Tw: Abuso/violencia sexual implícito
Draco escuchó el comunicado que Harry hizo por la radio, pensando cómo alguien podía ser tan inteligente y tan estúpido al mismo tiempo.
Entendía sus motivos: estaba destrozado por la muerte de McGonagall y tenía una rabia que no podía desquitar con el verdadero culpable de su muerte. Sin embargo, no estaba seguro de qué tan bueno fue tomar la decisión que tomó. Los Mortífagos jamás cuestionarían el linaje de Voldemort, y si lo hicieran, serían asesinados al acto. Además, si el Lord llegaba a mostrarse enfurecido, o siquiera reaccionaba ante el mensaje, demostraría que Potter quizás estaba diciendo la verdad, por lo que debía tomar otras medidas para descargar un poco de su frustración.
Y eso fue exactamente lo que hizo.
Pocas horas después de que la Orden hubiese hecho estallar el Callejón Diagon y otros pequeños pueblos mágicos de Inglaterra, Voldemort estableció una cuarentena que ahora prohibía a cualquier mago salir del país, exceptuando a todos los alumnos que tuvieran que volver a Hogwarts en Septiembre, (quienes tenían un permiso especial). Draco se preguntaba cómo lo harían. Las tiendas del Callejón estaban destruidas y no había forma de conseguir los suplementos para el año escolar; pero Voldemort estaba decidido a pretender que él todavía tenía el control absoluto sobre lo que sucedía y que nada había cambiado realmente.
Draco, por su parte, siempre fue el delegado de los tratados comerciales así que se estaba encargando de mantener la economía a flote y distribuir bien las reservas. Trabajó duro en ello durante semanas, y se le daba bien. De momento al menos. En algún punto, sin embargo, la comida comenzaría a escasear.
Con el pasar de los días y al ver que la cólera de Voldemort no mermaba, Draco esperaba con más ansias que cometiera un error. Las heridas de su torso aún pesaban y escocían cada vez que tenía que estar a su lado, y la preocupación de cómo estaban yendo las cosas en la base, con Harry, también estaba presente. De todas maneras, no tuvo oportunidad de ir. La brutalidad que se estaba respirando en el mundo mágico crecía con cada segundo y era necesitado en el Ministerio casi cada día, debido a la cacería de nacidos de muggles y posibles traidores. Draco tuvo que interrogar gente sospechosa, hacer todas esas cosas horribles que le pedían, e intentar sabotear los planes de la Orden, quienes de alguna forma habían encontrado una manera de rescatar a los magos ocultos a lo largo de Inglaterra y llevarlos a su base "secreta".
Cada semana era más peligroso tener siquiera una conexión dudosa entre amigos o familiares, y Draco sentía que había vuelto al primer año luego de la Segunda Guerra. Al menos con el pasar del tiempo, el sistema de justicia se había regulado –aunque fuera un poco– y las personas tenían derecho a tener juicios medianamente dignos, siempre cuando el Nobilium o el Electis no interfirieran. Pero en ese instante, todos aquellos que eran encontrados en actividades sospechosas, o los mismos nacidos de muggles no registrados, eran asesinados al instante. Si tenían suerte los dejaban en las calles y ríos para ser encontrados, y si no, eran arrojados a fosas comunes para que los familiares no pudieran reconocer ni encontrar sus cuerpos.
Durante ese ajetreado mes de julio sucedieron tres cosas que Draco era incapaz de olvidar, y que cada cierto tiempo regresaban a él. La primera pasó apenas tres días después del ataque de la Orden. Draco se encontraba desesperado por ir a la base y asegurarse de que todo estuviera bien, dejar de recibir noticias únicamente a través de Theo. Por lo que, ilusamente, creyó que si le daba a Voldemort algo que él quería, dejaría de llamarlo para hacer el trabajo sucio. Draco se plantó ante él en una de las oficinas del Ministerio y agachó la cabeza, informando que el hechizo que le pidió meses atrás estaba listo. Sacó su varita y se lo demostró.
El Señor Tenebroso simplemente se quedó en silencio, observando la floritura salir del instrumento y chocar contra una pared. Luego, Draco sintió cómo la magia negra acariciaba su cuello.
—Así me gusta, Astaroth… —murmuró él, despreciablemente—. Si sigues comportándote, quizás pronto cerraré esas heridas.
Y deleitado, abandonó la habitación, sin dejar de llamarlo las semanas venideras a cumplir con las tareas que él quería. A aprender su lección.
Draco por poco destruyó su laboratorio esa noche.
El segundo acontecimiento sucedió una semana después de eso.
A medida que el tiempo pasaba, las políticas y revueltas en el mundo mágico fueron haciéndose cada vez más caóticas. Porque, a diferencia de la Primera y Segunda Guerra, la población no estaba guardando silencio. O no de la misma forma. Ellos ya habían aprendido lo que significaba que triunfara el mal, y sólo tenían dos opciones: mantener el orden de las cosas, o luchar para cambiarlas. La mayoría estaba eligiendo la segunda opción, aunque lo hacían desde las sombras; armando campamentos ilegales, y escondites parecidos a la Resistencia del Valle de Godric. Atacaban y mataban a los Purificadores que patrullaban las calles y llevaban provisiones a escondidas para los sanadores en huelga de San Mungo. Voldemort no sólo debía enfrentarse a la Orden, sino también a la multitud que clamaba por su derrota.
Por lo mismo, una de las cosas que el Señor Tenebroso hizo para recordarle al mundo quién tenía el poder, fue encontrar una de las bases que albergaban niños y adolescentes sangre sucias asustados, y matarlos a todos en un abrir y cerrar de ojos.
Draco no podría olvidar jamás lo que sintió cuando vio todos sus pequeños cuerpos colgados en el Atrio del Ministerio.
El tercer acontecimiento que marcó ese periodo lejos de la Orden, y que le dijo que debía ir al menos a dejar pociones o se volvería loco, fue una pelea con Greyback que pudo haber pasado a mayores.
Por alguna razón que Draco no podía comprender, el hombre lobo había llevado a su esclavo a una reunión del Nobilium. Lo usó para apoyar sus pies, y luego lo obligó a imitar a un perro, paseándolo por el lugar; todo esto mientras miraba a Draco atentamente como si quisiera que reaccionara. Cosa que hizo, obviamente. Cuando las cosas sobrepasaron su límite, Draco lo maldijo entre dientes, provocando que en la mitad de la cara de Greyback se hiciera un corte profundo. Ni siquiera trató de disimular que él no lo hizo. El hombre lobo, dispuesto a atacar, se arrojó encima de Draco. quien lo golpeó hasta el cansancio, siendo golpeado de vuelta. De sus heridas brotó sangre de nuevo, aunque no la sentía gracias a la rabia. El único que pudo separarlos finalmente fue el Señor Goyle, al ser el triple de ambos.
Todos los presentes atribuyeron sus reacciones a lo agitadas que se encontraban las cosas y al estrés, pero Greyback y Draco sabían que no era así. El hombre lobo siempre supo dónde estaban sus puntos débiles y cómo presionarlos, y Draco sabía que estaba buscando que reaccionara. Que viera, que se diera cuenta de que él mismo fue quien logró que Greyback tuviera una cantidad interminable de niños Servi a su disposición.
Hasta el momento, Draco quería convencerse a sí mismo de que hizo lo correcto. Les dio la oportunidad a la mayoría de que vivieran, de que algunos tuvieran hasta el chance de ir a Hogwarts. Sin embargo, cuando escuchaba las noticias de las matanzas de los sangre sucia, y pensaba en lo que los niños Servi pasaban en sus casas… se daba cuenta de su error.
Tal vez la muerte era un destino gentil.
Aquel fue el primer día que fue a la base luego de lo de McGonagall, y para su decepción, Potter no estaba allí. Dejó pociones y soportó un tratamiento mucho más hostil de parte de los refugiados, debido a que se difundió la noticia de que él había torturado a McGonagall y que presuntamente también era su asesino.
No era como si le importara demasiado. No estaba allí mucho tiempo, y no visitó la mansión más de tres veces en total durante esas semanas. Tuvo alguna que otra conversación con Theo, Harry y Astoria, pero nada sustancial. Aunque le quemaba por dentro el deseo de acercarse a Potter, y que él le dijera cómo estaba, o que volviera a dejarlo acercarse como la noche en que McGonagall había muerto. Pero eso no sucedió. Potter se había cerrado en sí mismo y ya no hablaba con nadie, no en realidad. De hecho, las pocas palabras que cruzó con él, después de que Draco fuera a dejar más pociones y asegurarse de que estuviera mejor, fueron simplemente de despedida; si es que se le podía llamar así. Madam Pomfrey lo vio de pronto, y enloquecida trató de llegar a él diciendo que quería matarlo. Entonces, Harry lo miró y simplemente murmuró que "Era mejor que se fuera".
Eso.
Eso fue todo lo que hablaron.
Aquella noche, Draco no pudo evitar quedarse despierto por horas, sentado en su laboratorio. Antes de fijarse en qué estaba haciendo, descubrió que llevaba una hora mirando las anotaciones del hechizo que le entregó a Voldemort, y que un rincón de su mente le pedía que formulara una contra maldición.
Así que eso hizo.
El tiempo continuó pasando, y Draco sólo podía esperar que ese mes acabara rápido porque no había traído nada bueno. Que la guerra acabara rápido.
Y que dejara de importarle gente que no debía importarle.
Entonces, el 31 de julio llegó.
•••
Theo irrumpió en su laboratorio un día lunes, mientras Draco se encontraba sentado en una silla alta con papeles a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo?
Draco levantó la mirada desde sus anotaciones, con datos que pretendía usar para crear una contra maldición para el maleficio Disuelve Órganos.
—Estudiando.
—¿Para qué?
—¿Acaso importa?
Theo no tomó asiento como si quisiera entablar una conversación con él, y en su lugar comenzó a pasearse alrededor de los calderos encima del fuego.
—Iré a la base —le informó, mientras Draco volvía a sus papeles.
—Bien por ti.
—¿Vendrás?
Draco pausó, recordando la cara de Potter la última vez que lo vio. Distante, frío. Pensó que no era mala idea asegurarse de que aquello hubiera mejorado... pero sacudió rápidamente la cabeza. Su única preocupación era que sobreviviera y evitara hacer cosas estúpidas. El resto, no era su problema.
—Mis pociones no están listas —terminó respondiendo.
—No era esa la razón por la que te lo preguntaba.
Draco subió la mirada al fin, chocando con sus ojos verdes.
—¿Por qué más iría, entonces?
—Hoy es el cumpleaños de Potter —respondió Theo, observándolo fijo.
Draco miró a uno de los calendarios a un lado del reloj de su laboratorio y comprobó que efectivamente, aquel era un 31 de julio. Si hubiera tenido unos once años menos y se encontrara aún en Hogwarts no lo hubiese olvidado. Jamás. Draco sabía demasiadas cosas de Potter como para olvidarlas.
Sin embargo, las circunstancias habían cambiado.
—¿Y? —terminó preguntando—. No veo cómo eso puede afectarme en algo.
Theo paró de moverse, y por unos segundos, se dedicó a analizar la expresión en el rostro de Draco quien se negaba a apretar la mirada.
—Creí que querrías ir... En Hogwarts hacías un lío porque te hubiera gustado atormentarlo durante su cumpleaños.
Draco soltó un bufido.
—¿Puedes dejar de recordarme lo patético que era en Hogwarts? Muchas gracias.
—¿No irás, entonces?
Draco evitó pensar en el llanto de Harry, casi un mes atrás, y la forma en la que se aferró a su mano.
Como si el resto del mundo desapareciera.
Sentía que tenía motivos para querer visitarlo, pero eran sólo delirios. No eran lo suficientemente cercanos como para que su cumpleaños afectara de alguna manera su día a día.
—No.
Theo se encogió de hombros al recibir su respuesta y se marchó, murmurando algo sobre que entonces él iría horas después. Draco ni siquiera se dignó a responder, centrándose en los papeles entre sus manos.
Pero pensó en ello toda la tarde, y casi llegada la noche cuando se acercó a la reserva de licores de Lucius, Draco se dio cuenta, mientras sacaba la botella de hidromiel, de que no estaba pensando en beberla. Ni en él mismo.
Antes de poder arrepentirse, salió de las protecciones de la mansión y se Apareció fuera de la base con una botella de licor encogida en el bolsillo.
Draco sacó la moneda, la encantó pidiendo que le abrieran, y esperó. Aún había una luz azul tenue que bañaba el campo alrededor de la base, pero las estrellas no tardarían en llegar, y con ella, el fin del día. La puerta se abrió entonces, y mientras Draco avanzaba por el laberinto, pudo notar cómo distintos sanadores ocupaban las instalaciones del patio para pasear con los enfermos y ayudarles a recuperarse.
A medida que caminaba, más ridículo se sentía y menos seguro. ¿Qué le diría a Potter? ¿Qué posiblemente podría decirle, después de todo lo que había pasado? La nada los devoró a ambos, y, ¿qué era lo que les quedaba ahora? No sabía en qué lugar pararse cuando se trataba de él. No sabía qué estaba haciendo. No estaba seguro de que Harry lo perdonara por lo que sucedió con McGonagall, o si continuaba odiándolo. Genuinamente, no sabía nada.
Cuando Draco se encontraba decidido a dar media vuelta y regresar por donde venía, alguien agarró su brazo con fuerza; unas uñas se enterraron en él a través de la túnica.
En la zona común, la chica que se había vuelto loca cuando lo vio después del secuestro de Rookwood, meses atrás, lo miraba atentamente. Al momento en que Draco atrapó sus ojos, ella retrocedió claramente asustada, chocando con la medibruja a su lado.
—No te haré daño —atinó a decirle.
La chica había empezado a temblar.
—Usted le hace daño a todos.
Draco bajó la mano que levantó de manera inconsciente y la reposó encima de las heridas de su pecho, reconociendo que la chica estaba en lo correcto. No era sólo la fama de Astaroth que se había ganado durante esos años, sino algo que venía desde que era nada más que un niño. Draco se dedicó a hacer daño y crear discordia en cada persona que conocía.
La chica tenía un punto, aunque en ese instante, no pensaba hacerle nada.
—Pero ahora no lo haré.
La muchacha se le quedó viendo un largo rato, mientras la sanadora lo observaba sospechosamente con la mano encima del bolsillo de su túnica. Suponía que si Draco intentaba hacerle algo, ella intervendría.
Finalmente, la chica se dignó a hablar.
—¿Usted cree...? —empezó a decir, mirando a cada lado como si hubiera más gente—. ¿Cree que podría… ayudarme?
—¿A qué?
—A volver —respondió ella—. A mi vida.
Draco estudió sus facciones, y de pronto recordó su nombre: Eveline Rosier. Acusada ella y su familia de falsificar los registros de su sangre y ser considerada mestiza. Potter le había contado qué sucedió con la base bajo tierra de la Orden, y que era probable, que ella hubiese dicho el nombre del Señor Tenebroso para castigar a esa gente.
Draco dio un paso atrás.
—No.
Eveline frunció el ceño.
—Pero-
—Se sabe la verdad sobre tu linaje en el mundo mágico. Si sales de esta base, morirás.
—Pero no puedo- —Eveline se quejó, para luego bajar la voz y que Draco escuchara. Aunque era obvio que su sanadora escuchaba también—. Aquí está lleno de sangre sucias.
Draco desvió la mirada a la mujer a su lado, y no notó ningún cambio en su expresión al oírla, por lo que suponía que aquella actitud no era algo nuevo. No comprendía cómo esa chica podía seguir siendo así después de lo que había visto.
—Tú eres una mestiza —le dijo.
—Mejor eso que ser un sangre sucia, ¿no? Sigo siendo mejor.
Draco abrió la boca, como si quisiera defenderlos, y luego la cerró. Eso no era propio de él, y de hecho hubo un tiempo en el que habría concordado. Pero luego pensó en Eric y en lo brillante y vivaz que era y cómo- cómo era mucho más valeroso que la mitad de la gente que conocía.
—Ellos te han salvado —acabó respondiendo, cortante—. Te han acogido. Han hecho lo posible para que te sanes, vaya a saber Merlín por qué. Deberías agradecer-
—¿Agradecerles por hacer su deber?
Draco paró de hablar de golpe.
Eveline parecía una adolescente aún. Su rostro era delgado y no presentaba ninguna arruga. Draco la observaba, y le era imposible no pensar en sí mismo a esa edad. Ella respondía como él habría hecho, o incluso más gentil, porque Draco habría exigido que le devolvieran su antigua vida. Como si tuviera el derecho.
Se parecían, esa era la verdad. Eveline probablemente había llamado a Voldemort debajo de la base, matando a un montón de gente, y Draco dejó entrar a decenas de Mortífagos a Hogwarts, tomando la vida de Albus Dumbledore y obligando a niños de primer año a luchar y esconderse.
—¿Tú dijiste el nombre del Señor Tenebroso? —soltó, sin ser capaz de contenerse. Ella parpadeó.
—¿Qué?
—¿Se te olvida lo que viste? Bajo el Bosque Prohibido. La gente que murió, gente que conocías…
—Malfoy- —intentó intervenir la sanadora.
—No. —La chica negó, sacudiéndose del agarre de la mujer—. No. ¿De qué habla?
—Los desmembrados… —continuó diciendo Draco.
—No. No —repitió Eveline, y miró a la medibruja—. ¡No! ¡No! ¡Suéltenme! ¡No! ¡¿De qué habla?!
Draco la observó, sintiéndose extrañamente indiferente al ver cómo caía al suelo. No entendía qué acababa de pasar, ni por qué la sanadora se la estaba llevando con tanta urgencia lejos de él. Eveline se sacudía entre sus brazos, llorando sin parar, y Draco entonces comprendió que la chica en realidad… no recordaba nada.
De cierta forma, suponía que eso era una especie de bendición.
—Malfoy —una voz sonó a sus espaldas—. ¿Qué le hiciste?
Draco se giró, viendo a Potter quien venía desde la entrada de la mansión hacia él, con el gesto completamente distante y tenso. No sabía si era por lo que acababa de presenciar, o por Draco, o porque Potter ya no tenía otro estado de ánimo.
—Ella no recuerda lo que vio —respondió—, bajo el Bosque Prohibido. Tuvo un colapso cuando se lo recordé.
Potter llegó frente a él y se cruzó de brazos, escrutando el rostro de Draco como si buscara algo. Por mientras él detalló sus facciones, viendo lo apagados que estaban sus ojos y las ojeras que no hicieron más que pronunciarse gracias a las luchas y planes que se estuvieron gestando durante ese mes. Draco, a pesar de haber ido tres veces antes, no estuvo junto a Potter mucho tiempo y un rincón de sí, descubrió totalmente atónito que… lo extrañaba.
Pero no tenía permitido hacerlo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
Draco se sintió avasalladoramente estúpido de repente, con el peso de la botella en un bolsillo y la distancia que había entre ambos, la cual no estaba seguro de querer llenar. Decidió responder cualquier cosa con indiferencia.
—Me sentía solo.
Potter resopló amargamente.
—¿Y nosotros somos tu entretenimiento, o qué?
—Algo así.
Draco trató de dedicarle una sonrisa sin humor, mas esta no salió tan despectiva como él pensaba que lo haría, si algo le indicaba que Potter no parecía ofendido con sus palabras. Al contrario, lucía… cómodo. Si es que eso significaba algo.
—¿Quieres ir a conversar con Kingsley…? —Potter preguntó con detenimiento. Draco tragó en seco.
—En realidad... Venía a devolverte una cosa.
Evitando sus ojos, tanteó el bolsillo hasta sacar la botella de él. Draco apuntó la varita a esta y se transformó a su tamaño normal. El hidromiel lucía extraño en su mano. No levantó la mirada mientras se la tendía.
—Por la última vez —le explicó, con la mano en el aire—. Te hice gastar una de tus botellas, así que te la devuelvo.
Potter no dijo nada por unos momentos.
—Malfoy, creí que estábamos a mano. Yo me tomé una de tus botellas meses atrás.
—Tengo de sobra, creo que esta debería ser para ti.
—No necesito que-
—Potter, ¿podrías callarte de una buena vez y aceptar la jodida botella?
Nuevamente, Potter no hizo nada por unos largos y extenuantes segundos. Pronto, sus dedos tomaron la botella, y Draco sintió la piel morena rozar contra la suya.
—Gracias —terminó diciendo por lo bajo. Vio de reojo cómo la giraba entre sus manos. Draco se encogió de hombros.
—Así puedes beberla hoy.
—¿Y eso por qué?
—¿Cómo que por qué? —preguntó Draco, frunciendo el ceño—. Es 31 de julio.
Potter parpadeó un par de veces, intercambiando la mirada entre el hidromiel de sus manos y la cara de Draco, quien examinaba con cuidado sus expresiones.
—Yo- no recordé-
—¿Mi cumpleaños? —Draco se burló—, me siento ofendidísi-
—No —Potter lo paró, negando—. No recordaba qué día era hoy. Nadie lo hizo.
Draco cerró la boca, sintiendo un apretón en el pecho.
—Potter…
Potter lucía ensimismado, sin dejar de detallar el hidromiel, y Draco simplemente no sabía qué hacer con esa información. Él creyó que apareciéndose allí estaría interrumpiendo la celebración que sus amigos le tendrían, o por lo menos los regalos que le darían, por muy mínimos que fueran. Sin embargo, nunca pensó que podrían haberlo olvidado.
Que el mismo Potter lo había olvidado.
Se veía tan perdido, que Draco quería darse media vuelta y huir de ese desastre. Ya tenía suficiente con sus propios problemas.
Pero cuando abrió la boca, ninguna despedida salió.
—¿Me muestras el resto de los terrenos de la mansión?
Potter pareció despertar de su trance.
—¿Por qué?
—Porque me siento solo —repitió las mismas palabras de hace un rato, encogiéndose de hombros—. Y tú estás solo también.
Él lo consideró unos momentos, aunque fue menos tiempo del que Draco creyó que lo haría. Potter asintió entonces, encogiendo la botella con un movimiento de mano mientras la guardaba en su bolsillo delantero. Su humor no lucía como si hubiera cambiado, pero ya no se veía tan distante o insensible.
Potter comenzó a caminar por el costado derecho de la mansión, hacia atrás. Por ese sendero no había nada, contrario al lado izquierdo que tenía un invernadero. Draco lo siguió y miró las grandes paredes que se alzaban alrededor de la propiedad, las cuales seguramente estaban hechas de esa forma por protección. Las enredaderas se enroscaban en los muros y en la propia casa, que de alguna forma se veía más lúgubre de lo que Draco recordaba que era.
—No puedo creer que Granger y Weasley lo hayan olvidado —murmuró al cabo de un rato. Iban caminando uno al lado del otro y ya estaban llegando a la parte posterior del terreno.
—Han pasado demasiadas cosas —dijo Potter restándole importancia—. No habría celebrado nada de todas formas.
—Yo tampoco celebré. Mi cumpleaños fue días después de que Theo fue quemado. —Draco sintió cómo Potter giraba la cabeza hacia él, y agregó—: ¿Desde hace cuántos años que no celebras?
—No lo sé.
—¿Crees volver a celebrarlo algún día?
Potter soltó un suspiro, y Draco no habría creído antes de ese día lo deprimente que era perder la cuenta de cumpleaños que no has celebrado.
—No lo sé.
—Tal vez es una de esas cosas que volveremos a hacer una vez que la guerra acabe —murmuró, tratando de deshacerse de su pesar—. Ya sabes, tú te convertirás en jugador de Quidditch, y celebrarás tu cumpleaños de nuevo.
—Sí, y haré fiestas gigantes, ¿verdad?
—Exacto. Te ofreceré la mansión para que las hagas, de hecho.
Draco desvió sus ojos con cautela hacia el costado y vio a Potter sonreír de labios cerrados. Pequeño y comedido, pero ahí estaba. Sus ojos verdes se encontraban fijos en la tierra bajo sus pies y, a pesar de estar en verano, una fría brisa le agitó el cabello.
Draco apartó rápidamente la mirada.
Pronto llegaron al borde de otro pequeño laberinto que cruzaron en silencio, y para cuando Draco elevó sus ojos de nuevo, se encontraban frente a- nada.
Era un espacio amplio y verde, lleno de matorrales, descuidado y desnivelado. Quizás nunca pudieron limpiar y podar aquel lugar, por lo que no lo usaban. O lo usaban para enterrar los cuerpos que volvían. Sin embargo, recordando una de sus conversaciones con Harry, Draco se giró a él, gesticulando hacia el campo.
—Esto podría ser perfectamente un pequeño campo de Quidditch —le dijo—. ¿Por qué no vuelas aquí?
—No tengo tiempo.
Draco suspiró de nuevo. Potter no lo miraba; sus labios formaban una fina línea que él deseaba borrar.
—Otra cosa que debes agregar a tu lista de quehaceres después de la guerra —continuó, tocando uno de los arbustos a su lado—. Volar y dejarme patear tu trasero.
Aquello hizo que el rostro de Potter se relajara.
—Acabaría contigo en dos segundos, Malfoy.
—¿Sí? —Draco dijo, bajando la voz—. ¿Eso es lo que crees?
Potter levantó la mirada, y conectaron sus ojos. Draco estaba medianamente acostumbrado a tenerlo así de cerca, pero no en esas circunstancias. Normalmente, las veces que tuvo los ojos verdes fijos en los suyos fue en sesiones de entrenamiento, cuando se odiaban. O cuando una situación crítica se estaba dando. En ese minuto no era ninguna de las dos, o quizás las dos, Draco no lo sabía. Y por la misma razón, no tenía una idea de cómo debía actuar.
Había sostenido su mano, y lo había abrazado. Y Draco no podía mentir y decir que no deseaba hacer lo mismo y más ahora; sólo que no tenía ninguna excusa para hacerlo, además de ningún vínculo. Porque no eran amigos, aunque tampoco podían considerarse enemigos en ese punto.
Potter y él eran algo más que "nada".
Pero eran menos que "algo".
Y después de todo, Draco no quería serlo tampoco. ¿Qué bien traería? No lo necesitaba, y… por favor; este hombre fue quien le dio las múltiples cicatrices que tenía en su torso. Quien por siete años seguidos no hizo más que mirarlo con desprecio, como si Draco no fuera mejor que una cucaracha. Quien no quiso escucharlo cuando sucedió lo de McGonagall. Él fue herido por la presión de fallarle.
¿Fallarle por qué?
Draco agitó la cabeza. Sólo debía preocuparse de que siguiera vivo. Todo lo demás era innecesario y poco útil.
Después de unos largos minutos, en los que no hicieron nada más que mirarse, Draco apartó la vista al observar cómo Potter se lamía los labios.
—Te prometo que te ganaré —dijo, retomando su conversación, mientras se aclaraba la garganta.
—No prometas cosas que no puedes cumplir.
—Prometo que volaré contra ti, entonces —espetó—, ¿te parece esa una oración más aceptable?
Potter apartó los ojos y bufó desdeñosamente ante su tono brusco.
—No prometas cosas que no puedes cumplir.
Draco no quería ser así. Era su cumpleaños, por el amor a Merlín, Potter merecía algo de tranquilidad y contento en vez de hostilidad. Pero las emociones en su pecho eran demasiado contradictorias y sin sentido para él. Trataba de pelear contra ellas, y eso significaba pelear contra Potter también.
Draco lo miró de nuevo, y se pasó una mano por la cara, frustrado. Potter le vio con extrañeza.
—¿Qué?
—Nada —escupió Draco.
Potter suspiró, al parecer tan exasperado como él.
Tal vez lo verdaderamente difícil entre los dos era que estaban evitando hablar de cosas demasiado importantes. O personales. Y es que era- imposible no hacerlo. Lo que había sucedido con McGonagall danzaba a su alrededor, listo para entrometerse en esa tregua no acordada. Draco sentía que si hablaba más de la cuenta, llegarían sí o sí a ese tema, a raspar los puntos sensibles del otro- y no quería nada de eso. No quería.
—¿Cómo están tus heridas? —soltó Potter entonces, como si buscara algo que decir para distraerse. Draco se llevó una mano de forma inconsciente a los cortes de su pecho.
Cobarde.
—Igual que siempre —respondió, fingiendo que no le importaba—. Ya casi ni siento el dolor. Creo que me acostumbré.
Una nueva brisa recorrió el espacio, aunque Draco pudo reconocer que no era una brisa cualquiera. La magia poderosa de Potter estaba en ella, provocada por lo que acababa de explicar.
Los vellos de su nuca se levantaron.
—No deberías acostumbrarte —espetó Potter.
—No. ¿Pero ves otra opción?
Por unos increíbles segundos, Draco creyó que Potter había avanzado hacia él, y que estaba a punto de levantar la mano para así poder tomar la suya, lo que lo hizo retroceder como si eso lo fuera a quemar. Fue inconsciente, como un método de defensa. Sin embargo, casi al instante se dio cuenta de que esa nunca fue la intención de Potter, y que, al contrario, este no parecía querer establecer ningún tipo de contacto entre ellos.
El estómago de Draco se revolvió, porque no tenía idea de qué mierda pensar, porque no sabía qué era lo que quería, y porque aquello no estaba trayendo nada bueno. Su visita no tenía sentido.
—Debería irme —anunció, sacudiendo la cabeza—. Tengo que planear- cosas…
Potter se quedó en silencio, inmóvil, y nuevamente la misma expresión con la que lo había recibido llegó a su cara, haciendo que Draco se preguntara en qué momento cambió. Una parte de sí quiso disculparse de nuevo por McGonagall, a pesar de que ya lo había hecho, y también quería preguntarle cómo estaba. Pero eso significaba involucrarse más. Draco simplemente no soportaba esa idea.
—Volveré cuando las pociones estén listas —dijo él, retrocediendo—. O cuando Astoria me lo pida.
Potter, de nuevo, no dijo una palabra mientras Draco le daba la espalda. Un ridículo rincón de sí mismo casi pidió que lo hiciera, que le pidiera que se quedara o se despidiera de él como lo hizo la noche que McGonagall murió. Pero no. Ni Potter lo haría, ni él lo quería verdaderamente.
Sin embargo, a mitad de camino de vuelta, Draco se giró de todas formas, como si un imán lo atrayera de vuelta a él. Harry había seguido con la mirada su trayecto.
—Potter —le dijo. Las estrellas eran lo único que iluminaba sus ojos—. Feliz cumpleaños.
No se quedó a ver su reacción.
•••
El primero de Septiembre, sucedió otro escándalo.
Por primera vez desde que Hogwarts había sido creado, menos de la mitad de los alumnos presupuestados a asistir tomó el tren con rumbo al castillo al inicio del año escolar. Sólo los sangre pura, junto a dos mestizos de primero, fueron los que terminaron yendo a Hogwarts. El resto de los chicos estaban escondidos y aparentemente ilocalizables.
Draco se mantuvo ocupado durante agosto a causa de la furia de Voldemort, que duró mucho más de lo que él hubiera predicho y que sólo creció gracias al fiasco del 1 de Septiembre. Por lo mismo, el Señor Tenebroso lo mantuvo ocupado dirigiendo grupos que buscaban cualquier escondite que pudieran tener los traidores. Draco, durante las misiones y a causa de los bruscos movimientos, había manchado varias de sus túnicas. Sus heridas se abrían de pronto, desgastándolo por completo tanto física como emocionalmente.
De todas formas, en medio del caos fue capaz de ir a la base una vez; durante la segunda semana de Septiembre.
Las pociones que llevaba haciendo desde hacía semanas estaban listas, así que Draco emprendió la marcha hasta la mansión durante una hora que tuvo libre. Harry fue el que lo recibió.
Draco se paró en la entrada, observándolo por lo que pudo ser una eternidad. Potter no lo invitó a pasar, ni se dio media vuelta para que Draco lo siguiera, no. Sólo lo miró, y Draco lo miró también. Detalló que su cara estaba aún más pálida y su aspecto más demacrado…
Y las ganas devastadoras de quedarse allí por siempre, junto a Potter, se apoderaron abruptamente de él.
Fue capaz de reprimirlas.
—Te ves como la mierda —le dijo, sin saludarlo.
Potter esbozó una pequeña sonrisa. Carecía de humor, pero no era desdeñosa sino suave. Un gesto casi inconsciente.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Draco le mostró la bolsa con viales sin dejar de detallar la delgadez que Potter había adquirido, y sintió una rabia inconcebible por Granger y Weasley. Por dejar que se derrumbara mientras él no estaba allí. Se suponía que eran sus mejores amigos, ¿no? ¿Así es cómo planeaban mantenerlo a salvo? ¿Ganar?
—No has estado durmiendo —espetó Draco, mientras Potter tomaba la bolsa—. No has estado descansando. Puedo apostar que no has estado comiendo.
La expresión de este volvió a ser fría.
—No veo cómo eso pueda ser alguno de tus asuntos.
Draco se mordió la mejilla. Quiso gritarle, porque por supuesto que era uno de sus malditos asuntos. ¿Acaso no recordaba, lo que sucedió la noche que McGonagall murió? ¿O lo que habían pasado juntos?
¿Quién fue el que le dijo que nada era su culpa?
Aparentemente eso no cambiaba nada. Estaban igual que- antes. Antes del viaje a Austria. Antes del ataque al Valle de Godric. Antes del secuestro de Rookwood. Antes de-
De conocerse.
Draco dio un paso atrás, sin intención de entrar al laberinto. La cabeza le dolió. Sus cortes se abrieron. Al menos así se sentía.
—Sí, tienes razón —respondió, indiferente—. No tengo por qué meterme en esto.
—Sabes que no me refería… —dijo, frotando sus ojos con una mano—. Sabes que no-
—No, lo entiendo. Fui un idiota. No tuve que haber señalado que te hacen falta las necesidades básicas-
—No puedo. Sabes que no puedo. —La voz de Potter flaqueó, haciendo que su corazón se estrujara—. Me es imposible-
—La extrañas —lo interrumpió—. Sé que lo haces, y sé que es probable que no te creas merecedor de disfrutar ni una comida. Lamento que tengas que… —Draco sacudió la cabeza sin saber cómo acabar esa oración—. Pero no puedes actuar así de ridículo, martirizándote por siempre y perdiendo fuerza.
Draco observó directamente a los ojos de Potter, esperando que viera que estaba tratando de ser sincero y abierto con él. Que lo mirara a los ojos y notara el malestar que verlo así le provocaba. Y no sabía qué esperaba encontrar de vuelta, pero no que Potter sonriera de nuevo, y que esta vez, no fuera una sonrisa suave o inconsciente. Era una de dientes enteros y puro auto desprecio.
—Claro —comenzó él con ironía—, porque sin mí no podremos ganar la guerra, ¿verdad? Sin mí no podrás ganar tú, ¿no?
Draco lo miró, incrédulo.
—No, Potter. Porque sin ti…
Calló antes de completar esa frase, y apretó los dientes con tanta fuerza, que creyó escucharlos crujir. Potter calló también, y sinceramente Draco no sabía si esperaba oír cómo terminaban sus palabras o no. Ni él mismo sabía con certeza qué era lo que deseaba decirle. El pulso retumbaba en su caja torácica, las manos le sudaban, y cada nervio de su cuerpo se movía al ver la piel de Potter que parecía brillar bajo la escasa luz.
Draco tenía claro que necesitaba distanciarse de él con urgencia.
—Tienes razón —dijo entonces, desviando la mirada—. Esto no es ninguno de mis asuntos.
—Malfoy-
—Te veré en un mes, supongo.
Draco se dio la vuelta. Frente a él, lo recibió puro campo, colinas, y niebla. Avanzó un paso mientras sacaba la varita, dispuesto a desaparecer.
—Malfoy.
Paró de golpe en su lugar. Toda la sangre desapareció de su cara. Su corazón se saltó un latido injustamente.
Había una mano sujetándolo.
Potter salió desde la base y envolvió los dedos uno de sus brazos, impidiendo que se fuera si no quería llevárselo a él también. El tacto quemaba por encima de las capas de ropa. Draco quería quitárselo. Quería sumergirse en él.
Potter se inclinó hacia Draco, poniendo la boca a un lado de su oreja.
—Gracias —susurró.
Draco cerró los ojos, sin contestar. No recordaba que Potter hubiera agradecido antes, no con sinceridad. ¿Y qué era lo que le estaba agradeciendo, de todas formas? ¿Que se preocupara por él, como hacía años no se preocupaba por nadie que no fuera su familia o Theo? ¿Qué quería decir Potter en realidad?
Dudaba que él mismo lo supiera.
Y aunque no significara lo que Draco deseaba que significara, era suficiente para que se volviera un completo manojo de nervios. Para que la angustia, el anhelo, y todas esas cosas en las que no quería pensar, salieran a flote como un rayo.
Gracias.
No se giró, no hizo nada. Draco nada más dejó que la incertidumbre lo inundara como llevaba haciéndolo desde que regresaron de Austria.
El agarre continuaba allí. Potter estaba a unos centímetros. Si daba un paso atrás, chocarían.
Pero no se movió.
Un segundo después, Potter lo había soltado, haciéndolo perder calor, y Draco oyó cómo comenzaba a cerrar la puerta y a perderse dentro.
—Nos vemos —dijo él, antes de que el portón cerrara.
Draco se Apareció de vuelta a la mansión sin decir una palabra.
•••
Una semana y media después de eso, Astoria le envió con Theo la petición de reunirse en la base, debido a que por fin tenía tiempo libre para volver a mirar sus recuerdos. Además, pidió encarecidamente que usara las máscaras de la Orden, porque no tenía idea si era confiable que la gente nueva que ingresó a la base los viera, y dijo que lo esperaría a cierta hora en las afueras de la mansión.
Cuando Draco llegó, sintió una extraña alegría al verla bien. Cosa que claramente no demostró.
—¿Tienes idea de cómo están rescatando gente? —dijo él, a modo de saludo.
Astoria le dio un pequeño empujón.
—Hola para ti también.
Draco agitó una mano, mientras ella sacaba su moneda para que los dejaran pasar.
—En serio, ¿cómo están rescatando a los que están huyendo, o a los que están en los campamentos?
—Digamos que… —Astoria comentó, mientras entraba al laberinto—. Que tu hermana sea la directora de El Profeta te permite a ti poner ciertas pistas allí sin que nadie lo note.
Draco, una vez más, se sorprendió gratamente con el ingenio que Astoria poseía. No lo había pensado, pero quizás ella ponía puntos de reunión en el periódico, escondidos, para que la Orden recogiera a la gente que supiera cómo buscarlos. Era un buen plan.
—Ya sé —Astoria suspiró, mientras entraban a la mansión y evitaban las miradas curiosas al verlos con máscaras—. Estás pensando lo inteligente que soy y cómo no te gustaría jamás ser mi enemigo.
Draco, por un segundo, se asustó.
—¿Estás escuchando mis pensamientos? —preguntó, entre ofendido y asombrado.
—No, tus barreras de Oclumancia son lo suficientemente buenas para que no pueda. No como las de Harry; a veces me harta saber todo lo que pasa por su cabeza. —Draco hizo una mueca—. Pero puedo adivinarlo, porque, ¿cómo no podrías pensar lo inteligente que soy? Y me lo confirmaste, además.
Draco, por primera vez en semanas, sonrió.
Astoria abrió la puerta de una de las usuales salas que ocupaban en las sesiones de Legeremancia y le indicó uno de los asientos acolchados. Draco giró su cabeza de lado a lado, observando el lugar, y supuso que había sido limpiado, porque cuando la base se llenaba de heridos, ahí debían descansar bastantes de ellos.
—Démosle una mirada a tu rubia cabecita. Necesito que te relajes —le dijo Astoria, una vez que tomó asiento—. Piensa en algo que… En algo que te haga sentir paz.
Draco no tenía recuerdos pacíficos en ese momento, ni personas que se los trajeran. Cada cosa en la que se enfocaba, o provocaba que su corazón latiera con fuerza, o que un nudo se instalara en su garganta. Por lo que nada más trató de regular su respiración y poner la mente en blanco, hasta que Astoria lo vio lo suficientemente calmado para ingresar a su cabeza.
Lo primero que saltó a su mente, fue lo último que él quería que la otra persona viera.
Y aquello, fue la imagen de Potter y él tomados de la mano, casi dos meses atrás.
Draco no hizo ningún movimiento, aunque por dentro se encogió un poco, esperando la burla de Astoria o el ruidito mordaz que ella iba a soltar. Pero aquello no sucedió nunca, y la mujer navegó por su mente como si no hubiese visto nada extraño.
Draco podía sentirla dentro, para nada invasiva, al contrario de Potter. Cuando él fue herido y le pidió que viera sus recuerdos, Potter ingresó a su cabeza como hacía la mayoría de las cosas: con fuerza e intensidad. Dolió. Astoria no era así.
En ese instante, un par de recuerdos bastante antiguos empezaron a reproducirse. Recuerdos que no eran muy bonitos. Una familia rogando bajo sus pies que no se llevaran al padre a una interrogación, mientras Amycus Carrow los abofeteaba y Draco luego era destinado a ser quien torturara al hombre. Aquella fue la primera vez que desmembró a alguien.
Para el final de la jornada, el hombre había perdido tanto su ojo como su mano.
Sintió a Astoria soltar un escalofrío, enfrentada a ver lo que Draco había hecho durante esos años. Lo más seguro era que se sintiera indefensa ante su presencia, por algo también retrocedió un paso; pero mantuvo la compostura. La conexión nunca se cortó. Astoria continuó explorando cada rincón casi con frialdad.
Poco después de que nada inusual pasara, de pronto Draco empezó a sentir que las barreras de Oclumancia estaban levantándose para expulsarla. Astoria se agarró a un espacio vacío de sus memorias, dispuesta a continuar examinando, y de un momento a otro-
Ambos estaban cayendo a un lugar desconocido y aparentemente infinito.
Cayeron. Cayeron. Cayeron hasta que los gritos que soltaba rasparon su garganta.
Y antes de que pudiera hacerse consciente de dónde carajos se encontraban, su madre estaba frente a él.
Por primera vez, el destino se apiadó y la memoria estaba lo suficientemente borrosa para no distinguir por completo qué pasaba. Había sombras, olores y sensaciones, y su visión le permitía adivinar qué era cada cosa, pero no podía verlas.
Sin embargo, sabía que la mujer en medio de esa celda de Azkaban, era Narcissa.
Estaba atada de pies y manos dentro de una jaula, y había tres varitas apuntándola. Draco, desde su lugar, se estaba agitando desesperadamente para llegar hacia ella.
—Ah, ah, ya te dijimos Malfoy… —dijo una voz a su lado. El Señor Tenebroso no estaba por ninguna parte. El Draco del recuerdo giraba la cabeza para mirarlo, y veía que este hombre estaba cubierto tras la máscara de Mortífago—. Un movimiento, y Narcissa…
Un dolor invadió a Draco desde su lado izquierdo de la cara, gracias a que un hombre lo había abofeteado con fuerza. Draco escupió, sin preocuparse mucho por eso, mientras veía a Narcissa suplicar. Se agitaba gracias a un maleficio, de una forma tan horrible que quiso apartar la mirada-
Pero una mano se enterró entre sus hebras de cabello, obligándolo a ver. Draco sentía la desesperación de no poder moverse mientras observaba a su madre sufrir en cada rincón de sí. La impotencia.
—¿Ves? ¿Ves lo que les pasa a los traidores?
Draco quería vomitar, su frente estaba perlada de sudor, y la única razón por la que se le ocurría que estuvieran haciendo eso era para incentivar a Narcissa a hablar. Pero Narcissa sólo gritaba, y los gritos se quedaban grabados en sus oídos como el peor sonido que Draco había escuchado hasta ahora.
No contentos con todo eso, el recuerdo avanzó de repente, y de un segundo a otro, vio a uno de los cerdos abrir su túnica-
Y llevar la mano hasta el borde de su pantalón.
El Draco de la memoria comenzaba a gritar y a tratar de alcanzarla de nuevo.
—¡No! —exclamaba—. ¡Háganmelo a mí! ¡NO!
Narcissa estaba tendida en el suelo, sollozando. Temblaba. Draco quería arrancarse los ojos, la garganta, la lengua. Daría todo. Todo para que el martirio acabara. Uno de los Mortífagos llevó la mano hasta adentro de su ropa interior, riéndose y-
Y ella sacó la voz.
—Tengo una solución —dijo, tiritando, con la voz rota—. Tengo una solución para hablar.
En ese instante todo se volvía negro, mientras Draco y Astoria eran expulsados del recuerdo, y las imágenes de la tortura se desvanecían ante sus ojos.
•••
Draco se llevó las manos a la cabeza instantáneamente, negando.
—Draco…
Unas manos se posaron encima de sus brazos, pero él trató de zafarse con brusquedad. Los gritos y sacudidas de su madre estaban repitiéndose, y el cerdo ese… estaba dispuesto a- a hacer lo que quería hacer- ahí, frente a sus ojos. Y Draco no había podido hacer nada. Nunca pudo hacer nada para salvarla. Era débil. Y-
Y su madre ofreció una solución para parar las torturas, seguramente más por él que por ella misma. Draco no quería saber qué había dado a cambio, enterarse significaba entrar a un grado de desolación más grande de lo que quería. Y no podía. Simplemente no…
—No puedo hacer esto —dijo. Su boca se sentía seca. Al parecer llevaba repitiendo lo mismo un buen rato—. No puedo. No puedo-
Astoria todavía estaba tratando de llegar a él, en medio de los manotazos.
—Sí puedes —le dijo, con firmeza—. Y lo harás.
Narcissa gritaba, sólo porque sabía algo que Voldemort necesitaba para proclamarse por completo triunfador. Su madre no había tenido un solo día en paz durante los últimos ocho años, y él estuvo a punto de presenciar cómo uno de los Mortífagos intentaba hacerle aún más daño.
—La veré sufrir —dijo Draco—. Todo el tiempo. Siempre.
—Sí —Astoria replicó, sin buscar mentirle—. Sí. Pero tienes que hacerlo.
—No puedo.
Draco dejó de afirmarse la cabeza al fin y la miró, mientras se llevaba una mano al cuello. No pensar en su madre era tan simple. Había tantas cosas sucediendo, que tener que revivir cómo fue la vida de Narcissa durante todos esos años, en los que él creyó que estaba bien, era peor que una pesadilla.
—Todos hemos perdido- —comenzó a decir Astoria, pero Draco la interrumpió con fuerza.
—¿Viste lo que le iban a hacer? ¿Tienes la mínima idea de lo que eso significa?
Astoria paró de moverse. Su respiración era calmada, mas había algo en su aura que delataba seguridad. Determinación. Rabia. Cosas que Draco no poseía en ese momento.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —replicó ella, con voz nivelada—. ¿Qué crees que hicieron los Mortífagos, para provocar que terminara aquí? ¿Tienes idea de lo que le hicieron a mi hermana?
Draco, aún agitado, miró en su dirección. Ambos estaban perturbados.
—¿Daphne? —preguntó con un hilo de voz.
Astoria negó cansinamente.
—No —respondió, lento—. Elizabeth.
Draco pasó saliva, viendo que las facciones de Astoria automáticamente se arrugaban, como si quisiera llorar. Era casi tan increíble como cuando vio a Potter hacerlo. Astoria estaba hecha para sonrisas, días soleados y jugarretas. Parecía antinatural pensar en ella llorando.
—Tú no tienes ninguna hermana llamada Elizabeth —murmuró Draco.
—Sí, la tengo. Tú nunca la conociste.
Astoria se alejó de él y tomó asiento en una silla, a unos pasos. Su mirada estaba fija en el suelo, jugaba con la máscara entre sus dedos y la capucha caía encima de su trenza. La revelación de Draco sobre una tal Greengrass de la que no existía registro le había servido para poder calmarse, aunque fuera un poco.
—¿Y qué hay de ella? ¿Qué tiene que ver con esto? —Draco no esperaba que su voz sonara tan dura.
—Fue mantenida en secreto, porque era una squib —contestó Astoria, con voz ausente—. Nunca supimos si mi madre engañó a mi padre, o si después de todo, nuestra línea no era tan pura como creíamos. Nadie hizo esas preguntas en voz alta. Elizabeth se crió en casa, y jamás tocó la luz del sol. No hasta que-
Draco trató de mantener la cara completamente inmóvil, pero que una familia tan antigua como los Greengrass tuviera un squib... Era un golpe y una ofensa, al menos para la sociedad sangre pura. Podía entender ahora por qué nunca se afiliaron con ningún bando. Corrían peligro si se pronunciaban. Esa tal Elizabeth sobre todo.
Astoria apretó los labios, como si no quisiera seguir hablando.
Pero la caja había sido abierta y no existía forma de cerrarla.
—En mi sexto año, en Navidad, volvimos a casa —continuó su relato—. La guerra estaba en su auge, y como familia nos estábamos manteniendo neutrales ante ella. Nunca creímos en los prejuicios de la sangre, pero sí que creíamos que era importante mantener la pureza, por mera tradición. Por eso, y porque cuando ella nació estaba gestándose la primera guerra, Elizabeth fue ocultada. Mis padres dijeron que murió en el parto.
»Como sea —Astoria parecía hecha pedazos, sólo de pensar en su hermana. Draco por poco se compadeció de la chica desconocida—. En la Navidad, Yule- como se llame- de 1997, volvimos a casa, y Daphne y yo teníamos este estúpido deseo de ir al Callejón Diagon. ¿Recuerdas los eventos que se hacían, lo lindo que se veía en esa época? —Draco asintió. Sus padres disfrutaban llevarlo el veinticinco. Una vez recordó ir después de la cena, en la víspera de Yule—. Pero nunca se nos permitió asistir, porque cenábamos en familia y Elizabeth no podía dejar la casa. Pero ese día deseábamos ir de todas formas porque éramos jóvenes, y éramos estúpidas, y no nos tomábamos la guerra del todo en serio. Porque éramos sangre pura.
Draco observó los mechones sueltos de su trenza que le caían encima de la frente, y se preguntó cómo debió sentirse eso… El tener dieciséis y aún poder preocuparte de cosas tan banales como ver las luces del Yule, en vez de la guerra. Le gustaría haberlo sabido, si hubiese tenido la oportunidad. Pero las vacaciones de Navidad de 1977 estuvo preocupado de no ser dado de alimento a Nagini, más que de los regalos que podrían darle.
—Por supuesto que era vagamente consciente —Astoria repuso, como si hubiese escuchado sus pensamientos—. Mi mejor amiga y primera novia era nacida de muggles, y tuvo que faltar todo ese año escolar porque en Slytherin se sabía sobre su condición. Pero como nunca presencié realmente la brutalidad de los Mortífagos, no sabía la magnitud de su crueldad. Eran buenos con nosotros. —Astoria hizo una mueca de auto desprecio ante esto último, y Draco casi la imitó. Viendo los bandos de afuera y siendo sangre pura, los Mortífagos parecían justicieros en vez de lo que realmente eran—. Así que… decidimos fugarnos durante la noche al Callejón Diagon.
»Elizabeth nos vio. Se había levantado a servirse un vaso de leche, y nos encontró escapándonos. Nos negó ir y nos amenazó con acusarnos a nuestros padres, pero nosotras le ofrecimos llevarla; la seducimos con las descripciones del Callejón Diagon. Le- le contamos sobre Gringotts- y Florean- y… los Sortilegios Weasley… y todas las cosas que ella nunca… Ella… —Astoria apretó la máscara con más fuerza. Pausó unos segundos porque su voz había comenzado a temblar—. Y ella al final aceptó unirse a nosotras. Sería una escapada de una noche, nada serio, pero… cuando llegamos allí a través de una Aparición conjunta, los Mortífagos ya estaban atacando.
La cara de Astoria se había hecho más sombría, y Draco podía visualizar perfectamente lo que vio cuando llegó al Callejón Diagon: las tiendas siendo saqueadas, los locatarios siendo raptados para ser interrogados. Fuego y caos por todas partes. La gente corriendo. Las luces de los faroles prácticamente quemadas.
Lo mismo que él vio la noche que Potter y la Orden hicieron explotar la mitad del mundo mágico.
—No había forma de escapar —prosiguió ella, perdida en su cabeza—. Las barreras Anti-Aparición habían sido colocadas. Recuerdo a Elizabeth cubrirse las orejas con las manos, comenzando a llorar. Era la mayor, pero nunca vio algo así. Jamás. Esa era su primera vez fuera de la Mansión, y- —Astoria se obligó a tomar una honda respiración, porque nuevamente estaba al borde de las lágrimas. Draco no necesitaba ser Legeremante para saber que la culpa se la estaba comiendo viva—. La multitud que corría nos separó. Daphne se fue por su lado, yo por el mío, y ambas estábamos desesperadas por encontrar a Elizabeth. Quería llamar a mis padres, o a quien fuera, pero no sabía hacer un Patronus. ¿Aunque sabes que sí sabía? —Astoria esbozó una sonrisa sin humor, apuntándose a sí misma—. Me convertí en una serpiente. No lo dominaba por completo aún, todavía estaba aprendiendo las transformaciones, pero en medio de la desesperación lo hice, y de esa manera busqué a Elizabeth.
Draco recordó, meses atrás, cuando vio a Astoria colgada del cuello de Harry. Y, si hubieran sido otras circunstancias, la memoria lo habría hecho sonreír. En ese preciso instante, viendo cómo los horribles recuerdos surcaban cada gesto de la mujer, sólo podía pensar que nunca antes- la había visto. No así.
La primera lágrima resbaló por la mejilla de Astoria.
—Eventualmente, la encontré, estaba gritando como nunca la había escuchado gritar, en un pequeño pasaje. —Las lágrimas caían y caían, y Draco sabía exactamente del pasaje del que estaba hablando—. Ella… Ella…
—Astoria- —trató de tranquilizarla. Astoria no lo dejó.
—La estaban agarrando. La golpeaban y tocaban y- no sé qué más. No sé si quiero saber qué más. Eran cuatro Mortífagos.
La oración cayó entre ambos, creando un ruidoso silencio.
Era terrible. Era peor de lo que él imaginaba. Quiso tomar la mano de Astoria, pero fue incapaz de moverse. Astoria se estaba abrazando a sí misma.
Draco cerró los ojos, y las imágenes de lo que acababa de ver en su propia memoria pasaron frente a él. Su madre en el suelo. Un Mortífago acercándose a ella con claras intenciones de dañarla. De romperla por completo.
—Preguntaban cómo una muggle estaba allí, y si planeaba robarle la magia a alguien —siguió Astoria, con la voz rota gracias al llanto—. Y- me paralicé.
Draco conocía muy bien esa sensación. Sentir que el miedo y la crueldad de una situación te consumía al punto de no ser capaz de actuar, de no ser capaz de hacer algo más que limitarte a mirar, mientras está pasando algo frente a ti que simplemente no parece real. Tu cerebro te pide actuar, te pide hacer algo, sabe que tienes que hacer algo. Pero tu cuerpo se niega a responder. Y debes cargar con la culpa de lo que hiciste, o de lo que no, cada día durante el resto de tu maldita vida.
—Tenía dieciséis —dijo ella con desespero—. No sabía qué hacer, y ella sangraba y lloraba, y ellos reían. Yo sólo quería- tenía dieciséis, yo solo quería ir a ver luces de Navidad —Astoria hablaba demasiado rápido, como si estuviera tratando de excusarse ante Draco. Como si él pudiera juzgarla—. Tenía tanto miedo. ¿Qué pasaba si me dejaba ver, me- me harían algo a mí también?
Draco quería vomitar.
Astoria también parecía querer hacerlo.
Mientras veía las finas líneas de expresión que enmarcaban el bello rostro de Astoria, Draco pensó en que pasó casi diez años culpándose, todavía lo hacía, y probablemente mucha gente la culparía también si supieran la historia. Pero él entendía a la perfección la parálisis que podía recorrerte al ver que algo horrible está pasando frente a ti. Tener miedo de intervenir, por no querer salir herido. E independientemente de cualquier cosa… Astoria era una niña cuando eso sucedió. ¿Cómo alguien podría juzgarla? Deseaba quitarle ese tono de culpabilidad.
—Desafortunadamente, nunca descubrí qué sucedería si me veían —ella dijo, mientras su barbilla temblaba—. Antes de que pudiera transformarme, uno de ellos- ella- no- —Astoria tomó un hondo suspiro, pero la oración salió en medio del llanto de todas maneras—. La mataron. La desgarraron, y la mataron. Frente a mis ojos.
Por unos cuántos minutos, la estancia se llenó de nada más que la respiración agitada de Astoria quien a todas luces lo único que deseaba era no llorar frente a él. Y Draco la observaba en silencio, tratando de buscar en su cabeza palabras gentiles que se solían decir cuando una persona acababa de contarte algo traumático. Pero nada venía a él. Draco no estaba hecho para esas cosas, por mucho que le gustaría que parara de llorar o dejara de sentirse culpable, porque una vez más- los únicos culpables eran los Mortífagos. Por agregar a su lista personas que merecían ser vengadas.
Simplemente no podía encontrar las palabras correctas, cuando él se encontraba en shock también. La voz de Narcissa se escuchaba en algún lugar, diciendo: "Tengo una solución". Lo que acababa de contarle Astoria le rondaba la cabeza.
Un "lo siento" jamás llegaría a remediarlo.
En ese instante Astoria dejó de sorber y lagrimear, y fijó la mirada en Draco. Penetrante. Casi acusatoria. Draco se la mantuvo.
Sus palabras anteriores se repetían. El escenario que Astoria había plantado en su cabeza era asqueroso y crudo.
—Yo tengo las memorias aquí —le espetó, como si recordara por qué estaba hablando de todo eso—. Las revivo cada día. Cada vez que mi padre se marcha con esa asquerosa capa roja. Cada vez que mi madre no nos deja salir ni a Daphne ni a mí. Cada vez que mi hermana es obligada a publicar algo en lo que no cree en El Profeta. Elizabeth está ahí, y- —Ella suspiró, frustrada—. Entiendo por qué no puedes, por qué crees que no puedes ver lo que le hacían y de lo que te hacían parte a ti. Pero debes hacerlo. Tienes que. Ella no merece tu olvido, Draco. Ella no merece que finjas que nada sucedió.
Las palabras lo golpearon en el centro de su caja torácica, y por unos segundos sintió cómo se quedaba sin aire. El dolor, el duelo- estaba allí, por supuesto, seguía allí en algún rincón de su cuerpo, mirándolo y preparándose para el momento en que bajara la guardia y así entrar y apoderarse de él, cuando la muerte de Narcissa verdaderamente le pegase.
Por ocho años, su madre estuvo presa y Draco sólo la veía de vez en cuando. Que él recordara, al menos. Por lo que su pérdida nunca se había sentido verdaderamente una pérdida. Su vida continuó siendo la misma, sacando a la Orden de la ecuación. Y a pesar de que sabía, racionalmente, que su madre fue asesinada, que estuviera verdaderamente muerta era lo que más le costaba aceptar.
Porque, ¿cómo Draco se las arregló para perderla? Hizo todo lo que podía para ganarse el respeto y la confianza de Voldemort, hizo todo lo que se esperaba de él, sólo por ella. Y aún después de tanto continuaba haciéndolo, uniéndose a la Orden y vengándose de todos aquellos que la dañaron.
¿Cómo podía ser, que nada fuera suficiente?
¿Que sin importar lo que hubiera hecho, Narcissa murió de todas formas?
No parecía tener sentido. Y aceptarlo significaba enfrentar el dolor. Aceptar lo que había pasado. Que la sostuvo entre sus brazos y le dio un funeral indigno. Draco no estaba listo. No todavía.
Ella no merece que finjas que nada sucedió.
Draco sentía que se volvería loco si se dejaba sucumbir al dolor, si dejaba que se apoderara de él. Había sido herido demasiado en otros ámbitos, y aceptar que su madre estaba muerta, y que ya verdaderamente nunca hablaría con ella una última vez, unos cuántos segundos- era más de lo que podía soportar.
Draco no era alguien fuerte.
Astoria estudió su rostro, así como Draco lo hizo con ella. Ya se había calmado, pero de todas maneras una tristeza que él no había visto antes estaba presente ahí, en todos sus gestos. Motivando cada palabra y sonrisa. Draco creyó que Astoria era alguien vibrante y feliz.
Pero no.
Estaba igual de jodida que cada uno de ellos.
Lo que sucedió… Draco ni siquiera tenía palabras para describirlo.
—¿Cómo terminaste aquí? —decidió preguntar, cauteloso.
Ella pareció agradecer el cambio de tema.
—Soy parte del departamento de Regulación de Nacidos de Muggles. Me especialicé allí para salvar a todos los que podía —respondió, mirando a Draco significativamente—. Sospeché que Theo estaba haciendo cosas no muy legales, así que no le saqué el ojo de encima por meses. Cuando tuve la oportunidad, me transformé en serpiente, lo seguí, entré con él aquí, y luego me transformé en el patio diciendo que lo mataría si no me hacían parte de la Orden. El resto es historia.
Ella terminó de relatar con una sonrisa que acabó de limpiar las últimas lágrimas de sus mejillas, pero Draco se sintió incapaz de corresponderla. Porque las palabras, una vez más, quedaron atascadas en su memoria. No podía sacarse de encima la sensación amarga que la historia de Astoria había dejado, el sufrimiento de su hermana y además, le recordaba que ella estaba haciendo cambios reales. Ella sí estaba ayudando y salvando a los niños nacidos de muggles que podía. Y él- la ley que promulgó…
—Tú realmente no querías eso, ¿verdad?
Draco parpadeó confuso, enfocándose en Astoria.
—¿Estás escuchando mis pensamientos? —preguntó, menos indignado de lo que quería sonar.
—Tu mente está sensible por mi intromisión. Lo siento.
Por eso hablaba y contestaba como si supiera qué estaba pensando…
—No —terminó respondiendo Draco a su pregunta—. Quería salvar a unos cuántos...
—Y lo hiciste —Astoria le aseguró con rapidez—. Los que tenían permitido ir a Hogwarts se salvaron. Hasta ahora.
—Pero y los otros-
—Jode saber que no todos pueden ser salvados, pero, ¿qué más podías hacer? —insistió, como si convencer a Draco de que no era una total basura fuese su meta personal—. La única opción que había antes era… matarlos. Esa ley también me ha dado la oportunidad de rescatarlos, ¿sabías? Como debemos ir a buscarlos y traerlos acá para las pruebas, se ha hecho más fácil inventar excusas o falsificar registros en el departamento. Ayudaste, Draco. Quizás no de la forma que pensabas, pero lo hiciste.
Sus defensas tambalearon. Draco quiso gritar. Reír. Buscar a Eric y preguntarle qué pensaba. Que le dijera qué tan mierda era en realidad.
Porque no le creía a Astoria. En absoluto. Pero era agradable saber que al menos una persona consideraba buenas las cosas que había hecho, aunque fuese por lástima.
Astoria abrió la boca ante eso, como si quisiera negar ese pensamiento, pero luego la cerró. Y Draco lo prefirió así.
Se quedaron en silencio un largo rato, y las memorias compartidas en la habitación colgaron en el espacio, llenándola. Astoria había vuelto a lucir sombría. Draco pensaba en su madre. Pensaba en Eric. No quería nada. Lo quería todo.
Estaba harto.
Al cabo de unos minutos, Astoria suspiró. Triste. Lo miró y puso una mano en su hombro.
—Creo que Harry te estaba buscando —le dijo, lentamente—. Quizás deberías ir a verlo.
Draco se marchó antes de sobrepensar las cosas más de lo que quería. Se marchó sin preguntarse cómo era que Astoria sabía eso.
•••
Harry estaba saliendo del cuarto de entrenamientos cuando Draco iba a comenzar a buscarlo. Ambas puertas estaban la una al lado de la otra, por lo que ninguno esperaba ese encuentro tan abrupto. Cosa que se demostró, porque por unos largos segundos, no hicieron más que mirarse.
Potter tenía la misma cara que días atrás, cuando le agradeció. Lucía perdido, y su semblante y delgadez tampoco habían desaparecido, claramente. Draco observó su cabello desastroso, sus lentes torcidos, y reprimió las ganas de acercarse.
—Potter. —Asintió—. Astoria me dijo que me estabas buscando.
Potter pareció despertar de su ensimismamiento.
—Sí.
Harry dio unos pasos hasta donde Draco estaba con las manos en los bolsillos de sus gastados jeans muggles. Tenía la cabeza gacha, aunque pudo notar de igual forma cómo sus ojos descansaban más tiempo de lo necesario en la insignia del Nobilium en su pecho.
Como el recordatorio de cosas no dichas.
—¿Y bien? —preguntó Draco, al ver que no hablaba.
Potter fijó nuevamente la atención en su rostro.
Detalló el cansancio que tenía encima, y sólo pudo pensar en que Harry estuvo culpándose; que llevaba haciéndolo por todos esos meses, y que la muerte de McGonagall le había pesado como nada. Draco podía imaginarlo con claridad, mirando el techo y repasando en su cabeza todas las cosas que pudo haber hecho y no hizo; o todas las cosas que debió hacer, pero no fue capaz. Draco quería preguntarle cómo estaba. Si se encontraba solo. Si podía ayudarlo.
Potter también lo estudiaba de vuelta, pestañeando con lentitud.
—¿Tom te ha estado trayendo muchos problemas?
—¿Por qué la pregunta? —dijo Draco, frunciendo el ceño. Harry hizo un gesto que abarcaba su rostro.
—Tu cara.
—¿Estoy demacrado?
—Sí. No lo había notado antes.
Draco sonrió vagamente por la dura y característica honestidad de Potter, y llevó la yema de sus dedos a la gran cicatriz que cruzaba su piel. Estaba durmiendo poco, el Señor Tenebroso apenas lo dejaba descansar, pero al menos comía. Caso contrario al hombre frente a él.
—No he podido venir aquí por lo mismo —contestó—. El Señor Tenebroso no me ha dejado tranquilo desde julio.
—¿No quiere descuidar a su torturador personal?
La pequeña sonrisa se le borró de la cara de golpe.
Potter desvió la mirada.
¿Qué carajos fue eso?
Sus facciones se tensaron, y aunque parecía molesto, no lucía como si la molestia estuviera dirigida a Draco; conocía mejor que nadie qué cara ponía Potter cuando se enojaba con él. Los ojos le llameaban, sus dientes se apretaban, y parecía dispuesto a lanzarse encima para maldecirlo en cualquier segundo.
Eso… lucía más como impotencia que cualquier otra cosa.
Draco se limitó a mirarlo, instaurando su máscara fría, y Potter sacudió la cabeza bruscamente.
—¿Cómo están tus heridas? —terminó preguntando él, haciendo que Draco fuera nuevamente consciente del escozor y cómo con cada respiración se contraían.
—Igual que siempre.
—¿No piensa curarlas en algún momento?
Lo último fue escupido con rabia, pero de nuevo, no era rabia dirigida hacia Draco, sino a… el Señor Tenebroso, quizás. Draco se llevó una mano hasta encima de la túnica y por unos segundos, titubeó. No entendía por qué Potter estaba actuando así. Si estaba enojado con él, que se desquitara con él y ya.
Suponía que, al final de todo, no podía comprenderlo tanto.
—¿Por qué te importa? —terminó diciendo.
La respuesta de Potter fue tajante.
—No me importa.
Draco no pudo hacer más que mirarlo.
Potter tenía esa expresión cerrada, tal como la que él tenía también. Y mientras lo miraba, Draco sólo pudo pensar en Austria. En el momento que Harry se quedó con él cuando Voldemort lo hirió y escribieron "cobarde" en su piel. Draco recordó las manos entrelazadas y la noche en que lo abrazó. Y-
Aquello era para mejor.
Su mente se aferró a ese pensamiento.
Se habían involucrado demasiado, eso estaba claro, y Draco ni siquiera entendía cómo sucedió. Pero daba igual porque no estaba destinado a ser duradero. Potter era… Potter. Héroe, Elegido. Y Draco era...
No era nadie.
Un arma.
Mortífago.
Astaroth.
Draco torturó a Minerva McGonagall, y a cientos y cientos. Hizo y dijo cosas horribles. Draco no era buena persona, jamás lo fue. Desde pequeño su relación nunca estuvo destinada para nada más que insultos de pasillo y ataques a punta de varita. Nunca fueron ni serían nada más. Lo sabía a la perfección.
Eso no significaba que no dolía.
—¿Qué es lo que quieres, Potter? —preguntó Draco, con frialdad—. ¿Para qué me querías ver? Dime, para así irme y dejar de incordiar al Elegido.
Potter se pasó una mano por el cabello, destilando frustración.
—Malfoy, yo- sabes que-
—¿Qué quieres? —espetó, perdiendo la paciencia. Sintiendo la desesperación en cada nota de su voz—. ¿Qué mierda quieres?
Potter cerró los ojos.
Un "No lo sé" estaba escrito por toda su cara.
Draco negó. Eso no era su problema. Nada de eso lo era, y también era demasiado complicado para preocuparse de ello en medio de una guerra. No quería deducir qué carajos significaba que su corazón latiera tan rápido, o por qué una charla tan absurda como esa le provocaba una opresión en el pecho, cuando en realidad no se estaban diciendo nada del otro mundo. Nada peor de lo que ya se habían dicho antes.
No podía preocuparse por nada de eso, no ahora.
Y Potter pareció llegar a la misma conclusión.
Tomó aire, queriendo dejar el tema atrás y Draco se preparó para escuchar lo que sea que tuviera que decirle.
—Pronto sacaremos a tu padre de Azkaban —le soltó, sin un ápice de anestesia.
Por unos segundos, lo único que Draco sintió fue vacío. Entumecimiento. Miró a Potter, sin creerlo del todo. Eso era- era lo que llevaba queriendo por meses, y en medio del embrollo lo había olvidado. Pero ahí estaba.
Entrarían a Azkaban.
Draco se llevó una mano al borde de la túnica, apretando con fuerza. Sentía cómo su presión había bajado.
—¿Por qué? —susurró.
—Porque no tenemos opción.
Draco sólo escuchó la mitad de esa frase, a lo lejos. Porque su cabeza imaginaba el camino que se abría. La posibilidad de volver a tener a su padre y descubrir qué carajos pasaba con él. Romper la Imperius. Que le dijera qué tanto fue su culpa y qué tanto no.
Que pudieran estar juntos en un mundo donde su madre ya no existía.
Draco sintió cómo las rodillas le fallaban, pero no alcanzó siquiera a tambalear. Unos brazos se aferraron a sus costados, sujetándolo por debajo de los codos para así mantenerlo firme en el lugar. Los ojos de Potter de pronto estuvieron a centímetros de los suyos. Su piel traspasaba un calor que no podría considerarse normal.
Extrañamente, no lo dejó ir como si Draco fuese la peste, de la forma que lo había estado tratando las últimas semanas. Al contrario. La cercanía pareció acercarlos también de otras formas. Draco sintió que una de las manos de Potter subía para descansarla encima de su cuello.
—Potter-
Potter lo aferraba con fuerza. Draco sentía el calor y los dedos enterrados en su piel. Rudamente. Potter nunca hacía nada con delicadeza.
Estaban cerca.
El corazón le latía. No entendía nada. O quizás, por fin lo estaba entendiendo todo. Pero deseaba pelear contra ello. Contra ese conocimiento. Contra la mano encima de su cuello y la caricia al borde de su nuca.
—Draco, si-
—¡Draco!
Ambos se giraron al sonido, y prontamente Draco extrañó el calor que lo había embriagado y que lo hizo olvidar, sólo por unos segundos, la razón de su agitación. Fue traído de vuelta al presente.
Cuando miró en dirección al grito, Astoria salía de la sala donde habían estado. Compuesta de nuevo, sin un rastro de lágrimas, pero irremediablemente triste.
—Me están llamando, del Ministerio —dijo ella—. ¿Quieres acompañarme?
Astoria sacó su varita y la apuntó a una especie de reloj que traía en la muñeca, el cual estaba teñido de rojo. Los ojos azules se fijaron en los suyos, mientras que los de Potter los imitaban.
—Debo ir a buscar a unos niños que presentaron signos mágicos, para llevarlos al Ministerio a su prueba —Astoria explicó apresurada al ver su confusión—. Tengo que llegar antes para advertirles, y que se marchen con su familia, porque si no, una de las posibilidades es que sea transformado en un…
—Servi —completó Draco inconscientemente. Astoria no contestó de inmediato, pero luego decidió ignorar su intervención.
—No puedo ir sola —continuó—, necesito refuerzos por si me encuentran, pero debo ir ahora.
Draco se sacudió, y puso muy, muy lejos todo pensamiento acerca de su padre y de su madre y de las cosas horribles que habían sucedido. No prestó atención a su estómago apretado, y a la incertidumbre que la situación "Potter" traía en él. Sacudió la cabeza, tomando una decisión rápida.
—Pero pueden sospechar si te ven conmigo…
—Es que nadie me verá contigo, te ocultaré, obviamente. Sólo no puedo ir sola. Normalmente me acompaña Theo, pero ahora no sé dónde está.
—Sí, sí —respondió entonces—. Vamos.
Astoria pasó delante de ellos, luego de darle una pequeña palmadita en el hombro a Harry, y Draco se giró, porque no quería escuchar qué podría tener el hombre para decir, y porque realmente no había nada de qué hablar.
Sin embargo, unos dedos se enroscaron en su muñeca una vez más, y Draco miró por encima de su hombro malhumorado, dispuesto a preguntarle al idiota qué quería.
Pero Potter le ganó.
—No mueras —dijo abruptamente, sonando más honesto de lo que Draco lo había escuchado en un largo tiempo. Sintió una tela deslizarse entre sus dedos. Potter le había entregado la capa invisible.
No supo qué responder en un inicio. No supo qué hacer, más que tomarla.
Después, arqueó la espalda, elevando el mentón. Aquello no significaba nada. Era por Astoria
Nada más.
—¿Por qué? —preguntó con desdén—. A ti realmente no te impor-
—Sí, me importa —Harry lo interrumpió, dejando una leve caricia en su dorso—. Y no quiero que mueras.
No quiero que mueras.
El retorcijón de su estómago creció.
Era diferente a un "No puedes morir, porque sin ti el espionaje se acaba". Era diferente a un "No tienes derecho a morir". O a un "Cuídate, eres necesario para la Orden". Potter sujetaba su brazo, y sus ojos parecieron relucir por primera vez en meses, y Draco no sabía qué responder, porque- porque esa era la primera vez que Potter decía algo como eso. ¿Y qué significaba que no quisiera que muriera? ¿Por qué no querría? Draco torturó a McGonagall. Draco era una persona terrible, y ambos estaban conscientes de eso.
Y aún así-
—Tienes que ver a tu padre de nuevo —dijo Potter, ante su silencio.
Y Draco, si se permitiera ser un poco más delirante, habría creído que Potter agregaría un: "Y a mí también."
Pero eso no sucedió y él no lo esperaba, no en realidad. Estaba sobrepensando demasiado cosas sin importancia.
La mano de Potter dejó de sostener la suya entonces, y Draco se marchó sin mirar hacia atrás.
