Cuando Draco llegó a la Mansión Malfoy, Theo lo obligó a permanecer despierto.
Ordenó a uno de los elfos que los guiaran a su laboratorio y juntos se sentaron allí, mientras su amigo le explicaba qué había sucedido. Draco empalideció con cada segundo que hablaba, llevando una mano hacia abajo de sus prendas, a su torso. Sintiendo las vendas mojadas de sangre. Theo le dijo que se iba a asegurar de cambiarlas, pero que ya no podía continuar descansando, que debía encontrar una forma de que el sangrado se detuviera o los cortes se cerraran, o quizás el Señor Tenebroso terminaría matándolo al fin.
Draco sólo pudo asentir. Tiritaba. Podía sentir la magia proveniente de sus heridas.
Inhala.
Exhala.
Dolía- dolía como los mil demonios. Con cada movimiento, Draco sentía como si cuchillas se clavaran ahí. La herida se reabría periódicamente luego de expulsar toda la sangre posible. O al menos, lo que se sentía como toda la sangre posible. Después, el procedimiento se repetía. Cada vez que pasaba, era como si un cuchillo volviera a cortarlo. Como si se metiera en su carne y retorciera la navaja.
Draco posó sus manos encima de las vendas. Sabía que quien se encargó de cavar los cortes en su piel fue nada más y nada menos que Maia. Por otro lado, quien se encargó de mantenerlos abiertos, de regenerar su sangre, fue Voldemort.
Y frente a esa revelación, Draco no sólo tembló por el decaimiento, sino también por la rabia.
La magia que el Señor Tenebroso había ocupado no tenía que ver con ninguno de los hechizos que Draco creó para él durante esos años, era una clase de magia negra que él no se había atrevido a tocar. Pero, intentando pensar con la cabeza fría, reconocía que algunas de las propiedades usadas le eran conocidas. La regeneración de la sangre, por ejemplo, él la había usado para un conjuro que hacía volver a crecer las extremidades de sus víctimas para que fueran cortadas una y otra vez. Lo que no sabía cómo contrarrestar del todo, no mientras su cabeza estuviera nublada por el dolor, era la forma de cerrar las heridas.
Inhala.
Exhala.
Una vez que Draco, tembloroso, terminara de escribir en un papel los principios de la magia y pensara en ingredientes que lo ayudarían –o algún tipo de contra maldición– Theo se apresuró en acercarse a él. Debía retirar las gasas empapadas. Este convocó vendas del mismo laboratorio, y sin ofrecerle ni una mirada de lástima o simpatía, cambió así las antiguas que ya estaban destilando sangre.
Draco se sintió tan débil en ese instante, que, para cuando recuperó la consciencia, fue gracias a que Theo estaba sosteniendo una varita encima de sus ojos. Lo había reanimado con un hechizo. Ni siquiera notó en qué momento se desmayó.
—No te duermas.
Gracias, no lo pensé antes.
Draco sacudió la cabeza, y durante otros veinte minutos se concentró en planear qué procedimiento llevaría a cabo. Finalmente, decidió que en ese momento, lo más simple era hacer una poción que le ayudara a dejar de sangrar; casi como si actuara como una loción cicatrizante. Al menos Theo podría ayudarlo a prepararla, cortando o machacando ingredientes. Si hubiera decidido hacer una contra maldición sería completamente inútil. No tendría los conocimientos.
Con mucha dificultad se paró de su asiento, caminando a las estanterías mientras recogía lo que necesitaba: colas de lagarto, estrellas de mar, asfodelo, baba de caracol, sangre de dragón y unos cinco ingredientes más para hacer una poción que, si resultara lo suficientemente efectiva, detendría el sufrimiento por el que estaba pasando.
Mientras Draco ponía en el caldero aceite de escreguto, le pidió a Theo que machacara las estrellas de mar. Durante el proceso de confeccionar la poción, Draco se desmayó o estuvo al borde de desmayarse al menos cinco veces, siendo mantenido despierto en base a otras pociones y el hechizo reanimador. Una vez que estuvo todo listo y sólo debían esperar a que todo se cociera, Draco casi lloró de felicidad al poder sentarse nuevamente. Theo cambió sus vendas una vez más.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Theo de pronto, cuando vio que Draco cerraba los ojos—. ¿Por qué desobedeciste?
Draco recordó los gritos de McGonagall. La mirada en la cara de Potter.
—Nunca he podido matar a nadie.
—Él no quería que la mataras, imbécil —Theo espetó, terminando de poner las gasas nuevas que ya estaban empezando a mancharse de su sangre—. Quería que la hicieras sufrir, que acataras la primera orden que te dio, que fue torturarla. El Lord deseaba verte haciéndole algohorrible y digno de ti, para que ella deseara ser asesinada. Y tú no solo fallaste el maldito Avada Kedavra, sino que no estuviste a la altura.
Draco suspiró, sin responder.
Quizás en otras circunstancias habría entendido las órdenes del Lord y hubiese hecho lo que él quería. Sin embargo, Draco ya no estaba tan seguro de haber podido cumplir lo que se esperaba de él, no cuando ni siquiera el Crucio que conjuró funcionó del todo bien. O- quizás sí, no lo sabía. No importaba ahora.
Debía concentrarse en pasar esa prueba de momento.
Theo no volvió a hablar en un buen rato y mientras Draco trataba de ignorar el dolor de sus cortes, su cerebro comenzó a revivir lo que había sucedido, horas atrás. Las escenas se acumulaban en su mente, pero tenía claro que Potter logró ver sus memorias, y supo lo que sucedió con él y con McGonagall, lo cual era un alivio. De ahí en más, las cosas se mezclaban en su cabeza y Draco no podía estar seguro de que fueran reales. Aunque deseaba que sí. Potter tomando su mano. Cambiando sus vendas. Escuchándolo. Tratando de entender lo que Draco decía en vez de crucificarlo.
Diciéndole que no muriera.
Todas estas cosas teñían el resto de momentos juntos con una luz diferente. Cuando se puso frente a él en Austria para evitar que fuera asesinado. Las charlas bajo las estrellas acompañados con una botella de alcohol. Draco todavía tenía grabado a fuego cómo se sintió, noches atrás, cuando confesaba lo de McGonagall. La desesperanza que le embargó al pensar que su relación se había roto a un punto de no reparo. Que... quizás no sería tan malo, si no fuera porque necesitaba estar cerca de Potter para asegurarse de que no arriesgara su vida como el idiota que era, o que se negara a actuar como un ser humano responsable. Ni siquiera esperaba que fueran cercanos. Tampoco esperaba que confiara en él. Sólo- sólo esperaba…
Draco esperaba no perderlo.
Tan simple como eso.
No sabía si tenía permitido desear algo así, en realidad. Potter y él no eran amigos, definitivamente. ¿Cómo podrías perder algo que no tenías? Salvo que Draco sabía que iba mucho más allá de aquello. Era tan complicado, que no deseaba analizarlo muy a fondo. Sólo sabía que no podía perder a Harry, así como no podía perder a su padre, o Theo, o Astoria.
Ya no se trataba solamente de ganar la guerra. Quizás desde hacía mucho tiempo que dejó de serlo, (a pesar de que continuaba creyendo que Potter era necesario para triunfar). Draco quería que sobreviviera y que estuviera bien porque… porque Harry lo merecía. Draco ya había reconocido que le importaba, días atrás, cuando la fuerza de sus palabras lo cortó tan profundo que amenazó con desangrarlo. No había punto en continuar negándose a sí mismo esa realidad. Aunque- en aquel entonces no era capaz de dimensionar cuánto. Cuánto se preocupaba por su bienestar.
Pero ahora, que cada vez que cerraba sus ojos veía su mirada en la oscuridad, podía hacerse una idea.
Inhala.
Exhala.
Mientras la poción hervía, Theo dejó a Draco dormir por unos minutos. Lo sacudía cuando pensaba que podría quedar inconsciente, y Draco aceptaba el trato sin reclamar. Después de todo, debía permanecer despierto y asegurarse de acabar con uno de sus problemas.
La poción originalmente debería dejarse cuatro días y tres noches en reposo, pero no había tiempo para esperar tanto, por lo que Draco usó ingredientes que aceleraban el proceso (agradeciendo internamente tantos suplementos en la bodega). Pasadas casi cuatro horas, en las que Theo se había dedicado a vigilarlo, y vigilar su dolor, el brebaje estuvo listo.
Draco no demoró en vaciarlo en un vial, para luego esperar unos minutos más a que enfriara.
Rondando las diez de la noche, la bebió bajo la supervisión de Theo.
El dolor no cesó. De hecho se hizo algo más intenso a medida que ingería el líquido. Theo lo sujetó entre sus brazos al descompensarse porque Merlín- su visión se volvió blanca y su cabeza dio vueltas de un momento a otro. Draco se arrepintió de existir, mientras terminaba de beber todo el vial.
Después de unos minutos, en los que Draco volvió a desmayarse gracias al hachazo que sintió en la nuca y en el cuerpo, Theo estaba de nuevo frente a frente, y su expresión destilaba alivio.
Una de sus manos le tocaba el torso.
—Funcionó —dijo, pareciendo quitarse un gran peso de encima.
Draco se alejó de él, frunciendo el ceño. El dolor seguía ahí, lo perseguía en cada movimiento, en cada respiración. Parecía estar comiéndolo vivo. No tenía sentido que hubiera funcionado, parecía demasiado fácil. Llevó las manos él mismo abajo de las vendas.
Estaba seco.
Draco tanteó, mordiéndose la lengua para no maldecir y cayendo en cuenta de que, lo que sucedía es que efectivamente la poción había funcionado, pero sólo para hacer que dejara de sangrar. Sin embargo, las heridas repartidas a lo largo de su tronco seguían a carne viva e igual de profundas y recientes.
Secas, pero ahí.
Draco se dejó caer, sin sentir en absoluto el pequeño triunfo. Porque dolía. Dolía, joder.
—Potter tiene razón —Theo dijo al ver su reacción. Draco no abrió los ojos—, no puedes morir. Ve con cuidado, no vuelvas a hacer algo así, no importa qué tanto te odien. Nunca vuelvas a hacer algo así.
Draco, otra vez, no respondió.
Theo se quedó veinte minutos más para ver si la poción verdaderamente había resultado, mientras Draco trataba de pensar cómo solucionar aquella situación ahora que no sufría de desangramiento artificial. Una vez que ambos vieron que efectivamente las vendas no volvían a empaparse, Theo se despidió con urgencia, diciendo que debía atender otras cosas.
Draco se limitó a asentir.
No quería hablar. Sentía que todo su cuerpo resentía cualquier movimiento.
Inhala.
Exhala.
Entonces, cuando sintió en las protecciones de la mansión que Theo la abandonaba, por primera vez- Draco dejó que lo que había sucedido realmente lo golpeara. La risa de Maia. Los cortes que tenía en el cuerpo. La furia de Voldemort. Las sospechas que podrían tener sobre él. Draco se movía un poco, y su piel gritaba en agonía, y sólo podía pensar en si verdaderamente había valido la pena no obedecer.
Cada vez que se lo preguntaba, el peso de la mano de Harry sobre la suya le volvía a la cabeza.
Cuando se sintió lo suficientemente estable para levantarse, Draco se encaminó al baño. Demoró más de lo normal, tratando de ir lento para que los cortes no aumentaran. Necesitaba sacarse de encima toda la suciedad que sentía, aunque alguien hubiera aplicado hechizos de limpieza en él. Draco necesitaba darse una ducha. Por lo que, a medida que subía con toda la lentitud del mundo hacia su cuarto, ordenó a uno de los elfos que por favor llenara la tina de agua y la pusiera a temperatura ambiente.
Inhala.
Exhala.
Llegando a ella, Draco se desvistió sin siquiera darse un vistazo, simplemente deseando sentir algo más contra su piel que lo que lo había embargado. Sentir más que la rabia que no quería apaciguarse y el agotamiento. Se quedó allí por- no sabía por cuánto.
Nada más sabía que cuando salió del agua y se vio en el espejo, jamás pensó encontrarse con eso.
Draco se congeló en su lugar, sintiendo que el mundo enmudecía y todo quedaba fragmentado a lo que el reflejo le mostraba.
Inhala.
Las letras eran claras, grabadas en su piel casi como si fuera una Marca Tenebrosa más. Puestas encima de las otras cicatrices que ya poseía, y a rojo vivo contra su tez blanca. Draco se llevó una mano al inicio de la "C" y apretó los dientes, tan fuerte, que sintió su mandíbula crujir.
Cobarde.
Draco se aferró al lavamanos y comenzó a respirar agitadamente, sintiendo que su visión se volvía roja de la furia.
Inhala.
Por primera vez, genuinamente tenía ganas de asesinar a alguien, de buscar a Maia y quebrarle el cuello mientras danzaba encima de su cadáver. Draco sentía millones de escenarios pasar por su cabeza, mientras el desespero, la rabia y centenares de emociones crecían en su columna vertebral y lo obligaban a actuar, a querer destruir el mundo a su paso mientras se vengaba. Y no podía respirar. No podía respirar. No podía-
Inhala.
Inhala.
Inhala.
Respira.
Las palabras continuaban allí enmarcadas en su piel, por más que cerrara los ojos y pidiera que no. Draco sinceramente no tenía idea si las cicatrices se irían en algún punto. Trató de ignorar el pensamiento de Potter viendo eso. ¿Qué habría pensado?
Quizás que lo merecía.
Una voz en su cabeza le decía que eran ciertas, que en su vida todo lo que cometió, fue solo de cobarde. No porque tuviera intenciones valerosas, Draco no era así.
Y que, de nuevo, las únicas cosas medianamente redimibles en su historial, eran precisamente las que no había hecho.
No matar a Dumbledore. No entregar a Harry Potter. No dejar que lo mataran en la Sala de Menesteres. No matar a Eric. No dejar morir a George Weasley. No matar a McGonagall.
Inhala.
Draco sintió cómo sus músculos dolían al estar apretando tan fuerte el lavamanos, siendo incapaz de despegar la mirada de sus heridas. La furia que había perdido durante esos meses acababa de volver, renovada de golpe. Iba a acabar con Voldemort, iba a acabar con los Mortífagos, se iba a encargar de que cada uno de ellos sufriera más de lo que cualquier ser humano hubiera sufrido en la historia.
Draco iba a vengar a su madre, y a purgar los sufrimientos de quienes le importaban.
Inhala. Respira. Respira. Respira. Respira. Respira-
Su visión volvió a nublarse. Draco trataba de ahuyentar el sentimiento de terror que le invadía, apaciguándolo con la rabia. Porque eso era seguro. Era mejor que pensar que fue humillado. Que estuvo desprotegido. Que pudo haber sido asesinado sin que nadie nunca lo encontrara.
Y que quizás esa era una de las mejores opciones que tenía en ese mundo.
Las vías respiratorias de Draco quemaban con cada bocanada que intentaba dar. Pero por más que quería, por más que sus pulmones le rogaban- no era capaz de ingresar aire. Draco se estaba ahogando. Se estaba ahogando. Ya no podía. No. No-
Inhala.
Inhala.
Inhala.
Inhala-
•••
Minutos después de que Draco saliera del baño, algo más repuesto, su Marca comenzó a arder.
Gracias al agua tibia, por poco había olvidado el dolor que sentía en sus heridas abiertas. Pero cuando comenzó a vestirse en movimientos bruscos y nada precisos, los cortes ardieron y amenazaron con volver a sangrar. Comenzó a abotonarse más suavemente luego de eso, y a no permitirse mostrarse afectado, por mucho que quisiera arrancarle la cabeza a alguien. Tenía que ir, no demostrar debilidad. Pensar con la cabeza fría y cuando menos se los esperaran, destruir todo lo que habían logrado.
Una vez listo, Draco se echó en el bolsillo unas cuantas pociones en caso de descompensarse y tomó el flú al Ministerio.
Rodolphus Lestrange había pedido una reunión urgente del Nobilium y los Electis para tratar de un tema que podría ser perjudicial para la sociedad mágica, así que Draco encontró el camino al Wizengamot rápidamente. La rabia se había apaciguado al punto que ya lo dejaba pensar racional, pero todavía bullía debajo de su piel. Todavía sentía que el cerebro estaba hirviendo dentro de su cráneo. Sus puños continuaban apretados, y una parte de sí sabía que si alguien le hablaba, Draco era capaz de matarlo.
Por suerte, la gente parecía entender el mensaje sólo con ver su rostro y no hicieron intento de besar el suelo que pisaba.
Una vez dentro, Draco quiso apresurarse e ir hacia su asiento, ver las caras patéticas de cada uno de los presentes e imaginarse lo satisfactorio que se escucharían sus gritos una vez que los matara. A todos. Pero sus planes se vieron interrumpidos gracias a una voz fría y sibilante, que se dirigió a él apenas llevaba unos cuantos pasos dentro de la sala.
—Astaroth…
Draco se tensó cuando lo oyó.
Paró en seco en su lugar.
Por la cabeza le pasaron las cosas que había pensado en la última hora. Lo que Voldemort hizo. Las consecuencias que trajo a su vida y a su cuerpo. Juntó todas esas cosas- y las metió en una caja. Una que no destapaba nunca cuando el Señor Tenebroso estaba cerca. Debía actuar con inteligencia aunque sus deseos de venganza le gritaran lo contrario. Aunque quisiera maldecirlo hasta que enloqueciera.
—Mi Señor —dijo Draco, agachando la cabeza.
Los Nobilium y Electis, los únicos convocados a la reunión, pasaban a su lado sin dedicarles miradas muy largas. Draco los observó de reojo, notando las ausencias de los secuestros de la Orden, y una parte de él se mostró complacida.
Que se desesperen, que sufran, pensó, que cometan errores.
Los haré pagar.
—Me alegra saber que has sabido tomar tu lección con altura de miras —dijo Voldemort. Su tono demostraba que estaba intentando mantener la calma. Tal como la rabia de Draco habitaba debajo de su piel, la del Lord coexistía con su magia. Había algo que lo tenía molesto.
¿Qué sucedió?
Si no fuera porque probablemente él pagaría las consecuencias de su enojo, Draco se habría alegrado. Quería que sintiera en carne propia la desesperación, sentir que sin importar cuánto luchaba, no existía forma de alcanzar sus objetivos. Que las preocupaciones, la frustración, la desolación lo devorara vivo.
Su cabeza ardió todavía más, y las ganas de atacar y mandarlo a la mierda crecían con cada segundo. Apretando las manos a sus costados, se obligó a contar hasta diez y serenarse. Respiró profundo e ignoró el dolor de su torso. La caja amenazó con estallar.
—Por supuesto, mi Señor —respondió, supuestamente calmado—. Le ofrezco la más sincera disculpa por mis acciones.
Draco no podía ver su rostro, pero era más que obvio que el Señor Tenebroso estaba complacido. Uno de los tentáculos de su magia acarició sus brazos. Estaba deleitado al confirmar que tenía la razón. Que Draco era una persona más lamiendo sus botas por algo que, él consideraba, era una ofensa garrafal.
Lo hizo sentir enfermo.
—Cerraré los cortes una vez que me pruebes que no volverás a desobedecer —dictaminó el Lord, luego de examinarlo—. No puedo permitir que alguien como tú, Astaroth, uno de mis Nobilium, me desautorice así, supongo que comprenderás. De todas formas, sabía que podrías sanar lo que Maia ha hecho.
Draco por poco levantó el cuello para girarse a Maia, dispuesto a- a arrancarle la puta cabeza. Hacerle lo mismo que ella le hizo. Que llorara y suplicara y tuviera miedo.
Lo haría.
Lo haría, lo juraba.
Podía esperar el tiempo necesario.
—Por supuesto, mi Señor —terminó contestando.
Voldemort lo observó unos segundos más, rodeándolo. Draco se forzó a mantener un semblante de respeto y sumisión. No era el momento de cobrar cuentas y hacerle notar a él y a la perra esa que lo que acababan de hacer, había sido un error.
Segundos después el Señor Tenebroso se dio media vuelta, diciendo a sus espaldas:
—Vete de mi vista.
Draco obedeció.
Obedeció porque la otra opción era demasiado demente para considerarla.
Tomando asiento, se dedicó a estudiar a los Nobilium y Electis. Con Yaxley y Rookwood secuestrados, y Lestrange en el medio del Wizengamot, la suma de ambos grupos era de catorce, contándolo a él. Draco se regocijó al hacerse consciente de que por años todos los reunidos en ese lugar habían sido los líderes, la ley hechas personas, y cómo eso ya había comenzado a cambiar. A derrumbarse. Él estaba determinado a hacer que se destruyera por completo.
Incluso si no ganaban esa guerra.
Cuando todos estuvieron en sus lugares, Rodolphus Lestrange hizo uso de su posición como ministro y empezó a dictar un discurso de unidad y poder. Draco todavía no estaba lo suficientemente calmado como para prestarle atención, y mientras la boca del idiota se movía, sus ojos fueron a parar a Theo sentado en el otro extremo de la sala. Por unos segundos, este lo miró de vuelta. Draco notó que sus ojos verdes no brillaban a la distancia, y una comparación indeseada llegó a su cabeza.
Perdido en ese pensamiento, parpadeó un par de veces, retornando su atención al discurso que Rodolphus estaba dando con el Señor Tenebroso a un lado. De repente parecía agitado.
—… Como sabrán, no podemos confiar en nadie. Hechos recientes demuestran que debemos interrogar a cada una de las personas que trabaja en este lugar. A cada una. Hay infiltrados en nuestro preciado Ministerio —El hombre hizo una pausa, paseando su mirada por los presentes—. Traidores. No podemos permitirlo.
Una oleada de murmullos se expandió por el salón, y Draco trató de mantener la calma, poniendo un gesto de asco. Evitaba con todas sus fuerzas intercambiar una mirada con Theo.
No podían estarse refiriendo a ellos.
¿No?
—¿Cómo pueden estar tan seguros? —soltó Mulciber desde un extremo, inclinado sobre su asiento—. ¿Quién sería tan estúpido cómo para traicionar al Lord y esperar no ser encontrado?
—¡Sí! —se unió Avery—. ¿Cómo saben?
Los Nobilium y Electis comenzaron a asentir, mirándose unos a otros. Draco no, Draco tenía los ojos encima de Rodolphus. Determinando si era necesario sacar su varita y salir de ahí antes de que los encerraran. La expresión del ministro, usualmente neutral, estaba teñida por la preocupación. El Señor Tenebroso casi parecía una amenaza a su lado.
—Porque han asesinado a prisioneros que eran vitales para la salvedad del mundo mágico —explicó Lestrange lentamente, cuando los murmullos pararon—. Prisioneros que no estaban destinados a morir, por la información importante que poseían.
Draco sintió un pitido resonar en sus oídos.
Su cara empalideció, podía percibirlo. Seguro se veía gris.
—¿Qué? —soltó de golpe. El salón entero se giró a mirarlo. No le importaba. El pulso latía con fuerza bajo su piel y estaba demasiado preocupado para prestarles atención—. ¿Quién?
El ambiente de la sala había cambiado. Todos se encontraban interesados y expectantes. Por poco rogaban que se dijera de quién hablaban. ¿A quién habían matado, que fuera lo suficientemente importante para convocar a una reunión urgente? ¿A movilizar a todo el Ministerio?
Draco no quería enterarse, no realmente. Este- era ese tipo de conocimiento que sabes antes de que te lo confirmen. Una verdad que habita el espacio, incapaz de ser evitada. Incapaz de ser negada. Y Draco lo sabía. Simplemente lo sabía. Y aún así quería aferrarse a la posibilidad de que estuviera equivocado.
Está viva.
Está viva.
Está viva.
Tiene que estar viva, porque si no, no sé qué haré. Qué luz puede venir después de esto.
Está viva.
Las cicatrices de su torso ardieron, viendo a Rodolphus suspirar hondamente.
—Minerva McGonagall. Una de las líderes de los Rebeldes.
El primer pensamiento que pasó por la mente de Draco, fue la cara de Harry.
Se dejó caer de vuelta a la silla, sin deshacer su semblante, aunque le estaba costando un mundo. Los murmullos se dispararon una vez más, pero Draco ya no escuchaba nada. Todo estaba muy, muy lejos. Una parte de él quería pensar que era una broma, debía ser una broma. Porque se sentía demasiado abrupto como para considerar que aquello estaba pasando realmente. Minerva había estado viva, apenas unas horas atrás. La Orden iba a rescatarla.
¿Quién la había matado?
¿Por qué?
Draco estaba torturándose a sí mismo, reproduciendo las diferentes formas en las que le diría a Potter, cómo se lo tomaría. O lo mucho que Draco le pediría que por favor- que le dijera que lograron rescatarla y todo fue un malentendido. Apretó las manos, sin permitirse a sí mismo comenzar a hiperventilar. Debía pensar bien. Se lo debía a Harry. No todo estaba perdido. Podían arreglarlo. Aún- aún podía arreglarlo.
Draco trató de volver a canalizar la rabia, porque sucumbir a la desesperación no le haría ningún favor.
Tenía que hablar con Harry. Tenía que asegurarse de que lo supiera de la mejor manera y que no hiciera nada estúpido.
Te va a culpar.
Draco apretó los dientes, sintiendo su caja torácica encogerse.
Creerá que tú la has matado, y jamás podrá perdonarte que la dejaras ciega, que hayas hecho de sus últimos días un infierno. Va a odiarte más de lo que ya lo hace.
Te va a culpar.
O peor aún,
se va a culpar a sí mismo.
Potter creerá que todo esto es su culpa por no haberla salvado, porque lleva el peso del mundo en su maldita espalda. ¿Y quién estará ahí para prevenir que se dé de bruces contra el suelo?
¿Tú?
Rodolphus continuaba hablando. Draco movía ansiosamente su pie de arriba a abajo, meditando sus opciones. No podía esperar para decirle. Esperar lo haría peor, y Draco no podía darse ese lujo. Tenía que actuar rápido.
Prontamente la sesión se dio por finalizada y Draco fue llamado por Alecto Carrow para la primera interrogación. Se paró de su lugar y fue hacia él, tratando de disimular el temblor de sus manos, el dolor de su torso y la preocupación que sentía.
McGonagall estaba muerta.
Siguió a Alecto hacia afuera mientras lo escuchaba decir que al parecer Dolores Umbridge estaba ahí y participaría de los interrogatorios también. Draco asintió, fingiendo escuchar, y apenas tuvo tiempo le pidió unos minutos para ir al baño del Ministerio y reunirse con él en la sala de interrogatorios después. A Carrow no pareció importarle.
Draco prácticamente corrió a los baños y se encerró en un cubículo, pensando de qué forma podría alertar a Potter. Un Patronus no era una opción, la gente podría reconocer que era suyo o seguirlo. Una carta mucho menos. No tenía papel ni lápiz y considerando el lugar en el que estaba, cualquiera podría interceptarla. Nervioso, molesto y angustiado, Draco sacó su moneda del bolsillo, encantándola para enviarle un breve mensaje a Potter- lo que fuera, esperando que fuese recibido. Draco ni siquiera midió sus palabras, simplemente puso un: "Muerta", porque la moneda no le permitía nada más al cambiar las letras, y esperó que Harry entendiera la situación así. Casi que la adivinara.
Pero ninguna respuesta llegó.
Draco quiso soltar un quejido de angustia.
McGonagall había sido asesinada, y no tenía idea de las consecuencias que eso traería.
Pasados unos minutos, decidió salir del baño y convencerse a sí mismo que lo haría sentir mejor interrogar a las personas sospechosas. Que lo haría sentir igual de poderoso que siempre saber que de seguro rogaban él no se encargara de ellas. Sería una buena distracción, podría descargar su ira, e incluso lo ayudaría a volver a sentirse en el presente, porque nada de lo que estaba sucediendo se sentía jodidamente real. Draco casi podía asegurarse a sí mismo que eso era exactamente lo que quería.
Había un ruido de estática en el aire.
Mientras caminaba la gente rehuía de su presencia, no queriendo llamar la atención para que Draco no eligiera interrogarlos. Pero en ese preciso instante- el mundo y las personas de plástico que habitaban en él, eran lo menos importante.
Lo importante era la noticia que le habían dado.
Draco no tenía idea de cuánto tiempo estuvo en el baño. Según él, no fue mucho. Pero al parecer era suficiente para que las cosas cambiaran su curso. Cuando estaba llegando a la planta de interrogatorios, cuando ya se había mentalizado en su siguiente tarea, tuvo que retroceder un paso. Jadeó. Creyó que lo imaginaba. Llevó una mano hacia su antebrazo derecho.
Por segunda vez en la noche, sintió cómo este quemaba.
Y entonces reconoció, en medio del aún presente pitido de sus oídos, a una radio que se reproducía a todo volumen en algún rincón del Ministerio.
—… NO VAMOS A DESCANSAR HASTA QUE SE HAGA JUSTICIA. HASTA QUE EL GRAN MORTÍFAGO PAGUE TODO LO QUE HA HECHO. QUE PAGUE LOS CRÍMENES QUE ÉL Y SUS SEGUIDORES HAN COMETIDO CONTRA LA HUMANIDAD Y LA MAGIA. VAMOS A OBTENER SU CABEZA…
Gritos enojados resonaron por cada esquina. La voz del hombre continuaba exclamando promesas de venganza. Draco, por su lado, sintió su cuerpo entero desinflarse al entender lo que significaba ese mensaje.
La Orden ya sabía.
En medio del insoportable nudo de su estómago, una persona irrumpió en el Atrio del Ministerio y Draco miró hacia abajo. Había una mujer conjurando un Sonorus, y gritaba que los Rebeldes estaban atacando diferentes sectores del mundo mágico simultáneamente. Debían moverse. Debían pelear sin importar qué.
Los Mortífagos salieron de las salas de interrogatorios al oír el estruendo, todos tocando su Marca. Draco lo hizo también, sintiéndose levemente atontado. Cuando los vio ir hacia el punto de Aparición del Ministerio, Draco sacó una poción revitalizante del bolsillo y decidió seguirlos.
Su Marca lo llevó adonde era requerido ir.
•••
Draco abrió los ojos mirando al Callejón Diagon, que se presentaba ante él. Los faroles de las veredas estaban encendidos y algunas tiendas continuaban abiertas, aunque abandonadas por lo que estaba pasando.
Draco miró a su alrededor, sintiendo que todo sucedía en cámara rápida. Había gente de la Orden justo en frente de Gringotts, con sus máscaras puestas, disparando hechizos sin cesar. Del otro lado, los Mortífagos y Purificadores respondían, ocasionando los mismos estragos. Las maldiciones chocaban con las tiendas, una tras otra, quebrando vidrios, derrumbando paredes. Las personas corrían de un lado a otro, tapándose las orejas con las manos. Draco vio a Florean Fortescue's venirse abajo gracias a una Bombarda.
Arrinconados donde les era posible, había adolescentes que probablemente no aprendían a Aparecerse aún, y otros civiles que trataban de llevarlos. Los llantos, la sangre, el humo… Draco no sabía qué hacer. El paisaje le recordaba a como se había visto el Valle de Godric cuando despertó en medio de los cadáveres: desolado. Devastado.
Daba igual el bando.
Las consecuencias y destrucción atacaban a todo el mundo por igual.
Mientras Draco avanzaba entre las filas de los Mortífagos y sacaba su varita –ignorando que su torso se quejaba y algo de sangre comenzaba a manchar su camisa– lo único en lo que pensaba y pedía, era que Potter no estuviera allí, arriesgando su vida, cometiendo algo estúpido. Draco no deseaba luchar contra él en esas circunstancias.
Pero sabía que si Harry no estaba en el Callejón, estaba en otro lugar buscando venganza.
Avanzando, conjuró un Protego frente a él debido a un Diffindo que pretendía rebanarle el cuello. Podía oír que a lo lejos, sonaba otra radio. El discurso continuaba escuchándose enfurecido, el deseo de sangre podía sentirse en las palabras. La escena de la pelea era una combinación de gritos de inocentes, muertes, heridos, quejidos de angustia y- rabia. Un tipo de rabia que parecía haber tomado forma, haberse transformado en una persona real. Esta vivía en los Rebeldes, quienes peleaban como nunca antes porque les habían arrebatado a Minerva McGonagall.
Tratando de esquivar una maldición que iba justo hacia el lugar en el que estaba, se hizo hacia un lado, chocando con otro de los Mortífagos. El impacto fue tan brusco, que Draco terminó cayendo al suelo, a un lado del punto central donde estaba desarrollándose la pelea y frente a un pequeño pasaje. Era un caos. Su cuerpo reaccionaba antes que sus pensamientos.
Levantó la mirada, queriendo volver a luchar, aunque cuando sus ojos vieron hacia arriba, Draco no estaba mirando una pelea.
Draco estaba mirando unos ojos cafés que lloraban.
Se abrazaba a sí mismo e hipaba viéndolo con miedo, como si- como si creyera que había llegado su fin. La inocencia parecía haber sido arrancada de golpe de sus rasgos. Su barbilla tiritaba.
Era un niño.
Draco no supo qué hacer. Sentado en medio del pasaje, el niño tenía entre sus pequeñas manitas la radio que él estaba oyendo a lo lejos, y la apretaba contra su pecho como si eso fuese a remediar las cosas. Su tono de piel era tan oscuro como la noche que se cernía sobre ellos, y su cabello rizado le caía encima de las cejas. De sus ojos brotaban y brotaban cascadas de agua, mientras lo observaba con miedo de que le hiciera algo.
No. No. No. Draco no le haría nada.
Draco iba a salvarlo.
A este sí. A este podía rescatar de la guerra.
Sintiendo su corazón estrujarse al instante, trató de tocarlo. Su plan consistía en mandar a la mierda todo y Aparecerlo lejos de allí. Seguramente era el hijo de algún locatario que huyó cuando las cosas se pusieron muy feas, y estaba escondido con la esperanza de no ser encontrado. Y joder, era muy pequeño. No debía ver esas cosas. No tenía por qué.
Draco se levantó y fue directo a agarrar su brazo. El chico parecía paralizado. Ni siquiera gritaba o se alejaba de él, a pesar de que temblaba.
—No voy a hacerte nada, ¿está bien? —le susurró, intentando tranquilizarlo—. No voy a dejar que nada malo te pase.
Voy a salvarte.
A ti sí voy a salvarte.
Fue instantáneo. Los ojos del chico, antes resignados y atemorizados, adquirieron un brillo nuevo. Draco conocía ese brillo. Lo conocía a la perfección y sabía diferenciarlo del resto.
Era el brillo de la esperanza.
Cuando algo nuevo se abre para ti. Cuando te das cuenta de que no todo ha sido perdido y que existe un mañana al que aferrarte. Los ojos del pequeño brillaron, y Draco le sonrió, y cuando éste levantó los brazos para que Draco lo cargara-
Por poco reaccionó en tirarse hacia un lado y aterrizar en el piso pasos más allá.
Porque una luz verde que iba dirigida hacia él, rozó su oreja.
Todo lo que sucedía era tan veloz que su cerebro apenas tenía tiempo de digerirlo. De mantenerse al tanto. De pensar. Su cuerpo actuaba antes.
Draco a duras penas registró lo que había pasado.
Pero parte de su consciencia supo que la Maldición Mortal siguió su curso.
Miró desesperado hacia el niño que estaba en su pecho, al que arrastró al saltar para tratar de protegerlo- y vio el momento exacto en el que la luz verde impactaba en su frente.
Contra todas las posibilidades.
Contra todo lo que se suponía que debía suceder, porque- porque tenía que impactar contra él. Ese era el destino del puto Avada Kedavra. Ese era. Ese era. Ese era.
Pero bueno, Draco sabía que nada era realmente justo, ¿no?
Por unas milésimas de segundos, los ojos acuosos e infantiles del niño se tornaron sorprendidos. Como si realmente no esperara morir en medio de esa guerra. Como si pensara que aquello sólo era un momento de pánico en medio de su vida del que se acordaría cuando fuera adulto. Draco ahogó el nudo de su garganta.
Y entonces, el pequeño cayó inconsciente entre sus brazos.
El pitido de sus oídos se intensificó.
Draco se levantó instantáneamente, sintiendo la rabia fluir por sus venas. Conjurando otro escudo, esquivó el segundo Avada Kedavra que iba hacia él y se giró de lleno, enfrentando al miembro de la Orden que creía que lo había acorralado. Draco apretó la varita entre sus dedos y avanzó hacia él, disparando maldición tras maldición que el imbécil detrás de la máscara esquivaba a medida que retrocedía.
Draco todavía tenía la imagen del niño muriendo por algo que no era su culpa. La gente corriendo y los gritos desesperados. Minerva McGonagall siendo asesinada sin tener la oportunidad de despedirse de Harry. De verlo de nuevo.
El Diffindo que conjuró impactó por fin en el miembro de la Orden. Llegó a sus rodillas. Cortó sus piernas de una sola vez.
El hombre –Draco lo sabía ahora– cayó, gritando y llorando, y a él no le importaba que se suponía que fuera del bando de los buenos, le importaba una mierda. Había matado a un inocente, a un niño, eso era lo mínimo que merecía.
Draco lo rodeó, pateando lejos la varita en el suelo. Y lo dejó ahí, oyendo cómo se arrastraba y pedía ayuda.
Prontamente volvió a la calle, retomando la pelea y tratando de no ser asesinado en medio del caos. Vencer a un miembro de la Orden en condiciones normales ya era difícil, pero vencerlos cuando cada hechizo parecía ir en memoria de Minerva McGonagall era- era casi imposible.
Draco no sabía qué iba a resultar de eso, o qué pretendía la Orden. Harry.
Sólo que, fuera lo que fuera, no iba a terminar bien.
Y lo comprobó, cuando apenas unos cinco minutos más tarde, en medio de la bruma de su dolor y el vencimiento de un miembro de la Orden que deseaba matarlo, Draco elevó la vista hacia el cielo y vio cómo dos personas se acercaban a la escena en escobas.
Joder.
A diferencia de lo anterior, esta vez las cosas pasaron demasiado lento. La luz del farol parpadeó, un viento acarició su pelo, y un poco más de sangre manchó su túnica. Draco miró hacia el frente, tocándola. Los miembros de la Orden retrocedían. Las escobas se acercaban. Los Rebeldes se gritaban cosas que estaban demasiado lejos como para entenderlas.
Pero eso no impidió que comprendiera qué estaba a punto de pasar.
Draco le dio una mirada más al Callejón Diagon. A un lado estaba Ollivander's, que era atendido por su hijo ahora, donde compró su primera varita a los once años, y luego adquirió otra después de la Segunda Guerra. A unos pasos más allá vio la librería en llamas, y recordó ir allí con Pansy, Crabbe y Goyle a buscar los implementos para el año escolar en Hogwarts. Recordó a Harry tomándose fotos junto a Lockhart. La tienda de mascotas no se encontraba muy lejos tampoco, y si ponía atención, casi podía escuchar los alaridos y chillidos de las criaturas, abandonadas a su suerte en un destino que no pidieron. Draco recordaba a su madre dándole dulces de limón mientras él se probaba una túnica nueva, y a su padre comprándole suplementos de Quidditch para malcriarlo. Si se concentraba lo suficiente, Draco era capaz de verse a sí mismo reír en ese lugar junto a ellos, ansioso por el futuro. Desesperado por saber lo que se avecinaba.
Entonces, los Mortífagos empezaron a pedir la retirada urgente.
Draco, horrorizado, se Apareció antes de que la bomba cayera sobre él y arrasara con todo.
Todo.
Todo.
Todo.
