El término "Purificadores" lo he tomado prestado de la saga "Alianza" de Helena Dax de ! (La cual recomiendo con mi corazón). Sin embargo, definitivamente NO son lo mismo; no significan ni son la misma organización, pero no se me ocurría una mejor forma de llamarlos.
Harry se reclinó en su asiento, y apretó los párpados con sus manos.
Estaba empezando a dolerle la cabeza intentando averiguar qué hacer respecto a los artículos diarios difamando su nombre. O acerca del falso "Pottervigilancia". Eso, sumado al plan para entrar a Grimmauld Place, lo que Astoria le había dicho de Andrómeda, y Ron… le hacían sentir que explotaría en cualquier momento.
Volvió a mirar los periódicos que Adrian había traído y leyó los titulares de manera obsesiva. "El-niño-que-vivió, ¿realmente vivió?". "Harry Potter vuelve de los muertos: ¡entérate de la farsa!"
Harry no era estúpido, sabía que había bastante gente que, luego de la segunda alza de Voldemort, habían dejado de creerle a El Profeta o a Skeeter. Pero así como parte de la población estaba dispuesta a descartar todo lo que apareciera en esas páginas, también existía un gran porcentaje que no sólo le creerían, si no que preferirían creerle, antes de admitir que la Orden y los Rebeldes representaban una amenaza seria. Y no podía olvidar a los jóvenes tampoco, que prácticamente crecieron en un mundo gobernado por Voldemort, considerando que el mundo mágico había estado en guerra desde hace casi diez años –desde 1996 y oficialmente desde 1997– ¿Qué pensarían? ¿Cómo podían encontrar aliados entre ellos? ¿Qué tanto les afectaba el lavado de cerebro?
Realmente no sabía qué hacer. Aparecer en público no era una opción, considerando que las calles estaban plagadas de Mortífagos y Purificadores, quienes eran miembros de las antiguas familias que querían probar su lealtad a Voldemort sin llevar una Marca. Vigilaban el mundo mágico; eran demasiados. Y, a menos que Harry tuviera un plan para dejarse ver, sabiendo que eso podría resultar en la muerte de personas de la Orden- muertes que no podían permitirse… no había manera de hacerlo. No. Harry no podía.
Sin embargo, debía hacer algo.
Pero, ¿ qué?
Adrian se había mostrado algo molesto con él, diciéndole que si de joven se hubiese hecho aliado de Skeeter en vez de un enemigo, quizás habrían tenido una posibilidad de que la bruja publicara mensajes encriptados para que la gente los leyera. Harry no pensaba lo mismo. Si Voldemort se diera cuenta de eso, la asesinaría, y Rita era demasiado inteligente para arriesgarse. Como una buena Slytherin, preferiría salvar su trasero antes de aportar al bien común. Además, no servía de nada pensar en el: "¿qué hubiera pasado si…?"
Estaban atados de manos. Harry no conocía a todos los aliados y espías de la Orden, y habría sido un movimiento poco inteligente que así fuera, pero incluso si tuvieran alguna persona allá afuera dispuesta a ayudarlos a publicar un mensaje, era probable que Voldemort se diera cuenta, y "muerto" sería algo bonito comparado con lo que les haría pasar.
Entonces, ¿ qué? ¿Qué mierda podían hacer para transmitir calma a la gente, mientras no pudieran irrumpir la radio? ¿Qué podían hacer además de los Patronus que Harry enviaba? Quizás una buena alternativa era ofrecer refugio a alguien con las maquinarias y recursos para distribuir panfletos no oficiales en distintos pueblos.
¿Pero cómo los divulgarían?
¿Y quién lo haría?
Harry no sabía qué hacer.
Quizás solo le quedaba esperar.
Suspirando, tomó los otros papeles repartidos por el escritorio y los examinó, diciéndose a sí mismo que aquello debería ser más fácil. Aunque sabía que no era así.
Durante esos años se habían limitado a ir al mundo muggle sólo cuando era verdaderamente necesario, para recolectar comida, o cuando su ropa empezaba a desgastarse al punto de que la magia ya no era capaz de repararla. Harry pudo retirar prácticamente toda su fortuna un mes después de la Batalla de Hogwarts sin complicaciones, debido a que los goblins no se mezclaban en los problemas de los magos cuando se trataba de dinero. Sin embargo, aquellos que lo atendieron, fueron masacrados públicamente y posteriormente los Mortífagos y Voldemort esclavizaron al resto de su raza. Así que, desde ese momento, habían subsistido solo con esos ingresos y con el dinero que algunos de sus aliados les otorgaban de vez en cuando. De esa manera justificaban la comida que compraban en el mundo muggle, y no habían llamado la atención de ninguna autoridad debido a "desapariciones de comida a lo largo del Reino Unido".
De todas formas, lo que Harry deseaba hacer ahora, era más complicado que comprar comida o ropa nueva.
Su dinero estrictamente racionado les duraría unos tres años más como mucho, y no podían permitirse gastos no contemplados. No podían.
Salvo que su mejor amigo, su hermano, ya no tenía la mitad de su pierna.
Sus ojos volaron a las cifras de dinero en el pergamino y soltó otro suspiro.
Harry estaba siendo egoísta al considerar aquel problema como uno grande. A McGonagall le faltaba un ojo; a Kingsley un brazo, y existían bastantes soldados mutilados a lo largo de la base. Querer gastar parte de su dinero para conseguir una prótesis muggle para Ron era estúpido, algo que ni siquiera debería estar considerando. Harry podía soportar periodos de inanición, los Dursley se habían encargado de entrenarlo para eso; sin embargo no podía hacerle lo mismo al resto de la gente sólo para cumplir el capricho de comprar a su amigo algo tan caro. Los debilitaría, y…
Pero era injusto.
Harry cerró los ojos por unos segundos, mientras el recuerdo de ayer volvía a su mente.
La pierna de Ron dejó de crecer poco después de que superara la rodilla, sin importar qué hicieran, era un hecho que ya nunca más la tendría de vuelta. Y hasta ese momento se había estado moviendo sólo en una silla de ruedas hecha de madera y neumáticos, que habían encantado para que le funcionara. El día anterior, Hermione, junto a Madam Hooch y Flitwick, encantaron un trozo de madera y lo moldearon para que así se ajustara a la pierna de Ron, por lo que su amigo lo probó por primera vez como si fuera una prótesis. Se suponía que era un avance.
Todo su cuerpo se quejó cuando trató de ponerse de pie, Harry lo notó. Los nervios contraídos en sus extremidades se agitaron y pesaron, pero Ron puso una sonrisa en sus labios, y agradeció todo como la imagen de la perfecta esperanza.
No fue hasta que todos, incluida Madam Pomfrey, abandonaron el cuarto, que Ron finalmente se quebró.
Fue por algo estúpido, de verdad. Estaba sujeto a una baranda en una pared puesta ahí por McGonagall y trataba de moverse lentamente de un lado a otro con la pierna de palo, de una forma muy torpe. Entonces, luego de quedarse absorto mirando al suelo mientras intentaba no perder el equilibrio, Ron levantó la cabeza y dijo con tono bromista:
—Al menos me veo mejor que Moody, ¿no?
Y Hermione rio, e incluso Harry soltó un pequeño resoplido. Pero la cara de Ron se arrugó de inmediato ante sus palabras; de la misma manera en la que lo hizo cuando Ginny murió.
Su amigo apretó los dientes, y desvió la mirada, tratando de regular su respiración. La cara se le volvió completamente roja, y de un minuto a otro estaba teniendo un ataque de pánico, tratando de no sollozar, gritar, o soltar toda la mierda que llevaba dentro.
Hermione fue la primera en reaccionar, corriendo a abrazarlo, y luego Harry llegó justo a tiempo en el momento que Ron se dejaba caer, mientras repetía una y otra vez que lo soltaran. Que lo dejaran solo. Que estaría bien. Que siempre estaría bien.
Prontamente estaban los tres en el suelo. Ron con la cara enterrada en el pecho de Hermione al mismo tiempo que Harry los contenía a ambos. Su amiga luchaba por no dejar que las lágrimas abandonaran sus ojos, y él mismo estaba tratando de tragar el nudo en el pecho que tenía mientras oía cómo Ron sollozaba. El sonido no hacía más que ponerse peor a medida que intentaba calmarse.
Se quedaron allí por… Quién sabía cuánto tiempo. Y a Harry se le ocurrió- eso.
No sabía cómo llevarlo a cabo.
Podía robarla y ya, ¿no? Pero los muggles investigarían cómo es que una prótesis millonaria había desaparecido frente a sus narices, y si hacían un alboroto acerca de ello, podía alertar al resto de la población.
Harry no sabía bien cómo funcionaban las políticas muggles, o qué tanto afectaban los robos al sistema. Sabía que era inmoral gracias a los Dursley y a Hermione, pero no alcanzó a vivir los suficientes años en la sociedad para conocer algunas cosas con certeza. Y no quería discutirlo con su amiga, porque Hermione, incluso tantos años después, continuaba siendo alguien demasiado moral.
Harry sólo… Necesitaba saber cómo conseguirle a Ron algo que reemplazara su pierna sin terminar siendo un egoísta o un imbécil con la gente que debía proteger. Tampoco sabía cómo.
Arrugando una de las hojas, Harry la arrojó al basurero con demasiada fuerza.
Y luego, estaba Astoria.
Astoria en sí no era un problema, todo lo contrario. Pero las cosas que descubría sí lo eran. Lucius Malfoy. El objeto. Andrómeda. Solo sumaban y sumaban a las situaciones que Harry necesitaba revisar y resolver.
La mujer había estado allí días atrás, de nuevo dentro de la mente de Malfoy recuperando sólo algunas imágenes sin sentido y, sin quererlo, evitando que él y Harry tuvieran otra sesión de entrenamiento. Rompió más a Rookwood, y no consiguió nada. Pero no era eso lo que traía a Harry… así.
Era que gracias a lo que Astoria vio ese día, que la Orden debía entrar sí o sí a Grimmauld Place a ciegas.
—Estoy preocupada por Andrómeda.
Harry dejó de apoyarse en el árbol a un lado del laberinto, y observó cómo Astoria se detenía a medio camino. La capucha de la túnica abarcaba hasta su frente.
Malfoy ya se había marchado y antes de que ella se fuera también, Harry le había pedido que inspeccionara la mente de Andrómeda. Él intentó hablar más de una vez con la mujer, pero ella ni siquiera lo escuchaba, sumida en su mundo de imaginaciones y sucesos fantasiosos. Harry estaba perdiendo la esperanza mientras más pasaban los días, y aunque sabía que Andrómeda se resistiría a la Legeremancia de Astoria, tenía que pedírselo.
Pero, otra vez, Astoria no había encontrado nada valioso ahí. Aunque no especificó qué veía.
Hasta ese momento.
—¿Por qué? —replicó Harry, mirándola confundido.
Astoria dejó salir una respiración honda y giró la cabeza hacia el lado. Su bello rostro estaba parcialmente cubierto.
—Sabía… sabía que luego de la Batalla su mente había quedado dañada —respondió lentamente—. Pero no esperaba que tanto.
—No entiendo.
Astoria se mordió el labio, retornando su atención a él.
—He visto muchas mentes enloquecidas. Demenciales. Son difíciles de leer, y la mayoría de las veces están tan hechas pedazos que no puedes recuperar nada. Ni siquiera recuerdos. Nada. Casi todas son un caos, como si hubieses tirado abajo una nación entera y trataras de gobernar sobre las ruinas.
Harry lo intentó, pero su mente no pudo evitar pensar que eso era una buena alegoría acerca de lo que Voldemort deseaba. De lo que estaba haciendo.
Daba igual que tuviera que destruir el mundo.
Mientras él fuera el rey de los escombros.
—Pero Andrómeda… —continuó Astoria, sin estar consciente de sus pensamientos—. Su mente es- es un vacío.
—¿Cómo…?
—Hay pensamientos que predominan en un gran pozo oscuro, pero eso es su mente- oscuridad. Vacío. Los escucho resonar: Comer. Matar. Libertad. Vivir. Familia. Son mecánicos. —Astoria enumeró, pálida. Él tragó en seco—. Y… preocupantes.
Harry apenas conocía el arte de la Legeremancia, o de la Oclumancia, pero comprendía que todas las personas poseían representaciones y estructuras mentales complejas. Muchas veces eran lugares: castillos, casas, museos. Todos distintos, encargados de almacenar la consciencia, el ser; todo lo que hace ser a una persona, persona. Que alguien no tuviera nada de eso… debía ser, tal como Astoria dijo, preocupante.
—¿Crees que algún maleficio la golpeó, además de la maldición desconocida que suponemos? Durante la Batalla. Algo que la hizo quedar así.
—Puede ser… —dijo Astoria, sin embargo no parecía muy segura—. Pero pienso que ella misma se ha hecho esto. Que ella deterioró su cabeza al punto de que lo único en lo que piensa, y los únicos propósitos de su mente, son esos.
Harry nuevamente intentó ponerse en sus zapatos. Sabía que Andrómeda había sido desheredada, todo por enamorarse de un nacido de muggles. Harry tenía claro que había renunciado a toda su vida y familia para estar con él y que había formado un hogar. Para que luego Voldemort…
Para que Voldemort les arrebatara a todos, prácticamente en el mismo día.
Y Teddy…
—¿Hay una forma de…? —comenzó a preguntar, mas fue interrumpido.
—Lo dudo —Astoria lo interrumpió, adivinando su pregunta. Se llevó una mano a la capucha, casi por reflejo—. Su mente está demasiado frágil. Puedo- puedo matarla, si intento regenerarla.
Astoria pasó saliva, mientras sus dedos comenzaban a acariciar su usual trenza. Harry la observó, y aunque una parte de su cerebro estaba agradecido con ella y todo lo que hacía por la Orden, que estaba haciendo bastante y que no debía exigirse más… no pudo evitar calibrar lo que eso significaba.
—O sea —dijo, algo cauteloso—, que no podrás saber nada del objeto a través de ella.
—Nada —confirmó Astoria apesadumbrada—. Pero creo que necesita salir de ese cuarto.
Harry se quitó los lentes, y cerró los ojos por unos momentos, dejando que aquello se asentara en su sistema. Andrómeda no era una opción viable. Y en cualquier momento podía morir gracias a su locura.
Asombroso.
—Hemos intentado —respondió Harry, abriendo los ojos de nuevo—. Se pone violenta. Y la hemos herido demasiado, así como ella se hiere a sí misma tratando de escapar para vengarse. Sus heridas, a su edad y gracias al hechizo que la ha afectado- o que al menos eso creemos- prácticamente no curan. Madam Pomfrey ha tenido que sellar con magia cortes que ni siquiera han sido profundos.
Astoria se le quedó viendo, nuevamente aproblemada. Por eso a Harry le caía bien. Estaba dispuesta a hacer un montón de cosas- cosas horribles, pero la bondad de su corazón… era grande. Era más grande que cualquier otra cosa en ella.
—¿Cómo...? ¿Cómo ha acabado así?
—La razón principal es que lo ha perdido todo.
—Muchos hemos perdido —dijo Astoria, con su voz tornándose un poco dura—. Yo, Theo, tú, los Weasley. Draco incluso, lo ha perdido todo, y-
Harry sintió cómo sus músculos se crispaban ante la comparación.
—No es lo mismo —replicó fríamente—, y ahora, sabemos que no es así tampoco.
Astoria cerró la boca, parpadeando un par de veces y Harry desvió la mirada. Lo que había dicho le había sentado mal. Andrómeda y el resto de ellos lo habían perdido todo en manos de hijos de puta como los Mortífagos. Gente como Draco Malfoy. No era lo mismo.
—¿Por qué siempre actúas así? —preguntó Astoria con lentitud—. Cuando hablo de él.
—No veo que actúe de una forma diferente.
—Sí lo haces. Cada vez que digo algo en relación a él, te pones casi a la defensiva.
—Creo que ya ha quedado claro que nos detestamos —espetó Harry, apretando la mandíbula—. Lo has visto. Sabes quién es. ¿Recuerdas la ejecución, antes de lo de Rookwood? —La imagen de Malfoy limpiándose los restos humanos de su zapato sin siquiera inmutarse, volvió a su mente—. No es bueno.
—Nunca dije que lo fuera. —Astoria lo miró frunciendo el entrecejo—. Draco es horrible. Es un asco de persona, estamos de acuerdo. Sin embargo, no es la peor mierda que existe. Los dos hemos conocido la maldad. Tú actúas como si él fuera su encarnación.
Harry sólo la observó.
En ese punto ya ni siquiera le importaba quién había sido cuando iban a Hogwarts. En el presente, Draco Malfoy fue el responsable de hacer que los niños nacidos de muggles se convirtieran en esclavos en el mundo mágico, Theo se lo confirmó. Draco Malfoy creó y continuaba creando cientos y cientos de maldiciones y pociones para provocarle a sus enemigos dolores y muertes asquerosas. Horribles. Draco Malfoy se rio, se burló de los inocentes fallecidos. Draco Malfoy no se había interesado en las víctimas de todo ese sistema. Draco Malfoy se había convertido en un traidor sólo por deseos de venganza.
Y Draco Malfoy no se arrepentía de nada, incluso luego de que Harry se lo hubiese preguntado múltiples veces.
Daba igual que fuera soportable. Que de vez en cuando dijera cosas que no eran del todo detestables. Harry no podía olvidar el miedo de Madam Pomfrey, días atrás, cuando le advirtió y le contó su conversación con Malfoy. Harry no podía hacer borrón y cuenta nueva solo porque de vez en cuando Malfoy había mostrado tener sentimientos.
Le daba asco.
—Si quieres, tú olvida quién es el hombre con el que estás hablando —respondió Harry, al borde del enojo— . Pero yo no me fiaría del torturador personal de Tom.
Astoria no despegó los ojos de su cara, para luego negar con la cabeza y alejarse un paso.
—Bien —dijo ella al final, con tono firme pero condescendiente—. Bien, Harry. Si prefieres hacerte esto a ti mismo…
Harry no respondió. No entendía de qué mierda estaba hablando.
Y definitivamente no había pensado en eso por días. No le dio vueltas, intentando comprender lo que Astoria había querido decir, porque no tenía sentido.
Harry juntó los papeles y los dejó en el primer cajón, a un lado de las cartas guardadas en una caja. Debía presentar al siguiente día sus inquietudes con el resto de la Orden, pero por ahora debía descansar. Además, tenía entendido que Malfoy iría a entrenar con él. No podía permitirse no dormir.
Apagó la linterna del escritorio y caminó hasta su cama. Mañana sería otro día. Mañana sería otro día. Mañana sería otro día.
Estaban a contrarreloj.
•••
—¿Cómo está Weasley?
Harry paró de moverse por una décima de segundo, tomado con la guardia baja por la pregunta, y luego cerró la puerta.
Sintió todo su cuerpo tensarse, recordando brevemente la charla con Astoria. Se sintió asqueado, aunque esto desapareció rápidamente, o intentó que desapareciera. Si Harry iba a estar más de una hora encerrado con él, obteniendo conocimientos el uno del otro, lo mejor era relajarse. Sin importar qué tan estresante hubiese sido la reunión de ese día.
Una parte de él agradecía estar dándole la espalda.
—No te interesa saber eso —respondió finalmente.
Harry se giró para encararlo, y encontró a Malfoy encogiéndose de hombros. Su cabello volvía a estar corto, y ese día, estaba peinado hacia atrás con gel. Harry no recordaba haberlo visto con gel de nuevo. No le quedaba. Su cara se veía mucho más dura de lo que ya era.
—No, la verdad no.
Harry caminó hasta ponerse en el centro, a un lado de él. Poco a poco estaba retomando su velocidad normal, aunque por costumbre todavía caminaba algo lento. Sus ojos eran incapaces de abandonar el rostro de Malfoy. Las facciones resaltaban más de lo normal, la cicatriz brillaba bajo la luz gris del exterior.
—¿Cómo está tu espalda? —preguntó Malfoy entonces.
Harry se detuvo, entrecerrando los ojos. ¿Aquello sí le importaba? Dudaba que estuviera preguntando por ser "cortés".
Pero recordó que Malfoy fue el que le llevó la esencia de Díctamo que terminó curando su herida. Harry supuso que quizás estaba cuestionando por mera curiosidad, o para saber si había funcionado.
De todas formas, se le hacía… extraño. Malfoy recordando llevarle el vial. Recordando que estaba herido. Recordando que Ron estaba herido.
—Ya no duele, aunque no descarto que en un futuro vuelvan a hacerse heridas alrededor de la piedra —respondió Harry con cautela—. A no ser que la piel se endurezca también gracias al roce.
Malfoy asintió, mientras sus ojos recorrían su torso. Harry quiso encogerse ante eso, pero no se movió de su lugar.
—¿Sabes ya si será una desventaja o una ventaja en el campo de batalla?
—Supongo que ambas.
Considerando que podía embestir a alguien con ella...
—Pero… —Malfoy enfocó sus ojos nuevamente en el rostro de Harry—. Si una maldición cae ahí, ¿llegará a afectarte?
Harry se pasó una mano por la barbilla, y miró hacia la ventana. No había pensado en eso, no hasta ese momento. Lo único que había imaginado era que la cicatriz le impediría moverse con la misma agilidad que antes, además de que pesaba. No creyó que podía ser utilizada como escudo.
—No he pensado en eso —admitió con franqueza—. Me imagino que no, que podría detener la maldición.
—Pero no lo sabes —insistió Malfoy—. Puede que no la sientas, y eso haga que mueras más fácilmente. O puede que, al final, no te haga nada. ¿Cómo puedes estar seguro?
Harry sacó la varita de su bolsillo y la giró entre sus dedos unos largos segundos, pensativo. Malfoy tenía razón. Y no podía tirarse a un combate sin saber qué podía hacer, y qué no.
—Inténtalo —le dijo, levantando la cabeza.
Malfoy, quien al parecer había estado mirándolo todo ese rato, parpadeó.
—¿Qué?
—Darme —explicó Harry, apuntando con su varita la de Malfoy—. Intenta maldecirme.
Malfoy bajó la vista hasta sus dedos, y luego hasta los de Harry. Se preguntaba si estaba pensando en que esa fue su varita en algún punto, muchos, muchos años atrás. ¿Qué le hace sentir?, pensó. ¿Le da rabia? Debe darle rabia.
Malfoy retrocedió unos pasos y Harry se volteó, apretando los dientes. No confiaba en él, aunque sabía que no lo mataría. No de momento. Había una especie de tregua entre ambos, en la que ambos tenían una navaja en el cuello del otro y decidían no cortar. Eso no significaba que no tratarían de hacerse daño.. Fuera lo que fuera, lo que sea que Malfoy conjuraría, no sería nada bonito.
— Malum memoriae vivifica.
Harry esperó a que el hechizo impactara.
Pero nada sucedió.
Suspirando, se dejó relajar un poco. Reconoció vagamente la maldición gracias a que Malfoy la había utilizado en Yaxley, meses atrás. Y las palabras le resultaban algo familiares gracias a sus estudios de libros en latín antiguo.
¿Malfoy estaba tratando de que reviva su peor recuerdo?
No sé cuál sería.
La realización aterrizó con crudeza.
Hay tantos, tantos para elegir. Quizás se reproducirían todos. Era lo más probable.
—¿Nada? —preguntó Malfoy, al ver que Harry no reaccionaba.
—Nada.
Se volteó, viendo cómo Malfoy bajaba la varita.
—Supongo que es una ventaja entonces.
Ciertamente lo era.
Harry se pasó una mano por la parte posterior del cuello y exhaló. Aquello podía ser bueno, si es que un hechizo impactaba en ese lugar. Sin embargo, no dejaba de ser peligroso que un atacante lo maldijera entre las sombras y él nunca lo notara. Era poco probable, pero no imposible. Y debía ponerse en todas las situaciones.
Harry avanzó un paso, dispuesto a relegar todo eso al fondo de su mente.
—Bien. Empecemos.
Malfoy se puso en posición, y comenzó a explicarle el próximo hechizo que le enseñaría.
No fue muy distinto al entrenamiento de días atrás. Salvo que Harry se sentía cada vez más incómodo, tanto con las maldiciones y los resultados que tenían en el objeto inanimado, como con Malfoy y toda su presencia. Y era peor cuando deseaba corregirlo y se acercaba a él. Como… Como si nada.
—No, Potter —le dijo en un instante, molesto—. Así.
Harry levantó la vista viendo cómo Malfoy hacía una floritura con la varita en forma de «X», con un ligero giro hacia la derecha al final. Frunciendo el ceño, volvió a intentarlo. Estaba seguro de que lo estaba haciendo igual.
—No, no-
—¿Qué? —lo interrumpió Harry, empezando a irritarse—. ¿Estás seguro de que lo estoy diciendo con la entonación correcta…?
—Sí —espetó Malfoy de vuelta—. Lo estás haciendo mal, es así.
Volvió a hacer el mismo movimiento que hace un rato, y Harry casi estampó un pie contra el suelo como un niño, mientras le mostraba como él lo hacía. Era literalmente lo mismo.
—Eso estoy haciendo-
—No- Por el jodido Merlín.
Malfoy avanzó hasta quedar a un lado de él, de la nada, y agarró su muñeca con fuerza.
Harry sintió cómo todo su cuerpo se puso rígido, mientras ahogaba una respiración. No estaba acostumbrado a ser tocado. Mucho menos estaba acostumbrado a ser tocado por Malfoy.
El hombre no pareció darse cuenta de la tensión de su cuerpo, porque sus ojos estaban fijos en la mano de Harry y la estaba moviendo una y otra vez, cómo si él no fuera más que un niño de cinco años. El tacto quemaba, a pesar de que Malfoy estaba frío. Harry podía sentir la aspereza de sus dedos.
—Así —repitió, rozando la desesperación.
Harry se apartó de él con brusquedad, y miró hacia el frente, repitiendo el movimiento que Malfoy había hecho con la varita, haciendo más brusco el giro del final. El hechizo salió disparado hacia el objetivo, y Harry observó, no sin un vuelco en el estómago, cómo en el pecho del "ser" parecía estar creciendo un agujero.
Y recordó cómo aquello había matado a la profesora Sprout.
Revivió el momento en su cabeza. Revivió los ojos de su profesora mientras moría y trataba de buscar ayuda, y a Minerva gritando de forma desgarradora por la muerte de su colega, tratando de salvarla también. Harry recordó cómo tuvieron que huir a los segundos y no pudieron darle una sepultura apropiada. Cómo su cuerpo fue exhibido públicamente como recordatorio de quiénes habían ganado. Al igual que la mayoría de los cadáveres dejados en las batallas.
El malestar de su estómago no hizo más que aumentar.
—¿Por qué? —murmuró de pronto.
Malfoy, quien no se había movido de su lugar, lo miró con extrañeza.
—¿Por qué, qué?
Harry se giró para verlo de lleno. Estaba seguro que en sus ojos bailaban todas las emociones que estaba sintiendo. Nunca fue bueno dejándolas fuera de su mirada.
—¿Por qué crearías todo esto? —volvió a murmurar. La frente de Malfoy se arrugó.
—No entiendo la pregunta.
Harry gesticuló al objetivo que ya había vuelto a su posición inicial y por unos segundos, no pudo hacer más que apuntar.
—Hiciste todo esto… ¿Para causar daño?
Malfoy no dijo nada por unos segundos.
Luego, bufó.
—Obviamente.
Harry negó con la cabeza, sin ser capaz de volver a mirarlo.
—¿Pero porque querías hacerlo?
—El objetivo de las maldiciones es hacer daño —replicó Malfoy, en tono obvio—. Es hacer todo el daño posible. Ese es el punto.
Harry comprendió por donde se había tomado sus palabras.
—No era esa mi pregunta.
—Entonces —replicó Malfoy, sonando sinceramente confundido—, no te estaría entendiendo.
Harry volvió a observarlo, duramente.
Una parte de él sabía que Malfoy era como era, y no le interesaba ser percibido como mejor. No le interesaba ni afectaba su moral ser percibido como un asco, o un Mortífago más del saco. Mientras Harry y la Orden lo ayudaran a conseguir sus objetivos, por él que escupieran en su nombre. Quizás era otro sádico que disfrutaba causar dolor.
Pero la otra parte de sí, la que todavía recordaba al niño de dieciséis que fue, creía que quizás, sólo quizás, Malfoy había hecho todo para sobrevivir. Todo. Sin importar lo insignificante que fuera su vida. Había insinuado varias veces algo parecido. Y aún así, no se arrepentía.
¿Cómo era posible?
—¿ Deseabas dañar tanto? —preguntó Harry—. ¿Tú, como persona, disfrutas pensar en lo que tus hechizos provocan en los afectados?
La expresión indiferente de Malfoy no vaciló.
—¿Por qué importaría? —dijo, alisando su túnica negra. El broche del Nobilium parecía brillante bajo la luz—. No cambia nada.
—No, no cambia nada. Sólo estoy preguntando.
Harry se alejó, yendo hasta el objeto para así guardarlo bajo el suelo, oculto como siempre. Era una excusa para no enfrentar a Malfoy. Simplemente lo quería- lejos.
—¿Entonces? —siguió hablando a sus espaldas—. ¿Has creado todas estas pociones y maldiciones…? ¿Por gusto? ¿Porque Tom te lo ha pedido? ¿ Por qué?
Malfoy soltó un ruido estrangulado y caminó también al otro extremo del cuarto, creando distancia entre él y Harry. Harry esperó. Por al menos dos minutos, ninguno dijo nada.
—Malfoy-
—Por el puto Salazar, Potter —lo interrumpió él al instante—. ¿Qué mierda te importa?
Harry se giró apenas lo escuchó, encontrándolo apoyado en una de las paredes. La nuca estaba pegada al muro, exponiendo su mandíbula y garganta. Los brazos estaban cruzados por encima de su pecho y tenía una mirada altiva, aburrida. Harry lo apuntó.
—Estoy tratando de entenderte.
—¿ Por qué?
Harry masajeó su frente.
—Porque no logro comprender cómo- cómo…
Estaba gesticulando hacia él nuevamente, mientras Malfoy esperaba. Su semblante no delataba nada. Su postura no delataba nada. Su cabello no se había movido ni un milímetro.
—Como un monstruo como tú, actúa de la forma en la que actúa.
Malfoy lo miró. Lo miró por un tiempo extenuante.
Entonces, esbozó una sonrisa.
—¿Soy un monstruo?
Harry asintió.
—Lo eres. Has hecho cosas…
—Sí —dijo abruptamente, no dejándolo terminar—. Sí. Tienes razón.
Malfoy se despegó de la pared y merodeó por el borde de la habitación; sus dedos pasaban por encima del cemento de color negro mientras avanzaba. Ya no observaba a Harry. Parecía perdido en su cabeza.
—Este es un mundo donde los monstruos existen —dijo, aún sonando algo divertido—. Y sangran, y lloran, y sobreviven.
Harry reconoció la oración, aunque deseó no haberlo hecho.
Era un extracto de una poetisa, amiga de Helga Hufflepuff, que tenía escritos bastante famosos que Rowena guardaba personalmente en el refugio. Harry siempre creyó que eran cartas de amor de la mujer hacia Rowena, pero no podía confirmarlo. Y dolía, porque Ginny adoraba hablar de ello. Adoraba crear teorías. Adoraba los poemas.
Harry cerró los ojos, sintiendo cómo el cansancio del día se apoderaba de él.
—A veces es agotador estar cerca tuyo —confesó, por lo bajo. Malfoy resopló.
—No te desgastes.
—No puedo- —Harry dejó de hablar y sacudió la cabeza, molesto con él y consigo mismo por no poder dejar ir el tema.
Malfoy paró de moverse. Las yemas de sus dedos dejaron de sonar contra la pared. Parecía estar contemplando a Harry.
—Sé a qué te refieres —le dijo, con voz fría—. Pero no creo que podamos hacer nada al respecto. Las cosas son como son.
Harry abrió los ojos, encontrando los grises fijos en él, y dejó salir el aire que había acumulado en sus pulmones.
—Deberíamos no hablar. No hablar y ya está.
—La última vez que me dijiste eso —murmuró Malfoy, arrastrando las palabras—, tú terminaste hablando. Todo el tiempo.
Era la primera vez que alguno de los dos se refería al tema de la borrachera.
Y no sabía cómo sentirse.
Harry, de ser cualquier otra persona, hubiese sonreído. Incluso hubiera bromeado acerca de cómo se ponía cuando bebía. Pero era Malfoy. Era Draco Malfoy.
Recuerda eso.
Sacudiendo la cabeza, dispersó los recuerdos de lo que Malfoy le había dicho borracho. Lo sincero- abierto, que había parecido.
—Vamos —dijo Harry, caminado más al centro—, practiquemos tus reflejos.
Malfoy lo miró, y luego volvió a su posición inicial.
Aquello tampoco fue tan diferente a la última vez.
Incluso la irritación que Harry sentía hacia él era igual, mientras veía cómo Malfoy fallaba en adivinar los movimientos de su oponente. Ni siquiera él mismo podía entender por qué le molestaba tanto que Malfoy no fuera bueno evitando ser masacrado en una pelea. Simplemente- le hacía sentir que… Que…
No lo sabía.
—Muerto.
Harry sostenía la varita contra el cuello de Malfoy luego de haberlo desarmado. Otra vez parecía haber estado demasiado en su mente en vez del presente, en vez de lo que estaba sucediendo frente a él. Mirando la varita de Harry, en lugar de pensar en hechizos que lo cubrieran. O tratar de esquivarlos.
Harry podía entender que estuviera tenso. Sin embargo, en el campo de batalla, eso iba a acabar matándolo.
Malfoy hizo una mueca despectiva, y le quitó la varita para volver a luchar.
Poco tiempo después, Harry tenía las manos del hombre amarradas con un hechizo, y él estaba detrás, con la varita enterrada en la espalda de Malfoy.
—Muerto —repitió.
Malfoy hizo un ruido de frustración.
La siguiente vez, Malfoy estaba en el suelo, y Harry tenía una pierna encima de su pecho, imitando la pose de semanas atrás durante el entrenamiento con el resto de la Orden. La varita estaba apuntando a su cara.
—Muerto.
Malfoy lo miraba como si quisiera torturarlo sólo con el pensamiento. Era mutuo.
No hacía falta aclarar que luego, Harry y Malfoy quedaron ambos en el suelo, después de que éste, fastidiado, hubiese querido ganarle a toda costa. Perdió. Harry estaba prácticamente encima de Malfoy quien estaba acostado de espaldas. Una de sus manos le aplastaba la mejilla; la otra, afirmaba ambas varitas, con una apuntando directo a la sien del hombre
—Muer-
—Ya te entendí, joder.
Harry parpadeó mirando hacia abajo y notando que una vez más, estaban más cerca de lo que pretendían. La palma de su mano rozaba la cicatriz de la cara de Malfoy, casi sensible bajo su contacto. El pecho del hombre chocaba contra el suyo gracias a su respiración agitada. Las caderas de ambos estaban alineadas. Sentía cada parte que sus cuerpos se tocaban el uno al otro. Podía oír cómo inhalaba y exhalaba como si estuviera a un lado de su oreja.
Harry no supo qué hacer por unos segundos.
Luego, se levantó rápidamente, entregándole la varita.
—No pareciera que me hechizas para herir —le dijo, cuando vio a Malfoy de pie, y tratando de evitar- lo que sea que hubiese sido eso.
Malfoy resopló, haciendo un gesto desagradable.
—Es un entrenamiento, Potter —replicó con veneno—. Si quieres que te haga daño irremediablemente, sólo dilo.
Harry frunció el ceño, regulando su propia respiración. Había estudiado los movimientos de Malfoy, y además de estar en su cabeza, la magia negra, la misma que él había creado, no parecía venir natural de su parte.
Por primera vez en una década, Harry recordó lo que sucedió en el baño durante el sexto año de ambos, y se preguntó si el Crucio que Malfoy intentaba conjurar le hubiese funcionado.
—Malfoy —dijo Harry calmadamente—. Te he vencido más de una vez. Estás enfurecido, mírate. Quieres ganar. Quieres devolvérmelo. No estás pensando con toda racionalidad. Y aún así… —Harry examinó su postura. Malfoy parecía querer golpear a alguien—. Aún así, tu primer instinto no son los hechizos ofensivos. Sino, defensivos. Y si verdaderamente quieres atacar, ocupas los conjuros menos dañinos que existen.
Malfoy lo miró, bajando la varita por un momento, sin entender a qué venía lo que Harry estaba hablando o cómo afectaba eso su entrenamiento.
Harry dio un paso lejos de él.
—¿Cómo peleaste para el secuestro de Rookwood? —preguntó, aún sin entender cómo alguien que luchaba así, fuese capaz de ganar.
Harry trató de hacer memoria. Sabía que Malfoy casi le dio durante la batalla, pero no recordaba que la maldición hubiera sido mortal. Era como si Malfoy no hechizara a matar.
—No sé de qué mierda estás hablando —dijo él.
—¿Alguna vez has intentado hacer un Avada Kedavra?
Malfoy desvió la mirada hacia afuera, pasando una mano por su cabello perfectamente peinado.
—Sí.
¿Entonces? Claramente no le ha funcionado, pero al menos lo ha intentado, ¿no?
—¿Y?
Los ojos de Malfoy volvieron a él con rudeza.
—Ya sabes que nunca he matado a nadie.
Pero eso no quiere decir que nunca lo hubiera intentado.
Probablemente no le funcionaban. El mismo Harry trató de ocupar Avadas y nunca le funcionaron a él. Por eso usaba otros hechizos, porque no necesitaban de intención como la Imperdonable. Sólo práctica.
La diferencia era que en medio de una pelea, ni siquiera pensaría en usar conjuros suaves. O mayoritariamente defensivos.
Malfoy sí.
—¿Por qué? —preguntó Harry al cabo de un minuto—. Los has torturado. ¿Por qué no matarlos?
—Potter… —Malfoy suspiró , pasando los dedos por encima de su cicatriz—. Creí que ya no querías hablar.
—Los Avada Kedavra no te sirven, ¿no es así? No te funcionan.
—Sí. Lo que sea que te ayude a dormir por las noches.
—Te estoy preguntando por el entrenamiento. ¿Quieres que te ayude, o no?
Malfoy lo miró. Aún estaba enojado. De todas formas, el cansancio prevalecía en su expresión.
—No me funcionan.
No fue sorprendente. Lo suponía. No era más que una confirmación. Harry se quedó en su lugar, sabiendo que no valía la pena continuar esa charla. Ya había contestado su duda.
—Tienes que pensar en hechizos peores —dictaminó por fin, volviendo al tema principal—. No digo que los uses contra mí, pero debes obligarte a ti mismo a pensar en ellos como primera opción. No puedes sobrevivir a una guerra sin matar a nadie.
Malfoy parecía a punto de reír luego de oírlo, aunque no lucía como si aquello le causara diversión.
—He sobrevivido hasta ahora.
Harry pensó en lo que habían vivido como bando y supo que su semblante había cambiado.
—Tú no has estado en guerra. No realmente.
Su voz sonó con veneno. Malfoy apenas se inmutó.
¿Cuántos había asesinado Harry en nombre del bien? ¿En nombre de la justicia? Él sabía que era una mierda, que había cortado hombres a la mitad sin pensarlo dos veces y que alguien justo y bueno como Hermione, por ejemplo, ni siquiera lo habría contemplado como una solución. Pero Harry comprendía que era necesario. Era necesario usar magia negra. Era necesario matar y torturar e infringir dolor. Era necesario hacer cualquier cosa, cualquier cosa, para derrotar a Voldemort.
Ya se había sacrificado una vez. Volvería a hacerlo. Sacrificaría su alma matando a cada Mortífago con los peores hechizos que uno pudiera imaginar. Mutilaría su propio cuerpo. Haría lo que fuera para que aquello simplemente… parase.
Sin importar en lo que eso lo convirtiera.
—No eres menos héroe por haber matado a alguien. ¿Lo sabías? —soltó Malfoy de pronto.
Harry casi dio un salto en su lugar, tomado por sorpresa. Malfoy no lo estaba mirando, sus ojos parecían no haber dejado la ventana. El sol ya se estaba poniendo. Harry no alcanzó a responder, él se le adelantó.
—Sé que te sientes culpable. Puedo verlo —prosiguió, haciendo que Harry se cuestionara si él había sido demasiado obvio, o Malfoy era muy bueno leyendo a la gente. No lo sabía. No iba a preguntar—. Pero no eres menos honorable por tener sangre en tus manos.
Harry no sabía qué decir.
Realmente no sabía qué decir.
En la base no manejaban ese tipo de discurso. La clave era hacerse responsable de sus actos, no disfrazar la verdad. Harry era un asesino. Todos lo eran, cuando no estaban matando en defensa propia. Oír esas palabras de parte de Malfoy… No sabía qué sentir.
—Los libros, el mundo, te recordará como un "Salvador'', sin importar qué. Si mueres hoy, serás considerado un mártir. La cara de la revolución, de los buenos. Y dudo que hayas dañado o asesinado inocentes. —Malfoy pasó una mano entonces por el broche de su pecho—. ¿Qué importa, matar o no matar, entonces? ¿Realmente cambia algo?
Harry siguió el camino de la línea afilada de su mandíbula, sus dientes apretados. Por unos instantes, parecía que Malfoy no estaba hablando con él, sino con sí mismo. Parecía que se estuviera diciendo, convenciendo, que no era mejor por no haber matado a nadie.
Entonces, sus ojos plata se enfocaron en Harry, y sólo Harry.
—Sigues siendo el Mesías, Potter. Y lo sabes.
Harry todavía no sabía qué sentir. O qué pensar.
Las emociones estaban acumuladas en su pecho, y eran todas contradictorias y complicadas. Estaba la ira, la rabia. También el alivio. Frustración. Agradecimiento. Tristeza. Tantas, tantas cosas a las que no podía encontrarles explicación.
Harry cortó el contacto visual, tomando una respiración profunda, y metió la varita en su bolsillo.
Sólo era Malfoy, diciendo esas cosas. La opinión de Malfoy no era importante. No lo era.
Cuando se sintió más calmado, recobró la compostura. Acomodando sus lentes, no lo miró mientras hablaba.
—¿Cómo sabes qué es un Mesías?
Hasta donde Harry sabía, aquello era un concepto muggle. O al menos la forma en la que Malfoy lo había dicho, era muggle.
No respondió, no al momento al menos, y para cuando Harry lo observó, Malfoy se encontraba esbozando una sonrisa de desprecio, pero no parecía estar dirigida a él.
—Alguien me enseñó todas esas cosas —respondió, con un un tinte de amargura—. Años atrás.
Harry esperó. Sin embargo, Malfoy no agregó nada más.
Realmente no quería saber dónde ni cómo aprendió conceptos muggles, o por qué le causaba tanto… abatimiento. No era su problema. Y ciertamente no parecía una historia bonita.
Harry vio cómo los rayos del tenue sol teñían el rubio cabello de Malfoy con reflejos dorados, y caminó hacia la puerta.
—Se está haciendo tarde —anunció. Malfoy pareció volver en sí.
—Sí —respondió lentamente—. Se está haciendo tarde.
•••
Cuando estaban llegando a la puerta luego de no haberse dicho nada más, una figura que Harry no había notado antes, los interceptó, haciéndolos detenerse abruptamente.
—Señor Astaroth.
Harry cerró los ojos, encontrando a Eveline Rosier parada frente a ellos, bloqueando la puerta de entrada y con la expresión de alguien que ha perdido, mínimo, la cabeza. Desde ahí no podía ver la cara de Malfoy, pero no le era difícil adivinar por la manera en la que paró y su cabeza se movió de arriba a abajo, que la estaba analizando.
Harry intentó llegar hasta ella.
—Sáqueme de aquí —pidió la niña entonces, empezando a sonar frenética—. Por favor. No- mi mamá. Mi familia-
Eveline lo tomó de la túnica, haciendo que Malfoy se tropezara por el súbito contacto, tratando de sacarla de encima. Harry decidió que lo mejor era llamar a Madam Pomfrey.
—Hey, hey, hey —Malfoy le dijo, tan suavemente que a Harry le costó creer que era él quien habló—. ¿Qué te pasa?
Desde su posición, Harry la oía sollozar, pero la ignoró. Sacó la varita de su bolsillo y conjuró un Patronus rápidamente para que así viajara hasta la sanadora.
—Por favor —repitió la chica, mirando a todos lados, menos al hombre frente a él—. Tengo que verlos de nuevo. Yo no pertenezco aquí. Señor-
—Niña. —Malfoy trató de ponerle una mano en una mejilla—. Niña, ¿qué…?
Pero cuando estaba cerca de tocarla, la muchacha pareció recordar quién era él, a quién le estaba hablando, y retrocedió, repentinamente asustada.
No, no asustada.
Aterrorizada.
Eveline se apoyó en una pared y comenzó a negar, a tiritar, y Harry trató de llegar hasta ella, pero se alejó también. Lloraba desconsoladamente y se abrazaba a sí misma, repitiendo palabras incoherentes.
Harry se preguntaba en qué pensaba. ¿En la gente asesinada de la base? ¿En que Malfoy era parte de ellos, de los que habían matado a todos? ¿En su familia? ¿En su destino?
No fue hasta que Madam Pomfrey llegó al fin, corriendo y preguntando quién la había dejado sola, que Harry y Malfoy pudieron salir de su trance y se encaminaron hacia el jardín. Aunque no era necesario. Malfoy ya le había dicho que aún necesitaba investigar acerca de Hagrid, por lo que no podía borrar sus recuerdos. Harry no sabía por qué estaba ahí. Por qué lo acompañó. Sus pies avanzaron sin su permiso.
Al momento en que llegaron al espacio común en el jardín, Malfoy se sacudió bruscamente de su agarre y Harry miró su mano.
¿En qué momento lo había tomado del brazo para arrastrarlo hacia afuera?
—¿Qué fue eso? —Malfoy sonaba confundido... y debía estarlo.
—Eso... —respondió Harry, observando brevemente hacia atrás—, fue Eveline Rosier.
—La mestiza esa que se hizo pasar por sangre pura.
—Sí.
Se quedaron en silencio por al menos un minuto. Harry no entendía por qué Malfoy no se iba ya. No había nada más ahí para él.
—¿Qué está haciendo aquí?
Harry consideró mentirle. Después de todo, no era su problema. Pero Malfoy de seguro ya sabía acerca de la base que perdieron, y si no lo hacía, lo sabría en un futuro. No tenía caso no decirle la verdad.
—Teníamos una base —explicó de mala gana—. Bajo el Bosque Prohibido. Estaba protegida por magia antigua, era poderosa, pero no era un Fidelius.
El hombre asintió.
—Algo oí.
Harry se llevó la mano a la boca y comenzó a morderse las uñas, sin saber si quería seguir contándole, sin saber si quería hablar de eso.
No lo había hecho con nadie.
¿Por qué?
Esa pobre gente no merece ser olvidada.
Tú no mereces olvidarla y hacer como si nada pasó.
No después de haberles fallado.
Harry apartó la mirada, enfocándola en sus zapatos.
—Intenté entrar en la base para el ataque a Rookwood —prosiguió, perdido en su mente—. La habían descubierto. Alguien pronunció el nombre de Tom allí dentro.
—¿Fue ella?
Harry se encogió de hombros.
Los recuerdos de ese día estaban acuchillando su muerte. Los ojos de las personas mirándolo con acusación. Las extremidades revueltas por todas partes. Los cuerpos profanados. Todos-
—Cuando llegué, estaban todos muertos —dijo Harry, pensando en voz alta—. Desmembrados- descuartizados. Por todas partes-
Bajó la mirada hasta sus manos y las encontró temblando. Rápidamente entrelazó sus dedos y los puso por detrás de su espalda, tomando una honda inhalación.
Respira. Respira. Respira.
No dejes que Malfoy te vea así. No dejes que vea que después de todo, sigues siendo débil.
—Ella se escondió entre los cadáveres. Entre las cabezas —dijo Harry después de unos momentos—. Alguien de la Orden la vio cuando escapó, y la rescató.
Finalizó con una profunda exhalación, mientras el olor que sintió allá abajo llenaba sus fosas nasales, aunque sabía que no había nada en el presente. No podía quitárselo de la cabeza. No podía dejar de pensar qué hubiese sucedido si hubiera ido días antes a verlos. Qué hubiera pasado entonces.
Por un largo tiempo, ninguno dijo nada más.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Malfoy finalmente.
Bien. Bien. Aquello sí era una pregunta que no costaba tanto responder.
—Dieciséis.
—Le hará bien.
Harry levantó la cabeza de manera tan abrupta, que su cuello sonó.
Malfoy se había puesto más pálido de lo que ya era, y aunque lo miraba, no parecía estar viéndolo verdaderamente. Sus ojos, Harry notó, transmitían más de lo que él pensaba.
—¿Qué? —preguntó, sin entender.
—Conocer el mundo —respondió Malfoy de forma ausente—. Saber que hay más que su propio ombligo.
Harry sintió cómo su estómago se sumía en la confusión. No tenía sentido lo que estaba diciendo.
—¿Qué significa eso?
Malfoy parpadeó, y pareció recuperarse del trance en el que se había sumergido. Alzó la barbilla tercamente y levantó una ceja; la máscara cayendo en su lugar.
—Significa lo que significa —replicó tajantemente. Luego, se quedó en silencio por unos segundos, estudiando a Harry—. ¿Tienes bayas de muérdago por aquí?
Toda esa conversación se le hacía cada vez más y más confusa. Asintió de todas formas, recordando el invernadero que la profesora Sprout había dejado antes de morir. Pobre, provisional, pero útil.
—Asumo que tienes poción para no soñar —continuó, sin esperar su respuesta—. Agrega la mitad de una baya de muérdago molida a un vial individual. Cuatro, si la preparan en un caldero-
—¿Por qué…? —interrumpió Harry.
¿Por qué pareciera que quieres ayudarme?
—Sé lo que es ver cosas horribles mientras duermes —le dijo él, con aire frío—. Pero no soñarlas no sirve de nada, si es que te persiguen durante el día también.
El entendimiento se abrió paso por su sistema.
Harry se abrazó a sí mismo, una vez más sin comprender a Malfoy, sin saber si era de confianza o no. Mas no dijo nada, no preguntó sus motivos. Sabía que, en la mayoría de los casos, no recibiría respuestas.
Trató de recordar qué era lo que unas bayas de muérdago harían. Sabía que se utilizaban en algunas pociones calmantes y de olvido también, que Malfoy estaba esperando que eso le sirviera para no pensar en ello cuando estaba despierto, que lo calmaría y acrecentaría el efecto de la poción para no soñar, que cada vez le funcionaba menos.
Y Harry no sabía qué decir.
Simplemente lo miró. Miró su rostro cruel y poco compasivo, y una vez más olvidó quién era el hombre que tenía enfrente.
Tenía que recordárselo a sí mismo de forma constante.
—Adiós, Malfoy —susurró, sin saber qué más decir. Malfoy asintió, su porte severo enfundando en esa túnica oscura.
—Adiós, Potter —respondió, para luego de unos segundos recordar algo y agregar—: No seas estúpido.
—¿Perdona?
—Astoria me dijo que entrarían a Grimmauld Place. No seas estúpido —repitió, para luego pausar unos segundos y decir al final—: No mueras.
Sonaba más a amenaza que a otra cosa. Harry ignoró su tono.
—No lo haré.
No podía morir. No podía dejar a los Weasleys. A Hermione. A las personas que confiaban en él.
Malfoy dio un paso atrás.
—Bien.
Harry asintió también.
—Bien.
El hombre lo observó por un minuto más, antes de darse media vuelta y perderse en el laberinto.
