TW: Escena no explícita de acoso y violencia sexual.

Harry se removió bajo su capa invisible, y esperó.

Mayo estaba acabando, y a pesar de que comenzaba a hacer calor, el sol se encontraba oculto tras las nubes. Siempre lo estaba. Grimmauld Place y sus alrededores lucían igual de lúgubres que el resto del mundo mágico, y los oponentes que resguardaban la zona no parecían sentir que nada estuviera a punto de suceder.

Bien. Veamos a qué se enfrentarán.

Harry maldijo mentalmente otra vez al repasar el plan y saber lo arriesgado que era, ya que debía haber un encantamiento maullido ahí, debía haberlo. Hermione le había asegurado que si Voldemort era lo suficientemente inteligente –que lo era– pondría el conjuro en cierto límite de la calle o la vereda, para que el que lo superara, fuera atrapado en el acto. O sea que acercarse a Grimmauld Place más allá de la distancia en la que estaban, podía desencadenar en una alarma que atraería a los Mortífagos.

Los muggles que vivían en las casas entre Grimmauld Place habían sido desalojados, años atrás, gracias a Voldemort, quien mantenía un glamour en el lugar y había puesto a los hogares dentro del límite de la cuarentena mágica. Grimmauld Place se encontraba profundamente vigilada. Siempre lo estuvo, la verdad, pero ahora era miles de veces más, y Harry no podía simplemente llegar y atravesar la entrada o Aparecerse dentro. No podía.

Así que la otra distracción estaba en su lugar; sólo debía esperar a que la moneda de su bolsillo se calentara para comenzar a moverse.

No le gustaba todo aquello. Harry prefería arriesgarse él solo, sin pensar demasiado o hacer planes. Lo detestaba, mas había tenido que aprender a hacerlo. Había adquirido el conocimiento y la experiencia de que no podía lanzarse al peligro de forma impulsiva, ya no. Eso funcionaba cuando era un adolescente, y al final, no trajo nada bueno.

La única forma de ganar la guerra era jugándola de la forma en la que Voldemort deseaba que lo hicieran. Le gustara o no. Y la forma en la que Voldemort se movía era con suma planificación, calculadoramente.

Debían vencerlo en su propio juego.

—¿Estás seguro de que esto servirá, Harry? —murmuró Hermione a su lado, mirando a la distancia cómo los Mortífagos y los Purificadores merodeaban los límites de la casa que no podían ver.

Harry pensó en Azkaban y en Lucius Malfoy y en cómo se estaban agotando las ideas y el tiempo. Se aferró más fuerte a su escoba.

—¿Se te ocurre algo mejor?

Hermione apretó los labios, sin responder, mientras miraba hacia atrás a las cuarenta personas que estaban esperando la señal para empezar a atacar el perímetro. En ese momento, no había más de veinte Mortífagos en el lugar, pero no demorarían en empezar a llamarse a través de la Marca una vez que se desvelaran. Harry estimaba que al cabo de media hora, cada miembro se habría enfrentado a once Mortífagos y Purificadores cada uno, en el mejor de los casos. Podría ser un suicidio.

Pero era necesario.

Harry entraría bajo la capa de invisibilidad a Grimmauld Place y el resto se quedaría luchando afuera. No podían Aparecerse gracias a las barreras Anti-Aparición puestas a la redonda, así que su mejor arma eran las escobas. Si las cosas se ponían muy feas, la moneda se calentaría en su cadera mientras él buscaba dentro de la casa, para que así saliera y ayudara.

Esta vez Harry sería el encargado principal de buscar- lo que necesitaban encontrar, gracias a que Theo, Kingsley y McGonagall le habían explicado que la casa lo reconocía como heredero, y al estar tanto tiempo lejos, podría encontrarse herida.

Sí, aparentemente las casas mágicas tenían vida.

Bueno, en ese caso, Harry sería el único capaz de calmarla y de lograr ser escuchado.

—Se están tardando demasiado… —murmuró Hermione, nerviosa.

—Que se tomen su tiempo, antes de cometer un error.

Hermione soltó una exhalación irritada. Harry entendía sus nervios, pues mientras aquello sucedía ahí, otras cuarenta personas estarían atacando Ottery St. Catchpole.

Aquello no fue fácil de decidir. Los Weasley y Luna estaban bastante apegados al valle que una vez fue su hogar. Pero a ese día, era donde la mayoría de simpatizantes de Voldemort se establecieron luego de la guerra, contando a los hombres lobo. Probablemente no podrían penetrar las casas o escondites, pero podían formar caos y eso… Eso serviría como distracción para que Grimmauld Place quedara más desprotegida.

Harry estudió a su amiga, y se preguntó si su preocupación y ansiedad también tenía que ver con Ron. Era la primera vez en esos ocho años que su amigo no se unía a ellos en una misión, en una pelea. Era la primera vez que él se quedaba atrás, enojado y triste de no poder acompañarlos y ser útil. A Harry le dolía el corazón pensar en eso, pensar en cada vez que le aseguraba que no era su culpa y que no estaba haciendo nada malo, y que Ron no le creyera.

Sacudiendo la cabeza, se concentró en el presente. No podía permitirse vulnerabilidad. No cuando, desde que la maldición convirtió la mitad de su espalda en piedra, su peso arriba de una escoba era el doble, y le costaba flexionarse más. Una distracción podía significar su muerte.

Harry observó cómo la joven Morrigan Beaufort, integrante de una familia sangre pura dedicada a la luz, se paseaba por el lugar con la cabeza gacha, enfundada en una túnica roja que simbolizaba la sangre limpia de los Purificadores (según lo que Astoria le había contado). Se preguntó si todos los que estaban en esa organización, los que habían jurado lealtad a Voldemort, era por miedo, o porque verdaderamente creían en los ideales supremacistas que aquella sociedad enferma profesaba. Harry esperaba que no, pero se le hacía difícil pensar en que hubiera una gota de compasión dentro de gente que estaba dispuesta a hacer lo que ellos hacían.

Hermione soltó un suspiro, como si fuera a hablar de nuevo, pero el sonido que Harry soltó la distrajo.

La moneda había empezado a quemar.

—Ahora —susurró casi sin pensarlo.

Hermione hizo la seña al instante.

Harry tomó una bocanada de aire, agarrando bien la escoba y comenzando a avanzar. Bien, entraba sin ser notado y buscaba. Buscaba rápido. No era difícil. Solo tenía que acercarse, pasarlos y-

El encantamiento maullido empezó a sonar.

Y los Mortífagos comenzaron a revelar a la gente que venía bajo los encantamientos desilusionadores.

Harry apretó los dientes, evitando los hechizos desorganizados que iban en su dirección gracias a que los contrincantes eran incapaces de ver a todos los Rebeldes, y querían darles a ciegas. Conjuró un escudo frente a él que debía de parar la mayoría de maldiciones que no fueran mortales, y se enfocó en llegar a la puerta de Grimmauld Place. Sólo eso. Eso era todo lo que necesitaba.

Escuchó un grito de dolor a su lado y alcanzó a ver, por unos segundos, cómo un chico era dejado ciego; la máscara volando lejos de su rostro. Harry se mordió la lengua, queriendo cubrirlo y gritarle que se retirara. Pero cuando estaba a punto de abrir la boca, la cara del chico, llena de sangre, giró en su dirección y un Diffindo lo alcanzó.

Harry no se volteó para ver cómo su cuello era partido en dos, y su cráneo era abruptamente separado de su cuerpo.

Desde ese momento, mantuvo sus ojos hacia adelante. Ya sabía que era probable que eso sucediera. Todos podían morir, y él ya lo había asumido.

Harry pasó saliva como si tuviera un algodón en su boca, y esquivó el resto de la pelea, siendo consciente que si aún no llegaban más Mortífagos era porque estaban ocupados en St. Catchpole. Bien. Al menos eso le compraría tiempo.

Oyó a lo lejos a Hermione gritar instrucciones para que se dividieran y se pusieran bajo cubierta. Harry sabía que estar a cargo de algo como un ataque era difícil para ella. Hermione siempre había sido de encontrar soluciones prácticas, de buscar en libros y pergaminos las respuestas. No era tan buena improvisando. No era buena en estrategias. Ese era Ron.

Ron.

Harry negó, como si eso lo fuese a ayudar a despejarse, y aumentó la velocidad. Disparaba sin cesar algunos hechizos que Malfoy le había enseñado, que increíblemente, resultaban bastante útiles. Al mismo tiempo aferraba su capa invisible para pasar desapercibido, e intentaba no caerse de la escoba por el peso de su cicatriz; los músculos de la piernas le dolían al intentar sostenerse.

Casi no podía creerlo, cuando sus manos llegaron a la puerta de entrada del número 12 de Grimmauld Place.

Harry se bajó de su escoba antes de que ésta alcanzara a estar cerca del suelo. La dejó a un lado de la entrada, sabiendo que no podía ser vista. No recordaba haber dejada cerrada la puerta, nueve años atrás, pero no le sorprendió cuando la cerradura cedió ante su tacto y la casa estuvo abierta de par en par.

Harry no perdió el tiempo y entró antes de que pudiera arrepentirse.

Sintió cómo la lengua se le ataba al instante y cómo se acercaba la figura de polvo que simulaba ser Dumbledore. Incluso tanto tiempo después, los hechizos que prevenían que Snape contara algo seguían vigentes, y Harry dudaba que algún día se fueran.

Snape. Todavía no sabía cómo sentirse respecto a su ex profesor. Esperaba no tener que averiguarlo, no por ahora.

La lengua se aflojó, y Harry cerró la puerta en caso de que algún conjuro lo alcanzara sin querer. Miró a la figura de polvo, que un día le había parecido tan tenebrosa y desasosegante y pronunció:

—Yo no te maté.

Ésta se desvaneció.

Lo primero que lo golpeó fue el olor a vejez, abandono y suciedad. Harry tomó su varita con fuerza, cerrando los ojos mientras trataba de enfocarse en cómo la casa se sentía. Si es que estaba enojada o no. Pero no había mucho que ésta quisiera decirle, aparentemente. Era lo mismo que casi una década atrás, sólo que al tenerlo a él dentro, la vivienda pareció dar una larga sacudida, como quien despertaba de una larga siesta.

Harry continuó caminando, esperando que en realidad, aquello no fuera un problema. Grimmauld Place no era tan grande en realidad, sólo tenía demasiadas habitaciones y escondites que ni siquiera durante 1998 pudo alcanzar a explorar. Su mente estaba enfocada en encontrar cada uno de ellos.

La imagen de Sirius jugando en aquel lugar de niño pasó fugazmente por su cabeza.

Harry iba llegando a la escalera, cuando unos gritos que él olvidó, empezaron a resonar en cada rincón de la casa.

—¡ASQUEROSOS SANGRESUCIAS Y MESTIZOS DESPRECIABLES! ¡CÓMO OSAN A ENTRAR A LA HONORABLE CASA BLACK! ¡LOS QUEMARÉ! ¡LOS QUEMARÉ A TODOS Y LUEGO SE LOS DARÉ DE COMER A SU FAMILIA! ¡LA MIERDA SE ALIMENTA DE MIERDA!

Harry dio el más pequeño sobresalto y trató de ignorarla, así como ignoraba las cabezas de elfos en las paredes. Había oído cosas peores. Había visto cosas peores que un retrato de Walburga Black diciendo estupideces. Lo que antes despertaba en él un sentido de justicia e ira, en ese momento parecía nada más que un síntoma del verdadero problema.

—¡DEBERÍAN EXTERMINARLOS A TODOS, A TODOS LOS SANGRE ASQUEROSA, DESDE RAÍZ! ¡DEBERÍAN SER COLGADOS…!

Harry se preguntó, brevemente, si su actual poder mágico podía hacer algo para callar a la señora; mas no se detuvo a averiguarlo, su cabeza estaba en otra parte.

Cuando estaba a punto de subir, un escalón desapareció de pronto, y Harry supo ahí que el tan hablado enojo que le habían dicho que experimentaría, estaba haciéndose presente en la casa.

Carajo.

Dio un rápido vistazo a su alrededor, poniendo su mano en el tapiz más cercano mientras cerraba los ojos. Harry no sabía qué hacer, salvo que en primer lugar él ni siquiera era un Black, lo que era un contra, pero que además de todo, era el heredero y no se había preocupado por la casa en casi una década.

¿Sirius también habrá tenido los mismos problemas, cuando regresó?

—Lo siento —dijo Harry, con un peso en el pecho—. Siento no haber venido.

Se sentía terriblemente estúpido por estarse disculpando con un algo, la verdad, y al parecer, la casa lo sabía. Las paredes temblaron y aunque en apariencia Grimmauld Place aceptó sus disculpas, el ambiente se sentía… denso. Como si no fuera bienvenido.

No lo eres.

Harry oyó de pronto cómo afuera, un grito desgarrador cortaba el aire, y el sonido de la pelea se hacía más y más fuerte. Desechando cada alarma de su cuerpo que le decía que fuese a ayudar y que estaba siendo un cobarde, se concentró una vez más.

—Mierda —murmuró, tomando el borde de la escalera.

No podía perder más tiempo.

Harry empezó a buscar.

En el segundo piso empezó por las piezas de los hermanos Black, a sabiendas que la primera vez que estuvo ahí no había encontrado nada demasiado inusual. Y bueno, si en el camino tomó la carta que Lily le escribió a Sirius en 1981, nadie tenía por qué saberlo.

Harry cerró los ojos varias veces, tratando de sentir una conexión ya fuera con algún objeto vinculado con Voldemort, o con la misma casa, al ser el heredero; pero nada sucedió. Aquel vínculo que compartía con Voldemort se esfumó todos esos años atrás, cuando murió en el bosque, dejándole sólo la habilidad de hablar pársel. Y la casa no parecía querer, ni tener, información que darle.

Pero Harry estaba dispuesto a encontrar la- cosa. Había encontrado Horrocruxes siendo un adolescente. Podía con eso.

Lo único que jamás había sido capaz de hallar, era a Nagini.

Harry continuó vagando con rapidez por cada habitación de Grimmauld Place, pero algunas no abrían y otras se cerraban en su cara, diciéndole de forma no verbal que no era bienvenido ahí, que no estaba perdonado y que se fuera. Aunque no estaba en sus manos rendirse. No tenía el derecho de echar todo el plan a la basura.

Los gritos de Walburga continuaban sonando abajo. Harry no estaba prestando atención como para distinguir qué decían. Todos sus engranajes mentales se encontraban enfocados en juntar la información que ya tenían, y así poder recordar alguna pista de qué exactamente estaba buscando.

Pero no sabían.

No tenían ni puta idea.

¿Y si todo era una farsa?

Harry trató de empujar lejos ese pensamiento, pateando una puerta y ejecutando hechizos que le permitieran atravesarla. No iba a permitir que aquello fuera en vano. No podía ser en vano. Había estado buscando ocho jodidos años a Nagini por cielo mar y tierra, por Europa, maldita sea. Y no estaba. Nagini parecía haberse esfumado de la puta tierra. Y estaban tan cerca… Harry podía sentirlo en sus huesos.

Esto es un error. Esto es un error. Esto es un error.

Cuando la última puerta del segundo piso se cerró, Harry decidió probar con el tercero, y luego con el cuarto. Pero allí existían menos habitaciones y la mitad estaban cerradas para él. Había lámparas y reliquias, aunque nada parecía indicar que podían dar a conocer locaciones. A las criaturas mágicas que vivían allí tampoco les gustaba su presencia, e intentaban morderlo cuando lo veían tocar objetos oscuros. Sintiéndose cada vez más desafortunado, y desesperado, Harry corrió de vuelta al segundo piso. Quería pensar que en realidad lo que buscaban podría estar en el primero, o en el sótano. Era la única esperanza que le quedaba, a no ser que quisiera estar horas dedicándose a pedir que lo dejasen en paz, tanto Grimmauld Place, como las Doxys.

Harry casi voló hasta la planta principal, evitando los obstáculos que la casa le estaba poniendo a medida que avanzaba. El primer lugar que registraría sería la cocina. No pensaba encontrar nada. Pero tenía que intentarlo.

Lo primero que azotó a Harry cuando entró a la habitación, fueron los trastes sucios del lavabo, y unos pocos pedazos de miga de pan encima de la mesa, que ya se estaban pudriendo. Todo parecía indicar que allí había una vida que fue abandonada de repente, del día en que no volvieron luego de la infiltración al Ministerio en 1997. Harry ni siquiera se había parado a pensar en cómo lucía, que quizás ese fue el momento en que la guerra comenzó a hacerse más y más difícil.

Abandonando sus recuerdos que no harían nada bien, comenzó a registrar el cuarto.

No creía que hubiese nada. No tenía sentido. La cocina era el último lugar en que se guardaría un objeto tan delicado como el que Narcissa supuestamente poseía, ¿y por qué estaría allí? ¿Por qué…? Harry se llevó una mano al cabello, dispuesto a ponerse a buscar debajo de las tablas si era necesario.

De pronto, se quedó petrificado en su lugar.

Un quejido resonó por cada esquina.

Harry sintió cómo cada vello de su cuerpo se erizaba. Levantó la varita, y envió una maldición hacia donde lo había oído. Sin embargo nada pasó, ni un Mortífago se hizo presente, ni alguien parecía estar listo para abalanzarse encima de él. Durante un delirante momento, Harry creyó que era la casa la que se lamentaba, la que parecía estar en dolor. Un rápido vistazo a las paredes le respondió que no era así y que el quejido había venido de algo vivo.

Había venido de algo vivo.

¿Cómo? ¿Alguien lo había seguido hasta allí? ¿Por qué no lo había atacado ya?

Hizo un Homenium Revelio no verbal, demostrando así que él era el único dentro de la casa. ¿Qué mierda había sido eso? Agarró su varita con fuerza, listo para atacar si había algo raro.

Entonces, Harry volteó, viendo un recoveco a un lado de la estufa y su respiración se estancó en sus pulmones.

Kreacher, enrollado en trapos sucios, lo miraba desde abajo.

—El Amo… —murmuró el elfo doméstico al divisarlo, casi contento—. El Amo ha vuelto…

Harry cayó de rodillas frente a él.

Kreacher parecía la imagen de la enfermedad, acurrucado en el escondite que siempre usaba años atrás donde tenía lleno de cosas inservibles y reliquias familiares. Había unas pocas sobras de comida podrida esparcida por todo el lugar. Harry recordó parcialmente que la casa Black tenía su propia reserva de alimentos que conservaban bajo hechizos, debido a lo paranoicos que eran. Pero habían pasado ocho años, Kreacher no podía salir de la casa y la comida no era infinita. El elfo doméstico, delgado y débil, era la prueba de que si la comida no estaba agotada ya, se encontraba a punto.

Harry sintió un hachazo de culpa instaurarse en su sistema, mientras miraba a la criatura que lo único que movía eran sus ojos, con una lentitud impresionante. Durante esos años, nunca pensó que Kreacher podía seguir vivo y que había logrado escapar de la Batalla. Todos habían muerto y, al creer que los Mortífagos tenían acceso a Grimmauld Place, asumió que Kreacher había sido asesinado como la mayoría de los elfos en Hogwarts.

—Kreacher pensó que ya no- —volvió a decir el elfo, tosiendo un poco—. Que ya no vendría…

Harry apretó los dientes y lo tomó entre sus brazos, reaccionando al fin, el revuelo de afuera sintiéndose mudo de repente. Kreacher no se movió, simplemente se dejó llevar mientras murmuraba cómo había sido un buen elfo.

—Mierda —dijo Harry sin aliento, con el corazón sintiéndose apretado en su pecho—. Mierda, Kreacher.

Kreacher no respondió.

Harry registró algunas habitaciones más, aunque la casa continuaba molesta con él y le cerraba las puertas en la cara o no lo dejaba avanzar, sin contar que su atención se encontraba dividida en mantener al elfo vivo, y buscar. Harry maldijo, oyendo cómo la respiración de Kreacher se volvía más sibilante y pausada, y conjuró el hechizo de diagnóstico más simple que Madam Pomfrey les había enseñado. Reconoció que los signos vitales de Kreacher iban en descenso ahora que se estaba relajando. Que en cualquier momento podía morir.

—Mantente despierto. —Harry lo sacudió, dejando fuera de su cabeza los pensamientos que le decían que aquello era su culpa—. Mantente despierto, Kreacher.

Kreacher batalló por dejar los ojos abiertos mientras Harry aún buscaba, tratando de sentir algo- algo que lo llamara. Pero nada sucedía, y no sabía qué otra mierda hacer.

El corazón le latía a mil por hora y su estómago era un manojo de nervios. Si continuaba registrando el resto de la casa, corría el riesgo de que Kreacher muriera, ¿y eso no sería lo mismo que matarlo? ¿Y si, además, el elfo tenía alguna noción de lo que estaba buscando?

Pero si se iba en ese momento, podía ser que lo que sea que necesitaran encontrar estuviera allí y Harry perdiera la oportunidad de hallarlo. Que todo aquello fuera para nada, porque, ¿Voldemort no vigilaría la casa tres veces más después de esto? ¿No es eso lo que haría? ¿Cómo podrían pensar en entrar de nuevo?

Harry cerró los ojos mientras limpiaba el sudor de su frente, y continuó avanzando. Miró hacia abajo entonces, tratando de leer los signos vitales del conjuro que aún no habían desaparecido, y ahogó un jadeo.

El corazón de Kreacher estaba a minutos de detenerse.

—Mierda, Mierda, Mierda.

Harry puso una mano delante de la cara del elfo y trató de recordar los hechizos de sanación principales que había aprendido en ese tiempo. La memoria le fallaba, sobre todo en ese momento, pero las clases con Madam Pomfrey no podían haber sido en vano.

Tenía que recordar.

Ventriculum. Anapneo —dijo, con voz dudosa. Una pequeña luz salió de su mano y Harry calló, aún tratando de acordarse de más—. Mierda- Rennervate.

Aquello ayudó, pero no sería suficiente. A lo más, tenía diez minutos para salir, pero, ¿cómo? Aún le quedaban más de doce habitaciones, sin contar a las que no había podido entrar. ¿Y qué pasaba si estaba allí? ¿Qué pasaba si…?

La moneda empezó a quemar, justo a un lado de su cadera.

Harry no sabía qué sentir. Si alivio, o frustración. Lo único que sabía es que ya no estaba en sus manos elegir si quedarse o no. Debía salir a pelear.

Así que eso hizo.

Harry se encontraba en el sótano, por lo que subió las escaleras que daban al primer piso y corrió hacia la entrada. Walburga Black no dejaba de gritar, y Kreacher tenía que estar bastante grave para no saludar a su Ama a la que había adorado tanto en un pasado. Harry sentía el pulso retumbando en sus oídos, en su cabeza, y quizás esa fue la razón por la que no había escuchado antes, que los ruidos de pelea y gritos de afuera habían cesado, y que en ese momento, sólo algunas voces se oían, exclamando cosas que no podía distinguir.

Un mal presentimiento se instaló en la boca de su estómago.

—Hermione… —Harry dijo de forma inconsciente, llegando al fin a la puerta.

Su cabeza repetía una y otra vez que nada malo había pasado. Que estaba bien. Que todo estaba bien.

Harry agarró su escoba, pero no se montó en ella a medida que avanzaba hasta la parte delantera de Grimmauld Place y daba un rápido vistazo al paisaje de afuera, a la calle. Sus pensamientos daban vueltas y Harry sentía que caía al fondo de un precipicio.

El lugar era un baño de sangre, y los cadáveres estaban por montones repartidos a lo largo de la vereda.

Harry vio que no todo eran pérdidas para ellos, muchos Purificadores con sus capas rojas y brillantes se encontraban tirados, inmóviles. Reconoció también a algunos miembros de la Orden, mirándolo con ojos sin vida; algunos gracias a muertes dignas como un Avada Kedavra, y otros partidos a la mitad, con sus órganos y sesos repartidos por la acera.

Pero no fue eso lo que lo hizo hervir. Lo que hizo que dejara de pensar racionalmente.

Harry sintió cómo un fuego atosigante escalaba por su sistema; su magia comenzando a fluir por sus venas.

—Déjamela a mí, a la puta sangre sucia.

—Seguro que al Lord no le molesta que nos la follemos todos antes de que la mate, ¿no?

—¿Y quién se quiere follar a esta mierda? Mejor quémenla. Desóllenla. Eso sería útil.

—¿Y si la despellejo mientras tú te la coges? ¿Qué tal eso?

—Le enseñará a no meterse con el Señor Tenebroso, a la perra personal de Potter.

—Sea lo que sea, hay que apurarse. Debemos llevarla al Lord.

Harry apenas podía registrar las cosas asquerosas que decían, asimilando la imagen frente a él. Hermione se encontraba inmovilizada entre aproximadamente diez Mortífagos. La ropa muggle estaba siendo hecha pedazos y parecía que en unos minutos no sería más que jirones, mientras los dedos de los Mortífagos se enterraban en su cuello, en su cabello, y la máscara de la Orden estaba a un lado, botada a un lado del círculo.

Algunos se apartaban la túnica y otros hacían el ademán de bajarse los pantalones para asustarla, obligándola a ella a mirar y burlándose de su sufrimiento.

Hermione gritaba y lloraba, y sus ojos se encontraron momentáneamente con los suyos.

Y Harry vio todo rojo.

Sucedió muy rápido, fue cosa de segundos, aunque para él se sintió una eternidad. Los imbéciles no notaron su presencia hasta que Harry llamó a su magia, y ésta se arremolinó en cada espacio de su cuerpo, viniendo del sufrimiento y dolor y de la naturaleza a su alrededor; la magia se encontraba agradecida de ser llamada, agradecida de ser usada.

Harry sintió cómo lo rodeaba, y podía apostar que estaba tomando forma y llenando el espacio. Como un monstruo que quería devorar la infinitud del universo. Las piedras, el suelo, los árboles- todo vibró bajo sus pies. Podía hacer lo que quisiera, podía hacerlos sufrir y suplicar, y podía conquistar el mundo si lo deseara, si tan sólo-

Uno de los hechizos que Malfoy le había enseñado en sus entrenamientos llegó a su mente de forma inconsciente, y con un pequeño movimiento de mano, y un estallido de magia, Harry lo conjuró sin apenas pensarlo.

Los ojos de los Mortífagos se llenaron de miedo unos segundos.

Y entonces, todos y cada uno, quedaron reducidos a no más que miles de pedazos.

Lo primero que cedieron fueron sus cabezas, la sangre hirviendo hizo que los huesos, sesos y piel estallaran. Hermione corrió en ese momento, aún atada de manos, mientras restos humanos se quedaban en su cabello y piel. Su cuerpo se sintió débil, como si hubiese sido drenado de energía. Harry observó cómo dónde antes habían existido personas, ahora no eran más que unas sombras. La calle se encontraba repleta de vísceras y sangre.

Los había hecho explotar con la fuerza de una bomba.

Nunca hizo eso antes.

Harry reaccionó entonces, y corrió hasta Hermione también, limpiándola y arreglando su ropa con un movimiento de varita. Se rehusaba a hacerse consciente de lo que acababa de conjurar. Cómo había matado a diez personas sólo por haberse enojado gracias a una explosión de magia. El cuerpo de su amiga tiritaba, y Kreacher aún se encontraba en sus brazos, sin notar lo que había sucedido.

Hermione llegó a su lado y Harry intentó tomarla de un hombro para llevarla lejos, pero ella lo apartó de manera instintiva, dándole un manotazo. Él la miró, sorprendido, aunque no alcanzó a descubrir lo que eso le hacía sentir, porque allí percibió cómo el aire se removía a su alrededor, haciéndole notar que las barreras Anti-Aparición habían sido levantadas. Tenían que salir de ahí ya.

Miró el paisaje, miró el cielo, miró a toda la gente muerta. Miró lo que acababa de hacer y cómo su magia había retrocedido de forma impactante. Cómo acababa de matar a diez Mortífagos gracias a prácticamente el puro poder de su pensamiento. Y a la magia negra.

Sus ojos se enfocaron en Hermione, debatiendo qué hacer, cómo salir de ahí sin provocar que su amiga perdiera la cordura. Harry sólo se concentró en ella; el resto no eran más que cadáveres.

Hermione soltó un sollozo, y Harry apenas registró cuando alguien saltó encima de ella y la tomaba del cuello, dispuesto a llevársela. O dispuesto a amenazar a Harry con su amiga como rehén. No sabía, no tenía idea, sólo que finalmente se daba cuenta de su error.

No, no todos estaban muertos. Y él no se había asegurado de aquello.

Antes de que Harry pudiera reaccionar, antes siquiera de que el cansancio se disipara o el enojo bailase de nuevo bajo su piel, Hermione soltó un grito ensordecedor y el mundo se detuvo, o se sintió como si se detuviera.

—¡ Avada Kedavra!

Harry sintió cómo cada rincón de su cuerpo se tensaba, cómo su estómago caía al final de su vientre, y cómo un nudo se asentaba en su garganta.

Y entonces, el Mortífago cayó muerto a sus pies.

Hermione lo miró con grandes ojos perturbados, retrocediendo un paso y tirando lejos la varita del hombre que había robado en el forcejeo. Su respiración estaba agitada y parecía no estar realmente ahí. Hermione iba a colapsar.

Había asesinado a alguien a consciencia, por primera vez, y estaba frotando su piel como si se sintiera sucia.

Su amiga no volvería a ser la misma.

Ya no. No después de eso.

—Harry… —dijo, con la voz temblorosa—. Harry, no-

—Ven —replicó Harry antes de que pudiera decir algo, y la tomó del brazo, tan aturdido como ella—. Ven, vamos. Vas a estar bien. Los dos. Los dos van a estar bien.

Harry no sabía qué sentir, ahora que la adrenalina se había diluido un poco. Había visto a su amiga en el momento más vulnerable de toda su vida, probablemente, y acababa de observar cómo por primera vez Hermione utilizó una Maldición Imperdonable luego de pasarse ocho años sin hechizar a matar.

Y Harry no había estado ahí. No la había ayudado.

Antes de que Hermione se alejara o tuviera una conmoción mental, Harry pensó en la montaña a la que siempre iban para pasar al mundo muggle y se Apareció, justo en el momento en que oía cómo nuevos Mortífagos y Purificadores llegaban a la escena.

Bien. Al menos que vean de lo que somos capaces.

Harry sintió el tirón de la Aparición por unos instantes, y luego ambos cayeron en el lugar, mientras Hermione se soltaba de su agarre y se alejaba unos metros, aturdida, abrazándose a sí misma y llorando. Harry podía ver los signos de shock en el rostro de la mujer.

Tratando de darle privacidad, Harry se enfocó en Kreacher y renovó los encantamientos sanadores, sabiendo que a lo sumo, al elfo le quedaban unos cinco minutos si no se iban ya. La Aparición lo había debilitado más de lo que debía.

Harry levantó la varita para asegurarse así de que Hermione no tuviera un hechizo localizador, y todo su estómago se revolvió al ver cómo su amiga se encogía y se protegía a sí misma, poniendo las manos encima de su cara como si ello fuese a parar algo, y alzando la varita después.

—Hermione —Harry dijo con un hilo de voz—. Hermione, por favor-

Hermione bajó la varita, temblando, y se volteó abruptamente. A pesar de que él había renovado sus ropas, la mujer parecía sentirse desprotegida todavía, cubriéndose cada lugar que consideraba íntimo.

Harry ejecutó el hechizo, revelando que tenía un rastreador que desactivó como Robards le había enseñado a hacer. Si los Mortífagos no los habían seguido aún era probablemente debido a que el que conjuró el rastreador estaba muerto, y el resto se encontraba peleando en St. Catchpole.

—Listo —dijo Harry, inseguro de decirle que debían volver ya. No quería presionarla, pero no podían quedarse ahí más tiempo.

—Están en todas partes —murmuró Hermione entonces, con voz rota y vacía—. Sus manos…

Se giró nuevamente, enfrentando a Harry sin dejar de abrazarse. Sus ojos estaban fijos en el suelo y de ahí corrían lágrimas silenciosas. Su respiración parecía a punto de quebrarse.

—Y lo maté —continuó ella, sonando como si no lo creyera—. Maté a alguien.

Harry no sabía qué hacer, no sabía qué decir. No creía que había nada que pudiera remediar eso, que pudiera consolarla y ayudarla. Alzó la mano para acomodar su cabello, para abrazarla, pero la dejó a medio camino. No tenía idea de cómo reaccionaría.

—Vamos —dijo Harry con lentitud—. Vamos a casa.

Hermione lo miró. Destrozada era poco para describir cómo se veía.

Harry tragó la bilis que subía por su garganta.

—Kreacher morirá —murmuró, viendo al elfo entre sus manos.

Eso pareció sacarla de su ensimismamiento, como si cayera recién en cuenta de que Kreacher había estado en sus brazos todo el tiempo. Harry lo oía hablar, y por cómo sus ojos se movían, sabía que estaba delirando.

Hermione asintió, secándose las lágrimas bruscamente y fue ella quien tocó a Harry esa vez, aferrándose a su brazo.

La mano de su amiga se sentía débil y temblorosa y Harry no tenía idea de qué hacer.

Los Apareció de vuelta entonces, y su mente volvió a estar en modo de peligro. Abrió el portón de la base sin pensarlo y le entregó el elfo a Hermione, quien lo recibió sin dudar, sin decir una palabra, y atravesó corriendo el umbral hacia el laberinto sin dejar de temblar tampoco.

Harry la miró irse, con un peso abandonando sus hombros mientras uno más grande se instalaba en su estómago.

Mordiéndose el labio, intentó hacer un Patronus para así alertar a Madam Pomfrey vagamente lo que había sucedido, pidiéndole que salvara a Kreacher y que Hermione descansara. El ciervo plateado dejó su varita luego de la cuarta vez y aún así parecía un Patronus débil. Harry entendía por qué.

Se puso en posición para recibir a los heridos y la gente que sobrevivió, cuando escuchó el sonido de la Aparición, y vio cómo cuatro personas que los acompañaron a Grimmauld Place llegaban hasta la entrada, sanos y salvos. Agitados, pero bien.

Y Harry ahí fue que supo, que se retiraron.

Se retiraron en medio de la lucha, dejando a Hermione sola. Sin asegurarse que quedara gente atrás.

Harry los miró, sintiendo el enojo crecer una vez más. Eran todos- chicos, adolescentes. El mayor no debía tener más de diecisiete años y tenían cara de estar asustados. Harry quería gritarles, decirles que nunca se dejaba a un miembro atrás, que debían asegurarse, que eran todos unos imbéciles. Quería estallar y mandarlos a la mierda y culparlos por lo que había sucedido.

Pero aquello no era justo, y lo sabía.

Mordiéndose la lengua, Harry abrió la puerta conjurado rápidamente el hechizo que le hacía ver si tenían un rastreador, sin encontrar nada, y luego, los dejó pasar.

Cobardes. Cobardes. Cobardes.

Se sentía enfermo, viendo cómo llegaban más personas que habían luchado en Grimmauld Place y cómo la mayor herida entre ellos era un pie roto. Mientras que Hermione estaba dentro, pasando el peor puto momento de su vida. Y eso, sabiendo todo lo que le había sucedido, sabiendo que le faltaban dedos, era bastante decir.

Harry los hizo pasar sin decir palabra, y luego de ver a todos los Weasley vivos, cuando empezaron a llegar los sobrevivientes de St. Catchpole, la ira creció aún más al ver cómo el resto estaban bien y a salvo, y que Hermione por otra parte era la única verdaderamente herida.

Es que sabía que era estúpido, que debía alegrarse en verdad. Pero no podía. La culpa amenazaba con comérselo vivo al cometer tantos errores, al haber envidiado a su amiga por no haber asesinado nunca, y al no haber ido antes a socorrerla. Y Kreacher, por el amor de Merlín-

Kreacher.

Lo único que podía agarrar como consuelo, era que Kreacher podía ser una ayuda, que quizás no había sido todo en vano.

Mierda.

Deberían haber ido a Akzaban, joder, debían haber ido allá antes de-

Harry quería golpear algo, romper, gritar. Quería explotar y morir, o dormir y no volver a ser despertado. El agotamiento tanto físico, como mental y mágico lo estaba consumiendo. Sentía que en cualquier momento sus piernas fallarían.

Pero no podía permitirse descansar. No tenía derecho, no luego de lo que había sucedido.

Harry se quedó ahí por quién sabía cuánto, y en el momento en que decidió que ya nadie más vendría, el ruido de una Aparición lo hizo saltar.

Levantó la cabeza, con la varita en el aire, mientras el enojo se renovaba.

Unos ojos grises chocaron contra los suyos.

Draco Malfoy se encontraba allí, con la nariz llena de sangre, una herida que le cortaba el labio y la túnica sucia. El broche del Nobilium era lo único que brillaba. Y Harry deseaba gritarle. Deseaba maldecirlo. Deseaba tenerlo lejos.

—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —escupió, levantando más su varita.

Malfoy apenas se inmutó, caminando hasta él. Harry se sentía cansado, aunque oh, qué maravilloso sería decirle unas cuántas verdades. Tener a uno de los responsables de toda esa mierda frente a sus narices y-

Eso tampoco era justo.

Joder. Malfoy era parte de ese bando, pero eso no era su culpa. Estaba colaborando con la Orden.

Pero gracias a la gente como él…

Cuando Harry estaba a punto de echarlo, de mandarlo a la mierda, Malfoy elevó un brazo, mostrando que en su mano tenía cinco viales, uno de ellos, con una tonalidad medio púrpura.

Le pasó aquel primero.

—Dale esto a Granger —ordenó, con su voz fría y cortante.

Harry arrugó el entrecejo, recibiéndola inconscientemente, dispuesto a pedir explicaciones. Porque aquello no tenía sentido. No lo tenía.

Malfoy era un supremacista de la sangre. Malfoy odiaba a los sangre sucia. Malfoy quería verlos a todos muertos-

—Fui convocado al lugar —explicó él, con un largo suspiro, seguramente viendo su expresión acomplejada—. Lo vi. Todo.

Harry bajó la mirada al vial entre sus manos y no se detuvo a pensar en lo que aquello significaba, o en rendirle cuentas de por qué no había actuado antes. Cuando volvió a enfocarse en Malfoy, Harry notó que a pesar de su expresión igual de cerrada de siempre, había un atisbo de perturbación. Sincera.

Pero no se detuvo a pensar en eso tampoco, porque Malfoy trajo pociones y ayudarían a Hermione y eso era todo lo que importaba.

—Gracias —dijo, abriendo la palma para que le pasara el resto, que probablemente era para los sanadores.

Malfoy no se esperaba su agradecimiento, era obvio por la forma en la que la máscara de su rostro tambaleó. Probablemente estaba esperando ser cuestionado, llenado de "¿por qué?", de peticiones de sus motivos al llevar las pociones y antídotos.

Harry no tenía ganas. Quería ir a ayudar a su amiga. Era todo lo que quería.

Volviendo en sí, Malfoy depositó el resto de viales rozando suavemente su piel, y se dio media vuelta, dispuesto a irse. Harry lo agradeció mentalmente.

Entonces, luego de avanzar un paso, el hombre se detuvo a medio camino, mirándolo por encima del hombro. Harry le devolvió la mirada, seguro de que ahí venía una pelea. No podía ser de otra. Con Malfoy siempre era así.

Pero de sus labios salieron las palabras más incongruentes.

—No fue tu culpa.

Harry no supo qué expresión puso, realmente no lo sabía, sólo que aquel comentario pareció arderle.

Y doler.

Dolía.

Al parecer, Malfoy creyó que su gesto era duda, porque procedió a explicar cómo era que lo sabía, hastiado.

—Está escrito en todo tu rostro. Lo vi ahí también —dijo él lentamente, aunque no parecía estar tratando de hacerlo sentir mejor—. No es su culpa ni la tuya, Potter. No todo tiene que ver contigo.

A Harry comenzaba a dolerle la cabeza, y la voz de Malfoy no concordaba con las palabras que decía. No parecía querer apoyarlo, ni servir de consuelo, si tomaba en cuenta su tono. Pero sus dichos eran exactamente eso. El enojo continuaba allí. Era demasiado para analizar.

—Ella también debe entenderlo. No fue su culpa. Ella es la que menos culpa tiene-

—Vete —espetó Harry, cansado.

Malfoy se encogió de hombros, inamovible.

—No había nada que tú pudieras hacer. No estaba en tus manos.

Harry sintió cómo palpitaba la vena de su cuello, deseando ser dejado solo de una buena vez. Necesitaba unos minutos de paz y quería ir a ver a Hermione. Quería ir a ver a Ron y fingir por unos minutos que las cosas terribles dejarían de suceder.

Quizás si lo trataba mal, se marcharía al fin.

—¿Eso es lo que te dices a ti mismo para poder dormir? ¿Así te convences de no ser una mierda de persona?

Malfoy pausó sus movimientos, mientras sus ojos se movían por todo su rostro. La herida de su labio, ahora que Harry se enfocaba en ella, se veía más dolorosa de lo que había creído que era.

—Estás agotado —dijo él, no como un descubrimiento, sino como una confirmación—. El estallido de magia te va a hacer quedar inconsciente en cualquier momento. Tienes que descansar.

Harry no respondió, todo su cuerpo le gritaba que Malfoy tenía razón.

Éste dudó mientras lo observaba, cómo si quisiera decir algo más o incluso agregar algo ácido a sus palabras que habían salido especialmente suaves.

Harry esperó, deseando que se largara.

—Volveré en unos días, tengo información que darte. Y necesito saber qué sucede con ese elfo. Y con mi padre —dijo finalmente, sin perder la compostura. Hizo una pequeña mueca gracias a la gran herida de su cara después de terminar de hablar, y agregó—: No te caigas a pedazos hasta entonces.

Harry bajó la cabeza y quiso negar. Estar con Malfoy era agotador, siempre lo era. Como luchar contracorriente y pasar averiguando qué significaban realmente las palabras qué decía, y por qué las decía.

Joder.

Harry cerró los párpados, contando hasta diez.

—No tienes permitido derrumbarte —volvió a hablar Malfoy, con un tinte de voz distinto, que era nuevo, pero al mismo tiempo familiar—. Ve a descansar.

Sus propios pensamientos volvieron a resonar en su cabeza.

No podía permitirse descansar.

Pero tampoco podía permitirse caerse a pedazos.

¿Quién tenía la razón?

Cuando volvió a levantar el cuello, Harry vio cómo Malfoy caminaba lejos de él.

—Malfoy —Harry llamó, y antes de que éste pudiera decir algo, burlarse, o lo que sea, apuntó la varita hacia él—. Episkeyo.

Malfoy se llevó una mano a la boca, y su labio sanó, dejando sólo la sangre en su lugar. Los ojos del hombre se llenaron de sorpresa e incluso, en una parte muy recóndita de su propio ser, Harry también la compartía.

Es que no tenía idea de por qué había hecho eso. No lo sabía.

Malfoy simplemente lo miraba, paralizado en su lugar.

—Tom estará furioso —dijo Harry, aunque él no le había pedido explicaciones—. No necesitas más heridas que las que te hará.

Malfoy parpadeó, y adoptó una postura despectiva, como si Harry acabara de ofenderlo profundamente.

—Apuesto a que disfrutarás de eso —replicó con sorna.

Harry guardó su varita, y pensó de qué forma podía irse de ahí para colapsar en una cama. Dejar de pensar, sólo por unos segundos.

—Malfoy —Harry dijo, suspirando. No tenía ánimos para eso. Para ellos—. Sólo- vete.

Malfoy rozó sus labios una vez más con la yema de sus dedos, pero no discutió.

Harry lo vio irse, abriendo la puerta, y cuando puso un pie dentro de la base, Malfoy se Apareció lejos. El crack retumbó en sus oídos.