(07:21 a.m)
Su cabeza dolía, su vientre dolía, cada minúsculo pedazo de su cuerpo dolía.
Había unas manos sosteniéndolo, ¿o era su imaginación? Probablemente lo era. Draco sentía que estaba flotando, mientras la ropa se le pegaba como una segunda piel. Y daba igual si mantenía los ojos cerrados o abiertos porque de todas formas no veía nada. La mañana no era más que algo borroso en el centro de su pupila, y sus párpados pesaban demasiado como para esforzarse en mantenerlos abiertos.
Un rincón de su cerebro estaba molesto consigo mismo, porque si no se hubiera puesto en frente de Potter, aquello jamás habría pasado. Estaría bien. Fue un acto sin meditación, impulsivo e imprudente. Draco había actuado de esa forma pocas veces en la vida.
Y para rematar su estupidez, probablemente ahora moriría. Genial.
Pero- tenía claro que, en primer lugar, jamás se habría perdonado el haber dejado morir a Harry. Y en segundo lugar... si lo pensaba bien, terminar muriendo al fin era un alivio. Vería a su madre de nuevo.
La muerte era una manera de liberarse.
Sin embargo, su padre lo necesitaba vivo. Así que esperaba que donde sea que estuvieran, lograran salvarlo.
—Joder… Puede… Es… Malfoy …
Draco no podía escuchar bien, el mundo se sentía entumecido, aunque podría asegurar que la voz venía desde un lado de su oreja. Había gritos de aquí para acá, y pisadas- ¿pisadas? Draco habría apostado que la pelea ya había acabado.
Sin darse cuenta, soltó un quejido porque fue movido bruscamente. ¿O él se había movido? Probablemente era eso, porque sentía que iba a vomitar y estaba tosiendo. Tosiendo bastante. Expulsando líquido por su boca.
—Vamos… Puedes…
Las voces se encontraban más agitadas con cada segundo que pasaba, y el corazón de quien lo sostenía estaba latiendo exageradamente rápido. O quizás era su propio corazón. Aunque Draco lo dudaba, con cada segundo se sentía más y más débil.
Los brazos lo sujetaron con más fuerza, como si creyeran que sólo de esa forma lo salvarían de la muerte inminente. Draco se dejó caer en ellos, pidiendo que pudieran curarlo pronto, y quedó, momentáneamente, inconsciente.
•••
(07:22 a.m)
Harry se quedó paralizado, con los pies amenazando con botarlo de una buena vez mientras las voces del grupo hacían eco en sus oídos.
No podía creer lo que estaba viendo. Sus sentidos estaban divididos entre colapsar al fin, correr a él, pellizcarse o gritar, porque era imposible que aquello fuera real. Imposible.
Porque ese, ese que se alzaba a lo lejos, era Hagrid.
Era Hagrid.
Estaba vivo.
Harry lloró por Hagrid, años atrás. Lloró por su muerte, se despidió de él, así como Seamus se había despedido de Dean cuando aceptó que la noticia de los periódicos sobre su muerte y esclavitud era real. Hicieron una ceremonia para todos los caídos, para todos a los que no volvieron a ver y no recuperaron sus cuerpos.
Cuando Harry aceptó que ya no había manera de contactarlo, que probablemente era un cuerpo más en la pila de cadáveres que quemaron en Hogwarts, lloró por Hagrid. Harry se había despedido de él. Y cuando Malfoy llegó a decirle que había una posibilidad de que estuviera vivo, jamás se atrevió a creer, no de verdad. Pero ahí estaba.
Ahí estaba.
Hagrid estaba allí, y Harry quería correr hacia él. Fingir que era un niño de nuevo.
—Harry —Hermione lo afirmó de las solapas de su chaqueta, cortando el hilo de sus pensamientos—. Harry, envía a Malfoy con Kreacher. No puedes irte ahora.
Harry observó la figura del semigigante acercándose cada vez más y su corazón dio un brinco de alegría. Todos sus sentidos le repetían que fuera hacia él, que Hagrid era de las pocas cosas que le recordaban a su hogar.
Pero luego bajó la cabeza, y miró a Draco. Sus labios estaban azules y en su boca había rastros de sangre; estaba pálido, sudoroso, con el pulso ralentizado. Harry no podía dejar de mirarlo, de recordarse que sería su culpa si se departía con la Aparición, si no se aseguraba de que llegara vivo a Inglaterra.
Harry negó.
—No puedo quedarme.
Hermione soltó una respiración temblorosa.
—Harry, por el amor a Merlín-
—No puedo, Hermione.
Dio un paso atrás, haciendo que las manos de su amiga ya débiles, cayeran sueltas a sus costados. Hermione parecía querer gritarle, estallar por su insensibilidad. Cosas que Harry entendía que sintiera, pero que no tenía tiempo de contemplar en ese segundo.
Debía irse ya.
Evitó mirar hacia el frente. Sabía que si lo hacía, ya no se marcharía.
—No dejaré que las barreras se cierren, eso tenlo por seguro —le dijo a Hermione, dándole la espalda—. Pero no puedo- no puedo enviar a Kreacher. Tengo que asegurarme de que no muera.
Kreacher no había podido siquiera curarse a sí mismo en Grimmauld Place con su desnutrición, ¿cómo podría curar a alguien más? ¿A un humano, además de todo? La medimagia era una de las ciencias más complicadas y Harry simplemente no podía permitirse correr el riesgo. Además, si el elfo pudiera, verdaderamente pudiera hacerse cargo de ese trabajo, ya se habría ofrecido.
Y cuando le echó un vistazo, y Kreacher se encogió en su lugar, sabía que estaba en lo correcto.
Tenían que Aparecerse en el campo abierto que daba al mundo muggle de Inglaterra, y de allí –dentro del mundo mágico– ir a la base. Volver a Irlanda no era una opción, no sabiendo que Padma estaba aún inconsciente en la casa recuperándose, y que no tenían suministros. Su objetivo era sí o sí volver a la Mansión McGonagall.
Draco se agitó entre sus brazos. Harry sintió cómo la bilis subía por su garganta.
Reaccionando al fin, le puso encima un encantamiento para levitarlo, y agarró su capa invisible del suelo, la cual se le había caído a Malfoy. Vio que estaba cubierta de sangre.
—¿Irás, incluso si eso no te deja volver? —susurró su amiga al ver que no daría su brazo a torcer. Ni siquiera Bill, Fleur o Luna lucían como si quisieran convencerlo. Y Harry, después de oírla, no necesitaba voltearse para saber que estaba al borde del llanto.
Suspiró.
—Incluso así.
La barrera seguía abierta, podía sentirla. Le estaba tomando mucha energía no cerrarla, pero no podía darse el lujo de pensar en eso. Harry le hizo una seña a Kreacher, quien esperaba a unos metros toqueteando sus orejas. Harry se agachó, preocupado al escuchar cómo Malfoy tosía, y le pidió al elfo que los Apareciera en el límite de la barrera muggle y luego en la base. A medida que bajaba un poco el hechizo de levitación y con él el cuerpo de Malfoy, Harry tomó su mano para así Aparecerse con él.
—Harry- —Hermione trató de tomarlo de nuevo, pero él alcanzó a alejarse—. Harry, por favor. Harry, no-
—Ahora.
Kreacher los Apareció.
Aterrizando, Harry sintió cómo todos sus sentidos olvidaban la decepción de Hermione y se inundaban de terror al oír cómo Malfoy se ahogaba, gracias a la abrupta acción. Lo bajó al instante, traspasando la barrera al mundo mágico y depositando a Draco entre sus brazos para buscar algún signo que indicara que estaba muriendo. Sus manos temblaban mientras revisaba.
Cuando Harry tanteó el tejido de la herida, Malfoy tosió de nuevo, así que reaccionó a ladearlo al darse cuenta de que la razón por la que se estaba agitando tanto, era porque se encontraba acostado boca arriba. Se ahogaba con los coágulos que salían de su garganta.
Se estaba ahogando con su propia sangre.
—Joder, Malfoy —Harry susurró cuando dejó de toser—, no mueras.
Sin siquiera mirar a Kreacher, Harry alzó su mano, haciendo que la fractura de su codo estallara. Había olvidado que él también estaba herido.
Kreacher tomó su palma, mientras Harry jadeaba de dolor, y los Apareció lejos de allí. Mientras él se aferraba al cuerpo de Malfoy.
Cuando volvió a abrir los ojos, la Mansión McGonagall se alzaba ante ellos.
•••
(08:13 a.m)
Draco no comprendía qué estaba pasando, sólo que su boca tenía un sabor metálico que le ardía, y que el mundo no paraba de dar vueltas.
Según él recordaba habían estado en una misión, ¿no? En Austria. Entonces- ¿por qué las paredes a su alrededor eran tan conocidas? ¿Por qué había voces que no recordaba haber oído antes, pero que no parecían querer hacerle daño? ¿Estaba alucinando? Era lo más seguro. Lo más seguro era que había perdido la cabeza, y que todo el tiempo se había imaginado todo.
Draco dejó que le retiraran la ropa, mientras le empapaban los labios con un líquido. Una voz masculina le pidió que no muriera.
La reconoció.
Sí, lo más seguro era que se estuviera imaginando todo.
Sería un alivio, la verdad. ¿No sería un alivio despertarse, y que todo hubiera sido una pesadilla? ¿Un mal sueño? Despertarse en quinto año, días antes del aprisionamiento de su padre, y darse cuenta de que en realidad todo fue falso, desde el inicio. Que nada de aquello pasó, y que al final del día volvería a casa, donde su madre lo estaría esperando con galletas que fingiría haber hecho ella. Su padre se encontraría a un lado diciendo que lo consentía demasiado, mientras al mismo tiempo le daba un regalo que Draco no había pedido, susurrando que sabía que lo necesitaba. Era un alivio pensar que esa era la realidad y que el resto- que el resto hubiera sido producto de su mente.
Pero sabía que era mentira, porque Draco no tenía la imaginación suficiente para imaginar un mundo tan mierda como en el que vivía.
Durante el transcurso de las horas recuperó y perdió la consciencia varias veces. Hubo un punto en el que oyó, a lo lejos, como una mujer le indicaba a alguien más algo que no entendía.
—Señor… tómese esto… su brazo… por su bien...
Draco parpadeó varias veces, sintiendo cómo cada rincón de su persona estallaba en agonía gracias a ello. Toda la gente que escuchó dentro del cuarto se había ido, y ya no lo estaban curando. ¿En qué momento sucedió eso? ¿No había una mujer diciéndole a alguien que se tomara algo?
Draco giró la cara lentamente, y encontró una mata de cabellos negros apoyada en su cama. Tenía los ojos cerrados y la cabeza a un lado de sus propias piernas; los brazos, en los que la barbilla del hombre descansaba, estaban tocando sus muslos. Se encontraba sano y salvo, entonces.
—Te salvé... yo… —dijo Draco, sintiéndose drogadamente horrible—. Ja.
Potter levantó la cabeza al instante para rodar los ojos. El alivio se hizo presente en su rostro de una forma tan obvia que Draco nuevamente creyó que estaba delirando.
—No hables —le dijo él.
—Te salvé… porque- porque quería —lo ignoró—. No por… por el Juramento. Porque quería.
Draco cerró los ojos.
Las siguientes veces que recuperó más o menos el hilo de dónde estaba, no abrió los párpados, simplemente oyó. Aún no comprendía nada, pero había una cosa que lo mantenía anclado al presente, y era el calor de la persona a un lado de sus piernas.
Era real. Los brazos apoyados encima del colchón, que emanaban calidez, estaban ahí.
Sin embargo de pronto, aquello desapareció, y lo último que Draco sintió antes de caer inconsciente por última vez y perder ese calor, fue una sensación refrescante que le invadió el cuerpo: un hechizo que limpió el sudor, mientras una persona le quitaba los cabellos de encima de la frente.
•••
(11:21 a.m)
La preocupación de Harry se esfumó casi por completo en el momento en que volvió a Austria, superada por la emoción de volver a ver a Hagrid, y sabiendo que Malfoy había quedado en buenas manos.
Te salvé porque quería.
Harry pasó por la barrera que daba al mundo muggle en Inglaterra, donde lo estaba esperando Kreacher. Apenas lo vio allí lo tomó de la mano para Aparecerlo, diciéndose a sí mismo que estaba mareado de tanta estupidez.
La diferencia esa vez fue que cuando dejaron de dar vueltas y Harry se fijó en su alrededor, ya no estaba cerca de Nurmengard, donde la figura de Hagrid había aparecido, sino a bastantes metros. Harry observó el paisaje, encontrando al grupo descansando a un lado de un río, conversando alegremente. Incluso Luna y Hermione estaban sonriendo de nuevo.
Harry dio unos pasos. Al menos ya le habían curado la fractura, aunque aún tenía el brazo resentido. El dolor en sus piernas seguía presente.
—Harry-
Hermione casi corrió hasta él, dispuesta a darle el sermón de su vida.
Harry iba a devolver la comida que no había ingerido si eso sucedía.
—Volví —murmuró él, mareado—. Volví.
Hermione, por una vez, calló. Harry supuso que debía agradecer a un santo por eso.
Desde esa distancia, y con los ojos desorbitados, Harry no podía ver a Hagrid. Pero cuando Hermione comenzó a llevarlo con delicadeza hacia adelante, y un poco del abrumo lo abandonó, Harry levantó el cuello, encontrando su figura a unos pasos. A sólo unos pasos.
Casi lloró del consuelo.
Harry miró directo a la cara de Hagrid, que había envejecido notoriamente, y solamente podía ver al hombre que le compró su primera y única lechuza: Hedwig. Podía ver al hombre que lo apoyaba en todo, y el primero que lo acogió en ese mundo donde Harry no conocía a nadie. Su primer amigo. Su primer verdadero amigo. Harry lo veía, y era como si las tardes tomando té en su cabaña pasaran frente a sus ojos, observando los animales extraños que tenía, las cosas extrañas que de repente decía.
Hagrid no era el mismo. Estaba más delgado, menos vivo, menos… él. Y de todas formas Harry lo veía, y lo único que veía, era seguridad.
—¡Harry! —Hagrid exclamó cuando lo tuvo a una distancia prudente, abriendo las manos en un gesto que lo abarcaba por completo—. ¡Mírate! ¡Qué grande que estás! ¡Ya casi estás de mi porte!
Harry lo miró, y casi podía fingir que estaban de nuevo en Hogwarts, y que lo había ido a visitar. No se permitía pensar nunca en la gente que había perdido, en todos aquellos que no volvió a ver. No le servía. Dolía demasiado. Dolía a un punto en el que sentía que arrancarse el corazón era menos cruel.
Pero ahora que lo tenía delante Harry se daba cuenta de lo mucho que lo había extrañado. De lo mucho que había extrañado oír su voz, y de lo mucho que había extrañado poder ir a conversar con él cuando sentía que el tiempo se estaba poniendo difícil.
Harry no lo dudó. En menos de cinco segundos había cruzado los pasos que le quedaban para llegar a Hagrid y se enterró contra su pecho.
Hagrid lo abrazó de vuelta.
Harry no era alguien cariñoso, no le gustaba el contacto físico a menos que fueras una persona mínimamente cercana, y casi nunca solía ser él quien lo iniciaba.
Pero, joder-
El resto del grupo, quienes ya habían tenido varias horas para ponerse al día, simplemente los miraban. Harry se separó un poco para así poder mirar a Hagrid a la cara, y dejó que el hombre lo sujetara del rostro, palmeando brevemente su espalda.
—¿Te parece que vayamos… lejos de aquí? —preguntó, mirando a cada lado, como si temiera que los encontraran.
Harry se alejó de él, y lo siguió.
(12:21 p.m)
La casa de Hagrid estaba a más de una hora de la prisión y era una cabaña muy parecida a la que tenía en Hogwarts. El semigigante les dio su dirección a cada uno para que apareciera frente a sus ojos, y cuando ya estaba listo, los invitó a entrar.
Mientras se acomodaba dentro, Hermione hablaba en susurros en dirección a Harry, recriminando que se hubiera ido así como se fue, pero agradeciendo que estuviera bien. Además, le contó que Hagrid los había encontrado porque sintió los rugidos de su hermano, y podía oír hasta allí, que desde la noche Grawp estaba agitado. Vínculos familiares, había dicho.
Tal como Harry vio por fuera, dentro, la cabaña no era demasiado diferente a la casucha en la que Hagrid vivía en el castillo, como el cuidador de Hogwarts. Salvo que allí no había animales raros puestos en las paredes o colgados en el techo, y el olor era un poco mejor. La iluminación era escasa, y sólo había una estufa, una cama al final de la habitación, una mesa de centro pequeña y ventanas junto a un lavatorio en el otro extremo; eso era todo.
Harry se sentó en la pequeña mesa, cada uno al lado del otro. Pasados unos segundos en el que ninguno supo muy bien qué decir, Hermione fue la que se animó a hablar.
—Hagrid… —le dijo, mirando las paredes—. ¿Has estado viviendo aquí todos estos años?
—Casi desde la Batalla de Hogwarts, sí.
Bill asintió, dándole un pequeño vistazo al caldero en una esquina. Fleur a su lado parecía querer taparse la nariz debido al olor. Harry estaba demasiado contento como para molestarse con ella.
—¿Cómo sobrevives…? —comenzó a preguntar Bill, gesticulando a su alrededor.
—A unos metros hay un pueblo, he estado robando y he plantado cosas comestibles en mi patio.
Luna ladeó la cabeza, mirándolo con esos grandes ojos que habían tenido que aprender a ser más realistas que soñadores. Hermione hizo la pregunta que Harry sabía que Luna quería hacer, pero no podía.
—¿Por qué? —dijo ella lentamente—. ¿Por qué estás aquí?
Harry sabía qué estaba preguntando. No por qué había elegido ese lugar, sino, por qué no estaba en Inglaterra. Por qué no estaba con ellos. Por qué nunca los buscó.
Hagrid pareció entenderlo también. Se acomodó en su asiento, mirando hacia abajo, y respiró hondo.
—Todos decían que habías muerto, Harry —replicó—. ¿Qué iba a hacer yo en Inglaterra?
Harry bajó la mirada también, mordiéndose el interior de la mejilla. Si hubiesen sido un poco más insistentes en revelar que estaba vivo- si Voldemort no se hubiera empeñado en hacerle creer al mundo que él los gobernaría, entonces, quizás Hagrid habría estado con ellos desde el inicio. Quizás...
Harry se aclaró la garganta, notando como todo se había quedado en silencio.
—¿Cómo…? —empezó a preguntar—. ¿Cómo llegaste aquí?
—Me oculté en unas montañas, en Escocia. —Hagrid volvió a respirar hondo, como si no le gustara contar esa historia—. Ahí estuve mucho tiempo, no sé cuánto, buscando una forma de contactarme con la Orden. Pero según las noticias ya no quedaba casi nadie. Habían podado a todos los "Rebeldes" de la Batalla y los que quedaban vivos eran tan insignificantes como moscas. Y que, en realidad, lo único importante a eliminar eras tú, eso decían. —Hagrid se veía más triste con cada segundo y palabra—. Entonces anunciaron tu muerte.
A Harry no le pasó desapercibido el gesto de dolor que le cruzó por la cara a Hermione. Suponía que le dolía saber que Hagrid no había considerado necesario buscar al resto, que simplemente se había conformado con las noticias de su muerte y ya. Que antes no intentó contactarlos.
Y también tenía una expresión de... culpa. Harry lo sabía porque él la sentía también. Culpa de tampoco haber hecho lo suficiente. De que tal vez no sólo Hagrid pudo haber sido ayudado, sino que muchos más hubiesen sido salvados si hubieran hecho más.
Un poco más.
El semigigante se sacó un pañuelo de tela de colores del bolsillo, antes de volver a hablar.
—Nadie trató de contactarme-
—Creíamos que habías muerto —lo interrumpió Hermione desesperada. Harry la miró—. Todos los que pelearon para nuestro bando y que quedaron en Hogwarts al momento de la retirada, o murieron, o los hicieron desaparecer, o fueron encarcelados para luego ser enviados a trabajos de baja categoría, según su nivel de traición. —La voz de su amiga rayaba lo frenético, queriendo convencer a Hagrid tanto como a sí misma—. Creíamos que te habían hecho desaparecer. Estabas preso durante la Batalla, no-
—Está bien, Hermione —Hagrid susurró aún sonando melancólico—. Yo tampoco los busqué a ustedes. No de verdad. No le encontré el sentido. Además…
Hagrid hizo una pausa, en la que pareció perderse en su cabeza. Todos esperaron un minuto entero para que dijera algo más, pero cuando ninguna palabra salió de su boca, Harry intervino.
—¿Además?
Hagrid parpadeó, despertando. Su aspecto alegre se había esfumado por completo.
A Harry le impactó ver cómo sus facciones cambiaban.
De niño, siempre conoció el buen lado de Hagrid. Sí, de repente se enojaba o tenía exabruptos, pero no era lo mismo que en ese momento. La soledad, la rabia, la tristeza de todo lo que sucedió durante ese tiempo, lo habían consumido. A Harry le dolió saber que no era el único que fue devorado por la guerra. Que Hagrid, incluso sin pelearla, se encontraba igual o peor. Las líneas de su rostro eran duras, su cara estaba tensa. En cualquier momento parecía a punto de explotar.
Se veía hasta peligroso.
—No pude escapar junto a Grawp —murmuró él, sin mirar a nadie en específico—. Quien-ustedes-saben lo tiene...
—Nurmengard —aportó Luna.
Hagrid movió la cabeza de arriba a abajo.
—Traté de buscarlo luego de la Batalla —explicó—. A él más que a nadie… Es la única familia que me queda, pero- pero- —Hagrid se detuvo. Llevó el pañuelo al rostro, y se sonó la nariz—. Pero nunca pude, y luego ellos me encontraron a mí.
Su voz se volvió dura. Harry intercambió una mirada con Hermione.
—¿Quiénes ellos?
—Los Mortífagos.
Harry lo esperaba. No había forma que los cabrones dejaran a la gente en paz. Iba a asesinarlos a todos cuando tuviera la oportunidad.
—Me escribieron una nota, y como yo no estaba bajo ningún Fidelius, la lechuza me encontró. Tú sabes que ellas pueden encontrar a quien sea con su nombre- —Harry asintió. Él le enviaba cartas a Sirius así, sin dirección—. Bueno, la nota decía que ellos tenían a mi hermano, y que si quería verlo libre debía entregarme. Al segundo en que la leí, llegaron al lugar y me persiguieron. Nunca he sido un buen corredor, y ustedes saben que yo no puedo hacer magia como el resto…
—Eres un mago talentoso, Hagrid —Hermione dijo, alcanzando su mano por encima de la mesa. Harry se sorprendió con el gesto—. Eres muy bueno.
—Gracias, gracias Hermione —asintió él, dándole una sonrisa que no alcanzaba a ser sonrisa del todo—. Pero, como sabrán, nunca aprendí a Aparecerme.
Fleur paró de juzgar con la mirada el lugar y se enfocó en él, como si eso hubiese captado su atención. Lo estudió de forma suspicaz. Harry recordó que a Fleur nunca le había agradado Hagrid, y que incluso el día que Hedwig y Ojoloco murieron en 1997, ella creyó que fue el semigigante quien los delató y era el espía. Harry suponía que sin importar qué, algunas cosas no cambiaban.
—¿Cómo llegaste aquí, entonces? —preguntó Fleur, con ojos entrecerrados.
—Los gigantes tienen una magia de la que no se habla, todas las criaturas mágicas la tienen, ¿lo sabían? —respondió Hagrid amablemente, como siempre sin darse cuenta de la hostilidad en el tono de la rubia—. Es distinta a la de los magos.
Harry frunció el ceño al oírlo, girándose brevemente a Kreacher quien estaba parado frente a él, a unos pasos de la mesa. El elfo no le prestó atención mientras asentía a lo que Hagrid decía, murmurando para sí mismo.
Harry se preguntó por qué el mundo mágico subestimaba tanto a las criaturas, al punto de que mucha de su cultura e información no aparecía en los libros. Era estúpido.
Movió los ojos en dirección a Hermione, quien parecía estar sacando las mismas cuentas. No recordaba haberlo leído, y aquello le causaba curiosidad. Harry casi podía verla anotando mentalmente buscarlo luego.
—Mi mamá era una giganta, así que parte de sus habilidades se traspasaron a mí —continuó Hagrid, ajeno a sus pensamientos—. Nunca lo había sentido, nunca lo intenté antes pero- me aparecí cuando me perseguían.
—Pego dijiste…
Hagrid hizo un gesto desdeñoso con su mano.
—No el "Aparecerse" que conocen ustedes, ni siquiera sentí el mareo del que Dumbledore me hablaba. Es diferente… Mira, ¿por qué crees que a los magos se les dificulta tanto cazar a los gigantes? ¿Por qué crees que Quien-ustedes-saben no ha podido encontrar las colonias en estos años? O, ¿cómo crees que los gigantes no demoraron en llegar a la Batalla de Hogwarts, hace ocho años? ¿Crees que justo todos estaban cerca del castillo ese día?
Fleur cerró la boca, encontrándole un buen punto, y Hermione volvió a su repasada mental de las cosas que sabía y que no sabía. El mismo Harry tuvo que admitir que nunca lo pensó, que en realidad las criaturas mágicas no eran de su interés. Se acordó brevemente de los centauros, y de sus conversaciones sobre las estrellas. Recordó al gigante y las runas pintadas sobre su cuerpo, de las que nunca Harry oyó hablar antes. La magia de los elfos y lo poderosa que era. ¿Por qué no se les prestaba más atención?
—Los gigantes pueden aparecerse, pero no a cualquier lugar. Es como una… conexión —Hagrid dijo, retomando su explicación—. Si lo desean, llegan a los lugares en el que sus ancestros formaron alguna colonia décadas o siglos atrás. Así se movilizan por los continentes incluso con agua de por medio. Sólo pueden aparecerse en lugares donde haya-
—¿Esencia de gigante?
—Por decirlo de alguna forma.
Harry volvió a mirar a su alrededor.
—Así que te apareciste aquí —dijo.
—No precisamente —lo corrigió Hagrid—. No soy un gigante, solamente un semi-gigante, por lo que cuando lo hice, me arrojó a unos metros a la redonda. Supongo que también debe haber una colonia de gigantes por acá, pero no he ido. Sé que me matarían porque soy demasiado pequeño para ellos. Por lo que busqué algún lugar donde esconderme sin ser encontrado. Vi Nurmengard, y escuché a mi hermano rugir. Lo reconocí.Fue pura suerte caer justo aquí —Su semblante había adquirido una vez más ese tinte sombrío, perdido en su cabeza—. Hice esta choza para estar cerca de él y he estado tratando de rescatarlo desde entonces.
Harry casi sonrió al darse cuenta de que las suposiciones de Malfoy eran acertadas y que Hagrid había sido quien quiso rescatar a su hermano.
Pero de pronto, la imagen del rubio entre sus brazos, tosiendo sangre, llegó a su cabeza.
Tuvo que dejar de pensar en él.
—Tú has intentado rescatarlo —afirmó Hermione entonces.
—Más de una vez.
—Y has estado aquí…
—Solo.
Solo.
Su vista se desvió a Kreacher. El elfo todavía estaba hablando consigo mismo, y Harry pensó en cómo a veces se desconectaba. Cómo no recordaba completamente bien las cosas que sucedían, y cómo sucedían, o la forma en la que se había dañado su mente encerrado durante ocho años.
Hagrid pasó por una situación similar.
Solo.
Hermione echó la silla hacia atrás y pasó a un lado de Harry para así tirarse encima del semigigante, rodeando su cuello como si aún tuviera doce años.
—Oh, Hagrid.
Hagrid correspondió su abrazo, y Harry echó de menos a Ron para poder intercambiar una mirada cómplice y alegre. Alegre de que Hermione se sintiera lo suficientemente cómoda con Hagrid para hacer algo así.
•••
(02:21 p.m)
Draco durmió, sí, pero no había descansado nada.
Tenía el vago recuerdo de ser dejado gentilmente en ese lugar, donde las nubes tapaban el cielo afuera, y el colchón era demasiado blando, gastado. Despertó paulatinamente durante la mañana, desorientado, para luego descansar otra vez. El dolor constante que había experimentado durante horas seguidas ahora se sentía menos.
La vez que despertó definitivamente, lo hizo sabiendo que estaba en un cuarto de la Mansión McGonagall y que Potter lo había dejado allí. No sabía cómo y no sabía por qué, (según lo que recordaba), insistió tanto en hacerlo personalmente él; pero sí tenía claro que era así, porque toda su ropa y el lugar estaba infestado de su olor.
Draco se sentó en la cama con una mueca de dolor, mientras miraba el cuarto.
Era simple, de color crema y ventanas promedio, con una cama de algo más de una plaza y, al final, un escritorio a un lado de la ventana; absolutamente nada adornaba las paredes más que los candelabros con velas para encender el fuego. Lo único que delataba que esa habitación le pertenecía a Potter, era su olor.
Draco miró las vendas repartidas por su vientre, y recordó, aún aturdido, que había sido herido tratando de proteger a Potter.
La vida era demasiado irónica.
Draco se sentó, echando las cubiertas hacia atrás, y comprobó qué tan terrible era la herida de su estómago y por qué causaba tanto dolor. Trató de levantarse, sintiendo cómo algo por dentro lo oprimía, y anotó mentalmente que si bien, la herida ya estaba cerrada, el traumatismo de los órganos demoraría en sanar. No serían muchas horas pero, después de todo, el corte fue tan grande que sus intestinos casi se salieron por allí.
Intentando respirar hondo para no entrar en pánico al recordar lo que sucedió, Draco se obligó a pensar en lo que haría, y no la forma en la que sintió que estaba a punto de morir.
Debía volver a Irlanda, porque si aparecía de pronto en Inglaterra sin haber pasado por la frontera se vería muy sospechoso. Y para poder pretender que no había estado haciendo más que turistear durante esos días, tenía que forzarse a sentirse bien de nuevo. Cosa difícil, puesto que su cabeza dolía, todo le daba vueltas y sus pensamientos eran cada vez más inconexos.
Draco se levantó, lento, muy lento, sintiendo resentido todo el cuerpo. Los músculos le dolían, y apenas sentía sus piernas y su brazo hábil. Tenía la garganta seca, además de un hambre voraz que amenazaba con devorarlo a él más que a la comida.
Se acercó con cuidado al escritorio de Potter, en un inicio para intentar caminar de un extremo a otro y así saber qué tan pronto podía irse y regresar a Irlanda. Pero, al estar cerca, continuó avanzando de pura intriga. Encima del mueble no había nada. Draco acarició el ébano, curioseando, y luego sus manos se posaron encima de la manilla del cajón.
Antes de que supiera qué estaba haciendo, Draco ya lo había abierto.
Ladeó la cabeza, mirando que dentro no había nada fuera de lo ordinario: plumas y papeles repartidos de aquí para allá; algunos mapas. Aunque, si se fijaba bien, en un costado… existía un apartado especial. Draco rozó los papeles con sus manos.
Eran cartas.
Aquello no era extraño, no ese hecho en sí, pero si se ponía a pensar que en ese lugar probablemente debían eliminar toda evidencia, (ya que la correspondencia debía ser secreta entre los espías), esa irresponsabilidad por parte de Potter le ardía. Peor aún era cuando se ponía a pensar que si las guardaba, seguro era porque las cartas fueron enviadas por gente importante, gente que Potter apreciaba. Como Astoria, Adrian.
Gente que lo había tenido.
Algo caliente subió por su estómago hasta el pecho, y cuando Draco estaba a punto de cerrar el cajón de golpe y olvidarse de lo que había visto, sus teorías se desmantelaron.
Uno de los remitentes decía: Ginny Weasley.
Pero lo que lo alertó fue lo que rezaba más abajo.
La fecha era del 2002.
Draco frunció el ceño, tomando el envoltorio y viendo que la carta no estaba sellada. Aquello era extraño. Más que extraño, de hecho, ¿cómo podías intercambiar correspondencia con un muerto?
Le bastó sólo una mirada más al cajón para darse cuenta de que eso era exactamente lo que estaba sucediendo.
La carta de abajo tenía escrito: "Sirius Black" en la parte trasera. La de abajo de esa "Remus Lupin". Y la de más abajo "Albus Dumbledore". Y la lista seguía y seguía, y eran demasiadas cartas, algunas encogidas en un rincón para no ocupar más espacio del que podían.
Draco ahogó una respiración, dejando lo que había tomado en su lugar mientras cerraba el cajón de golpe.
Aquello no era suyo para ver.
Pero- pero lo había visto, y joder, ¿qué clase de sádico enfermo era Potter? ¿Por qué mierda le escribía a la gente que había perdido? ¿Qué le pasaba? ¿Qué tan mal de la cabeza estaba?
Su pecho se oprimió.
Draco dio un paso atrás, queriendo olvidarse de las estúpidas cartas y de lo que podían significar, mientras se ponía a caminar hacia el otro extremo del cuarto. Porque eso estaba haciendo, eso es lo que debía haber hecho desde un inicio, acostumbrarse a caminar con dolor para marcharse. No ponerse a investigar en las cosas idiotas de Potter.
Tomó una honda respiración, resistiendo el impulso de devolverse y leer todas las cartas, cuando la puerta se abrió frente a él de par en par.
Un Theo despeinado y agitado lo observaba de vuelta.
—Draco, tenemos que irnos.
Draco paró, haciendo una mueca involuntaria frente al dolor que se expandió por su abdomen, al mismo tiempo que Theo ingresaba al cuarto seguido de una callada Madam Pomfrey que no lo miraba a la cara. El castaño empujó un sándwich en su pecho, y Draco comenzó a comer de inmediato, aturdido, a medida que seguía sus movimientos con la mirada.
—Me enviaron a buscarte a Irlanda —prosiguió Theo—. Ya llegó a los oídos del Señor Tenebroso que alguien intentó "entrar" a Nurmengard.
Draco sintió cómo era empujado al vacío.
—Mierda, mierda, mierda.
A pesar de haber matado a los Mortífagos que resguardaban la prisión, Voldemort se había enterado de todas formas, y rápido. Draco creía que tendría unos días para preparar una coartada que asegurara su estadía en Irlanda para cuando la noticia de Nurmengard llegara a los oídos del Lord, si es que llegaba. Pero aquello había sucedido demasiado rápido, y no tenía idea de qué hacer.
Era demasiada coincidencia que Draco hubiera salido justo del país.
—¿Sospechan de mí? —le preguntó.
—Si no vienes ya, sin ningún signo de estar herido, sí.
Draco observó sus vendas, maldiciendo mentalmente a su cuerpo por no recuperarse más rápido, y al momento inoportuno, ya que no podría ir a buscar pociones a la mansión que lo ayudasen a sanar. No había tiempo para pedírselo a Theo tampoco.
Theo se paseó por el cuarto, arrojándole sus ropas y juntando las cosas de Draco, que de por sí, no eran demasiadas. Draco comenzó a vestirse, viendo cómo en el dosel de la cama había un leve relieve y un pedazo de tela que flotaba, la cual rápidamente reconoció como la capa invisible de Potter.
Se la había dejado.
Había confiado en él para dejársela.
Draco la agarró una vez se terminó de vestir, guardando la capa en medio de sus túnicas e ignorando lo que eso le hacía sentir. Theo lo miró en silencio.
—¿A qué hora sale tu traslador? —preguntó, asegurándose de que no hubiera nada más que llevar. Su estómago pesaba.
—A las cuatro, pero en la frontera nos registrarán. Y en Irlanda también. Eso tomará tiempo. O bueno, a mí me registrarán. —Theo lo analizó, paseando sus ojos de arriba a abajo—. ¿Podrás engañarlos, hacerlos pensar que no vas conmigo?
Draco quería vomitar, pero se limitó a asentir.
—Haré lo que pueda.
Después de todo, en sus manos tenía la capa que había engañado a la Muerte.
Madam Pomfrey al fin dio un paso adelante cuando los vio quedarse en silencio, y comenzó a conjurar hechizos en él, aún sin verlo a la cara. Draco pudo prestar atención gracias a la cercanía, a cómo su mandíbula temblaba, del miedo o de la rabia, o de los dos, y no pudo evitar que en sus labios se dibujara una sonrisa ácida.
La mujer agitó la varita, y Draco se sintió mejor. Madam Pomfrey se fue antes de que pudiera darle las gracias. Aunque Draco no estaba seguro de que lo hubiese hecho.
—Yo tenía una capa invisible —se volteó a hablarle a Theo, quien había observado todo sin hablar—, el día que secuestré a Yaxley, ¿dónde está?
Su amigo salió del cuarto, haciendo que Draco lo siguiera aún con una leve cojera.
—La Orden se la quedó.
—Encantador.
La gente se encontraba ubicada en los pasillos de la mansión, mirándolos a los dos con asco cada vez que pasaban frente a ellos; pero sobre todo a él. Draco no les prestaba demasiada atención, pero se preguntaba a cuántos de sus familiares había torturado para después mandarlos a la muerte. A cuántos hirió de forma irrevocable.
Bajaron medianamente rápido las escaleras, con los ojos de la gente todavía fijos en ambos. Draco casi podía escuchar lo que estaban pensando. Y tenían razón. Enderezó los hombros, tensó la mandíbula y salió, sabiendo que al final del día, si les devolvía la mirada, los que terminarían con miedo serían ellos y no él.
Theo lo llevó hasta el laberinto sin haber saludado a nadie, y cuando llegaron al límite, Draco vio cómo este sacaba la famosa monedita desde su bolsillo y escribía en ella que Potter le abriera, firmando con la primera letra de su nombre. Allí se dio cuenta de que lo más probable era que Potter hubiera vuelto a Austria.
Draco esperó, deseando que Harry hiciera caso, porque eso significaría que estaba vivo.
Luego, recordó lo que se venía encima, y sus pensamientos se dispersaron.
El portón se abrió.
•••
(05:31 p.m)
La tarde se había hecho demasiado corta, y Harry recordaba pocas veces en los últimos años en las que se sintió tan… liviano. Al menos por unos segundos.
Hagrid les contó algunas cosas que había estado haciendo durante ese tiempo. Como tratar de dominar la magia sin varita ya que se había quedado sin una, o huir de los muggles que sospechaban que se estaban robando sus cosechas. Hagrid no había hablado con nadie en esos últimos ocho años, no en serio, y Harry se sentía tan mal al ver cómo se abstraía de pronto. A diferencia de Kreacher, por ejemplo, quien no podía callarse, Hagrid era todo lo contrario. De repente, lucía como si pensara que seguía solo.
En medio de ponerse al día, Hermione recordó a Seamus y Padma cuando Hagrid preguntó por el resto. Su amiga le pidió una lechuza al semigigante para mandar una carta entonces, y Hagrid le explicó que en Austria no existían las lechuzas como en Inglaterra, y que lo que podía ofrecerle era una especie mágica que había nacido de un cruce entre un «Ibis eremita» y una lechuza mágica común, la cual, cuando Hagrid la llamaba, llegaba sólo a veces, (o cuando le daba la gana). Entregaban cartas más rápido que otras aves y abundaban en Austria. El problema era que no siempre tenían buena disposición para cumplir los favores que uno les pedía.
Afortunadamente, no fue el caso, y sacando del bolso sin fondo de Hermione papel y tinta, (que, considerando la escasez con la que la Orden solía lidiar era impresionante que hubiese encontrado), la castaña escribió una carta a Seamus, resumiendo lo que había sucedido.
Mientras Hermione escribía, Harry casi dio un salto al sentir cómo su moneda hervía a un lado de la cadera, para después constatar que, las dos veces que lo hizo, Theo era el que quería entrar y salir de la base de la Orden. Harry quiso matarlo por el susto que le provocó.
Después de que comieran algo que Hagrid les ofreció –que muy bueno no estaba, si era sincero– y combinarlo con alimento que Hermione trajo, el semigigante les ofreció mostrarles el patio y la huerta donde había cosechado las cosas que comía. Todos, incluso Fleur, accedieron más que encantados.
Al mismo tiempo que Luna se enfocaba en una planta que parecía moverse, Bill examinaba los hechizos que Hagrid puso sólo con magia sin varita (o hecha con artefactos de dudosa procedencia), y Fleur junto a Hermione discutían sobre un vegetal, Harry se quedó a un lado de Hagrid observando la pequeña huerta que él se había labrado por sí solo.
—Lo siento —dijo Harry abruptamente, después de unos minutos de silencio—. Por no buscarte.
Hagrid le dio una palmadita en la espalda.
—Está bien, Harry. Estás aquí ahora.
Algo pesado se instaló en su garganta, pero se las arregló para dedicarle una sonrisa a Hagrid que esperaba que no hubiese salido tensa.
A lo lejos, Luna aplaudió al ver cómo una planta estaba dando sus frutos. Fleur tarareaba.
—¿Cómo me encontraron, a todo esto? —preguntó Hagrid entonces, sonando confundido—. ¿Por qué ahora?
Porque no teníamos idea. Porque creíamos que te habíamos perdido.
Harry se pasó una mano por los ojos. Los párpados comenzaban a pesarle.
—¿Recuerdas a Draco Malfoy? —replicó, sintiendo otra vez esa presión cuando se acordaba de su herida. Hagrid asintió—. Él dijo que te vio huir de la Batalla, y que no te habían capturado en todos esos años. Él nos dijo que estabas vivo.
—¿El hijo de Lucius Malfoy? —cuestionó Hagrid, sin entender—. ¿Es parte de los suyos ahora?
Harry recordó la absoluta pesadilla que Malfoy fue en Hogwarts. Cómo trató a Hagrid, cómo intentó despedirlo. Las burlas sobre la muerte de sus padres. Las cosas terribles que decía: "Ustedes, sangre sucias, serán los primeros en caer", o "A lo mejor todavía te acuerdas de cómo apestaba la casa de tu madre, Potter, y la pocilga de los Weasley te lo recuerda". Harry recordó al Malfoy que conoció meses atrás, el que parecía que con sólo una mirada podría llegar a quitarte los ojos.
Y pensó en el Draco que se había puesto delante de él para que no lo mataran. Pensó en el hombre que salvó a George, que llevaba pociones a la base, y que logró que Ron no perdiera su pierna, que mucha gente viviera. Pensó en el hombre que se preocupaba por los niños, aunque quizás no fuera la manera correcta de hacerlo. En la persona que le había remarcado que no era su culpa lo que sucedía, que lo había ayudado. Pensó en ambos, y la presión en su pecho de no saber qué tal estaba, creció.
—Sí —respondió Harry, ausente—. Sí, es parte de nosotros.
Hagrid soltó una risotada.
—Interesante, era un malcriado insoportable de niños, creí que lo odiabas.
—Sigue siendo un malcriado insoportable —replicó Harry, con una sonrisa leve—. Pero ya no lo odio.
Aquella certeza resonó por su cuerpo y se escribió en su piel. Admitir en voz alta que no odiaba a Draco, después de haber querido matarlo...
No. No lo odiaba. Por lo mismo esperaba que para cuando volviera a la base, el estúpido siguiera vivo. No lo había llevado a la misión para que muriera sacrificándose como un idiota.
—Así que él los trajo hasta aquí —comentó Hagrid, entendiendo—. ¿Cómo? Ni siquiera quien-ya-tú-sabes me ha encontrado. Me aseguré de ponerme bajo el Fidelius esta vez.
—¿Tú solo? —replicó Harry extrañado.
—Tiene sus fallas, no creo que sea tan efectivo como un Fidelius bien hecho. Pero es lo suficientemente poderoso para que no me encuentren.
Harry asintió. La verdad, lo del encantamiento Fidelius y sus variaciones siempre le había resultado confuso. No lo comprendía, se limitaba a aceptarlo y actuar cuando se lo pidieran, como en la base en la que él era el guardián secreto.
Cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro, Harry recordó la pregunta que le había hecho Hagrid.
—Malfoy investigó los movimientos que hubo en la prisión a lo largo de estos años. Dijo que hubo un intento de rescate en Nurmengard, y asumió que eras tú —explicó—. Confiamos en que pudieran identificar tu magia, él junto a Kreacher, pero nos encontraste antes de que ellos pudieran decir nada.
—O sea, ¿que viniste aquí sólo a base de suposiciones?
—La historia de mi vida en los últimos ocho años.
Hagrid se ladeó para observarle desde arriba. Harry sabía que tenía una cara de mierda. Todos habían dormido menos de una hora. Pero además de todo él fue herido, tuvo que dejar a Malfoy de vuelta a la base y tratar de no desgastarse gracias a dejar el portal abierto. Las ojeras debían llegarle a la barbilla.
—Estás diferente —murmuró Hagrid.
—Todos lo estamos.
El semigigante negó.
—Hay algo sobre tus ojos… —dijo, haciendo un gesto hacia su cara—. Brillan diferente. ¿Estás bien?
Harry no recordaba cuándo fue la última vez que le habían preguntado eso en serio. Y, viendo los dos pozos negros de Hagrid, se encontró con que las palabras salieron de su boca sin que él lo permitiera. No podía mentirle. Harry sentía que era su deber ser honesto con él.
—He estado luchando una guerra que no puedo ganar. Hace años dejé de estar bien.
Hagrid no respondió. Lo miró por unos segundos más, como si esperara que agregara algo. Pero no lo hizo. Y al cabo de un rato, soltó un sonido parecido a un "fiu", como si estuviera asombrado de que Harry pensara así.
No sabía cómo podía pensar distinto.
Un viento cálido recorrió su piel, viendo que el sol empezaba a caer.
—Tu también estás diferente —comentó Harry. Era verdad. No había punto en negarlo.
—Los he extrañado.
Harry fue el que le dio la palmada en la espalda esta vez.
—Y nosotros a ti.
Hagrid dio un paso al frente, para inspeccionar los cultivos, y Harry le siguió el paso en silencio, sin saber cómo decirle lo que quería a continuación. El punto por el que estaban allí.
Se aclaró la garganta.
—Hagrid…
Hagrid se giró hacia él, rociando unas plantas. Harry tomó aire, sintiendo de pronto que a su amigo no le gustaría lo que quería decirle.
¿Por qué?
—¿Te das cuenta de que hemos venido a buscarte, verdad? —dijo Harry lentamente—. Para que vuelvas con nosotros, a la base.
Hagrid detuvo lo que estaba haciendo.
Ambos se miraron por un largo rato. Hagrid, una vez más, se perdió en su cabeza. De su cara se fue ese gesto amable que siempre usaba, y su expresión era mortalmente seria. Mirándolo así, Harry podía ver al adulto que el mundo temía y encontraba peligroso en Hagrid. Su parte "bestia", a pesar de que de adolescente jamás lo reconocería, en ese momento sí. Hagrid no parecía quien realmente era cuando se perdía en su cabeza.
Harry estuvo a punto de repetir la pregunta, cuando,de pronto, un grito los interrumpió.
—¡Hagrid! —Hermione llegó del brazo de Luna. Harry no recordaba haberla visto sonreír desde hace meses. Lo hizo feliz a él—. ¡Tienes un jardín!
Hagrid aprovechó el momento para posponer esa conversación, dándole media espalda.
—Oh, sí, mira este… —dijo, casi con condescendencia, para añadir—: ¿Por qué no vas a acostarte mejor, Harry? Luces cansado.
Harry se quedó en su lugar.
Algo se retorció en su estómago, mientras veía a Hagrid alejarse.
•••
(05:50 p.m)
Bajo una capa invisible que Draco ahora reconocía que era una Reliquia de la jodida Muerte, era bastante improbable no poder engañar los controles fronterizos, por muy cuidadosos que estos fueran. Imposible no, pero sí muy improbable. No le fue tan difícil tardar menos de lo que se suponía, en llegar a su hotel de Irlanda sin ser descubierto.
Theo ingresó al lugar, esperando un rato a que un empleado apareciera para llevarlo hasta su cuarto. Draco se había encargado de dejarle una nota antes de marchar, tal como a Potter, con su puerta y la dirección del hotel escrita en ella, para que en el caso de que necesitara ir a verlo pudiera. La mujer que lo recibió, quien Draco suponía que no era completamente humana, comprobó que esa era su letra a través de algunos hechizos especiales, y lo llevó hasta la puerta que se suponía era la suya, dejándolos en paz antes de que Theo la abriera con la llave que Draco le entregó debido a la política de privacidad del hotel.
Una vez dentro, Theo le ordenó que se acostara en la cama mientras él juntaba sus cosas, para que descansara y se curase mejor de sus heridas. Draco obedeció sin rechistar. Estaba demasiado cansado como para discutir o negarse.
Mientras Theo limpiaba el aire de cualquier rastro mágico que pudiera ser vinculado con Potter, Draco se quitó la capa y murmuró en su dirección que hasta donde él recordaba, Luna estaba bien, para hacerlo sentir tranquilo. Antes de cerrar los ojos, vio como su amigo se tensaba.
Draco suspiró, repasando en su mente lo que había sucedido en las últimas horas y de lo que se había enterado. Que Harry había conquistado la muerte. Que estaban ambos igual de perdidos. Que los gigantes querían una alianza con él porque confiaban en su magia y porque, ¿cómo podrían no confiar en Potter? Draco rememoró la batalla, y como casi se le salió el corazón por la boca cuando vio cómo un Mortífago estaba dispuesto a asesinarlo con la maldición que hacía explotar los órganos. Draco estuvo a punto de verlo morir frente a sus ojos- haberse puesto entre el Mortífago y él ni siquiera fue una decisión consciente. Ni siquiera fue una elección. Tenía que hacerlo. Potter no podía morir.
Lo malo era que, en medio de la preocupación del momento, fue herido y ahora tenía que fingir que estaba bien- no, más allá. Tenía que curarse para cuando volvieran a Inglaterra, o todo estaría perdido. Lo único que deseaba en ese momento era aquello. Aquello, y que Potter se reencontrara con su semi-gigante, para ver si así dejaba de arriesgarse tanto por cosas que no valían la pena.
Draco se removió en la cama, tomando nota de que si bien el dolor interno disminuía con cada minuto, aquello quizás no sería suficiente para cuando volvieran. Y no podía ser así. Pondría en peligro muchos planes. Pondría en peligro a demasiada gente. A Pansy. A Theo. A Astoria. A su padre. A Potter.
—Listo —Theo dijo, sacándolo de sus pensamientos—. Nos Apareceremos de vuelta a la frontera, ahí tomaremos un traslador en el paso fronterizo.
Draco abrió un ojo, levantándose de a poco mientras veía cómo su amigo lo estudiaba. Seguramente esperaba ver qué tanto estaba avanzando su recuperación. Draco alzó el brazo, atajando la muñeca de Theo justo en el momento que se daba media vuelta.
—Espera —le dijo Draco, apuntando la varita de Theo con la barbilla—. Bórrame los recuerdos.
Él frunció el ceño.
—Creí que habías dicho que era peligroso que yo lo hicie-
—Potter no está, e intentarán meterse a mi cabeza por lo que ha pasado —lo cortó, como si fuera lo obvio—. Bórrame los recuerdos.
Theo se mordió el labio, pensando qué tan buena idea era, antes de decidir que lo haría. Draco se puso en posición, entregándole la capa invisible de Potter y pidiéndole que se la devolviera más tarde. Después, Theo llevó la varita hasta su sien y murmuró las palabras del hechizo.
Draco cerró los ojos, concentrándose en lo que deseaba olvidar.
•••
(06:12 p.m)
Harry sí durmió, al final, por órdenes de Hermione y porque de otra forma terminaría colapsando. No fue mucho tiempo, no alcanzó a ser siquiera una hora, aunque con lo poco que había descansado se sintió casi como un paraíso.
Después de que oyera a todos entrar a la casa, despertándolo y haciéndolo sentirse casi como en un sueño, miró el reloj de la pared, y recordó que tenían que espabilar.
Ahora.
Harry esperó a que Hagrid cerrara la puerta tras de sí para sentarse en la cama, y mirarlo directo a los ojos. La sala cayó en silencio.
—Hagrid… —dijo Harry. Ni siquiera le importaba que estuvieran rodeados de gente—. Por favor-
El hombre entendió de inmediato qué estaba pasando. La duda se implantó en su cara instantáneamente.
—No puedo dejar a mi hermano aquí, Harry —lo interrumpió él—. No puedo, es mi sangre.
Harry suspiró, recordando quinto año. Lo obstinado que parecía Hagrid en querer que Grawp hablara su idioma, que fuera aceptado, que no lo mataran. Incluso cuando el gigante parecía no quererlo, Hagrid habría hecho cualquier cosa por él. Cualquier cosa por mantenerlo vivo. Aquello no había cambiado. Aquello nunca cambiaría.
—Nadie te pide que lo dejes. —Harry negó—. Podemos rescatarlo en el futuro. Podemos hacerlo. Pero por favor, vuelve-
—Oh, Harry, no lo sé…
Harry estaba comenzando a ahogarse.
Aquello no podía ser en vano. No podía. Nunca se perdonaría a sí mismo si dejaba a Hagrid allí. Padma fue herida. Malfoy fue herido. Se estaba desgastando. Habían perdido provisiones, oportunidades. Para este punto quizás toda Inglaterra debía estar enterada que estaban allí, y no podía ser para nada, no podía-
—También te hemos extrañado —casi rogó.
Hagrid lo miró sin saber qué decir, para luego ocultar su cara como si quisiera llorar.
—Además —Hermione intervino suavemente—. No te hace bien quedarte aquí solo. Terminarás loco.
—Hemos viajado desde Inglaterra para buscarte —Bill terció—. No te obligaremos a nada, pero…
Harry aguardó en un tenso silencio, observando cómo Hagrid paseaba la mirada por cada uno de ellos, meditando su respuesta. Harry quería que dijera que sí. Lo necesitaba. Necesitaba un poco de estabilidad en ese mundo asqueroso, y-
—Está bien.
Harry estuvo a punto de soltar un lloriqueo del alivio.
Hagrid parecía derrotado, pero Luna fue la primera en tirarse a abrazarlo como si esa noticia fuera la mejor que le hubiesen dado en su vida, y su expresión se borró.
Y justo al momento en el que Harry se iba a levantar también y sugeriría volver a la casa de Irlanda para pasar allí la noche, organizar las cosas, y al otro día partir, algo lo detuvo.
La moneda de su bolsillo comenzó a quemar.
Podía ser una falsa alarma, como lo de Theo. Podía ser cualquier cosa, no tenía por qué ser necesariamente grave.
Harry sacó la moneda de su bolsillo, y la leyó. Hermione se asomó por su hombro, haciendo lo mismo que él.
Se dejó caer de vuelta al colchón, sintiendo como si en realidad estuviera cayendo en picada, con su cuerpo quejándose del agotamiento. Harry no despegó los ojos de la moneda, no podía.
El vello de su nuca se erizó.
Kingsley Shacklebolt estaba solicitando que lo dejara salir de la base.
—Mierda.
