Harry nunca imaginó lo que terminaría significando la llamada de Kingsley esa tarde.
Hagrid había aceptado ir con ellos, todo estaba yendo a la perfección, el plan valió la pena… Y luego, su moneda empezó a quemar.
Todo empezó a irse al carajo desde entonces.
Harry no tuvo más opción que abrirle la puerta a Kingsley, muriendo de preocupación. Pidió a Kreacher que los Apareciera de vuelta a Inglaterra, y luego que fuera a buscar a Padma y Seamus a Irlanda para así volver todos juntos. A pesar de que el elfo tuvo que hacer varios viajes, (porque no era seguro que Hagrid pudiera Aparecerse con ellos al mismo tiempo), no demoraron más de media hora en cerrar el portal y volver a la base.
Cuando llegaron, un grupo de al menos cincuenta personas ya se había marchado junto a Kingsley, y los sanadores que no fueron a la pelea estaban movilizándose para dejar todo listo en la mansión en caso de que hubiesen muchos heridos. Harry y el resto fueron rápidamente puestos al corriente de que, ese día, Voldemort planeaba llevarse a los miembros de la Orden que estaban atrapados en San Mungo a Azkaban. Robards, Kingsley y McGonagall ya habían organizado filas que querían impedirlo y los tres dijeron explícitamente, que por favor, el resto se mantuviera en los terrenos mientras aquello sucedía. Hasta que se les informara que necesitaban ayuda.
No se escuchaba tan grave.
Harry y los que participaron de la misión en Austria fueron curados y ordenados a reposar. Hagrid se reencontró con los refugiados que lo conocían: Madam Hooch y Flitwick lloraron, y Ron junto al resto de los Weasley estuvieron a punto. Desde que lo vieron, ninguno paró de decirle con palabras efusivas lo mucho que lo extrañaron, cómo habían sido esos años sin él, y le preguntaron cómo estaba. Incluso Harry se unió, intentando obviar la preocupación que tenía en el pecho sobre no estar ayudando en San Mungo, y la ansiedad que sentía al no poder hablar con Madam Pomfrey y preguntar cómo estaba Draco.
Pero se aguantó. Se mordió la lengua.
Aguantó impecablemente e hizo caso a las órdenes por una hora completa.
Hasta que los medimagos empezaron a llegar a la base, pero los luchadores no.
Harry junto a Hermione se apresuraron a ir al portón a recibirlos y vieron, horrorizados, cómo la mayoría estaban cubiertos de sangre o heridos. Él, sin comprender nada, alcanzó a agarrar a Madam Pomfrey que parecía a punto de desmayarse.
—Nos encontraron… Los Mortífagos se concentraron en buscar a los sanadores, y encontraron nuestro escondite… —Madam Pomfrey sollozaba—. Nos hirieron...
Harry miró a su alrededor, sintiendo que aquello saldría mal si se quedaba allí más tiempo ignorando la lucha que se gestaba. Daba igual lo agotado que estuviera, la guerra no se iba a detener ni por él ni por nadie.
Alejándose de Madam Pomfrey, Harry avisó que iría a ayudar, siendo secundado rápidamente por Hermione y Seamus, quien se encargó de agrupar a más miembros dispuestos a batallar contra los Mortífagos.
Cuando todos los sanadores entraron al laberinto y Harry avisó gritando que se iría a un lado del portón, Madam Pomfrey se aferró a sus ropas y lo miró directo a la cara con sus ojos azules perturbados.
—Encuentra a Minnie —le rogó, sin dejar de llorar—. Ella- ella evitó que me llevaran. Encuéntrala, por favor…
Harry se alejó con un mal presentimiento en la boca del estómago, y le aseguró que haría lo posible. Un segundo después, Madam Pomfrey sucumbió al colapso emocional. A él nunca le quedó claro qué tipo de relación tenían ambas, siempre lo sospechó, pero ver cómo Poppy se preocupaba más por ver a McGonagall viva de nuevo, que de sus propias heridas… significaba bastante.
Así que Harry se fue, dispuesto a pelear, dispuesto a traer a todos a salvo. Voldemort había aislado la calle muggle en la que se encontraba San Mungo tal como hizo con la calle de Grimmauld Place, por lo que cuando aterrizaron, todo era un campo de batalla. Nada se estaba incendiando, afortunadamente, pero el caos reinaba y no estaba seguro de que aquello fuera tan distinto a otras luchas.
Pero lo fue.
En poco más de dos horas, los Mortífagos abandonaron su objetivo y la Orden pudo retirarse con sólo dos bajas y unos cuantos heridos. Harry pocas veces se sintió tan relajado después de una batalla.
Hasta que llegó al cuartel, y entre la gente que esperaba que abriera la puerta, Minerva McGonagall no se encontraba.
Harry esperó, por supuesto que esperó, sin embargo mientras más gente entraba, sus expectativas decaían. Su esperanza. Intentaba que no, porque McGonagall era una bruja exageradamente talentosa y parecía irrisorio que estuviera herida, pero las palabras de Madam Pomfrey continuaban volviendo. Su preocupación lo llenó también a él.
Así que no aguantó, fue a buscarla.
Harry recorrió cada punto en el que la Orden estuvo alguna vez, en caso de que en medio de una Aparición, McGonagall estando herida y desorientada hubiera pensando en cualquier lugar menos la base para Aparecerse. Harry podía imaginarla, tirada en la tierra, sin poder moverse o pedir ayuda. Pero por más que buscaba, la mujer no estaba por ningún lado. Casi le recordó al periodo de tiempo en el que estuvo buscando a Nagini desesperadamente con la tonta ilusión de encontrarla en uno de los lugares a los que llegaba.
Mas, al igual que la serpiente, McGonagall simplemente no aparecía.
Cuando Harry volvió a la mansión, derrotado, y comunicó lo que sucedió, la gente no perdió la esperanza de inmediato, se negaron a aceptar que pudiese haber sido capturada. Le instaron a llamar a todos los espías que conocían y pedir ayuda. Harry obedeció, corriendo a contarle a Theo, y que este le contara a Malfoy. Sin duda el enigma se resolvería más gratamente con él allí.
Y lo hizo.
Y resultó ser que nunca antes había estado más equivocado.
Porque Malfoy la torturó, se lo confesó, se lo dijo. Malfoy la tenía. Malfoy-
Harry entró al salón de entrenamiento después de huir del jardín y de lo que acababa de suceder minutos atrás, ignorando a cualquier persona que quisiera hablarle. Cerró con un portazo. No podía en ese momento hacer nada más- no podía. Las palabras que Malfoy dijo se habían quedado grabadas en su cabeza, y se repetían una y otra y otra vez.
Malfoy la había dejado ciega.
Harry quería creer que aquello era una broma de mal gusto. De todos los escenarios que pasaron por su cabeza jamás pensó en uno como ese. Jamás creyó que por un ataque menor acabaría perdiendo a alguien, que además de todo Malfoy era uno de los involucrados.
Un rincón dentro suyo le decía que fue un iluso, un puto ingenuo- porque era obvio que eso pasaría en algún punto. Malfoy era un torturador, esa era su utilidad, Harry debía estar preparado- y lo estaba, o al menos eso creía. Si se lo hubieran preguntado días antes podría jurar que estaba preparado para la crueldad que Malfoy demostró profesar una y mil veces. Harry lo vio en la ejecución. Harry la experimentó de primera mano.
Y aún así-
Aún así, pensar en cómo pudo haber sido la interrogación de McGonagall le revolvía el estómago. Aún así se le hacía difícil- o llanamente imposible conciliar al Draco de Austria, al de esa noche, con un hombre que cegó a Minerva.
La cegó.
La magia se estaba arremolinando a su alrededor, llenando la sala, a punto de estallar. Todos sus sentidos le decían que se marchara de allí en ese instante, que averiguara una manera de entrar al Ministerio y sacar a McGonagall a la rastra de ese lugar, porque, ¿cómo podía…? ¿Cómo podía seguir con su vida, sabiendo lo que podían estar haciéndole?, ¿lo que estaban haciéndole?
Lo que Malfoy le hizo.
Sin Minerva, Harry no sabía dónde estaría ahora. Ella lo ayudó a encontrar su rumbo cuando tenía quince y Umbridge lo atormentaba. Lo protegió cuando nadie creyó que podía protegerlo. De cierta forma, Harry le debía la vida. Y ahora… ya nada volvería a ser lo mismo. Ella nunca volvería a ser la misma, gracias a Malfoy.
No tenía sus recuerdos, una voz dentro suyo dijo.
Pura mierda.
Harry movió una mano bruscamente, haciendo que todos los muñecos que tenían para entrenar salieran de las tablas de las paredes y desde el suelo.
Su sangre hervía, y sus manos le pedían golpear algo hasta que su piel se hiciera añicos y sus huesos se rompieran. La imagen de Malfoy torturando a Yaxley llegó a él en medio de la niebla de sus pensamientos y aquellas ganas aumentaron, porque... ¿Harry no había tenido que detenerlo, en ese entonces? ¿No tuvo que decirle que parara?
Pensar que pudo replicar esa tortura con McGonagall hacía que todas sus defensas se vinieran abajo. Quería gritar, patalear y- desaparecer.
¿Cómo se volvía de eso?
¿Adónde iban desde allí?
Harry ni siquiera sacó su varita, sólo pensando y apuntando a uno de los muñecos, hizo que este estallara.
Las horas anteriores se sentían extremadamente lejanas. Las peleas, la charla, los gigantes, la alegría de volver a ver Hagrid, la herida de Malfoy y su propia desesperación para que no muriera. Parecía de otra vida ya, y Harry solamente podía pensar que se habría ahorrado muchísimo sufrimiento, si no se hubiese empeñado tanto en salvarlo.
Volvió a mover la mano, y otro de los muñecos se partió a la mitad bajo su magia.
Quería maldecir, hacer algo útil, cualquier cosa. Harry se daba vueltas por todo el salón mientras su mente arrojaba escenas a su cabeza, escenas que no pedía, pero ahí estaban y joder-
McGonagall se sentó a su lado durante el desayuno, poniendo una mano encima de su brazo. Harry miraba obsesivamente un ejemplar de El Profeta que Adrian le llevó. Rita se había encargado de hablar de él como si fuera una plasta, sin dejar lugar a dudas de que estaba muerto. Así, sin más. Que todo el que dijera lo contrario, sería juzgado públicamente.
Y Adrian le había dicho que la gente se estaba creyendo ese pedazo de mentira sin dudarlo. Si Harry intentaba decir la verdad, sólo lograría provocar la ejecución de personas inocentes.
McGonagall lo abrazó en ese entonces, haciendo que su cabeza quedara reposando en uno de sus hombros. Harry aún no cumplía los diecinueve. Ella no comentó sobre sus lágrimas.
—El morbo de ver a un héroe caer y fallar, es más grande que el amor que alguna vez pudieron haberle tenido. Mientras antes lo aprendas, Potter, mejor.
Héroe.
Lo había llamado héroe.
Harry se miraba a sí mismo y le daba risa, casi lástima, el recordar eso. La falsa imagen sesgada que Minerva tenía de él. Cómo era capaz de pensar en Harry como algo más que un chico sin valor. Porque no era un héroe. No era nada.
Él era un asesino.
Y quizás se merecía eso. Harry merecía sufrir como lo estaba haciendo en ese momento. Sentir que había sido abandonado. Sentir que estaba cayendo en un abismo del que nunca podría salir, porque ya no existía un mañana. Y si lo había- ¿cuál era el punto? Harry miraba atrás, miraba a McGonagall aconsejándolo. Miraba sus charlas con Draco, el entendimiento que lograron, cómo la masa de sentimientos complicados se transformó en algo más, y se preguntaba… ¿cuál era el punto?
Harry era denso, pero no era estúpido, y sabía bien dentro… que esos últimos meses no fueron en vano, que su preocupación por Malfoy iba mucho más allá de ver lo útil que era para la Orden. Harry simplemente ignoró los pensamientos que lo atacaban por la noche al recordarlo, ignoró cómo su estómago daba vuelcos indeseados al hablar con él o cómo parecía saberse su cara de memoria. Harry ignoró todo, porque era absurdo.
Y ahora esos sentimientos complicados volvieron y lo devoraron de la peor forma.
Otra imagen de McGonagall llegó hasta su mente, fría y sola en una celda, sin poder ver. Harry no hizo nada para detenerlo. Obedeció, se quedó sentado a un lado de Hagrid como si nada, y ahora tenía que pagar las consecuencias de esa acción. Si hubiera estado allí-
McGonagall estaba abrazándolo después de perder a Ginny, dándole un soporte que Harry pocas veces tuvo de niño. Lo sujetaba como si fuera suyo. Como si Harry alguna vez podría ser suficiente.
—El mundo es así. La guerra es así. Y no es justa. No es justa. O eres al que le apuntan la varita, o eres el que la sostiene. No hay más.
Harry soltó una risa que bordaba la desesperación.
No sólo la guerra era así, la vida era así. Las circunstancias… Uno siempre era la víctima, o el victimario. No existía más. Era una rueda, y dependía del azar si uno se encontraba arriba o abajo.
¿Cuál era el maldito punto?
Harry se acercó a uno de los muñecos y lo golpeó, lo golpeó con tanta fuerza que hirió sus manos. El material se derritió bajo su tacto.
Malfoy lo miraba. En sus ojos claramente se reflejaba el desespero que esa situación le traía, el que Goyle hubiera sido apresado por ellos. Era la primera vez que Harry pensaba en él como más que un simple robot.
—No- no es… No es una orden. Por favor. Por favor, déjenlo vivir.
Cuando el muñeco regresó a su lugar, Harry volvió a destruirlo de la misma forma. Y una y otra y otra vez. Algo en su pecho se agitó ante el recuerdo, ante la vulnerabilidad que existía en las facciones del Malfoy del pasado. Tal vez su percepción sobre él había cambiado allí, y Harry sólo no lo notó. Deseaba que no hubiera sido así. Las cosas serían más fáciles entonces.
No dolería de esa manera.
La ira fluía por sus venas como si fuera gasolina, y la magia negra que estaba usando para desquitarse encendería un fuego que no estaba seguro de poder apagar. Pero Harry no encontraba razones para detenerse, tomar aire y pensar con la cabeza fría. Porque una vez que lo hiciera, tendría que afrontar la realidad. Tendría que aceptar las cosas como eran. Harry no quería. Era más fácil vestirse de rabia. Podía pretender que por esa razón sentía que su pecho se estaba abriendo en dos.
McGonagall. Secuestrada. Ciega. Malfoy lo hizo.
Malfoy lo hizo.
Uno de los muñecos en el otro extremo se derritió sin que Harry lo quisiera.
La mujer entró a su habitación, horas después de que la Orden hubiese impedido a los Mortífagos tomarse Hogsmeade, cuatro años atrás. La primera misión en la que nadie murió o salió gravemente herido. Harry se aseguró de eso, dirigiendo las filas.
—Estoy tan orgullosa de ti —le dijo ella suavemente, cuando se sentó en la cama.
Fue la primera vez en toda su vida que le dijeron eso.
Harry tomó su varita, y, con un giro, provocó que cada objetivo se quemara, aunque volvieron a su estado original al instante. Su corazón estaba apretado, y a pesar de que una parte de él le pedía calmarse, que le exigía hacerlo para que pudieran hallar una solución, Harry estaba en medio de un colapso. De haber sabido lo que pasaría- ¿podría haberlo detenido? ¿Podría haber salvado a McGonagall?
¿Podría haber evitado que Malfoy la torturara?
Si este hubiese tenido sus recuerdos, ¿las cosas serían diferentes?
Si Malfoy hubiera sabido cómo estaba dañando a Harry- ¿habría parado? ¿Le habría importado, siquiera?
No lo sabía.
Ya nunca lo sabría.
Malfoy portaba esa sonrisa amarga, como si no tuviera cuidado en el mundo. Harry no podía comprenderlo, no podía entender nada acerca de él.
—Mírame a los ojos, Potter —le había dicho—, y dime que verdaderamente crees que estaría dispuesto a dar mi vida por la de alguien más.
Harry cerró los ojos, y lo que sea que eso le hizo sentir lo golpeó tan fuerte que lo hizo sacudirse. Era como si estuviera siendo reducido a miles de pedazos que no tenían un propósito, mientras recordaba cómo hace unas horas en la oscuridad de la noche, un hombre de cabellos rubios se ponía entre él y una maldición que iba dispuesto a matarlo.
Malfoy soltó una leve respiración exasperada. Harry aún intentaba comprender cómo podía tener algo de decencia dentro de ese semblante cruel.
—Deja de mirarme así, como si quisieras descifrarme. Ver algo que el resto no ve. Esto es todo lo que soy.
La habitación tembló bajo sus pies, y Harry sintió cómo en algún rincón la pared empezaba a desmoronarse, o tal vez lo sentía dentro suyo, no lo tenía claro. El muñeco frente a él tembló también, y un gran agujero le apareció en el pecho. Harry empuñó una mano, y le asestó un golpe que nuevamente rompió parte de su propia piel.
Él se lo dijo. Se lo advirtió. Harry necesitaba repetirlo hasta que se lo creyera, hasta que olvidara el resto de cosas que se dijeron. Las conversaciones borrachos, las confesiones bajo las estrellas. El dolor en los ojos de Malfoy cuando hablaba de su pasado y sobre quién se había convertido. Tal vez si Harry se decía una y otra vez que eso era falso, que simplemente se lo imaginó, se le haría más fácil volver a pensar en Malfoy como un villano. Un bastardo unidimensional.
Eso es todo lo que era.
Nunca ha sido más.
Nunca sería más.
McGonagall lo apretó contra sí, con fuerza, hasta con miedo. Podía reconocer una despedida en cuanto la veía, pero Harry simplemente no había querido creerlo. Trató de engañarse, de creer que la vería una vez más cuando volviera. La dio por sentado.
—Usted sabe lo fuerte que es, señor Potter. Use esa fuerza. Tengan cuidado.
Irónico, cómo habían acabado las cosas.
¿Él era quien debía tener cuidado?
—Lo haré —respondió entonces, iluso—. Traeré a Hagrid de vuelta. Volveremos vivos. Nos verá a todos de nuevo.
Harry no sabía por qué prometía cosas que no podía cumplir. Una y otra vez, decía y aseguraba cosas que no estaban en sus manos. Como que ganarían esa guerra. Que todo estaría bien. Que en un futuro todo sería diferente.
La cara de McGonagall no se iba de su cabeza. McGonagall, quien lo observaba a él en la mayoría de recuerdos como si Harry fuera su… su…
Alguien que vio crecer y madurar.
¿Qué creería de él ahora? ¿Pensaría que Harry no pudo cumplir su palabra? ¿Lo culparía, también?
Casi prefería eso. Que McGonagall lo culpara por no haber evitado que se la llevaran. Que lo culpara por haber hecho un Juramento con Malfoy, y que, por confiar en él, ahora ella nunca más sería capaz de ver un atardecer u observar cómo el sol salía en la mañana.
Y qué pasaba si- si no alcanzaban- qué-
¿Qué pasaba si no alcanzaban a sacarla de ahí?
Afuera, alguien estaba tocando la puerta. Lo ignoró. Harry creía que si se cruzaban en su camino en ese instante, era capaz de matarlos incluso sin quererlo.
Uno de los muñecos explotó una vez más.
Harry se preguntaba qué habría sido de ellos, si las cosas hubieran sido diferentes. Si Voldemort jamás hubiese existido, o si el día de la tienda de túnicas Malfoy hubiera actuado distinto.
O, quizás, si Harry le hubiera dado la mano.
—Nada habría cambiado, Potter —le bajó los humos él—. Mis padres no se habrían pasado a tu bando, y yo te habría vendido al Señor Tenebroso si hubiera tenido la más mínima oportunidad.
Probablemente así era, Harry lo veía ahora. Ellos nacieron para eso. Malfoy nació para vivir de la forma en la que lo hacía, y hacer las cosas que le ordenaban. Las cosas no hubieran sido diferentes nunca.
Harry y Draco no fueron creados para acabar siendo siquiera amigos. Existía una fuerza que los separaba tanto como quería juntarlos. Nunca estuvieron hechos para- más.
Cometió el error de intentarlo.
Y ahora podía ver cuánto dolía.
Malfoy no parecía contento, aunque Harry había esperado ver ilusamente algún rastro de orgullo retorcido en sus ojos. Malfoy parecía darse cuenta de quién era y de lo que hizo, y eso no le hacía gracia.
No lo creía capaz de redimirse hasta ese entonces.
Y Harry se preguntó en ese momento, si había más. Siempre se preguntó si hubo más.
Aparentemente no.
—¿Por qué estás huyendo?
—No me apetece hablar sobre mis malas decisiones.
—Yo también las tomé. Malas decisiones.
El golpe de la puerta se hizo más insistente, mientras las imágenes pasaban en picada por sus ojos. Los recuerdos. La gente que murió bajo su guardia. Su terquedad. Todos los que no pudo salvar.
McGonagall.
Malfoy la torturó. Nada cambiaría eso. Y Harry lo detestaba, lo odiaba- o al menos lo pensaba. Había confiado en él, había creído que era mejor de lo que realmente era, y ya nunca podría hacer nada al respecto. Nada-
La cara de Malfoy estaba ahí, a unos pasos de él. Su cicatriz. Vibrante. Real. La vulnerabilidad brillaba en sus facciones.
—Me pregunto… Qué caminos habríamos tomado sin la guerra. Cada uno de nosotros. Eso sí me pregunto.
Harry pestañeó un par de veces, para evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos. No era justo. No era jodidamente justo.
Por un momento, se permitió imaginar una vida en la que nada de eso jamás pasó.
Si los prejuicios sobre los nacidos de muggles no existieran, si los padres de Malfoy nunca le hubieran hecho creer que era mejor al resto- ¿las cosas serían distintas? ¿Qué sería de ellos ahora?
Sin la guerra, ¿él y Malfoy-?
Harry cerró los ojos, ignorando la forma en que sus costillas se contrajeron. No podía. No podía. No podía.
Las cosas no debían haber sucedido de esa forma. McGonagall no merecía eso, ninguna de las víctimas lo merecía. Y por qué- por qué de entre toda la gente tenía que ser Malfoy-
¿Por qué no se acababa ya? ¿Por qué-?
Minerva lo miraba con fiereza.
—Estamos en guerra. La gente va a morir quieras o no, y no podrás hacer nada por impedirlo.
Harry trató de regular su respiración, deteniéndose en medio del cuarto, mientras daba vueltas sobre su propio eje. La voz resonaba en su cabeza, y una parte de él deseaba poder olvidarla. Deseaba poder olvidar, sólo por un momento.
No quería eso. Nunca quiso nada de eso. Harry no quería ser el Elegido, no quería ser el Amo de la Muerte. Harry no quería ser el responsable de todas esos asesinatos y derrotas. Deseaba dejar de sentir que estaba sentado en una pila de cadáveres.
—Eres poderoso, pero eso no te hace omnipotente. No tenías forma de ver el futuro y no tienes control sobre la vida de los demás.
Harry se llevó las manos a la cabeza, fijando la mirada en sus zapatos. Su magia estaba bailando alrededor de su cuerpo, envolviéndolo como si fuera un huracán. Le pedía que atacara. Le pedía que destruyera el mundo y todo a su paso. Le pedía que acabara ya con todo ese sufrimiento.
McGonagall fue capturada. Harry no volvería a verla. O eso sentía. Sentía que la había perdido, incluso si la rescataban. La habían herido demasiado, estaba ciega-
Y todo gracias a Malfoy.
—¿Quieres hacerme el villano? Está bien. ¿Quieres pensar que yo soy el verdadero enemigo y el responsable de todo lo que está mal en el mundo? Adelante.
Harry apretó los ojos, haciendo que la cabeza de los muñecos rodaran en el suelo, chocando con sus pies para rápidamente volver a su posición inicial. No sabía qué hacer. Genuinamente no tenía idea de qué mierda hacer y no quería sentir que era su responsabilidad saberlo. Y había un ruido. Un ruido a lo lejos, atosigante y embriagador y-
Eran sus sollozos
—Creí que te importaba un comino. Los sangre sucia. Los muertos. La gente que has herido.
—Hay cosas que no me importan.
—Sí, pero ahora sé que es porque has tenido que aprender a que no te importen.
No. No. No.
¿Acaso a Malfoy le había importado lo que le hizo a McGonagall? ¿Acaso se estaba lamentando? Harry lo dudaba. Malfoy nunca dijo ser buena persona, todo lo contrario. Era horrible. Era Astaroth. No era más. No era más. No era más. Él se estaba engañando a sí mismo cuando confió en él. Harry dudaba demasiado que Malfoy estuviera arrepentido. Nunca se arrepintió antes de nada-
Pero no había tenido sus recuerdos.
Las respiraciones que tomaba estaban quemando su garganta.
No los había tenido, y se lo dijo más de una vez, le aseguró que no quería hacerle daño a Minerva.
Pero lo hizo.
¿Acaso excusaba las cosas no haber tenido sus recuerdos? Continuaba siendo Malfoy, continuaba siendo él- no era como si de la nada se hubiera transformado en otra persona completamente distinta. Para Harry sería mucho más simple si fuera así, sin embargo, el hechizo nada más borraba unas cuantas memorias. Si fuera capaz de transformarlo totalmente, podría entenderlo, excusarlo incluso. Mas no era así. Y Harry quería- Harry quería que todo fuera como antes. Cómo se sintió cuando lo vio reír por primera vez.
—No lo justifico. No creo que seas mejor persona. No creo que yo sea mejor persona tampoco. Sigues siendo Draco Malfoy, pero… lo entiendo.
—No parecías entenderlo antes.
—No lo sabía, Malfoy. Pero lo hago ahora.
Deseaba que hubiera sido alguien más. Cualquier otra persona, cualquier otro espía. ¿Por qué tenía que ser Malfoy? ¿Por qué se sentía tan significativo que fuera él?
Harry necesitaba respirar, y que la persona al otro jodido lado de la puerta se callara y lo dejara tranquilo.
Se llevó las manos a la cabeza, y comenzó a jalar su cabello.
Aquello se sentía como una pesadilla.
—Esta noche todavía se siente como un mal sueño. Desde que Tom ganó en Hogwarts, todo se siente así.
—Tal vez Hogwarts era el sueño.
Harry se dejó caer al suelo al fin, de golpe. No podía llorar, no podía permitirse llorar. Llorar era para débiles, él lo sabía, se lo dijeron toda su vida.
Pero las memorias continuaban llegando, y las palabras de Draco de esa noche no se iban.
—Potter, ¡no recordaba! ¡No tenía mis recuerdos! ¡Yo no quería, de haberlo sabido…!
Harry quería creerle, de verdad lo necesitaba. Pero no era capaz, ¿cómo podía hacerlo? McGonagall estaba en una prisión. Estaba en una celda, sola y herida. Ciega. Harry recordaba la tortura de Yaxley, de Rookwood, las que él presenció. Sabía de lo que Malfoy era capaz, entendía mejor que nadie por qué la gente le temía. Sin embargo- ¿de verdad cambiaba tanto, recordando y no?
¿Se habría detenido si las cosas fueran distintas?
No importaba. Aquello no cambiaba nada.
El daño ya estaba hecho.
—Estoy orgullosa de ti, Harry. Estoy segura de que siempre cumples tus promesas.
¿Por qué mierda le había prometido eso?, ¿por qué mierda seguía peleando?, ¿por qué?
¿Qué sentido tenía?
—Te salvé porque quería.
Harry estaba harto, no quería eso. Harry no deseaba ser él, deseaba ser un don nadie. No quería tener que enfrentarse a Voldemort, cargar con ser el Elegido, con encontrar a Nagini. Harry no quería hacerse responsable de todo lo que sucedía. Deseaba cambiar de identidad, ser cualquier persona menos quien era y tener una vida absolutamente normal y corriente. Desde que tenía memoria había peleado, desde su maldito nacimiento. Creció peleando, era lo único que sabía hacer, pero suficiente era- suficiente, y ya no sabía si podía aguantar.
La puerta se abrió, mientras Harry comenzaba a golpear los costados de la cabeza con las manos.
Sintió unos pasos apresurados ir hacia él, y sin siquiera notarlo, unos brazos estaban envolviéndose en su espalda, jalando su cabeza contra el pecho ajeno. Harry se dejó llevar en el abrazo, sin poder ver, y dándose cuenta entonces que sus ojos se habían empañado de lágrimas y que su garganta picaba rogando soltar un sollozo.
No se lo permitió.
La puerta se cerró, después de que la mujer que lo sostenía moviera la varita hacia ella, y Harry dejó que el aroma frutal de Astoria inundara sus fosas nasales. Ella murmuraba palabras que a sus oídos no tenían sentido.
Tenía que hacer algo. Tenía que moverse. Ya había gastado bastante tiempo en ese berrinche, y McGonagall no podía estar demasiado en ese lugar sola. Harry jamás se lo perdonaría.
—Ssh… —oyó a Astoria—. Ssh… Harry, debes calmarte.
Recién allí notó que estaba moviéndose desenfrenado bajo el agarre de la mujer, quien, como si sus brazos se trataran de acero, no lo dejaba ir. Harry levantó un poco la cabeza para ver cómo ella lo observaba de vuelta y respiraba profundamente. Él creyó que era buena idea imitarla.
Inhala. Mantiene. Exhala. Inhala. Mantiene. Exhala.
—Va a estar bien —dijo Astoria—. Todo va a estar bien…
Aquello se sintió como si le hubiesen clavado una daga en el estómago, y requirió todo de sí no descontrolarse de nuevo. Porque era una puta mentira. Ya nada estaba bien, nada podría estar bien de nuevo. Harry y las circunstancias alcanzaron un punto de no retorno.
Si hubiese estado allí-
—Potter, no es tu jodida culpa. No es tu culpa, ni la de la Orden, ni la de nadie. Es culpa de Él. Él está decidiendo esto.
Harry ahogó un quejido, tratando de vaciar la mente.
Los pensamientos no lo dejaban tranquilo, amenazando con volverlo loco. Su magia no quería retraerse, quería atacar. Su cuerpo no quería quedarse quieto, quería luchar. Harry deseaba derramar sangre, devolver un poco del dolor que le estaban haciendo pasar.
¿Por qué mierda había tenido que ser Malfoy? ¿Por qué Harry había dejado de esperar lo peor de él? Era un monstruo. Él lo admitió. Malfoy era un monstruo y no merecía nada. Hirió a McGonagall, lo hizo sin dudar-
Y lo peor de todo, no era eso.
Se sentía así de ahogado y perdido, porque sin importar qué tanto lo pensara, qué tanto su cabeza lo repitiera y recordara que torturó a una de las personas que más quería- sin importar qué tanto Harry dijera que Malfoy era una escoria y que tenía la culpa de todo-
No podía volver a odiarlo.
Malfoy cegó a Minerva, la torturó, y con recuerdos o no, lo hizo. No era la primera vez tampoco, McGonagall era un nombre más en una lista interminable de personas inocentes a las que Malfoy les cagó la vida para ascender, por sus propios intereses egoístas. Draco Malfoy había sido creado a partir de la costilla de un demonio, Harry lo sabía, siempre lo supo, y ahora la realidad lo había alcanzado recordándole que sin importar su pasado, sin importar lo humano que Draco se veía, seguía siendo… él.
Y Harry no podía odiarlo.
Incluso después de saber todo eso. De estar consciente de que la persona que cambió toda la vida de McGonagall desde ese momento en adelante, fue él. Incluso después de eso, Harry aún no podía despreciarlo o escupir en su nombre diciéndolo en serio.
¿En qué clase de persona lo convertía eso?
Las manos de Astoria se posaron en su cabello, acariciando, mientras todavía le pedía que se calmara.
Harry no quería calmarse, Harry quería actuar.
—No puedes controlar todo. Hay gente aquí que necesita que pienses con la cabeza fría… No puedes ser tan despreocupado con tu vida. No sé si te lo han dicho antes, pero vale demasiado como para que vayas entregándola siempre.
Harry trató de volver a respirar hondamente, diciéndose a sí mismo que tenía que parar. Necesitaba pensar con la cabeza fría, era verdad. Las emociones no podían dominarlo en ese momento, el mundo no se lo podía permitir.
Si Malfoy había hecho algo, al menos desde que lo conoció, era no mentirle.
—No. No. No, yo no quería-
Harry cerró los ojos.
Era suficiente.
Tenía que juntar a la Orden, discutir la información y comenzar a moverse. Enterró toda la avalancha de emociones complejas que amenazaban con destruirlo y cerró los ojos. Harry podía hacer esto. Llevaba haciéndolo años. La gente que amaba era herida, era asesinada, y él podía fingir que nada sucedió. Podía ignorar la presión en su cabeza que parecía que algún día terminaría por aplastarlo.
Al cabo de unos segundos, mientras calmaba su respiración, miró hacia arriba. Astoria estaba dedicándole una sonrisa igual de cansada que lo que demostraba en el resto de sus facciones. Acariciaba su cabello, examinando el rostro de Harry con cautela. Estaba cerca. Intentaba calmarlo.
Se veía bellísima.
Sus ojos azules eran claros, y honestos, y sus facciones resaltaban aún más gracias a la trenza que usaba. Su usual vestido blanco contrastaba con la situación. Harry podía compararla con un ángel.
Se separó de su pecho, sin dejar de mirarla, y se detuvo a centímetros de su rostro.
Astoria era una buena amiga, era una excelente persona. Era simpática, y alegre, y leal. Astoria era de las mejores cosas que le habían pasado a Harry, a la Orden, y la amistad que compartían le enseñó cosas de él mismo que ni siquiera conocía. Era preciosa. Era todo lo que alguien podría querer. Además de todo, era buena amante. Lo podía a ayudar a olvidar la mierda que era el mundo.
Astoria era lo que se suponía que Harry debía desear.
Y estaba allí.
Harry la miró unos segundos más, directo a los ojos. Astoria lo miró de vuelta, sin separarse, como si también lo quisiera. Harry se acercó lentamente haciendo que su aliento chocara con el de ella, y se aferró a sus brazos.
Astoria estaba allí.
Entonces, cuando sus labios se rozaron, ella acunó su rostro y retrocedió abruptamente. Harry percibió cómo su corazón se saltaba un latido. Se sentía perdido. Ella lo miró con un deje de lástima.
—Astoria-
—Ambos sabemos… que no es a mí a quien quieres.
Harry cerró los ojos, alejándose también.
Estaba sofocado y necesitaba respirar. Harry apagó de inmediato todos los pensamientos de su cabeza, y lo que una simple frase le hizo sentir. En lo que lo hizo pensar, lo que lo hizo imaginar.
No podía lidiar con eso.
No ahora.
Por unos segundos, ninguno se movió. Astoria le dio el tiempo para que Harry se calmara. Ni siquiera le importaba el rechazo, le daba completamente igual, lo único que Harry necesitaba era algo que curara el dolor. Que calmara la presión en su caja torácica.
—Se nota que te duele la espalda —Astoria dijo entonces después de minutos enteros, tocando suavemente su cuello—, curemos esa herida.
Harry se quedó en su lugar.
Le interesaba una mierda su espalda. No quería eso. No quería nada de eso. La herida en el borde de su cicatriz de piedra era la menor de todas sus preocupaciones.
Astoria se puso de pie, suspirando hondamente al ver que no se movía.
—Ven, por favor —dijo ella, tendiéndole su mano—. Ron te está buscando.
Harry la miró.
Sabía que era su deber entrelazar sus dedos.
•••
Astoria se marchó poco rato después, porque fue llamada debido a su rol como espía. Harry por su parte se encargó de contactar a todas las personas que podían ayudar, porque no tenían más opciones de momento. Lo único que quedaba por hacer era crear un plan para rescatar a McGonagall.
Cuándo Ron los encontró, y empezó a llenar a Harry de preguntas acerca de qué había sucedido con Theo y Malfoy, Harry se rehusó a contestar, diciéndole en cambio que debían llamar a una reunión urgente de la Orden y que no podía esperar por nada del mundo.
Ron le hizo caso, dudoso, aunque reconociendo que no bromeaba al pedir algo así.
Así que ahí estaban.
Una vez que la última persona ingresó a la sala, y el peso de los asientos vacíos se instauró en el sistema de Harry, este se levantó, soltando sin previo aviso:
—McGonagall está secuestrada en las celdas del Ministerio.
Y las reacciones fueron inmediatas.
Madam Hooch soltó un casi inaudible "No", al mismo tiempo que Kingsley le daba un golpe a la mesa gracias a la impotencia. Ron junto a Hermione se pusieron pálidos, y Robards se tomó la cabeza, mientras Molly negaba, murmurando que, "¿Cómo iban a decírselo a Poppy?"
Harry sentía que llevaba el peso del mundo en sus hombros.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Kingsley pasado un rato, con su rostro ensombrecido.
Todos los presentes lo miraron.
—Malfoy me lo contó.
La noticia los había devastado, era notorio, aunque no entendía por qué carajos no se lo esperaban. Así sucedía en ese mundo: lo peor que podía pasar, pasaba. Las peores cosas que uno podía imaginar, se hacían realidad.
Si Harry se encontrara un poco menos agotado, quizás su corazón se habría encogido frente a las caras de desolación que lo observaban.
—¿Está bien? —preguntó Hermione, temerosa y alejada de todo contacto humano que no fuera Ron.
Harry la miró, descubriendo que la pregunta no era tan fácil de contestar. Uno de sus impulsos, de los más antiguos, le decía que soltara todo lo que sabía. Harry no guardaba secretos con la Orden; todo lo que él sabía, ellos lo sabían también. Les contó detalladamente acerca de las lealtades de las varitas y cómo quizás aquello podría resultar clave en el último enfrentamiento contra Voldemort. Les contó acerca de su muerte, y de las Reliquias. Les contó siempre todo lo que tuvieran que saber.
Y sin embargo, no podía contarles lo que Malfoy había hecho.
No podía.
—No —respondió entonces.
Harry ignoró la expresión pensativa que Ron tenía en el rostro desde que lo había visto, minutos atrás. Parecía estar analizando cada uno de sus movimientos. Harry sabía que era mucho más perceptivo de lo que la gente le daba crédito, y francamente, no se encontraba en posición de lidiar con aquello ahora.
Una cosa a la vez.
—¿Está viva?
—Sí —respondió Harry, tratando de creérselo—. Sí, está viva, por eso he llamado a esta reunión. Debemos trazar un plan para rescatarla.
Y antes de que cualquiera pudiera preguntar algo más, empezó a exponer los pros y contras que habían en un intento de entrada al Ministerio.
Las calles del mundo muggle que daban a la entrada del edificio no pudieron ser aisladas como la de Grimmauld Place o San Mungo, así que se destruyó; por lo que ingresar de la forma en la que lo hicieron en 1997 para robar el relicario (a través de un baño público), no era una opción. Todos los empleados del Ministerio, sin excepción, tenían acceso a este a través de las chimeneas. La única forma de entrar era usando la red flú, por lo que deberían ocupar la de uno de los espías.
Theo, Astoria y… Malfoy, no eran una opción. Si algo fallaba, y descubrían que estaban prestando su casa para algo así, los matarían o tendrían que esconderse lo que quedaba de la guerra en la base. Perderían la importancia de su papel allí afuera, la información que podían traerles de la élite. Aquello estaba descartado.
Otra de las opciones era ingresar por la chimenea de Adrian, pero… ¿cuántos podrían entrar pasando desapercibidos? Y sin importar quién les ayudara, Adrian u otro, ¿cómo burlarían los procesos de reconocimiento que los empleados del Ministerio tenían que enfrentar, los que habían implementado después de los intentos de rescate de la Orden en algunas ejecuciones? Después de que los Mortífagos les impidieran el paso, terminarían matando a quien les facilitara la red flú y en esos momentos sólo les quedaban máximo siete espías infiltrados en el Ministerio.
¿A quién podían arriesgar, y a quién no?
¿Cómo podían llevarse a McGonagall sin ser atrapados ellos también dentro?
Los miembros de la Orden escucharon sus puntos con atención, aportando y dándose cuenta de que en ese caso, había gato encerrado. Lo de las chimeneas y la cantidad de personas que podrían entrar al Ministerio antes de ser notadas, ya era un contra enorme. Pero además de todo, las celdas del Ministerio e incluso Azkaban estaban configuradas para que todo aquel que no tuviera permiso, no pudiera usar magia dentro de ellas a menos que el establecimiento se estuviera derrumbando. Harry no podría llamar a su propia magia para rescatar a McGonagall, tendría que deshacer sus grilletes manualmente, y, ¿cómo podría lograrlo rápido?
Lo peor de todo era que, lo más seguro, es que hubiera una alarma en el lugar, por lo que si se detectaba algún movimiento extraño Voldemort iría. Voldemort iría, y todo terminaría antes de empezar. Con Kreacher sucedía exactamente lo mismo, y no podían darse el lujo de perder al elfo.
Estaban atrapados.
A pesar de que deseaban actuar ahora ya, lo mejor era esperar.
Cómo jodía.
Cosas malas pasaban cuando Harry esperaba. Cuando su estómago le decía que no era buena idea quedarse sin hacer nada.
Se comprometió a hablar con Adrian finalmente, que él les informara cómo estaba McGonagall. A pesar de que la gente lo miró interrogante ante esto, nadie comentó nada. Y al terminar se mostraron de acuerdo cuando Harry les dijo que incluso podrían hacer el hechizo que los vinculaba a él, y les permitía ver lo que Adrian estaba viendo para tener más certeza de lo que sucedía.
Bien. Era un plan. Era mejor de lo que tenía antes. Harry se levantó de su lugar dispuesto a escribirle al hombre. El resto lo imitó.
Cuando la gente abandonó la sala, movilizándose, un brazo se aferró al suyo impidiendo que se moviera, que huyera, y él sintió cómo la sangre abandonaba su cara.
Harry miró hacia atrás, encontrando a Ron en su silla de ruedas, y a Hermione mirándolo, ambos con expresiones de cautela y preocupación pintadas en sus rostros.
—Sé que no has dicho todo —le dijo él sin rodeos.
Harry sintió cómo todo el autocontrol que había ganado se desmoronaba con esas simples palabras.
—No ahora, por favor…
Ron apretó más fuerte su mano, sabiendo la respuesta incluso antes de hacer la pregunta.
—Fue Malfoy, ¿no es así? —espetó él, tal como Harry esperaba—. ¿Qué hizo ahora?
Harry no quería decirlo.
Si le decía, todas sus advertencias tendrían sentido y base: que Malfoy no era de fiar, y que era un asesino, un torturador cruel e inhumano. Ron le refregaría en la cara que siempre tuvo la razón.
Y-
Harry no quería que tuviera la razón.
Dejando sus sentimientos de lado, se separó con brusquedad del agarre de su amigo, ignorando a Hermione.
—Iré a hablar con Madam Pomfrey —les dijo, tragando la amargura que quería atacarlo, al saber que daría malas noticias—. Está demasiado afectada-
—Harry, tienes que dormir —lo interrumpió Hermione, dando un paso al frente.
—No- no-
Ella puso una mano encima de la suya, con delicadeza.
Era la primera vez que lo tocaba en meses.
—Por el amor a Merlín, Harry —murmuró ella, temblando—. No le sirves a nadie matándote de sueño. Duerme.
Harry cerró los ojos, viendo la única cara que deseaba evitar ahí, en la oscuridad.
Y se dejó sujetar por ambos, tratando de convencerse a sí mismo que las cosas mejorarían.
