Harry tuvo pesadillas aquella noche, incluso después de tomar una poción que se suponía que las evitaba.
Soñó con McGonagall siendo estrangulada por Nagini, quien al final de todo siempre estuvo con Voldemort, lapidando así las posibilidades de ganar esa guerra. Soñó con Ron y Hermione traicionándolo y luego muriendo frente a él gracias a una bomba que les caía encima. Soñó con Malfoy, mirándolo sin ojos en sus cuencas, mientras se ofrecía a ser asesinado él en vez de Minerva.
Cuando Harry despertó, la cabeza le dolía.
Y no era lo único. Harry se sentó en la cama por lo que parecieron horas, con su cuerpo resintiendo las horas de vuelo y batalla. Miró hacia el gran patio de la mansión, observando que el viento que corría afuera agitaba plantas que comenzaban a marchitarse en pleno verano. Harry puso una mano en la pared y sintió que con cada respiración errante suya, la casa parecía agitarse con él. Sufrir con él.
Suponía que ahora era el dueño de la mansión, y que nuevamente la teoría de que los hogares mágicos tenían magia propia, se confirmaba. Durante la noche era incapaz de dejar de mirar el techo, porque allí, donde antes había sido concreto y liso, se asomaban grietas nuevas. Harry quiso creer que la casa estaba sintiendo también su pérdida.
Su estómago se quejaba del hambre, pero la sola idea de comer provocaba que tuviera náuseas, aunque sabía que debía hacerlo si no quería desmayarse. Por lo que, tratando de retrasar ese momento lo máximo posible, Harry pensó en qué hacer, y sus ojos se desviaron al instante al cajón de su escritorio.
No.
Las cartas parecían llamarlo, rogarles por ser abiertas y hacerle revivir el dolor. Que no olvidara. Después de todo, por esa razón era que las escribía y por la que dibujaba. Pero no podía imaginar tomar un papel y empezar a poner palabras sin sentido allí, palabras de despedida; porque hacía menos de una semana McGonagall había estado viva, y- ¿por qué todos tenían que dejar el mundo de esa forma?, ¿por qué no podían darle un pequeño aviso de que, de ahí en adelante, volvería a quedar más solo de lo que ya estaba?
Aquella situación se sentía como una mala broma, una broma que había ido demasiado lejos. En cualquier momento alguien iría y le diría que en realidad todo fue un error, y que McGonagall en realidad siempre estuvo en la mansión, a salvo. Harry casi podía imaginar que si se levantaba y cruzaba hasta la otra ala de la casa, McGonagall estaría en su cuarto, revisando las lecciones que daría en la tarde y regañándolo por entrar sin tocar. Y entonces- entonces lo miraría con afecto por encima de sus lentes caídos.
Harry, ignorando el dolor lacerante que le atacó el pecho, se levantó de su lugar, sacando papel y lápiz de grafito de todas formas. Se sentó en el escritorio, mirando la hoja en blanco mientras pensaba que- que no sabía qué decir. Era tanto, tanto, y nunca obtendría respuestas. Preguntas que nunca hizo y palabras que nunca dijo, guardadas en un sobre que no iba dirigido a nadie.
Podría dibujar. Había aprendido más o menos en casa de los Dursley a gastar su tiempo dibujando durante las vacaciones, donde no hacían más que encerrarlo en esa habitación; a Hedwig, a Hermione y Ron, o a quien fuera. Sin embargo, en aquel minuto, el pensamiento de revivir las facciones de McGonagall le era sumamente doloroso.
Harry necesitaba una distracción más efectiva.
La cicatriz de piedra de su espalda era una de ellas. Lo había ayudado a mantenerse presente la noche anterior, tanto como la mano de Malfoy entrelazada con la suya. Y lo estaba ayudando en ese momento. El dolor que sentía su carne al encajarse contra la roca era reconfortante hasta cierto punto, pero no era suficiente. Así que Harry, luego de ir a la cocina a buscar una fruta, se apresuró a detener a Padma y preguntarle en qué podía ayudar. Madam Pomfrey no se veía por ninguna parte.
La primera porción de la mañana se dedicó a sanar a todos los heridos, sintiéndose tan entumecido, que ni siquiera la culpa o la lástima a causa de su sufrimiento podía llegar a tocarlo. Muchos de los refugiados se acercaron a preguntar dónde estaban sus hijos, sus esposos, sus sobrinos o amigos. Harry no era siquiera capaz de responder que no pudieron traer ningún cuerpo del vuelo. Lo único en lo que su mente se enfocaba era en no pensar en McGonagall, en Adrian, y en cómo todo eso lo hacía sentir.
—Harry.
Luego de aplicar un hechizo de calefacción en una chica que lo necesitaba por una lesión en la pierna, se giró. Ron lo llamaba.
Su amigo una vez más estaba en la silla de ruedas, y lucía como si no hubiese pegado ojo en toda la noche. Lo estaba analizando con preocupación, y Harry casi pudo oír la voz de Hermione en algún rincón de su cabeza. "Asegúrate de que esté bien mientras yo duermo, Ronald. Asegúrate de que no se derrumbe aún."
—Vuelve a la cama —dijo Ron, confirmando sus sospechas.
Harry sólo lo miró, creyendo que era una broma. Los heridos estaban en todas partes. En sillones, dentro de cuartos, en el suelo. Había mucho que hacer.
Pero si era sincero… no ayudaba por culpa. Aunque técnicamente Harry sí era el responsable por sus heridas, en ese minuto le daba igual. Ayer creyó que podría acabar la guerra, y lo habría hecho de nuevo. Si McGonagall se había ido, cualquier cosa parecía plausible.
—Voy a ayudar —terminó diciendo.
—Harry, no estás en condiciones-
—¿Y tú sí?
Fue dicho con veneno, Harry lo tenía claro. Era un experto en desquitarse con la gente que le importaba y darles donde les dolía. Ron no contestó, aunque Harry pudo notar cómo el comentario lo tomó desprevenido. Cómo le dolió. Estaba siendo injusto. Y cruel.
Suspirando, se pasó una mano por la cara.
—Mira, olvida lo que dije —pidió, tratando de sonar suave—. He dormido lo suficiente, y debemos mitigar los daños que esta situación ha causado. Estar ausente no sirve de nada para mí.
Ron pareció tragarse la humillación, la rabia que emanaba de él, por la sanidad de ambos. Después de todo, aunque Ron la quisiera… Harry y Minnie- era diferente. Debía entender-
Ron apuntó a los sanadores.
—No es necesario que estés ahí.
—No estuve ahí para la batalla en que se la llevaron —espetó Harry con crudeza. La memoria de él riendo mientras McGonagall estaba siendo secuestrada atacó su mente—, ni estuve ahí en la reunión donde se suponía que planearían encontrarla. Y mira lo que ha pasado.
—¿Estás culpándonos?
Harry negó, aunque una parte de sí, sí que los culpaba. A ellos, a Adrian, a Draco, a Voldemort y a él mismo. Todos pudieron hacer más, y ahora McGonagall estaba-
—No —Harry se giró, apretando los puños—. Estoy diciendo que yo debí estar allí. Probablemente las cosas serían distintas.
Sin esperar respuesta, decidió irse al cuarto piso de la mansión a ayudar, lejos de tantos ojos conocidos que querrían un pedazo de él.
Lo que más le causaba gracia, es que esa situación se le hacía tan familiar, que parecía una parodia de su vida. Harry había tenido que pasar por los mismos duelos una y otra vez. Era como si el destino se estuviera riendo en su cara, recordándole que no estaba hecho para tener gente que le importara cerca suyo, o para tener finales felices. Era casi cómico, de verdad, mirar el lugar incómodo donde uno de los heridos estaba sentado y pensar que si McGonagall estuviera allí, ya lo hubiese transformado en un asiento adecuado. Su inconsciente se burlaba de él, haciéndole ver que, mientras más quería olvidar, menos podía.
Después de Ginny, fue parecido. No pasaron tanto tiempo en la base bajo tierra, pero aún así, mirara donde mirara, la cara de Ginny aparecía ante él. Cuando retiraron sus cosas para trasladarse a la mansión, Harry recordaba haber encontrado unos cabellos rojos en su almohada y llorar porque de todo, eso era lo más vívido que tenía de ella. De todo, eso era lo poco que había quedado. Y luego en la mansión, donde Ginny jamás puso un pie, Harry podía verla en cada esquina. Cuando alguien reía, se imaginaba que escuchaba su risa con ellos, estridente, alegre, jovial.
Volver a pasar lo mismo con Minerva parecía una tortura.
Harry creyó que ya estaba acostumbrado a perder. No había hecho más que eso desde que tenía memoria. Sin embargo, cuando bajó la mirada a su camiseta y la vio manchada con la fruta que había comido, descubrió que, una vez más la vida no le tenía ni un poco de piedad. Y que no, no estaba acostumbrado, porque, ¿cómo lo primero que se le pasó por la cabeza era que debía limpiarse, antes de que McGonagall lo viera y le diera un sermón sobre la buena higiene y buenos hábitos?
Harry no quería pensar más. No existir más. Era consciente de que no podía derrumbarse, aunque eso quería. Deseaba mandar todo a la mierda, tomar un traslador y perderse en el mundo. Marcharse y fingir que en realidad había caído en coma desde los once años, y que todo lo que sucedió fue producto de una alucinación de su cabeza. Las cosas serían tan fáciles entonces. Se compraría una casa en las montañas, en la playa, y se olvidaría de que se llamaba Harry Potter.
Pero no podía.
Rendirse era una falta de respeto.
Si no la había salvado, lo mínimo que podía hacer era cumplir sus deseos de continuar luchando.
Malfoy no estaría de acuerdo. Malfoy insistiría que no era su culpa. Pero Malfoy también decía muchas cosas que no tenían sentido, como que lo lamentaba por todo, y que no muriera- cuando Harry ya llevaba muerto por años. O en estado de catalepsia, mejor dicho; porque lo único que le indicaba que estaba vivo eran los momentos como esos, y- era tan patético. Que Ron o Hermione fueran dañados. Que la gente que estuviera bajo su guardia muriera. Que Malfoy apareciera e hiciera las cosas que hacía. Que perdiera a las personas que quería… Todo eso le recordaba a Harry que, después de todo, no se estaba pudriendo por dentro. Pero de seguro se encontraba cerca. Algo dentro suyo debía estar irremediablemente destruido en ese preciso instante. Porque miraba a toda esa gente herida, a quienes se suponía que debía cuidar… y la desesperación que sintió para la Batalla del Valle de Godric no estaba por ningún lado.
Lo que más le preocupaba, de hecho, era haber disminuido demasiados números, haber tenido demasiadas bajas. Por la desventaja que eso acarrearía para la Orden, no por las pérdidas humanas. De ahí en fuera, Harry miraba sus quemaduras, su sufrimiento y lo único que sentía era que había valido la pena. Valió la pena mostrarle al mundo lo que pasaba cuando mataban a uno de los suyos.
Pero eso no traería a McGonagall de vuelta a la vida.
Sonaba un poquito ridículo, si se ponía a pensarlo bien. ¿Que Harry no volvería a ver a McGonagall? ¿ Nunca más? Qué absurdo. ¿Y si necesitaba ayuda, ya nunca escucharía sus consejos? ¿O que en algún punto de su vida olvidaría su voz, o su cara? No tenía sentido.
Si no se sintiera tan jodidamente miserable, se habría reído de la idea.
•••
Una vez que Padma lo relevó del trabajo, argumentando que Harry ya había hecho suficiente, fue el único momento en el que paró de ayudar a los heridos. Por obligación.
Harry no quería volver a su cuarto, con las cartas apiladas en el cajón esperando a que una nueva les hiciera compañía, y los recuerdos de la noche anterior asaltando su mente. Por lo que decidió bajar al primer piso, ir a la sala de entrenamiento, o donde se encontraban los prisioneros, y hacer algo útil que le impidiera pensar.
De ida, se encontró en el salón principal a George y Lee transmitiendo por la radio.
Harry se dedicó a observarlos, mientras gente de la Resistencia andaba a su alrededor con aparatos que él no reconocía, seguramente redirigiendo la señal para que no los encontraran. O algo así. Harry no sabía ni le importaba. Era poco probable que pudieran rastrearlos bajo un Fidelius o los hechizos de protección que tenían en la mansión. Mientras se aseguraran de mantener la conexión, todo estaría bien.
Harry se acercó con calma, escuchando a George recitar la lista de los muertos de la noche anterior y volviendo a dar los nombres de los posibles secuestrados, tanto en San Mungo como por los mismos Mortífagos. Aquellos apresados gracias a su mala suerte. Gente que a todas luces, no sabía nada de los planes de la Orden.
Las transmisiones ya no funcionaban como en la Segunda Guerra, donde se podía acceder a Pottervigilancia con una clave, no. Ahora todo aquel que quisiera unirse a escuchar, sólo debía sintonizarlos. Sin saber realmente quién estaba o no de su lado, era imposible que el mismo secretismo que se vivió durante 1998 se mantuviera vigente. Aunque les servía. Mientras más personas abrieran los ojos sobre lo que la Orden quería y lo que Voldemort estaba haciendo, mejor.
—¿Puedo decir algo? —les preguntó Harry, cuando llegó a posarse detrás de ellos. Estaban en una gran mesa frente a la ventana y habían parado de hablar. Harry suponía que el programa estaba a punto de llegar a su fin.
Lee miró a George, que se encogió de hombros. Harry lo miró también, preguntándose qué sentiría en esos momentos, o cuánta rabia tendría. Harry nunca habló demasiado con todos los hermanos Weasley, pero los gemelos, Ron y Ginny siempre fueron bastante cercanos a él. Luego de la muerte de dos de ellos, la relación con George se fue deteriorando, así como con Charlie y los demás a quienes sólo hablaba si era necesario. Suponía que no podía culparlos.
Harry agarró una de las sillas e ignoró las miradas que el resto de personas allí intercambió. No estaba pensando, y no necesitaba pensar para lo que quería hacer. Agarró el micrófono a su lado, acercándolo a la boca.
—Hola, Tom. Harry Potter aquí —dijo yendo al grano, haciendo que los dos hombres soltaran un jadeo—. Espero que estés escuchándome. Si es así, déjame decirte algo. Es breve y rápido.
En ese momento sabía que los lamebotas de Voldemort estaban trabajando para localizar la radio con más ganas. Pero no encontrarían nada, y Harry tomó gozo de ello. Lee puso una mano encima de su pierna aunque no pareció una reprimenda, si no un símbolo de coraje, un "Haz lo que quieras, Harry. Destroza a ese hijo de puta".
Harry casi le agradeció.
—Duerme con los ojos abiertos —continuó, casi escupiendo las palabras—. No vamos a dejar que descanses nunca más. Hemos aguantado ocho años, viendo cómo distraías a la gente y mentías para mantener un gobierno que no te pertenece. Cuídate el cuello. Tarde o temprano, seré yo mismo quien te arrancará la cabeza.
Harry sentía su propia voz temblar de la cólera, y el fuego del enojo subir por sus venas. Estaba hablando en serio. Harry fantaseaba con ese momento desde hace años, pero en ese preciso instante lo quería más que nunca. Iba a devolver todo el mal. Iba a abrir su estómago y jugar con sus intestinos mientras se reía. Ese era el nivel de rabia que había alcanzado.
—De seguro estás muy tranquilo, ¿piensas que no somos una amenaza? Que no se te olvide quién eres. Que no se te olvide el sucio secreto que siempre has querido ocultar. ¿Los tontos de tus seguidores lo saben? —Harry hizo una pequeña pausa. Sabía, sin necesidad de una conexión entre ambos, que Voldemort estaba escuchándolo. Y qué bueno que fuera así—. ¿Saben que están siguiendo a un mestizo?
Otros jadeos acompañaron a esa frase, y Harry creyó escuchar a George murmurar por lo bajo "cómo no se le había ocurrido antes". Él lo ignoró. Estaba claro que esto desataría la furia de Voldemort y esperaba que así fuera. Mientras más enojado estuviera, más probable era de cometer un error.
—Tu nombre es Tom Ryddle —continuó Harry, saboreando el nombre—, descendiente de los muggles Ryddle de Little Hangleton, lugar donde tenías a tus seguidores cuidando una mansión hace años, mansión que perteneció a tu padre, ¿me equivoco? Y tu madre, Mérope Gaunt... no era mejor que una squib. Engatusó a tu padre con una poción de amor. Así de débil era.
De ser otro momento, una sonrisa habría tirado de sus labios, pues sabía lo mucho que Tom odiaba que le recordaran de dónde venía y cómo su madre lo había concebido. Lo odiaba tanto, que no era capaz de aceptar su linaje. Y Harry esperaba que estuviera hirviendo por dentro en ese instante, porque lo odiaba a él como nunca odió a nadie.
—Así es, Tom. Lo sé todo sobre ti, absolutamente todo. Eres un mestizo, descendiente directo de muggles. Fuiste a un orfanato porque tu madre ni siquiera pudo aguantar dar a luz a semejante bolsa de mierda, ¿y crees que eres mejor que el resto? —Harry soltó una risa cruel—. No eres mejor que un nacido de muggles, Tom. No eres mejor que un muggle, de hecho. A los sangre pura debería darles vergüenza seguirte. Diles la verdad. —George, por primera vez en mucho tiempo, sonrió divertido, y Harry por poco le devolvió la sonrisa. Lee celebró—. Diles la verdad, o yo lo haré. ¿Sabes qué otros secretos tuyos puedo contar? Te doy una pista: hay cierto diario, diadema y anillo involucrados en él. —Harry esperó que la amenaza se sumergiera bajo la piel de Voldemort, para finalizar—: Ten cuidado.
Golpeó el micrófono de vuelta a la mesa, sin darse cuenta de que lo había tomado. Los chicos de la Resistencia encargados de la tecnología y las bombas lo miraron con ojos grandes y sorprendidos, y Harry, sin prestar mucha atención, se levantó de su lugar, dispuesto a marcharse. Escuchó a George y Lee felicitarlo a sus espaldas pero no le importaba, necesitaba salir de ahí antes de matar a alguien.
—¡Eso, Harry! —George gritó con deleite mientras él cerraba la puerta.
Podría haber dicho todo sobre los Horrocruxes, sobre Nagini, pero parte de sí pensaba que era mejor que nadie tuviera una noción de qué tanto sabían. Era mejor que Voldemort se confiara y que no hubieran más manos mezcladas en el asunto. Ya era lo suficientemente difícil. Ya había costado demasiado.
Harry caminó abrazándose a sí mismo, con la mente enfrascada en sus propios pies. Parecía todo más fácil si ponía cada esfuerzo que poseía en una sola acción. Camina. Camina. Camina. No tenía la menor idea hacia donde se estaba dirigiendo, pero el mundo se hacía más soportable si lo encogía a ese pequeño acto. Nada más importaba.
Camina. Sólo camina.
Y quizás no fue la mejor idea, por supuesto que no, ¿cuándo había tenido alguna de esas? Porque antes de darse cuenta hacia donde estaba yendo, sus pasos pararon de pronto, y Harry se dio cuenta de que frente a él se erguía la habitación de Minerva McGonagall.
Observó la fornitura, el color desgastado y el cerrojo. ¿Cuántas veces fue allí, en busca de un consejo? Una parte de su mente estaba pensando en hacer eso, de hecho. Ir hacia ella, preguntarle si lo que había hecho estaba bien.
Pero no podía.
Harry se dio vuelta abruptamente, sintiendo que se agitaba de nuevo, mientras la memoria de Minerva apoyando su sueño de convertirse en Auror en quinto año se asomaba en un lugar de su mente. Sus palabras duras pero cariñosas, diciéndole que ayudaría a convertirlo en Auror, aunque fuese lo último que hiciera.
Palabras vacías para una vida que ya no existiría nunca.
Harry todavía recordaba qué había pensado cuando la conoció. Que era mejor no meterse con ella, porque su rostro era demasiado severo y su actitud demasiado tosca. Y, años más tarde, cuando Voldemort llevó de vuelta su cadáver desde el Bosque Prohibido, recordaba haber pensado que nunca escuchó gritar a McGonagall de esa forma. No estaba seguro en qué momento su relación evolucionó a ese nivel, pero Harry jamás llegó a considerar la idea de que ella no estuviera. Nunca quiso pensar en que fuera posible.
Y ahí estaba, haciéndose una realidad.
Sintió sus ojos picar y decidió tomar una honda respiración. Lo ignoró. No podía sentir eso, ese tipo de dolor que parecía comerle las entrañas y asfixiarlo hasta hacerle desear que desapareciera. No podía sentirlo ahora. La rabia era una muchísima mejor opción.
Quizás, verle la cara a los cabrones que habían ocasionado que ese mundo se encontrara así era una buena idea para acrecentarla.
Harry bajó las escaleras hasta los calabozos, sin dedicarle una mirada de más de dos segundos a Luna quien conversaba con Ron. O a Flitwick, ayudando a unos chicos rescatados a hacer magia sin varita. Harry pasó por el salón de entrenamientos y llegó a la puerta de una de las celdas donde alguien gritaba. Sin preguntarse siquiera quienes estaban dentro, la abrió.
Rookwood se encontraba al final de los barrotes. Kingsley tenía la varita apuntándolo, hablando palabras que Harry no comprendía a esa distancia. Se dedicó a observar al prisionero. Había envejecido diez años en esa celda, y su cabello ya estaba por los hombros, junto a una barba sucia. El ambiente de la habitación era oscuro y su olor fétido y penetrante delataba que llevaba abandonado ahí por bastante tiempo. Harry tomó satisfacción al ver cómo sus ojos se llenaban de pánico, mientras Kingsley sacudía su varita y Robards empezaba a hacer los cuestionamientos.
El proceso se repitió con el resto de capturados de la noche anterior y de las distintas misiones, aunque ninguna información nueva sobre Nagini y Narcissa salió a la luz. Goyle continuó preguntando por Draco, y Rookwood, por Yaxley. Harry evitó mirar a Kingsley en el transcurso de las horas quien, podía sentir, casi le estaba preguntando telepáticamente cómo estaba o qué demonios estaba haciendo allí.
Frustrado por la falta de pistas para acabar con toda esa mierda, Harry salió de una de las últimas celdas del pasillo y se quedó parado en medio, pensado una forma de llegar a la conclusión de ese misterio y a Nagini rápidamente. Sin embargo, Draco no recuperaba sus memorias aún y no había ninguna otra información al alcance que ayudara a dilucidar qué sucedía con Narcissa. O qué sucedió. Se habían quedado estancados. De nuevo.
¿Ahora qué quedaba?
Una repentina mano se posó sobre su hombro poco después, y cuando Harry volteó, algo alarmado, encontró los ojos de Kingsley. Estos estaban fijos- pero no en él. Fijos en la puerta delante de ellos.
Harry siguió el hilo de su su mirada y adivinó, con un feroz revoltijo de las entrañas, quién estaba del otro lado.
—¿Quieres entrar tú primero? —preguntó Kingsley.
Harry no quería. ¿Cómo podría desear algo así? Pero lo hizo de todas formas.
El lugar estaba mucho más fresco que las celdas anteriores, y el prisionero al final de esta mucho menos demacrado. Harry detalló su cabeza gacha, el pelo claro cayendo encima de su frente y la indiferencia que solía mostrarle al mundo. Adrian no levantó la cabeza cuando lo oyó entrar, pero cuando los minutos pasaron y decidió hacerlo, sus ojos se conectaron con fiereza. Harry se quedó momentáneamente sin palabras.
Adrian siempre fue guapo, por esa razón habían follado repetidas veces. Harry desarrolló un ápice de afecto hacia él durante los años, aunque Adrian en realidad no estaba ahí nunca y cuando iba, no hablaban demasiado. Por lo que el hachazo de traición que Harry esperaba recibir no estaba por ninguna parte. Sólo la rabia. Rabia de tener ahí al asesino de McGonagall y que- que nada fuera justo.
Le contaron cómo fue, cuando Adrian llegó a la base diciendo que había matado a McGonagall antes de que la llevaran al estrado del Ministerio. Hablaba miles de incoherencias. Decía que hizo lo necesario. Repetía sin cesar que no había más opciones. Harry no había estado allí, pero dudaba que en ese momento se habría sentido distinto a cómo se sentía ahora, porque cuando oyó las noticias de la boca de Hermione, la traición de Adrian no lo tocó. Harry se enteró de lo que sucedió con McGonagall, y más allá de quién lo hizo… su primer instinto fue enloquecer.
Caminó hasta llegar a un par de metros de la reja. Lento. Un paso después del otro.
—Hola, Harry —dijo él entonces, con voz suave y tranquila.
Harry apretó tan fuerte las manos que sintió sus uñas clavarse contra las palmas.
—Adrian —replicó fríamente.
Adrian se levantó de su lugar, y caminó con calma hacia los barrotes. Poseía un aire felino. Parecía que en realidad no estaba encerrado en absoluto.
—Sabes que hice lo único que podía hacerse, ¿verdad?
Harry apretó los dientes.
—La mataste —escupió. Su garganta quemó con la admisión—. No fue un trámite, no fue algo que podías sacarte de encima. Está muerta.
—Porque no había forma de rescatarla. Todo era una trampa —Adrian dijo con aire condescendiente. Harry suponía que ya no había punto en más preámbulos, ambos debían ir directo al grano—. ¿Habrías preferido que toda la Orden se hubiera ido al carajo? ¿Habrías preferido que muriera de la otra forma? ¿Que Malfoy la hubiera despellejado viva?
Harry sintió como si hubiera sido abofeteado, mientras una imagen de Draco llegaba a su cerebro, tan vívida que lo hizo retroceder. McGonagall neutralizada e indefensa entre cadenas. Malfoy encima del estrado cumpliendo órdenes que, de no ser escuchadas, terminarían matándolo a él. Ojos grises fríos. Piel pálida. Expresión distante y estoica. Cada célula de su cuerpo pareció agitarse ante la mera idea, cada pedazo de sí gritó en contra de esta. Sus pulmones dolieron debido a la cantidad de aire que estaba intentando tomar, y Harry- Harry sabía que un nuevo escenario se había agregado a su lista de posibles pesadillas.
Este futuro, donde eso pasaba, se abrió paso ante él.
Harry tuvo que juntar todas sus fuerzas para no sucumbir ante el pensamiento, porque era capaz de volverlo loco una vez más. Se enfocó en los ojos cafés de Adrian e intentó regresar al presente sin dejar de clavar las uñas en sus palmas.
—Habría preferido que nos hubieras dado la oportunidad de rescatarla —contestó al final, manteniendo su voz a la raya. Adrian tomó las rejas entre sus manos.
—¡No la había! ¿No lo ves? —exclamó irritado—. El Señor Tenebroso hizo eso para dejarlos atrapados en el Ministerio si es que intentaban rescatarla. Si eso no pasaba, la humillaba públicamente. ¿Cómo puedes no entenderlo?
—Habríamos hecho que funcionara.
—No eres invencible, Harry —Adrian le dijo lentamente, entrecerrando los ojos—. No había más opción.
Harry retrocedió una vez más, pensando en las opciones y en lo jodidas que eran.
—Siempre hay opción —contestó con dificultad.
Era el lema que lo mantuvo en pie todos esos años.
—Bueno, entonces… creo que tomé la correcta.
Harry se quedó estudiando su expresión un tiempo desesperantemente largo. En lo que Adrian hizo y qué habría sucedido si no lo hacía, y en medio de todo su embrollo mental, descubrió que… lo correcto o lo incorrecto no era el problema allí. El problema era que Adrian le había arrebatado a alguien que él amaba. Sin importar las razones que había detrás de esa decisión, Harry no podía perdonarlo. Ni siquiera podía pensar en lo que haría si es que lo dejaban libre, o si se lo topaba en un día cualquiera por la base.
McGonagall.
McGonagall nunca tendría esa oportunidad.
El aire de la habitación se desvaneció de pronto. La cabeza le dolía. Harry no quería más. Nada, nada, nada más. Estaba harto. Quería que todo acabara.
Se llevó una mano al pecho, volteándose hacia la puerta.
—Adiós, Adrian.
Harry escuchó cómo golpeaba las barras.
—¿No me vas a sacar de aquí?
—No.
—¡Hice lo que debía hacer!
Harry tomó el picaporte, y se giró para mirarlo por encima del hombro. Su cara estaba arrugada por la confusión y la impotencia.
—Kingsley se encargará de juzgarte —anunció, con voz monótona—. Kingsley, Robards, Madam Hooch, Arthur Weasley. Cualquiera. Yo no.
—Creí que te importaba.
Harry lo miró, y lo único que podía pensar es que… era muy guapo. Incluso cuando debía verse destruido, lucía insanamente atractivo, con su cabello rubio oscuro, su piel blanca, sus ojos cafés claros y el lunar de la barbilla que Harry había besado incontables veces. Trató de que eso le causara algo, cualquier cosa más allá de la rabia ante sus acciones. Pero, una vez más, miraba su cara, y lo único que podía ver era el gesto que tuvo que haber hecho McGonagall al morir.
—¿Qué te dio esa impresión?
Adrian parpadeó unos momentos, mirándolo como si lo viera por primera vez. Harry lo miró de vuelta.
Era cierto.
Cada palabra era cierta.
Lo de ellos nunca significó nada más que algo carnal. Le caía bien, sí. Era agradable. Era buena compañía. Pero Harry nunca dio indicios de que le importara. Que le importara en serio.
— Bien —espetó Adrian, dándole la espalda—. Sé que McGonagall me habría agradeci-
—No te atrevas a pronunciar su nombre.
Harry ahora estaba completamente girado a él, con una mano en lo alto, apuntándolo sin piedad. Los ojos de Adrian adquirieron un brillo al verlo reaccionar.
—No estás pensando, Harry —le dijo, nuevamente condescendiente—. No te estás dando cuenta de que...
Harry se hartó. Movió su mano libre, y en un par de segundos, la boca de Adrian estaba sellada. Este batalló para poder hablar, deshacer el conjuro. Llevó los dedos hasta sus labios y los golpeó.
—Me la arrebataste. No pensaste en los planes que pudimos haber tenido. Decidiste por nosotros. Creíste que era lo mejor, y… —Harry sacudió la cabeza, mirando su desesperación por liberarse del mutismo. Quería decir tantas cosas y a la vez estaba tan cansado de hablar. Necesitaba avanzar en esa puta guerra—. Quizás fue para mejor. Ahora no me quedan muchas cosas por perder, menos por preocuparme. Me importa mucho menos lo que haré, de ahora en adelante.
Adrian lo observó de lleno. «¿Qué harás?» era la pregunta implícita de sus ojos.
Harry volvió a darle la espalda.
—Adiós, Adrian —dijo, sin revertir el hechizo—. Espero que decidan lo que decidan, en tu puta vida vuelvas a dirigirme la palabra si es que no deseas que te arranque la maldita lengua.
Harry apretó los puños de nuevo, e ignoró a Kingsley mientras abandonaba la celda.
•••
Cuando Harry salió al patio había unas cuantas personas allí. Jóvenes hablando en el pasto, a pesar de las nubes en el cielo. Enfermos caminando con sus sanadores. Probablemente Andrómeda estuviera entre ellos, si es que era su momento de caminata mensual.
Kreacher se encontraba a un lado del invernadero, casi quedándose dormido frente a este. Harry avanzó hacia él, suponiendo que quizás estaba hablando con Hagrid. Él había adoptado el invernadero como su hogar, porque se sentía cómodo allí. Decía que le recordaba a Hogwarts.
—Hey-
—¡Kreacher ha estado ayudando! —Harry ni siquiera alcanzó a terminar la oración, cuando el elfo ya estaba con la espalda erguida y la gran nariz en alto—. ¡Kreacher está cansado señor! ¡Y…! ¡Sangre! ¡Todo lleno de sangre…!
—Kreacher- sólo te estaba saludando.
Kreacher atrapó sus ojos y retrocedió por lo que halló allí. La mandíbula del elfo presentaba un tic nervioso. Harry se preguntó por qué estaba ayudando si él no le ordenó jamás que lo hiciera, aunque no lo comentó. Simplemente agitó una mano en una moción que esperaba lo relevara de sus labores.
—Puedes descansar.
Pero- Kreacher no pareció menos en guardia. Sus grandes ojos continuaban escudriñando la expresión de Harry, volviéndose cada vez más nerviosos.
—¿Qué ha pasado, señor?
Harry apretó la mandíbula.
—Nada.
El elfo no insistió, quizás por miedo o por cortesía, pero sí murmuró para sí mismo, girándose de lado a lado como si más voces le hablaran a la vez. Harry se preguntó, irónicamente, cuál de los dos se encontraba peor.
Posiblemente Kreacher.
Después de todo, llevaba años abandonado en esa casa, desnutriéndose. Harry lo abandonó, lo dejó solo y esas fueron las consecuencias. Y ni hablar que todos los años que Sirius estuvo en Azkaban, la única compañía de Kreacher fue ese horrible retrato de Walburga. Llevaba demasiado tiempo sin nadie a su alrededor.
Su pecho se apretó violentamente, y por un delirante segundo, Harry pensó en abrazar a Kreacher como si eso fuera a arreglar algo. Pero lo reprimió. No sólo porque era absurdo, sino porque parte de sí aún no era capaz de olvidar que él- él fue uno de los responsables de la muerte de Sirius. Y a pesar de que lo perdonaba, sentía que traicionaba su memoria preocupándose por el elfo como lo hacía. Sirius le dio un poco de libertad, ¿y qué hizo Kreacher? Fue al miembro de la familia Black más cercano, que convenientemente era Bellatrix en la Mansión Malfoy. Los traicionó y luego mintió sobre Sirius estando en el Ministerio el día que murió, y ahora ya nada lo traería de vuelta. A pesar de que Sirius propició las condiciones para las idas y vueltas de Kreacher con Bellatrix, le era imposible no pensar en que de alguna u otra forma era responsable, y-
Harry sintió que su corazón se detenía, sólo por un segundo.
Un pensamiento cruzó por su cabeza. Repentino. Fugaz.
Una idea.
—Kreacher… —comenzó a decir Harry, haciendo que el elfo dejara de hablar solo—. Durante estos días, ¿no habrás recordado, sobre algún objeto que le hubieras entregado a Narcissa Malfoy, muchos años atrás? O que hayas dejado en su casa.
El elfo pestañeó varias veces, como si no entendiera la relevancia de esa pregunta.
—Kreacher le entregó muchas cosas a la señorita Narcissa Malfoy. A la señorita Bellatrix también. Kreacher no recuerda todas.
A Harry se le torció el estómago. No recordaba haber hecho una pregunta así de precisa. La opción de que Kreacher hubiera entregado a Narcissa el objeto que buscaban, por algún motivo, nunca cruzó su cabeza. Y en ese caso, ¿cómo lo había perdido?
¿De verdad Narcissa lo había perdido?
—¿Y algo que ver con… mostrar ubicaciones? —decidió preguntar Harry—. ¿Ubicaciones ocultas?
—Kreacher no puede recordar con exactitud, pero muchos de los objetos de los Black tenían que ver con mostrar locaciones, señor —Kreacher respondió, algo petulante—. Como las residencias de la línea familiar. Joyas. Tesoros. Líneas sanguíneas. La señorita Astoria lo vio todo, o algo así, señor.
Sí, pero eso no significaba nada. Astoria también dijo que era difícil fiarse de los recuerdos de Kreacher porque, al ser un elfo, su estructura mental se había reorganizado de una forma que ni ella comprendía debido al trauma de la soledad, y el daño que sufrió por la desnutrición.
—¿De verdad no hay… nada? —insistió Harry de todas formas—. ¿Nada en especial que se te venga a la cabeza?
El elfo pareció pensarlo con ganas. Todo su rostro se torció ante el esfuerzo que hacía.
—No, Harry Potter señor.
—¿Crees que si volvemos a Grimmauld Place podrías reconocer si hay algo allí, parecido a lo que te he descrito?
—Kreacher lo duda, señor Harry Potter. Kreacher lo siente. La casa está enojada.
—¿Y cómo solucionamos eso?
—Volviendo a vivir allí.
Harry se mordió la lengua, pensando que ni aunque no estuvieran en guerra volvería a vivir en esa casucha fea y lúgubre.
—Bien, Kreacher. Gracias.
Este se le quedó mirando, antes de hacer una larga reverencia que hizo que sus orejas tocaran el suelo y marcharse, susurrando cosas para sí.
—¿Eso es todo? ¿Recuerdas…? ¿Recuerdas, Kreacher…? No, no recuerdo. Por supuesto, nunca nadie le pregunta a Kreacher: ¿cómo estás? ¿Te quebraste la mano y te tuviste que curar a ti mismo con magia, Kreacher…?
Harry esperó la culpabilidad que aquello debía causarle, pero no llegó. Era tan mínima en la lista de cosas que tenía en mente, que no podía prestarle atención. El pensamiento que prevalecía en su cabeza era otro.
Necesitaba acabar ya con esa puta guerra.
Habían llegado a un punto muerto, en el que a no ser que Voldemort les dijera algo, ya no podrían averiguar información nueva. Harry se sintió tan atado de manos como en los primeros años de la guerra, cuando todavía buscaban a Nagini sin cesar creyendo poder encontrarla. Cuando, después de registrar cada rincón en el que pensaban y no hallarla, llegaron a ese mismo punto muerto. Harry encontró Horrocruxes más difíciles, ¿cómo mierda todavía no daba con esa estúpida serpiente?
El único hilo del que tirar que quedaba, era uno que había evitado por demasiado tiempo, pero que ahora ya no podía seguir negando. Una entrada a Azkaban y fugar al único prisionero al que Voldemort no se molestaría en Obliviatear, podría resultar en una respuesta a todas las preguntas que tenían. Y a poder resolver el enigma antes de que se hiciera demasiado tarde.
Antes de que Voldemort llegara antes al objeto. O a Nagini.
Sus pasos lo llevaron a un costado de la mansión, hacia el final. En medio de sus cavilaciones, Harry de pronto notó cómo por el otro costado del invernadero, Hagrid estaba regando unas plantas. Incluso a esa distancia, podía ver sus hombros agitarse y el pesado cabello cubrirle la cara, seguramente para disimular el llanto. La idea de acercarse no le sonaba nada tentadora, aunque antes de decidir cualquier cosa, Hagrid levantó la cabeza y lo divisó. Harry mientras este se acercaba a él con la regadera.
—Hola, Harry. Disculpa. Me gustaría que Grawp… —empezó a hablar, tratando de sonar animado cuando llegó a él. Luego, vio su cara y encontró lo mismo que Kreacher había encontrado—. ¿Todo bien, chico?
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera controlarlas.
—No.
Hagrid lució aprensivo, como si no esperara la honestidad. Bajó la regadera. Sus labios se juntaron mientras su barbilla se movía, y Harry no estaba seguro de si podría aguantar la conversación que se avecinaba.
—¿Estás seguro de que…? —preguntó él, para luego aclararse la garganta—. ¿De que no está… viva?
Harry habría querido decirle que no lo sabía.
—No, Hagrid —respondió, en un tono vacío—. No lo está.
Fue instantáneo, los ojos de Hagrid se le llenaron de lágrimas y dejó caer la regadera al suelo, mientras se llevaba las manos a la cara y sollozaba en ellas.
—¡Dumbledore sabría qué hacer! —dijo, en medio del llanto—. ¡Él ya habría…!
—Dumbledore nunca supo qué carajo hacer —Harry lo interrumpió, sintiendo la familiar y agradable ira golpearlo al escuchar esa mentira—. No tenía un jodido plan. Dumbledore se murió, y me dejó a cargo de terminar una guerra a los diecisiete años.
Nunca le dijo nada sobre las Reliquias. Nunca le dijo nada sobre su vida. Esperó que Harry peligrara y salvara la escuela cada año, para luego mandarlo a morir porque así tenían que ser las cosas. Al final su plan le había fallado, porque estuvo tan ciego y fue tan narcisista, que no pudo ver todos los errores que tenía. Y ahora él debía cargar no sólo con las muertes de la Batalla, si no con centenares más. Solamente porque las cosas no se hicieron bien desde un inicio.
Si Dumbledore estuviera ahí, quizás Minerva ya habría estado muerta desde hacía mucho tiempo antes.
—Harry… — Hagrid dijo, y lo quedó mirando, como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—Me gustaría saber qué haría ahora —replicó, antes de que Hagrid pudiera defender a su ex-director—. Me gustaría saber cómo arreglaría este desastre.
Harry se giró y avanzó a grandes zancadas por el patio en caso de que pudiera decir algo de lo que verdaderamente podría arrepentirse más tarde. Sintió a Hagrid caminar tras él, pero él fue más rápido.
—¡Harry!
No se volteó, continuó caminando hasta la entrada de la mansión donde sus pasos lo llevaban de forma inconsciente.
A lo lejos escuchó una risa, y gente hablando también, haciendo sus vidas. Harry miró a su alrededor. La rabia parecía bullir en su sistema al notar que todos estaban haciendo un día normal. Como si la realidad no hubiera cambiado radicalmente de la noche a la mañana, y no se hubiese perdido a alguien tan importante. La vida seguía su curso y todos actuaban como si fuera lo más natural de hacer, cuando no lo era. Deberían estar devastados, sin la energía de moverse. Él debería estar en cama lamentando la pérdida de Minerva en vez de estar ahí.
Pero sabía que eso no iba a suceder, y que el mundo tenía que continuar. El tiempo pasaría, la vida seguiría y le recordaría cada vez que tuviera chance, que había gente que nunca tendría la oportunidad de volver a ver el sol esconderse en el horizonte. O cómo los árboles renacían en primavera.
Harry llegó a la entrada de la mansión, agitado, y antes de que pudiera abrirla, la cara de Susan Bones apareció en la rendija. A su lado Eveline Rosier la acompañaba con la mirada cada vez menos perdida.
Harry observó a la muchacha, y odió lo devastada que se veía, y cómo sentía que no tenía el derecho de verse así. Harry odió lo joven que era, lo jodida que tenía la cabeza por vivir en un mundo que le había dicho desde el momento de su nacimiento, que todo lo que decía estaba bien. Que las creencias de mierda acerca de la supremacía eran válidas, porque ella también lo era. Harry odió pensar en la sociedad en que esa chica tuvo que haberse criado para terminar siendo de la forma que terminó siendo, y cómo de todas las opciones que tenía, tomó solo las incorrectas. Harry odió creer que estaba podrida desde la concepción, y odió creer que tal vez no era demasiado tarde para Eveline si ganaban ya esa guerra.
Harry odió saber que estaba vertiendo todos sus miedos y rabias en ella, que, al final del día, era sólo una chica.
La miró, a su apariencia ordinaria y frágil, y se preguntó por qué parecía tan humana en ese mundo maquetado. Eveline le devolvió la mirada, perturbada. Harry tuvo que recordarse a sí mismo que tal como él y el resto… ella lo había perdido todo.
Y Harry odió eso también.
—¿Harry? —Susan preguntó con cuidado. Tenía una cicatriz en el borde de la boca—. ¿Estás bien?
—¡Harry!
Harry miró por encima del hombro de Susan, sin dedicarle más atención a Eveline, y encontró a Hermione yendo hacia donde él estaba en la entrada.
—Okay… —Susan murmuró, guiando con delicadeza a la muchacha hacia afuera—. Te veo luego, supongo. Mejórate.
Él no contestó, a medida que desaparecían de su campo de vista.
—Harry —Hermione dijo sin aire, cuando llegó a él—, Hagrid me contó-
—No quiero hablar, Hermione.
Harry entró a la mansión, pasando a un lado de ella mientras pensaba qué otra cosa podría hacer para no detenerse a pensar. Una parte de él deseó que Malfoy estuviera allí.
Pero antes de que pudiera seguir avanzando demasiado, la mano de su amiga se envolvió en su brazo.
—Ven —dijo Hermione de forma determinante.
—No-
— Cállate.
Harry tragó en seco, demasiado asombrado porque Hermione estaba tocándolo por voluntad propia sin verse demasiado afectada al respecto, sino, más bien, decidida. Y triste. Mientras Harry se dejaba arrastrar escaleras arriba, podía ver por el rabillo del ojo cómo pequeñas lágrimas se escapaban de los ojos de Hermione, que ella se limpiaba con brusquedad.
Entonces, llegaron a su habitación, y Hermione abrió la puerta de golpe empujando a Harry adentro. En un movimiento brusco, lo sentó encima de la cama. Harry la miró, sintiendo cómo todas sus extremidades se sentían laxas de pronto. Giró un poco la cabeza para ver a Ron sentado a su lado, intercambiando la mirada entre los dos. La pierna prostética se encontraba apoyada en el mueble, y- hacía meses que Harry no lo veía en ese estado de vulnerabilidad.
Harry retornó su vista a Hermione, quien lo observaba casi acusatoriamente, con un dedo en alto y un gesto que a todas luces daba cuenta de ser un sermón. Harry esperó, en silencio, a que empezara.
Sin embargo.
Hermione no hizo nada de eso.
Su amiga, en un arrebato, se abalanzó encima de él y se sentó a su lado, enrollando las manos alrededor de su cuello mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Ron, no mucho después, imitó la posición. Y pronto estaban los tres sentados en la cama entrelazados entre sí, mientras Hermione lloraba en su hombro y Harry miraba a un punto fijo de la pared, donde había otra grieta. Sentía una vez más que el dolor insoportable estaba a punto de cruzarlo como un rayo. Trató de hacerlo un lado y volver a enfocarse en la rabia-
Pero estaba ahí, y lo arrastró con él. Harry trató de resistirlo, le urgía hacerlo, pero era algo inevitable. Como si un montón de manos lo estuvieran jalando a que se sumergiera en el agua. Que se asfixiara de una buena vez. Las palabras y actos de la última semana pasaron su mente de pronto, como cascadas, llenando un océano de recuerdos y muertes. Su cabeza repetía una y otra vez que nunca más quería sentirse de esa forma. Que nunca, nunca, nunca, nunca más deseaba sentir que el mundo se desgarraba entre sus manos mientras él no podía hacer más que mirar y lamentarse. Pero sabía que era imposible, y que tarde o temprano otra pérdida lo tocaría de nuevo. Que volvería a sentirse tan perdido y desolado como se sentía ahora.
Y por un breve instante, Harry se rompió un poco entre ellos, sintiendo la familiaridad del abrazo.
Sabiendo con certeza que los tenía, y que, como siempre han hecho, al final del día Hermione y Ron siempre estarían ahí para recoger sus pedazos.
