Draco prácticamente corrió tras Potter y lo encontró en el jardín, caminando en dirección al laberinto. Tenía los puños apretados sosteniendo su varita, cada línea de su cuerpo tensa, las venas marcadas; como si fuera a estallar en cualquier momento. Sus pasos eran determinados mientras avanzaba a la salida.

Después de intentar entender un poco cómo funcionaba su cerebro, Draco ya se imaginaba qué cosas estaba pensando. Qué quería hacer y lo que terminaría arriesgando al final.

No podía permitirlo.

—Potter, no puedes.

Pero Potter no le prestó atención, su mirada estaba enfocada hacia adelante, su intención era claramente salir de ahí. Draco casi podía ver los engranajes de su cerebro formando un plan estúpido y arriesgado para llegar al Ministerio.

Apretando los dientes, Draco apresuró el paso, y envolvió sus dedos alrededor de la muñeca de Potter haciendo que este se volteara, mirándolo con grandes ojos desorbitados.

—Potter, no-

—¡¿Acaso no escuchaste?! —lo interrumpió él, completamente agitado.

Draco reprimió el impulso de obligarlo a volver a la mansión a la fuerza, o de gritarle de vuelta. Era insoportable cuando se ponía así y él no tenía por qué aguantarlo.

Pero lo conocía, y sabía que responderle hostilmente no ayudaría en nada.

—Escuché perfectamente, pero no puedes- —Draco se pasó la otra mano por la cara—. No puedes entregarte, por Merlín.

—¿Quién dijo que iba a entregarme?

—Vas a hacer algo igualmente estúpido.

—No puedo no hacer nada.

Draco apretó el agarre en su muñeca, comenzando a enojarse.

—Potter, no es tu jodida culpa —le escupió bruscamente—. No es tu culpa, ni la de la Orden, ni la de nadie. Es culpa de Él, él está decidiendo esto. Es su culpa. Entiéndelo, joder.

Pero el hombre no parecía inclinado a escuchar razones.

—¿Escuchaste lo que dijo? ¡Si no me entrego los va a matar! —Potter intentó soltarse. Draco podía ver perfectamente la preocupación colarse por las facciones enojadas—. ¿Cómo puedo mirarlos a la cara si no estoy dispuesto a…?

—Tus aliados y la gente que cree en ti han sido perseguidos y asesinados desde siempre —Draco lo cortó, tajante—. Esto es manipulación, y eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta.

—Pero-

Draco soltó un ruido frustrado, para luego colocar las manos encima de sus hombros, dándole una leve sacudida. Estaban el uno frente al otro, separados por unos centímetros.

Potter parpadeó, sin esperarselo.

—¿Culparías a Granger, si la situación fuera distinta, eh? ¿Culparías a Weasley?

Necesitaba hacerlo entender. Necesitaba hacerlo entrar en razón. Sabía que si Potter de verdad tenía la cabeza puesta en algo, no había nadie en esa base- nadie en el mundo que lo pudiera detener. Potter pasó saliva, sin dejar de mirarlo, y Draco recién ahí pudo ver que bajo toda esa actitud furiosa e impulsiva, bajo toda esa preocupación y culpa, había algo más.

Miedo.

No a lo que fuera a pasar con él, no a Voldemort, ni a Draco; miedo de lo que fuese a suceder si no actuaba. La revelación fue como una patada en el estómago, pero trató de mantener la compostura y recordó, que así como los monstruos lloraban, también tenían permitido sentir miedo.

—No puedes controlar todo —continuó Draco, ante su silencio culpable—. Hay gente aquí que necesita que pienses con la cabeza fría, y si alguna persona te responsabiliza por no entregarte es llanamente estúpida. De hecho, que tú seas la máxima recompensa demuestra que sin ti, se ha acabado la guerra. Deja. De. Culparte.

Potter cerró los ojos y tomó un hondo respiro, haciendo el intento de calmarse. Draco dejó de aferrarse tan fuerte a él, sabiendo que por lo menos ahora ya no corría el riesgo de que se escapara.

Pero no lo soltó.

—No puedes ser tan despreocupado con tu vida —continuó, hablando una décima más bajo—. No sé si te lo han dicho antes, pero vale demasiado como para que vayas entregándola siempre. Te he visto, Potter, más de una vez. No te preocupas por ti en absoluto y eso tiene que parar.

Draco apretó la mandíbula cuando terminó, y esperó a que Potter se negara o continuara discutiendo. Era un hecho lo que le decía, Draco lo observó, siempre se tiraba solo al peligro, enfrentando más personas de las que un ser humano normal podría enfrentar. No tenía ni un poco de aprecio por su propia vida.

Pero Potter, en vez de intentar tapar el sol con un dedo, simplemente bajó la cabeza y trató de regular su respiración. Desde esa distancia y altura, Draco sólo podía ver una porción de su frente y como el cabello le caía encima a cascadas, casi tapando la manera en que las pestañas bañaban sus mejillas. Draco sólo lo observó, reflexionando sobre que podía entender cómo su cabeza funcionaba, sí, pero definitivamente no era capaz de comprender los sentimientos detrás de ella. Él se arriesgaba por un motivo: su madre. Siempre había sido así y probablemente siempre lo sería. ¿Pero Potter? Potter lo hacía por el mundo.

Un mundo que no dudaría en sacrificarlo si tuviera la oportunidad.

Al cabo de unos segundos, Potter levantó la mirada de nuevo y la clavó en él.

—No sé cómo haces esto —murmuró.

Draco sintió cómo el aliento se atascaba en su garganta, con los hermosos ojos verdes fijos en los suyos.

—¿Qué?

Esto.

Draco decidió ignorar a qué se refería. En ese momento, no quería saberlo. Estaba sucediendo una crisis dentro, Potter estuvo a punto de cometer un acto estúpido, y lo unico que Draco quería era que por favor su corazón parara de latir tan rápido, para así dejarlo concentrarse en el problema que debían atender en vez de todo ese sinsentido.

—Potter, por favor, joder —Draco pidió, apenas dándose cuenta—. Deja de lado tu papel de mártir y concéntrate.

Potter asintió, y ambos no hicieron más que llegar a un acuerdo implícito frente a la situación, observándose. Dentro de la mansión había gritos ocasionales y gente corriendo, indicando que se encontraban buscando una solución ante el ultimátum del Señor Tenebroso. Incluso Draco buscaba dentro suyo algo que se pudiera hacer. Algo que no involucrara algo tan estúpido como Potter arriesgando su vida (de nuevo).

—¡Harry!

La voz de Granger los separó al momento.

Fue como si una burbuja se hubiera reventado, y Draco soltó los hombros de Potter de golpe, haciendo que cada uno diera un paso atrás mientras miraban hacia la mansión.

Desde la puerta de entrada, Granger corría hasta donde Draco y Potter se encontraban. Más atrás Lovegood, Weasley y Theo le seguían. Quizás los habían estado buscando dentro.

—Harry —dijo Granger cuando llegó a su lado—, no puedes ir.

Potter intercambió una mirada con Draco. Él trató de impregnar en todo su rostro la frase: "Te lo dije".

—Lo sé —respondió Potter.

—Promételo —Granger insistió. Draco notó cómo la mujer no mantenía el contacto visual con su amigo, o siquiera intentaba crear contacto físico—. Jura que no volverás a hacer algo como lo del Bosque Prohibido. Júralo.

Potter suspiró.

—Lo juro.

Weasley llegó entonces, a un lado de Theo y Lovegood. La forma en la que caminaba era notoriamente incómoda, e incluso Moody con su cojera se veía mucho más práctico. Draco tomó nota de lo poco ventajoso que era eso. Quisiera aceptarlo o no, Weasley era talentoso, lo descubrió durante la Batalla de Hogwarts. No podían prescindir de ninguno de ellos.

—Bien —dijo este cuando estuvo lo suficientemente cerca, dándole una breve mirada a Draco y Harry—. Hay que averiguar una forma de frenarlo.

Draco se sintió demasiado extraño rodeado de ellos, pero no intentó desentenderse.

—Obviamente esto es una manera de hacerte quedar mal, es un control —dijo Granger, permitiendo que Weasley se apoyara en ella—. La gente a la que le ha lavado el cerebro lo comprará.

Potter asintió.

—Hay que intervenir sí o la radio. Pronto.

Draco dejó que se pusieran a discutir sobre las cosas que podrían hacer. Eso parecía estar calmando a Potter, en vez de dejarlo sentarse a tener un colapso, o permitirle cometer un acto imbécil porque creía que no estaba haciendo nada. Él por su lado, comenzó a repasar lo que había sucedido.

Probablemente aquel movimiento fue acordado junto a los Aurores y jueces, quienes determinaron que sería una jugada efectiva para hacer que Potter se entregara. Después de todo, ya lo hizo una vez en el Bosque Prohibido. Una parte de Draco se preguntaba por qué. O sea, la influencia del Señor Tenebroso era bastante grande en Europa, ¿por qué querría a Harry Potter? ¿Creería que así ganaría? Sí, Potter era parte de una supuesta "profecía" y era la mejor opción para ganar de la Orden. El mismo Draco pensaba que sin él se podían dar por vencidos. Pero el Lord, ¿sabía también de su poder mágico? ¿Por qué lo estaba pidiendo? ¿Quería mantenerlo vivo?

¿Por qué?

Draco sintió como Potter posaba la mirada encima de él de vez en cuando, mientras Weasley comenzaba a enumerar los pros y contras de tratar de rescatar a la gente que fuera a ser ejecutada.

No, el cerebro de Draco dijo de inmediato al oírlo. No, es demasiado arriesgado, y perderían más de lo que ganarían, porque serán ejecuciones diarias y nunca podrán salvarlos a todos.

Pero ¿qué podían hacer? Que Harry se entregase no era una opción. Intervenir la radio era lo único viable, aunque, ¿qué le dirían a la gente? Era un juego que no tenía que ver con nada físico, sino que era una demostración de poder, de quién tenía los dados. Un juego de control. Era-

Algo se iluminó en su cabeza.

—Tengo una idea.

Los cinco se giraron a mirarlo.

Así que Draco les expuso, poco a poco, el plan que podrían ejecutar y cómo ejecutarlo. Granger no lo miraba, y Weasley solo lo escuchaba con los labios apretados, obviamente descontento, pero las actitudes no eran para nada comparables a cómo fue la primera vez que los vio.

No tardó mucho tiempo en explicar, y para cuando terminó la lista de opciones y cómo podrían llevarlas a cabo, Granger estaba abiertamente de acuerdo con él. Weasley, a pesar de que no lucía como si quisiera darle la razón, también reconocía que era un buen plan. Theo deslizó un brazo encima de su hombro en apoyo, y Potter selló la conversación diciendo que "lo considerarían", mientras delineaba la cercanía que Theo tenía con Draco.

Entonces, este murmuró a un lado de su oído que debían irse ya, por si los necesitaban en el Ministerio. Draco asintió, separándose un poco para que él se despidiera de Luna. Weasley entró junto a su novia, y ambos esperaron a Potter metros más allá. Draco vio cómo les hacía una seña para que así continuaran ellos solos, y cuando Potter se volteó, Draco simplemente supo que iría hacia él.

Lo sabía.

—Malfoy —murmuró.

Draco ocultó una sonrisa por haber adivinado, mientras se aclaraba la garganta y se enfocaba en él. Era agradable verlo y saber que la agitación ya había pasado, y que por mucho que la culpa todavía estuviera ahí (probablemente), Potter se veía muchísimo más relajado que minutos atrás. Suponía que comprendió que no le serviría de nada alterarse.

—Gracias —le dijo, poniéndose frente a frente.

Draco asintió.

—Potter —replicó lentamente, sabiendo que necesitaba recordárselo—: Nada de esto es tu culpa.

Potter se removió incómodo en su lugar. Draco casi puso la mano encima de su hombro para re asegurar sus palabras. Mientras tanto, Theo se acercó a ellos.

—No me conviertas a mí en la persona que tenga que recordártelo —dictaminó, dispuesto a marcharse.

Potter no contestó.

•••

La cabeza de Millicent Bulstrode se encontraba exhibida en la pared anterior de la estatua del atrio, en el Ministerio.

No era la única, considerando que hubo seis ejecuciones más con el transcurso de los días. Draco evitó mirarlas cuando arribó el lunes de la semana siguiente. Estaba allí para entregar su reporte acerca de lo que pudo averiguar sobre gigantes, yetis y trolls, que no era mucho, además. La gente orbitaba en el atrio, fingiendo no mirar la cabeza de la espía, pero de todas maneras retornando los ojos a ella. Millicent tenía una expresión horrible en el rostro, de alguien que murió gritando, y alrededor de su boca había carne podrida que expedía un pésimo olor.

Era humillante, y asqueroso.

Pero podría ser peor.

El Señor Tenebroso se encontraba ahí también, aunque lejos de todos en uno de los pisos superiores, observando. La gente no se atrevía a mirarlo, con justa razón, y el único motivo por el que Draco sabía que estaba allí era gracias a su magia. No podía reconocerla instantáneamente como a Potter, que simplemente sabía que era de él. Sino que la sentía en el aire, y Draco sabía que ningún otro mago emitía tanta magia oscura. Ningún otro.

De todas maneras, lo ignoró. Mientras el Lord no lo buscara, no podía preocuparse por él. O fingir hacerlo.

Draco entregó el informe a Rodolphus sin conversar demasiado, y luego ambos caminaron hasta la Cámara del Wizengamot, donde ese día se votaría si el Mundo Mágico era declarado en estado de guerra o no.

Que claramente lo estaba.

Draco llevaba su broche del Nobilium en el pecho, y la máscara de Mortífago que se usaba en la primera y "Segunda Guerra" (como se le había empezado a decir). Se sentó ahí toda la asamblea, medio escuchando y medio no, considerando que ya sabía qué resultados tendría la votación.

El estado de guerra era básicamente una forma de "proteger" el mundo mágico cuando algo muy terrible estaba sucediendo. Desde la Batalla de Hogwarts ya se encontraban en un "Estado de Excepción", que limitaba el derecho a la libertad de locomoción y desplazamiento: o sea, la cuarentena mágica.

Lo que buscaba el estado de guerra era restringir la libertad de reunión, libertad de trabajo, libertad de prensa, posibilidad de alterar el derecho a la propiedad, el derecho a la libertad personal, derecho a la privacidad, y tener permitido detener a personas en su vivienda o en otros lugares poco habituales. Quitando así un poco la responsabilidad del Wizengamot de juzgar, de los Aurores de atrapar criminales, y pasarla tanto al Nobilium como al Electis. En otras palabras, la privacidad no existía, tus bienes ya no te pertenecían y nadie podía hacer nada sin que la alta sociedad del mundo mágico estuviera enterado.

Como era de suponer, la votación resultó a favor de forma unánime.

Se encontraban allí antiguos miembros del Wizengamot, Mortífagos, los miembros restantes del Nobilium, y todos los Electis. Draco no los saludó cuando se sentó, y mucho menos lo hizo cuando se levantó la sesión. A lo lejos, podía ver a Greyback mirándolo a través de la multitud, como si supiera todos sus movimientos de memoria. Maia estaba a unos pasos, sonriente, carismática, con su piel oscura brillando con la luz artificial. Theo también estaba ahí, rodeado de gente que no se preocupaba por él, felicitándolo por su recuperación.

Le recordó a cómo le daban las condolencias por su madre.

Draco salió de allí antes de enojarse de verdad.

En el atrio del Ministerio, la tarima donde se llevaría a cabo la ejecución de ese día ya estaba puesta. Draco sabía que sucedería algo, que los planes de la Orden darían frutos, porque de no ser así, Potter y los suyos serían unos imbéciles considerando que él les informó que ese día todos los miembros del Nobilium y el Electis estarían en el Ministerio. Era el momento perfecto.

Draco enfocó la mirada a lo lejos, y pudo ver que en el escenario ya habían dos personas. Uno, el condenado. El otro, el Señor Tenebroso. Sus ojos se dirigieron al gran reloj de la pared, y supo que en un par de minutos la ejecución comenzaría.

Caminó hasta la tarima.

De cerca la visión era inquietante. El condenado era un anciano vestido con el uniforme de guardia de Azkaban, y a simple vista no parecía tener ningún vínculo con Potter. De hecho, Draco no creía que tuviera algún vínculo con él, o que fuera un espía. Simplemente parecía un hombre que había sido juzgado por su sangre.

El susodicho en cuestión estaba todo golpeado, con heridas abiertas que sangraban; el líquido caía encima de sus ojos a trompicones. En su frente, la palabra "sangre sucia" estaba escrita, y al estar atado al suelo, de rodillas, Draco podía ver el miedo en sus ojos por no poder escapar. Observaba a todos los que se reunían a su alrededor con la esperanza de que alguien lo ayudara.

Esperaba que esa vez no ganara el miedo.

—Bien —anunció el Lord entonces, cuando el reloj cambió de hora, haciendo callar a toda la gente—. Creo que no es necesario que me repita una vez más.

Draco ya se encontraba a unos pasos del escenario, y vio cómo los empleados dejaban sus labores y comenzaban a llenar los alrededores de la tarima. No quería pensar que todos ellos verdaderamente disfrutaban esa escena, o que quizás el morbo les hacía hallarla interesante.

Pero sabía que probablemente así era.

El anciano comenzó a temblar cuando el Lord caminó hacia él. Negaba una y otra vez como podía, al estar inmovilizado. Su cara se encontraba mojada gracias a las lágrimas y la sangre.

—Por favor…

El Señor Tenebroso no lo escuchó, ni siquiera lo miró, mientras Maia sonreía rodeando al anciano en el estrado.

Draco vio cómo el hombre trataba de sacudirse cuando la mujer lo tomó de la túnica para golpearlo.

—Andrew Simonds —dijo el Lord, inamovible—. Por los delitos de traición…

—Yo no hice nada-

—… Subversión y conspiración…

Draco cerró los ojos un segundo al ver cómo el lugar donde el señor se encontraba, se había manchado de una poza que le rozaba las rodillas. Algunas personas rieron. Maia lo golpeó más fuerte mientras desvanecía la orina.

El Lord esperó en silencio antes de volver a hablar, como si nada hubiese pasado.

—Ha sido condenado a una ejecución tipo Dos.

—Soy inocente —rogó el anciano—. Por favor, soy inocente-

Maia soltó una risa, apuntando la varita hacia él.

Expulsis visceribus.

Y así como así, el cuerpo del hombre se dobló en dos.

Antes de que Draco pudiera procesar que la Orden no alcanzó a salvarlo, que una vez más otro inocente murió-

El anciano ya se encontraba vomitando.

La sangre tiñó el escenario, mientras Draco veía cómo no podía parar. Cómo el hombre era incapaz de cerrar la boca, porque los órganos no dejaban de salir de ahí. Coágulos, vísceras, intestinos. El olor metálico inundaba sus fosas nasales. Maia volvió a reír, mientras el Señor Tenebroso observaba todo con una sonrisa de deleite.

Y, mientras Draco se limitaba a observar la escena entumecido, pasaron demasiadas cosas a la vez.

El Lord levantó su varita.

—¡Cruc…!

Pero antes de que pudiera darle y ocasionarle más dolor aún al anciano, una mujer, la misma que anunció la vuelta de la radio durante el secuestro de Rookwood, entró corriendo desde el ascensor.

—¡Gran General! —gritó ella—. ¡Gran General!

Todos los presentes se dieron vuelta para verla, y Draco notó cómo entre los brazos traía un artefacto muggle. La magia vibraba alrededor de él, y reconoció que el objeto debía estar lleno de hechizos para conservarla. Ella corrió hasta alcanzar el borde de la tarima y levantó la radio.

El ruido resonó por todo el lobby.

—… EL POTTERVIGILANCIA QUE HAN ESCUCHADO HASTA AHORA ES FALSO. ES UN MECANISMO IDEADO POR EL GRAN MORTÍFAGO PARA HACERLES CREER QUE HARRY POTTER…

—¡Apaga eso! —exclamó Maia, emanando furia.

Mas Voldemort parecía inclinado a escuchar qué tenían que decir.

Draco puso en su lugar una mueca de rabia, de asco, cosa de que el que mirara hacia él viera que estaba completamente en desacuerdo con aquello. Una farsa.

Y en medio del murmullo de la gente que conversaba, del Señor Tenebroso oyendo con atención, y del sonido siendo amplificado para que todos pudieran captarlo, los gritos de la radio cesaron, y una voz se oyó por encima de todo.

—Escúchame bien, Tom.

Merlín.

Draco jadeó, aunque nadie le estaba prestando atención a él. Formó puños con sus manos intentando decirse a sí mismo que lo estaba esperando.

Ellos no lo sabían, pero esa era la voz de Potter.

Él se la sabía de memoria.

Y ese era el nombre real del Lord, quien pareció hervir al oírlo.

—¿Crees que eres el único que tiene presos políticos? No —continuó Potter, soltando una risa sin humor—. Aquí mismo tenemos varios. ¿Recuerdas a Corban Yaxley? ¿Recuerdas a tu querido ministro, Augustus Rookwood?

La gente aún conversaba, pero ninguno se atrevía a que fueran más que susurros. Draco paseó su mirada por entre la multitud y atrapó brevemente su mirada con la de Theo, quien se veía amenazante, descontento. Como él mismo se suponía que debía lucir.

Potter prosiguió.

—… Oh, ¿y qué crees que harían los Goyle por su único hijo?

El Señor Goyle, quien estaba reunido con el resto de Electis saltó ante la mención de Gregory. Draco no podía mentir y decir que no le complacía saber que se encontraba angustiado.

El Señor Tenebroso por su parte estaba exudando ira, haciendo que el suelo temblara. Tampoco podía decir que no le divertía.

—Si no detienes estas ejecuciones, esta artimaña asquerosa e infantil… los vamos a matar —anunció Potter, simple y llano, provocando que Goyle padre soltara una maldición—. Pero no será rápido, Tom. No lo será, ¿sabes qué es lo mejor de cobrar venganza? —Potter rio—. Hacer que dure.

Las exclamaciones en el Ministerio no se hicieron esperar, tratando de mil y una cosas a Potter. Una escena que de niño le habría provocado tanto gusto a Draco, en ese momento no estaba ayudando ni un poco a aflojar el nudo de su estómago.

—Me encargaré de enviártelos de a poco, pedazo por pedazo, parte por parte —la voz de Harry sonaba encantada—. Me encargaré de enviárselos a sus familias, de cortarlos yo mismo. ¿Reconocerán sus dedos? ¿Y qué me dices de sus ojos? No creo que les sean de mucha utilidad.

Draco podía ver el dilema del Señor Tenebroso. Casi podía oír lo que estaba pensando. No tenía permitido desentenderse de esa amenaza. No podía seguir adelante con su plan, porque si no estaba dispuesto a proteger a su círculo más cercano, ¿qué le quedaba al resto de sus seguidores? ¿A los sangre pura, los miembros más importantes de esa sociedad? No sería un líder ejemplar, hasta la persona más inteligente lo vería. El Lord les juró protegerlos. Una cosa era castigarlos bajo excusas estúpidas, otra era dejarlos morir con libertad.

No podía permitirse eso, y él lo sabía.

—Si no haces lo que te decimos, y no dejas de asesinar gente inocente de la forma en que lo has estado haciendo, ya sabes qué pasará. No son los únicos presos que tenemos, y no mentimos con que siguen vivos. —Draco podía sentir la sonrisa a través de su voz—. Aquí va una prueba de eso.

En ese momento, el aleteo de una lechuza cortó el silencio en el que el atrio se había sumido. Todos estaban extremadamente conscientes de lo que sucedía. Mulciber apuntó la varita a ella sin dudarlo y la hizo caer desde el cielo, muerta, mientras lo que traía amarrado en la pata caía con el animal.

La mujer más cercana a la lechuza la tomó casi sin pensarlo, y luego soltó un grito al abrirla. El resto del mundo parecía haberse quedado mudo, y todos los ojos se encontraban fijos en eso, en lo que acababa de suceder.

Botado en el piso, en medio de toda la gente, un dedo con el anillo familiar de los Yaxley relucía en su esplendor.

La multitud empezó a gritar: a exclamar millones de cosas del horror, de la vergüenza o de la cólera. Era caótico. Draco quería ocultar su expresión burlona.

Unos segundos pasaron, y entonces cuando todo se creía acabado, un halo plateado envolvió al Ministerio, y Draco reconoció inmediatamente qué era.

Majestuoso, real. Algo que Voldemort ya no podría negar.

Tomó todo de sí el reprimir una sonrisa satisfecha.

—Habla —dijo el ciervo, y otra voz comenzó a sonar a través del Patronus.

—Por favor —Yaxley suplicó—, ¡no me maten! Por favor, no- no… ¡No…!

Una persona intentó hacerlo callar y el ciervo desapareció, pero ya era demasiado tarde.

La duda ya había sido plantada. La jugada ya había sido hecha. Voldemort ya había tirado los dados, pero la orden superó su movimiento. Ganaron esta ronda, era algo obvio.

Draco solo tuvo que robarle una pequeña mirada a la cara del Señor Tenebroso para adivinar qué se venía. La magia oscura danzaba a su alrededor y se expandía por el atrio, dispuesta a asesinarlos a todos.

Pero no pudo evitar saborear un poco de la victoria, porque eso significaba que los Mortífagos podían cometer un error más fácilmente. Eso significaba, que mientras más se ganara, más probabilidades había de descubrir la verdad sobre su madre y de cobrar venganza.

De matarlos a todos.

El Señor Tenebroso explotó, sacando su varita, y pateando el cadáver del anciano muerto.

Draco se arrodilló, cerrando los ojos y esperando que la furia lo alcanzara.

•••

Draco se Apareció fuera de la base dos días después junto a Astoria, luego de que él hubiese ido a Hogwarts a sentir la firma mágica del semi gigante que intentaban rescatar.

El día anterior había recibido una nota de Potter en su mansión, con una lechuza genérica que él despachó al instante. Después de leer el papel, Draco asumió que debía ajustar ya los últimos detalles del plan. No podía ir a la base solo, y no deseaba molestar a Theo, sabiendo que él no participaría en la misión y Luna sí; suponía que no le haría mucha gracia. Así que Astoria era quien decidió acompañarlo para que pudiera entregar la información recolectada.

Draco vio cómo Astoria sacaba la moneda de su bolsillo y apuntaba la varita a ella, esperando que el portón se abriera. Ambos esperaron en silencio.

La cara de Draco dolía de vez en cuando, debido a que se encontraba maltratada. La furia del Señor Tenebroso no era algo que tomarse a la ligera, y esa vez ocupó hasta las manos para desquitarse.

Así de furibundo estaba.

Su ojo se encontraba morado, pero al menos las grandes heridas que el Lord le infringió después de que Draco le dijera que "tuvo que haber informado al Nobilium de todo movimiento" ya no estaban.

Cuando las puertas se abrieron, ambos entraron al jardín caminando lento por su sanidad. A mitad de camino mientras avanzaban por el laberinto, Potter apareció, ansioso de verlos, sin siquiera dejarlos llegar hasta la zona común.

Traía una expresión triunfal en la cara, seguramente dado el éxito que resultó el Patronus del Ministerio y la intervención de la radio. Pero apenas sus ojos se posaron en Draco y en su rostro, el gesto se desvaneció, y cambió a algo que no supo identificar.

—Malfoy —le dijo. Draco hizo una pequeña reverencia.

—Potter.

Este se le quedó viendo, para luego apuntar con la barbilla a la herida de su ojo.

—¿Qué te pasó?

Draco se encogió de hombros, tentado a decirle que no era ninguno de sus problemas. La respuesta estaba en la punta de su lengua. Pero casi de inmediato vio la frente arrugada de Potter; la manera en la que observaba la herida como si quisiera curarla, y Draco calló.

Potter no preguntaría si no le importara.

Ya no.

—A alguien no le hizo demasiada gracia tu truco —respondió, intentando bromear.

Los orificios de la nariz de Potter se ensancharon, algo molesto.

—Es un imbécil.

—Sí.

—No, lo digo en serio —insistió él—. No tiene ni un sentido maltratar a la gente que lo sigue cuando algo no sale como quiere.

Draco, quien ya estaba acostumbrado a sus arrebatos, no encontraba el punto de Potter tan escandaloso. Los Mortífagos lo seguirían sin importar qué, y esa era su manera de imponer respeto, de amenazar diciendo que las cosas serían peores si no mejoraban ellos.

—El miedo es lo más importante, supongo —terminó respondiendo.

—¿Tú lo tienes?

—¿Qué cosa?

—Miedo.

Draco desvió la mirada y pensó. Si era completamente sincero, no recordaba la última vez que había sentido miedo. Quizás cuando el Señor Tenebroso lo visitó después de la muerte de su madre, pero… Draco había olvidado lo que era temer por su vida, por el simple hecho de desear seguir vivo. Si antes no quería morir y temía por ser asesinado, era porque no podría rescatar a su madre entonces. En ese momento, su miedo a morir tenía que ver con dejar solo a su padre en Azkaban. Y con nunca vengar a Narcissa.

No temía por su propia vida de la manera que se supone que debía hacerlo. Potter y él tenían eso en común.

De todas formas, decidió contestar:

—Sólo un estúpido no lo tendría.

Potter no esperaba una respuesta sincera, aunque no fue tan sorprendente para él como las primeras veces; se notaba en su rostro. Después de las conversaciones que habían compartido y todo lo que había sucedido en un lapso de meses, Draco ya no le veía el punto a seguir ocultando cosas. Era prácticamente toda una vida de conocerse. Si Potter no era honesto, probablemente Draco adivinaría la verdad detrás de la mentira y viceversa.

—Deberías curarte eso —dijo al final Potter, después de estudiarlo.

Draco sacudió la cabeza.

—Sería demostrarle que me duele. No le gustará.

—Entonces deberías hacerte algo, no sé. Madam Pomfrey- —comenzó, para luego interrumpirse—. O, ven aquí, yo-

Astoria se aclaró la garganta, interrumpiéndolo.

—No tenemos mucho tiempo.

Draco parpadeó, dándose cuenta de que en todo ese rato Astoria estuvo fuera de la conversación. Eso no había sucedido antes, y vio de reojo cómo las mejillas de Potter oscurecían.

Le encontró la razón, de todas formas, así que se volvió de lleno al hombre una vez más, con el objetivo de informar las novedades.

—Es corto, Potter. He recibido tu nota, que por cierto, no vuelvas a enviarla a través de lechuza, mucho menos intentes mandar un Patronus. Pídeme venir, dile a Theo, no lo sé, pero la mansión no es un lugar seguro para comunicarse.

Potter asintió.

—Entendido.

Draco lo miró. En otra ocasión, Potter habría hecho una y mil preguntas acerca de por qué Draco no querría recibir notas en la mansión. Todavía no dejaba de fascinarle ese cambio.

Sin embargo, creía que ya estaba establecido que su comunicación había cambiado.

Por eso mismo, cuando recibió la nota escrita con una letra tan desordenada que le hizo sonreír, Draco tuvo que reprimir el deseo de escribir de vuelta.

—He recibido tu nota —repitió—, así que he ido a Hogwarts. Creo que puedo identificar la magia de Hagrid, la que usó durante la batalla, y la firma que está latente en lo que solía ser su casa.

Draco no podía oírlos, pero podría asegurar que los latidos de Potter se ralentizaron.

—¿Podrías encontrarlo? —respiró.

Draco lo consideró unos segundos.

—¿Kreacher puede ayudarme?

—No lo sabemos.

Según lo que Theo le había dicho, Kreacher los acompañaría a la misión. Por lo que su «no sé», tenía más que ver con capacidad, que con su voluntad. Draco pensó en un punto que podían usar uno de sus elfos, o de Theo, para así no cansar a Kreacher, pero luego de que se declarara el Estado de Guerra cada uno de sus bienes pertenecían al gobierno más que a ellos. Sobre todo si las criaturas fueron adquiridas después del triunfo del Señor Tenebroso, ya que eran parte de una nueva legislación. Por lo que, si por alguna razón se destapaba parte de la verdad, y los elfos eran interrogados, su lealtad habría cambiado a Voldemort. Nunca podrían cubrir a Draco como él lo necesitaba.

—Creo que podría haber una posibilidad —contestó finalmente.

Potter suspiró, y aunque sus ojos todavía no abandonaban el moretón que recubría el ojo de Draco, podría apostar que su mente se encontraba en otro lugar, repasando una posibilidad que por años creyó imposible. Una parte de él, una que no admitiría jamás a nadie, se sentía bien sabiendo que Hagrid era lo único que hacía que Potter luciera un poco más como él mismo, y que quien trajo esa faceta a la luz había sido el mismo Draco.

Le serviría en el futuro, para que Potter no entrar en un colapso.

Cuando había pasado un tiempo prudente y Draco podía sentir a Astoria tentada a hacer otro comentario desafortunado, tomó la mano de Potter y la abrió, sin cortar el contacto visual mientras depositaba el papel allí.

—Ten.

Potter no lo soltó de inmediato, y en su lugar, bajó la mirada hacia su palma.

—¿Qué es esto?

—La dirección del hotel de Irlanda en el que me quedaré. Tendré una reunión con un comerciante de Bulgaria —informó—. La reserva es de cuatro días, tú deberás averiguar cuando es conveniente ir a buscarme.

—¿Por qué no buscarme tú a mí?

Draco dejó ir su mano.

—Porque necesito que borres mis recuerdos —le explicó—. Informaré de mi ausencia al Nobilium, sospecharán, buscarán en mi mente algo extraño, de una forma u otra, y no pueden encontrar nada.

Poder acarició el papel que aún sostenía abierto en su palma.

—Bien... —murmuró.

Potter sacó su varita, y la dirigió hasta la cabeza de Draco. Pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa, él recordó una duda que lo había estado asaltando durante los últimos días, desde la ejecución.

—¿Cómo entraron? —preguntó Draco—. A la radio.

Potter apretó los labios, y ladeó la cabeza, mirando a Astoria como si en ella encontraría las respuestas.

—¿Recuerdas la bomba? —replicó, sin mirarlo—. La creó alguien de la Resistencia.

Draco juntó el entrecejo. Habría pensado cualquier cosa, menos eso, considerando que el momento en el que se tiró la bomba Potter estaba ahí, y no creía que nadie de su bando querría hacerle daño. Pero considerando que la gente más cercana al radio de la explosión fueron Mortífagos, y que de hecho terminaron siendo los más afectados... quizás tenía sentido.

—Una porción de gente logró escapar al mundo muggle después de la Batalla de Hogwarts —continuó Potter—, y cuando se enteraron de la verdad sobre mi muerte volvieron de alguna forma, y se instalaron allí, en el Valle de Godric. Algunos tenían conocimiento de armamento muggle porque se prepararon en caso de poder ocuparlo contra Tom, y creyeron que era el momento preciso. —Esbozó una sonrisa amarga—. En la mayoría de los casos, la magia jode la tecnología muggle. Pero los explosivos… Muchas veces los explosivos no requieren de tecnología.

Aquello dejó a Draco aún más pasmado. ¿Volver?, ¿luego de escapar de ese mundo? Comprendía que esa era su tierra, comprendía que quisieran luchar por el mundo mágico. Pero aún así, habían logrado escapar de Voldemort. Eso no lo hacía cualquiera. Volver era una misión suicida.

Él no tenía tanto valor.

—Bueno, gracias a sus investigaciones de la tecnología y cómo interactúa con la magia, nos ayudaron a intervenir la señal. Es nuestra de nuevo —continuó Potter, sin darse cuenta del revoltijo de emociones que Draco sentía en el pecho—. Lo será hasta que Tom averigüe cómo eliminar las emisoras por completo, tal como lo hizo después de "la Segunda Guerra".

Draco casi rodó los ojos por la actitud infantil que Potter tenía al pronunciar ese último término, como si se estuviera tragando un limón. No le gustaba.

Luego, se dio cuenta de lo que Potter dijo.

Bombas. Draco había leído acerca de ellas en algunos libros, y existían hechizos que más o menos podían replicar lo que una explosión hacía. Pero aún así, la catástrofe no era la misma. Y si en el mundo mágico se empezaban a arrojar bombas, ya no quedaría nada que reconstruir el día de mañana. Si es que había un mundo que reconstruir, por supuesto. Si es que eran capaces de ganar.

De todas formas Potter parecía orgulloso de este aporte y lo miraba expectante.

—No sé qué decirte —respondió Draco con sinceridad.

Potter ladeó la cabeza.

—¿No te alegra?

—¿No ves lo peligroso que es? No lo de la radio —replicó Draco al instante, crudo y honesto—. Lo de las bombas.

Potter abrió la boca, como para restarle importancia, aunque luego pareció pensarlo mejor y su cara se ensombreció. Draco suponía que no debía hacerle mucha gracia que le cuestionara un hecho que él consideraba bueno.

Lucía como si estuviera dispuesto a discutir, y Draco simplemente no tenía la energía. Su rostro dolía, su cuerpo estaba cansado; sólo quería descansar. Pronto volvería a verlo para rescatar a su jodido amigo, y no tenían ganas de arruinar el ambiente entre ellos antes de eso. Además, Astoria parecía querer intervenir.

Que Merlín los librara de eso.

—¿Sabes qué? No importa, Potter. No es algo de lo que debamos preocuparnos hoy —decidió decirle—. Ten todo listo para ir a buscar a Hagrid.

Fue suficiente distracción, porque Potter pareció olvidar el tema de las bombas. Sus ojos se iluminaron.

Se veían aún más verdes.

—Y mientras yo no pueda recordar, asegúrate de no ponerte en peligro, ¿quieres? —le espetó Draco al final—. No mueras.

Potter asintió de forma inconsciente. Astoria resopló en el fondo.

Después de darle una mirada letal a la mujer, se giró, esperándola para que todos caminaran hacia afuera. Draco observó cómo ella se acercaba a Harry para susurrar algo, compartiendo así una pequeña charla. Luego, Astoria dio un paso adelante, y se transformó en una serpiente. Draco suponía que no quería que la vieran afuera, no quería llamar más la atención de lo que él por sí solo ya la llamaba. Cuando perdiera sus recuerdos y la consciencia, suponía que la mujer se transformaría de vuelta y en un par de segundos lo Aparecería directo a la mansión. Draco dejó abiertas las barreras para ella.

Cuando comenzaron a caminar, dispuestos a salir del laberinto, Potter se apresuró a ponerse a su lado.

—Malfoy —susurró, acercándose a su oreja.

Draco ni siquiera alcanzó a girarse, cuando lo oyó, en un tono…

Cómo si él mismo no pudiera creer lo que estaba diciendo.

—No mueras tú, tampoco.