"El héroe no aspira a la felicidad, sino al cumplimiento de su misión."

II acto

Draco apartó la mirada apenas la vio.

Una avalancha de emociones subió por su pecho y se instaló allí, mientras escuchaba cómo el Señor Tenebroso abría la celda para permitir que ellos ingresaran a interrogarla. McGonagall ni siquiera trataba de luchar, después de todo, la celda –o mejor dicho, las cadenas– inhibían su magia, impidiéndole transformarse como animaga o hacer magia no verbal.

Draco no había visto a esa mujer en más de ocho años. Durante las peleas, los miembros de la Orden no solían perder o sacarse sus máscaras, por lo que había olvidado la forma de su rostro, su tamaño, el poder que tenía. Draco había olvidado lo mal que siempre le cayó.

Era la primera vez que estaba siendo enfrentado así a una parte de su pasado. Un pasado demasiado lejano para él. Perteneciente a otra persona.

—Buenas tardes, profesora —dijo, tomando valor para verla de nuevo a la cara.

El único ojo bueno de McGonagall parpadeó, indiferente.

—Draco Malfoy.

El Señor Tenebroso la rodeó para luego posarse a un lado de Draco y observar, complacido, a su presa. Draco lo imitó, aunque su mente estaba centrada en lo que sentía. ¿Deseaba hacer eso? Una parte de él, una que acababa de descubrir que le guardaba rencor, sí, sí que lo hacía. ¿Pero era suficiente para querer hacerla pagar? Draco no disfrutaba de sus torturas, si era sincero. Hacía lo que debía hacer cuando se lo pedían, y la mayoría del tiempo no le producía nada.

En ese momento, no estaba seguro de qué sentir.

—¿Hay Veritaserum, mi Señor? —preguntó Draco, sin quitarle los ojos de encima.

—Ya se lo han dado.

Draco se fijó entonces en las líneas temblorosas de su cuerpo amarrado en los extremos de la pared. Se fijó en sus labios azules y lo pálida e ida que estaba; cómo su rostro no demostraba ni una emoción. McGonagall había sufrido una sobredosis de Veritaserum, y desde incluso antes de que el interrogatorio iniciara, ya se encontraba en sufrimiento. Su cara estaba hinchada gracias a un golpe, e inexpresiva por la poción. Tenía sentido ahora que no lo observara con ningún gesto concreto.

Draco hizo una reverencia hacia el Lord.

—¿Qué quiere saber?

Él hizo un gesto, abarcando a su alrededor.

—Quiero saberlo todo. Quiero hacerlos pagar.

Draco asintió como el leal siervo que era, apuntando su varita a McGonagall.

—¿Dónde está Potter?

McGonagall se resistió, haciendo sólo una pequeña mueca. Draco recordó a Hannah entonces, meses atrás, y su hábil dominio de la resistencia al Veritaserum y a las torturas. Aunque a Draco ese recuerdo se le desdibujaba en la mente, sabía que habían concluido que Abbott era una traidora. Probablemente aquello era un entrenamiento entre esos parásitos.

—¿Dónde se encuentra su base?

Nada.

Draco miró de reojo al Señor Tenebroso, haciendo que éste repitiera la pregunta, pero McGonagall no respondió ante nadie.

El Lord negó, como si estuviera decepcionado de ella.

—¿No vas a hablar? —le preguntó, con voz condescendiente.

McGonagall apretó los labios. Draco la encontraba estúpida. Cualquier persona cuerda ya habría dicho todo lo que sabía. O al menos… cualquier persona que supiera quién era él y lo que podía llegar a hacerle.

—Una última oportunidad, Minerva —repitió el Lord—. ¿No quieres decir nada?

Draco esperó. Esperó cualquier cosa, pero lo único que recibió fue el silencio de la mujer, quien luchaba consigo misma. El Señor Tenebroso volvió a negar con falsa pesadumbre.

—Astaroth —dijo él, lentamente—. Adelante.

Draco sabía lo que quería, y le dio una vuelta a su varita. No se detuvo a pensarlo.

Crucio.

La maldición funcionó de inmediato, lo que hizo que una parte de Draco se sorprendiera. Un rincón de sí mismo quería hacerle daño a McGonagall, quería vengarse de ella; que el efecto de la Maldición Imperdonable hubiese sido tan inmediato lo delataba. Quizás, simplemente, por ser una traidora de la sangre y una defensora de los sangre sucia. No lo sabía.

La mujer no gritó, aunque sí se sacudió y se quejó mientras el Lord repetía sus dudas y esperaba que respondiera. Ambos sabían que en realidad, no conseguirían nada de ella.

Al cabo de unos segundos en los que McGonagall siguió sacudiéndose, el Señor Tenebroso volvió a hablar.

—Detente.

El cuerpo de la mujer cayó laxo, las cadenas golpearon la pared. Draco vio cómo los temblores, gracias a la sobredosis, se hacían más notorios. El Señor Tenebroso avanzó después de apreciar la imagen, deleitado con su dolor.

—¿Dónde se encuentra su base? —preguntó, apretando las muñecas de McGonagall con un movimiento de mano, provocando que una de ellas comenzara a ponerse morada.

Ambos esperaron en silencio a que respondiera, y cuando no lo hizo, los ojos rojos conectaron con los suyos y Draco supo lo que le pedía.

Otra ronda de Crucio le siguió.

Draco estaba dejando la mente en blanco mientras lo hacía. De lo contrario, no estaba seguro de que la tortura funcionase, porque los recuerdos de su infancia ahora estaban llegando. Su ex profesora dictando clases, castigándolo, favoreciendo a los Gryffindor.

Pero también, viéndolo pálido y deshecho a los dieciséis años, preguntándole qué le pasaba o en qué podía ayudarlo. Dándole detenciones como excusa para mantenerlo vigilado y protegerlo. Dictando consejos y sermones que él no había pedido. Siendo el único adulto, además de Snape, que notó que algo andaba mal cuando su mundo se estaba derrumbando.

Tenía que dejar su mente en blanco.

McGonagall se sacudía sin detenerse, y lo único que Draco veía, era a una mujer desconocida que tuvo la mala suerte de ser atrapada. Honestamente, preferiría estar haciendo otra cosa. Tenía asuntos más importantes que atender.

Las extremidades de Minerva se doblaron en una posición antinatural la tercera vez que Draco aplicó un Crucio, y tuvo que apartar la mirada cuando un crack resonó en la celda, gracias a un par de huesos rotos. Las mejillas de McGonagall estaban surcadas de lágrimas. Draco fue ordenado a detenerse. Cerró los ojos.

Al cabo de unos segundos, el Señor Tenebroso volvió a hablar.

—¿Cuántos son ustedes? —preguntó.

—Dos- Tr… —farfulló ella, medio ida.

McGonagall apretó los labios, ladeando la cabeza, como si así evitaría que se deslizara la información que luchaba por salir de sus labios, gracias al agotamiento que las torturas y el Veritaserum. Draco casi se sintió impresionado. La mayoría de sus víctimas ya se quebraban para ese punto, o se volvían locas.

Pero si Hannah no lo había hecho, mucho menos Minerva McGonagall.

Draco aguardó unos segundos a que la mujer se recuperara de los Crucios, y cuando el Señor Tenebroso lo consideró prudente, le hizo una seña para que subiera de intensidad.

Él lo comprendió. Apuntando su varita, su voz no flaqueó al continuar la tortura:

Veritatis Dolorem.

McGonagall no gritó de inmediato.

De hecho, su cuerpo no dio signos de estar afectado por ese conjuro que hacía que pequeñas cuchillas se clavaran en sus órganos, mientras más se resistía a decir la verdad. McGonagall lo estaba aguantando con maestría.

Pero pasados diez segundos, sus alaridos resonaron por toda la celda.

La mujer se sacudía entre sus cadenas, mientras la maldición desgarraba su interior, provocando que se desangrara de forma interna. Draco podía ver cómo la magia negra se movía por su sangre como si fuera un parásito, volviendo su piel negra. Le habría gustado poder taparse los oídos. Draco podía ver exactamente qué huesos de sus brazos y piernas estaban haciéndose añicos. Se preguntó si alguna vez podría volver a usarlos.

—¿Dónde está Potter? —preguntó su Señor, en tono aburrido—. ¿Dónde está su base? ¿Cuántos son?

Nada.

Los gritos siguieron, y Draco sintió que nuevamente era transportado al día de la interrogación de Hannah Abbott. La única diferencia es que McGonagall era mucho más poderosa, y tenía rabia. Draco podía sentirlo. Podía resistir todas las torturas con gracia, a pesar del dolor que le estaban causando, porque se encontraba iracunda.

Draco mantuvo el hechizo hasta que McGonagall empezó a expulsar sangre por su boca. Era oscura. Manchó su cuello y su vestido.

—Detente, Astaroth.

Él obedeció.

El Señor Tenebroso levantó su magia, que inundó con su color negro viscozo la pared en la que McGonagall estaba apoyada. Ella soltó el primer sollozo cuando la magia la tocó, gracias al frío que transmitía. Draco miró cómo el Lord daba pasos hacia ella agitando su varita entre los dedos.

—Minerva McGonagall… —murmuró él. Oírlo, era como oír a un gato rasguñar una pizarra—. Es un placer encontrarnos de nuevo, ¿lo sabías? Siempre has sido un digno rival.

McGonagall no contestó, simplemente abrió su ojo bueno y lo clavó en los del Lord, como la Gryffindor que era. Todavía temblaba, sus labios aún expulsaban sangre. Tenía toda la cara mojada gracias a las lágrimas. Seguramente los sanadores curarían sus heridas internas para continuar con las torturas. Draco bajó la varita, evitando que la realidad de lo que estaba haciendo lo golpeara. Había aprendido a ignorarlo.

—Estoy siendo bastante cordial contigo, ¿no lo crees? —continuó el Señor Tenebroso. Draco podía escuchar la sonrisa en su voz—. Aquí, Malfoy tiene una mano precisa y limpia con las interrogaciones. ¿O preferirías a Fenrir Greyback, o Maia Snyde? Me imagino que no, ¿verdad?

McGonagall desvió la mirada en su dirección, y Draco pudo ver que, la emoción fuerte que estaba sintiendo por el Señor Tenebroso o por él mismo, era tan poderosa que escapaba la inexpresividad del Veritaserum. El ojo de McGonagall estaba perturbado, su mirada iracunda y asustada.

Aterrorizada.

—Te estoy dando privacidad también, ¿sabes lo que le están haciendo a la otra muchacha que capturaron en la otra habitación…? —El Señor Tenebroso rio. Draco, que ya estaba acostumbrado a su risa, no sintió el antiguo impulso de querer tapar sus oídos—. Oh, deben estar divirtiéndose. Yo no juzgo a los míos por las necesidades carnales y bajas que puedan tener. Pero me imagino que tú no tienes esos intereses, ¿verdad? A tu edad…

Draco podía imaginar lo que estaban haciéndole a la supuesta muchacha. Si no fueran celdas insonorizadas, podría afirmar que escuchaba a través de las paredes cómo un grito de dolor cortaba el aire, y un montón de jadeos combinados con un hedor a sudor y sangre llegaban a él, a ser percibidos por él. Pero eran solo imaginaciones. No podía oírlo de verdad.

O quizás sí.

Quizás lo estaba percibiendo realmente.

No lo sabía.

—Ahora, si quieres, puedo revocar los… privilegios que te he dado —el Señor Tenebroso susurró doblándose para acercarse a su cara, trayendo a Draco de vuelta al presente—. Puedo decirle a Greyback que te arranque un brazo. Puedo decirle a Macnair que te parta en dos cómo dijo que haría… Depende de ti, y cuánto quieras cooperar.

Draco se enfocó en McGonagall y su mirada fija en el Lord, que para ese punto estaba a unos centímetros de su cara. Desde ese ángulo, Draco podía ver parcialmente los rostros de ambos, y notaba cómo el Señor Tenebroso quería meterse a la mente de ella, leerla. Pero McGonagall se estaba resistiendo impecablemente.

Entonces, cuando el Señor Tenebroso se iba a levantar, dejando en claro que sus amenazas no eran en vano, y las cumpliría, Draco supo que todo se había ido al carajo.

Porque McGonagall le escupió.

Dio de lleno en la mejilla del Señor Tenebroso.

Por unos momentos, nada sucedió. Todos se quedaron en sus lugares, y él mismo no podía creer lo que acababa de pasar. Aquello iba a traer problemas, y grandes. Lo confirmó cuando Draco vio como el Señor Tenebroso movía la mano que traía su varita y desvanecía el escupo.

Para luego levantar la otra, y darle una cachetada a McGonagall justo en el lado ya hinchado.

La mujer giró la cabeza, tosiendo aún más sangre, y Draco pudo ver que la intensidad del golpe fue tanta que aquel lado ya se estaba viendo exageradamente deforme. Morado, hinchado, y herido.

—Ya veo… —dijo el Lord entredientes. Draco sentía lo enojado que estaba—. No era mi intención ensuciarme las manos, pero una traidora como tú no merece más.

El Señor Tenebroso se volteó, ondeando su capa, dejando a McGonagall aún con la cara volteada y tosiendo. Draco sentía los deseos de venganza en él, y por primera vez en mucho tiempo, deseó que una de sus víctimas se hubiera quedado quieta recibiendo lo que el Lord decía que merecía. Minerva McGonagall, al parecer, pensaba diferente.

—Adelante —ordenó este furioso, dirigiéndose a Draco—. No te detengas ahora.

Draco trató de pasar saliva, y se sintió como tragar arena. Apuntó su varita a Minerva y habló, observando el miedo otra vez en su ojo, sabiendo que ahora no pararía de torturarla. Quizás hasta- hasta podría hacer algo más allá. Podría-

Veritatis Dolo-

—Ah, ah… —lo interrumpió el Señor Tenebroso, provocando que Draco callara—. Hazle saber qué sucede cuando se le falta el respeto a la gente que no debe. Que todo se paga.

McGonagall soltó un pequeño sollozo, pero Draco la ignoró, mirando por primera vez directo los rojos ojos del Lord y dándose cuenta del brillo maníaco que tenía allí.

El Señor Tenebroso se inclinó. La magia se inclinó con él.

—Quítale lo más preciado que tiene. Hazle lo que Macnair dijo que le haría. O parecido. Vamos, tienes imaginación, Astaroth...

Draco prácticamente pudo oír cómo su corazón caía, y sus sentidos retumbaban. Miró a su ex profesora, que ahora tenía la atención puesta en él y Draco podía pensar en las cosas horribles que el Lord quería que hiciera. Podía imaginar que deseaba hacerla sufrir, de la forma en la que Greyback o Macnair la harían sufrir.

Pero Draco no- no podía.

Se sentía nauseabundo de solo pensar en hacer algo así, estaba fuera de sus límites, y era curioso incluso cómo hasta ese momento no se había dado cuenta de que los tenía. Pero el Señor Tenebroso jamás le había ordenado aplicar castigos físicos con sus víctimas, no que él los ejecutara piel con piel. Jamás. Esa era una primera vez, y- no podía.

No sabía qué hacer. Se le ocurrían un montón de cosas con las que maldecirla en cambio, pero ninguna era lo suficientemente buena. No lo que el Lord deseaba de él. No lo que esperaba.

Draco sólo tuvo una opción, viendo el rostro herido de la mujer. Debía quebrarla. De alguna u otra forma, debía quebrarla. Quitarle las ganas de continuar viva.

Era eso, o abusar de ella.

Draco quiso vomitar.

Cruenta caecitas —susurró..

McGonagall, esa vez, empezó a gritar al instante.

Se movió en las cadenas como si eso evitaría ser maldecida, y del ojo derecho empezó a brotar sangre oscura que manchaba su rostro. La mujer lloraba y pedía que por favor no, que por favor se detuviera, pero el Lord estaba disfrutando de su sufrimiento, riendo, y Draco tuvo que obligarse a sí mismo a formular una sonrisa incluso cuando quería tirar de sus cabellos.

Porque la estaba dejando ciega.

El Señor Tenebroso afirmó la singular varita que poseía entre sus dedos, en medio de los bramidos de McGonagall, y la apuntó hacia ella, lleno de deleite.

—¡Crucio!

El cuerpo de la mujer se empezó a sacudir de inmediato, y Draco sólo pudo mirar.

—¡No! ¡Por favor! —comenzó a decir ella. Nunca pensó que viviría el día en que la vería suplicar—. ¡Por favor! ¡No puedo ver-! No puedo- no- no-

Draco se desconectó, o al menos intentó hacerlo, mientras el hechizo continuaba destruyendo su vista, manchando la piel de McGonagall de carmesí. Los restos de la materia de su cuenca le resbalaban por la mejilla. Un agujero nacía en el párpado hacia dentro, y Draco podía ver cómo la magia negra se transformaba en pequeños gusanos que se movían sin parar. Gusanos que devoraban la piel y la córnea. Que estaban destrozando su ojo. El olor a sangre caliente, el olor del líquido rosa claro que caía desde la herida era apenas soportable. Le recordaba a cuando una comida podrida estaba siendo calentada.

Draco estaba acostumbrado a hacer eso, a verlo, o eso se repitió a sí mismo hasta que el Señor Tenebroso, sin detener su Crucio, volvió a hablar.

—Tú ahora, Astaroth.

Agarró su varita, viendo cómo había un ligero temblor en su muñeca porque sabía que el Lord no bromeaba, pero se controló. Que fuera alguien de su pasado no cambiaba nada. Draco desmembró gente. Draco los enloqueció. Draco experimentó con ellos, los dejó incapaces de caminar. Observó cómo eran violados. Cómo eran comidos vivos, incluso por gente que no eran hombres lobos. Aquello no significaba nada.

No significaba nada.

Draco apuntó la varita hacia ella una vez más, ganando compostura.

Crucio.

No pudieron haber sido más de quince segundos, porque de otra forma, habrían vuelto loca a la mujer, pero las imágenes de Minerva McGonagall sacudiéndose bajo sus varitas era algo que no lo dejaría descansar nunca: dos Crucio a la vez, mientras ellas enceguecía y tenía una sobredosis por el Veritaserum y una herida en la cara. McGonagall estaba al borde de colapsar. O de morir.

Y sus sospechas se confirmaron cuando espuma mezclada de sangre comenzó a salir de la boca de la mujer. Sus ropas se mancharon de orina. Sus brazos se quebraron.

Estaba teniendo una convulsión.

Draco bajó la varita sin haber sido ordenado, sin notar que el Lord también lo había hecho. Pero a diferencia suya, Draco, observando de reojo, pudo notar que fue debido al asco que le producían los fluidos corporales más que a un súbito arranque de compasión. Él mismo se apresuró en poner una mueca de asco también, mientras desvanecía el fuerte olor y limpiaba las ropas de McGonagall.

—Y según lo que pregonaban, los inútiles podían aguantar… —lo oyó decir.

Draco no respondió, observando los ojos ensangrentados de Minerva y cómo de su boca no paraba de salir espuma, cómo su cuerpo no dejaba de sacudirse. Seguramente sus órganos habían colapsado, y cuando ellos salieran de allí, sería curada para mantenerla viva.

Y luego repetir el proceso.

—Es demasiado por hoy —anunció el Señor Tenebroso, girándose a la salida—. Si se vuelve loca, no le sirve a nadie.

Draco sentía que tenía los pies pegados al suelo, pero en realidad, cuando el Lord se movió, él se movió con él, como si fueran uno solo. El Señor Tenebroso cerró la celda cuando salió, y Draco pudo oír, entumecido, cómo alguien tocaba la puerta del calabozo. Seguramente un medimago del Ministerio. O preso en el Ministerio.

—Puedo decirle a Macnair que siga con ella el resto de la noche… —murmuró el Lord con una sonrisa, abriendo la puerta con magia sin varita y no verbal. Salió, al mismo tiempo que la persona de afuera entraba y se apresuraba en curar a McGonagall.

Draco se giró también, y no volvió a mirar hacia atrás mientras abandonaba la celda.

•••

Cuando Draco llegó a casa, luego de una felicitación implícita por parte del Señor Tenebroso, tuvo que darse una ducha para apagar las leves náuseas que sentía. Para volver a sentirse limpio.

Toda esa situación había sido… desagradable, por decir lo menos. Draco no se esperaba el honor de ser elegido para interrogar a una presa tan importante del bando opuesto, y no se había preparado para la sorpresa que le generaría. Estaba agradecido que se le tomara en cuenta, de todas formas; que el Señor Tenebroso lo tomara en cuenta sabiendo lo irascible que estaba últimamente. Ser felicitado por él significaba que estaba satisfecho con su trabajo. Eso quería decir que se respetaba su posición, la imagen que Draco se había labrado por la necesidad.

Tenía que enfocarse en las cosas buenas.

Ya no quedaban demasiadas.

Saliendo de la ducha y ya vestido con la ropa de casa, Draco aún estaba desechando las imágenes que llegaban a su cabeza, de lo que acababa de pasar. McGonagall. Los gusanos. El olor. Los gritos.

Entró a su habitación y descubrió a Theo en medio de su cuarto. Draco hizo una mueca al verlo, lamentándose el momento en el que le dio libre paso a la mansión. Estaba dispuesto a decirle que se fuera, que no tenía ganas de hacer nada en esos momentos. Mucho menos follar.

—Theo-

—Joder, Draco.

—¿Qué…?

—No hay tiempo.

Theo se acercó apresuradamente al terminar de hablar, y sacó su varita. Fue muy rápido, unos momentos de confusión en los que Draco creyó que lo besaría o se le tiraría encima como otras veces, hasta que sintió la madera apoyarse en su sien.

Y los recuerdos volvieron.

De golpe.

No. No. No.

Por favor que sea mentira.

Que todo haya sido una mentira.

Draco jadeó, sintiendo su estómago caer. Las lágrimas comenzaron a picar en sus ojos. Su mundo empezó a derrumbarse. No. No. No. Por favor.

Su madre. Greyback. Hannah. La verdad sobre la Orden. Astoria. Potter. Espías. Rookwood. Goyle. Hagrid. Potter. Sus memorias. Las torturas. Los entrenamientos. Las charlas. Los heridos. Potter. Las opciones. El Juramento.

Potter.

Draco ahora vomitó.

McGonagall.

No.

Los gritos de la mujer resonaron en cada rincón de su mente, mientras Draco la torturaba, mientras la dejaba ciega. La risa de Voldemort era como una tortura para él mismo. El recordatorio de que una parte de él lo había deseado. Que el Crucio funcionó, y el resto de hechizos hicieron lo que hicieron- y Draco ya no podría hacer nada nunca al respecto.

Potter.

—Hay que irnos —dijo su amigo, desvaneciendo el vómito. Draco sentía que si respondía, sólo gritos saldrían de su boca.

Había cosas que volvían, que rondaban por su mente, mientras las imágenes de McGonagall no paraban de repetirse en bucle, recordándole quién realmente era.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero… lo entiendo.

Lo siento, por lo de sexto año.

Joder, Malfoy, no mueras.

Potter.

¿Cómo podría mirarlo a la cara después de lo que había hecho?

Todo lo que he hecho.

Sintió cómo Theo lo arrastraba hacia el patio, fuera de las protecciones de la mansión que le impedían Aparecerse, pero no estaba prestando atención. Draco estaba agarrando su garganta, arañando, había una opresión instalada allí que no se iba. No se iba.

Lo hiciste. Lo hiciste, y deseabas hacerlo. Había una parte de ti que lo quería, y- ¿qué le dirás a Harry? ¿Cómo te vas a justificar? ¿Cómo le dirás a Theo? ¿Cómo le dirás a Astoria?

Draco, después de girar por unos largos segundos gracias a la Aparición, se encontró en el campo abierto, en frente de la gran mansión que se levantaba frente a ellos. Se separó del agarre de Theo y se puso de cuclillas, tomando el cabello entre sus dedos, apretando.

¿Y si hubieras sido obligado a hacer algo más? ¿A hacer lo que Voldemort quería en verdad? ¿Lo habrías hecho? Si amenazaba con matarte, ¿lo habrías hecho?

Cobarde.

Puto cobarde.

—No, no, no.

—Draco, ¿qué…?

El portón se abrió, interrumpiendo lo que sea que Theo fuera a decir.

Draco trató de calmarse, mientras se levantaba y Theo volvía a agarrarlo para caminar. Tomó respiraciones hondas, que terminaban saliendo en temblores, mientras la cara de Potter y McGonagall aparecían en su mente. Su estómago continuaba revuelto, y las memorias le recordaban lo que era.

Crució a McGonagall.

La hizo desangrarse.

La había cegado.

Hizo colapsar su cuerpo.

Draco llegó al punto común del laberinto, levantando la mirada para ver a Potter allí, plantado al frente. Dentro, el caos volvía a escucharse.

Tenía heridas menores por las peleas de las últimas horas, y signos claros de agotamiento; de seguro ni siquiera había dormido desde anoche. Y sin embargo, Draco bebió de esa imagen como si fuera la salvación o la solución a sus problemas. Bebió de su cabello negro azabache revuelto, de las ojeras marcadas, de sus ojos vibrantes preocupados tras los lentes. Pero a salvo. Y vivo y real-

Por su mente pasó la pregunta, de qué hubiera sucedido sí el prisionero hubiera sido él, en vez de McGonagall.

¿Qué habrías hecho entonces?

Draco volvió a arañarse el cuello, y cuando Harry lo miró con alivio, alivio de que estuviera bien después de la herida que sufrió- tuvo que tragarse la bilis que subió por su garganta.

Porque aquello estaba a punto de cambiar.

—Malfoy, tienen que ayudarnos —comenzó a decir Potter cuando llegaron hacia él, exaltado—. Fuimos a evitar que se llevaran a los heridos de San Mungo a Azkaban, y McGonagall peleando con un Mortífago que quería llevarse a Madam Pomfrey no volvió, y-

—Lo sé —lo interrumpió él. Su voz sonó sorprendentemente clara.

Potter detuvo su energético vómito verbal y lo miró, parpadeando un par de veces. Draco sintió a Theo haciendo lo mismo.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Harry, curioso.

Draco cerró los ojos, recordando los gritos de McGonagall resonar en sus oídos. En cómo quizás estaba siendo violada en esos precisos momentos por Macnair, y él no había hecho nada. Cómo él- él-

—Potter, yo-

La había torturado. La había dejado ciega. McGonagall apenas reclamó, no dijo una palabra. Resistió todo valientemente y Draco no fue capaz de desobedecer una orden por muy asqueado que se encontrara. Ni su versión sin recuerdos era merecedora de algo, ni la que estaba plantada frente a Potter.

Potter, quien lo miraba interrogativamente, como si no creyera que Draco era una absoluta mierda. Como si ya no esperara lo peor de él.

—Está en las celdas del Ministerio —completó él, sintiendo como su garganta se cerraba—. El Señor Tenebroso me hizo interrogarla.

Potter dio un paso atrás.

Fue instantáneo.

—¿Qué?

Su expresión ya se había cerrado. La abierta preocupación que estaba pintada en su cara se esfumó y Potter paseó los ojos por su rostro como si esperara que Draco le dijera que aquello era mentira.

Deseaba que lo fuera.

Por favor. Por favor. Por favor.

Tiene que ser falso. Por favor.

—No tenía mis recuerdos- —trató de decirle—. Yo-

—La torturaste.

No fue dicho como una pregunta, era una afirmación.

Potter sabía lo que una interrogación de Draco significaba.

Oyó a Theo suspirar sonoramente de fondo, pero Draco era incapaz de prestarle atención, de darle explicaciones. Su mirada estaba fija en la cara morena al frente de él, a la cual un rayo le cruzaba el rostro. El Elegido, quien horas atrás murmuró en su oído que no muriera, quien lo había salvado- ahora lo miraba con su gesto torcido en… asco.

Desprecio.

Draco sintió cómo algo se clavaba en su costado.

—No sabía- no lo sabía-

—La torturaste- dime —Potter lo interrumpió, con la amargura creciendo en su voz—, ¿la mataste?

—No —se apresuró a contestar Draco—. No. No, yo no quería-

—¿No querías? —replicó él, incrédulo. Draco vio que se había puesto pálido—. ¿? Permíteme dudarlo.

La desesperación que ya sentía creció con ese comentario. Draco miró a los ojos de Potter, tratando de transmitir que estaba diciendo la verdad. Que tenía que creerle. Que Draco era un hijo de puta pero no un mentiroso, y que de haber recordado, de haber sabido-

—No sabía —Draco trató de caminar hacia él—. Potter, no lo sabía-

—¿Lo disfrutaste? —replicó Potter, retrocediendo—. ¿Disfrutaste vengarte de ella?

—Potter, yo no recordaba-

—¡No es excusa! —escupió él, aguardando unos segundos para observar cómo las palabras llegaban a Draco—. ¿Qué le hiciste?

Draco sintió cómo el nudo de su garganta crecía, mirando a Potter y su mandíbula tensa, a sus ojos llameantes. Draco había olvidado esa mirada. No sabía por qué. No tuvo que haberlo hecho nunca.

—Pregunté… Pregunté por la base. Ella no dijo nada, pero pregunté por ti-

—¿Qué le hiciste?

Sonó casi a amenaza.

Draco sabía lo que estaba preguntando, y no quería responder. No quería decirlo en voz alta. El recuerdo de McGonagall retorciéndose en la pared llegó a su mente. Sus gritos. Draco nunca olvidaría sus gritos.

Sabía que Potter no los olvidaría tampoco.

Draco trató de avanzar de nuevo, tomar su muñeca, intentar hablar con él y decirle que no quería, que realmente no quería. Nunca había querido nada de eso, no de verdad. Que había cometido errores que arrastraría toda su vida, y que era un estúpido y que lo sentía. Sentía hacerle daño. Sentía haberse acercado a él, porque siempre destruía todo lo que tocaba.

Pero Potter retrocedió, inflexible, y Draco sintió las palabras salir de su boca sin previo aviso.

—La Crucié. La dejé ciega. La dejé ciega, yo-

Draco no pudo terminar, y cerró los ojos, oyendo a Theo y la maldición que soltó por lo bajo. Potter no había dicho nada.

Y entonces, sintió cómo su amigo se apresuraba y se ponía frente a él. Frente a ambos. Draco abrió sus ojos de nuevo y encontró la cara de Potter, roja y tensa. Su mirada era de traición pura, de ira, dirigida a él. Estaba intentando sacar a Theo de en medio para así golpearlo y desquitarse. Draco se quedó quieto en su lugar, deseando que lo alcanzara. Eso equilibraría un poco las cosas. Eso quizás ayudaría a pagar la deuda.

—¡¿Lo disfrutaste?! —exclamó Potter, sonando fuera de sí, a medida que Theo lo sostenía—. ¿Disfrutaste sentirte poderoso? Por supuesto que lo hiciste. Para esto naciste. Para no ser mejor que esto-

Draco negó, sin saber cómo más hacérselo entender. Cómo explicar qué pasó. Cómo funcionaba su cabeza. La angustia era palpable en su tono, en su rostro. Potter tenía que verlo.

—Potter, ¡no recordaba! ¡No tenía mis recuerdos!. ¡Yo no quería, de haberlo sabido…!

—¡Lo habrías hecho igual, porque así eres tú!

Draco cerró la boca.

Lo habrías hecho igual, porque así eres tú.

Algo golpeó su estómago- quizás él mismo lo había hecho.

Era verdad.

Potter lo observó, con la respiración agitada. Parecía satisfecho de que la afirmación hubiera aterrizado así. Cruelmente. Dolorosa.

Porque no era más que la verdad, y por eso dolía tanto, ¿no?

Él lo sabía. De haber tenido recuerdos, ¿se habría negado?, ¿sabiendo lo que eso le traería? Seguramente no, porque así era él. Draco Malfoy. Astaroth. No eran distintos, eran uno solo.

Mortífago. Asesino. Torturador. Enemigo. Cobarde.

—Así eres tú —repitió Potter, más bajo. Había dejado de pelear y su voz estaba cargada de odio y resentimiento—. Nunca has sido mejor que eso.

Draco parpadeó, girándose bruscamente y dándole la espalda. Dándole la espalda a la verdad que lo había alcanzado de golpe y de la que quiso fingir escapar.

Él sabía lo que era. Siempre lo había sabido. Potter le dijo aquello varias veces antes, así que- ¿por qué dolía ahora? ¿Por qué el nudo de su garganta le impedía respirar, o hablar? Draco volvió a arañarse una vez más.

McGonagall. Sus gritos. Voldemort. Su risa. Los Crucios. Sus ojos.

Siento que debería disculparme, pero al mismo tiempo no. Puedo estar siendo un cabrón, pero, no sabía, Malfoy. Eso es todo…

—Es mejor que nos vayamos —dijo Theo en medio del silencio.

Creí que te importaba un comino. Los nacidos de muggles. Los muertos. La gente que has herido.

—Saca a este cabrón de mi puta vista.

Hay cosas que no me importan.

—Potter-

Sí, pero ahora sé que es porque has tenido que aprender a que no te importen

Draco escuchó cómo su amigo le pedía una moneda a Potter para Draco, y una pequeña discusión se formó entre ellos, pero Draco aún no se volteaba, no se creía capaz.

Juntando hasta la última gota de fuerza de voluntad que tenía, se enderezó, respirando hondo, e hizo lo que siempre hacía: enterrar todo lo que le dolía, todo lo que le afectaba- en lo más profundo de sí mismo. Hizo lo necesario para seguir viviendo. Su padre lo necesitaba; aún no averiguaba la verdad sobre su madre; aún no cobraba venganza.

Si se hubiese negado a torturarla, quizás estaría muerto. Tal vez que no hubiera tenido sus recuerdos era pura suerte.

Era suerte.

Suerte.

—¿Quieres que te quite tus recuerdos, para ver si ahora eres capaz de matarla? —escupió Potter.

Draco se giró, sintiendo cómo su máscara se derrumbaba unos momentos.

Los ojos de Potter ya no brillaban al verlo.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero… lo entiendo.

—Draco —Theo lo tomó con fuerza, al ver que se había quedado pegado.

Draco respiró hondo, enfocándose en responder la pregunta. Su cara desechando cualquier expresión humana. Suficiente. Suficiente. Era suficiente.

—No, eso será perjudicial contra la Orden —terminó contestando.

—Claro, ¿y eso puede hacer que te acabes muriendo tú, no? Gracias al Juramento —la voz de Potter sonaba como un quejido—. Siempre salvando tu trasero, tu propia vida. Por qué no me extraña.

Era la verdad. La verdad no dolía.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero... lo entiendo.

—Por supuesto —replicó Draco, con voz fría, enterrando lo que esas palabras le hacían sentir—. Mi vida es demasiado valiosa ¿verdad? Es lo único que me ha importado siempre.

—Qué bueno que lo tengas claro.

Y sin previo aviso, Potter se dio media vuelta y entró en zancadas furibundas a la mansión.

Draco lo miró irse, queriendo que la opresión en su pecho desapareciera.