(07:58 p.m)
Por alguna razón, la tarde que Draco volvió a la Mansión Malfoy, se encontraba más agotado que de costumbre.
No entendía del todo por qué Theo tuvo que ir a buscarlo a Irlanda antes de tiempo, siendo que él arrendó la habitación de su hotel por cuatro días y apenas se había cumplido uno. Sabía que hubo un intento de entrada a Nurmengard; sin embargo, Draco no veía cómo eso podía tener algo que ver con él. Sí, si se requería implementar soluciones necesitaban su voto en el Wizengamot, pero aún no se convocaba a ninguna reunión. Rodolphus simplemente había ido a encontrarlo a él junto a Theo a la frontera y gentilmente los escoltó de vuelta a la mansión, informándole que se requería su presencia allí debido a los Rebeldes que quisieron penetrar la prisión mágica, y porque aquel día era el traslado de los traidores que estaban hacinados en San Mungo a Azkaban.
Con esas vagas explicaciones, existía algo que a Draco no le cuadraba.
Durante el último tiempo había estado sintiéndose de esa manera- como si algo no estuviera en su lugar. Pero ese día era demasiado. Partiendo del hecho de que se encontraba en un nivel de agotamiento que no tenía razones detrás, puesto que apenas había hecho algo de esfuerzo el día anterior. Y porque, de nuevo, estaba experimentando esa sensación- en blanco. Como si su mente fuera incapaz de retener ciertas cosas.
Si Draco miraba en retrospectiva la noche pasada, desde el momento en el que se había quedado observando el relicario con la foto de sus padres, no tenía recuerdos de haberse ido a dormir, o de despertar en una silla. Apenas tenía recuerdos de esa mañana, de hecho, aunque creyó haber tenido malos sueños: gente que hablaba, un hombre que le pedía que no muriera y un entumecimiento en todo el cuerpo. Pero fuera de eso, no recordaba haber despertado, ni siquiera tenía claro en qué punto dejó entrar a Theo al cuarto.
Ilusamente, Draco creyó que dormir le ayudaría.
Y sin embargo, cuando despertó gracias a que las protecciones de la mansión estaban temblando, los vacíos en su memoria continuaban allí y el cansancio también.
Había sido así innumerables veces en el último tiempo.
Draco se levantó, haciendo una mueca, mientras decidía tomar una poción revitalizante. No es como si pudiera hacer mucho más.
Bajando hasta el salón principal, luego de que un elfo fuera a explicarle qué estaba sucediendo, Draco comenzó a poner la insignia de gota en su pecho, porque ese era el protocolo, y porque- bueno, le recordaría a la mujer quién era, en caso de que quisiera repetir una escena como la de la última vez.
Draco abrió la puerta del salón principal, y miró sin expresión alguna hacia el centro.
—Pansy —saludó.
Pansy se giró en su dirección. Su cara, a diferencia de la mayoría de las caras que Draco había visto en esos meses, no reflejaba el cansancio que la guerra estaba trayendo a sus vidas. Pansy se veía igual que la vez que vino a tratar de convencerlo de hacerle una ceremonia a Narcissa, se veía igual que el día que tuvieron su pelea, y se veía igual que la última vez que estuvo en la mansión visitando a Theo por la bomba.
Draco hizo una mueca de desagrado.
—Te ves como la mierda —dijo ella, después de quedarse mirándolo un buen rato.
Draco no respondió, cerrando la puerta para caminar hacia uno de los sillones. No tenía idea de qué carajos quería pero si era la reconciliación, ya había iniciado mal. Además, Draco no estaba seguro de querer reconciliarse con ella. Asegurándose de que siguiera sana y salva, pero lejos, era más que suficiente.
—Toma asiento —replicó, apuntando a una silla al lado de la chimenea donde Rodolphus se había sentado cuando fue a hablar con él, meses atrás.
—No será necesario. Es breve.
Draco enarcó una ceja, caminando hacia una bandeja en el extremo más alejado del cuarto, y sacando uno de los licores de recibimiento que su padre solía poner ahí, para presumir lo que tenían.
Su padre.
Inútil de mierda.
—Adelante —dijo Draco, dándole la espalda.
Tomó un Whisky de Fuego, comenzando a servirse, sin molestarse en ofrecerle un trago a Pansy. No bebía, se cuidaba demasiado. Tenía tiempo para eso. Para preocuparse de esas cosas banales.
—Quiero disolver nuestro compromiso —soltó ella de pronto—. Formalmente.
Draco detuvo el vaso a mitad de camino hacia su boca, y se giró para mirarla.
Pansy tenía los labios apretados y evitaba mirar en su dirección. La máscara de una vida de entrenamiento sangre pura estaba en su lugar, y lucía como la verdadera imagen de la seguridad y determinación. Claro que si Draco se enfocaba en la manera en que jugaba con uno de sus anillos, con sus manos cruzadas, sabía que en realidad se encontraba lejos de estar calmada.
Draco la miró por un minuto entero, pensando en el día en que le propuso matrimonio, sabiendo lo beneficioso que aquello sería para su imagen. Para la imagen de ambos. Dos muchachos sangre pura comprometidos a preservar la línea, juntando dos familias poderosas tan jóvenes. Pansy, una soltera codiciada gracia a su estatus, y Draco, un Mortífago parte del Nobilium que cada vez escalaba más y más alto. A quien llamaban Astaroth porque no se atrevían a dirigirse a él por su nombre. De cara al mundo mágico eran casi una pareja perfecta. Si eso se rompía ahora, en medio de una guerra... sabía la imagen que proyectaría de él y de los Mortífagos. Ahora más que nunca. Ya había hecho bastante daño la revelación de la infidelidad de Yaxley a su mujer.
—No —replicó finalmente.
Pansy no hizo nada por unos momentos, como si hubiera escuchado mal.
Y luego lo miró con total incredulidad, con su cara volviéndose roja de la ira. Lucía como si aún tuviera quince años.
—No te estoy preguntando.
—Me importa una mierda —dijo él tajante—, mi respuesta es no.
Draco tomó de su whisky sin inmutarse. No iba a permitir que eso sucediera ahora.
—¡A ti ni siquiera te importa! —gritó ella, perdiendo la compostura—. ¡Ambos sabemos que no nos íbamos a casar nunca!
—A los ojos del mundo mágico, ya estamos en edad de compromiso, ahora más que nunca —Draco explicó con calma—. Es beneficiosa una unión entre los Malfoy y los Parkinson y lo sabes. Incluso si es sólo un compromiso.
—Cásate conmigo entonces.
Pansy se cruzó de brazos, observándolo con reto. Aparentemente, la ira y las ganas de joder eran más fuertes que su nerviosismo. Draco suspiró, comenzando a perder la paciencia. Ya recordaba por qué no le interesaba demasiado pelearse con ella, Pansy era simplemente agotadora.
Un compromiso mágico era menos poderoso que un matrimonio, pero, como su nombre lo decía, seguía siendo un compromiso. Algo que debía cumplirse. Draco y Pansy ya estaban vinculados de una forma u otra, y aunque el matrimonio no estaba dentro de sus planes, de cara el mundo entre ambos ya existía una unión. No era necesario casarse.
—El compromiso ya es una unión lo suficientemente ventajosa —comenzó a decir—, no es necesario-
—Blaise quiere venir por mí.
Draco dejó que la información lo golpeara. Que se asentara. Que el tono firme de Pansy resonara en sus oídos.
Y bueno-
Eso sí era sorprendente.
Bajó la mano otra vez, la que traía el vaso, y paseó su vista por los rasgos de la cara de Pansy, tratando de buscar la broma. Pero Pansy estaba seria, e, increíblemente, aquello parecía estar lejos de ser un chiste.
—Blaise —Draco repitió, creyendo haber oído mal—. Blaise Zabini.
—Sí.
Draco esperó unos segundos.
Y entonces-
Se echó a reír. Fuerte y de forma cruel.
Pansy retrocedió.
—No, no lo hará —le dijo Draco entre risas.
La mujer se llevó una mano al pecho, y Draco pudo ver como estaba tratando de alcanzar su varita. Él la observó con calma, diciéndole con los ojos que se atreviera si es que tenía las agallas, mientras avanzaba hasta ella con postura de amenaza.
—Lo hará, porque me ama —murmuró Pansy.
Él había intercambiado correspondencia con Blaise los últimos años, y lo único que Blaise veía en la gente eran conexiones, juegos de poder, piezas y alianzas. No veía personas o sentimientos. Por casi una década Zabini simplemente se había centrado en tantear terreno en Inglaterra para subir de estatus. Lo más seguro era que pensaba que en algo le beneficiaría llevarse a Pansy fuera del Reino Unido. No había otro motivo por el que lo hiciera.
O había razones para que le hiciera creer a Pansy que la buscaría. Eso del amor era una patraña.
—Pansy, Blaise no ha tocado Inglaterra desde que su madre lo envió lejos después de la Batalla. No ha venido en ocho años, ¿qué te hace pensar que va querer venir a… buscarte, me dijiste? —Draco se rio de nuevo, igual de fuerte—. ¿Ahora?
Pansy empezó a rechinar los dientes.
—Hemos hablado siempre. Todo el tiempo durante estos ocho años a través de cartas. Yo le he detenido de venir antes, porque respetaba nuestro acuerdo y porque tenía miedo de que lo hiciera en vano y ya después no lo dejaran irse. —Pansy hizo una mueca de asco—. Pero las cosas han cambiado, y me iré con él. No queda nada para mí aquí.
Draco suspiró condescendientemente, dejando su vaso encima de una mesita. Pansy estaba delirante. Aquello probablemente era una venganza estúpida contra él.
—Mira, Pansy —dijo Draco—. Incluso si lo que me dices es cierto, las probabilidades de que lo dejen entrar son bajas, y recuerda que tú no puedes marcharte. Por ley.
Pansy cambió el peso de un pie a otro, y desvió la mirada. El jugueteo con su anillo se volvió más insistente. Draco analizó sus movimientos, reconociendo lo incómoda que se encontraba, casi como si hubiera dado justo en el clavo, y que… lo que Draco le dijo era justo lo que ella no quería oír. O que no esperaba que él notara.
Un hilo del que tirar.
—Ah, lo sabes —dijo él deleitado, arrastrando las palabras—. Sabes que es ilegal dejar el Reino Unido.
—No me impor-
—Ah, ah —Draco la interrumpió, chasqueando la lengua—. Cuidado con terminar esa oración.
Pansy cerró la boca y sus ojos se inundaron de pánico.
Draco comenzó a rodearla, sintiendo el nerviosismo emanar de cada poro de la mujer, para luego posarse frente a ella. Había hablado de más, y maldita sea si no se iba a aprovechar de eso. Pansy estaba loca si pensaba que Blaise iría como un caballero a rescatarla de su pobre vida, y estaba aún más loca si pensaba que Draco permitiría todo eso sin rechistar. Partiendo desde que era peligroso, y terminando porque era perjudicial para ambos. Que ella no lo viera no era su problema.
Pansy levantó la barbilla cuando Draco la miró socarronamente.
—No, Pansy, no te irás con él. ¿Sabes por qué? —Draco le dijo, esbozando una sonrisa sin humor—. Porque si lo haces, te delataré.
Pansy pareció haber sido golpeada.
—¿Quién mierda eres? —susurró, casi como un acto reflejo.
Draco la ignoró.
—No vas a cancelar el compromiso, y no vas a hacer algo tan estúpido como tratar de fugarte.
Los dos tenían claro qué sucedía cuando se encontraba a alguien tratando de escapar de las fronteras. Azkaban era un buen prospecto, pero no sin antes una interrogación para saber qué planes tenían tratando de escapar de ese perfecto mundo. Era considerado traición, y Draco estaba dispuesto a amenazar a Pansy si eso significaba que no iba a ponerse a hacer cosas así de idiotas.
—Me das asco, carajo —escupió ella, y Draco supo que lo decía en serio. Aquello no causó nada en él—. Eres una mierda. Una puta mierda. No sé cómo no me había dado cuenta antes.
Draco no dijo nada, simplemente la miró.
Pansy se le acercó, como si quisiera gritar, rogarle que no dijera nada, o frustrarse por haber cagado su plan ella misma. Afuera, el cielo estaba oscureciendo.
—Espero que las cosas hayan quedado claras —dijo él, al cabo de unos minutos de silencio.
Pansy apretó los puños.
Y de un segundo a otro, levantó la mano para estrellarla contra su mejilla.
Draco agarró la muñeca antes de que eso pasara, y ejerció una leve presión, provocando que ella hiciera una mueca que tenía que ver con el desespero en vez del dolor. Draco clavó sus ojos en el rostro de Pansy sin dejarla ir.
Y la expresión de su cara… cambió.
Miedo.
Draco lo reconocía. Su amiga sabía perfectamente de lo que era capaz.
No era la primera vez que lo miraba así. Pero era la primera vez que Draco lo sentía tan real. Su mejor amiga- su ex mejor amiga- estaba sintiendo miedo de él.
Y Draco intentó encontrar algo qué sentir en el profundo pozo negro en el que se encontraba.
Justo cuando Pansy trató de removerse, y Draco se rehusó a dejarla ir, sintiendo su pulso acelerarse bajo el tacto, un elfo se materializó entre ambos, evitando cosas que era mejor no imaginarse que podrían pasar.
—Señor Malfoy, señor —dijo la criatura, tomando sus túnicas—. La última vez que usted estuvo aquí le pidió a Willbbyum que le avisara cada vez que la radio de los traidores empezara a sonar, señor.
Draco giró los ojos a la criatura y esta dio un brinco, sin mirarlo a la cara. Una parte de él se encontraba aún más irritado de lo que ya estaba, al saber que si la radio sonaba, esos despreciables sangre sucias se estaban movilizando y él sería llamado a pelear.
Pansy logró zafarse de su agarre en ese momento de desconcentración.
Draco observó cómo ella retrocedía, llevando la mano que estuvo a punto de abofetearlo hacia su pecho. Pansy parecía estar en estado de shock, pero para ese punto su atención se había movido a otra cosa.
—Vete —ordenó Draco.
Pansy prácticamente corrió hasta la chimenea.
Draco se giró hacia el elfo, que cuando notó que lo estaba mirando, agachó la cabeza y desapareció, chasqueando los dedos y murmurando algo como que "esperaba haberle sido de ayuda''. Draco agarró el vaso con whisky y caminó hacia la Sala de Estar, donde tenía una radio que le habían entregado el día del secuestro de Rookwood. Pensó en los Rebeldes y lo que podían estar haciendo, cómo probablemente se encontraban saboteando el traslado de los traidores a Azkaban, y cómo de seguro estaban siendo ayudados por la huelga en la que los sanadores se encontraban desde la masacre del Valle de Godric.
Draco avanzó hasta tocar la puerta, pensando en Potter y en cómo su piel ardía de la rabia cada vez que lo recordaba a él y sus deseos de venganza. Por haberse escondido todos esos años como un puto cobarde y salir de pronto, cuando su madre ya estaba muerta y cuando su padre estaba preso por matarla. Por ocasionar que lo torturaran a él y al resto de los Mortífagos. Por creerse mejor que el resto aún así. Imbécil. Cabrón.
—… No es recomendable intentar salir de San Mungo, no después del hechizo que los sanadores le han puesto encima, para evitar que nadie sin permiso tenga permitido entrar —Draco oyó, entrando a la sala—, mejor escuchen lo que los medimagos les indican y obedezcan…
Es que lo sabía.
Se mordió la lengua, acordándose de que en algún momento, él había pensado que aquello de que los medimagos no dejaran entrar a nadie a San Mungo después de la batalla del Valle de Godric, traería problemas en un futuro. Y los estaba trayendo. Se suponía que los medimagos debían haber aprendido ya- se supone que debían ser menos estúpidos y darse cuenta que hablar contra el Señor Tenebroso ya los hizo ser torturados y asesinados en la primera y segunda guerra. Aquello sucedería de nuevo.
—… La Orden, nosotros, estamos haciendo lo posible por evitar que los Mortífagos entren a secuestrar a gente inocente y darles un juicio injusto. Lo mejor que pueden hacer es confiar y resistir desde adentro. Evitar que las protecciones hechas por los medimagos se debiliten…
Draco bufó, levantando la manga para darle un vistazo a su Marca Tenebrosa, la cual ni quemaba, ni se estaba moviendo. Era probable que lo que sea que estuviera pasando fuera un ataque menor, y que a pesar de que los asquerosos se estaban movilizando rápido, no era necesaria su presencia, o ya lo estarían localizando.
Se sentó en la sala de estar y comenzó a beber lo que le quedaba de su whisky, pensando en la conversación que acababa de tener con Pansy. No podía decir que le preocupaba o le importaba demasiado, si era sincero. Draco, la mayoría del tiempo, conseguía lo que quería y evitaba lo que no. Pansy no rompería su compromiso. Pansy no se iría con Blaise. Esperaba que la amenaza de entregarla fuera suficiente.
Aunque estaba claro que él no lo haría.
Entregarla, quería decir.
La idea era mantener a Pansy a salvo, no asegurar su muerte.
Sus pensamientos se desviaron a Goyle entonces, y cómo aún estaba desaparecido. Cómo se confirmó que la Orden lo tenía… y su rabia creció. ¿Qué mierda se creían teniéndolo secuestrado? Goyle valía muchísimo más que eso. Y si eran lo suficientemente inteligentes, no se atreverían a matarlo. Draco ya idearía un plan sobre cómo sacar a los miembros del Nobilium que tenían ahí. Eran poderosos. El poder tenía que significar algo. Mientras tanto, que los idiotas no se atrevieran a tocarle un pelo a uno de sus mejores amigos.
La radio hacía eco en el fondo, al mismo tiempo que Draco se acababa su trago y su mente volvía al día anterior, a las lagunas que tenía desde las tres de la mañana. Y es que lo habría dejado pasar, si es que esa fuera la primera vez que le sucedía. Pero no- y eso era peligroso. Casi parecía… intencional. Aunque podría ser producto del estrés, según cómo lo habían diagnosticado los medimagos presos en la mansión después de la Batalla de Hogwarts. Fuera como fuera, no podía ignorarlo, y tendría que ir a consultar.
Bueno, cuando la crisis de San Mungo acabara.
Draco suspiró, tanteando su bolsillo y escuchando cómo uno de los gemelos hacía una broma –el que quedaba vivo. Draco nunca aprendió a diferenciar cuál era cuál por lo insignificantes que le parecían– y la otra persona hablando a través del micrófono le respondía con otra broma, tratando de aligerar el ambiente de forma notoria.
Patético.
Encontrando lo que estaba buscando, Draco sacó el relicario de su bolsillo y lo abrió, analizando la foto obsesivamente, como lo hizo en el hotel. Buscando alguna señal, algún signo que desde ese entonces todo hubiera estado podrido. Porque no podía ser de repente. Uno no se levantaba un día queriendo matar a alguien a quien considerabas el amor de tu vida.
Y su padre asesinó a su madre.
Pero como siempre, por mucho que mirara, no encontró nada.
La Narcissa del recuerdo miraba feliz hacia la cámara, sonriendo mientras pellizcaba una de las mejillas del niñito rubio entre sus brazos. Y Lucius lo sostenía también, intercambiando la vista entre su hijo, su poderoso heredero, y la mujer de sus sueños. Se veían felices. Draco casi sintió pena por ellos y cómo ignoraban el destino que se les venía encima.
Cerrando el relicario, se levantó, decidiendo ir a elaborar pociones y acabar el hechizo que el Señor Tenebroso le había pedido meses atrás. Ya no podría dormir, y no tenía ánimos de escuchar a los despreciables Rebeldes.
•••
(08:35 p.m)
Poco antes de que pasara una hora, Draco sintió su Marca quemar.
Sin siquiera pensarlo, tomó la chimenea hasta el Ministerio.
Después de tantos años creía que ya se había acostumbrado a esa agonía, a ese ardor de la serpiente de querer ir hasta su dueño y cumplir con las órdenes que este le encargaba. Pero cada vez que Draco sentía la Marca quemar, intentaba deshacerse rápido de la sensación. Aquella vez no era distinto.
Lo que la Marca le indicaba en ese instante, era que estaba siendo convocado al tribunal del Wizengamot, donde lo más seguro era que se votarían medidas por lo que sucedió en San Mungo y en Nurmengard. O sea que lo necesitaban allí. Draco obedeció.
Mientras tomaba asiento en su silla del Wizengamot, miró perezosamente cómo los demás miembros llegaban al lugar, tranquilos, delatando que no fueron llamados a luchar en San Mungo y que aquello seguramente quedó para los Aurores, Purificadores, y el ejército que el Señor Tenebroso se había estado montando desde que asumió como Gran General.
A pesar de que Draco miraba directamente a cada uno de los miembros acomodarse en sus lugares, notó que prácticamente ninguno le devolvía la mirada, y los que sí, lo observaban con una combinación de cólera y precaución. Draco asumía que la razón era porque la mayoría de las veces que algo había salido mal en las luchas, él se había encargado de hacerles pagar bajo las órdenes del Lord. Y a pesar de que no era la primera vez, se suponía que aquellos tiempos habían quedado en el pasado, en la Segunda Guerra. Y ahora… estaban volviendo. Eso no les agradaba. Theo, de hecho, era el único que no lucía como si le agarrara rencor por torturarlo. Nunca.
Draco se reclinó en su asiento justo en el momento que el Señor Tenebroso ingresó al lugar. Sus pensamientos se acallaron.
No siempre iba, se encontraba demasiado ocupado. La mayoría del tiempo, alguien del Nobilium ocupaba su lugar y reemplazaba su voz. A Draco le llamaba la atención qué podía ser tan importante del asunto que discutirían, como para que el Lord fuera hasta allí.
La sala se volvió fría a medida que avanzaba a su puesto como el Jefe del Wizengamot. El mundo se quedó en silencio. Draco podía ver la magia negra emanar de él, los tentáculos llenando el espacio, subiendo por las paredes y arrastrándose por el suelo. El Señor Tenebroso no miró a nadie, él sabía que nadie era digno de tanta atención, y se sentó en su lugar, haciendo que Draco tuviera que recordar que, sin importar qué tan poderoso o bestia se viera, el Lord seguía siendo un humano.
Este abrió las palmas, sacándolos del trance, y dio por iniciada la sesión.
Rodolphus se puso de pie, empezando a exponer los puntos a tratar.
El primer deseo era reforzar las protecciones que rodeaban al Reino Unido para evitar fugas de la cuarentena y gente saliendo de ella sin autorización, debido a los eventos recién sucedidos durante la madrugada, en que Mortífagos ubicados en la prisión de Austria vieron cómo, cuando llegaban sus turnos de resguardar Nurmengard, los cadáveres de los guardias del turno anterior estaban tendidos en el piso, asesinados de las peores formas posibles y uno afectado por la maldición de la Muerte Negra. Lo cual indicaba que lo más probable, era que algunos de los Rebeldes habían encontrado una forma de salir.
El segundo deseo era crear ciertas comisiones de confianza que comenzaran a reunirse con los partidarios del régimen del Señor Tenebroso en otros sectores de Europa, para así ganar poder, mientras se encargaban de neutralizar los movimientos Rebeldes que podrían surgir en otros países. Ya que el ataque a la prisión podría no ser obra de la Orden atrapada en Inglaterra, sino aliados de Potter. Lo que se buscaba con esa ley, era que en caso de que la comisión fuera atrapada por Aurores extranjeros y deportada al Reino Unido, impedir que allí los involucrados fueran juzgados por la ilegalidad de sus acciones. La ley les otorgaría inmunidad.
Ninguno de los presentes cuestionó, o se hizo esperar a votar a favor de todo. Unánime. Draco sólo esperaba que fueran sigilosos, para que los demás países se mantuvieran lejos de ellos y de la guerra. Ya tenían suficientes problemas.
Cuando la sesión se levantó, Draco esperó en su lugar unos segundos para que Lestrange se le acercara, suponiendo que querría hablar con él después de que hubiese ordenado a Theo ir a buscarlo a Irlanda, pero cuando aquello no pasó, se paró de su asiento sin dedicar una mirada a nadie, y se encaminó a la salida. Estaba demasiado cansado como para querer que esa charla sucediera ese día. Podía esperar.
Sin embargo, la magia del Señor Tenebroso se interpuso entre él y la puerta.
—Astaroth.
Draco hizo una reverencia inmediata, bajando la cabeza.
—Mi Señor.
El resto ya había abandonado el tribunal, sin siquiera haberlo notado, y Draco por alguna extraña razón encontraba ese escenario familiar. Pero familiar de una mala forma. Casi como se sentía hacia el Lord a los dieciséis años, temeroso de hacer o decir la cosa incorrecta para no ser asesinado.
Pero era distinto, porque Draco se sentía lo suficientemente seguro de su puesto y de sus creencias esta vez.
E ignoró a la voz de sus cerebro que susurró que aquello no era completamente verdad.
—¿Qué piensas del intento de entrada a Nurmengard? —preguntó el Señor Tenebroso, dando un paso atrás.
Draco se extrañó por la pregunta, (¿desconfiaría de él por estar en Irlanda? Lo dudaba), pero se limitó a responderla honestamente. Su mirada se mantuvo fija en el suelo hasta que el Lord hizo la seña que le permitía verlo a la cara.
—Creo que… dudo que hayan sido los Rebeldes —contestó Draco, tratando de no mostrar ninguna expresión viendo a sus ojos completamente rojos—. En primer lugar, los sangre sucias no tienen la inteligencia suficiente para siquiera intentar llevar a cabo un plan así. Y en segundo, es básicamente imposible quebrantar una protección mágica como la cuarentena. No sin un gran poder mágico- que dudo que lo tengan.
El Señor Tenebroso consideró sus palabras por unos momentos. El único ruido provenía de las conversaciones de afuera.
—¿Qué crees que sucedió, entonces?
—Pienso que fue gente de Austria causando problemas.
El Lord se quedó muy quieto, y su semblante se ensombreció.
—Ya veo...
Draco iba a decir algo más, complementar su argumento o simplemente despedirse, no lo sabía, porque antes de abrir la boca, sintió cómo el mundo daba vueltas y las últimas horas pasaban frente a sus ojos, desde lo más nuevo a lo más antiguo. Abrupto. Duro. Doloroso.
La terminación del hechizo encargado. La pelea con Pansy. Las cosas que ambos se habían dicho. Theo en su cuarto, explicando qué estaba haciendo ahí en Irlanda. El relicario. El comerciante. La llegada al hotel.
Pero fue más allá aún, el Señor Tenebroso navegó por su cabeza, viendo las últimas semanas y meses. Draco no entendía por qué estaba haciendo todo eso, no había nada interesante allí. Nada que él no supiera. No tenía secretos, no tenía nada que ocultar para el Lord. Y si desconfiaba de él, sus sospechas eran infundadas y estúpidas. Nacidas de la paranoia y la desconfianza que el Señor Tenebroso sentía por todos en esos momentos.
Este pareció concordar con lo que Draco pensaba.
Porque entonces, los recuerdos se desvanecieron y él se encontró de vuelta en el tribunal, viendo la expresión profundamente complacida del Lord, que lo miraba como si esa situación le causara gracia.
—No es imposible traspasar la cuarentena. Maia me confesó años atrás que los Rebeldes tenían el conocimiento para hacerlo. El problema es que nunca hemos podido encontrar en qué lugar es que quebrantan la ley —dijo él, lento—. Pero creo que puedes tener razón...
Draco volvió a agachar la cabeza, sin mostrarse sorprendido por la información nueva.
—Gracias.
El Señor Tenebroso aguardó unos segundos para volver a hablar. Su voz sonando fría como un témpano.
—Sígueme.
Draco no tenía más opción que hacerle caso.
(10:12 p.m)
Se estaban dirigiendo hacia los calabozos del Ministerio.
—En los alborotos de esta tarde —comenzó a decir el Señor Tenebroso, a medida que avanzaban por el oscuro pasillo de las últimas plantas—, finalmente no hemos podido entrar a San Mungo, por los asquerosos justicieros de los sangre sucia. Pero ganamos más de lo que perdimos, Astaroth —según su tono de voz, que no demostraba ironía o rabia contenida, Draco sabía que hablaba en serio—. Y tú tendrás el placer de hacerte cargo de la interrogación de nuestro mayor premio.
Draco frunció el ceño a la espalda del Lord y continuó caminando, sin responder. No era su lugar hacer preguntas, sólo obedecer, pero le llamaba la atención... El Señor Tenebroso no lucía tan feliz como si hubieran capturado a Potter, pero sí lo suficiente como para notar un cambio en su actitud y permitirle a él ejecutar una interrogación importante con tanta emoción.
Casi como si fuera una recompensa.
El Señor Tenebroso se detuvo frente a una de las pesadas puertas donde, detrás, había un cuarto con una celda para los prisioneros antes de ser llevados a Azkaban. La abrió de par en par, haciendo que la persona de adentro se pusiera a exclamar cosas que sonaban bastante como insultos.
Draco esperó hasta que se le diera permiso de avanzar él también.
Dando pasos lentos y medidos, Draco caminó hacia el otro extremo de la habitación, frente a las barras. Olía a moho y humedad, y la incomodidad flotaba en el aire. Sus ojos se encontraban fijos en los zapatos, y por una extraña razón, una sensación de malestar nació en la boca de su estómago, una que no experimentó en todo el día, incluso cuando Theo apareció de imprevisto en Irlanda. Estaba sintiéndola ahora.
Y con justa razón.
Draco se paró a un lado del Señor Tenebroso y esperó, pacientemente, a ser ordenado a proceder.
—Observa, Astaroth.
Draco lo hizo, sintiendo un pitido en sus oídos al encontrar la mirada del animal acorralado que el Lord y sus compañeros lograron capturar.
Minerva McGonagall estaba atada de manos y pies al final de la celda.
Fin del I Acto.
