Después de ir a la mansión, Draco se materializó afuera de la base llevando una bolsa de pociones consigo.
El sonido del Callejón Diagon cayendo antes de que huyera todavía estaba presente en sus oídos, y la pregunta de qué sería del mundo mágico desde ese momento en adelante se reiteraba en algún espacio de su mente. Draco reconocía que la guerra acababa de llegar a su punto más álgido, y que absolutamente nadie estaba a salvo ahora.
La muerte de McGonagall y las cicatrices de su torso eran una confirmación.
Caminó hacia la entrada, tomando nuevamente la poción que hizo durante la tarde para así dejar de sangrar, y observó que, fuera del portón, había varias personas esperando que se abriera. La mayoría estaban heridos y traumatizados, algunos incluso lloraban. Mientras Draco sacaba su moneda para pedir la apertura –todavía aturdido por la rapidez con la que los eventos escalaron en menos de una semana– se dio cuenta de que la gente apenas le dedicaba una mirada de atención a él o a su insignia: roja contra el traje negro. En ese instante, no parecían reconocer quién era.
Justo cuando iba a ejecutar el encantamiento proteico, una muchacha se desmayó a sus pies debido a un traumatismo en una parte de la cabeza, que estaba grotescamente aplastada. Draco atinó en darle una de las pociones que había llevado hasta allí. Esto desencadenó que el resto de personas, las más graves, prácticamente se echaran encima suyo y le rogaran ayuda.
Draco repartió un cuarto de sus viales entre los heridos de ese grupo, y luego intentó separarse, pensar y respirar con claridad. Su cuerpo estaba presente, pero su cabeza todavía se encontraba enfocada en saber dónde rayos se encontraba Potter, qué estaba haciendo y si estaba actuando de forma imprudente. Draco necesitaba saber que él y Theo se encontraban bien, porque era probable que lo sucedido en el Callejón Diagon se estuviera replicando en otros sectores del mundo mágico, y ellos- estaban luchando. Arriesgando su vida.
¿Cuántas personas estarían muertas ya, por no alcanzar a huir de las bombas?
Draco sabía que eso iba a pasar, lo supo apenas Harry le dijo que la Resistencia tenía las herramientas para fabricar bombas. No le gustaba. Era demasiado arriesgado.
Y también, demasiado doloroso.
Dolía pensar que todo lo que de pequeño conoció ya no existía. La heladería. El banco. La tienda de calderos. Los lugares que Draco visitaba cuando pensaba que existía un futuro- todo se había ido ahora. Las personas también.
Suponía que no había mucha diferencia en cómo estaban las cosas desde que la Segunda Guerra había acabado.
Cuando un poco de la agitación del ambiente cesó, gracias a las pociones de Draco, un estruendo lo distrajo e hizo que se girara. Había estado paralizado en su lugar.
Theo Apareció frente a él, prácticamente corriendo al grupo que estaba esperando entrar. Tenía sangre escurriendo por la frente, y cojeaba sujetando su brazo como si hubiera sido fracturado. Draco trató de ayudarlo, pero él se deshizo de su agarre. La mirada de sus ojos era absolutamente frenética.
—Theo-
—No hay tiempo —respondió él, agitado—. ¿Has visto a Luna?
Draco negó, sacando su moneda entonces para ver si podían entrar, responder así sus dudas. Saber si Potter estaba dentro, a salvo y bien.
Aunque era improbable.
—¿Estaba peleando?
—No- no lo sé, no… —Theo respondió, tan aturdido como él—. ¿Viste lo que está sucediendo ahí fuera? No- no-
—Lo sé —Draco dijo, recordando la cara del niño que murió entre sus brazos.
Apuntando la varita a la moneda, escribió en ella el mensaje "Abre", para que Potter lo viera, firmando con las primeras letras de su nombre y apellido. Harry no había contestado el mensaje que envió en el Ministerio, cuando se enteró sobre lo de McGonagall. La idea de que estuviera en peligro se asentó en sus huesos.
Pero antes de que pudiera paniquearse más, el portón se abrió en todo su esplendor, y la gente comenzó a ingresar, desesperada por atención médica. Draco le pasó la bolsa con pociones a Theo cuando notó que no alcanzaría a entrar él también y miró, con el corazón en la garganta, a las puertas cerrarse en sus narices. Pedía- rogaba por que Potter se encontrara tras las protecciones, que Granger no lo hubiera dejado salir. No con el duelo tan fresco, no en esas condiciones.
Mientras más lo pensaba, más ridícula le parecía la posibilidad.
Así que en vez de entrar a la base, se encargó de repetir el proceso de la moneda cada vez que se acumulaba gente en las afueras de la mansión. Draco estaba esperando por él. Esperando que volviera. Además, era una forma de asegurarse de que Potter seguía vivo. Era el único que podía abrir el portón de la mansión, por lo que cada vez que Draco calentaba la moneda para dejarlos pasar y las puertas se separaban, era una prueba de que Potter seguía respirando. Un alivio.
Draco se preguntó si, en el lugar que estuviera, significaba lo mismo para él.
En medio de todas las idas y venidas de la gente que llegaba a la mansión, una horda de Weasley se Apareció de pronto. Entre ellos, el padre de familia, Arthur, destacaba con absoluta claridad. Gran parte de su cabello tenía canas gracias a lo mucho que la guerra lo avejentó, y una gran cicatriz bajaba desde el borde de su mandíbula hasta el inicio de su cuello. Era completamente distinto a lo que Draco recordaba: bonachón, patético, ingenuo… No, parecían dos personas que nunca tuvieron nada que ver entre sí. Porque ese hombre, el Arthur Weasley que Draco conoció a los doce años, jamás habría hecho nada de lo que vio a continuación.
Arthur agarró a un hombre que venía entre ellos con tanta fuerza que acabó botándolo y quebrándole un brazo. El hombre gritó. George Weasley se puso encima del desconocido para evitar que huyera y le quitó su varita, mientras Arthur pateaba su cara. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Quitando así la máscara de la Orden que traía puesta y revelando, que en realidad, era un Mortífago tratando de infiltrarse.
El primer intento de meterse a la base usando las máscaras replicadas.
Draco se giró, sin prestar atención al hombre desconocido que gritaba pidiendo por piedad, mientras el clan Weasley le gritaba cosas y lo interrogaban de la peor forma posible. Los golpes resonaban. Los huesos no paraban de quebrarse. Su lado sádico casi se sintió orgulloso de ellos. No le causaba ni un poco de lástima.
En medio del lío, y con aún más gente acumulándose afuera, Granger se Apareció a un lado de la familia Weasley. Ignoró, tal como Draco había hecho, al Mortífago ya inconsciente bajo sus pies. Tenía la mirada perdida, todo su aura en realidad parecía perdida. Draco suponía que nadie esa noche estaba realmente presente.
—Granger —Draco la detuvo cuando pasó a su lado, casi con angustia—. ¿Dónde está Potter?
Granger lo miró raro y se alejó de él. En cada facción estaba escrita la rabia que sentía al verlo, mezclada con el cansancio. Draco nunca fue fan de Hermione Granger. La encontraba insoportable, y la única razón por la que se comunicaba con ella, desde siempre, era gracias a su cercanía con Potter. Si Granger hubiese sido cualquier otra nacida de muggles, Draco nunca le habría dedicado más de dos segundos de su atención. En ese momento, era lo mismo. Le daba igual qué podría sentir ella hacia él. Le importaba que le dijera cómo y dónde carajos estaba Harry.
—No lo sé —respondió ella, demasiado cansada al parecer como para mandarlo a la mierda—. Apenas se enteró de las noticias, llamó a luchar. Sin plan. Queriendo terminar… esto. Traté de seguirlo, pero…
Draco por poco cerró los ojos, pudiendo imaginar la escena a la perfección. Recordaba la cara que Potter puso la noche que supo que Draco se encargó del interrogatorio de McGonagall; la forma en que sus ojos parecieron brillar menos. Draco casi podía ver cómo todo rastro de compostura abandonó su gesto cuando le comunicaron la muerte de Minerva, siendo reemplazado por la ira. Una ira que lo llevó a actuar sin pensar. Una ira que devoraba todo lo bueno que podía existir en Harry. Él la conocía, tal vez mejor que nadie.
—¿Cómo supieron? —terminó preguntando.
—Adrian Pucey, él es uno de nuestros espías del Ministerio, él-
—Lo sabía.
—Él lo hizo —corrigió Granger.
Draco frunció el ceño.
—¿Él les contó?
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas, aunque lucía como si no deseara echarse a llorar frente a él. Pero no se podía confiar mucho en Draco y sus percepciones, porque con cada segundo que pasaba se sentía cada vez menos… en esa realidad. Como si todo el mundo fuera falso. Las palabras, los acontecimientos...
—Él lo hizo —le soltó Granger, mientras su barbilla temblaba—. Iban a llevar a Minerva a interrogarla en público, la iban a despellejar lentamente. Era una trampa para atraernos. Y si no aparecíamos, era el plan perfecto para hacerla hablar. Si eso no lo lograba... entonces ya nada lo haría. Y de esa forma, también se… se-
Un sollozo abrupto interrumpió a Granger, a quien con cada oración, la voz se le iba quebrando más y más. Draco la escuchaba, pero realmente- la noticia de McGonagall muerta sonaba inverosímil a sus oídos... No parecía real.
—Si eso no lograba que hablara, se deshacían de ella porque no serviría tenerla de prisionera más tiempo —completó Draco ante su silencio.
Cuando terminó la frase, Granger se echó a llorar. Se volteó rápidamente, esperando que el portón fuera abierto, pero Draco ya había visto las lágrimas y podía delinear la manera en la que sus hombros se sacudían por los sollozos. Draco observó su cabello, recogido en una coleta, y se sintió completamente entumecido.
Nunca llegó a importarle McGonagall, no realmente, pero sí sentía culpabilidad por lo que le hizo. Y era peor aún cuando se acordaba del daño que aquello ocasionó en Potter. Pero en ese preciso instante, nada de eso estaba en su mente. Nada. Draco sólo podía pensar que nunca había estado tan seguro de que era una mala persona. Porque una parte de sí, la parte que aún no sabía en qué estado estaba Harry con la noticia- se sentía agradecido de que las cosas hubieran pasado de esa forma.
Porque sabía que de lo contrario… él habría sido el encargado de- de-
De despellejarla viva.
Voldemort lo habría elegido para enmendar su previo error, cuando se negó a matarla.
¿Y que habría hecho entonces? Nadie lo salvaría. Tendría nada más que dos opciones: hacerlo. O no. Y ya estaba más que claro qué sucedía cuando se rehusaba a una orden.
¿Qué habría pasado de haberse encontrado en esa situación?
Draco prefería no enterarse nunca.
Cuando el portón se abrió al fin y Granger desapareció de su vista, Draco se dejó caer en una de las paredes, pensando en Potter. ¿Qué tanto habría cambiado las cosas, que McGonagall viviera lo suficiente para llegar a ese estrado donde la matarían? Draco no podía imaginarlo, simplemente no podía. Pero todo indicaba que el odio que ya evocaba en la gente de la Orden, no sería nada comparado con el que le tendría Harry. Y, de nuevo, estaba… agradecido, de nunca llegar a enterarse de cómo eso se sentía.
La puerta empezó a cerrarse y el gran grupo que estaba esperando pasar, entró, dándose empujones los unos a los otros. A lo lejos creyó distinguir que, además de los Weasley que llevaban inconsciente al idiota que intentó infiltrarse, aparentemente Kingsley y Robards llevaban otros más. Draco no podía verlos bien, pero si hubieran sido importantes, los habría reconocido de inmediato. Por contextura, o por la insignia que él mismo llevaba en el pecho.
Pasada una hora, dos grupos más de luchadores y heridos ingresaron a la base, desesperados. Nada nuevo. Nada que capturara su atención. El torso le dolía, el cabello le picaba como si tuviera cenizas y Draco se sentía demasiado ansioso para habitar en su propia piel. Un nombre se repetía sin cesar en cada rincón de sí: "Harry".
Harry. Harry. Harry.
El cielo se abrió de pronto y de él bajaron mínimo una docena de magos, cargados de bolsos. Draco los observó aterrizar, sin poder dejar de pensar que ellos fueron los encargados de hacer estallar el Callejón Diagon, los encargados de destruir muchos puntos del mundo mágico. Puntos de los que en ese momento ni siquiera era consciente.
Y entre ellos, venía Potter.
Draco se quedó estático en su lugar, viendo al hombre emanar furia. La misma que reconoció en los luchadores del Callejón Diagon. Una clase de furia que parecía tomar vida propia, que él mismo sentía que se posaba encima de sus hombros y le bajaba por la nuca, asustándolo. Draco distinguía las ondas de la magia ondular por el cuerpo de Potter como lenguas de fuego. Su rostro estaba ensombrecido, y, a pesar de verse como la verdadera mierda, Draco pudo respirar al fin al verlo.
Potter se acercó a donde estaba, y sin siquiera reconocer la presencia de Draco apoyado en el portón, lo abrió y permitió que el gran grupo esperando entrar avanzara. Luego, aguardó unos buenos minutos a que alguien más se Apareciera. Cuando eso no sucedió, haciéndole darse cuenta que toda la gente que salió a luchar, había vuelto, Potter cerró el portón, empezando a caminar dentro. Todo eso sin dedicarle un segundo de su tiempo en reconocer que Draco también estaba allí. Draco se apresuró en seguirle el paso, trotando por el laberinto para andar a su lado. Sus heridas ardieron.
—Potter-
El hombre no lo escuchó, o fingió no escucharlo. Continuó caminando por el laberinto mientras Draco lo seguía. Parecía una cáscara. Una cáscara vacía que no sentía, ni vivía, o estaba ahí. Draco necesitaba que… hiciera algo. Que le gritara o le dijera que lo odiaba, pero no que se quedara callado, no era normal.
—Potter, para.
Draco apresuró el paso, mordiendo su labio con tanta fuerza que creyó haberlo roto. Las heridas de su pecho aún ardían como la jodida mierda, y a la velocidad a la que Potter iba, los cortes resentían que Draco intentara alcanzarlo. Llegando a la zona común, los heridos se apresuraron en entrar a la mansión, y Potter parecía querer imitarlos.
—¡Potter!
Justo cuando Draco iba a tomarlo de los hombros, obligándolo a que lo mirara, este se dio media vuelta y lo encaró de lleno.
Draco enmudeció.
Su piel estaba ligeramente verdosa, probablemente gracias al shock. Las ojeras de sus ojos eran profundas, tal como las recordaba, y su cabello estaba hecho un desastre. A diferencia de otras veces, aquello parecía ser el resultado de estar tirando de él una y otra vez. Pero nada de eso fue lo que hizo que el estómago de Draco se arrugara sobre sí mismo, o que un deseo ridículo de protegerlo se apoderara de él.
Lo que provocó todo eso, fueron sus ojos.
La mirada de Potter nunca podía disimular lo que estaba sintiendo, Draco aprendió eso desde una temprana edad. Cada vez que Potter lo miraba cuando eran niños, aunque su rostro estuviera totalmente serio- era notorio en su mirada el desprecio que Harry sentía por él. Durante el final de la Segunda Guerra, este fue reemplazado por la lástima. Meses atrás, luego de lo de Hannah, en esos pozos esmeralda no había más que odio- y sabía que en algún punto, aquello cambió, y no podía estar seguro cuando. Pero eso daba igual.
Lo único que tenía claro en ese momento, era que los ojos de Potter nunca se habían visto antes así.
Apagados. Sin vida. Como si fuera un Inferi. Draco trató de buscar el brillo, o la vividez que siempre encontraba en esa mirada. Y lo único que lo recibió… fue vacío.
No podía soportarlo.
A lo lejos, Draco podía escuchaba gritos provenientes desde dentro de la mansión. Llantos. Era demasiado similar al panorama que se vivió la noche de la Batalla del Valle de Godric. Sabía que Potter necesitaba ayudar a los heridos, para así enmendar un poco del mal que realmente no había causado. Y era todo tan injusto porque Harry no debería sentirse así- Draco quería abrazarlo, creyendo que quizás de esa forma ayudaría a que la bomba de tiempo en la que se había transformado, no estallara.
Potter se dio la vuelta entonces, luego de mirarlo, y se dispuso a entrar.
Antes de que eso sucediera, Draco lo detuvo agarrando su muñeca.
—Potter. Potter, espera. Respira un poco.
Potter se detuvo en su lugar, comenzando a tomar hondas bocanadas de aire. Alterado.
—Suéltame.
Draco tuvo que ejercer toda la fuerza que poseía en su agarre, porque Potter empezó a forcejear, a intentar liberarse. Sus movimientos eran lentos y menos precisos debido a que se había desgastado luchando, y aunque Draco todavía sentía la energía de Potter ondular a su alrededor, lo más seguro era que el estallido de magia que tenía cada vez que experimentaba una emoción fuerte, ya había sucedido.
—No estás bien —le dijo Draco, tratando de calmarlo—. No puedes ir así adentro.
—Déjame ir.
El forcejeo continuó. Draco tuvo que avanzar y ocupar la otra mano para mantenerlo en su lugar. Sus dedos estaban aferrados a la muñeca. El dolor de sus heridas se hizo más punzante. Potter lo zarandeaba.
—Potter, para —dijo, mientras este se sacudía como un animal—. Descansa un rato.
—¡Déjame ir!
—¡Si te dejo ir, vas a desgastarte como siempre lo haces, como el mártir que eres!
—¡Malfoy te juro por el puto Merlín-!
—¡Basta!
—SUÉLTAME.
Draco sintió el desgarro en su grito.
Y aún así no lo dejó ir.
Potter tenía razón, debería soltarlo y que hiciera la mierda que quisiera. A Draco no debería preocuparle un carajo qué estaba pasándole o no; una parte de sí mismo se decía que, de hecho, no le importaba.
Era una mentira.
Potter era capaz de desgastarse a sí mismo, probablemente terminaría herido, y Draco no podía permitir que entrara en un abismo del que no podría salir.
Así que en su lugar, con la otra mano lo agarró del hombro.
Y lo atrajo hasta su pecho.
—¡Déjame! Basta- basta…
Potter peleó, por supuesto que lo hizo. Se agitó y se removió bajo su agarre porque no parecía saber hacer nada diferente cuando se trataba de los dos. Pero las ganas de luchar cada vez se hicieron menores. Draco sentía pequeños puños impactar contra su tórax, murmurando por lo bajo que lo dejara ir, y que se fuera a la mierda y que lo detestaba y que detestaba a todo el mundo. Draco podía sentir el dolor que emanaba. Envolvió los brazos atrás de su espalda. Firme.
—Lo siento- lo siento, Harry. Lo siento tanto…
—No me tengas lástima —replicó él, con voz rasposa y herida.
—No es lástima. Nunca he sentido por ti ni una pizca de lástima.
Potter dejó de pelear, y por algún motivo, eso hizo que Draco se sintiera aún peor.
—Te odio —susurró él con voz rota—. Te odio. Te odio con- con- cada respiración.
—Lo sé.
Draco puso una mano encima de su cabello. No tenía idea de qué hacer. Qué decir. ¿Qué podría ser lo suficientemente bueno?
McGonagall estaba muerta. Nada cambiaría eso.
Harry se relajó contra su pecho, calmando- o al menos intentando calmar su respiración. Draco sentía que era capaz de quitarle el aire a sus propios pulmones para que Potter pudiera respirar correctamente. Que las cosas mejoraran. No parecía posible.
Después de unos segundos, Draco oyó cómo se le escapaba un sollozo ahogado.
La frente de Harry estaba apoyada en su cuello, por lo que este se encontraba casi echado encima de él, luciendo pequeño y frágil, contrario a todo lo que representaba. Porque Potter no era débil en absoluto. Era muchas cosas, pero no eso. Un héroe. Fuerte. Grandioso. Un super humano al que jamás nada lo tocaba-
Una farsa.
Porque Draco sabía la verdad.
Harry era sólo un hombre.
Draco lo apretó con más fuerza, como si eso fuera posible, ignorando el nudo que se instaló en su garganta y las ganas de destruir todo al oírlo sollozar.
—Se ha ido —murmuró Potter—. Ella… también… se fue-
—Ssh. —Draco, con cuidado, comenzó a acariciar su cabello—. Lo siento mucho. Harry, lo siento. Lo siento por todo-
Potter se quedó estático, prácticamente inerte contra Draco. Él intentó tentativamente enterrar la mano en su pelo y acariciar una y otra vez. Con miedo, como si fuera a romperse y a él le tocara repararlo después. Y si era así- no podía. No podía. No podía.
Draco destruía todo lo que tocaba.
Harry estaba conteniéndose, lo sentía. Los sollozos que soltaba eran simplemente para no permitirse llorar del todo. Draco lo oía pasar saliva sin detenerse. Y entonces-
Entonces sintió cómo de pronto, su cuello se mojaba.
Potter por fin se rompió.
Draco nunca lo había visto estar cerca de eso.
—Potter-
—Con cada… día… muere más gente… Y no hay nada que pueda hacer. No hay- no puedo- no puedo salvarlos-
Potter se tropezaba con sus propias palabras, su respiración era totalmente agitada y lucía como si en cualquier momento fuese a quedarse sin aire. Draco no se atrevió a separarse, simplemente empezó a tomar hondas bocanadas él mismo.
—Respira —susurró—. Respira. Concéntrate.
Potter trató de imitar el ritmo de su pecho, cómo subía y bajaba, y Draco estuvo a punto de soltar su agarre creyendo que así podría hacerlo mejor. Pero le daba demasiado miedo que Potter tomara la oportunidad y huyera.
—No se detiene… —hipaba cada vez que acababa una palabra—. Mueren, y mueren, y mueren… ¿Qué puedo hacer…?
—Respira, Potter.
—No puedo.
Draco suspiró temblorosamente. Las lágrimas aún mojaban su cuello y él trataba de buscar frenético una manera de detenerlas, pero no sabía cómo. Cada vez que Draco fue herido, Potter encontró la forma de sanarlo, si no él mismo, otra persona. Él tenía esa habilidad. De remediar lo irremediable.
Draco no. Quería poder, quería ser capaz de ayudarlo porque si lo hacía, entonces tal vez su corazón dejaría de sangrar como si Potter y él lo compartieran. Pero no importaba cuántas vidas viviera, jamás llegaría a ser lo que Harry necesitaba para recomponerse. Nunca lo fue. No tenía por qué cambiar ahora.
—Jamás debí haber vuelto —soltó este de pronto, en medio de su llanto—. Nunca debí haber decidido- haber creído que podía- que cambiaría algo si estaba aquí…
Draco se congeló por un segundo; la mano que aún estaba encima del cabello de Potter paró también. El prospecto de una vida aún más gris que en la que ya vivían pasó en frente de sus ojos. El "Harry Potter está muerto" de Voldemort durante la Batalla de Hogwarts resonó en sus oídos, y vio claramente el cuerpo inmóvil en los brazos de Hagrid. Pequeño. Joven. Unos momentos después, la supuesta ejecución en el Ministerio se revivió en algún rincón de su cerebro: la cabeza de Harry siendo arrancada y expuesta. Draco no podía imaginar qué habría sucedido si eso hubiese sido verídico. Por años lo creyó, pero ahora que Harry estaba frente suyo- vivo, y real… no era capaz de concebir un mundo sin él. Era casi como pedirle al sol que dejara de salir por la mañana. Que el viento dejara de soplar. Que las estrellas cayeran.
—Estoy cansado. No debí haber vuelto nunca de la muerte —prosiguió él, murmurando para sí, ni siquiera para Draco—. No sirvió de nada. Me tuve que haber quedado allí, joder. Así-
Draco no tenía idea de qué mierda estaba hablando, pero necesitaba que se detuviera.
—Harry, Harry nunca en tu puta vida vuelvas a decir eso. —Draco lo tomó de los costados de su cara, separándose al fin e interrumpiéndolo. Pero Potter se negaba a mirarlo—. Tú- tú... No. Si tú hubieras muerto, si tú- si tú no estuvieras aquí, yo jamás habría sobrevivido. Y no hablo del Señor Tenebroso. Hablo de... Hablo de... Harry-
Draco sostuvo su cara como si estuviera sosteniendo el mundo entero en sus manos, y de cierta forma… era así. Draco estaba sosteniendo toda la esperanza existente con frágiles fuerzas, e iba a tratar de no volver a dejarla caer. Pasó el pulgar por una de sus mejillas suavemente, limpiando las lágrimas.
—Mereces vivir. Mereces estar vivo. ¿Lo sabes? Mereces una vida feliz.
Potter cerró los ojos y Draco le quitó los lentes con delicadeza. Sucios, rotos y empañados. Los dejó descansando en el borde del cuello de su camiseta, sin soltarlo. Draco miró su rostro, donde un fino camino mojado bañaba sus mejillas, y tuvo que recordarse a sí mismo que este era Potter, el insufrible Harry Potter al que alguna vez quiso ver muerto de verdad.
Y aún así, había dicho en serio cada palabra.
—Mereces una vida feliz.
Potter apretó más fuerte los párpados y él no pudo hacer o decir nada más. Temía moverse demasiado brusco, o hacer algo incorrecto que mandara todo a la mierda y terminara acabando con ambos.
—No- puedo- —comenzó a balbucear Potter, sin abrir los ojos aún—. Ha muerto. McGonagall ha muerto. Y no… no la vi de nuevo- Yo le prometí que nos vería. Que volveríamos. La dejé sola. La dejé sola en esa celda, y ella confiaba en mí, en mi fuerza, en mis promesas. No lo entiendes- Ella confiaba en mí. Me reconoció cuando ni yo me reconocía y continuó confiando en mí- y yo nunca podré salvarla de eso. Nunca podré llegar a ella-
Draco observaba cómo Potter batallaba, tratando de hablar bien sin soltar sollozos por cada frase dicha, tratando de mantenerse compuesto- y su corazón se rompió un poquito, porque, ¿quién le había enseñado que tenía que ser fuerte siempre? ¿Quién le había dicho que no tenía derecho de romperse cuando las cosas se volvían demasiado insoportables de llevar? No era malditamente justo, nada de eso lo era.
Poniendo una mano encima de su hombro, Draco comenzó a caminar.
—Ven —le dijo—. Ven conmigo.
Lo guió hacia adentro.
Nadie les prestó ningún tipo de atención especial. Había gente llorando en los rincones, heridos y quemados hasta la médula. No tantos muertos, al menos, pero sí bastantes discapacitados curándose gracias a sus pociones. De todos modos, el ruido que indicaba que la Orden sufría se encontraba prácticamente mudo a sus oídos. Como si hubiera una barrera entre él y ellos. Draco realmente no miraba nada, cada uno de sus sentidos se encontraba enfocado en llevar a Potter hasta su cuarto e impedir que hiciera algo más estúpido de lo que ya había hecho.
Weasley se estaba moviendo de un lugar a otro en silla de ruedas, y Draco apenas recordaba haberlo parado para preguntarle dónde estaba el cuarto de Potter. Tenía la vaga impresión de que Weasley comenzó a cuestionarlo y a observarlo como si quisiera matarlo ahí mismo, al menos hasta que vio la cara de su mejor amigo, quien se encontraba muchísimo más ausente que el mismo Draco. Harry miraba el suelo sin notar dónde estaba, y aunque no lloraba, esa imagen parecía aún más desconcertante y desoladora. Draco quiso gritar.
Ron Weasley le indicó donde estaba la habitación de Potter sin objetar una sola vez más.
Tomando las señas de este y su poco recuerdo de haber estado allí esa tarde, Draco lo llevó a su habitación. Potter se sentó en la cama, mientras Draco cerraba las cortinas y dejaba sólo uno de los candelabros encendido. Potter se recostó al fin, viendo hacia el techo. Su rostro parecía de piedra, y Draco notó en ese instante que había unas cuántas heridas repartidas por sus brazos que no dudó en curar con un hechizo. Él no pareció darse cuenta.
Agarrando la silla que recordaba que horas atrás había sido usada por el mismo Potter, Draco se sentó, siendo transportado a una especie de paralelismo. Hizo que se preguntara si así siempre iban a ser las cosas. Uno herido, y el otro guardando que estuviera bien. El prospecto no le molestaba del todo. Lo único que no le gustaba, era saber las razones por las que tenían que hacerlo, y que esa…
Esa no sería la última vez.
Potter miró hacia el techo y Draco lo miró a él por lo que pudieron ser perfectamente horas. A unos pasos estaba el escritorio de Harry. Dentro, sabía que estaban las cartas. Se preguntó si Potter estaba esperando a que él se marchara para poder escribir, y así… despedirse.
—Esto no es tu culpa —murmuró Draco viendo cómo no despegaba la mirada del tejado, perdido—. Óyeme- óyeme, Potter. Esto no es tu culpa.
Potter no dio signos de escucharlo. Siguió observando las grietas del cielo obsesivamente, provocando que Draco quisiera hacerle entender que era imposible que aquello fuera su responsabilidad. Si esa era la lógica, él tenía mucha más culpa.
—Por favor, créeme. Por favor.
A Draco nunca se le enseñó a pedir las cosas con "por favor" o a decir "gracias". Obtenía todo lo que quería, y cuando lo quería. Al obtenerlo, sabía que lo merecía, o al menos eso es lo que decían sus padres, por lo que no debería sentirse agradecido por nada. Sin embargo, con Potter se le estaba haciendo una costumbre rogar por que lo escuchara, por que lo entendiera.
Y no podía importarle que fuera una humillación, no en realidad.
En ese momento, Harry estiró la mano por encima del cobertor y él sin siquiera pensarlo, la tomó. Los dedos se entrelazaron entre los suyos y Potter lo apretó tan fuerte que sus anillos se enterraron en su piel y los huesos crujieron. Se sentía como si quisiera despertarlos a ambos de eso, porque no parecía real. Draco lo sentía, aunque no se lo dijera, y deseaba poder asegurarle que todo estaría bien, que mejoraría… pero lo único en lo que pensaba cuando las palabras estaban a punto de abandonar su boca era en su madre. En sus ojos azules honestos, y en cómo, desde que Draco la había perdido, su vida no hizo más que empeorar. No podía ser un hipócrita y fingir que pensaba que ahora todo estaría bien.
No podía mentirle a Harry.
Draco acarició una cicatriz que tenía en el dorso queriendo desesperadamente deshacerla. Deshacer todo lo que alguna vez le causó daño.
Quizás acabaría deshaciéndose de sí mismo.
—Adrian Pucey… Él-
—Lo sé —lo cortó Draco, cuando Potter trató de explicarle qué sucedió. No era necesario que le dijera nada—. Lo sé. Sé quién era para ti.
Draco, de hecho, no lo sabía. Nunca lo había visto en la Mansión McGonagall, por lo que intuía que tampoco es que Adrian pasara mucho de su tiempo allí. Sin embargo, Potter no parecía alguien que se involucrara con una persona sin sentir nada. Y fuera como fuera… aquello debía arderle.
Potter cerró los ojos, y por una fracción de segundo, un gesto de dolor tiñó cada línea de su cara. Como si su pecho estuviera doliendo de verdad, Potter llevó la mano libre hasta él y lo frotó justo encima del corazón.
—McGonagall estaba dispuesta a morir —le dijo Draco, porque sinceramente no tenía idea de qué otra cosa podría ser reconfortante. El apretón en sus manos se hizo más fuerte—. Sé que… Sé que es lo último que quieres escuchar, pero, si el Señor Tenebroso quería hacerle eso-
—No pudimos rescatarla. No pudimos-
—Harry —El nombre sonaba tan ajeno en sus labios como fácil de decir. Se preguntaba desde cuándo—. No es tu culpa. Por favor, reacciona. No es tu culpa. Sabes que ella jamás te culparía.
—Ella quiere que luchemos —susurró Potter en respuesta—. Dice que rendirse es una falta de respeto para los muertos.
Una vez más, una lágrima rodó por la mejilla de Harry.
Draco apartó la mirada, y enfocó la vista en sus zapatos, decidiendo darle privacidad. Mientras tanto, su cerebro reproducía sin cesar la imagen de Potter mirando el techo, llorando silenciosamente, Draco se preguntaba qué cosas había tenido que pasar alguien que lloraba así en un momento como ese. Un momento en el que parecía que su vida acababa de venirse abajo. Potter lloraba de forma silenciosa, como si no quisiera molestar o demostrar que era capaz de hacerlo.
Una vez más quiso decir algo, contarle una historia, darle algún mensaje esperanzador como Astoria probablemente haría. Sin embargo, una vez más Draco sentía que era incapaz. Quizás algo se había roto en él desde que tomó la Marca y no le era posible mostrar emociones como una persona normal, o esa parte de sí mismo nunca estuvo allí en primer lugar. Posiblemente lo último. Y a pesar de que eso le sirvió para sobrevivir… en ese momento lo odiaba. Quería poder crear una conversación y tratar de impedir que Potter dejara de verse tan desolado, pero-
Draco no sabía qué decir. Lo único que venía a su cabeza eran ideas, distintas maneras de hacer sangrar a todos aquellos que habían provocado que Potter se sintiera así.
—Por favor, descansa —murmuró Draco, aún acariciando el dorso de su mano con el pulgar—. Por favor.
Potter no le dedicó una sola mirada cuando Draco, minutos después, salió de la habitación y detuvo a un muchacho con una cinta amarrada en el brazo. Era un sanador. Le pidió una poción para no soñar. Luego de que este se la entregara, dio un último vistazo a su alrededor, notando que la gente todavía estaba buscando explicaciones para lo que había sucedido. Regresó al cuarto y le entregó el vial a Potter quién lo tomó sin cuestionar. Draco agarró sus lentes del borde de la camiseta y los dejó a un lado, en el velador, y cuando Potter terminó de beber, se sentó una vez más. Al instante, unos dedos se entrelazaron con los suyos.
—Me quedaré contigo hasta que te duermas —le informó Draco.
Potter no respondió.
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Draco salió del cuarto casi diez minutos después. Esperando el momento exacto en el que Potter estuvo a punto de caer dormido para decirle que mantuviera el portón abierto por cinco minutos.
Draco sentía que necesitaba volver a la mansión, en caso de cualquier cosa. Sin embargo, cuando cerró la puerta de la habitación de Potter, por poco no lo hizo. Dormido, lucía casi… en paz. La primera vez que Draco vio su rostro así –incluso si se remontaba a Hogwarts donde tampoco, nunca tuvo descanso– fue la noche en la que ambos bebieron en el jardín y vieron las luciérnagas brillar. Draco casi podía olvidar el asesinato de McGonagall y las bombas, viéndolo descansar
De camino a la entrada, recapituló lo que había sucedido aquella noche. Pensó en todos los puntos del mundo mágico que fueron atacados y que probablemente fueron bombardeados también. Él nunca estuvo de acuerdo con que usaran esas cosas, y no tenía idea qué tan hipócrita de su parte sería hacerlo notar a algún miembro de la Orden. Porque reconocía que gracias a las bombas… lo más seguro era de que hubiesen reducido sustancialmente las filas de los Mortífagos.
Y no podía decir que le importara mucho ese detalle, no después de ver lo patéticos que eran los imbéciles, luego del intento de infiltración a la base de esa noche que solo les alertó ser más precavidos. Lo que sí le importaba era… Era que terminaran destruyendo todo con el fin de ganar esa guerra. Ya había sido el Callejón Diagon, ¿y qué le seguiría? ¿Hogwarts?
Draco paró al borde de las escaleras del segundo piso, y miró hacia al frente, viendo a Kingsley Shacklebolt allí, sangrando y en camino a ayudar como Draco sabía que Harry quería hacer.
No tenía idea de por qué, en todo caso, sus pasos lo estaban llevando adonde él hasta que estuvo delante.
—Shacklebolt.
El hombre detuvo sus movimientos, y lo miró. Sus ojos transmitían una frialdad enorme. En su mejilla había un corte que le cruzaba prácticamente toda la cara.
—Malfoy —respondió él.
—Lo siento por la pérdida.
Kingsley Shacklebolt no contestó, aunque su gesto distante parecía haber menguado al escucharlo. Weasley pasó por su lado en ese momento, observando con insistencia su torso. Draco suponía que los líderes de la Orden ya sabían qué le había pasado, y que lo más seguro era que se hubieran reído de él.
Tal vez el mismo Potter lo había hecho.
Kingsley se le quedó viendo, impacientándose para que Draco le dijera por qué lo había llamado, cuando ni él mismo sabía la razón. Sólo que… McGonagall acababa de morir, y Pottertanto como él perdieron tanto.
—Me dijiste una vez… —Draco dijo, luego de unos interminables segundos de silencio—. Me dijiste que podía hablar contigo, si necesitaba algo. O bueno- algo así.
Draco tomó aire, convenciendose a sí mismo que lo que diría no era nada raro considerando la situación en la que se encontraban, y todo lo que habían compartido. Kingsley lo miró con medido interés, y cuando se enfocó en sus ojos, tuvo la impresión de que este siempre adivinaba lo que diría a continuación.
—Potter no está bien —continuó Draco—. No está bien, y yo no puedo estar aquí para asegurarme de que no se termine matando o algo- no estaré aquí mientras se recupere. Necesito que alguien- necesito que no esté solo-
Draco definitivamente no sabía qué estaba diciendo.
Pero el entendimiento cruzó las facciones de Shacklebolt.
—Entendido.
Y Draco ni siquiera esperó algo más. La vergüenza ardía en la parte posterior de su cuello. Así que hizo una leve reverencia, y se marchó antes de que la puerta se cerrara. O antes de que el deseo irrisorio de querer quedarse con Potter lo superase.
Tenía que llegar a la Mansión antes de que Voldemort lo hiciera.
