Días antes del vigésimo sexto cumpleaños de Draco, este aún sentía las secuelas de la Cruciatus en su cuerpo.
Grimmauld Place y la masacre que había resultado para su bando fue un poderoso detonador de la ira del Señor Tenebroso, que no sólo hizo a Draco castigar a sus seguidores con múltiples Crucios, si no que le pidió a cada miembro del Nobilium, los cuatro que quedaban además de él, que torturasen a Draco de igual manera. El Lord incluido.
Había pasado bastante desde que Voldemort mostraba de forma tan abierta su rabia, o desde que los castigaba en absoluto, pero era lógico que con el paso de los días se enojara más de lo que Draco vio en años. Sobre todo después de ver cómo cada vez que había una batalla, los Rebeldes parecían cumplir sus objetivos, y matar a unos cuantos Mortífagos en el proceso.
Bueno, no sólo unos cuántos.
Draco hizo una mueca mientras embotellaba algunas de las pociones que elaboró durante la noche, y tomó una de uso medicinal que le ayudaría a sanar un poco los efectos del Crucio. En una hora debía estar en el Ministerio para el control de daños que trajo las bajas de Grimmauld Place y St. Catchpole. Por fin habían aprendido que la Orden definitivamente no era algo que tomarse a la ligera, y Draco se atrevía a decir que nada más que un soldado era equivalente a tres Mortífagos. El conocimiento, rendimiento y entrenamiento que poseían los posicionaba como gente peligrosa…
Y Potter, además de todo, encabezaba esa lista.
Draco no podía dejar de pensar en lo que vio aquel día. En cómo mientras él trataba de idear un plan que salvara a Granger y salir exitoso, Potter había llegado al lugar con un elfo entre brazos, y en cuestión de segundos, los hombres quedaron reducidos a no más que pedazos de carne y sesos.
Sin esfuerzo aparente.
Draco había sentido muchas magias en su vida, siendo la de Potter la única que podía reconocer. La del Señor Tenebroso era un constante en su día a día, con un aura que no sólo se percibía, sino que también era visible. Y lo que Potter había hecho en ese momento… Era comparable. Incluso casi igual a cómo la magia del Lord se sentía. Imponente. Oscura. Atemorizante.
Sinceramente, Draco estaba aliado con la Orden por la única razón de saber qué había pasado con su madre; así había llegado a hacerse un espía y un traidor, y no le avergonzaba admitir que lo único que le interesaba, era saber era la verdad: qué tenía que ver Nagini. Qué era lo que Narcissa escondía. Tenía claro que para averiguarlo la Orden debía salir victoriosa en los planes que ideaba, al menos hasta que se resolviera el misterio. Pero luego de ver, de sentir esa explosión-
Había empezado a pensar que hasta tenían posibilidades de ganar.
Ya no se trataba sólo de apoyar un bando por motivos personales, se trataba de apostar por el lado ganador. Y si Potter aprovechaba su magia, era un buen rival. Si la Orden jugaba bien sus piezas, eran un excelente rival. Y si él les ayudaba en lo que podía… Aún mejor.
Por eso es que una vez más fue a dejar pociones.
Draco subió las escaleras hasta el comedor sintiéndose más recompuesto. Greyback había intentado meterse bajo su piel mientras lo torturaba días atrás en el Ministerio, pero aún no se aparecía por los terrenos de la mansión. Y el día que eso sucediera… oh, Draco iba a pasar un gran momento descargando un poco de la frustración acumulada.
A medida que tomaba asiento y un elfo tembloroso desaparecía luego de haberle puesto la mesa, la imagen de la cara de Potter volvió a su cabeza una vez más, pero ésta vez, era la cara que vio una vez que fue a la base.
Draco no había querido enfocarse mucho en eso. No había querido sentarse a analizar por qué Potter le había curado la herida del labio, por qué a él le molestaba que lo hubiese hecho, o por qué en primer lugar se sintió en la necesidad de asegurarle que no era su culpa lo que le sucedió a la sangre sucia. Sí, obviamente Potter parecía estar a punto de caerse a pedazos y eso era perjudicial, pero en general aquello no habría sido ninguno de sus problemas. No creía que Potter fuese lo suficientemente débil como para no recomponerse la próxima vez que lo viera. Sólo-
Le recordaba quizás, a cosas en las que no quería pensar. Todo el asunto con Granger. La manera en la que Potter se veía como si estuviera en dolor constante, como si todo lo que sucediera fuese únicamente su culpa, cuando el idiota salvaba más vidas de las que supuestamente condenaba. A Draco le hacía hervir la sangre, le hacía querer gritarle que dejara de ser tan egocéntrico.
Y de cierta forma, lo hacía preocuparse también.
No sabía cuál de las dos opciones era peor, y no le interesaba averiguar el por qué. Para él era debido a que con Potter fuera de la ecuación, por cualquier motivo, las posibilidades de ganar esa guerra disminuían en picada. Punto final.
Además de que sin el Elegido, la opción de rescatar a su padre también desaparecía.
Era el único capaz de convencer a la Orden, y Draco no iba a abandonar el plan. Estaba seguro de que sacar a su padre de Azkaban era algo que los beneficiaría. Tenía que serlo. Y si era completamente honesto, cada vez se le hacía más difícil mantenerse lejos de la prisión.
Días atrás, Macnair intentó leer su mente mientras Draco se encontraba distraído y él fingió no darse cuenta, reproduciendo la última vez que fue a Azkaban para que el hombre lo viera. Obviamente esa información llegaría a oídos de Voldemort, que estaría complacido de que Draco creyera que Lucius había matado a Narcissa y se encontrara tan dolido como para no seguir hurgando en el asunto. Por lo que no tendría sentido que Draco fuese de repente a verlo, a pedirle perdón y asegurarse de que estuviera bien. Ya no podía darse ese lujo, pero sí podía convencer a Potter que se arriesgaran a ir a Azkaban y tenerlo de vuelta.
Draco fijó los ojos en su plato y casi soltó un suspiro cansado. Juntó todas sus fuerzas para no mirar el otro extremo de la mesa, donde hasta ese día las comidas favoritas de su madre eran servidas, esperando ser apreciadas por alguien que ya no iba a regresar.
En su lugar, su mente divagó a Pansy y en cómo se estaba asegurando de mantenerla a salvo. Vagó a Goyle y cómo le daba demasiado miedo preguntar si es que seguía vivo o lo asesinaron ya. Y en averiguar cómo eso lo haría sentir. Vagó a Theo y a Luna y a cómo afectaría a su amigo que ella muriera. Lo que era probable.
Y una vez más, volvió a Potter.
Se sentía como estar en Hogwarts otra vez.
Según lo que sospechaba, no encontraron ningún objeto en Grimmauld Place, tal como Draco había predicho en la privacidad de su pensamiento. Era imposible. Tenían escasa información, y la idea de entrar a la casa Black era impulsiva, tal como Astoria había señalado. Pero bueno, no podía esperar mucho de Gryffindors al mando.
Sin embargo, llevarse a Kreacher era una ventaja. Draco lo recordaba yendo de allá para acá durante quinto año, dando información de la Orden a Bellatrix y a su madre; o eso creía que hacía. Draco estaba consciente de que muchas veces los elfos sabían cosas que el resto no, escuchando desde los rincones sin ser vistos. Por lo que, si es que sobrevivía a la depresión que tuvo que haberle dado al estar solo en esa casa con la confusión de las noticias que decían que Harry Potter estaba muerto, pero aún sintiéndose ligado a él cómo sirviente, y sin contar la pobre alimentación que experimentó… Kreacher podría ser importante.
Esperaba que no lo suficiente, porque así también necesitarían de Lucius para ver la imagen completa.
Draco terminó de comer, repasando en su cabeza la información que tenía, recordando también volver a sus sesiones con Astoria para recuperar sus recuerdos, y se levantó de la mesa, yendo hacia el flú.
Minutos después, el atrio del Ministerio lo recibió.
•••
De todas las formas que le habían dicho que pasaría ese día martes, una reunión con los Inefables no habría sido una de sus respuestas.
En un inicio, Draco no había entendido por qué estaba ahí. Pero apenas la exposición de los Inefables inició, y uno de ellos sostuvo una máscara oscura con forma de ave, fue que lo comprendió.
El hombre hablaba de firmas mágicas, encontrar orígenes del objeto y maneras de igualarlo. Usarlo. Y Draco supo, que querían replicar las máscaras de la Orden.
Si pensaba como un comandante o un general, utilizarlas en el campo de batalla era un beneficio. Podrían seguir a los Rebeldes al cuartel, hacerse pasar por uno de ellos, evitar que los atacaran. Draco estaba ahí para replicar la magia que venía de las máscaras. Aquello no le tomaría más de una semana.
Debía advertirles.
No tenía idea si antes alguna máscara de la Orden había llegado a manos del Lord, pero si así fue, hasta ese momento no se habían dado cuenta de lo importante que podrían ser. Una vez que los Mortífagos lograran hacerse pasar por ellos, y la Orden se diera cuenta, estos tenían dos opciones: correr el riesgo de ser suplantados siempre que estuvieran luchando, o pelear a rostro descubierto. Y en caso de que hubiese espías batallando para la Orden… Era una desventaja. Quedarían expuestos para no seguir pasando información.
Draco acabó la reunión llevándose la máscara con él, y yendo a la oficina del ministro a consultar si se le necesitaba para algo más. Durante esos días, las interrogaciones a gente que era pillada en "actividades sospechosas" era muchísima. Mucho más que los interrogatorios a los sangre sucia en 1998, por lo que bastantes departamentos se encontraban ocupados en eso. En eso, planear ataques, resolver las desapariciones del Nobilium que ahora estaban directamente relacionadas con la Orden, y desacreditar a Harry Potter. Sin embargo, Rodolphus Lestrange apenas se movía de su despacho.
Draco ingresó a la oficina luego de golpear dos veces y enfrentó al hombre que estaba con un montón de archivos apilados en el escritorio. Rodolphus tenía el cabello amarrado en una media coleta y una cicatriz que le cruzaba el ojo, seguramente adquirida en la última pelea que tuvieron. Draco cerró la puerta sin dejar de observarlo, cuando Lestrange levantó la mirada.
—Astaroth —le dijo lentamente, para saludarlo—. ¿Cómo te fue con los Inefables?
Draco bajó la vista hasta el artefacto de sus manos.
—Bien.
Rodolphus se le quedó mirando, como si estuviese analizando toda su postura. Sus ojos brillaron un poco cuando pasaron por encima del broche distintivo que ambos usaban en el pecho, y se enderezó, dejando a un lado el caso que estaba leyendo.
—¿Hay algo que necesites? —preguntó entonces.
—Eso es lo que venía a preguntar. Para poder irme a la mansión a investigar lo que me han encargado, necesito saber si tú no necesitas algo antes.
Casi apretó los dientes al acabar de hablar. En realidad, no le disgustaba estar ahí, le ayudaba a saber de planes políticos como las máscaras, y a poder buscar información para las cosas que tenía que hacer. Lo que le molestaba era tener que ser casi la secretaria de Lestrange.
Nunca le había hecho gracia seguir órdenes.
—La verdad, sí —dijo Rodolphus—. Ten.
Tomando tres de las carpetas que descansaban a su lado, el hombre levantó la mano y se las tendió. Draco reaccionó de inmediato.
—¿Qué…? —comenzó a decir, abriendo una de ellas.
—Hay que renovar tratos con estas-
—¿Criaturas? —suplió Draco, observando las fotos.
—Sí.
Eran tres carpetas distintas: gigantes, yetis y trolls. Draco frunció el ceño, pasando páginas. En esos ocho años no recordaba haber divisado a ninguno de los tres. Existía un rumor de que el Señor Tenebroso había acabado con los avistamientos de los yetis, exterminando a todos para así mantener el estado de secreto, pero Draco sabía que ningún mago era tan poderoso.
Los yetis, así como un montón de criaturas mágicas, simplemente se habían escondido, reconociendo lo que el Lord estaba causándole a su mundo y lo que podría llegar a hacerles si es que llegaba a domesticarlos o meterse con su hábitat. Después de todo, grandes o no, no eran lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de su poder, y siempre habían sido criaturas tranquilas.
Ahora, los trolls y los gigantes eran otra historia.
Ambos eran especímenes que pelearon para el Señor Tenebroso durante ambas guerras, gracias a las promesas que éste les había hecho si ganaba. Lo ayudaron a ponerlo en el trono, y luego, cuando se dieron cuenta de que Voldemort no podía cumplir sus promesas, que no podía darles libertad de moverse por el mundo mágico y muggle sin romper el estatuto de secreto y sin matar a casi la mitad de la población, desaparecieron también. No sin antes devastar al pueblo entero de Budleigh Babberton, donde se comieron a las personas simpatizantes del Señor Tenebroso que residían allí. Los Mortífagos los habían perseguido desde entonces para matarlos.
Y, delirantemente, querían renovar tratos con ellos.
Como si lo fueran a lograr.
—¿Por qué no se encarga el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas? —preguntó Draco entonces, volviendo a mirar a Lestrange.
Lestrange estaba estudiándolo milimétricamente. Siempre lo hacía.
—Porque, si no recuerdas mal, hay veinte empleados en esa sección, y la mitad de las criaturas no negocian con el gobierno. —Rodolphus se cruzó de brazos—. ¿Cómo crees que se aliaron con el Señor Tenebroso las veces anteriores?
Draco alzó las cejas, pero no mencionó que esa era una pobre excusa para no decir la verdad.
Necesitaban ayuda, y como el Señor Tenebroso no cumplió sus promesas, las criaturas no querían negociar.
—Bien, ¿qué quieres que haga?
—Los líderes de estos- animales, están escondidos —explicó Rodolphus, apuntando a las otras dos carpetas encima de su escritorio—. Ve si hay información ahí para encontrarlos. Tengo a varios departamentos trabajando en esto, pero… —Sus ojos se fijaron en Draco—. Tienes un don para encontrar cosas que el resto no.
No preguntó qué significaba eso, o qué quería decir, simplemente agachó la cabeza y dio un paso atrás.
—Bien.
Draco se giró, con su mente ya empezando a maquinar todo lo que debía avisarle a la Orden. Debía alentarlos a que consiguieran esas alianzas antes que ellos. No podían prometerles dejarlos libres por el mundo, pero quizás, podrían prometer dejarlos tranquilos, y-
—Malfoy.
Draco paró de caminar y se detuvo en la puerta con la mano encima del pomo. No se volteó a mirarlo, simplemente esperó dándole la espalda.
—No soy un general. No planeo batallas —dijo Rodolphus, casi con lentitud—. Pero deberías dormir con un ojo abierto.
—¿Qué se supone que significa eso?
Draco sí lo estaba mirando ahora, con la mano encima de su varita a través de la túnica. Podía soportar los cuestionamientos, podía soportar las sospechas, pero no iba a soportar amenazas de ningún tipo.
Rodolphus pareció notarlo también, y aunque su expresión no cambió, a través de su mirada se filtró un indicio de…
Si no era miedo, era cautela.
—Significa que, tal como en 1998, vas a ser llamado a pelear. Sólo que ésta vez, no tienes la excusa de ser un crío para dar un espectáculo tan patético como el de la Batalla de Hogwarts —explicó, como si no hubiera notado el tono peligroso de Draco—. Cúrate y deja de cojear. Hazlo ahora.
Draco ni siquiera había notado que estaba cojeando, pero tenía sentido. Se enderezó y asintió una vez, sin darle otra mirada a Rodolphus.
Bien, tenía que tomar otra poción, entonces.
Se negaba a ir a San Mungo o a llamar a un sanador para que fuera a verle a su casa, a menos que las cosas se pusieran muy graves. Se acordaba de lo que sucedió cuando la guerra acabó- o cuando él pensaba que había acabado. Cómo tuvo que presenciar cómo mataban a los medimagos, o les cortaban la lengua y cosas peores, después de haberse portado tan bien con él. Draco no reviviría aquello.
Cuando llegó a la mansión, no perdió tiempo en ir hasta su laboratorio y tomar un vial que curó algo más las heridas internas –y que también era revitalizante– para luego sentarse a investigar.
Inició con la máscara, la cual dejó encima de la mesa. Obviamente la Orden las había encantado para duplicarlas, y obviamente no las habían tallado a mano. Los encantamientos eran similares a las máscaras de los Mortífagos que Draco y el resto poseían y usaban para ocasiones especiales, pero que no habían vuelto a utilizar en peleas luego de la Batalla de Hogwarts. Y que él creía, nunca más volverían a hacerlo. Ya no las necesitaban; todo el mundo podría reconocerlos con o sin ellas.
Pero había algo más. Había una energía de magia… ¿de luz? Esta probablemente impedía que cualquiera que tuviera malas intenciones, o que no estuviera ligado a la Orden, las usara o replicara. De todas formas, no era un conjuro impenetrable, y aunque Draco no fuera un espía, habría hallado la manera de igualarlas.
Dejándola de lado, anotó mentalmente decirle a Potter y el resto que debían tener cuidado, o hacer un cambio sutil en sus máscaras para evitar infiltraciones.
Entonces, dejándola en un cajón del lugar, Draco encontró unos papeles olvidados.
Estaban a un lado de los archivos que tenían información de Hagrid, y se encontraban revueltos. Draco los tomó, ojeándolos rápidamente y decidiendo que debía darles una leída antes de abandonarlos otra vez.
Eran las anotaciones del hechizo que el Lord le había pedido, meses atrás. Estaba completo hasta la mitad, pero aún faltaban algunos detalles porque hasta ahora solo había sido probado en objetos inanimados y animales. Draco borró algunas opciones que pensó que eran viables y anotó otras nuevas, preguntándose a sí mismo si es que estaba demorando tanto gracias a lo que estaba sucediendo (la guerra, por ejemplo), o gracias a que esa maldición revivía la muerte de Eric cada vez que la perfeccionaba. No quería saber la respuesta.
Cuando se dio por satisfecho y guardó los papeles, se movió a las carpetas que Rodolphus le entregó no mucho rato atrás.
No decía mucho más de lo que él ya sabía. Draco pasó las páginas con rapidez, anotando a un lado los lugares posibles donde las colonias podrían estar, o suponiendo que hasta podrían haberse dividido y que por lo mismo podrían existir múltiples líderes en cada una. Empezó con los yetis, le siguieron los trolls y finalmente, acabó con los gigantes.
Y aquello fue lo que más le llamó la atención.
Al ser los participantes más activos de los tres en ambas guerras, había bastantes más datos que los otros dos, pero no sólo eso, existía una descripción con amplios detalles acerca de las interacciones que magos y gigantes habían mantenido desde 1950 en adelante.
Y entre esas interacciones, se encontraba el encarcelamiento de uno de ellos.
Draco leyó aquel dato tan rápido como sus ojos pudieron, y su mente llegó a una conclusión tan abruptamente que hasta se sorprendió, después de tener la información completa. Contrario a lo que se pudiera pensar, él tenía una memoria buena, no olvidaba. Raramente perdonaba gracias a lo mismo.
Y estaba seguro de reconocer el nombre y al gigante de la foto dentro de aquella cárcel en Austria. La cárcel de Grindelwald.
Si juntaba el intento de rescate, si juntaba todo eso con lo que él mismo había visto...
Había un hilo del que tirar.
Al fin.
Draco casi saltó de su asiento cuando llegó a esa conclusión y abrió el cajón de nuevo, trazando líneas y asegurándose de que sí, que efectivamente mientras más leía, más razón parecía tener y joder. Joder.
Tenía que ir a la Mansión McGonagall.
Draco levantó las barreras Anti-Aparición que rodeaban a su casa, y sin pensar, se materializó afuera de la base.
•••
Su Patronus salió con facilidad desde la varita, doliendo mucho menos que la primera vez que lo vio. Envió su thestral hacia Potter anotando de nuevo en mente pedirle al idiota que le enseñara a hacer que su Patronus hablara. Además, consideró hacer él mismo su propio encantamiento proteico en el caso de que Potter aún no se lo propusiera, y así dejar de comunicarse de forma tan poco efectiva.
No muchos minutos después, el portón se abrió y Draco caminó por el laberinto con esa idea en la cabeza.
Sus ojos se posaron parcialmente en una de las grandes ventanas del segundo piso mientras llegaba a la zona abierta del patio, donde una chica miraba hacia abajo. Draco no podía verla bien desde esa distancia, pero si la forma en la que se balanceaba de un lado a otro indicaba algo, podía suponer que se trataba de Eveline Rosier. O quien se suponía era Eveline Rosier.
Esperaba que Potter hubiese seguido sus consejos acerca de la poción, y que hubiera sido lo suficientemente inteligente para probarla en sí mismo, porque vaya que lo necesitaba. Draco había pensado numerosas veces de qué otra forma ayudar a la chica luego de que la vio, qué otra poción podría darle. Pero había decidido mantenerse alejado. Nunca pasaba nada bueno con las cosas que tocaba.
Draco volvió a centrarse en lo que tenía adelante, y vio cómo Potter se encontraba en el patio en la zona común, cruzado de brazos y con expresión cansada. Lucía peor que la última vez que lo vio, como si alguien le hubiera drenado la vida del cuerpo. Tenía ojeras bajo los ojos y barba no afeitada. Draco deslizó la mirada por todo su cuerpo, sintiéndose medianamente aliviado de que no presentara heridas. Se posó a unos pasos de él.
—Enséñame a hacer el Patronus que habla —fue lo primero que dijo, sin siquiera saludarlo.
Potter, quien no se esperaba ese recibimiento, parpadeó por unos segundos antes de sacar su varita. Por lo bajo soltó un bufido.
Draco sonrió, guardando la victoria en algún lugar de su cabeza. Potter no lo había cuestionado, y no había puesto tanto problema por algo tan simple. Era un avance.
Potter movió la varita sin decir una palabra, mientras Draco prestaba total atención a la manera en la que su brazo hacía un círculo al finalizar el encantamiento normal.
—Eso hará que tu Patronus te oiga y copie tu voz —explicó él en tono aburrido—. Para enviarlo, debes hacer el mismo círculo hacia la inversa —completó, agitando la varita para hacer desaparecer a su ciervo.
Draco estuvo a punto de probarlo frente a él, sin embargo se arrepintió a último momento. No se iba a arriesgar a quedar como imbécil. Luego vería esa conversación en su pensadero y practicaría.
—Bien —replicó entonces—. No eres un inútil completo después de todo.
Potter rodó los ojos para luego centrarse en él; toda su postura aún delataba agotamiento.
—Malfoy —suspiró—, ¿qué estás haciendo aquí?
Draco decidió que no tenía ánimos de andarse con rodeos tampoco. Hizo girar la varita entre sus manos por unos segundos, antes de contestar.
—Creo que he encontrado a Rubeus Hagrid.
Toda la expresión de Potter cambió, como si algo invisible hubiera tirado de hilos en su cara. Su cuerpo pareció caer, antes de recomponerse y mirarlo como si hubiera escuchado mal.
—¿Qué?
Había salido apenas como una respiración. Como si no pudiera creerlo.
—Su hermano, el gigante, es rehén en un punto de Europa, seguramente para atraer a Hagrid y capturarlo —explicó Draco, por poco tropezando con sus palabras—. Lo reconocí gracias a que peleó en la Batalla de Hogwarts, si te lo preguntas. Y hubo un intento de rescate, tres años atrás, alguien intentó entrar a la prisión. Creo que fue él. Hagrid.
Potter abrió y cerró la boca, para luego hacerse a un lado, y comenzar a caminar hacia la entrada de la mansión.
—Sígueme.
Draco observó la espalda del hombre mientras caminaban, notando cómo la vida parecía haber vuelto a él. Cómo ahora irradiaba energía y lucía como una persona que había recibido una excelente noticia. Le agradaba más verlo así.
El despacho al que Potter lo llevó no era distinto a otros, salvo porque todo el lugar parecía estar inundado con su magia cuando ingresaron. Se sentía casi… familiar. Draco dio un vistazo a su alrededor, tomando nota de las velas encendidas de las paredes y cómo no habían fotos, ni adornos. Supuso que la razón era porque no se podían dar ese lujo.
Él no lo habría hecho, considerando que en caso de que se descubriera su base y tuvieran que huir, dejar fotos o cosas muy personales detrás sería una desventaja.
—¿Y bien? —preguntó Potter impaciente, apoyándose en el borde del escritorio mientras se cruzaba de brazos—. Explícate.
Draco dejó salir una larga exhalación, y avanzó hasta quedar frente a una de las sillas. Sus dedos rozaron levemente la madera.
—Cuando hicimos el Juramento Inquebrantable —dijo, haciendo una mueca al recordar el momento—, lo que te dije acerca de haber visto la dirección en la que tu semigigante se marchó gritando y llorando no era mentira, evidentemente.
Draco hizo una pausa al recordar ese día; cómo Hagrid huía hacia el sur cuando la Orden se estaba retirando y el Señor Tenebroso tomaba cautivas a la mayoría de criaturas que pelearon contra él. Draco sabía lo que podría hacer si iba a Hogwarts a sentir su firma mágica. Grabarla en su sistema. Lo que podía encontrar así.
Potter lo miraba, expectante, y él procedió a explicar.
—La magia de las criaturas es más fuerte que la de los magos —dijo. Potter pareció querer agregar algo, pero Draco se le adelantó antes de que lo interrumpiera—. Sé que es un semi gigante. Aún así, su magia es más fuerte… ¿ Pasosa, podría decir? —Draco aspiró el aire, como si así pudiera demostrar un punto—. Bueno, de todas formas, puedo sentir las magias, creo que eso ya lo sabes. Y pienso que si aún quedaran rastros de la magia de Hagrid en Hogwarts, tantos años después, y luego vamos a Nurmengard-
—¿La cárcel de Grindelwald?
—Sí, sí. "Grawp" —el reconocimiento se instaló en las facciones de Potter—, está apresado en la cárcel que Grindelwald construyó y de la que el Señor Tenebroso se ha apropiado.
Potter pausó, y sus ojos se movieron hacia un costado, como si ya estuviese pensando cómo llegar hasta allí y superar la cuarentena. Encontrar a Hagrid o incluso liberar al gigante, si deseaba arriesgarse.
—Continúa —pidió él con voz suave, aún sin mirarlo.
—Si me llevas al lugar donde Hagrid usó su magia cuando trató de rescatarlo, o sea en la cárcel, y me esfuerzo en sentirla y reconocerla… creo que podría guiarlos hasta el lugar donde el semigigante se oculta.
Potter esbozó una mueca burlona.
—¿Algo así como un sabueso de mala muerte?
Draco frunció el ceño.
—No tengo idea de qué mierda es eso, pero déjame decirte que no te conviene enojar a tu "sabueso", o lo que sea, si es tu única opción.
Potter bajó la cabeza, aunque Draco alcanzó a ver cómo sonreía de forma ausente y casi imperceptible, como si su cabeza estuviera en otra parte y no supiera lo que estaba haciendo.
Él se aclaró la garganta, acomodando sus túnicas, dispuesto a completar la información.
—Y no sólo eso —prosiguió, viendo como, de forma esperable, Potter levantaba la cara al escucharlo—. Estoy seguro de que Hagrid está en los alrededores, esperando la oportunidad de rescatar a su hermano. Se han reportado indicios de que hay una colonia de gigantes escondida, pero lo dudo. Yo… —Draco recordó lo vaga que era la información, y como nada más era una posibilidad—. Yo creo que es el mismo Hagrid, tratando de apelar a los sentidos de gigante de su hermano, para que él mismo trate de liberarse de la prisión mágica. Creo que imita las sensaciones y sonidos que una colonia haría.
Potter, una vez más, se vio… casi feliz. Aquello significaba que sí era algo que Hagrid haría. Imbécil, sí, pero propio del semigigante. Potter se giró hasta encontrarse tras el escritorio y buscó entre sus cajones, como si hubiera olvidado que Draco estaba ahí. La tensión había abandonado parcialmente sus hombros, y su gesto se encontraba relajado, energizado. Comparado a cómo lo había recibido, no sólo ese día, sino siempre, era- shockeante. Draco no recordaba haberlo visto de esa forma antes. Bueno, si no contaba Hogwarts.
—¿Cómo es que sabes todo esto? —preguntó Potter, haciendo que retornara al presente.
—El Señor Tenebroso ha iniciado las negociaciones con las criaturas mágicas.
—Creí que la mayoría lo apoya.
—Lo apoyaba —corrigió Draco, sin entender cómo es que la Orden no estaba al tanto de eso. Aunque entonces recordó cómo el Lord había querido que muchas cosas se mantuvieran en secreto. Lo había logrado—. Cuando descubrieron que no cumpliría sus promesas se escondieron por miedo a ser esclavizados como los goblins, que no agachaban la cabeza ante nadie. O bueno, miedo quizás no es la palabra...
Potter se mordió el labio, bajando la mirada otra vez hasta el cajón que tenía abierto.
—¿Quienes sí lo apoyan?
—No podría decírtelo con certeza. Quizás el resto de criaturas sí lo hacen; menos los trolls, los yetis, los gigantes y máximo tres grupos más. O, tal vez no apoyarlo, pero... —Draco pensó en los Goblins—. Pero sí se han rendido ante él.
—Estamos jodidos entonces —murmuró Potter, pasándose una mano por la cara. Draco ladeó la cabeza, recordando todos los puntos que la Orden tenía a su favor.
—No si ustedes llegan a negociar antes.
Potter volvió a esa postura… esa postura de… ¿Esperanza? Estaba descolocando a Draco.
—Explícame —le pidió.
Así que él lo hizo.
Le explicó que le habían encargado investigar quiénes eran los líderes de los trolls, yetis y gigantes, y dónde estaban ocultos para así renovar los tratos. Draco le dijo que no pensaba que fuera una negociación. Que el Señor Tenebroso simplemente les ordenaría unirse a él o los mataría. Le prometió llevar una copia de los papeles la próxima vez que lo viera, y le explicó que esperaba que Granger encontrara los refugios y colonias de las criaturas antes que él, porque de ser el caso, Draco tendría que reportarlo sí o sí al Lord.
Ante la mención de Granger, a Draco no le pasó desapercibido la forma en la que la boca de Potter se curvó en una mueca, pero no una de diversión, ni mucho menos. Si no en una de- auto desprecio. O eso era lo que Draco pensaba. Y moría por gritarle a Potter que dejara de pensar que era su culpa, joder. No lo era. Le irritaba que pensara eso, porque no tenía cómo saber que eso iba a suceder. No tenía manera de-
¿Te molesta, porque te preocupa Potter?
¿O te molesta, porque si él se siente culpable, significa que tú también deberías sentirte así por lo que has visto?
¿Por no haber actuado cuando debías?
Draco tragó la bilis que de pronto se acumuló en su garganta, observando cómo entonces Potter al fin sacaba del cajón lo que había planeado, expandiendo sobre la mesa un mapa de Europa que se veía antiguo.
—Entonces- —empezó a decir, apuntando con una pluma Gran Bretaña.
Y Draco recordó de pronto las otras cosas por las que estaba ahí.
—Hay algo más que debo mencionarte —soltó.
Potter paró, y se levantó lentamente luego de flexionarse encima del escritorio. Draco se fijó en cómo algunos mechones de pelo caían en los costados de su cara y encima de su frente. Su cabello comenzaba a ponerse largo. Esperó pacientemente a que prosiguiera, y Draco tuvo el fugaz pensamiento de que quizás se estaba comportando así porque estaba aburrido de discutir con él.
Bueno, era mutuo.
—Se ha quedado atrás una máscara de la Orden luego del ataque a Grimmauld Place —dijo, tratando de encontrar las palabras—. Me están pidiendo que la replique para que los Mortífagos podamos hacernos pasar por uno de ustedes en combate.
La reacción de Potter fue inmediata.
—No puedes.
Draco alzó una ceja, y consideró en decirle dónde podía meterse sus órdenes o la forma en la que su cuerpo se había tensado, cambiando la atmósfera que por poco podía considerarse agradable.
—Puedo y lo haré —replicó él con voz cortante—. Ellos saben de lo que soy capaz, Potter. Saben las cosas que he hecho. Si me resisto, sospecharán. Si pongo evasivas, sospecharán. Si me demoro demasiado, sospecharán.
Potter se veía como si estuviera tentado a replicar, adoptando la misma posición de Draco: queriendo decirle un montón de cosas.
Pero por el bien del sentido común, la buena convivencia o simplemente el agotamiento, simplemente asintió, bajando la vista al papel nuevamente.
—Deberás hablar con Kingsley para eso, entonces, aunque dudo que les funcione.
Draco no pensaba que terminara siendo tan fácil, considerando que se pasaban todo el tiempo discutiendo. Fue que notó que su propio cuerpo estaba preparado para una pelea; tenso, con una mano encima de su varita y su cara formando una mueca despectiva desde ya. Cuando se dio cuenta, se relajó, y se dedicó mejor a estudiar cómo Potter lucía molesto también, hasta enojado.
Pero irremediablemente vivo.
No como un simple robot. No como él.
—¿Has podido hablar con Kreacher? —preguntó, al cabo de unos momentos.
—No, sigue débil. No ha despertado.
Draco evocó la imagen del elfo casi muribundo entre los brazos de Potter, y contuvo un suspiro. Se cumpliría una semana ya desde la entrada a Grimmauld Place, y era natural que el elfo continuara recuperándose. Sólo que eso significaba que no podía preguntar por su padre.
Eso lo frustraba.
Observando a Potter, quien escribía algo encima de el Reino Unido, Draco pensó en preguntar por Granger y si la poción medio desmemorizante-tranquilizadora que le dio, le había servido, aunque suponía que no era buena idea. Probablemente toda la energía que Potter al parecer tenía, desaparecería de golpe.
Puede que incluso me culpe.
—Bien —dijo Draco, dando un paso adelante—. Muéstrame entonces lo del mapa.
Luego de saciar su curiosidad iría a buscar a Shacklebolt y explicarle lo de las máscaras. Primero, le interesaba saber qué demonios estaba pensando Potter al casi quemar con sus ojos el papel frente a él.
Draco se colocó frente a frente, mirando el mapa al revés, antes de rodear el escritorio y ubicarse a un lado del hombre. Potter saltó un poco, nada notorio, pero no comentó nada, simplemente se inclinó encima del mapa y puso una pluma encima de Austria.
—Sabemos que El Castillo de Nurmengard está en algún punto de los Alpes austriacos, ¿no?
Draco asintió, detallando cómo en el papel comenzaban a sobresalir montañas, como si las palabras de Potter hubiesen servido para despertarlas.
Este tocó entonces el borde del Reino Unido, y los parámetros de las islas empezaron a teñirse de rojo.
—No podemos conseguir trasladores, Tom se ha encargado de eso. Y tampoco podemos Aparecernos directamente en Austria, ¿verdad? —continuó Potter, aunque parecía estar hablando más consigo mismo—. Pero tú si has estado en Francia.
Draco alzó las cejas, mirando brevemente su perfil.
—¿Cómo sabes eso?
—Tu riqueza, tu apellido, el lema de los Black —respondió él, agitando una mano desdeñosamente—. El tema es que tú podrías Aparecernos en algún lugar que conozcas, eso si no nos departimos en el camino por la distancia... De ahí podríamos tomar un traslador, y…
Potter calló al final, pasando una mano por su barba, aparentemente el plan no lo convencía. Aunque era mejor de lo que Draco había esperado que sería.
—El problema es, ¿cuánto nos tardaría eso? Ni siquiera sabemos en qué lugar específico está la prisión —continuó Potter, cerrando los ojos mientras hacía un ruidito de estrés—. Lo máximo que hemos alcanzado a dejar las barreras abiertas son… ¿dos horas? Y no nos alejamos tanto. Abrirlas dos veces en un mismo día podría alertar a Tom. Y si esperamos otro día, ¿dónde nos quedaríamos? En todas partes, apuesto a que en toda Europa está lleno de nuestras fotos, pidiendo nuestras cabezas. Ningún glamour dura tanto, ni existe poción multijugo que engañe los límites mágicos de otros países.
—¿Cómo pueden atravesar las barreras al mundo muggle? —decidió preguntar, pues era sabido que solo los miembros del Nobilium tenían permitido atravesarlas.
—Hay un punto ciego no vigilado en unas colinas —respondió Potter, con un tono que no daba lugar a más dudas—. Así es cómo.
Esa no era su pregunta, pero bueno, Draco estaba más preocupado dándose cuenta de que ahora sí estaba sorprendido.
Quizás tenía que ver con la baja imagen que tenía de Potter, y lo idiota que lo encontraba, pero toda aquella maquinación no le había costado nada. Draco ni siquiera había empezado a pensar cómo podrían llegar a la prisión en Austria cuando el hombre ya había considerado más de la mitad de pros y contras que traería hacerlo del modo más lógico. Y aún peor fue, cuando pareció recordar algo. Algo que, otra vez, Draco no había parado a pensar.
Era irritante.
—Kreacher… —murmuró él de pronto.
—¿Disculpa?
Potter lo miró, con los ojos abiertos y exaltados, mientras acomodaba sus lentes.
—La magia de los elfos es poderosa. Demasiado poderosa —farfulló. Parecía que su mente iba a mil por hora—. Si se lo ordeno puede llevarnos a un lugar que nunca ha visitado.
Draco pausó, enderezándose él también. No tenía idea de que aquello fuera posible. O sea, sabía que Kreacher o los elfos en general eran capaces de traspasar barreras Anti-Aparición, pero, ¿ir a lugares que no conocían?
—En ese caso, incluso él mismo podría sentir la magia, no lo sé. Podría ayudarnos. ¿Qué tanto sabes de los elfos? —dijo Potter, volteandose hacia él para dirigir la última pregunta.
Draco, quien hace dos segundos no tenía idea que los elfos podrían hacer más cosas de las que él imaginaba, se llevó una mano al rostro, mientras trataba de recordar si en la biblioteca de la mansión, o incluso de Hogwarts, había información de ellos.
Pero no, lo más probable era que no.
—No mucho. Hay pocos libros que hablen de ellos y de sus habilidades.
—Porque los ven demasiado insignificantes… —replicó Potter con acidez.
Draco ni siquiera se encogió de hombros. No era ningún secreto lo inferiores que eran considerados los elfos domésticos en el mundo mágico. En esa sociedad, estaban al mismo nivel de los Servi sangre sucia, y eso era bastante decir. Le daba igual que a Potter le molestara.
—Bien —dijo él, al ver que Draco no hablaba—, cuando despierte Kreacher, trazaremos un plan.
Draco posó su mirada nuevamente en el mapa, sintiendo el calor que Potter irradiaba a su lado. En unos cuántos minutos, este había encontrado una respuesta a un problema del que él ni siquiera era consciente. Draco no recordaba que cuando eran niños hubiera tenido un mínimo de sentido común. Siempre, siempre, parecía tirarse al peligro sin pensar. Él mismo se aprovechaba de eso, provocándolo para hacerlo reaccionar de las peores formas.
Potter era hábil planeando. No el mejor, evidentemente era mejor luchando, pero aquella habilidad era una ventaja para el poder mágico que tenía.
Draco se sentía cada vez más seguro.
Quizás, después de todo, había aprendido a escoger el bando ganador.
—Pareces sorprendido.
Draco subió un poco las comisuras de su boca, acariciando el relieve del mapa. Consideró enmascarar sus emociones, pero decidió que no valía la pena.
—Lo estoy —confesó. Potter soltó un resoplido.
—¿Qué? ¿Pensabas que mi cerebro no daba para hacer algo tan simple como esto? —dijo, apuntando al mapa.
—Más o menos, sí.
Potter elevó los ojos para conectarlos con los suyos. Draco ya lo estaba mirando.
Mientras las semanas pasaban, ambos habían estado cerca en diversas ocasiones, más de las que a él le gustaría, si era sincero. Pero nunca había sido así.
Los ojos de Potter frente a la luz de las velas brillaban, y desde esa distancia parecían aún más verdes, si es que eso era posible. Sin embargo, no era sólo eso. Le traían recuerdos.
Draco no deseaba pensar en esas memorias, en su niñez desperdiciada, y su adolescencia llena de errores. Pero eso era lo que los ojos esmeralda de Potter traían. Recuerdos. Draco recordaba haber hecho hasta lo imposible cuando era un niño para atraer su atención, para que lo mirara, porque no soportaba ser ignorado. Y ahora esos ojos estaban ahí, frente a él, fijos en su persona, como si pudieran ver más allá y él quería… En realidad no sabía qué quería.
Solo sabía que era mejor eso, que la indiferencia.
Siempre lo había sido.
Potter no despegó los ojos de los suyos, y aunque no eran amigables, tampoco estaban cargados de la rabia de meses atrás. Simplemente cautelosos, enmarcando su piel morena, y Draco deseaba-
La puerta se abrió de golpe.
—Harry —dijo una voz, haciendo que Draco se girase alarmado—. Están atacando la Resistencia del Valle de Godric.
Mierda.
La advertencia de Rodolphus cobró sentido instantáneamente. Los momentos en los que serían llamados a pelear podrían ser espontáneos, debido a que no eran verdaderamente parte de las fuerzas armadas como los Aurores e Inefables. Probablemente Lestrange sospechaba que el Señor Tenebroso quisiera hacer algo pronto.
Potter se enderezó, rodeando a Draco y el escritorio para caminar hacia quien reconoció, era Lee Jordan, con una cara que tenía diversos cortes. El hombre apenas reparó en él por una milésima de segundo.
—¿Cómo…?
—Adrian avisó que había un movimiento raro en el Ministerio, y Astoria siguió a su padre, hace una hora —lo interrumpió este con impaciencia—. Ambos han enviado un Patronus comunicando lo que sucedió.
Draco cerró los ojos, sabiendo que dentro de unos minutos sería llamado él también a través de la Marca para así tumbar la Resistencia.
Potter se movió más rápido, exudando ansiedad; una que por unos momentos, mientras Draco hablaba con él, había desaparecido. Potter se giró, buscando la varita que al parecer no estaba en sus bolsillos. Draco la buscó también entonces, divisándola a un lado del mapa.
Dudó en tomarla, pero solo por un segundo, antes de apretarla en su mano y experimentar el ligero cosquilleo que sabía que sentiría. Las luces y el viento llegaron a él al segundo, indicando, que aquel objeto aún le correspondía.
Y todo pasó, trayéndolo de vuelta al presente, donde caminó hasta Potter para entregársela; él aún buscaba su varita entre su ropa de manera desenfrenada.
—Mierda —lo oyó murmurar.
Draco se plantó enfrente, viendo por la esquina del ojo cómo Jordan abandonaba el cuarto, seguramente para esperarlo fuera y seguir avisando a más personas. No sabía, no importaba.
— Accio-
Draco tomó a un agitadísimo Potter de la muñeca, haciendo que parase, que se detuviera por un minuto.
Y que lo mirara.
—Potter —le dijo, abriendo la palma de su mano, y depositando ahí su varita—. No seas imbécil. Hasta ahora han logrado salir más o menos ilesos, pero si actúas de forma imprudente-
—Lo sé —lo interrumpió él, con un tinte de impaciencia—. No lo haré.
—Más te vale —replicó Draco fríamente—. Porque tú eres la clave de esta guerra.
Dejó ir su mano al fin, y su fría piel se quejó internamente por la pérdida de calor. Potter apretó la varita, perdido en esa acción por unos instantes, para luego agitar la mano en dirección a la mesa haciendo que el mapa se doblara por sí solo y se guardara. Todo esto sin dejar de mirarlo.
—Actúa inteligentemente- aunque dudo que seas capaz —le dijo. Potter puso los ojos en blanco y Draco respiró profundamente, tratando de poner intención en sus siguientes palabras—: No mueras.
Potter juntó las cejas, bajando la mirada hasta su varita, y asintió ausentemente. Draco vio cómo su cicatriz brillaba.
Entonces, un grito los alarmó a ambos, y antes de que Potter pudiese responder, Draco corrió a la salida.
Tenía que marcharse de allí antes de que fuese convocado.
