Cuando Harry llegó al Valle de Godric, más de la mitad del pueblo estaba envuelto en llamas.
No podía distinguir bien qué estaba sucediendo, porque todo era un caos mirara donde mirara. La Resistencia no era visible a sus ojos gracias a que estaban bajo un Fidelius, pero aún así se habían formado dos bandos inconexos que luchaban en el lugar. Todo se estaba quemando. Posiblemente, debido a que los Mortífagos planeaban destruir cada rincón del pueblo para tumbar la Resistencia, incluso si no la veían. Sin contar que, en el Valle de Godric, existían centros juveniles donde los nacidos de muggles que asistían a Hogwarts pasaban las vacaciones de verano, porque no podían volver al mundo muggle, así que Harry suponía que debía ser refrescante para los Mortífagos destruirlos también.
Harry oía los gritos, tratando de ver en la oscuridad de la noche quienes traían túnicas más oscuras y rojas, porque esos eran los Mortífagos. Sin embargo, no parecía una batalla como la del Día de la Victoria, donde ambos bandos estaban en lados opuestos y era fácil distinguir quién era quién aunque se mezclaran. Aquí, el infierno estaba en… todas partes.
Harry ordenó a los suyos que se dispersaran en grupos de no menos de diez personas, y él continuó su rumbo, maldiciendo a unos cuántos que intentaban alcanzarlo. El aire estaba tan sofocado, que estuvo a punto de quitarse la máscara y que así también la gente viera que era "Harry Potter", pero teniendo en cuenta que probablemente los Mortífagos y el mismo Voldemort lo perseguiría una vez que se mostrara, terminó por desechar la idea.
Harry deambuló encima de su escoba derrotando todos los enemigos que encontraba. Recorriendo las primeras calles del pueblo, alcanzó a cubrir con un escudo a una chica que iba a su lado, para después matar con el encantamiento excavador al Mortífago que intentó hacerla estallar. Un agujero se abrió en el vientre del hombre, quien rogó por su vida, y luego cayó. Harry se aseguró de que la muchacha no tuviera ninguna herida para entonces cambiar de rumbo.
La estatua de sus padres y él estaba totalmente destrozada, aunque el daño fue hecho años atrás y ya no le causaba lo mismo que causó en aquel entonces. En su lugar, había una de Voldemort con varias cabezas de niños "sangre sucia" bajo sus pies. Harry se sintió asqueado ante la visión, y una parte de su cerebro agradeció que Hermione no estuviera allí. Era extraño que ni Ron ni ella lo estuvieran acompañando, siempre habían sido un equipo, así pudieron sobrevivir- así Harry pudo sobrevivir múltiples veces. Pero Hermione aún no se recuperaba de la conmoción de Grimmauld Place, y Ron le hizo jurar que no iría al Valle de Godric esa noche. Su amigo se sentía culpable por no estar ahí cuando los Mortífagos la atacaron, y trataba de evitar que fuera herida de nuevo. Hermione aceptó. Ambos le desearon suerte a Harry, y le pidieron que en caso de verdaderamente necesitarlos, calentara la moneda, incluso cuando Ron no era útil al no estar acostumbrado a moverse con su pierna de madera. Harry verdaderamente esperaba no necesitar su ayuda.
No tenía planeado bajarse de la escoba a menos que fuera obligado, pero a sus pies veía cómo se estaba desarrollando la mayor parte de la batalla y decidió que, quizás, era lo más práctico. Comenzó a descender lentamente, sin perder la visión periférica de lo que estaba sucediendo.
Y justo cuando iba a dar la orden de que los demás también bajaran y pelearan desde el suelo, un estruendo lo alertó.
Harry miró hacia el costado. Apenas pudo articular un sonido de advertencia, cuando la iglesia del pueblo se derrumbó de golpe.
La gente gritó. El polvo se expandió en el pueblo. Se perdieron las vidas de quienes peleaban en los terrenos. Aldeanos. Gente inocente.
Y, metros más allá, donde antes estaba ubicado el hogar de los Potter,
los escombros prendían en llamas.
•••
No pasó mucho tiempo desde que Draco dejó la base, hasta que fue llamado a través de la Marca, debido a que necesitaban refuerzos.
Los Mortífagos estaban ubicados al norte del Valle de Godric y entraban al pueblo por allí, donde acordaban qué lugares iban a incendiar. Se ponían bajo encantamientos desilusionadores que los camuflaba con el paisaje –incorporando de esa forma el mismo truco que la Orden había estado usando, obligándolos a conjurar "Homenum Revelio" sin parar– y así distraían a los enemigos, e incluso, a algunos les terminaba costando la vida.
—Ten.
Draco apenas reaccionó cuando entre sus brazos fue depositada una granada. Desde hacía bastante tiempo que no veía una, ya que se había vuelto algo obsoleta después de que él creara el hechizo que imitaba los efectos de la explosión. La bomba de la Negris Mortem brilló en su mano un segundo, antes de que él viera quién se la había entregado.
Maia lo observaba con una ceja arriba.
Durante esos años, la mujer se había posicionado como una suboficial en armas, siendo subordinada del Señor Tenebroso, pero aún así más poderosa que la mayoría de la población. Estando, quizás, un escalón debajo del Nobilium al también ser una Electis. Se decía que Maia era la mano derecha de Voldemort, así como se decía que Draco lo era, o como se decía que Bellatrix también cuando estaba viva. Pero cualquier persona con dos dedos de frente sabía la verdad.
El Lord no tenía mano derecha.
—Nunca he usado una de estas —le dijo Draco finalmente, porque era verdad. Cuando replicó sus efectos nunca activó alguna, era demasiado peligroso; iba especialmente al Ministerio a que otros lo hicieran.
Maia se la quitó entonces, dando un resoplido.
—Bonito e inteligente y aún así sigues siendo inútil. Encárgate de las casas de la calle Church Lane, ¿quieres?
Y con eso, la mujer desapareció.
Draco se quedó viendo el punto donde había estado, antes de hacerse invisible él también. Mirando rápidamente el paisaje no era difícil adivinar el plan: querían destruir el pueblo para que la Resistencia se destruyera con él. Y Draco debía prender fuego a los hogares que Maia le había ordenado.
Apretando los dientes, tomó una de las escobas apiladas en el escondite desde donde estaban saliendo y se montó en ella, ignorando los gritos desenfrenados de las personas. Cómo a cada rato oía escombros caer y veía los cadáveres regados por el suelo. Gente apareciendo y desapareciendo de la nada, e incluso Mortífagos huyendo con trasladores.
Draco se acercó a la calle de Church Lane volando, y tras esperar que la última mujer abandonara su casa en medio de sollozos, apuntó su varita a la pequeña choza y gritó:
—¡Incendio!
La casa comenzó a arder.
Y con ella, otras cinco más.
•••
Harry podía distinguir más o menos quiénes eran Mortífagos y quiénes no. No era problema identificar a la gente de la Orden, pues todos utilizaban máscaras. Pero los Mortífagos peleaban a rostros descubiertos ahora que no tenían de qué ocultarse. La cuestión era, que la gente que se encontraba alojada en la Resistencia, también luchaba sin máscaras.
Oía a McGonagall a la lejanía decir que por favor se llevaran a los heridos y rescataran a los refugiados de la base que no peleaban. También, que no dejasen a ningún Mortífago pasar a la parte sur del pueblo, donde Harry intuyó, estaban los sanadores. Y donde era seguro Aparecerse fuera de las barreras que lo impedían.
La cicatriz de piedra se clavaba en su piel con cada movimiento, y era agotador observar cómo, sin importar qué diera el máximo esfuerzo en sus condiciones, sin importar qué hiciera, Harry no podía salvarlos a todos. A esa gente. Cada vez que lograba cubrir a alguien, otras personas morían a su costado. Harry continuaba peleando, develando Mortífagos, cortándolos a la mitad y tratando de salvar a la mayoría de civiles que podía, pero eso era todo, eso era todo lo que podía hacer.
Porque el Valle de Godric se estaba quemando, y de acá al cabo de una media hora, dudaba que quedara una vivienda en pie.
Sin importar que trataran de controlar los incendios.
Harry sintió cómo un maleficio le daba en un costado de la cabeza, y sin pensarlo, se llevó una mano ahí. Descubrió que la mitad de su oreja había sido cercenada y que ahora colgaba hacia abajo. El tejido resbalaba lentamente, y no dolía demasiado, no para hacer un escándalo. Sus dedos se cubrieron de sangre. Lo curó casi sin pensar con el primer hechizo que se le vino a la mente, y sintió cómo volvía a su lugar, pero parecía ser temporal. Una solución que no iba a durar demasiado.
Harry siguió con su mirada desde donde había venido el Diffindo y sin vacilar, conjuró su maldición estrella en dirección a tres Mortífagos. No lo vieron venir. Observó con placer cómo los hombres caían muertos mientras se asfixiaban. Agarraban sus gargantas. Lloraban. Harry sonrió.
Entonces, sintió cómo algo le rozaba la mejilla.
Comprendió que había más Mortífagos a su alrededor ocultos tras hechizos desilusionadores.
Cuando conjuró un Homenum Revelio no verbal, Harry logró ver como dos Mortífagos estaban frente a él, a un lado del cementerio del pueblo. Uno de ellos se encontraba estático, como si no pudiera creer lo que sus ojos veían. Su mirada estaba clavada en el cadáver del hombre que Harry había matado. El otro, tenía su varita en alto con una expresión retadora.
Aquel, era Draco Malfoy.
•••
Draco se había concentrado solamente en incendiar casas, y dejar los conflictos para el resto. Lamentablemente, sabía que tarde o temprano quedaría envuelto en una pelea, y tendría que herir gente. Así que no protestó demasiado cuando alguien por poco lo hizo perder un brazo.
Draco se vio en medio de mares de sangre, cadáveres y fuego. Los hechizos iban y venían. Algunos trataban de apagar las monstruosas llamas. Los gritos no hacían más que ir en aumento. La Orden y los Mortífagos atacaban desde el cielo, desde la tierra, desde todas las direcciones. Y a través de la oscuridad y la luz que proyectaba el fuego, era probable que gente del mismo bando se hubieran matado entre ellos.
Draco se concentró en derribar todas las casas de Church Lane, avanzando por la calle mientras evitaba la batalla. No le costó mucho llegar al punto en el que el pasaje acababa, donde la iglesia estaba hecha añicos. Había gente que hasta trataba de prender fuego a las tumbas que habían detrás. A restos inservibles.
Él los habría ignorado, si no fuera porque Maia acababa de divisarlo y tenía que actuar de forma no-sospechosa. Además, ya no quedaba mucho por hacer. Todo el pueblo debía estar quemándose para ese punto. Era mejor que lo vieran yendo a ayudar a su bando: a unos Mortífagos que, en ese instante, estaban envueltos en una lucha.
Luego de asegurarse que Maia y otros lo vieran dirigirse al cementerio, Draco se puso un hechizo desilusionador encima. Su cuerpo comenzaba a experimentar malestar físico al sentir distintas magias flotando en el aire, muchas bastante poderosas. Siempre era lo mismo en combate, sólo que ahora se sentía peor. Su piel picaba, su interior parecía sofocado, sus pulmones se apretaban más con cada respiración.
Pero no importaba, porque todo estaba acabando ya.
A medida que volaba en dirección al cementerio, honestamente, lo único que Draco planeaba hacer era tratar de proteger a esos Mortífagos idiotas. Estaban tardando tanto en derrotar a un solo Rebelde que les impedía incendiar las tumbas. Era risible. Una vez que los ayudara, o que el Rebelde huyera, Draco se marcharía.
Excepto que mientras Draco aterrizaba con la varita en alto, fue que lo vio.
El reconocimiento llegó en décimas de segundos, antes de que el Rebelde hiciera un giro con su varita y apuntase a los Mortífagos frente a él, matándolos al instante. Draco reconoció al asesino. Al responsable de cientos de muertes de los Mortífagos durante esos ocho años, cada vez que los Rebeldes atacaban el mundo mágico. La persona que infundía terror y respeto entre los suyos porque sabían de lo que era capaz cuando aparecía en las luchas.
La Muerte Negra.
Draco levantó su varita, dispuesto a… ¿herirlo, suponía? Era extraño, pensar que meses atrás no habría dudado en capturarlo, pero en ese momento no tenía idea qué tan perjudicial sería aquello para la Orden.
No por primera vez se preguntó quién estaría detrás de esa máscara, quién fue capaz de aprender cómo conjurar uno de sus hechizos más complicados solamente observando. Sólo gracias a verlo ser usado en batalla.
Y es que tuvo que haberlo adivinado.
Justo en ese momento, fue que Draco y otro hombre más quedaron a su merced, siendo develados. El hechizo desilusionador fue retirado de sus hombros.
La Muerte Negra los miró.
Y él supo que no podía seguir su plan original.
Bien, pelearía, entonces.
El hombre a su lado cayó muerto apenas un segundo después, desangrándose mientras bubones negros salían de su cara. Draco alcanzó a esquivar un hechizo que se dirigía hacia él agachándose, mientras la Muerte Negra retrocedía. Conjuró una maldición en su dirección que lo haría vomitar, nada grave. Aún así no le dio. Draco continuó expulsando hechizos que planeaban quebrar el escudo que la Muerte Negra había conjurado.
—Malfoy… —oyó decir, aunque no estaba seguro de dónde había venido la fuente del sonido. Tal vez fue su imaginación.
A Draco no le importó, no en ese momento, si alguien veía que paraba podría ser acusado de traición o manchado con sospecha. Draco giró la varita, acertando en el muslo de su contrincante, y sonriendo inconscientemente cuando el Diffindo cortó algo de la piel.
—¡Malfoy!
Una vez más, Draco no hizo caso, continuó disparando a diestra y siniestra maldiciones en contra de la Muerte Negra. No eran mortales, ni de cerca, pero lo herirían y le darían tiempo para escapar. O prevenir que lo matara a él.
Y entonces, cuando estuvo más cerca, cuando estaba seguro de que el escudo del hombre se deshizo y Draco estaba listo para dejarlo inconsciente, fue que lo escuchó. Fuerte y claro.
—¡Draco!
Draco paró sus movimientos.
Era una voz distante, extraña, y aún así familiar. Quizás lo extraño era ese nombre saliendo de sus labios, en realidad. Nunca había pasado, y sinceramente, él esperaba que nunca pasara.
Pero ahí estaba, y Potter acababa de llamarlo por su nombre.
Por un momento, Draco creyó que había sido su imaginación, o que Potter estaba en algún otro lugar, cerca, gritándole. Pero luego de ver cómo la Muerte Negra dejaba de luchar también, y bajaba un poco su capucha para que pudiera ver un oscuro cabello en todas las direcciones; luego de que un ligero fulgor hiciera notar que lo que tenía entre sus manos era una varita de espino, y luego de que su contextura se hiciera reconocible, fue que Draco lo supo.
Potter era la Muerte Negra.
Por lo que pareció un minuto, no hicieron más que mirarse el uno al otro. Draco asimilando en su mente que Potter, Potter, era el responsable de decenas de masacres. Ya lo había visto matar, por supuesto. Ya había asumido que Potter había quitado la vida a otras personas. Él mismo lo admitió. Sólo que… cuando Draco recién llevaba unos pocos años en el Nobilium, aprendiendo a dejar de pensar y preocuparse por las cosas atroces que hacía, la Muerte Negra ya había matado a más de cincuenta Mortífagos y aliados de Voldemort.
Uno de los asesinos más buscados de los Rebeldes, uno al que nunca se le había visto la cara, era también Harry Potter.
Harry Potter, quien parecía el rey de la moralidad.
Draco dio un paso atrás, tratando de concentrarse y asegurarse de que sí era él. Tratando de sentir su magia. Pero eran tantas las fluctuaciones de poder en ese momento que a pesar de que Potter era poderoso, sus sentidos se encontraban abrumados por otras energías. Sin embargo, había escuchado su voz, era Potter quien lo había llamado por su nombre. No podía negarse eso a sí mismo.
—¿Potter-?
Antes de que Draco pudiera terminar esa oración, antes de que agregara nada, Potter agarró su escoba y se montó en ella, desapareciendo de su vista. Rápido. Todo se movía demasiado rápido.
Él no perdió el tiempo. Por mucho que quisiera quedarse quieto para tratar de descubrir qué le hacía sentir toda esa revelación, Draco se marchó también. Intentó concentrarse de nuevo en la pelea, olvidar ese cabello negro. Esa revelación. Voló en dirección opuesta, viendo qué más podía hacer. El corazón le latía con fuerza.
Subido en su escoba y viendo todo el panorama, existían sólo algunos sitios del Valle de Godric que no estaban incendiados ya. Aún así, todavía quedaban personas luchando. Y si antes habían decenas de cadáveres, para ese punto, debían sobrepasar los cien. Mucha sangre. Olor a muerte, a personas rostizadas. Heridas también. En el suelo, gritando. Gente partida a la mitad que aún vivía, arrastrándose por el piso con la esperanza de que alguien los ayudase.
A Draco, a pesar de que hacía años pocas cosas le daban lástima, no podía evitar que algunas situaciones le revolvieran el estómago, y esa era una de ellas. Los gritos de la gente eran tan devastadores que quiso taparse los oídos, sabiendo que de todas formas los escucharía. A sus pies vio algunos hombres corriendo, completamente en llamas. Una chica caminaba cojeando mientras las capas de su piel caían con cada paso, derritiéndose. Un joven llevaba a un bebé decapitado en sus manos rogando ayuda. Draco cerró momentáneamente los ojos.
Además de las pérdidas humanas, ¿qué consecuencias iba a traer para la Orden la pérdida de esta Resistencia? ¿Cómo los haría ver al resto del mundo mágico?
Apretando los dientes, se dirigió al centro del pueblo, donde estaba la estatua del Señor Tenebroso y donde se concentraba el ápice de la pelea. Todo estaba terminando, él lo sentía, cada vez quedaban menos personas en el lugar, y los miembros de la Orden se estaban diezmando. Si no huían iban a terminar todos muertos.
Justo en el momento en que Draco se iba a poner invisible de nuevo, todavía a unos metros de la plaza en donde planeaba destruir lo poco que quedaba en pie, vio cómo un Mortífago enfrente era botado de la escoba. Recién ahí se dio cuenta de que el hombre seguramente había estado bajo un hechizo desilusionador que terminó repentinamente, porque fue alcanzado por la Maldición Mortal. Sus ojos se dirigieron hacia abajo, dispuesto a protegerse de quienquiera que fuese el asesino. Pero no vio a nadie allí con una varita tratando de darle, ni mucho menos.
Lo que vio fue un cuerpo rodando entre muchos otros, de pelo rojo y expresión de dolor.
Era George Weasley.
George Weasley estaba a punto de morir.
—Mierda.
Draco ni siquiera lo pensó. Quizás tenía que ver con su Juramento Inquebrantable que lo impulsaba a hacer cosas para beneficiar a la Orden, o con que tenía claro la gran desventaja que sería perder al gemelo del clan Weasley. Por Potter, obviamente. Casi lo había destruido que Ron Weasley hubiese sido amputado, y además su novia la comadrejita fue asesinada años atrás. ¿Qué pasaría si Potter perdía a otro de los suyos? Draco sabía que dejar morir a George Weasley sólo porque no le importaba, traería más desventajas que beneficios.
Se hizo invisible al final, y llegó al cuerpo del pelirrojo, quien se había rendido y simplemente estaba acostado mirando hacia el cielo. Se encontraba pálido, sudoroso, y su estómago había sido cortado verticalmente. Weasley se afirmaba la piel para evitar desangrarse por completo, y para evitar que sus intestinos salieran más de lo que ya lo hacían. Draco murmuró un hechizo que sellaría el corte por el momento, pero que no ayudaría a curar heridas internas, las cuales probablemente terminarían acabando con su vida.
Llevó las manos al vientre de Weasley, sintiendo cómo este se removía lejos de su tacto, mirando de un lado a otro al no poder ver quién lo estaba tocando. Pero, al sentir cómo las manos de Draco simplemente se encargaban de tocar la zona con suavidad –la cual estaba dura e hinchada, probablemente indicando una hemorragia interna– el hombre se dejó, suponiendo que, quizás, era alguien de su bando que lo ayudaría.
Hasta que Draco tuvo que preguntar dónde podía llevarlo.
—Necesito que me digas en qué lugar están los medimagos de la Orden.
George Weasley abrió los ojos entonces, y su mirada destiló puro odio. Trató de moverse lejos del agarre de Draco, pero estaba demasiado débil y había perdido demasiada sangre como para permitirse alejarse de él. Incluso su expresión se encontraba mareada, sus párpados revoloteando.
—Jódete, Malfoy —le dijo, reconociendo su voz. Draco suponía que lo había escuchado en algún momento que fue a la base—. Mortífago de mierda… Asqueroso… deja de tocarme.
Draco rodó los ojos, mordiéndose la lengua para no ponerse a insultar a los Weasley y su falta de cerebro. De verdad, ¿cómo no podía entender que diciéndole eso, sólo lo dejaría morir? Bueno, si Draco fuera otra persona y no considerara los riesgos de hacerlo.
—Sí, sí, me puedo ir a la mierda y todo eso. Ahora dime dónde puedo llevarte.
Weasley tosió, haciendo que un poco de sangre se resbalara por su barbilla. Draco vio por el rabillo del ojo cómo una cabeza aterrizaba contra el suelo unos pasos más allá. Se concentró en el hombre en vez del terrible panorama a su alrededor.
—No sé qué pensaba Harry… —dijo, tomando un gran respiro—. Pero eres… la peor… escoria-
Otra ronda de tosidos interrumpió su discurso y Draco reprimió un ruido exasperado. Sabía que se había ganado a pulso el odio que muchas personas le profesaban, y no le importaba. Y aunque entendía por qué los Weasley lo detestaban tanto, él no había causado la muerte de la comadrejita, ni siquiera era parte del Nobilium en esa época según lo que Theo le había contado; estaba preso en su propia casa. Mucho menos había provocado la muerte del gemelo de este. Quizás era debido a que Draco era un Mortífago, quienes eran la causa de toda la mierda que azotaba a la sociedad, y, bueno, Draco había elegido orgullosamente formar parte de ellos, pero aún así-
—¿Sabes qué? Cállate —le dijo fríamente, sabiendo que si no, Weasley empeoraría—. Y no te muevas, por el jodido Merlín.
Draco no esperó una respuesta, simplemente se aferró a un brazo del pelirrojo, quien por una vez no peleó, y mientras se levantaba, lo levitó y lo hizo invisible también. Entonces, miró a su alrededor.
A pesar de que Draco creía que la batalla ya estaba llegando a su fin, el caos aún no cesaba. Oyó la risa de Maia a la distancia y vio cómo otra estructura caía de nuevo. Draco miró al cielo. Algunas personas de la Orden continuaban luchando, aunque la mayoría parecía darse cuenta de que no quedaba mucho por lo que luchar, excepto para rescatar a los sobrevivientes.
Alguien pasó entre los cuerpos, a unos metros de donde él estaba, y Draco pudo inferir gracias a la capucha hacia atrás, y lo brillante que su cabello rojo lucía bajo las llamas, que era un Weasley. Se acercó cautelosamente, con cuidado de no agitar mucho al hombre que levitaba, y llegó hasta él.
Cuando Draco puso una mano bruscamente en el hombro del Weasley y este elevó su varita, deshizo el hechizo desilusionador que cubría a ambos; aunque se aseguró en renovar el suyo de inmediato para que nadie lo viera. Los ojos del Weasley tras la máscara miraron hacia arriba entonces, y Draco no supo identificar qué expresión tenía, pero tomó control de la situación de inmediato. Apuntó con su varita a George y lo alejó de allí.
No se dijeron nada, pero Draco no lo encontró necesario. Él por su parte dio media vuelta, se subió a su escoba, y continuó la pelea.
•••
El humo en el aire ya se estaba haciendo sofocante, y Harry había ordenado conjurar un casco burbuja a los que quedaban, tanto para las granadas de la Muerte Negra que aún tiraban de vez en cuando, como para no respirar el aire gris que rodeaba el pueblo.
Sin embargo, eso no quería decir que los ayudaba a ver mejor. A él, sobre todo.
Los Mortífagos siempre los habían superado en número, eso era indiscutible. Pero, considerando que el objetivo de esa misión no era matarlos ni detenerlos, sino salvar a la gente herida y rescatar a los que antes habitaban el pueblo y la Resistencia, cada vez quedaban menos y menos personas que peleaban para la Orden. La desventaja era aún mayor.
Y Harry todavía no podía marcharse.
Kingsley pidió la retirada tiempo atrás. Sin embargo, a Harry le era imposible ignorar que todavía quedaba gente en escoba o en el suelo. Peleando, siendo atrapada entre Mortífagos o quemada viva. Sin contar a los heridos que Harry observaba entre pilas y pilas de cadáveres. Y eran tantos, tantos, tantos, que se sentía incapaz de alcanzarlos a todos. De salvarlos a todos. Mirara donde mirara parecía que el infierno había bajado a la tierra y los estuviera esperando para condenarlos.
Harry no tenía tiempo de pensar, ni procesar, todas las cosas que había visto ese día. No había tenido tiempo de procesar qué consecuencias traería aquel ataque, o lo que había sucedido con Malfoy. Ni siquiera se había preocupado de mirar si entre los cadáveres o heridos había algún conocido o algún amigo. Si había perdido a otra parte de su familia. Y quizás estaba mejor así. Quizás era mejor así.
En el momento en que asesinaba a otro Mortífago que venía de la derecha, y que quería matar a un chico –chico, de no más de quince–, Harry oyó cómo algo caía.
Y los Mortífagos rompían en festejos.
Se detuvo un momento, alzando su escoba para ver de más, más arriba, y encontrando así cómo no quedaba ni una sola casa en pie, cómo esos hijos de puta se habían encargado de destruir todo lo que había allí. El pueblo donde se crió Dumbledore. El pueblo donde su madre y su padre dieron su vida. El pueblo donde una vez él derrotó a Voldemort.
Y lo haría de nuevo.
Era una promesa.
Harry se sintió hervir, estudiando bajo él la masacre en que se convirtió el Valle de Godric. Ni siquiera durante el secuestro de Rookwood había sucedido eso. Era terrible.
Y a una parte de su cerebro no le importó el bando de quienes murieron.
No le importó que quizás la mitad de esos cadáveres se trataran de Mortífagos, de Purificadores. De enemigos. Seguían siendo personas, y estaban todas muertas.
Eso era lo único que ese mundo traería. Muerte y destrucción.
Harry se agachó en su escoba, descendiendo unos metros. La piedra de su espalda pesaba el doble.
Pelearía hasta que ya no pudiera más.
•••
Draco por poco cayó de bruces al suelo cuando algo lo golpeó en el hombro y lo hizo soltar un jadeo.
Su cuerpo entero se quejó, haciéndose consciente de cómo repentinamente el hueso de su hombro se había separado de la espalda, y su brazo quedó laxo, inservible. No tenía idea qué carajos lo había impactado, pero sí sabía que mínimo, aquello era una fractura.
Draco apretó los dientes, sin recordar ningún hechizo que lo ayudara con huesos rotos. Algún rincón de su mente registró que no sólo debía practicar batalla cuerpo a cuerpo, sino que aprender algunos conjuros de sanación no le haría nada mal. Bueno, si salía vivo de allí.
Tomó su brazo con fuerza, sin dejar que el grito de dolor abandonara su garganta, y continuó maldiciendo, aunque no sabía qué tanto más quedaba por hacer. La batalla estaba muriendo al fin, tal como él esperaba que sucediera.
De todas maneras,
ahí fue que lo vio.
Casi como si lo hubiese llamado.
En medio del caos y el desastre de minutos atrás, era incapaz. Era demasiado para que Draco siquiera hubiese pensado en él. Pero ahora que se encontraba más calmado, ahora que podía dilucidar mejor qué estaba sucediendo a su alrededor y ver más allá de la bruma de la pelea- fue capaz de observar la mancha negra que navegaba entre el humo y los cuerpos.
Era el único mago del que se tenía conocimiento, al menos en Europa, capaz de volar sin escoba. Sólo Severus Snape aprendió a imitarlo.
El Señor Tenebroso se movía entre las tinieblas con maestría.
Draco observó, no sin impresión, cómo cada vez que se acercaba a alguien este caía muerto. El Señor Tenebroso ni siquiera se detenía a luchar, simplemente pasaba a un lado de ellos y al cabo de una fracción de segundo, la persona terminaba sin vida, cayendo metros y metros en el aire.
Draco podía sentir su magia también, ahora que se detenía y prestaba atención, solamente con el latido de su corazón retumbando en sus oídos y el dolor punzante de su hombro siendo sus distracciones. La magia oscura de Voldemort danzaba en el aire, lo acompañaba y estaba sedienta. Sedienta de venganza.
Y Draco simplemente supo que buscaba a Potter.
Una pequeña parte de sí, una que no admitiría jamás y a la que no le prestó atención, pidió en ese instante que por favor no lo encontrara. Que Potter y la Orden lograran huir antes de que Voldemort pudiera capturarlo.
Pero como siempre, sus deseos no fueron escuchados.
Draco vio a Potter a no mucha distancia de él, batiéndose contra cinco Mortífagos. Cinco putos Mortífagos. La forma maestra en la que se protegía y hacía caer a tres no justificaba lo arriesgado que era eso. O por qué parecía ser el único que quedaba en pie. No explicaba cómo es que parecía tan… despreocupado con su propia vida.
Así que Draco voló hacia él antes de poder meditarlo.
Todo sucedió muy rápido. Draco no tenía idea qué iba a hacer. Gritarle que se largara, suponía, comprarle unos segundos, retrasar a los Mortífagos. No sabía. El punto era ayudarlo.
Pero antes de que siquiera pudiera alcanzarlo, sus ojos chocaron con los de Potter, vívidos incluso tras la máscara, y alguien a su lado soltó un grito.
Sintió cómo el mundo se detuvo.
Y Draco apenas registró cómo un miembro de la Orden caía.
Un miembro que iba directo hacia él, dispuesto a matarlo, fue alcanzado por la Muerte Negra. Potter le había salvado la vida a costa de alguien más.
No tenía sentido. Aquello no tenía ni un mínimo de sentido. Potter, el Potter que él conocía jamás habría hecho algo como eso.
Cuando miró hacia el frente, completamente shockeado, y tomó consciencia de que Potter no sólo le había salvado la vida, sino que había herido- asesinado a uno de los suyos, Draco ya no lo encontró.
Los cadáveres de los cinco Mortífagos con los que peleaba se encontraban en el suelo.
Y luego, una poderosa corriente de magia vibró bajo sus pies.
•••
Poco después de matar a sus oponentes y salvar la vida de Draco Malfoy –de nuevo– Harry sintió cómo una fuerza descomunal lo hacía descender de su escoba.
El humo era espeso. Antes, lo único que lo hizo ver a Malfoy a la lejanía fue su cabello blanco que aún en la noche parecía brillar. Pero en ese momento, era claro que la persona que reclamaba su atención deseaba pelear con él con todas las desventajas posibles. Era claro también quién era esa persona que lo buscaba.
Harry rodó en el piso gracias al abrupto aterrizaje de su escoba y se paró de inmediato, levantando su varita.
Voldemort se materializó frente a él.
A su alrededor los gritos eran cada vez menores. Ambos parecían haber sido arrastrados a un círculo de polvo en el que solamente se veían el uno al otro. Harry apenas alcanzó a hacerse a un lado cuando una Maldición Mortal salió disparada de la varita de Voldemort. Sin embargo, parecía que Tom esperaba que Harry la esquivara.
Sin duda había cambiado en esos años, y Harry simplemente no lo había notado gracias a que no lo tuvo jamás así de cerca. Sus dientes eran una fila de cuchillas y sus ojos eran de todo menos humanos. Harry soltó un escalofrío al verlo mientras conjuraba un Diffindo en su dirección. Sabía que no lo mataría, no había forma mientras no encontraran a Nagini, pero le gustaría ver cómo Voldemort se las arreglaba para volver a juntar la cabeza con su cuerpo.
Aquel enfrentamiento fue distinto a los demás. De adolescente, Harry recordaba que el hombre se desgastaba en hablar, en explicarle sus deseos de venganza y en burlarse de él, haciendo todo un teatro. En ese momento, era claro que Voldemort lo único que buscaba era mantener su poder, expandirlo. Un poder que tanto trabajo le había costado y que según una profecía que ni siquiera había escuchado, sólo Harry podía quitarle.
Voldemort blandió su varita otra vez, y Harry conjuró un escudo al notar que la luz que salía de esta- no era verde.
El hombre parecía estar observándolo, más que atacando sin pensar y cegado de rabia. Harry se preguntó por qué. Su corazón latía con fuerza. Había esperado ese momento por años.
¿Qué querría? ¿Capturarlo, y matarlo frente a todos, como hizo con el chico desconocido tiempo atrás? Bueno, ahora protegía su cabello con encantamientos en caso de que algún mechón quedara suelto por ahí cuando peleaba, por lo que Voldemort no podía replicar su truco sin tenerlo a él verdaderamente. Sin embargo, eso no explicaba por qué no lo mataba ahí y ya, y luego exponía su cadáver. O por qué no lo intentaba. Ese no parecía ser su objetivo.
¿Qué quería, entonces?
¿Qué planeaba?
Harry escuchó un grito a lo lejos y volvió a atacar a Voldemort, quien agitó la mano e hizo rebotar el conjuro en su dirección, haciendo que una leve cortada apareciera en su propia mejilla. Le habría gustado que fuera mortal, Harry disfrutaría mucho más el duelo.
Para ese punto, Tom empezaba a cansarse de juegos y lo maldijo en serio.
Harry lo maldijo de vuelta.
Cómo odiaba a este cabrón.
Sus varitas, tal como había sucedido con las que tenían núcleo de pluma de fénix, se conectaron instantáneamente. Aunque esta vez, Harry sabía que tenía que ver con que la Varita de Saúco le correspondía a él. La ira estaba fluyendo con fuerza por sus venas. Quería matarlo. Quería haber sido capaz de matarlo.
Quiero quitarle los dientes, uno por uno. Quiero darlo de comer a las criaturas. Quiero dejarlo vivo mientras le corto cada dedo. Quiero que se coma sus propios ojos. Quiero derretir su piel.
Quiero ser capaz de asesinar a este hijo de puta.
Los ojos de Voldemort se abrieron, sólo un poco, mientras las fuerzas de sus varitas se conectaban. Era como si no pudiera creer que la varita más poderosa del mundo fuera desafiada, pero aún así creyera salir exitoso.
De todas formas, daba igual.
Porque en medio del esfuerzo de Harry, su agitación, el sudor, el cansancio, los gritos, el olor a sangre y humo y fuego… En medio de todo eso, un estallido los hizo saltar a ambos.
Y Harry sólo tuvo medio segundo para escapar y protegerse, antes de que la bomba impactara en medio de los dos.
E hiciera explotar todo.
Todo. Todo. Todo.
•••
El sonido fue lo peor.
Draco se encontraba a bastantes metros de la pelea entre el Señor Tenebroso y Potter, antes de observar cómo alguien, alguien que no llevaba ni la máscara de la Orden, ni la túnica de Mortífago, ni la de Purificador, dejaba caer algo desde metros y metros del cielo.
El grito de advertencia que Draco quería soltar quedó atrapado en su garganta, antes de que la onda expansiva de lo que reconoció como una explosión lo alcanzara y lo hiciera volar por los aires. A él y al resto.
Su último pensamiento antes de quedar inconsciente, era que esperaba que Potter hubiese logrado escapar.
No, no sólo que lo esperaba.
Necesitaba que fuera así.
Draco recuperó la consciencia horas después, o lo que él creía que fueron horas. Cada centímetro de su cuerpo dolía, cada uno, y suponía que era una suerte encontrarse en medio de pilas de cadáveres que probablemente habían amortiguado la caída que la explosión provocó.
Aún así, aquello no ayudaba en absoluto a su brazo fracturado, y a la forma antinatural que su pierna estaba doblada y sangrando. Draco intentó sentarse, pero hasta eso dolía. Por unos asfixiantes segundos creyó que de esa forma tendría que vivir el resto de su vida.
O peor aún, que nadie iría a rescatarlo.
Entonces oyó pisadas.
Estaban entumecidas, mas Draco no sabía si era porque el mundo se sentía así, o porque sus orejas se encontraban sensibles gracias al estallido.
Intentó no mirar hacia abajo, pero podía sentir bajo su cuerpo los relieves de las personas muertas, su sangre manchaba la túnica que traía puesta. Un revoltijo de intestinos estaba a un lado de su cabeza, y debajo su pierna, descansaba la cabeza de una niña, con los ojos en dirección al cielo.
Draco quería gritar, pero su garganta dolía. Antes de que pudiera hacer o decir algo, incluso imaginariamente, una mujer se arrodilló a su lado, moviendo la boca, frenética.
Draco no entendió qué dijo, sólo la veía repetir y repetir cosas que a sus oídos no tenían sentido. Los ojos de la mujer se movían por todo su rostro, y cuando sus ojos fueron a parar en su pecho, justo donde llevaba su broche, ella suspiró con rabia, sacando la varita y ejecutando un hechizo en él.
Sólo entonces Draco reconoció su uniforme verde menta. Era una sanadora de San Mungo que llamada al lugar- o incluso que estaba allí por voluntad propia, ayudando a los heridos.
La mujer sacó unas pociones de un bolso que llevaba cruzado en el pecho y se las dio. Draco se sintió mejor casi al instante, y su cuerpo podía moverse de nuevo. El zumbido de las orejas no se iba, pero al menos el malestar de su cuerpo, en su mayor parte, desapareció. Aunque su hombro todavía parecía estar separado de su espalda.
Fue ahí que Draco recordó.
Recordó absolutamente todo lo que había pasado, y cerró los ojos. Pidiendo una vez más que Potter hubiera logrado huir.
—Joder…
Draco se sentó con ayuda de la medibruja, y dio un vistazo a su alrededor: la noche no se veía tan oscura, y la luz se estaba abriendo paso en el cielo. Pero no era natural: era un reflejo rojo que el fuego había dejado. El humo continuaba ahí, y todavía había estructuras ardiendo bajo las llamas que él y el resto de Mortífagos provocaron.
Habían logrado tumbar la Resistencia.
Draco observó ahora la sangre, observó a los Sanadores a su alrededor, a quienes las lágrimas les surcaban las mejillas, y quiénes probablemente no querían atender Mortífagos, pero estaban obligados a hacerlo. Draco observó también que no todas las víctimas eran Rebeldes. Que había Purificadores en masa tendidos inertes, siendo los menos experimentados en combate. Y pilas de Mortífagos también.
Sí, Voldemort logró su objetivo. Tumbaron la Resistencia.
Draco dejó salir un suspiro.
¿Y a costa de qué?
