente sobre su túnica al lado de una bella mujer. Tenía el rostro severo.
—Draco —dijo ella.
Draco enfocó sus ojos en el elfo doméstico al lado de Pansy.
—Di- dijo que usted había ordenado que la dejaran-
—Déjanos —le ordenó él con voz firme.
El elfo apenas dudó antes de chasquear los dedos y desvanecerse.
Podía comprender que la dejara entrar, a pesar de que le daban ganas de golpearlo por ello. Era su prometida. Pansy seguramente le había mentido, y los elfos no podían tacharla de mentirosa a menos que tuvieran orden explícitas de su Amo de jamás dejar entrar a una persona.
—¿Cuándo pensabas responder a mis cartas? —cuestionó ella, cruzándose de brazos.
Draco reprimió la necesidad de poner los ojos en blanco y se quitó la túnica, dejándola en una silla; la prenda desapareció gracias a los elfos pocos segundos después.
—No ahora, Pansy.
Pansy caminó hasta él, bajando los brazos. Se puso frente suyo, y el aroma a perfume intoxicó sus fosas nasales.
—Draco… —susurró ella de nuevo.
Entonces, y sin previo aviso, envolvió los brazos alrededor de su torso y enterró la cara en su pecho, con fuerza, como si quisiera aferrarse a él. Draco no se movió.
No recordaba qué se suponía que debía hacer.
—Estoy aterrada —dijo Pansy—. Esto es demasiado similar a lo que sucedió ocho años atrás. Y creo… creo que no se va a detener.
Draco miró hacia el cielo, sintiéndose asfixiado.
—No. No lo hará.
Ella se separó lo suficiente para verlo a los ojos, brillantes gracias a las lágrimas arremolinadas allí.
—Vamos a dar un paseo —dijo, con un tono de súplica—. Por favor.
Pansy dio un paso atrás y extendió su mano para que Draco la tomara. Luego de unos segundos de vacilación, lo hizo.
—Pansy —dijo él ya en el patio, suspirando—. No deberías salir de tu casa a menos que sea necesario.
Ella paró sus pasos, y lo observó con un atisbo de temor.
—¿Por qué?
—Los Rebeldes pueden atacar cualquier lugar —contestó Draco con simpleza—. En cualquier momento.
Pansy apretó los labios, su cara pálida pero evidentemente molesta con toda la situación.
—Pero nosotros les ganaríamos a esos sangre sucias asquerosos, ¿cierto?
Draco desvió la mirada ante sus palabras.
Pansy se colocó ante él.
—¿ Cierto?
Draco pasó saliva, entrecerrando los ojos gracias a la brisa que corría.
—Por supuesto, Pans.
Pero ella sabía que no era completamente cierto. Si aún era capaz de leer su expresión, sabía que había una amenaza real.
—Draco —dijo—. Draco, mírame.
Draco obedeció con lentitud, observando cómo Pansy lucía tan- perdida. Tan… niña aún. Una niña caprichosa que verdaderamente no había perdido nada. Nada importante.
El gesto de Pansy se arrugó, y por unos segundos pareció como si quisiera decirle algo, pero tuviera miedo de hacerlo. Draco esperó pacientemente.
—Prométeme que no me ocultarás nada —habló finalmente, con una voz pequeña.
Draco la observó, y nuevamente sintió que Pansy y él estaban a kilómetros de distancia. Que ya nunca más podrían comprenderse, no de la misma manera. Y ni la antigua amistad o el cariño entre ambos remediaría alguna vez ese hecho. Quizás eran los secretos. Quizás era lo que habían pasado. No lo sabía.
Solo sabía que no podía cumplir con su promesa, y que no había vuelta atrás.
—Pansy —Draco suspiró, y le soltó la mano—. Creo que deberías irte.
Una mirada herida pasó por la expresión de la mujer mientras daba un paso atrás, abriendo y cerrando la boca cómo si quisiera estallar.
—¿Por qué sigues… empujándome? —espetó ella, arrugando el gesto.
—¿Perdón?
Pansy hizo una seña que lo abarcaba por completo.
—Sigues empujándome lejos —respondió, ausente—. Como si no fuera lo suficientemente buena para ti. Desde hace años que tú-
Se interrumpió a sí misma, poniéndose roja por la rabia, y Draco no sabía de dónde había venido aquello. Solo quería que lo dejara en paz. Quería no tener que mentirle.
—¿ Por qué? —cuestionó, con resentimiento.
—No creo que esté haciendo lo que dices.
Pansy soltó una risa irónica, mirando hacia el cielo.
—Siempre tengo que pelear para poder estar en los acontecimientos importantes de tu vida. Ni siquiera me escribiste cuando te hiciste miembro del Nobilium. Me propusiste un compromiso en medio de una reunión del Ministerio. ¡No me hablaste cuando Narcissa murió, joder! ¡Ni siquiera recordaste mi puta existencia!
Pansy volvió a retroceder otro paso, mientras Draco se quedaba ahí, mirándola con la mente totalmente en blanco.
—No debería ser tan difícil —prosiguió ella, más bajo, mientras negaba—, estar en la vida de una persona.
Draco se pasó una mano por el pelo, sin saber qué mierda hacer o decirle. Tenía razón, quizás.
Solo no le importaba lo suficiente. Había otras cosas más urgentes por las que preocuparse.
—Siempre serás mi mejor amiga —dijo él, algo impotente. Pansy elevó una ceja.
—Porque nunca me dejaste ser algo más.
—Pansy…
Draco trató de tomar su mano, en un gesto que muchos, muchos, años atrás, hubiese sido reconciliador. Pero esta vez, ella se apartó.
—Me importas —dijo Draco con sinceridad—. Siempre te querré. —Tomó un hondo respiro, mirándola directamente a los ojos—. Pero si esa es la manera en la que deseas que te quiera, nunca la vas a encontrar en mí.
Y Pansy finalmente estalló.
—¡No se trata de eso, Draco! ¿Acaso tienes un mínimo de respeto por nuestra amistad?
Draco acentuó su ceño fruncido.
—No entiendo de dónde viene todo esto.
—¡Se acaba de declarar la puta guerra y no pensaste en que yo pude haber estado herida! —Pansy subió la mano, y le mostró el anillo—. ¡Estamos comprometidos, joder!
Draco pensó que siempre había estado claro que allí, en esa supuesta unión, no había amor. No de ese, al menos. Pero no lo dijo. En cambio, se concentró en la primera parte.
Pansy ni siquiera había estado en la ceremonia.
—Pansy, han pasado un montón de cosas- —comenzó a decir, mas fue interrumpido.
—Mi primer pensamiento fue cómo tú, o Daphne, o Theo podrían estar. Jódete —escupió, volviendo a retroceder—. Vete a la mierda, Draco Malfoy. Tú y tus estúpidos problemas. No eres el centro del puto mundo. No eres el único que sufre.
En un gesto de ira, Pansy se sacó el anillo y se lo tiró al suelo, a sus pies, dando media vuelta mientras le mostraba el dedo del medio.
Draco tensó la mandíbula. Estaba siendo completamente infantil.
—Jódete tú también, Parkinson.
Pansy estaba cada vez más roja.
Quizás cuánto tiempo se estaba guardando aquello.
—Vas a terminar solo —dictaminó entredientes—. Cuando el resto del mundo se dé cuenta de la mierda que eres, vas a terminar solo.
Draco alcanzó el bolsillo donde estaba su varita.
—Vete —ordenó en voz baja.
—No me lo tienes que decir dos veces.
Pansy comenzó a caminar de vuelta a la mansión. A mitad de camino decidió girarse y continuar hablándole mientras se iba.
—Lo peor de todo, es que me seguiré preocupando por ti sin importar qué…
Su voz salió medianamente rota. Draco la miró con gesto indiferente.
—Me importa una mierda.
Pero sabía que él también lo haría. Que haría lo que estuviera en sus manos para lograr que Pansy sobreviviera a la guerra. Que Theo, que Goyle, que todos los que le quedaban lo hicieran. Incluso cuando ellos creyeran que no.
Pansy apretó los labios y asintió antes de marcharse por completo, dejando en el aire lo que acababa de decir.
•••
Draco miró a un punto fijo del patio por lo que parecieron horas. Solo retornó a la mansión luego de unos minutos de estar parado en medio del jardín y que un viento comenzara a helarle los huesos, al mismo tiempo que repetía las palabras de la mujer en su cabeza.
Vas a terminar solo. Cuando el resto se de cuenta de la mierda que eres, vas a terminar solo.
Quizás era para mejor.
Draco caminó con la cabeza gacha, sumido en su mente, dispuesto a- hacer cualquier cosa, con tal de dejar de pensar.
Hasta que sintió como otro tipo de frío lo inundaba.
El aire se tornó unos grados más gélido. El viento cesó. El agua y el rocío que caía se transformó, literalmente, en hielo. Cuando levantó la mirada, una vez más, supo que era porque los jodidos dementores se acercaron a la mansión, yendo de allá para acá con libertad.
—Lárguense, joder —exclamó.
Pero sabía que aquello no era suficiente.
Sacando la varita desde los bolsillos de su túnica, Draco trató de concentrarse, de pensar en un recuerdo lo suficientemente potente para invocar un Patronus. Tenía que ver con sus padres, obviamente.
Su cumpleaños número diecisiete.
El último cumpleaños que pasaron juntos.
Draco cerró los ojos intentando varias veces el hechizo, mientras sentía el frío asentarse en sus huesos. Podría entrar a la mansión y detenerse; pero sabía que los dementores tenían la posibilidad de tomar como residencia su casa gracias a las malas memorias que había en ella. Y no podía permitir que aquello pasara.
—Expecto Patronum —murmuró por cuarta vez.
Pero, aunque lo esperaba, su familiar zorro no fue lo que salió de la punta de la varita.
Draco retrocedió un paso, mientras veía cómo un animal de cuatro patas comenzaba a galopar lejos, con sus alas grandes agitándose a medida que se acercaba a la zona que los dementores iban a empezar a cubrir. Las líneas de su boca delataban que era una hembra y su cola se movía, mientras emprendía el vuelo. Majestuoso. Impactante.
Y nada como él, porque aquel no era su Patronus.
Aquel thestral, era el Patronus de su madre.
Draco bajó la varita con lentitud sintiéndose asfixiado de pronto, observando cómo el animal espantaba a los dementores. Lucía como todo lo que él no era. Tranquilo, grácil, único. Draco casi podía escuchar a su madre riendo en algún lugar, sacándole en cara a Lucius que Draco había obtenido el mismo animal que ella.
De repente, un dolor le recorrió el cuerpo, mientras sus piernas chocaban con algo demasiado duro.
No sabía ni cómo, ni cuándo, Draco estaba de rodillas, y se estaba abrazando a sí mismo. No podía respirar. Un ruido sonaba con insistencia en sus oídos.
Dolía. Dolía. Dolía. Y el puto ruido no paraba.
El ruido eran sus sollozos.
Draco se llevó una mano a la cara para sentir cómo sus mejillas estaban mojadas. Bajó la cabeza, mientras su mente parecía no- no poder parar, parecía no poder callarse nunca. Se repetía una y otra vez que- era todo lo que le quedaba de ella. Todo lo que le quedaba. Nada más.
Ya no tengo nada más. Es lo único que me prueba que existió.
¿Y qué tan estúpido era eso?, ¿un mundo en el que su madre no le acariciaría el cabello, o no le haría fiestas de cumpleaños exageradas para solo cinco personas?, ¿qué era?
¿ Qué mierda era?
Draco se dejó caer por completo en el frío pasto y se tomó la cabeza entre las manos, con el thestral volviendo hacia él y galopando a su alrededor. Le rompía el corazón saber que nunca se enteraría por qué el Patronus de su madre tomaba esa forma, y qué significaba para ella. Cómo lo había descubierto. Si su padre lo encontraba bonito también.
Sintiendo que sus ojos ardían, que su nariz se obstruía, que los sollozos brotaban de su garganta mientras las lágrimas asquerosamente saladas llegaban a su boca, y que no podía respirar gracias a la presión en su pecho, su último pensamiento antes de que finalmente se dejara ir, antes de que el dolor insoportable en sus pulmones estallara como debió haber hecho hacía bastante tiempo, vibrante y real, era que nunca más quería sentirse de esa forma. Jamás.
Era demasiado. Demasiado. Ya no le quedaba nada. Estaba solo y era patético y su madre-
No quería volver a sentirse así. No podía. No podía. No podía. No podía-
No sería capaz de soportarlo.
•••
Para cuando Draco se calmó, descubrió que sus pies lo llevaron nuevamente de vuelta al salón, y que una vez allí dentro, lleno de los fantasmas, de la risa de su madre en cada rincón, en cada objeto y habitación, sentía que perdería la cabeza.
Sentía que no volvería a levantarse.
Apresuradamente, tomó una botella al azar de la reserva de Lucius y arrojó los polvos flú en dirección a la Mansión Nott, aprovechando que Theo tenía la red abierta siempre para él.
Solo para encontrar que su amigo no estaba allí.
Sin embargo, y aunque debió haberlo hecho, Draco no soportaba la idea de volver a su casa en ese momento. No soportaba la idea de estar solo. Todo lo que veía era un recordatorio. Todo. Todo el tiempo. Todo el puto tiempo.
Luego de preguntarle al elfo dónde estaba Theo, y que este le contestara que "el Amo no lo había informado", Draco se Apareció afuera de la base de la Orden, suponiendo que el único lugar posible en el que su amigo estaría sin decirle a sus elfos domésticos, sería allí.
A Draco en ese preciso momento ni siquiera le importaba pensar que una vez dentro la gente lo miraría con asco. Que incluso muchos de los actualmente heridos estaban precisamente heridos gracias a él mismo. Le importaba una mierda el resto.
No podía estar solo.
Dudando, sacó la varita y la miró. La miró por minutos enteros, sin saber si era capaz de soportarlo otra vez.
Pero era la única forma. Theo lo reconocería o le extrañaría al menos que el animal fuera donde fuera que estaba él, y pensaría en quién podría habérselo enviado. No había demasiados magos capaces de tener un Patronus como ese.
Cerrando los ojos, y negándose a abrirlos durante el proceso, Draco conjuró el thestral y le ordenó ir hacia Theo.
Apenas dos minutos más tarde, el portón de la mansión se abrió y Draco dio un paso al frente, dispuesto a entrar.
Pero no era Theo el que lo estaba esperando al otro lado.
Era Potter.
Draco lo examinó, notando cómo había bastantes moretones repartidos por su piel, y uno particularmente grande que le cubría la mitad de la cara, aunque ya estaba empezando a perder color, como si recién se lo hubiese curado con magia. Sus ojos se encontraban brillantes, como –Draco recordaba– cada que vivía una emoción intensa en Hogwarts, y la luz de la luna se reflejaba en la cicatriz de su frente. Su magia estaba inquieta. Hacía que los vellos de su cuello se erizaran.
Potter se le quedó viendo unos instantes, probablemente haciendo lo mismo que él, buscando signos de que lo que había pasado ayer fue efectivamente real, que ambos lo habían vivido. Luego, su mirada viajó hasta depositarse en su mano. Draco creía que quizás estaba asegurándose qué tanto crecieron sus dedos en más de veinticuatro horas. Pero Potter, en lugar de comentar sobre eso, o siquiera decir " hola", simplemente se inclinó y le quitó la botella de Whisky de las manos de golpe, antes de dar media vuelta y empezar a cerrar el portón.
Imbécil.
Draco se apresuró a entrar, sintiéndose irritado desde un inicio. Su plan había sido ir a buscar a Theo y llevárselo a la mansión, o beber hasta no recordar nada- pero con él.
¿Y qué había obtenido?
A Potter, con ojeras más oscuras que las suyas y un carácter de mierda.
Mientras Draco caminaba detrás de él, tratando de seguirle el paso, se satisfizo al recordar lo agradable que era saber que Potter y sus actitudes aún eran una buena distracción. Que la Orden en sí era una buena distracción, un motivo para seguir. Estar ahí, y saber que si podían- si tenían la posibilidad de al menos derrocar el gobierno, la deuda con su madre no sería tan grande y-
No va a volver.
Nunca la volveré a ver.
Esto no la traerá de vuelta.
—¡Potter! —llamó Draco apretando la mandíbula cuando lo vio subir las escaleras como si su vida se fuera en ello.
—Vete a la mierda, Malfoy —fue su respuesta, mientras doblaba por el pasillo.
Draco hizo una mueca; el dolor del Crucio en sus riñones aún latía.
—Cabrón…
Potter llegó al borde de una habitación alejada y se dejó caer, apoyado en la pared a un lado de la puerta, Draco lo alcanzó, poniéndose frente a él y lo miró desde arriba, frunciendo las comisuras con asco al verlo abrir la botella y tomar de ella como si le perteneciera.
—¿Dónde está Theo? —preguntó, masajeando su frente.
—¿Dónde crees tú que está? —replicó Potter con brusquedad, sin mirarlo.
Draco dejó caer la mano y suspiró.
Luna Lovegood, por supuesto, ¿dónde más?
Miró a su alrededor, tratando de descubrir si se encontraba por allí cerca; pero, en cambio, lo que le recibió fue un montón de gente yendo de un lado a otro sin detenerse. Un ruido latente corría por cada rincón de la casa.
Había más personas allí. Y los sanadores continuaban curando a los heridos. Incluso un día después.
Draco giró la cabeza nuevamente hacia la puerta donde Potter estaba apoyado y la observó. ¿Quién estaría ahí dentro?, ¿Granger, Weasley?, ¿o alguien que él no conocía?
No puedo evitar sentir de nuevo lo descontrolada que estaba la magia de Potter, deduciendo que tenía que ver con quienquiera que estuviera dentro de esa habitación. ¿Estaría herido de gravedad?, ¿al borde de la muerte, quizás? Draco se cruzó de brazos, mirando cómo Potter le daba otro trago a su botella, y al olfatear el aire recién ahí se dio cuenta de que el hombre apestaba a alcohol. Pero a alcohol muggle.
Suspirando, meditó sus opciones. Como Draco lo veía, tenía tres. La primera: iba a buscar a Theo de forma patética para pedirle que se fueran y que lo acompañara, además de quitarle la botella a Potter porque de ninguna manera se la iba a dejar. La segunda: se iba de inmediato, (lo cual sería lo más sabio), pero… eso significaría volver a la mansión. Y a ver las paredes llenas de sangre. Y a estar solo-
Draco no soportaba estar solo.
No ese día.
Así que eligió la tercera opción.
Se dejó caer lentamente al lado de Potter, en la otra pared al costado de la puerta, siendo separados solo por ésta. Apoyó los brazos en sus rodillas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Potter horrorizado.
—Me quitaste mi botella —contestó Draco con simpleza, apuntándola con la barbilla—. Por algo la traje.
Potter bajó la vista hasta el Whisky de Fuego e hizo una mueca desagradable, para así ignorar sus palabras y darle un sorbo. Draco rodó los ojos, quitándosela de la mano, y tomó él también sin reparar lo poco digno que era eso. Su padre pondría el grito en el cielo si lo hubiese visto.
Pero su padre ya no estaba.
Su padre había matado a su madre.
Parecía un chiste de mal gusto.
Draco desvió la mirada hacia una ventana que tenían frente a ambos, y por al menos dos minutos, ninguno de los dos dijo nada.
—¿Leíste lo que dice El Profeta? —soltó Draco entonces, incómodo con la situación y sin saber qué más decir. Vio cómo Potter pegó la nuca a la pared tras él.
—No- solo… No hablemos de eso. No- no hablemos-
—¿Quieres que me siente aquí sin decir una palabra?
Potter bufó.
—Preferiría que te fueras, pero- —dijo, y Draco rodó los ojos una vez más—. Sí, algo así.
Draco accedió, solo porque no tenía ánimos de ponerse a discutir con él. Se llevó la botella a la boca nuevamente y le dio un largo trago. El Whisky de Fuego bajó por su garganta.
Aquello no era una buena idea.
Potter también bebió una vez que Draco dejó la botella entre ambos, y por muy surreal que aquello se sintiera, era mejor que lo que le había pasado en el día.
Sí, tan mal estaban las cosas que beber al lado de Harry Potter no estaba al final de la lista de acontecimientos horribles. Que incluso era preferible a estar en su casa en esos momentos.
—Nunca había visto algo así —murmuró Potter de pronto.
Draco frunció el ceño, ignorándolo al creer que estaba hablando solo, pero luego de unos segundos sintió la mirada de Potter encima de él.
—¿Qué?
—El Patronus. —Potter hizo una seña con la botella hacia el aire—. Nunca vi un Patronus en forma de thestral.
Un ramalazo de dolor le recorrió al oírlo.
Draco recordó las tardes luego de la guerra, siendo obligado a aprender un Patronus en caso de que quisieran torturarlo o amenazarlo con ser besado por un Dementor. Recordó lo mucho que le había costado obtener su zorro, y cómo no tuvo a nadie con quien compartir su significado, o celebrar el triunfo una vez que lo consiguió.
Y luego recordó cómo se veía su nuevo Patronus en la tarde, grande e impactante. Recordó cómo su madre solía conjurarlo para él cuando era niño. El thestral recorría su habitación, mientras Draco trataba de alcanzarlo al mismo tiempo que saltaba encima de su cama.
Pero desechó el pensamiento. No podía. Estaba ahí para olvidar.
—Ni siquiera sabía que podías hacer un Patronus —insistió Potter.
—No tendrías por qué saberlo —espetó Draco con amargura—. No es como si alguna vez hubiéramos sido amigos.
No agregó que tuvo que aprender a conjurarlo una vez que comenzó a vivir en ese mundo, y que en Hogwarts no fue capaz de producir uno nunca. Potter probablemente podía deducirlo.
—No porque no lo hayas intentado.
—Sí, sí, y me rechazaste —dijo Draco, haciendo un gesto de hastío—. ¿Realmente quieres hablar de eso?, ¿te excita saber que le rompiste el corazón a mi yo de once años?
Potter arrugó la nariz.
—Cállate, tú no tienes corazón.
—Sí tengo, y me lo rompiste…
—Voy a vomitar-
—… en mil pedazos.
Draco imitó la postura de Potter con la nunca pegada a la pared, y ladeó la cabeza para poder mirarlo. Potter hizo una mueca al beber y Draco casi comenzó a reírse por lo ridículo que era esto. Y él. Sobre todo él.
—No aguantas una mierda.
Potter tomó la botella y comenzó a girarla para así leer la etiqueta que tenía. La yema de sus dedos trazaban el papel.
—El alcohol mágico es muy diferente al muggle —dijo ausentemente—. Olvidé a qué sabía el Whisky de Fuego.
Draco observó su perfil. Observó la obstinada línea de su mandíbula y la manera en que las pestañas bañaban sus mejillas al mirar hacia abajo, todo bajo esos horrorosos lentes. Su cabello era un desastre, y se veía afligido. Bueno, tenía que estarlo si estaba bebiendo con él sin tratar de pelear. Al menos no con el mismo esfuerzo de siempre.
Draco apartó su vista de Potter, dándose cuenta de que lo estaba mirando más tiempo de lo normal, y no contestó nada otra vez. Tomó la botella, tratando de no pensar en que se estaban turnando para hacerlo... de una manera casi amigable.
Era irónico. Objetivamente, aquello fue una victoria para la Orden. Consiguieron triunfar al secuestrar a Rookwood, y Potter por fin pudo mostrar al mundo, sin posibilidad de ser desmentido, que estaba vivo. Que había una supuesta esperanza.
Pero aquel lugar apestaba a sangre y pociones y carne viva.
A muerte.
—¿Viste…? —comenzó a preguntar Potter, dándole un sorbo especialmente largo a la botella cuando Draco dejó de beber—. ¿Viste-? ¿Viste a los niños?
Potter había empezado a arrastrar ligeramente las palabras, seguramente gracias a la combinación con el alcohol muggle que había estado tomando antes. O a que ya no estaba acostumbrado a consumir bebidas mágicas. O ambas.
Draco frunció el ceño sin entender, y tuvo que haberse leído en su cara, porque Potter se pasó una mano frustrada por el pelo.
—Niños —dijo, en tono agraviado—. Había niños de once años allí. Peleando.
Draco hizo memoria, mientras tomaba el Whisky entre sus manos. Unos cuantos recuerdos de infantes levantando sus varitas tanto en contra de ellos como en contra de la Orden pasaron por su cabeza. Pequeños niños que no debían saber demasiado, pero que ese mundo les había enseñado cosas que no tenían por qué saber.
La diferencia entre él y Potter, es que Draco no sentía nada al respecto.
O aprendió a no sentirlo.
Le daban igual. Todo el mundo le daba igual. Estaba acostumbrado a esa crueldad y a pensar en los niños de Hogwarts como soldados. Eso es lo que eran. Eso es lo que el Señor Tenebroso siempre deseó que fueran. Draco no podía sentirse igual de impactado que Potter cuando aquello había sido una imagen recurrente para él durante todos esos años.
—Eran- eran… Estaban ahí, haciendo magia negra —continuó Potter al no recibir respuesta de su parte—. ¿Cómo puede eso ser normal? ¿Cómo….?
—Creí que no querías hablar —lo cortó Draco con brusquedad, bebiendo otra vez. Potter le quitó la botella apenas la dejó entre ambos.
—Es el alcohol. Mierda —murmuró, tomando otro trago de Whisky—. Hablo demasiado, más de la cuenta, cuando tomo. No debería seguir bebiendo.
Pero no demoró en darle otro sorbo a la botella.
Draco lo miró por unos segundos antes de imitarlo y soltar un resoplido semejante a una risa. La bebida poco a poco comenzaba a fluir por sus venas.
—Yo empiezo a decir estupideces —comentó al aire, encogiéndose de hombros—. Cuando bebo.
—¿Cuando bebes? —se burló Potter—. Tú siempre dices estupideces.
—Potter… amanecí con ganas de pegarle a alguien, ¿te estás ofreciendo como voluntario?
Esta vez el que soltó un resoplido fue él.
Draco no agregó nada por un largo rato, escuchándolo tomar. A esa velocidad, Potter estaría vomitando en unos minutos, y Draco no estaba dispuesto a limpiar su vómito.
—Malfoy.
Draco alzó una ceja mientras desviaba la mirada, dando a entender que lo había escuchado. Potter se aclaró la garganta.
—Gracias —completó, como si aquella frase le quemara.
Draco esperó en silencio a que Potter se riera.
Esto no sucedió.
—¿Qué?
—Por las pociones.
Draco apretó los labios al escuchar el tono de obviedad, mientras revivía en su cabeza el momento en el que llevó las pociones a la base. Y a pesar de que quería tratar de entender el porqué de sus propias acciones, la verdad era que… solo lo hizo. No lo pensó. No paró a meditar los motivos. Solo supo que las pociones que llevaba haciendo desde hace días no eran precisamente para los Mortífagos, y que la Orden las necesitaría. Fue su primer instinto, necesitaba que estuvieran fuertes y que pudieran pelear.
—¿Por qué me lo estás agradeciendo? —dijo Draco con desprecio—. Tenía que traerlas.
—No, no tenías que hacerlo.
—Potter, por favor. Si no las hubiera traído, habrían más bajas de las que hubieron. Y eso no me beneficia para nada. Tenía que hacerlo.
Potter bebió otro sorbo y apuntó hacia atrás, chocando la botella con la puerta que estaba entre ambos.
—Ron está allí dentro —le dijo, en un tono que Draco no sabía cómo interpretar. Decidió escucharlo con atención, aunque, si era sincero, le importaba una mierda lo que le pasaba o no a la Comadreja—. Se ha quedado sin una pierna. Si se salva, será gracias a ti. Y estoy agradecido por eso.
Draco alzó las cejas, despreocupado.
—Wow, el gran Dios se ha dignado a mirar a los mortales. ¿Eso debería hacerme sentir mejor? —se burló—. Créeme que entre todas las cosas que quería hacer hoy, salvarle la vida a un Weasley no era una de ellas.
Potter estrelló la botella contra el suelo con tanta fuerza, que casi la quebró.
—¿Preferirías que hubiera muerto, entonces?
—Me da absolutamente igual, Potter —contestó con honestidad, encogiéndose de hombros—. Si vive, si muere, no cambia nada para mí. Me importaría una mierda si es que no vuelve a caminar. Quizás lamentaría perder a un soldado, pero eso es todo.
—No lo llames así —espetó Potter en tono amenazante.
Solo porque no tenía ánimos de discutir, Draco aceptó que le hablara de esa forma. Estaba harto, ya había peleado suficiente por un solo día.
Por una vida.
—¿Por qué tienes que ser… así? —preguntó Potter al cabo de un rato, en el que solo el sonido de una tenue llovizna y los gritos resonaban entre ambos.
—Así, ¿cómo?
—Tan… odiable.
Draco soltó una risa sin humor, tomando la botella entre sus manos cuando Potter terminó de beber.
—Creo que la palabra que buscas es "detestable".
—Eso. ¿Por qué?
Draco lo consideró. Sabía quién fue en Hogwarts, pero pensar en sí mismo como ese niño que creía que Harry Potter le ganara era lo peor que podía pasarle, se sentía lejano. Como pensar en la vida de un extraño Draco se llevó el Whisky de Fuego a la boca, el alcohol ingresó a su cuerpo y él apenas lo sintió.
Apenas sentía nada.
—Toda tu jodida vida te encargaste de ser el ser humano más detestable que una persona podría tener cerca —prosiguió Potter, mirándolo de lleno—. ¿Por qué?
—Interesante, describirme a mí como el ser humano más detestable existente cuando Severus Snape era tu profesor, y el Señor Tenebroso literalmente mató a tus padres para convertirte en su mayor objetivo desde que eras un niño.
—Te burlaste de mis amigos. Les dijiste cosas horribles. Me dijiste cosas a mí. Hiciste de mi vida un infierno —balbuceó Potter, como si no pudiera detenerse—. Te burlaste de la muerte de mis padres, y de Molly Weasley, y- y- "los sangre sucias serán los primeros en caer"...
—No hace falta que llores tampoco.
Potter arrugó la cara, como si no pudiera comprender y Draco realmente fuera un puzzle humano.
—Eras- eres un ser humano detestable —le escupió. Draco suspiró cansinamente.
—Supongo que sí.
Potter se pasó una mano por la cara.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué eras así?
Draco apoyó la cabeza en la pared.
—Potter, ¿recuerdas a los niños que viste ayer?
—Sí.
Draco ladeó la cabeza para mirarlo.
Sus ojos se encontraron a mitad de camino.
—¿Qué te hace pensar que yo era diferente a ellos?
Potter se enderezó en su lugar, casi como si hubiera sido golpeado por aquella oración. Draco continuó.
—Sí, seguro, yo no estaba viviendo en un mundo gobernado por el Señor Tenebroso; pero... Toda mi vida- me dijeron, me criaron- me entrenaron para… Para-
Draco estuvo a punto, verdaderamente a punto de hablar de sus padres, de su familia y de todo lo que había analizado durante esos años. Cómo el amor le hizo creer cosas que no eran. Pero los ojos esmeralda de Potter, además de ser especiales para perderse en ellos, también eran lo suficientemente únicos como para no olvidar con quién estaba hablando.
Cerró la boca de golpe.
—Eso no es excusa —dijo Potter creyendo que había acabado de hablar.
—¿Crees que me importa un carajo excusar mi comportamiento ante ti? ¿Quién crees que eres?, ¿un juez? —Draco le dijo con sorna—. Me preguntaste por un porqué, y te lo di, hasta que recordé que no es ninguno de tus putos asuntos.
Draco desvió la mirada tercamente hacia la ventana y tomó un gran trago de Whisky. Potter lo imitó una vez que dejó la botella a un lado suyo, bebiendo por unos segundos, para acabar sacudiendo la cabeza.
—Deberías ir a checarte —dijo Potter entonces, de la nada.
Draco pausó en sus movimientos y se giró.
—¿ Disculpa?
—Estás medio cojeando y haces muecas cada vez que te mueves. Mantienes la mano encima de tu estómago mientras aplicas presión —explicó, gesticulando con sus dedos. Draco quitó la mano de su torso apenas lo oyó—. Diría que estás herido, pero pareces bien por fuera.
Draco alzó las cejas, sin saber cómo carajos Potter había notado tantas cosas en ese estado y en tan poco tiempo. Quizás él estaba siendo muy obvio, o quizás Potter siempre había sido muy detallista con las cosas más estúpidas.
—¿Cuántos Crucios fueron? —preguntó. Draco arrugó la frente.
—¿Cómo…?
—Malfoy, ¿de verdad quieres saber cómo es que sé las secuelas de los Crucios?, ¿no se te ocurre una idea?
Draco lo observó. Siempre lo observaba.
De todas las personas en la Orden, Potter parecía ser el menos afectado, el menos tocado por la guerra. La única cicatriz realmente visible que tenía, era la de forma de rayo que le llegaba hasta la mitad de la mejilla. Obviamente lucía mucho más grande, más macizo y alto de lo que fue en Hogwarts, más cansado también. Pero el resto…
Draco no se iba a engañar a sí mismo. Potter era odioso, pero atractivo. Era devastadoramente atractivo, como la representación de una fuerza de la naturaleza incapaz de domar. Y era un poco injusto ver cómo todos parecían haber perdido, y haber sufrido; haber envejecido diez años más de lo normal. Y que él continuara con aquella fachada de "El-niño-que-vivió" intacta; el héroe que los iba a salvar a todos.
Era fácil olvidar a veces, que Potter había sufrido incluso más que él.
—No es nada —respondió finalmente a su anterior pregunta—. Pasará en unos días.
Potter hizo un pequeño "tch" con la lengua, mientras Draco fijaba los ojos en la botella en su mano, girándola.
—Un Crucio es una tortura terrible.
—No tenía idea.
—Duele demasiado.
—Merlín, Potter, estoy impresionado. Sabes pensar mejor que un niño de cinco años.
—Duele más que cualquier otra cosa en el mundo.
Draco paró de girar la botella de golpe ante esa afirmación y parpadeó. Luego, tomó un trago muy largo.
No miró a Potter mientras respondía.
—Ambos sabemos que hay dolores peores.
Volvieron a quedarse en silencio entonces. Draco sentía cómo el alcohol finalmente empezaba a afectarle. Sentía que el tiempo y el mundo estaban pasando más lentos, y sus pensamientos se veían ligeramente atontados también. El dolor en su interior se encontraba algo entumecido.
Y de pronto, cuando Draco aceptó por fin que definitivamente el whisky le estaba comenzando a afectar, Potter rio.
Absolutamente de la nada.
—No puedo creer que esto está pasando —soltó con una sonrisa clara en la voz. Draco se negaba a volver a mirarlo.
—¿Qué?
Potter extendió la mano hacia el lado, y él de forma inconsciente le tendió la botella.
—Estoy esperando a ver cómo Ron sale con vida sentado junto a Draco Malfoy —explicó antes de llevársela a la boca.
Incluso a sus propios oídos sonaba delirante.
Draco sonrió perezosamente. Esto era ridículo.
—Draco Malfoy —repitió Potter con voz hueca.
—Ese es mi nombre.
—Mi yo adolescente querría tirarse de la escalera hacia abajo.
—Mi yo adolescente te tiraría de las escaleras hacia abajo.
—Por favor, Malfoy —replicó Potter con una sonrisa autosuficiente y borracha—. En Hogwarts, alguien te tocaba un pelo y te ponías a llorar diciendo que nos acusarías con tu padre.
Draco bufó al escucharlo, e hizo una mueca por el movimiento de su torso. Por unos momentos, recordó con cierto asco al niño que fue. Tan crédulo. Tan imbécil.
Tan débil.
—No tengo idea de cómo sobreviví al inicio de la guerra.
No fue su intención. No decirlo, al menos. A pesar de que era cierto.
Potter suspiró, y mientras Draco le daba una breve mirada, notó que su expresión se volvía verdaderamente honesta.
—Yo tampoco lo sé.
Bueno, estaban de acuerdo en algo.
Potter volvió a tomar otra vez, haciendo que Draco apoyara la frente en sus rodillas mientras lo escuchaba. De una forma u otra, toda aquella situación lo estaba aliviando. La opresión en su pecho era casi fácil de obviar.
Y, si Potter no había entrado como loco a pedir actualizaciones de la Comadreja, probablemente a él también le pasaba algo similar.
—Convirtiéndote en lo que eres ahora, supongo que sobreviviste —volvió a hablar Potter una vez que dejó la bebida a su lado, limpiándose con la manga.
Draco levantó la cabeza, mareándose en el proceso. Alzó una ceja.
—¿Y qué soy?
Potter dejó de mirar hacia abajo para enfocarse en él, y por unos segundos, lo único que hicieron fue observarse el uno al otro. Era algo ya familiar.
Los ojos de Potter estaban desenfocados y cristalizados gracias al alcohol; su boca estaba algo abierta, su cabello era un desastre, el moretón había desaparecido. Su expresión denotaba un grado de apertura distinta a la máscara dura que normalmente mostraba hacia Draco.
Se lamió los labios, mirándolo con intensidad.
—Astaroth —susurró él.
Draco asintió lentamente, sin cortar el contacto visual. Cuando habló, su voz también era un murmullo.
—Es bueno saberlo, Elegido.
El ruido de un chico corriendo de un cuarto a otro con un suministro de pociones los sacó a ambos de la competencia de miradas que habían establecido; alguien herido probablemente estaba entrando en colapso. Para cuando Draco volvió a ver a Potter, éste estaba abriendo y cerrando la boca aún sin apartar la mirada, con gesto pensativo.
—¿Qué? —preguntó Draco.
Y por la transparencia del rostro de Potter, Draco sabía que diría algo como "no me digas así", o reclamaría que era "más que eso", más que el título de "Elegido".
Pero sabía que si lo decía, sería admitir que Draco era "más que eso" también.
—Nada.
Desde hacía mucho tiempo que Draco no veía una cara que no trataba de ocultar lo que estaba sintiendo. Seguro, a Potter siempre se le notaba cuando se molestaba, era inevitable. Pero el resto del tiempo parecía casi tan frío como él. Indiferente.
Y aquello… aquello era casi poder leerle la mente solo de verlo. Por unos segundos, Potter estaba dejando olvidar que sobrevivir en ese mundo significaba jamás mostrar una sola grieta de vulnerabilidad.
—Potter —dijo Draco viendo cómo este apretaba los labios, sintiéndose contrariado.
Potter asintió
—Malfoy.
Ninguno dijo nada más.
Al cabo de unos minutos, un bullicio se oyó en la puerta detrás de ambos. Draco se medio giró, escuchando los pasos ir de un lado al otro en la madera y un par de exclamaciones. Potter sacó la varita, e hizo el ademán de querer levantarse, tenso de cabeza a pies. Pero no duró más de treinta segundos.
Sin embargo nada sucedió, y por unos diez minutos –o quizás menos– ambos se dedicaron a esperar que alguien apareciera por la puerta dando cualquier noticia. Buena, o mala.
Pero luego se dieron cuenta de que eso no sucedería. O Potter se dio cuenta, aunque no dejó bajar la guardia.
Los pasos seguían sonando dentro. Draco se preguntó si Granger estaba allí.
—Weasley va a estar bien —dijo sin pensar, a causa del alcohol.
Draco no pensaba volver a beber. No al menos al lado de Potter.
—No necesitaba tu confort, pero gracias.
—No lo digo para hacerte sentir mejor, por mí que te pusieras a llorar y no me importaría nada. Lo digo porque es la verdad. Ustedes, los Gryffindor, siempre terminan viviendo.
Potter aún miraba la puerta con insistencia.
—No tienes que sonar tan decepcionado al respecto.
Draco sonrió amplio esa vez. Por primera vez aquel gesto no se sintió como un esfuerzo terrible.
—No me digas qué hacer.
Potter lo miró de reojo por unos segundos, antes de bajar la cabeza y esconder una sonrisa él también.
Al cabo de unos segundos volvió a su posición inicial, con las piernas extendidas en medio del pasillo y el torso junto a la cabeza apoyados en la pared de detrás.
—Malfoy.
Draco ladeó la cabeza para indicar que lo estaba escuchando.
—¿Alguna vez te has puesto a pensar...?
El rubio soltó una pequeña risa gracias al alcohol. Potter era un hombrecito chistoso cuando se lo proponía.
—Bueno, ya está claro que no, pero- —dijo él rectificando, con un ápice de diversión—. ¿Alguna vez has pensado cómo hubieran sido de diferentes las cosas? Si el día que te conocí, yo-
—No —lo interrumpió Draco. Sintió los ojos de Potter encima de él al instante. Draco le dio un trago a la botella—. Nada habría cambiado, Potter.
Potter no dijo nada, y Draco una vez más sintió cómo el ánimo decaía. De verdad, qué manía de hacer eso. Draco no quería pensar en el pasado. No quería pensar en los "qué hubiera pasado si…". Durante su adolescencia lo hizo innumerables veces.
¿Qué hubiera pasado si Potter hubiese tomado mi mano?, ¿qué hubiera pasado si mis padres no me hubiesen criado así, si mi padre no se hubiera unido al Señor Tenebroso?, ¿qué hubiera pasado si nunca hubiese tomado la Marca, si hubiese pedido ayuda, si Dumbledore me la hubiera ofrecido antes?, ¿qué hubieras pasado si hubiese decidido mejor?
Así no estaban destinadas a suceder las cosas.
—Mis padres no se habrían pasado a tu bando —continuó Draco, impasible—, y yo te habría vendido al Señor Tenebroso si hubiera tenido la más mínima oportunidad.
—No. No lo habrías hecho.
—Te aborrezco. Por supuesto que lo habría hecho —replicó bruscamente, con una mueca desagradable—. Lo haría ahora mismo si no me sirvieras vivo.
Potter entrecerró los ojos, como si estuviese tratando de leerlo de esa manera exasperante que tenía.
—Malfoy, ¿por qué parece que estás tratando de convencerme? —Draco desvió la mirada. Eso era una mierda. Todo eso, pura, pura mierda—. No necesitas hacer que te desprecie más de lo que ya lo hago. Créeme que es suficiente.
Draco esbozó una mueca irónica.
—Estoy siendo honesto.
Dejó la botella entre ambos, y Potter alzó la mano para tomarla al instante, haciendo que sus dedos casi se rozaran. Draco lo miró, descolocado. Los ojos de este estaban fijos en el piso. Parecía no haberse dado cuenta.
—Lo siento por Narcissa —dijo abruptamente. Draco sintió cómo el estómago se le encogió. Toda su conversación se sentía muy abrupta, en general.
—Potter-
—Sé que no quieres hablar de eso. Y debería callarme. Pero creo que no lo dije antes. —Potter conectó sus miradas—. Siento lo que le sucedió.
Draco sintió su mandíbula tensarse.
Potter no conocía a su madre como para sentirlo de verdad, y por otra parte, él sabía que le estaban haciendo algo en Azkaban. Algo malo.
Y ni él ni nadie hizo nada.
¿Qué podrían haber hecho?
—No me sirven tus lo siento —le espetó.
—Nunca dije que lo hicieran. Solo- sé lo que se siente… perder a tus padres.
Draco agarró la botella, dejando de mirarlo y tratando de calmarse.
Quería decirle que no era lo mismo, joder. Potter había quedado huérfano desde que tenía un año de edad, nunca logró conocer a sus padres. No sabía si a su madre le gustaba cantar, o tocar el piano como Narcissa hacía. O si su padre era capaz de disfrazar a todos los elfos domésticos para que lo ayudaran a armar una obra de teatro para entretenerlo. Potter no tenía idea. Potter no los tuvo, no realmente. Y Draco quería gritarle que no, que no fingiera que sabía cómo se sentía, cuando él parecía estar en agonía cada segundo de su vida. Que el llanto y la angustia venían a Draco provocados por algo tan simple como un frasco de mermelada, un animal, o los anillos de su mano que su padre le regaló cuando se hizo lo suficientemente mayor.
No era lo mismo.
Pero en lugar de ponerse a gritar, le dio otro largo sorbo al Whisky.
No quería, aunque de forma inconsciente, su cerebro comenzó a revivir la última vez que la vio, tendida sin vida en esa celda. Cómo se había enterado. Cómo se había sentido. Cómo Draco había creído que podía salvarla. Si hubiera llegado a tiempo, quizás… quizás-
Cerró los ojos, y las palabras de Hannah Abbott volvieron a él.
¿Cómo pudiste? A tu propia madre...
Y eso le ayudó a recordar algo.
Bien.
Lo que sea para no pensar en aquello.
—Nunca pregunté —dijo Draco, cambiando desesperadamente de tema—. ¿Por qué Abbott estaba en la mansión, cuando la capturé?, ¿qué hacía allí?
El semblante de Potter se ensombreció, seguramente recordando cómo terminaron las cosas para Hannah.
—Estaba investigando tus barreras. Creíamos que Narcissa podía estar ocultando algo en la misma mansión, pero nunca supimos qué. Eran solo suposiciones.
—Theo pudo haber buscado y no arriesgarse a ser encontrado.
—Theo lo intentó, pero la gente no confiaba en que no hubiese encontrado nada. Pensaron que te protegía.
—Qué estupidez. No necesitaba su protección.
—Lo sé.
Un pequeño sentimiento de traición se alojó en la boca de su estómago. Theo, muchas veces, quizás solo fue a verle para investigarlo.
Pero lo entendía. Él también lo habría hecho, si las situaciones hubieran sido diferentes.
Si hubiese tenido algo por lo que luchar.
—Potter —dijo Draco, sabiendo que eso era lo que él y mucha gente tenía en la cabeza. Potter lo miró—. No voy a traicionarlos. No hay nada que el Señor Tenebroso pueda ofrecerme que valga darle la espalda a la Orden y perder mi vida. Es- mi madre…
Draco tragó el pesado nudo que se asentó en su garganta, sin ser capaz de terminar la oración.
—Es difícil de creer —replicó Potter—, después de las cosas que has hecho.
—Sí, pero no tengo razones para mentirte. ¿Por qué las tendría? Ni siquiera sabía que estabas vivo. No tengo ningún plan para acabar con la Orden.
Potter lució como si considerara sus palabras, balanceando la cabeza, y por unos segundos, pareció perderse en sus recuerdos.
—El día que nos encontramos. Estabas tan… enojado. De que estuviera vivo —comenzó a decir, subiendo sus lentes al puente de su nariz—. Sabía que me odiabas, pero no sabía hasta qué punto.
Draco alzó las cejas, sorprendido de que recordara ese momento.
—¿Me dices que si me muriera, no bailarías sobre mi tumba? —replicó con ironía.
Potter no cedió, y apretó los labios sin contestar mientras Draco suspiraba. Muy bien, entonces...
—No estaba molesto porque estuvieras vivo. No por ese hecho en sí —respondió con honestidad. Ya daba igual tratar de mentirle—. Sino, por lo que significaba.
Potter frunció el ceño de una forma cómicamente exagerada. Draco casi sonrió.
—¿Que podíamos derrocar a Tom? —dijo él—. ¿Que perderías a tu Amo y tu poder?
—Que había una opción.
Salió de sus labios antes de poder evitarlos, y Draco giró la cabeza para mirar hacia el frente demasiado rápido, haciendo que el mundo le diera vueltas. No le pasó desapercibida la manera en que el semblante de Potter cambió una vez más. Sorpresa. Incredulidad. Curiosidad. Demasiadas emociones que no tenía intenciones de manejar o satisfacer.
—Que siempre hubo una opción… —susurró Draco, respirando hondamente.
Potter resopló, aunque no sonó completamente despectivo.
—¿Y la habrías tomado, de haberlo sabido? —cuestionó con escepticismo.
Los ojos de Draco no se separaron de la ventana. El bullicio de la casa se había calmado un poco, y eso hacía que los murmullos en los que ambos hablaban se escucharan más fuertes.
Draco ni siquiera se había dado cuenta de que su conversación eran prácticamente susurros.
—Yo creo que no —afirmó Potter finalmente ante su silencio.
Draco decidió que era un buen momento para volver a beber un trago largo.
—Probablemente no.
—¿Entonces? —volvió a preguntar Potter—. ¿Cuál es el problema?
Draco pensó en Eric. Draco pensó en los niños Servi. Pensó en las cosas que había hecho. Pensó en que era peor que en un asesino.
Y que, al final de todo, si hubiese sabido sobre Potter…
Habrías hecho lo posible para sacar a tu madre de prisión de todas formas. Que Potter estuviera vivo no cambiaba nada. Jamás habrías pensado en que él podría ayudarte. Habrías seguido lamiendo la suela de los zapatos del Señor Tenebroso.
Sí, pero al menos habría sabido que si eso fallaba-
—No vale la pena explicártelo. No es como si lo fueras a entender —dijo finalmente.
Potter lo apuntó con la botella en la mano.
—Siempre tuviste opciones, Malfoy —medio canturreó—. Lo que pasa es que tenías miedo de tomarlas.
Miedo.
En eso se resumía su vida. En tener demasiado miedo. Miedo a morir. Miedo a matar. Miedo a ser visto como débil. Miedo a irse por las opciones arriesgadas. Miedo a fracasar. Miedo.
Draco estaba harto de pensar que eso era todo lo bueno que había en él. Que todas las cosas que no hizo que no lo convertían en un ser totalmente deplorable, se debían a que él era un cobarde.
Todo lo mínimamente redimible que tenía, se debía a las cosas que no hizo.
Suspirando, Draco se pasó una mano por la cara y palpó su cicatriz. Luego, se levantó mientras sacudía sus túnicas.
—Me voy —dijo mirando hacia el frente. Sabía que Potter estaba viéndolo con el entrecejo fruncido desde abajo, claramente borracho.
—¿Adónde vas?
Draco comenzó a caminar por el pasillo, lento, debido al dolor del Crucio y al alcohol fluyendo por sus venas.
—Volveré cuando podamos interrogar a Rookwood —informó, en vez de responder a su pregunta.
Sintió cómo Potter se movía y Draco se volvió para mirarlo por encima del hombro. El hombre se estaba levantando tambaleante, con una mano apoyada en la pared.
—Deberías quitarme los recuerdos —dijo Draco, apostando mentalmente por si se iba a caer—, pero no sé qué tan buena idea sea, si estás así.
—¿Por qué estás huyendo? —balbuceó Potter confundido—. Siempre huyes- siempre. ¿Por qué…?
Draco se medio volteó. No creía que lo que estuviera haciendo pudiera catalogarse como huir.
—No me apetece hablar sobre mis malas decisiones.
Potter avanzó con lentitud, hasta colocarse a un poco más de un metro de él.
Casi frente a frente y bajo otra luz, Potter se veía… distinto. Incluso su magia se sentía distinta.
—Yo también las tomé —dijo él.
Draco hizo una mueca extrañada al ver cómo la expresión de Potter cambiaba entonces a una… adolorida.
Culpable.
—¿Qué?
—Malas decisiones —respiró Potter mientras cerraba los ojos con fuerza, con tanto pesar que a Draco le provocó un escalofrío—. Más de las que te puedas imaginar.
Draco lo observó. Los mechones de cabello le caían como cascadas en la frente, y la barba comenzaba a asomarse un poco en su afilada mandíbula gracias al descuido de unos cuantos días. Apestaba a alcohol aún, pero el aroma de fuego y madera de su magia era más fuerte. La cicatriz de su rostro no parecía estar discordante con sus rasgos, al contrario. Era como un complemento.
Potter no sería Potter sin esa marca.
—Me pregunto… —murmuró Draco sin quitarle los ojos de encima.
Potter abrió los ojos con lentitud, mirándolo por debajo de las pestañas.
Ojos verdes feroces y vívidos contrastando con la piel morena.
—Qué caminos habríamos tomado sin la guerra. Cada uno de nosotros —continuó Draco, enunciando las palabras gracias a la embriaguez—. Eso sí me pregunto.
¿Qué sería de ellos?¿Dónde estaría Draco? ¿Qué hubiera sido de Potter, si nunca hubiese sido el Elegido? ¿Aún así se odiarían?
¿Y el resto?
¿Y los muertos?
—Adiós, Potter —dijo Draco luego de unos segundos de silencio.
Cuando estaba a punto de darse la vuelta, Potter tomó la manga de su túnica.
Draco bajó los ojos hasta donde el contacto estaba, creyendo estar viendo mal.
—Malfoy —dijo él, aparentemente sin darse cuenta de que estaba tomando su brazo. Se apuntó a sí mismo, haciendo un hechizo que Draco suponía, era para la sobriedad—. Vamos, te quitaré los recuerdos.
Potter lo soltó al fin y tomó la delantera, comenzando a caminar, mientras la mirada de Draco aún estaba completamente fija allí donde lo había tocado.
Sacudiendo la cabeza, lo siguió de nuevo, observando cómo el hombre conjuraba un Patronus con… facilidad. Pero aquel era diferente. Era del tipo de Patronus que aparecían en el mundo mágico de vez en cuando, en los que el ciervo hablaba a la gente. Draco se dijo a sí mismo que debía aprender a hacerlo, mientras miraba cómo Potter le hablaba al animal.
El ciervo plateado se fue a buscar a Theo como lo decía el mensaje, y ambos caminaron en silencio hacia el patio. Afuera, la noche estaba fresca, aún lloviznaba. Cuando su amigo llegó hasta ellos, con signos claros de haber estado siendo curado de sus heridas y de querer preguntarle a Draco qué había ido a hacer, Potter se puso delante de él.
—Suerte —susurró Potter, llevando la varita hasta su sien.
Draco pensó en lo que se le venía, y le dedicó una sonrisa amarga.
—No sé quién de los dos la necesitará más.
Antes de que todo se volviera negro, lo último que vio fue cómo Potter bajaba la mirada hasta la botella en su mano y la dejaba descansando ahí por más tiempo de lo necesario.
Suponía que tratar de descifrarlo aún estaba entre sus planes.
