—Eso es imposible.

Draco sentía cómo el corazón le retumbaba y sus manos se encontraban temblando. La presión del contacto de Astoria en su hombro era un recordatorio de que lo que estaba sucediendo era real y que no podía escapar de ello. No importaba cuánto quisiera.

—No lo sé, es lo que vi —le respondió Astoria, mordiéndose el labio—. Creo que si no es la Imperius, algún conjuro de control tiene que ser. Es lo más probable.

Draco se levantó del sillón con los ojos de Potter siguiendo sus movimientos, y comenzó a dar vueltas. ¿Cómo era posible…? ¿ Cómo? Sospechó por un tiempo que su padre podría estar bajo un Imperius, pero nunca pudo comprobarlo. Y vaya que intentó. ¿Acaso el poder del Señor Tenebroso era tanto que Draco era incapaz de deshacerlo? Probablemente. Aún así…

Su padre dijo que mató a su madre. Todos esos años fue la mascota del Señor Tenebroso, siguiéndolo mientras lamía el piso que él caminaba. Supuestamente era un Mortífago respetado, quien cometió crímenes fuese bajo la maldición o no. Y Draco más que culparlo por las cosas asquerosas que había hecho, solo podía sentir un atisbo de esperanza, porque era una pésima persona, y porque eso significaba que aún existía un motivo. Un motivo por el que luchar. Si su padre no era responsable directo de la muerte de Narcissa- si había sido obligado, quería decir que Draco no los había perdido a todos. Aún podía hacer algo.

Aún le quedaba algo.

Y tú lo culpaste. No fuiste capaz de buscar la verdad del asunto.

Draco recordó las tardes sombrías, las noches en que le gritó y en las que la rabia fue tanta que estuvo al borde de hacerlo sufrir sin retorno. La culpa hizo un nudo en su estómago, con su cabeza reproduciendo la, ahora claramente, cara vacía y distante de su padre. Sus frases repetidas y practicadas. Draco lo culpó. Lo dañó.

Otro más.

Parecía ser lo único que hacía.

Destruir todo lo que tocaba.

—No podemos basarnos en suposiciones —soltó Potter entonces, levantándose también

Draco giró sus ojos hacia él, sacándolo de sus pensamientos. Tenía razón, sí, pero no por eso no le molestaba que quisiera apagar la posibilidad antes de que supieran de verdad de qué se trataba.

—Intentó detener la ceremonia —dijo Draco, con voz perfectamente calmada, a pesar de que por dentro sentía que estallaría de la emoción—. Eso sucedió. Astoria dice que es lo más seguro-

—¿Y en qué cambia eso las cosas? —Potter espetó de vuelta, entrecerrando los ojos—. No podemos rescatarlo de Azkaban por una teoría.

Draco encajó la mandíbula.

—Nunca dije eso.

—Pero estabas a punto de sugerirlo.

—No-

—Puede ser una buena idea —intervino Astoria, quien había escuchado el intercambio en silencio—. Rookwood, además de ser uno de los mejores Oclumantes a los que me he enfrentado, tampoco lo sabe todo.

La mujer caminó hasta ponerse delante de ellos. Antes de eso, Draco no había notado que Potter y él estaban discutiendo frente a frente a poco más de un metro.

—Astoria…

Astoria levantó una ceja ante la voz de Potter.

—Desde que he empezado a colaborar con la Orden, hemos recolectado sólo pequeños pedazos de información, y lo sabes. En este último tiempo hemos sabido mucho más que en los últimos cinco años, y aún así, no es suficiente. Sabíamos que Rookwood era una pieza importante, y lo ha sido, pero eso no quiere decir que Lucius no lo sea aún más. Sobre todo… —Astoria pausó, enviándole una rápida mirada a Draco—. Sobre todo considerando que, con los daños que sufrió gracias al Imperius, a que seguramente el Señor Tenebroso lo ha subestimado, en su mente hay información escondida. Probablemente sin barreras de Oclumancia protegiéndola y sin Obliviates.

Potter la miró por unos segundos en los que Astoria le mantuvo la mirada. Luego sacudió la cabeza, frotando sus ojos.

—¿No descubriste nada más?

—Sólo vi imágenes al azar, sueltas, sin ningún propósito. He confirmado la información de Goyle y Yaxley, y creo que está diciendo la verdad acerca de este supuesto objeto, pero además de eso…

Draco desvió la mirada. Estaba batallando por mantener una expresión neutra frente a lo que acababa de oír. Pero los pensamientos iban y venían y lo único en lo que podía pensar era en que se había equivocado tanto, y que nunca se había sentido tan contento por ello. Y tan terrible.

Su padre- su padre no le había hecho nada a su madre.

Su padre estaba encerrado en su cabeza.

—Creo que deberíamos enfocarnos en eso primero —dijo Potter luego de escucharla—. Si el objeto es real… Tenemos que encontrarlo.

Draco frunció el ceño. ¿Pero es que acaso no lo veía? Quizás su padre sabía dónde podría estar y Potter estaba desperdiciando una buena opción.

—Estoy de acuerdo —respondió Astoria—. Creo que deberíamos enfocarnos en ver… Qué conexión podría tener con Narcissa. Pero también pienso que no es pronto para empezar a poner sobre la mesa un posible rescate de Lucius.

Potter apartó sus ojos hasta la pared, mientras Draco lo observaba. ¿Estaría pensando en los problemas que eso traería para la Orden, en que seguramente desconfiarían de lo que Astoria hubiese dicho? ¿Que ni siquiera querrían pensar en entrar a Azkaban, por alguien como Lucius Malfoy?

Bueno, no importaba. Si la Orden no lo hacía, Draco era capaz de formar un plan por sí mismo. No dejaría que otro de sus padres muriera en esa prisión de mierda sin que él hubiese hecho nada al respecto.

—Hablaré con Andrómeda —dictaminó Potter, aunque parecía estar pensando más en voz alta que diciéndole a ellos—. Si el objeto tuviera algo que ver con la línea Black, ella lo sabría.

Al ser un heredero del legado Malfoy, Draco había sido profundamente educado en las ceremonias, objetos, misterios y costumbres de esa línea, más que la de su madre, pero no recordaba haber sabido jamás de un artefacto que pudiera hacer algo como eso. Y tenían razón en pensar que una de las hermanas, la única viva, podría tener más conocimiento acerca de aquello.

Sin embargo, estaban olvidando algo importante.

El pensamiento lo golpeó.

—Grimmauld Place —dijo Draco, haciendo que ambos interrumpieran la charla que estaban teniendo, y a la que no estaba prestando atención—. Están olvidando Grimmauld Place.

Su madre le había contado de aquel hogar, donde pasó varias temporadas de su infancia. Yaxley alegó que en una ocasión durante 1997 en la guerra, la sangre sucia de Granger casi lo Apareció dentro de la casa, aunque él cayó fuera de los terrenos de ésta en los alrededores, porque estaba protegida bajo un Fidelius. Grimmauld Place se encontraba vigilada en caso de que algún Rebelde quisiera entrar, aunque nunca lo habían intentado. Pero si allí había un objeto que les ayudaría a llegar a Nagini antes que el Señor Tenebroso, deberían apostar por eso. De momento.

—Lo que sea que el Lord estuviera buscando puede que estuviera allí, y quizás… —Draco trató de hilar sus pensamientos—. Quizás el Señor Tenebroso creyó que podía averiguar una forma de romper el Fidelius a través de mi madre, y usarla para usar el objeto. No lo sé. No...

Sacudió la cabeza también, cerrando los ojos.

—Creíamos que Yaxley tenía libre acceso a Grimmauld Place… —dijo Potter, como si recién cayera en cuenta de ese hecho—. Por eso nunca pensé en ello. O sea, si Nagini o lo que sea que estuviera vinculado a ella se encontraba ahí, ya habrían ganado al tener acceso a la casa, pero eso no ha sucedido. Por eso tampoco hemos intentado ingresar; simplemente no creímos que ahí hubiese algo demasiado importante, o que valiera la pena para perder gente, pero-

—Ahora, eso sí es un plan arriesgado —interrumpió Astoria con cierto tinte de irritación—. No tienes evidencia que lo que sea que el Señor Tenebroso busca esté ahí, en cambio-

—¿Tú viste un recuerdo de unos segundos de Lucius Malfoy, y deseas irrumpir en Azkaban, una prisión extremadamente protegida? —replicó Potter casi burlonamente—. Para una fuga del Mortífago, Lucius Malfoy.

Draco se le quedó viendo, con una expresión en blanco. ¿Potter se daba cuenta de a quién tenía enfrente, verdad? Lucius Malfoy había hecho enloquecer a muchísima menos gente que él.

"Mortífago" no parecía un título tan terrible comparado con ser un Nobilium.

Con ser Astaroth.

Astoria se alejó y Potter suspiró, volteándose en su dirección. La mujer habló antes de que él pudiera.

—Entonces deberías mandar a Draco o Theo a investigar —le dijo. Draco no sabía desde qué momento Astoria se estaba tomando tantas familiaridades con él, mas tampoco planeaba decirle nada—. Darles la dirección-

—No puedo —la cortó Draco, antes de que terminase—. En primer lugar, dudo que estos idiotas confíen en mí lo suficiente para revelarme esa información. —Draco ignoró el ruido que Potter hizo ante el apodo que utilizó para referirse a la Orden—. Y, además, no tengo manera de entrar ahí sin verme sospechoso- y créeme que ya sospechan de mí. ¿Qué crees que va a pasar, cuando descubran que puedo traspasar el Fidelius?

Astoria se giró entonces; parecía más irritada que ambos. Tal vez le ponía de malas que por una vez, Potter rechazara sus suposiciones lógicas. Draco también lo estaría, si la noticia de que Lucius- de que su padre pudiera ser inocente- no estuviera ocupando el ochenta por ciento de sus pensamientos.

—Por ahora, intentaré hablar con Andrómeda —aseguró Potter dándole un breve vistazo a Astoria, antes de enfocarse en él—. Y tú, vuelve a buscar en la Mansión, tiene que haber algo.

Draco esbozó una mueca despectiva.

—Lo que tú digas, Elegido.

Los ojos de Potter volvieron a entrecerrarse, pero no le dijo nada. En cambio se hizo a un lado, camuflando su gesto de dolor, y Draco comprendió que debía irse. Que, una vez más, tendría que ser cauteloso porque no podrían borrar sus recuerdos.

Potter no lo llevó hasta la puerta, y Astoria tampoco lo siguió, así que supuso que ambos discutirían lo que acababa de pasar. No le importaba. Su cabeza estaba focalizada en cómo él procedería desde ese momento en adelante.

No podía ir a ver a Lucius, aunque todo su cuerpo le gritaba y le pedía que lo hiciera. Que lo sacara de ahí antes de que se arrepintiera de nuevo. De que lo viera antes de que algo sucediera. Sin embargo tenía que pensar con la cabeza fría, Draco no podía permitirse exabruptos. Si en un futuro veían viable irrumpir en Azkaban, o él mismo encontraba una manera de fugar a su padre de ahí, debía mostrarse totalmente indiferente respecto a Lucius.

—Señor Malfoy.

Draco paró sobre sus pasos y se giró lentamente. Estaba llegando a la gran puerta de la casa, y la voz vino desde el salón de entrada, a su izquierda, donde habló con Kingsley semanas y semanas atrás. Sus ojos enfocaron a la mujer que le llamó, y se sorprendió al reconocerla tan rápido, incluso luego de haberla visto antes ya.

—Madam Pomfrey —replicó con cautela.

La expresión de la anciana era otra totalmente distinta a la que Draco recordaba de sus años en Hogwarts: que solía ser severa, pero compasiva a la vez. O a la que tuvo mientras curaba a Potter: de una fiera concentración. No, la de ese minuto era un profundo rencor- un odio y desprecio del que quizás ni siquiera ella era consciente. A sus ojos, tenía delante a la persona responsable de decenas de maldiciones que le arrebataron a pacientes. Tenía delante al responsable indirecto de muchas muertes inocentes. Muertes que incluso la perseguían entre sueños.

Draco le dedicó una sonrisa pedante frente a su silencio.

—Necesito hablar con usted —dijo ella con voz tensa, al cabo de unos segundos.

Draco miró el reloj de la pared. No podía estar mucho tiempo lejos de la mansión. No tan seguido al menos.

—No puedo ahora.

Madam Pomfrey apretó los labios.

—Bien, entonces seré breve. —Infló sus mejillas de aire, y entonces dijo—: Debería empezar a diseñar contra maldiciones para la Orden.

Draco esperó unos segundos a que agregara algo, o se arrepintiera, pero al parecer la señora iba completamente en serio respecto a su petición- no, no petición, exigencia. Draco alzó ambas cejas, sin quitar sus ojos de los de la mujer.

—Claro, buscando el paradero de el semigigante ese, el Señor Tenebroso, y el resto —expresó, recordando a último momento no ser tan específico—, tengo bastante tiempo libre.

La expresión de Madam Pomfrey se hizo aún más dura.

—Si le interesa devolver un gramo del mal que ha causado, lo hará.

—Bien. No me interesa.

Su voz sonó aburrida, lenta. Desvió la mirada brevemente a las espaldas de la mujer, viendo a una chica de unos dieciséis mirando fijamente por la ventana, aunque no le prestó mucha atención. Draco simplemente le dio una última mirada despectiva a la sanadora y se volteó, dispuesto a irse.

Entonces, una mano estaba agarrando su brazo.

Draco paró cada movimiento.

Para cuando se giró y su mirada encontró la cara de la mujer, Madam Pomfrey ya había retrocedido, observándolo con grandes ojos asustados.

—Puede salvar gente —le dijo, con su voz temblando casi imperceptiblemente—. No hacer nada es lo mismo que condenarlos a morir.

Draco no tenía idea por qué eso debería preocuparle en absoluto. O por qué pensaba que ese discurso sensiblero haría efecto en él.

Asintió en su dirección.

—Cuídese, Madam Pomfrey.

No había querido que sonara a amenaza, pero lo hizo.

Lo último que alcanzó a ver antes de marcharse, fue la expresión de miedo e ira que Madam Pomfrey tenía en el rostro.

Draco llegó al portón y al cabo de unos minutos en los que estuvo tentado de enviar un Patronus a Potter para pedir que le abriera, la reja lo hizo, sólo un poco, lo suficiente para dejarlo pasar.

Las palabras de Madam Pomfrey estaban resonando en su cabeza en contra de su voluntad. Draco las alejó. Estaba dispuesto a centrarse en lo que era verdaderamente importante.

Su padre.

•••

Ser la mano derecha de Lestrange era más agotador de lo que él había pensado en un inicio, aunque prefería eso a torturar incansablemente e interrogar presos y sangre sucias a cambio de información. Draco prefería por lejos los movimientos políticos que los sanguinarios. Eso podían dejárselo a Greyback; aunque no descartaba que algún día se lo pidieran a él también.

Buscó donde pudo en la mansión algún objeto que pudiera pertenecer a Narcissa, e incluso ordenó a los elfos a volver a registrar cada rincón, pero con cada momento que pasaba, se convencía más a sí mismo de que lo que sea que buscaban no estaba ahí. Que Grimmauld Place, Rookwood, y su padre, eran la verdadera respuesta.

Draco se enfocó en buscar información acerca del semigigante. Al ser parte del Nobilium no le era difícil hurgar entre archivos sin ser interrogado al respecto, pero ser la mano derecha del ministro… era otra cosa; la gente casi le ofrecía todo en bandeja de plata, más que antes. Y Draco aprovecharía encontrar cualquier papel que lo llevara a Rubeus Hagrid.

Que los había. No estaban en la ficha de los Aurores, pero los había, y él debía investigarla a fondo.

Se preguntaba por qué.

¿Por qué razón, aquella información no estaría entre los papeles del semigigante que manejaba la justicia? ¿Por qué había encontrado entre los Inefables y otros departamentos al azar, piezas que lo llevarían a él?

No tenía idea.

Draco fue a la base hasta una semana después para entregar reportes, ver si podía progresar con Rookwood, Astoria, y averiguar cuáles eran los planes de la Orden de momento. Theo lo acompañó esa vez, y ambos ingresaron luego de que él le comunicara a Potter a través de la moneda que estaban afuera.

—Deberían conseguirme una de esas —murmuró por lo bajo, mientras comenzaban a adentrarse al laberinto. Theo negó.

—Es muy peligroso aún. Si llegan a verla…

—Detesto depender de ti para venir hasta acá. Debería tener otra forma de contactarme sin que tenga que ver contigo.

Theo pareció pensativo, mientras avanzaba mirando el suelo.

—Potter puede enseñarte a hacer un Patronus…

—Ya sé hacer un Patronus-

—… de esos que pueden entregar mensajes —finalizó, mirándolo por el rabillo del ojo—. Esperemos que no se maten entre ustedes antes de que pueda enseñarte nada.

Draco resistió el impulso de poner la mirada en blanco mientras llegaban a la zona común entre el laberinto y la entrada de la mansión. Pf. Como si Draco pudiera matarlo. El cabrón era jodidamente inmortal. Quizás Potter lo intentaría, aunque él ya no era ese niño de dieciséis que no pudo esquivar un Sectumsempra. Así que el escenario era poco probable.

De pronto, cortando sus pensamientos, un ruido entre los arbustos a sus espaldas los hizo entrar a ambos en guardia, varitas en alto y dispuestos a batallar.

¿No había entrado nadie con ellos, no?

¿ No?

Draco ni siquiera lo pensó al lanzar un hechizo petrificador cuando una persona salió por el extremo del laberinto, quien por suerte alcanzó a esquivarlo. Sin embargo, no parecía tener intenciones de pelear, y cuando Draco reconoció al grupo, supo por qué.

Potter, junto a Kingsley y Robards venían entrando, seguramente llegando al minuto que Theo y él ingresaron a la base. Los tres traían expresiones severas en sus rostros.

Robards le dedicó un gesto de desprecio cuando los divisó. Kingsley asintió cortésmente en dirección de ambos. Aunque Draco, lo único que pudo hacer, fue fijarse en Potter y en la serpiente que llevaba enrollada alrededor del cuello, la cual serpenteaba por sus brazos. Le estaba hablando. Como- como si nada.

Draco bajó la varita lentamente, mientras Potter esbozaba una sonrisa y dejaba al animal en el pasto.

Había olvidado que podía conversar con las serpientes.

El cabello oscuro le caía encima de la frente, y la curva de su boca no se había esfumado por completo. Había un pequeño hoyuelo asomado en una mejilla mientras su mirada continuaba fija en el animal que se movía por el piso. La magia de Potter, combinada con lo que Draco acababa de ver, hizo que los vellos de su nuca se erizaran. Podía reconocer que Potter era poderoso. Más poderoso de lo que había pensado.

Antes de que pudiera procesar bien toda la escena, antes de que el hombre incluso se dirigiera a él, abruptamente, la serpiente dejó de ser una.

Y de un segundo a otro, Astoria estaba plantada frente a él.

—¿Qué mierda-?

Theo soltó una risita a su lado, y se aventuró a saludarla. Astoria caminó hacia ellos. Draco miró el intercambio de palabras, un breve apretón de manos y prontamente Theo continuó su camino, dispuesto a hablar con Potter y Kingsley.

Draco se encontraba un poco aturdido, si era sincero, y mientras Astoria llegaba a su lado, sus ojos atraparon brevemente los verdes de Potter.

—¿Te gusta? —preguntó ella con una media sonrisa.

Draco se enfocó en Astoria, cortando el contacto visual. Recién allí cayó en cuenta realmente de que la serpiente que Potter traía en el cuello, era ella.

Astoria era animaga.

¿Sabes la cantidad de ventaja que representa eso?, pensó para sí . ¿Lo que ha sido capaz de espiar, también?

Claro que el tamaño tampoco la acompañaba. Casi cinco metros de largo no eran fáciles de ignorar.

—No puede ser —dijo Draco, reprimiendo una mueca—. No puede- además de Legeremante, ¿eres animaga?

Astoria soltó una risita.

—¿Sí sabes que las aptitudes de los sangre pura pueden ser más de una, no? —dijo, elevando su mano para que Draco la estrechara, quien a regañadientes lo hizo. Astoria hizo un puchero burlón antes de decir—: ¿O tú solo obtuviste una?

Draco la miró con frialdad.

Las aptitudes eran algo que se descubría después de los quince años en los hombres, y en las mujeres, luego de su primer período.

Durante la noche del Ostara, el 21 de Marzo, las mujeres de la familia celebraban el renacimiento de la naturaleza y el inicio de la adultez en los hijos, otorgándoles sabiduría. La sabiduría, en la mayoría de los casos, significaba hacerle ver al mago cuáles eran sus talentos y sus dones para que pudiera pulirlos y utilizarlos en un futuro.

Draco, por su parte, había obtenido afinidad con las Pociones y la Alquimia, por lo que Severus Snape lo entrenó cada vez que pudo durante Hogwarts; incluso en contra de su voluntad. Irónicamente, aquello fue lo que ayudó a Draco a sobrevivir. Si Snape nunca le hubiese enseñado fórmulas para crear nuevas pociones, o métodos para poder hacer sus propios hechizos… Draco jamás estaría donde estaba en ese momento.

Astoria, por su parte, seguramente había sacado aptitudes para la Legeremancia y las Transformaciones y se había entrenado profundamente en eso. Pansy, según recordaba, había salido apta para Herbología, aunque nunca quiso ahondar más en esa cualidad. Y Theo, por otro lado, hasta ese día lo mantenía en secreto. Draco sólo sabía que a su padre no le había hecho ni un poco de gracia.

No alcanzó a responder a Astoria, de todas formas, porque antes de que abriera la boca, una persona corrió desde la entrada de la mansión para hablar con Potter. Astoria lo notó, y curiosa de lo que podría decirle, se alejó de Draco para ir hacia él.

Theo no estaba en ningún lugar a la vista, y Robards junto a Kingsley iban entrado; el último no sin antes dedicarle una mirada pensativa que Draco correspondió. Así que, a falta de algo que hacer –después de todo, su objetivo era hablar con Potter– se dedicó a examinar la escena frente a él.

Astoria estaba parada cerca del hombre, intercambiando su mirada entre el chico bajito que les hablaba agitadamente, y Potter. En un momento, ella se apoyó en él, con la cabeza descansando en su hombro, y Potter no pareció incómodo con eso. Draco evaluó aquello, sumándole que Potter dejaba que Astoria convertida en serpiente se paseara por su cuello, y que durante los interrogatorios habían parecido cercanos, casi amigos, y concluyó que había bastante… complicidad entre ambos.

Es una debilidad que podría aprovechar más adelante.

Astoria intercambió una mirada con él, y se despegó de Potter para así volver donde Draco estaba.

—¿Qué —le dijo él, con un tinte de sorna cuando ella estuvo lo suficientemente cerca—, acaso es tu novio?

Astoria tenía una sonrisa en la boca.

—Nah, me lo he follado solamente. Unas dos veces.

Draco quien no se esperaba una respuesta tan directa, sólo se le quedó mirando unos segundos, enmascarando la sorpresa. Luego, esbozó una expresión igual de burlesca que la anterior.

—Por supuesto, quién no se va a querer follar al Elegido.

Astoria lo miró con una ceja arriba instantáneamente; sus ojos brillantes de malicia.

—¿Hablando por experiencia propia?

Draco, nuevamente, sólo la miró.

Su estómago se revolvió ante el pensamiento de él y Potter, y trató de no hacer una mueca de asco. La pura imagen le causaba escalofríos. No estaba tan desesperado para acostarse con el hombre que había odiado toda su vida. El hombre que lo había flagelado.

Se enfocó en cambio, en que había pasado más de una década desde que alguien le había hecho una broma de esa índole. Simplemente- burlándose de él y un supuesto interés romántico.

Algo que era tan común de adolescente, se le hacía tan raro ahora.

—¿Miedo de que te quite a tu novio? —replicó al cabo de un momento, no dejándose amedrentar.

—No creo que seas su tipo —Astoria dijo aún con una sonrisa—. Lo he visto más inclinado a… delgaditos sin músculo. Pequeñitos, ya sabes. Como Adrian.

El shock de que estuvieran hablando de un hombre, no superó el del último comentario.

—¿Adrian Pucey? —dijo Draco con incredulidad. Astoria le dedicó una mala mirada.

—No suenes así. Es guapo.

Draco casi bufó. Guapo o no, después de la guerra, o de Hogwarts mejor dicho, había dejado de parecer imponente. Tenía la misma estatura de Potter, era pálido, su cabello era claro y no parecía tener nada en su rostro que destacara. Pucey era… olvidable.

Pero ese no era el punto.

—No creí que a Potter le gustaran los hombres en primer lugar —dijo, con sinceridad.

Astoria lo estaba viendo directamente ahora. La malicia no sólo estaba en sus ojos, sino en todo su rostro.

—¿Por qué? —le dijo sugestivamente—. ¿Interesado?

Draco nuevamente reprimió un gesto de asco.

—Prefiero cortarme un brazo.

—Me ofrezco como voluntaria para hacerlo, en ese caso. Pido el izquierdo.

Draco resopló y desvió la mirada hacia Potter una vez más, dedicándose a observar la forma en la que hablaba con el chico. No parecía interesado, la verdad, pero la forma en la que conversaba con él era… diferente. Cuando se dirigía a Draco, parecía estar levantando en contra de su voluntad una bandera blanca para formar una tregua, o llanamente lo trataba con desprecio. Lo cual no era un problema. Era algo mutuo. Sin embargo, cuando hablaba con Astoria o gente cercana a él parecía igual de distante. Con más confianza, pero distante, como si no tuviera que fingir su estado de ánimo.

Con otras personas, de todas maneras… con otras personas lucía casi amable, atento. El héroe. Igual de inaccesible e inalcanzable, pero cercano. Las líneas de su rostro se relajaban, y la manera en la que se dirigía al chico rozaba la condescendencia. Su voz, desde esa distancia, podía sonar hasta tersa. Poco más allá de cordial.

Era patético.

—Está bien —dijo Astoria de pronto. Draco volvió a centrarse en ella con irritación.

—¿Está bien, qué?

Astoria le dio unas palmaditas en el hombro.

—No estás interesado.

Draco no respondió, aunque hubiese querido decirle hasta de qué se moriría. Se sacudió de la mano en su espalda con brusquedad y luego la miró, con una ceja arriba. Astoria parecía alguien inocente. Parecía no más que una pobre chica.

Antes de todo eso, nunca se había cuestionado en verdad cómo era que la Orden confiaba tanto en ella. O por qué lo hicieron, en primer lugar. Al ser animaga, Astoria podía espiar más fácil, o traicionarlos también. Sí, podría estar bajo un Juramento Inquebrantable de la misma forma que Draco lo estaba, sin embargo, eso no explicaba cómo llegó hasta ahí.

En el mundo mágico, Astoria no era nadie. La hija de un noble que no eligió bandos durante la guerra.

—No entiendo cómo es que terminaste aquí —le dijo Draco, expresando sus pensamientos en voz alta. La sonrisa de Astoria flaqueó levemente.

—¿Qué, luego de ocho años recién vienes a notar que existo, y ahora deseas saber todo de mí? —replicó, y su tono de voz sonó una décima más duro. Draco resopló.

—Eras aburrida, Astoria —contestó él, con sinceridad—. No hablabas. Te comportabas como si no supieras diferenciar entre un caballo y un burro. Eras- estúpida.

Astoria soltó una risita.

—Que esto te sirva de lección —dijo ella, mirando de nuevo en dirección a Potter—. Nunca subestimes a nadie. Sin importar qué tan estúpidos o ingenuos parezcan.

Draco la analizó. Suponía que la llegada de la gente a la Orden era algo personal para todos, ¿no? A él y a Theo les había costado su familia. Quizás a Astoria le había sucedido algo igualmente grave para buscar- ¿venganza?

Al menos yo he descubierto que mi padre es inocente, pensó, y su corazón se apretó de pronto. Al menos yo no los he perdido a los dos.

—¿Entonces? —insistió Draco, sin querer dejar ir el tema.

Astoria volvió a enfocarse en él, y finalmente la sonrisa desapareció por completo.

—No es de tu incumbencia.

—No, pero has estado en mi mente. Sabes más que cualquiera lo que me ha sucedido, y descubrirás más aún. ¿Es lo mínimo, no?, ¿saber yo también esa parte de ti, cuando tú conoces lo vulnerable que he sido?

La expresión de Astoria se volvió de hierro.

—No —le dijo duramente—. Y no intentes volver a manipularme de esa forma, porque reconozco el chantaje emocional donde lo veo. No te conviene hacerme enojar.

Draco alzó ambas cejas.

—¿Y qué harás?

—Tengo claro que no te puedo vencer, no de la forma que estás pensando. Sería una estúpida al creer que puedo hacerle un rasguño al torturador personal del Señor Tenebroso. —Draco apenas parpadeó antes el apodo—. Pero se me ocurren otras ideas. Mejor pórtate bien, y quizás algún día quiera compartir mi pasado contigo.

Bueno, al menos eso indicaba que no estaba totalmente en contra de hacerlo.

Por el rabillo del ojo, notó cómo el chico que conversaba con Potter se retiraba.

—Pero llegaste aquí gracias a Theo —supuso Draco tercamente. Astoria suspiró.

—A costa de Theo, mejor dicho.

Draco no pudo agregar nada más, porque en el momento en que lo iba a hacer, Potter llegó hasta ellos, cruzado de brazos y con la misma postura de distancia de siempre.

—Malfoy —le dijo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Draco se giró hacia él, mientras Astoria se escabullía una vez más soltando algo parecido a un "uuh" y una risita. Draco la ignoró. Estaba tratando de sacarlo de sus casillas. Se llevó una mano hasta la parte interior de la túnica y sacó de allí un pequeño frasco.

—Ten —dijo, entregándole la esencia de Díctamo que le había prometido la última vez.

Potter se quedó mirando el vial por unos momentos. Una expresión que Draco no pudo descifrar cruzó su rostro, aunque prontamente la frialdad volvió, viéndolo a los ojos al mismo tiempo que lo tomaba.

—Gracias —le dijo, con voz neutral, y luego agregó—: ¿Entonces?

Draco no sabía por dónde empezar.

En realidad, no había ningún motivo enteramente bueno para estar ahí.

—Creo que he encontrado información acerca de Hagrid, tendré que investigarla. Y... No hay nada en la mansión. He buscado en cada rincón, y no hay nada. —Potter no se molestó en ocultar la decepción que le traían sus palabras, mas se recuperó casi instantáneamente—. Creo que deberían apegarse al plan de Grimmauld Place. ¿Has hablado con Andrómeda?

—No —respondió secamente, mirándolo con expectación.

Draco mantuvo la boca cerrada, quedándose sin excusas para estar allí. Podía decir que necesitaba retomar las sesiones con Astoria, pero para eso necesitaban concretar una reunión y que ella estuviera preparada mentalmente.

Y, todo lo que había dicho, podía ser fácilmente comunicado por una nota. Era peligroso estar ahí, teniendo en cuenta los tiempos en los que estaban.

Draco pasó saliva.

—Malfoy —volvió a decir Potter, ésta vez cansinamente—, ¿ qué estás haciendo aquí?

Draco decidió que, después de todo, era sólo Potter. No le interesaba qué podría pensar de él.

—¿Has hablado con ellos? —preguntó, yendo al grano—. Acerca de mi padre.

Nada nuevo llegó a su cara, y Draco supo que estaba esperando la pregunta.

—Ni siquiera sabemos qué es lo que le hizo Tom a tu padre.

Draco reconoció el nombre, de hace casi dos meses atrás, cuando Astoria se lo había dicho a Yaxley. Sabía que estaba hablando del Señor Tenebroso. Cerró los ojos brevemente, tratando de explicarse.

—Potter, tú- —comenzó a decir, para luego sacudir la cabeza—. Por años creí que él estaba bajo una maldición. Por años intenté demostrarlo, y nunca pude. Porque no era él mismo. Y Lucius estaba ahí ese día, lo confirmó Astoria. Debe saber-

—No puedes asegurarlo. ¿Sabes lo que significaría sacarlo de Azkaban? ¿Sabes lo que la gente pensaría si rescatamos a un Mortífago, y no a presos políticos que nos demostraron su apoyo, o gente inocente encarcelada por querer escapar del Reino Unido?

Draco cerró la boca, comprendiendo al fin su punto.

De todas formas, le importaba una mierda.

Su padre había tratado de llegar a su madre en medio de la muerte, y Draco estaba dispuesto a lo que sea para sacarlo de allí.

—Puedes rescatarlos a ellos también —sugirió, sabiendo apenas las palabras salieron de su boca, que era casi imposible.

—¿Ah, sí? —replicó Potter, retándolo—. ¿Cómo?

Draco apretó los labios, sintiendo todo su cuerpo en tensión.

Joder, siempre se sentía así alrededor de él. Era agotador.

—Lo único que sé, Potter, es que se están quedando sin opciones. Y que si el Señor Tenebroso llega al objeto que tanto clama Rookwood que existe, han perdido la guerra.

Potter lo miró, estudiando sus palabras. Draco lo miró de vuelta.

Entonces, se pasó una mano por atrás del cuello, dando un paso lejos de él.

—¿Tienes que irte? —preguntó, completamente de la nada. Draco parpadeó ante el abrupto cambio de tema.

—Sí.

—¿Ahora?

Entrecerró los ojos. Potter se veía incómodo. Algo… nervioso. Parecía como si lo que quisiera decir, le costara.

—¿Qué quieres? —le espetó. Potter dejó caer el brazo, y miró hacia atrás, hacia la mansión.

—Necesito que me enseñes.

—¿Qué cosa?

—Todas las maldiciones que has inventado. Necesito saber a qué podemos abstenernos en un campo de batalla. Y así usarlas también.

Draco tenía la palabra "no" en la punta de la lengua. Podría ser gratificante decirlo, luego de la negativa de Potter frente a la fuga de Azkaban; pero se detuvo y lo pensó.

Por una parte, si Draco verdaderamente deseaba tener una posibilidad de vengarse de Voldemort y saber la verdad de su madre, la Orden tenía que vencer, por mucho que los detestara y ellos lo odiaran también. Y era más que justo mostrarle a Potter las cosas a las que podrían enfrentarse.

Aunque no era eso lo único que pasaba por su cabeza.

Draco estaba consciente de que su fuerte no era el combate. Lo comprobó durante el secuestro de Rookwood. No era de lo peor del mundo, pero le faltaba bastante en comparación con sus propios compañeros. Y Potter podría ayudarlo en eso.

Sus ojos se desviaron hacia el cielo. Aún era de día, y mientras llegara antes de que anocheciera, nadie podría hacer demasiadas preguntas en caso de que fueran a verlo a la mansión. Aquella situación era beneficiosa.

Draco asintió.

Potter no parecía esperarlo, y él subió una ceja. Ninguno dijo nada, Potter simplemente dio media vuelta y caminó hacia la puerta de la mansión, esperando a que Draco lo siguiera.

—Ven.

—Se dice "por favor" —le dijo, aunque lo siguió de todas formas.

Prontamente estaban ambos ubicados en el mismo salón de entrenamientos que ya conocía. Potter había cerrado la puerta, posándose en medio del lugar, y Draco se mantuvo a un lado de la entrada sin saber muy bien si acercarse o no.

Mientras iban hacia allí no se toparon con mucha gente. Nadie que les prestara real atención, la verdad. Lo más probable era que los ánimos se habían calmado ya, y los medimagos y el resto de Rebeldes se había permitido descansar un poco.

—No sabía que Astoria era animaga —dijo Draco, a falta de palabras.

Potter asintió ausentemente, sacando la varita de su bolsillo.

—Así es como llegó acá. Siguió a Theo sin que el idiota lo notara y lo forzó a hacerla parte de la Orden o lo mataría.

Draco sonrió vagamente. Astoria le agradaba cada vez más, aunque no lo demostrara.

—¿Por qué?

Potter pareció darse cuenta de con quién estaba hablando y su cara se endureció.

—¿Por qué no le preguntas a ella?

Draco lo observó lentamente desde su posición, alcanzando la varita también desde su bolsillo.

—¿Qué estaban haciendo? —cuestionó entonces, indicando con la barbilla hacia la entrada de la mansión, donde estaba el laberinto. Potter pareció considerar si valía la pena contarle o no.

Al final decidió que sí.

—Fuimos a ver si ella podía ingresar a Grimmauld Place en su forma animaga, y registrarla sin que tuviésemos que preparar un plan. Pero no, ni siquiera los animales pueden sobrepasar las protecciones puestas; tendremos que entrar a la fuerza. Ahora- —Potter se detuvo, para girarse hacia él—. Ven aquí.

Draco levantó una ceja, al ver cómo el rostro de Potter se arrugaba levemente con dolor, seguramente por haber girado en su dirección por su lado izquierdo. Volvió a señalar con la barbilla, ésta vez al bolsillo del hombre.

—Deberías echarte la esencia primero.

Potter se llevó una mano al lugar, y volvió a hacer una mueca.

—Mierda.

Sacó el vial desde su bolsillo y pareció pensar por unos instantes qué tan buena idea era hacer eso en ese momento, o si demoraría mucho yendo a pedir que se lo aplicaran. Finalmente, Potter concluyó que a menos que quisiera estar en dolor todo ese rato tendría que echarse la esencia encima, y que no valía la pena llamar a alguien para que lo ayudara.

Entonces, sin previo aviso, se quitó la camiseta, haciendo que Draco apartara la mirada.

Se enfocó en su varita, viendo de reojo cómo Potter batallaba con encontrar una forma de vertir una gota en la herida. Desde esa posición, Draco no podía verla, aunque suponía que debía ser dolorosa para todo lo que le estaba costando.

Finalmente, Potter se rindió.

Lo miró directamente, y preguntó, sin un atisbo de vergüenza:

—¿Podrías…?

Draco rodó los ojos.

Caminó hacia él evitando mirarlo más de la cuenta, pero sin poder no notar un símbolo grabado en su piel, justo a un lado de la cadera. De alguna forma, era peor que el episodio de la cama de semanas atrás, porque ahora tenía el panorama completo, y, de nuevo, no se iba a engañar a sí mismo. Potter era- aceptablemente atractivo.

Draco se posicionó detrás, alzando la mano para que le entregara la esencia. Sus ojos escanearon de nuevo el resultado del Homo Lapis, y resistió la tentación de poner sus dedos encima de la cicatriz de piedra. Suponía que Potter no lo sentiría.

¿Y si un hechizo caía ahí? ¿Tampoco le haría daño? ¿Podría ser usado como una ventaja?

Su mirada evitó el resto de heridas; se sentía demasiado personal verlas. Sus ojos viajaron hasta encontrar la piel de alrededor de la dura cicatriz. Estudió la carne retraída allí, que rozaba constantemente la piedra. Estaba al rojo vivo, y un poco de sangre salía de algunos lugares. Draco, de nuevo, resistió el deseo de tocarla. Esa vez para hacerlo sufrir más que por curiosidad.

Mientras levantaba el brazo y dejaba caer la gota del vial, provocando que la piel empezara a regenerarse, no pudo evitar observar los hoyuelos de la espalda del hombre.

Draco volvió a apartar la mirada.

Potter era más que aceptablemente atractivo, aunque prefería quemarse a sí mismo antes que admitirlo.

—Listo —le dijo, dando un paso atrás.

Potter asintió, colocándose la camiseta nuevamente a medida que recibía de vuelta la esencia de Díctamo. Se giró hacia Draco, y elevó su varita, poniéndola frente a su cara.

—Enséñame.

Draco lo hizo.

Por al menos cuarenta minutos, se dedicó a mostrarle, enseñarle y explicarle hechizos que ya conocía, que le había visto tratar de replicar, pero que probablemente no sabía cómo ejecutarlos. Y Potter aprendía rápido. Más que rápido. Por lo que al cabo de una hora, poco menos de la mitad del largo repertorio de maldiciones que Draco había creado, tanto para tortura como para batallas, ya habían sido conocidos por el hombre.

Potter había conjurado hacia un objetivo inanimado que replicaba a una persona real, y tuvo que apartar la mirada varias veces. Sobre todo cuando finalmente logró dominar el conjuro que hacía que la sangre hirviera, y la persona explotara, dejando nada más que múltiples restos en la zona que antes había sido un ser humano.

Potter bajó la varita entonces, girándose de lleno hacia él.

—¿Cómo has podido inventar tanto…? —preguntó, sonando algo indispuesto.

—Han pasado ocho años, Potter. No es tanto.

Potter entrecerró los ojos.

—Sí lo es. Y es complicado también.

Draco no respondió. Se alejó de él, sintiéndose pesado. No le gustaba recordar todas las cosas que había creado. Lo que eso significaba para el mundo mágico y cómo aquello quedaría en los libros de historia.

No tenía importancia.

Se movió del lugar donde estuvo todo ese rato: a un lado de Potter para así poder corregir la posición de la varita y el movimiento. Decidió darle un vistazo rápido a la sala. Había unas cuántas manchas de sangre en las paredes.

—¿No sientes remordimientos? —preguntó Potter. Draco volvió a verle.

—¿Por qué sentiría remordimientos?

—Porque esto —dijo, conjurando la misma maldición al objetivo—, ha ocasionado cientos de muertes.

Draco vio cómo el señuelo encantado estallaba, y los restos que asemejaban a una persona de verdad permanecían en el suelo por unos segundos, antes de volver a reincorporarse como si nada hubiese sucedido.

—¿He sido yo el que sostenía la varita? —preguntó, sin quitar sus ojos del objeto.

—Es lo mism-

—¿He sido yo el que sostenía la varita? —repitió, más alto ahora.

Sintió a Potter moverse lejos de él también.

—¿O sea que te da igual?

Draco lo miró directamente.

—Sabes la respuesta a esa pregunta.

Potter lo miró también, mas no por mucho tiempo. Su semblante estaba más cansado, pero al menos, Draco no lo había visto quejarse de dolor en todo ese rato.

—Creo que deberías irte —le dijo por lo bajo.

Draco suspiró, sabiendo que ese no había sido su plan. Avanzó en su dirección, levantando la varita de a poco.

—Enséñame —dijo Draco, devolviéndole sus palabras. Potter arrugó el gesto.

—¿Qué?

—Soy una mierda en combate. Tengo que saber pelear si quiero servir de algo.

Potter apartó la vista hacia las paredes, y por una vez, no hizo ninguna broma o comentario ácido acerca de "cómo Draco no servía para nada de todas formas". Podía entender el por qué. Sabía que lo detestaba. Sin embargo, era cansador estar peleando constantemente cuando ya estaban haciéndolo fuera de eso, cada uno con distintas personas y situaciones.

—Eso nos tomaría meses.

—Me da igual, Potter. Tú tienes que aprender el resto de hechizos de todas maneras.

Potter lo pensó. Al cabo de un rato hizo una seña con su mano poco más allá del centro de la habitación.

—Bien —respondió, apuntando en esa dirección—. Ponte ahí.

Draco lo hizo, y antes de que pudiera anunciar que iban a empezar el duelo, Potter alzó la varita, y conjuró un hechizo hacia él.

Draco lo reconoció como el hechizo cortante, el cual iba directo a su cara tal como la última vez que pelearon. Justo antes de que impactara, efectuó un Protego frente a él, haciendo que el hechizo rebotara de vuelta a su oponente.

Potter movió una mano de forma perezosa. La maldición se desvaneció en el aire antes de siquiera acercarse.

Draco nunca había visto nada como eso tampoco.

La magia no podía desaparecer. No se creaba de la nada ni se extinguía a la nada. Transmutaba, cambiaba, se transformaba, pero no hacía eso. ¿Acababa de absorberla…?

Antes de que pudiera expresar sus dudas, otro hechizo voló hacia él. El cual, sí le dio.

Draco se curó sin apenas pensarlo y miró a Potter con mala cara; ambas veces el hombre ni siquiera había dicho una palabra. Ésta vez estaba en guardia, esperando. Pero Potter había bajado la varita y caminaba hacia él, con la frente arrugada.

—No tienes buenos reflejos.

Draco elevó las cejas, viendo cómo Potter casi parecía molesto frente a eso. Su voz sonó dura. Como si Draco lo hubiese ofendido personalmente al no tener esa debilidad.

—La última vez que estuviste aquí, apenas te diste cuenta de que Ron se te acercó, o que yo lo hice, ¿me equivoco?

Él se encogió de hombros. No había punto en negarlo, y Potter no lo estaba diciendo como si fuera algo humillante.

—No.

—Theo, más de una vez, te ha traído aquí porque te maldijo antes de que te dieras cuenta —volvió a decir, de manera áspera—. McGonagall lo hizo de la misma forma. En el entrenamiento.

Draco apretó los dientes al recordar a su ex profesora y el episodio que habían tenido ese día. Haría pagar a la cabrona en algún momento, sólo debía esperar.

Potter comenzó a dar vueltas a su alrededor en ese instante, como si estuviera estudiando obsesivamente su persona, buscando más puntos débiles y cosas que recriminar o corregir. Draco aceptó el escrutinio, mirando al frente. Después de todo, él fue quien pidió aquello.

Entonces, Potter enterró la varita en la mitad de su espalda, de la nada, y Draco saltó girándose y dispuesto a hechizarle el culo.

—Deja de estar tan tenso —dijo Potter al ver su reacción. Draco no bajó su varita, haciendo una mueca hostil.

—Por si no lo habías notado-

—¿Qué, me detestas? —se burló Potter, interrumpiéndolo—. Da igual. Para estar más atento a los estímulos externos, tienes que dejar que tu mente se relaje.

Draco casi le gritó que no sabía de qué mierda estaba hablando. ¿ Relajarse? ¿Cómo podía hablar de relajarse en medio de esa puta guerra, por Salazar?

—Tienes que dejar de pensar —prosiguió, caminando por su costado, sin dejar de verle—. Poner la mente en blanco…

—Me imagino lo fácil que es eso para ti.

—… Y dejar de enfocarte en la varita que te apunta.

Draco arrugó la frente.

—¿Entonces cómo mierda podré evitar lo que sea que me vas a hacer?

—A través de tu visión periférica —explicó Potter, como si fuera obvio—. Es la única forma en la que evitarás que te agarren de sorpresa.

Potter volvió a colocarse frente a él, a solo unos cuántos pasos y Draco se puso en posición.

—Vamos a intentarlo una vez más. Tus ojos no irán a mis manos en ningún momento.

Esto era estúpido.

—¿Qué? —dijo Draco con ironía—. ¿Quieres que mire el techo?

—A .

Su estómago se revolvió. Potter elevó la varita.

—Ahora.

Y los hechizos empezaron a volar.

Draco logró esquivar a seis de ellos, pero la velocidad con la que Potter los conjuraba era bastante rápida. Trataba de enfocarse en no mirar sus manos, se suponía que así podría predecir qué maldición Potter usaría luego, o hacia donde la dirigiría, pero era un esfuerzo demasiado consciente de su parte. Pronto, uno de los hechizos impactó de todas formas, haciéndolo caer hacia atrás y provocando que quedara inconsciente por unos segundos.

Para cuando recobró la consciencia y se levantó rápidamente, Potter lo observaba con la más leve burla en su mirada. Levantó una mano mostrando que él tenía su varita ahora.

No por primera vez, el pensamiento: "¿Le funcionará igual que mi antigua varita?", pasó por su mente.

—¿Qué harías ahora? —dijo Potter con un ápice de diversión.

Draco examinó la escena.

Potter era, objetivamente, más poderoso mágicamente que él. Probablemente un Expelliarmus sin varita no sería suficiente para tenerla de vuelta, y de todas maneras, siempre había apestado un poco en magia sin varita Era mejor con hechizos no verbales.

Así que solo le quedaba una opción.

Tratar de llegar a su oponente de forma física.

Draco, sin más preámbulos o advertencias se abalanzó hacia Potter, tratando de tomar su instrumento. Éste disparó maldiciones, que Draco esquivó no sin dificultad. Cuando estaba a un metro, Potter por fin le dio, haciendo que quedara inmovilizado en su lugar.

—Eres rápido —dijo, volviendo a darle esa mirada estudiosa—. Y fuerte. Deberías poder ocuparlo para tu beneficio.

Draco deseó poder tensar la mandíbula, pero estaba más ocupado intentando deshacer el hechizo.

—Deja de pensar tanto. No te va a ayudar.

Se liberó al fin, aunque fingió aún estar bajo la maldición.

—¿Quieres que simplemente tome decisiones irracionales? —replicó, simulando que le costaba hablar. Potter alzó las cejas.

—Decisiones de supervivencia, Malfoy. Si piensas mucho, le das ventaja a tu oponente.

Cuando Potter levantó la varita para volver a atacarlo, o darle el golpe final, Draco volvió a la carga.

Se agachó para que el conjuro no impactara contra su pecho, que era donde Potter lo dirigía, e intentó tomar su mano cuando llegó a él. Potter, por supuesto, evitó aquello, esquivándolo y empujándolo hacia un lado. Draco agarró la muñeca de Potter que sostenía su antigua varita. Trató de doblarla a su voluntad.

Potter sonrió entonces, y mientras Draco intentaba conjurar un Expelliarmus, éste le pegó un puñetazo con su otra mano en el estómago. Draco quiso cubrirse, así que se soltó de su agarre. Potter tomó él ésta vez su muñeca.

Draco trató de zafarse al instante, pero lamentablemente Potter ya había alcanzado la ventaja. La fuerza con la que lo estaba sosteniendo hacía que Draco apretara los dientes debido al dolor. Ambos respiraban agitadamente.

Potter pareció no darse cuenta de esto, doblando casi sin dificultad su mano y sujetándola contra su propia espalda. Draco soltó un leve quejido. Forcejeó, queriendo pegarle un puñetazo al hijo de puta como nunca antes. Potter no parecía querer dejarlo ir. Y de un momento a otro, dejó salir una suave risa que, incluso así, resonó en el cuarto. Draco detuvo sus movimientos.

Porque Potter estaba detrás suyo, a unos cuántos centímetros, y su boca estaba a un lado de su oreja.

—Y así como así —susurró, lentamente—. Muerto.

Draco sintió cómo una corriente eléctrica bajaba por su cuello hasta el final de su vientre y se paralizó, sólo por unos segundos.

La presión dolorosa de su muñeca continuaba ahí, el calor que irradiaba el cuerpo de Potter en su espalda era un recordatorio de quién había ganado esa pelea, y la respiración desregulada del hombre estaba a unos centímetros de su oído, chocando contra su lóbulo.

Nunca habían estado tan cerca.

No hacía bastante tiempo, al menos.

Draco aprovechó que Potter también se había quedado demasiado quieto de un momento a otro para así soltarse y apartarse. Lejos. Éste parpadeó, como si no hubiera entendido qué pasaba, como si Draco hubiese desaparecido de pronto. Draco fue el que aprovechó ésta vez y le quitó la varita de su mano, dando un paso atrás. Creó una distancia necesaria entre ambos.

—Tengo que irme —le espetó firmemente.

Potter se recuperó entonces, recobrando la misma compostura fría de siempre mientras retrocedía también.

—¿Debería quitarte tus recuerdos? —le dijo. Draco negó.

—Tengo que investigar acerca del semigigante.

Potter se le quedó viendo unos largos y extenuantes segundos, y Draco, por primera vez, se preguntó en qué estaba pensando en ese preciso momento.

¿Qué mierda había sido todo eso?

La respuesta llegó a él.

Nada.

—¿Crees que Tom no intentará registrar tu mente? —cuestionó Potter al cabo de un rato.

—Soy la última preocupación del Señor Tenebroso por ahora.

Esperó unos momentos a que Potter quisiera decir algo, cualquier cosa, pero simplemente se giró hacia una de las paredes y caminó lejos de él, en dirección al objetivo con el que estaba practicando. Draco entendió la señal y avanzó a la salida.

—Malfoy —le dijo, haciendo que Draco se volteara para mirarlo por encima del hombro—. Ejercítate.

—Creí que dijiste que era… —comenzó a decir, listo para mofarse—. ¿ Fuerte?

Potter ignoró su intento de ridiculización.

—Te ayudará con los reflejos practicar algún deporte que involucre movimiento. Quidditch, puede ser —siguió, como si Draco no hubiese hablado en primer lugar. Luego, aquella expresión molesta volvió a su cara—. Eras un Buscador, ¿dónde quedaron esos reflejos?

Draco se le quedó viendo, algo confundido, para luego encogerse de hombros y volver a poner su máscara en blanco.

—Nunca fui uno tan bueno —dijo, sabiendo que era verdad, y que de niño jugó en esa posición nada más por la rivalidad estúpida que tenía con el hombre frente a él—, y han pasado más de diez años desde que he jugado.

—¿Y cuántos desde que te subiste a una escoba, pero no para salvar tu vida?

Draco se detuvo.

Sabía que la pregunta de Potter no tenía segundas intenciones, que solo era- charla casual. Y para poder responder, debió pensar en alguna ocasión de esos años en la que Draco hubiese volado… por el placer de hacerlo. Que debía existir. Debía-

Pero su mente juntó aquella oración de mala forma, y los recuerdos de cierto día llegaron a su mente a cascadas.

La Sala de Menesteres. El Fuego Maldito. Crabbe. Goyle. Potter. Escoba.

Me salvó. Estoy en deuda con él.

Siempre lo he estado.

—Potter —dijo Draco, algo abrumado de un segundo a otro—. Adiós.

Potter frunció el ceño, como si no pudiera entender su respuesta o su cambio de humor. No dijo nada al respecto.

—Vas a seguir enseñándome —informó. Draco asintió una vez.

—Lo mismo va para ti.

Quería salir rápido de allí. De ese lugar sofocante. Lejos de ese hombre igual de sofocante.

—Malfoy —soltó Potter de nuevo, y Draco, con hastío, se detuvo en el picaporte, aunque no se volteó—. Entraremos a Grimmauld Place. Es lo más seguro.

—¿Y?

—Y si no hay nada, solo quedará Azkaban como opción para saber qué mierda es lo que está pasando.

Draco dejó salir todo el aire que no sabía qué había acumulado en sus pulmones.

Era una posibilidad. Era una posibilidad, y vería a su padre de nuevo. Era una promesa también.

Draco lo miró una vez más por encima del hombro; Potter tenía una mirada determinada. Fiera. Había olvidado lo mucho que odiaba esa expresión en su rostro de niño. Era diferente a lo que sentía en ese momento.

—Ayudaré. Como sea.

Potter recorrió su rostro con sus ojos verdes.

—Lo sé.

Sonaba tan seguro, que por un largo minuto, Draco no supo qué decir.

Finalmente asintió, y se perdió por el pasillo. Aquello era más de lo que había esperado.

No sabía qué sentir respecto a lo que acababa de pasar, así que simplemente… No sintió nada, y enterró cualquier pensamiento al respecto.

Había cosas más importantes sucediendo en ese instante.