Lucius quiso huir.
Quiso escapar antes de que la maldición cayera sobre él, y quiso llevarse a Draco y Narcissa consigo antes de que sucediera.
Pero no pudo.
Sucedió apenas unas horas después de la Batalla de Hogwarts, luego de que Narcissa fuera dejada en los calabozos de la mansión y Lucius tratara de liberarla. Lo tenía todo planeado, absolutamente todo. Se irían a Francia, se esconderían por un tiempo, y luego se marcharían a otro lugar. Draco tendría la vida que él nunca pudo darle, no realmente, y su esposa sería libre y feliz; no estaría condenada porque él intentó hacer lo mejor para su familia. Lucius se equivocó al elegir el bando del Señor Tenebroso, se equivocó con Draco, pero no permitiría que esos errores le costaran a las únicas personas que él apreciaba en el mundo.
Lamentablemente, jamás pudo completar su plan.
Fue descubierto por Rookwood en el momento que estaba tratando de rescatar a Narcissa, y antes de que Lucius pudiera defenderse, fue aturdido y llevado al Señor Tenebroso quien consideró oportuno ponerlo bajo la maldición Imperius para así utilizarlo. Como una marioneta.
El Lord no sentía respeto por los Malfoy. Ninguno. Su hijo era un débil y un cobarde. Su esposa era una traidora que los había vendido. Y él era un pobre imbécil que no era cien por ciento leal, a sus ojos. Sin embargo, sabía que Lucius, que el legado de los Malfoy, era útil, quisiera admitirlo o no. Así que tenerlo como una pieza de su partida, tenerlo como una carta bajo la manga, era una opción que no dejaría pasar. Por lo que durante aquellos ocho años, todo lo que el Lord hizo fue controlarlo a su antojo. Como beneficio para él, y como castigo para Lucius.
Lo hacía presenciar cada sesión de tortura de Narcissa, incluso lo obligaba a efectuarlas de vez en cuando. Todo esto ante los ojos de la mujer que pensaba que su marido, una vez más, había elegido los ideales de la sangre antes que a su propia familia.
Y Lucius deseaba poder gritarle que no era así.
En un inicio no había sido tan terrible. El Imperius te hace sentir como si estuvieras flotando. Una sensación de paz, de calma e irrealidad que te impide darte cuenta de lo que está pasando a tu alrededor. Por lo que Lucius obedeció a las órdenes de su Amo sin objeciones. Sin trabas. Sin problemas.
Hasta que, incluso sin quererlo, empezó a hacerse consciente de la realidad. Al menos medianamente.
Cada cierto tiempo, cuando reunía la suficiente fuerza de voluntad para librarse, era puesto de nuevo a merced de la Imperdonable, siempre bajo la varita del Señor Tenebroso. El único mago que podía hacer una Imperius que a Lucius le costaba combatir. Eso no quería decir que se rindiera, siempre estaba peleando, siempre estaba tratando de liberarse para salvar a su familia.
Y cada vez que lograba ganar la pelea, su desgaste mental aumentaba.
Por lo mismo tuvo que mirar todo lo que sucedía como simple espectador. Su cabeza estaba dividida entre dejarse sucumbir en la tranquilidad y paz que el maleficio le ofrecía, o despertar de una buena vez, sabiendo el dolor que aquello le terminaría causando. Lucius siempre se encontraba oscilando entre ambas, impotente al no ser del todo consciente de lo que pasaba, y al mismo tiempo, sí. Y no poder hacer nada al respecto.
Una de las cosas más duras fue, poco a poco, observar cómo Draco se convertía en un asesino.
Lucius no recordaba haberlo visto matar a alguien, pero sí que observó cómo hacía otras cosas, por lo que no le costó catalogarlo de esa manera. Toda su vida deseó que su hijo estuviera a la altura, que se convirtiera en el heredero que los Malfoy debían tener, cumpliendo con los estándares que el Señor Tenebroso ponía. Que hiciera lo necesario para conservar los ideales de la pureza de sangre. Lo que fuera. Así lo crió.
Pero Lucius nunca había llegado a considerar qué significaba eso, al final. Seguro, él mismo había matado innumerables sangre sucias. Había torturado y hecho sufrir a un montón de personas, y no se arrepentía ni un poco. Pero Draco-
Draco simplemente no era así.
Siempre detestó la violencia física. Lloraba si Lucius siquiera amenazaba golpear a uno de los elfos en su presencia. Así que se veía asqueado en un principio, y con justa razón, aunque los años pasaban, y Lucius veía cómo su cerebro comenzaba a aceptar que la única manera de sobrevivir era convertirse en la persona que era en la actualidad. Ese asesino al que toda la gente temía. Esa persona que las personas no podían soportar mirar por más de dos minutos por miedo a perderlo todo. Draco se convirtió en lo que Lucius quiso toda su vida que fuese, y él, en medio de la maldición, nunca se había arrepentido tanto de desear una cosa.
Pero no importó. Nada de lo que hizo o no hizo en un pasado importó. Realmente sus intenciones personales daban igual. Draco había subido en los rangos de los Mortífagos haciéndose una pieza fundamental en ese gobierno. Narcissa continuaba siendo interrogada y torturada, lo suficiente para quebrarla pero no para hacerla enloquecer. Con movimientos estratégicos para hacerla soltar la verdad.
Y Lucius había creído que aún podía ser capaz de rescatarla.
Entonces, había venido el ritual que la terminó matando.
•••
Lo único que Lucius recordaba, era haber llegado hasta ella. Era que la bruma en su mente se había disipado al verla gritar, al verla morir, y que logró liberarse de la Imperius. Que logró ser libre y que así rompió lo último que le quedaba de cordura: como si su cabeza se hubiese desgarrado y partido en dos.
Pero no importaba, porque había logrado salvarla.
Los pensamientos de Lucius se mezclaban entre sí en su celda de Azkaban: las palabras de Narcissa, del Señor Tenebroso, de Draco, y de todo el mundo mágico. Los recuerdos.
A veces significaban muchas cosas.
A veces, no eran nada.
En ese momento, no eran ninguna de las dos.
—Estoy aquí —le había dicho a la Narcissa de su recuerdo, cuando la salvó de la ceremonia que la mataría—. Estoy aquí. Estoy aquí, nunca me fui. Estoy aquí.
Y Narcissa lo había abrazado entonces, mientras Lucius la apretaba contra sí, sintiendo el caro perfume entrar por sus fosas nasales.
—Lucius —dijo ella—. Lucius. Pensé que-
—Sé lo que parecía, pero no —la había interrumpido—. Nunca te haría daño. Sé que es hipócrita decirlo querida, pero jamás lo haría de forma intencional. Siempre quise salvarte. Siempre quise salvarte. Y lo he hecho. Lo he hecho, te he salvado.
Narcissa había llorado, dejándose consolar. Ya daba igual lo que sucedió y ese gobierno horrible, porque ahora sí podían ser una familia feliz. Se irían, empezarían de nuevo, dejando atrás todo. Absolutamente todo. Se convertirían en la familia que siempre tuvieron que haber sido.
—Estoy aquí —decía el Lucius del recuerdo por última vez.
Y luego todo se fragmentaba en su cabeza.
•••
Una melodía de piano provocó que Lucius siguiera el sonido hasta llegar al cuarto desde donde provenía.
Narcissa estaba enfundada en uno de los trajes más caros que se habían confeccionado, y tocaba con soltura una pieza en el piano, su favorita, sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.
Lucius se había quedado en el umbral, mirándola, mientras trataba de reprimir la sonrisa que quería asomar sus labios. Narcissa movía sus dedos por las teclas sin equivocarse, perdida en su cabeza, y él sentía que era el hombre más afortunado por haber podido salvarla. Por haber podido sacarla de Azkaban.
Aunque… había algo extraño en esa situación. Narcissa se veía algo más joven de lo que Lucius la había visto en la prisión. Suponía que la libertad le sentaba bien.
—¿Vas a quedarte parado ahí todo el tiempo? —dijo ella de pronto.
Lucius volvió al presente y vio cómo Narcissa levantaba la cabeza desde las partituras y le dedicaba una sonrisa delicada y afectuosa. Como ella misma era cuando nadie la estaba mirando.
—Me complace verte tocar —le respondió—, eso es todo.
—Ya te he dicho que puedo enseñarte.
—¿Para qué querida? —Lucius soltó una risa educada—. Tienes talento suficiente por los dos.
El hombre se adentró en el cuarto al fin, caminando hacia donde ella estaba sentada. La ventana a un lado del piano le robaba destellos a su rubio cabello, y teñía sus facciones en una luz que la hacía ver aún más bella. Lucius se agachó para dejar un beso en su coronilla mientras Narcissa se echaba hacia atrás, y tomaba sus brazos, obligándolo a doblarse casi por completo para así abrazarla.
Por unos segundos, lo único que hicieron fue estar en silencio en compañía del otro. Lucius tenía la barbilla apoyada en su cabeza, inhalando el aroma a perfume, y Narcissa acariciaba sus brazos por encima de la túnica. Era tan raro pensar que casi la perdió. Que por poco, Lucius creyó perderla para siempre.
—A veces extraño… —dijo Narcissa entonces, cortando el silencio.
—¿Qué?
—Esto. A ti.
Lucius sonrió. Leve y pequeño, pero allí estaba.
—Estoy justo aquí —dijo, suspirando—. Estoy contigo.
—Lucius…
Narcissa se había quedado muy quieta bajo su tacto, y él intentó bajar más la cabeza para así poder mirarla. Sin embargo, ella se lo impedía. Su voz había sonado diferente de un momento a otro.
—¿Qué pasa, querida? ¿Draco te ha hecho enfadar otra vez?
—Lucius —repitió Narcissa—. Esto no es real.
Lucius sintió cómo su corazón se saltaba un latido.
—¿Qué?
Narcissa trató de separarse de su agarre y él poco a poco la fue soltando, sólo para tomar asiento rápidamente a su lado. Entrelazó sus dedos para sentirla cerca. Definitivamente su esposa había perdido la cabeza luego de tantos años en Azkaban.
—Narcissa-
—Sabes que ésta es la versión de mí que te has creado en tu cabeza —lo interrumpió ella, mientras negaba, y recién ahí Lucius notó que sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Pero no es-
—Narcissa, ¿de qué hablas? —Lucius tenía un vacío en las entrañas—. ¿Hay algo que te incomode? Dime. Dime, y haré lo que sea para que estés bien.
—Lucius. —Narcissa tomó aire mientras subía la mano para acunar su rostro, y soltó sin un poco de consideración—: Yo no existo.
La oración aterrizó en medio del silencio.
Su primer instinto fue echarse a reír. Aquello era ridículo. Quizás debería llevar a Narcissa con un medimago.
—Por favor… —Negó, sin dejar ir la mano de su mujer—. Mira, sé que debo recompensarte por todo, por todo el daño que te he provocado. Y eso haré. Hasta que dé el último respiro, te prometo que te compensaré-
—Lucius —Narcissa volvió a interrumpirlo con delicadeza—. Déjame ir.
Cuando él estaba dispuesto a decirle una vez más lo ridículo que sonaba eso, y que lo más seguro era que ella estuviera desvariando, Lucius dejó de sentir el agarre contra sus dedos. Al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que la mano ya no estaba allí.
—¿Qué? —susurró.
Narcissa estaba sentada en el mismo lugar, luciendo igual de hermosa y elegante que siempre, mas su brazo había empezado a desvanecerse de a poco. Lucius trató de agarrarla e impedir que el sinsentido que estaba sucediendo ocurriera, pero su mano cortó la nada.
Narcissa se le estaba escapando de entre los dedos como si fuera aire.
—¿Cissy? —preguntó, sintiendo cómo una espina de terror se clavaba en su pecho.
—Déjame ir, Lucius. Por favor.
Lucius observó las lágrimas cayendo de su rostro, los sollozos que soltaba y los hipidos. Narcissa no quería irse, batallaba, pero aún así parecía haber aceptado su realidad y quería que la dejaran descansar. Que por fin la dejaran descansar.
Lucius no era tan buena persona.
—¡Cissy! —dijo, tratando de agarrarla, de sostenerla y ponerla en su pecho y prometerle que las cosas serían diferentes, porque la había salvado.
La había salvado.
Cuando miró hacia abajo, la mujer ya no estaba.
•••
—¡No puede responderle a él! ¡No tiene sangre Black!
Lucius se encontraba en una nube. Sabía que tenía la mano levantada, sabía que apuntaba a alguien con su varita, y era vagamente consciente de la mujer que estaba en el centro, metida en una jaula diminuta y amarrada en las extremidades mientras gritaba. Las líneas del cuerpo de Lucius se encontraban tensas y su mente se estaba resistiendo como nunca a la neblina que la maldición tenía sobre él.
Pero lamentablemente no era suficiente.
—¿No lo entiendes?
—Háblame bien, traidora asquerosa.
Un dolor le recorrió la espalda al segundo siguiente, mientras sentía cómo su cuerpo caía de rodillas. Alguien estaba llorando en el fondo.
—¡Debe encontrar otra forma!
Lucius se agarraba la cabeza, mientras intentaba dejar afuera de ahí los gritos.
Quería que parara.
•••
Alguien estaba llorando. Alguien estaba sollozando. Le resultaba un poco familiar.
Una puerta se cerró. Una persona había tenido un arrebato de furia. ¿Por qué? ¿Qué estaba sucediendo? Estaban buscando a alguien. O algo. Eso había oído. Lucius no entendía demasiado.
—Lucius, por favor, salva a Draco —pedía una mujer en la lejanía. Sus sollozos eran escandalosos—. Por favor. Por favor. Es lo único que te pido, salva a Draco.
Draco. Ese era el nombre de su hijo. ¿De qué debía salvarlo? Draco sabía cuidarse solo, lo había demostrado. ¿De qué estaba hablando?
—Mírame, Lucius —la mujer suplicaba—. Tienes que salvarlo. Tienes que hacer que paren.
¿Parar qué?
—Coopera —dijo otra voz.
Tardó unos segundos en comprender que la voz correspondía a él mismo. No había querido decir eso.
—¡Eso es lo que he estado haciendo! —gritó de vuelta—. ¿No lo entiendes? ¡No responde a mí! ¡No-!
—Silencio.
La mujer calló de golpe.
De pronto, Lucius se vio de pie, varita en mano y en una pose amenazante. Trató de enfocar sus ojos, sólo para descubrir que la persona que le hablaba, viéndose más enferma pero no menos elegante, era la mujer con la que se había casado.
La mujer que había amado por décadas.
—¿Quién eres? —susurraba ella.
—Lucius Malfoy —contestaba él de inmediato.
Narcissa se hizo un ovillo, y lloró.
Lucius esperó que su llanto lo ayudara a liberar el grito que llevaba atorado en su garganta durante años.
No sucedió.
•••
Narcissa estaba a su costado. Lucius la tomaba de la cintura, y ambos estaban mirando hacia el frente.
Metros allá, Draco batallaba por subirse a su primera escoba de verdad.
Sus pequeñas piernitas intentaban trepar en la madera pero resbalaba cada vez que intentaba subirse, con la cara roja gracias a la frustración. No era su primera vez tratando de volar, las escobas de práctica le habían ayudado desde que era prácticamente un bebé, sin embargo suponía que era distinto a tener una de verdad.
—No te rías —Narcissa lo regañó, aunque ella misma estaba ocultando una sonrisa—. Es su primera vez.
Lucius, que estaba batallando entre burlarse o irritarse con su hijo, negó con la cabeza, viendo cómo Draco estampaba su pie contra el pasto.
—Claramente no sacó mi intelecto.
—Claramente, querido —Narcissa concedió, con una pequeña sonrisa—. Menos mal que ha sacado el mío, ¿no?
Lucius no tenía idea cómo su comentario que pretendía alabarse a sí mismo, se había transformado en un insulto gracias a su esposa, pero no le extrañaba. Narcissa tenía una habilidad de voltear las situaciones y hacer creer cosas que no eran como nadie más podía. La miró, detallando la expresión de complacencia que tenía puesta y trató de pensar en una réplica.
Aunque, de todas formas, no tuvo oportunidad de decirla, porque justo en ese momento Draco había podido subirse al fin a la escoba mientras intentaba mantener el equilibrio. Su cara estaba totalmente sonrojada, y sus cejas estaban juntas con la mirada fija en ambos, determinado a llegar hasta donde se encontraban.
—Tiene un espíritu competitivo —Narcissa acotó, mientras veían las pequeñas piernas elevarse más y más del suelo—. Eso es bueno.
—Será el mejor —respondió él, observando con un atisbo de orgullo cómo Draco volaba pegado al palo de la escoba—. Nadie podrá ganarle nunca.
El sol tocaba el pasto de la mansión, y los pavos reales emitían ruidos en dirección Draco, quien solía jugar con ellos todo el tiempo. Su hijo, desde arriba, miraba hacia abajo y los hacía callar porque según él los desconcentraba.
—Tonto pavo real, ¡tonto!
Narcissa no fue capaz de contener la risa esa vez, y Lucius la acompañó. Cinco años y la vena dramática de los Black era cada vez más innegable.
—Eso definitivamente lo sacó de ti —murmuró Lucius en el oído de su mujer.
—Obviamente, ¿no lo sabías? Draco es igual a mí en todos los aspectos. Tú solo cooperaste el uno por ciento.
Lucius bufó, porque mientras más se acercaba Draco, más claro era el parecido entre ambos. Lucía tal cual él lo había hecho a su edad, y aunque nunca lo admitiría a una sola alma, no podría encontrarse más feliz y orgulloso de que fuera así. Que sacara todo el resto de Narcissa, daba igual, su hijo era su hijo y quién lo mirara jamás podría decir lo contrario.
Entonces, cortando sus pensamientos, sintió cómo Narcissa soltaba un jadeo y con el corazón en la garganta, vio cómo Draco caía de su escoba.
Lucius levantó la varita sin pensarlo. Aunque la apuntó hacia él y dijo un millón de conjuros, Draco caía y caía y caía y él ya nunca sería capaz de atraparlo.
•••
A Lucius nunca le había gustado demasiado el olor del alcohol. Ni el asqueroso aroma muggle ni el mágico. Simplemente no entraba en su lista de cosas que le parecían agradables.
Por lo que no le fue indiferente el olor que emanaba del salón principal aquella noche cuando entró. Una persona que estaba sentada en un sillón, con un relicario en la mano, había tomado demasiado. Demasiado para su propio bien.
Lucius lo sentía mientras el hombre notaba su presencia y comenzaba a gritarle de un momento a otro. Era obvio que no estaba sobrio, y aunque el Imperius le impedía distinguir muchas cosas, aquella situación lo estaba trayendo un poco de vuelta a la realidad.
—Mírate, ni siquiera reaccionas, carajo —dijo el hombre con desprecio luego de gritar, arrastrando las palabras.
Lucius sintió cómo algo aterrizaba en su rostro, pero su mente no lograba procesar qué era. Estaba mojado, y se sentía incómodo. Agua no era. Alcohol tampoco.
Saliva.
—¡Dime algo, mierda! —volvió a exclamar el hombre—. ¡Haz algo! ¡Actúa, maldita sea!
Lucius entrecerró los ojos. ¿Estaba frente a un espejo? Los espejos no hablaban, lo sabía, pero es que… la persona de enfrente era idéntica a él mismo. Claro que Lucius ya no era joven, ¿no? Ya superaba los cincuenta. Entonces, ¿quién…?
La respuesta llegó al instante.
Draco.
—Eres un puto desperdicio. Eso es en lo que te convertiste —oyó cómo le decía—. Un puto desperdicio.
Lucius lo miró. Su cabeza una vez más dividida entre lo que quería y lo que debía. Tenía que despertar. Tenía que hablar con su hijo. Tenía que liberarse.
Pero se encontraba- nublado.
Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.
Draco se le quedó mirando un largo rato, y Lucius intentó moverse. Intentó hacer algo.
Entonces, su hijo lo apuntó con la varita.
— Finite Incantatem —dijo.
Nada sucedió.
Draco pateó algo, comenzando a gritar de nuevo. Una parte de Lucius se sintió preocupado. Y un pequeño sentimiento se instaló en su pecho. Uno que realmente no debía experimentar, gracias a la maldición, y a que era su hijo quien estaba frente a él.
Pero ahí estaba, y el sentimiento era miedo.
Le tenía miedo.
Draco parecía letal. Draco parecía perfectamente capaz de matarlo. Aunque era idéntico a Lucius… lucía peor.
Draco había terminado siendo peor que él.
—Joder. ¿Qué mierda está mal contigo? —le espetó, antes de abandonar el cuarto para no hacer algo de lo que probablemente se arrepentiría.
Y Lucius no pudo responder.
•••
El Señor Tenebroso lo miró. Él, por primera vez, pudo enfocarse bien en una mirada. Volvió al mundo presente y real durante un instante. Había unos ojos rojos y crueles observándolo.
—Por fin vas a ser útil, Lucius.
Lucius tenía un nudo en el cuello. Con cada día que pasaba, perdía cada vez más la cabeza. Perdía todo lo que lo hacía ser un ser funcional y humano. Necesitaba despertar.
—La unión que tienes con la sucia traidora de tu mujer facilitará las cosas, ¿lo sabías? —Aquella voz fría se burló—. Tú cerrarás el círculo. La harás una squib- No...
Lucius estaba comenzando a respirar agitadamente. Narcissa. Debía salvar a Narcissa. Debía advertirle. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el cuerpo no le respondía?
—La convertirás en una muggle de mierda. ¿Qué te parece eso?
Lucius soltó un quejido. No. No. No. No.
Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.
—Y una vez que todo acabe, le ordenaré a Astaroth cortarte la cabeza en el Ministerio, ¿te gusta esa idea?
Draco. Narcissa. Draco. Narcissa. Tengo que salvarlos. Tengo que llevarlos lejos.
Muévete. Muévete. Muévete. Muévete. Muévete.
Una bota aterrizó en su cara, y una risa se grabó en sus oídos, mientras su destino comenzaba a sellarse.
•••
Había cosas que estaban perdidas, revueltas en su cabeza. Huecos. Lucius no sabía por qué y no podía interesarse en averiguarlo.
Oía conversaciones por aquí y acá. Nadie le prestaba la suficiente atención para tener cuidado sobre qué se decía frente a él, y razones de sobra tenían. No era más que un títere. Nada mejor que un juguete y diversión para el Señor Tenebroso.
¿Dónde estaba? Tenía frío.
Trouve.
Magia negra.
Conexión.
Impedimento.
Fidelius.
Ubicación.
Sangre.
Harry Potter.
Lucius dio un respiro tembloroso. Narcissa. ¿Dónde estaba Narcissa?, ¿y Draco?
Trouve.
Magia negra.
Conexión.
Impedimento.
Fidelius.
Ubicación.
Sangre.
Harry Potter.
Se tomó la cabeza, intentando gritar. Quería poder pensar en algo más.
Trouve.
Magia negra.
Conexión.
Impedimento.
Fidelius.
Ubicación.
Sangre.
Harry Potter.
¿Cuántos años habían pasado?
