Theo demoró dieciséis días en salir de San Mungo. La Orden demoró veintitrés en recuperarse.
Nadie podía entrar al hospital, no a menos que estuvieran autorizados, y a pesar de que Draco podía ver que eso en un futuro traería problemas, de momento no tenía intenciones de quebrar la paz de los sanadores. Así que durante los días que Theo se encontró internado allí, Draco se comunicó con ellos sólo a través de la Red Flú, asegurándose de que estuviera fuera de peligro.
Pasó su cumpleaños número veintiséis completamente solo, tratando de olvidar que hubo un tiempo en el que el Salón Principal se adornaba de todos los colores para festejar su venida al mundo. Tratando de olvidar que, durante algunos años, se celebraban grandes rituales y ceremonias en su honor. Que su madre le daba cada regalo que pedía, y su padre, por única vez en lo que parecían siglos, lo miraba con orgullo.
No tenía nada de eso ahora.
Había tenido que aprender a vivir con ello.
Draco volvió a beberse otra botella de Whisky del arsenal de Lucius esa noche, pero esta vez no hubo nadie que lo acompañara. Los siguientes días pasaron en un borrón, y cuando finalmente le permitieron ir a buscar a Theo a San Mungo, Draco casi soltó un suspiro de alivio al verlo.
Envuelto en túnicas y con su cabello rapado, (seguramente por las quemaduras del cráneo que la bomba ocasionó), Theo parecía de todo menos el Mortífago intimidante que se suponía que era. Pequeño, frágil, asustado. Pero lo importante no era eso, lo importante era la evolución de sus quemaduras. Lo que más temía Draco, desde el día que lo reconoció luego de la batalla, era que las cicatrices nunca se fueran, que Theo quedara irreconocible. Eso lo terminaría matando, Draco lo conocía. No había forma de que viviera teniendo la cara así de desfigurada.
Afortunadamente, la única secuela visible que quedó fue una cicatriz que empezaba en la mitad de su mejilla izquierda, tomaba parte del labio, y se extinguía justo encima de su manzana de Adán. Rosada, recién hecha, con injertos de piel de otras zonas de su cuerpo. Eso era. Eso era todo. Y Draco no podía estar más agradecido.
Theo no pidió ir a su casa; él, por su parte, tampoco pensó en sugerirselo. No creía que fuera ideal estar solo en una mansión para alguien que estaba recién saliendo de una recuperación por quemaduras graves, mucho menos en la Mansión Nott. Por lo que Draco le preparó una habitación en la suya, y Theo se quedó allí hasta casi dos semanas más.
No se dijeron nada demasiado importante, prácticamente no hablaban en realidad, aunque tampoco lo necesitaban. Si antes Theo era callado, la explosión sólo acrecentó ese rasgo en él. Y Draco no preguntó.
No preguntó cómo fue ser alcanzado por la bomba. No preguntó cuánto dolió. No preguntó qué tal fue la experiencia en San Mungo, o qué pensaba de los resultados que su sanación dio. Draco simplemente le dio lo que necesitaba, lo acompañó a los lugares que pedía, permitió que Pansy lo visitara, y se quedó con él cada vez que tenía pesadillas; incluso cuando se suponía que no debía tener, debido a la poción para no soñar. Draco se sentaba a su lado, esperando que la respiración de Theo se nivelara, hablándole de su día o de sus aventuras de niños, para así poder regresar a dormir él mismo. Theo nunca contestaba.
Realmente la única persona que lo había hecho hablar, la única persona que lo había hecho sonreír- era Luna Lovegood.
Draco lo llevó a la base a petición de Theo, quien estaba desesperado por verla y hablar con ella apenas dos días después de salir de San Mungo. Había soñado que la bomba la alcanzaba también. Draco lo Apareció durante la madrugada, y envió un conciso Patronus a Potter para que los dejara entrar: Theo. Luna. Crisis.
No mucho tiempo después los cuatro se encontraban en la zona común del jardín, superando el laberinto. El mismo lugar donde Draco había despertado dieciocho días atrás, porque alguien estaba regañando a Potter por dormir en medio del patio.
Durante un momento, cuando Draco y Theo aparecieron por la esquina de los arbustos, Luna y él no hicieron más que mirarse. Potter junto a Draco se encontraban a un lado, como meros espectadores. Como si ambos hubiesen desaparecido abruptamente de la escena.
Entonces, Theo dio un paso al frente.
—Luna…
Y el hechizo se rompió, y Luna Lovegood de pronto estaba entre sus brazos, corriendo para estamparse contra él.
Theo, débil y enfermo, la sostuvo como pudo, mientras la mujer enterraba la cara contra su pecho.
—Theo.
Draco y Potter intercambiaron una mirada, aunque ninguno de los dos se atrevió a moverse. Era incómodo, sí, pero Draco creía que sería más incómodo si caminaba hacia él y trataba de obviar la escena que estaba sucediendo frente a ellos.
Luna se separó de Theo, y lo afirmó de los brazos, como si ese sólo agarre permitiría que él no se cayera. Se miraron a los ojos, mientras Luna colocaba una mano encima de su mejilla herida. Theo dio un salto, arrugando la cara.
—¿Bien? —susurró Lovegood.
Theo cerró los ojos, sin apartarla.
—Lo estaré.
Draco quería apartar la mirada, verdaderamente quería, porque nada de eso- no le pertenecía. No era ni de él ni de Potter para presenciarla. Pero había algo hipnótico en la forma en la que Lovegood lo miraba: como si fuera la persona más importante de toda la tierra, incluso con esa cicatriz que quizás debería cambiar algo, pero no lo hacía. ¿Cuántos años llevaba enamorada de él, según lo que Theo le había contado? ¿Seis? ¿Siete? Draco no lo sabía, pero se notaba. Era una verdad innegable.
Luna se acercó, y depositó un beso en la mejilla sana de Theo, quien volvió a encogerse.
—Bien —le dijo ella, para luego girar la cabeza y darle otro beso, pero esta vez en la cicatriz—. Bien.
Theo no abrió los ojos y la abrazó, escondiendo la cara en su cuello, mientras ambos hablaban en voz baja y ocasionalmente reían. Hasta que él se calmó. Hasta que la sonrisa y la expresión suave volvió al rostro de Luna para quedarse.
Y Harry y Draco lo único que hicieron fue mirar, acercándose de forma inconsciente. Presenciando la escena el uno al lado del otro.
•••
Aquella no fue la primera vez que Draco fue a la Orden luego de haberse quedado dormido junto a Harry Potter.
No hablaron acerca de lo que pasó, no en detalle. Nunca. Tal vez ambos pensaban que no existía nada de lo que hablar. Pero, de todas formas, su relación había cambiado. Sucedieron demasiadas situaciones en un lapso de un par de horas: Potter salvándole la vida. Draco enterándose de que Potter, en realidad, era la Muerte Negra, alguien totalmente alejado de esta imagen de santidad y heroísmo que El-niño-que-vivió proyectaba. La conversación del jardín. Hablarle de Eric a alguien más… Draco no estaba seguro de qué significaba todo eso, pero una cosa tenía clara.
Él ya no lo odiaba.
Se preguntaba si en realidad alguna vez lo odió. En serio. Lo despreciaba, sí, no podía importarle menos que una mosca. Pero a diferencia de lo que sentía por Greyback, el Señor Tenebroso o los hijos de puta del Nobilium, la aversión dirigida a Potter se veía ensombrecida en comparación. No es como si le cayera bien o no lo considerara irritante, pero fuera como fuera, el desagrado y el asco que sentía a su alrededor no era el mismo. Definitivamente no lo era.
Así que cuando Draco, tres días después de que despertara a su lado regresó a la Orden, (convocado por Astoria por supuesto), aún estaba intentando racionalizar esas nuevas emociones, mientras rogaba no encontrarse con él. Sin embargo, uno de sus objetivos para ir, además de recuperar sus recuerdos, era hablar con Kingsley Shacklebolt sobre las máscaras y lo que los Mortífagos querían hacer con ellas. Sin contar que también debía entregar la información acerca de los gigantes como prometió. Visitar la base no era algo de lo que podía escapar.
Lo recibió su antigua profesora de vuelo, quien le indicó con expresión seria la oficina de Shacklebolt. Sinceramente le sorprendía un poco verla viva, no creía que duraría tanto. Aunque, obviamente, no se lo dijo. Draco la siguió sin decir una palabra, y cuando llegó a la puerta de Kingsley, la golpeó tres veces. Luego de escuchar un casi inaudible "pase" ingresó, encontrando la imagen de Shacklebolt detrás de docenas y docenas de papeles, con lentes de montura y una expresión grave. Los ojos del Auror subieron al oírlo entrar, y ambos compartieron una breve reverencia de saludo.
Entonces, Kingsley le pidió que tomara asiento con su mano sin prótesis. Draco obedeció, estirando la copia de los papeles que contenían la investigación en el escritorio. Kingsley los ignoró.
—¿Potter les ha contado acerca de las máscaras? —preguntó, yendo directo al grano. Habían pasado cinco días desde el Valle de Godric; seguramente debía saber algo.
Shacklebolt movió la cabeza de arriba hacia abajo, lenta y concienzudamente. Draco se aclaró la garganta para continuar hablando.
—Bien, durante esta semana les explicaré a los demás Mortífagos cómo infiltrarse —informó secamente—. Espero que tengan una idea para evitarlo.
—No te preocupes, es imposible que penetren la base.
Draco nada más alzó una ceja, sin comentar sobre lo audaz (o estúpido) que era al pensar algunas cosas como "imposibles". Kingsley por su parte se le quedó viendo un buen rato, al punto que llegó a incomodarlo. Como siempre, Shacklebolt no lo observaba de mala forma, o como si fuera un sujeto de estudio, con desconfianza. No. Shacklebolt lo miraba como si ya supiera quién era. No le gustaba.
Draco, cansado, hizo el ademán de levantarse para irse, pero la voz del hombre se lo impidió.
—¿Cómo estás?
Sintió cómo su cuerpo se tensaba, y su primer instinto fue espetarle algún comentario venenoso sobre cómo debía preocuparse de sus cientos de muertos en vez de él. Sin embargo, decidió tomar un respiro hondo. La duda no había sido malintencionada. Era una pregunta normal. Común y corriente.
Salvo que se le hacía tan extraña.
—¿Disculpa? —preguntó de vuelta.
—Has merodeado entre las filas de Tom, y has peleado para él tratando de beneficiar a la Orden, según tu Juramento, y también lo que he visto —respondió Shacklebolt, encogiéndose de hombros—. Eso debe ser agotador.
Draco, en ese instante, se encontraba sorprendido. Demasiado como para formar una mueca despectiva, o como para decirle que se metiera en sus propios asuntos.
Intentó recobrar el semblante.
—A ustedes verdaderamente no les importa eso. No finjas lo contrario, es patético.
—¿Al resto? Nah. Al resto no les importa una mierda cómo te estés sintiendo. Probablemente dirían que mientras más sufras, mejor —dijo Kingsley tajantemente—. Pero te estoy preguntando yo. A mí sí me interesa saber qué tan cansado está uno de nuestros espías.
Y de nuevo, Draco estaba sin palabras.
Más que por la pregunta en sí, era… era porque nadie más se lo había preguntado. No en serio. Quizás en… ¿Cuánto? ¿Años?, ¿meses? No lo sabía. Solo sabía que al menos allí, en esa mansión, a nadie le importaba, nadie se lo cuestionaba.
Excepto, al parecer, Kingsley Shacklebolt.
—He estado peor —decidió responder, lento.
El hombre tomó la pluma que había estado apoyada en el tintero y la apuntó con ella, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Asegúrate de descansar, Draco Malfoy. Tienes un papel muy importante aquí, a pesar de que probablemente no puedas verlo —sus palabras eran cortantes y precisas, sin ánimos de disfrazar la verdad—. Debo admitir que en un inicio no estaba complacido con tu llegada, pero Harry no se equivocaba. Eres útil. Eres muy útil. No te desgastes. Has hecho suficiente.
Draco abrió y cerró la boca.
Y luego la volvió a abrir.
Has hecho suficiente.
Draco sentía que nunca lo sería.
El resto del mundo estaba de acuerdo. Lo que había hecho era lo mínimo, comparado con todo lo que aportó para el gobierno del terror de Voldemort. Nunca sería suficiente para pagar, para enmendar, para ayudar.
El bien nunca igualaría lo catastrófico que fue el mal.
Y ahí estaba él, diciéndole que era suficiente.
No sabía qué decir. Y de saberlo, tampoco pensaba que podría hablar. Así que se limitó a asentir.
Kingsely Shacklebolt esbozó una sonrisa. Pequeña, pero que estaba allí.
—Me gustaría que hablar con Harry fuese así de fácil —dijo él en tono de broma. Draco no respondió, lo observó un minuto entero antes de levantarse, alisando su traje.
—Debo irme.
—Recuerda lo que te he dicho —Shacklebolt aún lo apuntaba—. Y si necesitas algo, no sólo puedes hablar con Harry, ¿lo sabes? Minerva, yo, el Auror Robards... todos estamos aquí por la misma causa.
Draco sabía que no lo haría, no al menos con el tal Robards o McGonagall; nada bueno podría salir de eso. Aunque entendía que la motivación para decirle aquello, era que Draco dejara de sobrecargar a Harry. Cosa difícil, considerando que a pesar de que se llevaban muy mal, (aunque no sabía muy bien en qué posición estaban, luego del Valle de Godric), era la persona que más conocía de allí.
De todas maneras, consideraría buscar a Shacklebolt más seguido de ahora en adelante.
—Entendido.
Draco se levantó y caminó hacia la puerta. El hombre no hizo nada por detenerlo.
Una vez en el pasillo, Astoria ya se encontraba ahí, mirándolo con una sonrisa cansada. Su padre, según lo que Draco se había enterado, fue atacado con magia negra y no había despertado desde la Batalla; aunque lo más probable era que no fuese definitivo. Draco la miró, y a una parte de él le habría gustado preguntar, le habría gustado averiguar qué pensaba de todo esto y qué tanto le afectaba. Pero si era totalmente sincero… ya no sabía cómo.
Draco sentía que había perdido la habilidad de preocuparse por el resto. De preocuparse de verdad.
Así que Astoria y él caminaron en silencio hasta la sala en la que ella le había comunicado la inocencia de su propio padre. Según ella, de esa forma tendrían mayor comodidad en el intento de recuperación de sus recuerdos. Draco simplemente obedeció y avanzó por el pasillo intentando ignorar las miradas iracundas de los heridos que se clavaban en ambos. Gente que sabía que él era Astaroth, miembro del Nobilium, y Astoria era una sangre pura, hija de una de las familias más influyentes.
Una vez dentro del salón, Astoria le indicó con la barbilla donde tomar asiento, y una buena porción del tiempo ambos se dedicaron a relajarse. Draco la miraba, y no le resultaba difícil saber por qué Potter la había elegido- o bueno… algo así. Era una mujer hermosa de pies a cabeza. Quizás si Draco estuviese interesado en algo de eso, trataría de conquistarla. Pero tal como estaban las cosas, no creía que ni Astoria respondería bien a sus intentos, ni que él realmente lo quisiera.
Pasados varios minutos, Astoria se paró frente a él y lo tomó de la barbilla. Comunicó con lentitud cada cosa que haría en su mente, y cuando Draco asintió, dejándose relajar mientras trataba de no subir las barreras de Oclumancia de forma instintiva, Astoria ingresó a su cabeza.
El primer recuerdo que llegó al frente de su mente fue el de noches atrás: Potter siendo iluminado por la luz de las luciérnagas. No era extraño, considerando que lo primero que solía aparecer, era lo que menos deseaba uno que la otra persona viera.
Draco ignoró el bufido prácticamente imperceptible que Astoria soltó y comenzó a navegar por su cabeza, yéndose por la vertiente de las memorias más felices, y buscando espacios en blanco. Draco sabía que no encontraría mucho en ese camino.
Después de todo, eran contados sus recuerdos alegres.
Pocos minutos después, Astoria se movió hasta indagar la estructura de su mente. Draco sabía algo sobre el tema, y tenía entendido que todas las personas formaban diferentes construcciones. Según lo que Bellatrix le había dicho, su cabeza lucía como una biblioteca, aunque no tenía idea de cuánto había cambiado en los últimos diez años. Probablemente mucho.
En esa biblioteca de su mente, cada persona tenía un estante, y cada estante tenía momentos importantes e información acerca de ellas. O al menos así solía ser. Draco podía sentir a Astoria pasando por ellos, entre ellos… aunque quizás ya no eran estantes. Quizás ahora su mente lucía como un sitio abandonado. Draco se sentía así.
Tranquilo y seguro de que era poco probable que la mujer indagara demasiado, tal como había pasado antes, se dejó caer en la silla, esperando. Y, justo cuando Draco pensaba que Astoria iba a salir para intentarlo de nuevo, sintió cómo algo lo arrastraba. Abrupto. Cortante. Inesperado.
Y, de un segundo a otro, tanto Astoria como él fueron arrojados a un pozo sin fondo.
Ambos eran uno solo, y- Draco era otro Draco, ¿o no? No lo sabía. Sólo sabía que seguían cayendo, persiguiendo una luz que había al final y a la que ambos tenían miedo de llegar. Repentinamente, el espacio negro comenzó a girar y el mundo dio vueltas, expulsándolos hacia un recuerdo.
Un recuerdo, que sólo estaba compuesto de sensaciones.
Era todo demasiado confuso y angustiante. Ni Draco ni Astoria veían nada, sólo percibían. Se encontraban en un espacio cerrado, eso seguro, y había una persona. O dos. ¿O cuatro? No lo sabía. No estaba seguro de querer saberlo.
El aire olía a humedad y a muerte.
—¿No? ¿No vas a decir nada?
Draco se sintió estremecer ante la voz del hombre, pero no habló; simplemente se quedó allí, esperando. Todo se veía borroso y no tenía idea de dónde estaba, ni que estaba viendo, ni siquiera reconocía a las personas que se encontraban allí. Simplemente sentía miedo. Un miedo que él pensaba ya extinto.
A unos metros, o centímetros- o incluso pudieron ser kilómetros, oyó un llanto. Era débil, pero ahí estaba. Cómo ese lamento de alguien que se ha cansado de pelear.
—Último intento —volvió a decir la voz.
—Por favor… —La otra persona presente habló, y Draco aún no tenía idea de quién era. Le dolía escucharla.
—Habla.
Un segundo pasó, pero la persona que se lamentaba fue incapaz de contestar. La voz esperó en un tenso silencio, como un depredador que espera que su presa se de por vencida. El Draco del recuerdo ni siquiera sentía su cuerpo.
Y luego, todo explotó en dolor.
Un latigazo le recorrió la espalda, para luego sentir cómo algo se enterraba en la zona lumbar. Draco se sacudió, pero no sabía si era en el recuerdo o en el presente. Y una voz gritó, gritó con todo el aire de sus pulmones, ¿o era él? ¿Y el resto de gritos que se le unieron, eran las otras dos personas?
Entonces todo comenzó a dar vueltas y poco a poco se vio alejado de la memoria. Astoria salió de su mente, dejándolo perdido, nauseabundo, pero por sobre todas las cosas… confundido.
Lo primero que hizo Draco, mientras temblaba, fue llevarse una mano a la parte baja de su espalda y tantear- sin encontrar nada. Su corazón iba como loco, su respiración descontrolada, todos sus sentidos parecían estar aún en la memoria. Cada fibra de su cuerpo aún se encontraba allá: entre los gritos, el dolor y la perdición.
¿Qué había sido todo eso?
Sin siquiera haberse dado cuenta, Draco ya se había parado y quitado la camisa. Estaba al borde de un ataque. La túnica junto a la parte de arriba de su vestimenta se encontraban en el suelo, y sus manos tocaban desesperadamente toda su espalda, sintiendo pequeños relieves de cicatrices antiguas, de cicatrices no tan antiguas, y de aquella que había sentido durante el recuerdo, como si estuviera nueva. Como si la herida nunca hubiera cicatrizado en primer lugar.
Draco cerró los ojos, insultándose mentalmente, porque... ¿Cómo no se había dado cuenta de que tenía una herida nueva? Tantos años sin mirarse al espejo, evitando su reflejo, para descubrir un día que había sido marcado y que ni siquiera lo notó.
Había permitido ser humillado de nuevo. Había permitido ser torturado de nuevo. Quizás incluso había torturado a su madre, y dejó que los recuerdos se le borraran, porque estaba demasiado ocupado auto compadeciéndose.
—Oh, Draco…
La voz de Astoria lo sacó de su trance, sintiendo de pronto como ella tenía las manos encima de sus hombros. Estaba tan helada como él. Los ojos de Astoria se veían llenos de compasión, y Draco creía que sería la única persona a la que se lo aceptaría alguna vez, porque sólo ella había revivido todo eso tal cual él lo sintió. Lo entendía.
Draco intentó dejar de temblar.
—¿Qué es? —preguntó, sin querer que su voz sonara tan pequeña—. ¿Qué me hizo?
No había necesidad de que especificara a quién se refería, ambos sabían que la única persona verdaderamente capaz de lograr que Draco se sintiera temeroso, no era nadie más que Voldemort.
—No lo sé…
Astoria volteó lentamente, como si creyera que cualquier movimiento demasiado brusco alteraría a Draco. Sintió las manos pequeñas y delicadas delinear su espalda, y se preguntó brevemente si acaso alguien con el poder de Legeremancia de Astoria podría sentir a través de las cicatrices las historias que contaban. Esperaba que no.
—Tienes un montón de heridas antiguas —murmuró ella—. Nos va a llevar años sabes de don-
—No —la interrumpió Draco—. La mayoría me las hice a los dieciséis.
La sintió detenerse unos segundos.
—¿A los dieciséis? —dijo Astoria con incredulidad—. ¿Qué clase de cosa te sucedió a-?
—Potter me las hizo.
Salió de su boca antes de que pudiera detenerlo, y por algún motivo, se arrepintió un poco.
Potter me las hizo.
Fue un impulso idiota, aunque sabía que Astoria podría verlo de todas formas si se dedicaba a vagar por su mente. Sin embargo, no había pensado en el Sectumsempra por… años. No hasta que él bromeó con ello y Potter se mostró horrorizado, noches atrás.
Me pidió perdón…
Draco sinceramente no recordaba que Potter lo hubiera hecho antes, y no veía razones por las que debería pensar que sus disculpas no eran sinceras. Él no culpaba a Potter, ya no. Le habían hecho tantas cosas desde que tenía dieciséis, que esto parecía casi insignificante en comparación. Las cicatrices menos dolorosas, de hecho. Lo único que le había jodido cuando pensaba en ellas después de la guerra, fue que era Harry Potter quien las causó. Claro que el día que murió, y él no hizo nada por detenerlo, había perdonado todo.
Pero tener el recordatorio de la manera en la que su cuerpo estaba marcado, y la reacción de Astoria frente a ello, le hacía recordar que el momento en que las recibió fue uno de los peores de su vida.
—De todas formas, no todas pueden ser de él. —La voz de Astoria era suave. Draco la odió—. Hay demasiadas.
No tenía idea de eso, la verdad. No tenía idea de cuántas pertenecían a Potter. Cuántas eran de torturas. Cuántas eran hechas por Voldemort. Todas contaban cosas horribles. Todas significaban lo mismo: el resultado de un camino que él mismo eligió.
—¿Tienes idea de por qué me harían esto…?
¿Por qué Voldemort me haría esto?
—Tengo una idea —respondió Astoria, tocando un punto de su piel—. Pero no quiero alarmarte. Quiero estar segura antes de decírtelo.
Draco no estaba seguro de querer saberlo. Seguramente era algo terrible. Seguramente la respuesta era asquerosa y oscura y desearía no haberse enterado.
Suspirando, reaccionó al fin y tomó su ropa del suelo para comenzar a vestirse. Astoria dio un paso atrás. Aunque, apenas se había puesto la camisa sin abotonarla, la puerta se abrió de golpe.
Y cómo no, la única persona sin modales que entraría de esa forma, sin tocar, estaba parada en el umbral.
Draco y Potter conectaron miradas por un segundo, antes de que este último bajara los ojos y escaneara su cuerpo. Por la forma en que su rostro palideció, no había que ser adivino para saber que las cicatrices eran lo suficientemente grandes para que él las viera a esa distancia.
Draco comenzó a abotonarse la camisa, rápido y agachando la cabeza. Aunque ya daba igual, ya las había visto y no había nada que pudiera hacer al respecto.
—Astoria, necesitaba hablar contigo. —Escuchó, mientras se colocaba nuevamente la túnica, acomodando el broche de gota de sangre en el pecho—. Pero ya que estás aquí-
Draco frunció el ceño, levantando el cuello para ver que Potter se estaba dirigiendo a él. Se enderezó, limpiando manchas inexistentes en su ropa, y esperó ignorando cómo la respiración aún se encontraba atascada en la garganta.
—Estamos perfeccionando el plan para encontrar a Hagrid —continuó Potter, hablándole a él y solo a él—. Deberás encontrar una coartada para ausentarte por un día.
Draco asintió, con su mente ya empezando a formar alguna excusa. Se había alejado de los tratados internacionales al estar en el puesto que se encontraba en el Ministerio, pero aún así podría decir que debía tratar algún problema con comerciantes dentro del Reino Unido. Tom estaba más interesado en otras cosas, y Draco realmente podría tener la reunión antes de que el plan se llevase a cabo.
—Kreacher accedió al fin a que se le aplique Legeremancia —continuó Potter, aunque ahora le hablaba más a Astoria que a él—. Dice que no conoce todos los artefactos de la Casa Black, ni lo que hacían, pero que intentará ayudar.
Astoria hizo un gesto con el brazo de celebración, mientras susurraba un "sí". Draco rodó los ojos al verla, sintiendo que un poco de la tensión que habían compartido dejaba sus hombros.
Potter dio un paso adelante.
—Yaxley no ha vuelto a sus cabales —informó, al ver que ni Draco ni Astoria hacían ademán de querer decir algo—. Creo que lo mejor que podríamos hacer es deshacernos de él, ya que como dijiste que no hay forma que en su cabeza encuentres más...
Astoria asintió, y Draco se giró brevemente para verla poner una expresión pensativa.
—No creo que sea una buena idea —les dijo.
Sabía que Potter no estaba hablando con él, la verdad, que no se lo estaba comunicando a él, pero había una razón por la que no le había dicho que se fuera, y Draco hablaría si algo no le parecía correcto.
Ambos se dieron vuelta a mirarlo.
—Puedes negociarlo, ¿no es eso lo que planeaban hacer con la gente que secuestraron en el ataque a la Ceremonia de la Victoria? Porque supongo que ellos tampoco deben saber nada —explicó, ante sus miradas expectantes. Potter asintió—. Puedes mostrar que ustedes también tienen poder. Si lo asesinas así nada más, será potencial desperdiciado.
Draco apretó los puños, y esperó. Esperó a que Potter le preguntara por qué, que lo observara con ojos entrecerrados y le dijera, sin realmente decirle: "¿quieres mantenerlo vivo por una razón detrás, no?"
Pero nada de eso sucedió. Potter se llevó la mano a la barbilla, y la acarició. Verdaderamente lo escuchó. Sin parecer desconfiado. Sin asumir que Draco siempre sugeriría cosas con un motivo perverso oculto.
—Bueno, con Rookwood será lo mismo entonces —dictaminó al cabo de unos segundos, aceptando increíblemente su idea—. Además de confirmarnos lo que ya sabíamos por los otros dos prisioneros, y hacernos saber que Lucius es inocente, que hay un objeto de por medio… No sabe más. Y si lo sabe-
—Puede tomarnos años romper sus barreras de Oclumancia —completó Astoria—. No nos podemos dar ese lujo.
Potter asintió infelizmente.
Draco se pasó una mano por el pelo, pensando en que, a pesar de haber retenido a tres personas y que dos de ellas eran parte del círculo más cercano al Señor Tenebroso, de todas formas tenían la información a medias. Era un movimiento inteligente de parte del Lord, la verdad. Que ninguno supiera en serio qué estaba pasando, sólo partes. El Señor Tenebroso no confiaba lo suficiente en ninguno para confiarles tanto. Probablemente ni uno solo sabía qué hacía el objeto de su madre, mucho menos por qué Nagini era tan vital. Draco no lo sabía tampoco, y por mucho que quisiera preguntarlo, estaba seguro de que no obtendría respuestas.
Cuando volvió a la realidad, Potter ya se había enfrascado en una conversación con Astoria acerca del estado mental del elfo doméstico de la Casa Black. Draco pretendió escucharlos, esperando el momento para marcharse de allí y tomar algo- lo que fuera. Entonces, su mente divagó parcialmente a que Potter no había mencionado a Gregory entre sus prisioneros... y lamentablemente eso era algo que no podía dejar pasar.
Al cabo de unos minutos, Astoria dijo algo, y luego se giró hacia él, dándole una mirada comprensiva. Draco fingió no notarla. No quería pensar en cuántas de sus cicatrices habían sido olvidadas, y lo que eso podía significar. No lo necesitaba.
Astoria dejó el cuarto después de darle una palmadita en el hombro y susurrar algo en la oreja de Potter, quien pareció ponerse aún más pálido. Draco esperó a que la puerta se cerrara tras ella para hacer la pregunta por la que se había quedado allí en primer lugar.
—¿Cómo está Goyle?
Potter apenas reaccionó, aunque Draco no se perdió la forma en la que las comisuras de sus labios bajaron, sólo un poco. El pensamiento fugaz de que no sabía en qué momento había empezado a notar esas cosas pasó por su mente.
—Ha estado preguntando por ti —respondió cautelosamente.
Draco no pensaba que todavía existía una parte de él al que pudieran dolerle esas palabras, pero la había. A su cabeza llegó la imagen de Goyle llamándolo para que lo sacara de ahí como su yo de Hogwarts hubiese hecho… y dolía.
—Bien —respondió.
Draco cruzó las manos por detrás suyo y esperó unos momentos para que Potter dijera algo más, cualquier cosa, pero no lo hizo. Y si Draco era honesto, no sentía que podía quedarse allí mucho tiempo más sin sentirse asfixiado. En esos días, Theo seguía en San Mungo, los gritos aún eran algo común en la Mansión McGonagall, y él acababa de recuperar un recuerdo que lo llevaba a pensar e imaginarse cosas que no deseaba.
Por lo que, suponiendo que ya todo estaba dicho, Draco bajó la cabeza en gesto de despedida y se encaminó hasta la salida.
Algo lo detuvo de pronto.
A mitad de camino, una mano se posó encima de su hombro, firme, inesperada, y real.
Draco, contrario a su instinto, no se separó de él de sopetón.
—Es cierto —le dijo Potter, sin importarle al parecer, la cercanía—, lo que te dije hace unas noches.
Draco lo observó. Bajo sus ojos había unas ojeras espantosas, y su cabello se encontraba en todas las direcciones. Potter era el símbolo del claro agotamiento, y una parte de él quería gritarle por eso, luego de haberle recalcado tantas veces que él, sobre todo él, no podía darse el lujo de desgastarse. Ni siquiera podía pensar en pedir que retomaran los entrenamientos, debido al cansancio que mostraba. Era un imbécil.
Pero entendía que la tragedia del Valle de Godric había sucedido hacía menos de una semana, y, cómo el mismo Draco lo había presenciado, Potter se encontraba impotente de no poder ayudar.
Él mismo no debía verse mucho mejor.
—Lo siento —repitió Potter, como si no hubiera quedado claro—. Por lo de sexto año.
Draco pasó saliva, sintiendo cómo la mano del hombre seguía encima de su túnica, quemando. No habían hablado de esa noche, así como no habían hablado de la primera vez que se emborracharon juntos. No tenía idea de qué significaba que Potter estuviera sacando el tema en ese momento, después de que Draco lo hubiese tomado solamente como que habían llegado a un acuerdo: dejar de insultarse y discutir, por la sanidad de ambos.
Ir más allá, quizás los llevaría a hablar sobre cada tema que se tocó. Quizás lo llevaría a explicarse acerca de Eric.
Draco no quería eso.
Dio un paso atrás, dejando que la mano de Potter cayera a su lado.
—¿Quieres que te diga que te perdono? —preguntó, alzando una ceja.
Potter no respondió, y Draco sabía que de forma inconsciente estaba buscando una pelea. Que estaba esperando que Potter le respondiera que no necesitaba su perdón y que no era nadie. Eso era lo normal, ¿no? Eso era cómodo.
Joder, estaba tan cansado.
Draco suspiró.
—No había vuelto a pensar en las cicatrices hasta esa noche. No las miro en el espejo. Las evito. Pero no suelo asociarte a ellas —le dijo, delineando involuntariamente la marca que le cruzaba el rostro—. En otro momento quizás te habría mandado a la mierda. Quizás te habría reclamado por poner esas cosas en mi cuerpo, pero, ¿ves esto? —Draco apuntó a su cara—. Esto dolió más. Esto no puedo evitar verlo. Fue hace diez años atrás, Potter. Olvídalo.
Potter parecía querer hacer cualquier cosa menos olvidarlo, dejarlo ir. Las líneas de su rostro delataban que se encontraba insatisfecho con su respuesta, y honestamente ¿qué quería de él? ¿Que se mostrara enojado? ¿Que no lo perdonara, o le reclamara? En ese momento, con todo lo que estaba pasando, no podía importarle menos algo que había sucedido una década atrás, no cuando Potter ya se había disculpado. Sólo no era… no era comparable a lo que acababa de ver en el recuerdo. A los gritos de las otras personas. Al miedo que sintió, cuando ya se suponía que era fuerte y poderoso e intimidante.
Todo lo que siempre quiso ser.
—Olvídalo —repitió, tratando de meter en esa cabeza testaruda que no deseaba hablar de eso.
Antes de que pudiera replicar, o seguir insistiendo, porque Potter simplemente no sabía cuándo detenerse o aceptar un «no» como respuesta, Draco se marchó, sin pedirle que le borrara los recuerdos. Mientras Theo estuviera en peligro, era demasiado peligroso olvidar.
Cuando volvió a la mansión, Draco fue hasta su baño.
Por primera vez en una década, se miró en el espejo por horas.
Trató de descifrar la historia detrás de cada herida.
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El día que el último paciente de la Orden se recuperó, después de veintitrés días, Draco volvió a ir a la base.
Durante todo ese tiempo, y porque se lo habían pedido, se encargó de preparar pociones específicas y necesarias para los heridos. Los números resultaron en un total de sesenta y siete sobrevivientes y cerca de doscientas pérdidas, contando las del Valle de Godric durante la batalla. Tal como Harry lo había predicho. La mayoría eran civiles.
Voldemort y el resto de las fuerzas armadas de su gobierno estaban planeando algo, Draco lo sabía, aunque ni el Nobilium ni el Electis estaban involucrados en planes de guerra a menos que fueran parte de su ejército oficialmente, como Maia. O a menos que fueran extremadamente necesitados, como en el secuestro de Rookwood. Sin embargo, no atacaron ningún lugar, no hicieron nada, y durante casi un mes, ambos bandos vivieron en una relativa paz.
Draco continuó investigado sobre los gigantes, pero aparte de la información general que ya tenía, no había mucho más que pudiera averiguar. Entregó todos los datos que recaudó sobre las máscaras de la Orden a los Inefables para que ellos pudieran agregarlo a lo que ya sabían y así crear una manera de copiarlas, y escuchó las teorías del Wizengamot acerca de cómo una bomba había llegado al mundo mágico, considerando que eran un artefacto muggle, y si es que existía alguna manera de recrearlas.
Draco estaba asustado ante esa última posibilidad.
Pero no sucedió nada.
No por lo menos hasta veintitrés días después de la tragedia del Valle de Godric.
Draco fue hasta la base con información nueva para la misión de Hagrid, y a mitad de camino dejó a Theo, que prontamente se encontraba discutiendo con Luna. Se acababa de enterar que ella estaba decidida a ir a buscar a su amigo el semigigante. Draco suponía que no había mucho que Theo pudiera hacer, no podía protegerla de absolutamente todo.
Él por su parte se encargó de buscar a Potter. Sabía que podría hablar con Shacklebolt, como él mismo se había ofrecido, pero aquel asunto sólo lo había discutido con Potter. Sentía que lo indicado era hablarlo con él.
A fin de cuentas, era a él a quien Draco le había prometido encontrar a su querido semi gigante.
La mansión se encontraba mucho más vacía que la última vez que estuvo ahí, y la mayoría de la sangre ya había sido limpiada de las paredes. Draco estaba decidido a ir al despacho en el que hablaron la última vez cuando Potter le mostró que tenía cerebro, pero una voz irrumpió sus planes.
—Malfoy.
Draco se giró perezosamente, para encontrarse a nada más ni nada menos que a Ron Weasley al inicio de la escalera. Había envejecido bastante durante los últimos meses, desde su accidente, y aunque no era demasiado notorio Draco sabía que estaba usando algo para reemplazar a su pierna debajo del pantalón, por la forma inestable en la que estaba parado tratando de mostrarse bien. Una prótesis similar a la de Kingsley Shacklebolt, suponía.
A pesar de que el rencor aún se encontraba en las facciones de Weasley, estaba claro que el cansancio le pesaba más. Demasiado agotado para ser hostil con Draco, o con cualquiera en realidad. Si continuaran siendo adolescentes lo más probable era que Draco estaría burlándose de él, pero- bueno, él también estaba cansado, y acababa de sellar buenos términos con Potter como para ir y echarlo a perder.
—Te debo una —soltó Weasley entonces, hoscamente.
Draco frunció el ceño en un inicio, pensando qué posiblemente podría haber hecho para merecer tal honor. Pero luego recordó, y supo inmediatamente de qué estaba hablando.
—Déjalo así —respondió fríamente.
—No me importa si quieres recibir la ayuda o no. Has salvado a George —Weasley prácticamente escupió—. No puedo dejarlo pasar.
Draco rodó los ojos. Lo más seguro era que tenía que ver con el orgullo, con la incapacidad de concebir que alguien como Draco Malfoy hubiese salvado a un integrante de su familia después de considerarlo un monstruo. Que- bueno, tampoco era como si se encontraran demasiado lejos de la verdad.
Weasley subió la barbilla, como si se preparara para un golpe, y Draco esbozó una sonrisa maliciosa. Estaba a punto de responder algo mordaz, por ejemplo por dónde podía meterse su ayuda, sin embargo, una voz los interrumpió.
—Ahora- eso suena interesante.
Ambos miraron hacia arriba, viendo como Potter bajaba las escaleras de a poco, sosteniéndose del pasamanos y sin quitarles los ojos de encima. Más arriba incluso, McGonagall también los miraba, tomada del brazo de Madam Pomfrey; ambas parecían haber estado hablando con Potter segundos atrás.
Draco no bajó la ceja, y cuando el hombre llegó a su lado, asintió en su dirección.
—Potter.
Potter lo ignoró y se posó a un costado de su mejor amigo, girándose para hablarle a él.
—No tenía idea de esto, ¿cómo que salvó a George? —le dijo casi a modo de reproche, mientras Weasley se encogía de hombros.
—George y Percy dijeron que lo salvó durante la batalla días atrás solamente —respondió llanamente, apuntando con la barbilla a Draco—, y a mí se me había olvidado hasta ahora que lo vi.
Potter ladeó la cabeza inquisitivamente en dirección al pelirrojo y ambos mantuvieron una conversación por lo bajo, sin que Draco pudiera escuchar. Por unos segundos, lo único que hizo fue cambiar el peso de su cuerpo a la otra pierna, y dedicarse a estudiar cómo Potter se veía más y más cansado con el paso de los días. Cuando desvió la mirada hacia arriba, las dos mujeres ya se habían marchado, aunque Draco creyó que estaban ahí nada más que para proteger al precioso Potter.
Finalmente, Weasley palmeó la espalda del Elegido y se dio media vuelta, cojeando. Por la forma en la que caminaba, como si estuviera en un dolor constante, Draco adivinaba que la mayoría del tiempo Weasley no andaba de pie.
—¿Viniste a decirme algo? —preguntó Potter secamente cuando su mejor amigo desapareció de la vista.
—Sí. Estuve-
Potter agitó una mano, poniendo un pie encima de un escalón.
—Ven.
Draco soltó una respiración exhausta, y aceptó que Potter lo llevara hasta el mismo despacho que la última vez, antes de que el caos se desatara.
Si bien las personas habían desaparecido de los pasillos, la mansión aún así estaba atestada, Draco podía sentirlo por el constante ruido de fondo.
Después de entrar al lugar, y que Potter se sentara tras el escritorio, por unos segundos lo único que hicieron fue mirarse. Observarse. Como dos personas que no sabían cómo hablar con la otra.
Probablemente no lo sabían.
Entonces, Potter se pasó una mano por el cabello y Draco adivinó al instante de lo que realmente quería hablar.
—¿Cómo fue? Lo de George —preguntó Potter, yendo al grano. Era obvio que era una pregunta que deseaba hacer desde que escuchó a Weasley.
Draco tomó asiento en la silla frente a él y comenzó a contarle. Le contó acerca de cómo lo vio, y lo moribundo que se encontraba. Cómo lo sanó y lo llevó hasta otro de los Weasley. Trató de resumirlo lo máximo posible, evitando, por ejemplo, las partes en las que George despreciaba su ayuda. Cuando terminó, lo único que estaba haciendo Potter era mirarlo. Fijamente.
—Eso significa mucho —dijo, con una intensidad desconocida en su voz.
Draco se encogió de hombros.
—Lo sé.
Lo hice por ti.
Lo hice por ti, porque sé que si pierdes otro más de ellos, te quebrarás, y no nos podemos permitir perderte a ti. El mundo mágico te necesita.
Draco podía verlo ahora, a pesar de que se pasó toda su adolescencia negándolo. Dependían todos de él.
Potter lo evaluó. Luego de la noche en la que ambos se encontraron junto a Theo y Luna, Draco no había vuelto a la base, demasiado enfocado con sus tareas en el Ministerio. Se podía decir que, desde que Potter volvió a disculparse por el Sectumsempra unos días después de la batalla, no habían mantenido una conversación. Era extraño. Era demasiado extraño, después de las cosas que se dijeron borrachos. Algo había cambiado, aunque Draco no estuviera seguro de qué.
—Bien, cuéntame —dijo Potter al final—. ¿Qué me ibas a decir?
Draco se reclinó en su lugar, agradecido por el cambio de tema.
—He estado investigando las barreras que protegen a Azkaban, sobre todo ahora que los Dementores no están. O bueno, solo los que quieren estarlo, al ser libres —comenzó a explicar—. Así que tengo una idea, más o menos, de todas las barreras que podría haber en la prisión de Grindelwald.
Draco no comentó que eso también ayudaría el día que quisieran rescatar a Lucius, si es que lo hacían. No lo veía necesario de momento..
—Bien, nos sirve bastante. El plan ya está prácticamente listo, pronto te lo contaremos —respondió él, para luego dejar un poco la expresión pensativa, y morderse el labio, observándolo. Draco lo observó de vuelta, sin estar seguro de cómo actuar a su alrededor—. Malfoy…
Por un minuto, Draco pensó que Potter volvería a traer algún tema que discutieron durante su borrachera. Que preguntaría sobre la Muerte Negra, sobre Eric o sobre su madre. Que preguntaría sobre las escobas, las pociones y qué pensaba. Pero Potter se pasó una mano por la cara, y Draco desechó la idea.
Lo que dijo, tampoco hizo nada por tranquilizarlo.
—Creo que finalmente sí tendremos que sacar a Lucius de Azkaban.
Draco sintió como si le hubiesen sacado el alma del cuerpo.
El nerviosismo nació al instante en la boca de su estómago y quiso levantarse y saltar, o gritar, o llorar de alivio. El prospecto de tener a su padre de vuelta siempre le había parecido tan… lejano. Sí, real, pero no así de abrupto.
Draco posó una mano y la envolvió alrededor de su tobillo con demasiada fuerza; hasta el punto en que dolió. Sus entrañas se revolvieron mientras Potter seguía hablando.
—… conversando con la Orden. Y de momento, no tenemos otra forma de obtener información —dijo, sin ser consciente de cómo lo golpearon sus palabras—. Kreacher ha cooperado, pero sigue molesto-
—¿Molesto? —dijo Draco antes de poder detenerse.
Potter agitó la mano, y aunque parecía estar a punto de decirle que no era importante, suspiró, acomodando los lentes encima de su nariz.
—Creí que estaba muerto, y que ustedes tenían libre acceso a Grimmauld Place, no pensé en él en estos ocho años —explicó, con expresión desconsolada—. Pero Kreacher sabía que seguía siendo mi elfo, y estaba confundido por lo que oía hablar a los Mortífagos afuera de la propiedad. No podía saber con certeza que si salía de Grimmauld, podría volver, por lo que estuvo ocho años esperando que yo fuera a buscarlo. Y eso jamás sucedió.
Potter parecía dolido, haciendo que Draco quisiera sacudirlo, girar los ojos, o gritar de la exasperación. A pesar de que tenía una gran responsabilidad en el mundo mágico, no era el jodido culpable de todo lo que pasaba. No entendía por qué se esforzaba en ser un puto mártir. Draco esperaba que la gente a su alrededor se lo dijera, porque estaba seguro de que él no lo haría.
No todo el tiempo, al menos.
—Eso se le va a pasar en algún momento —dijo Draco, refiriéndose al malestar del elfo doméstico. Potter esbozó una sonrisa triste.
—Sí, pero ha estado ocho años solo, y si hace ocho años atrás su mente no estaba del todo bien…
—Astoria dijo que mi padre podía no estar completamente bien —lo interrumpió Draco sin pensar, retomando el tema de la fuga a Azkaban. Potter cerró la boca, pausando en sus palabras.
Draco desvió la mirada.
—No podemos arriesgarnos a prescindir de lo que pueda saber, de todas maneras, no podemos arriesgarnos a dejarlo en Azkaban por muy mal que esté mentalmente —replicó Potter lentamente—. Después de todo, él era su-
—¿Mascota?
Potter no se lo esperaba. Sus cejas subieron, su boca se abrió levemente. Draco por poco bufó. No tenía idea de cómo aún podía aferrarse a la imagen absolutista que tenía en su mente de él. De un Draco idolatrando a su padre como si fuera un Dios. De un Draco que miraba a Lucius y quería ser como él, que quería hacerlo sentir orgulloso, que su padre supiera que aprendió todas sus lecciones al pie de la letra, y-
De pronto, Draco sintió que iba a vomitar.
—¿Y qué pasa si-? —comenzó a decir una vez más, pero fue interrumpido.
—Malfoy, ¿por qué de pronto pareciera que no quieres que lo rescatemos?
Draco bajó la mirada, enfocándose en sus manos. ¿Que si no quería? Era todo lo que anhelaba, joder. Sin embargo, el miedo de que le fuera arrebatado antes de conseguirlo, de que algo malo sucediera antes de que pudiera siquiera ver a su padre de nuevo- lo estaba consumiendo.
Siempre había pasado así. Siempre que algo bueno parecía estar a punto de suceder, se arruinaba.
Draco no estaba hecho para finales felices.
Dejando salir un respiro, volvió a levantar la vista. Tenía que controlarse. No podía desbordarse. Ya lo había hecho casi un mes atrás, y no había podido dejar de pensar en Eric por semanas. No podía dejar que los sentimientos lo sobrepasaran. Aquello lo llevaría a la muerte.
—Por supuesto que quiero. Es sólo que yo- —dijo Draco al final, con voz estrangulada. Luego agregó por lo bajo, porque se sentía correcto—: Gracias.
Potter abrió la boca al instante, como si quisiera decir que no lo hacían por él, como mero reflejo. Mas no lo hizo. En su lugar, apretó los labios y asintió una vez, bruscamente.
Esa era otra cosa que había notado. Ambos pensaban dos veces antes de enfrascarse en una discusión que resultaba, como mínimo, estúpida.
Draco ladeó la cabeza, recuperando un poco la compostura, y se dedicó a analizar a Potter. Porque pensar en su padre y en su madre y en como todo había terminado, dolía demasiado, lo quebraba demasiado, incluso después de creer que ya no quedaba nada más dentro suyo que pudiera quebrarse.
Si era completamente honesto consigo mismo –cosa rara– Draco quería hacerle preguntas a Potter también. Si se sentía mejor luego de la catástrofe del Valle de Godric. Si había descansado lo suficiente. Por qué se había convertido en lo que se había convertido. Por qué no sabía que era un mago hasta que cumplió los once. Por qué las cosas parecían haber cambiado.
—Potter… —dijo Draco, viendo cómo este parecía estar esperando que hablara.
Ninguno de los dos lucía como si tuvieran una idea de qué esperaban escuchar.
—¿Sí?
Draco se relamió los labios.
—Yo-
La puerta se azotó contra la pared.
Granger, despeinada y angustiada, estaba ahí de pronto, mirando el suelo. Como evitando de forma inconsciente las miradas de ambos hombres. Lucía enferma.
—Harry —le dijo sin aliento—. Ven. Rápido.
Draco oyó cómo pisadas comenzaban a movilizarse por la mansión, aunque eran mucho menos apresuradas que las de la noche que el Valle de Godric fue atacado. Potter y él intercambiaron una mirada, y antes de que pudieran preguntarle a Granger qué carajos estaba pasando, ella ya había desaparecido, dirigiéndose escaleras abajo.
Draco salió junto a Potter del despacho y ambos caminaron hombro con hombro hacia donde toda la gente se dirigía, bajando las escaleras con rapidez. Había un gran tumulto yendo en dirección a la puerta de entrada, exclamaciones y conversaciones en tono preocupado llenando el espacio. Draco notó que estaban dirigiéndose al Salón Principal.
Apurando el paso, Potter y él avanzaron hasta entrar al lugar, observando cómo al borde de la ventana, Lee Jordan, George Weasley y unos cuantos refugiados junto a Kingsley Shacklebolt y Minerva McGonagall, sostenían una radio y agitaban sus varitas, como si de esa forma lograrían interferir la señal.
E incluso frente a los gritos desesperados que pedían silencio, mientras la sala se llenaba y lo único que se sentía en el aire era miedo, Draco oyó por el parlante cómo un caos más grande estaba ocurriendo allí. A lo lejos.
El Pottervigilancia falso se estaba emitiendo.
—… El Gran Mortífago está hablando, vamos a tratar de informar…
Una vez más, otra ronda de "ssh" se expandió por la sala, e increíblemente en un par de minutos, todo quedó en silencio, salvo por contados susurros de gente demasiado nerviosa. Draco sintió cómo a su costado su mano rozaba la de Potter. Este estaba formando puños con ellas, su cuerpo se encontraba completamente tenso.
La voz de Voldemort comenzó a sonar por los parlantes.
—… A todos los sangre sucia, mestizos y sangre puras que creen y luchan por este nuevo Orden Mundial, bienvenidos sean…
Draco cerró los ojos ante su voz, y un escalofrío colectivo recorrió a la gente, haciendo llorar a los más pequeños. Él estaba acostumbrado a su tono, a sus palabras frías que prometían crueldad. Pero una mirada de reojo en dirección a Potter le demostró que un simple sonido proveniente del Señor Tenebroso era capaz de afectar a cualquiera. Hasta al más fuerte.
—… A todos aquellos que en las últimas semanas han sido atrapados en actividades sospechosas, que han sido interrogados y encontrados culpables…. a todos los traidores —continuó, y a Draco le preocupó saber que podía apostar que estaba sonriendo—, tengo una noticia para ustedes.
Vio cómo un grupo de chicos se abrazaban entre ellos, y a Ron Weasley atrapando a Granger en sus brazos. Ella se aferraba a él como si la vida se le fuera en eso. Madam Pomfrey a un costado tomaba la mano de McGonagall para calmarla, acariciando su cabello. Caso no muy distinto eran Theo y Luna en una de las esquinas, envueltos en un abrazo. El primero se encontraba enfermo de la preocupación; la segunda, tratando de tranquilizarlo como si fuese lo único verdaderamente importante en toda esa situación.
La mano de Potter continuaba rozando la suya.
—Cada día, antes de que el sol se ponga, esperaré la rendición de Harry Potter en la entrada del Ministerio de Magia —informó, y la oleada de conversaciones que esa declaración ocasionó no se hicieron esperar—. Mientras eso no suceda, se emitirá de manera pública y transparente en el lobby del Ministerio la sentencia de aquellos que han sido atrapados mostrando abierto apoyo hacia él, y a aquellos que quieren desestabilizar nuestro querido mundo.
Un llanto se escuchó por encima de toda la gente, y otros más le siguieron. Draco suponía que era por los Rebeldes que estaban atrapados en San Mungo. Los heridos. Gente que ya no volverían a ver porque sería asesinada.
Así sin más.
—¡Silencio! —gritó una voz que Draco apenas pudo identificar.
—…. Como ellos piensan y creen —prosiguió la voz del Lord—, que su salvador será el Indeseable número uno, démosle el beneficio de la duda y dejemos que cumpla con su promesa, ¿no?
A través de la radio, Draco podía escuchar los vitoreos de los empleados del Ministerio. Aunque no le importaba. Su verdadera preocupación se encontraba a su lado, y a la reacción que podría tener. No podían permitirse que hiciera nada apresurado o despreocupado.
Pero Draco lo había visto durante la batalla. Sabía que a Potter, de todas las cosas que le importaban, su propia vida se encontraba entre los últimos lugares.
—Mientras Harry Potter no se entregue, cada día morirá públicamente uno de los que él dice proteger —dictaminó el Señor Tenebroso con aire triunfal—. Está en tus manos detener esto, Potter. Mientras tanto…
Un alboroto volvió a escucharse, y la gente de la base se volvió aún más pequeña. Todos le robaban miradas a Potter a su lado, como si esperaran que hiciera algo. Cualquier cosa. Sin embargo, él se había quedado quieto. Muy, muy quieto. Potter nunca estaba quieto.
Sólo hizo poner a Draco más nervioso.
—¡No! ¡NO! —se escuchó a través de la radio.
Era la voz de una mujer. Los miembros de la Orden se estaban mirando el uno al otro en busca de respuestas. Draco divisó a los Weasley juntos en un rincón, quienes parecían más sombríos y encolerizados que nerviosos. Incluso la pareja de uno de ellos, la Veela que asistió a Hogwarts en su cuarto año, tenía una expresión asesina en el rostro.
—… Frente a los cargos de traición —dijo otra voz, una que Draco no reconocía ni del Electis ni del Nobilium—, conspiración contra el gobierno, subversión y terrorismo, Millicent Bulstrode ha sido condenada a una ejecución de Tipo Tres.
Un mar de jadeos pasó por cada uno de los presentes, e incluso Potter dio un paso atrás. Draco adivinó que Millicent, una mestiza de su año con un cargo bastante alto en el Ministerio, era una espía.
Y había sido descubierta.
Mierda.
Una ejecución tipo tres nunca era algo bonito, considerando que en la tipo uno se usaba un Avada Kedavra. No, esto sería algo más. Algo más lento.
Cuando oyó la maldición, lo supo.
—Praecidisti.
Draco contuvo la respiración, conociendo de primera mano qué hacía ese hechizo. Después de todo, él lo creó.
Los gritos de Millicent delataban que había comenzado a pudrirse.
Ron Weasley parecía especialmente afectado, al ser la misma maldición que le quitó la pierna. La gente estaba al borde de un colapso, o mudos, o llorando, exigiendo soluciones o explicaciones. La Orden no sabía qué hacer.
Y Potter ya se había alejado de entre la multitud.
El primer instinto de Draco fue seguirlo, incluso cuando la estancia se había llenado de gritos, incluso cuando el sonido amplificado de la radio se mezclaba con ellos.
Incluso cuando algo duro cayó al suelo a través del parlante, y alguien gritó que exhibirían en un lugar especial la cabeza de Millicent Bulstrode.
