Bajo la capa invisible de Potter, Draco pasó al mundo muggle junto a Astoria.

Durante la primera porción de la tarde se dedicaron a buscar las dos señales de magia que se habían dado en Londres, y a esperar ser escuchados. Astoria le explicaba que si los papás de un mago se rehusaban a hacer algo respecto a las opciones que les daban, (huir, en su mayoría), no le quedaba más remedio que Obliviatearlos. Después, enviaban una señal al Ministerio a través de su reloj diciendo que "había encontrado un sangre sucia" y esperaban a que sus compañeros fueran a buscarlos. No podía obligar a nadie a hacerle caso, lamentablemente, a pesar de que lo había intentado más de una vez. Lo único que le quedaba, en tales casos, era rezar que el niño pasara la prueba de aptitud mágica, y se le permitiera vivir en una de las residencias para nacidos de muggles hasta que entrara a Hogwarts.

Cualquier cosa, mientras no fuera convertido en un Servi.

En la primera casa que fue localizada, los padres se negaron a actuar, por lo que la niña que presentó señales de ser bruja ya había sido llevada de vuelta al mundo mágico. Astoria y Draco se apresuraron en llegar a la siguiente vivienda antes que otro de sus compañeros lo hiciera. Ella lo tomó del brazo, verificando en su reloj la ubicación dada, y sin dudar los Apareció a ambos en otra zona.

Cuando Draco miró a su alrededor, aún bajo la capa, se dio cuenta de que estaba en uno de los distritos más lujosos que había visto en su vida. Bien lejos, podía leer un letrero con el nombre Knightsbridge en él, aunque no era posible distinguir mucho más. La zona era tranquila; había automóviles muggles estacionados alrededor de la angosta calle y, frente a ellos, una gran mansión se alzaba. Era más pequeña que la Mansión Malfoy y la Mansión McGonagall, y se veía infinitamente más acogedora; pero aparte de esas obvias diferencias, lo que más le impactaba a Draco al ver ese paisaje, era lo diferente que se veía a su mundo. El sol se estaba escondiendo a lo lejos, y creía escuchar el sonido de gente riendo también. Eran cosas que en el mundo mágico ya no se apreciaban. El sol no asomaba nunca, no de verdad, y caminar por una calle era igual de silencioso que andar por el cementerio.

Astoria subió la pequeña escalera de la casa sin prestar atención a esos detalles, y tomó la antigua aldaba de hierro de la puerta, la cual tenía tallada un oso. Draco escuchó cómo el pesado metal caía contra la madera. Luego, una voz se oyó desde el costado de la entrada.

—Buenas tardes, ¿en qué podría ayudarles?

Draco no tenía idea de donde venía el sonido, pero mantuvo su mirada al frente por si acaso. Astoria, claramente más experimentada, dio un paso en la dirección de donde la voz había hablado. Draco vio de reojo cómo presionaba un botón en un aparatito gris en la pared del lado de la puerta.

—Buenas tardes, mi nombre es Astoria Greengrass. Me gustaría hablar con la señora Tabitha Walker, por favor. —Levantó una placa que Draco, estaba seguro, se encontraba embrujada para mostrar algo que no era, y la llevó hacia el aparato—. Venimos de parte del gobierno. Le aseguro que nadie está en problemas.

Astoria dejó de apretar el botón y se devolvió a su lado, portando esa sonrisa encantadora que casi siempre tenía impresa en el rostro. Aunque, una vez más, Draco no podía dejar de ver la tristeza que abundaba en ella.

Cuando la puerta se abrió, Draco arqueó los hombros y recibió a la mujer que los miraba detrás del umbral. Debía tener alrededor de unos cien años, (aunque los muggles envejecían diferente, ¿no?), y parecía cautelosa al observarlos. Sus ojos detallaron la cicatriz que le cruzaba el rostro lentamente, y cuando chocaron miradas, creyó haberla visto retroceder, asustada. No era la primera vez que alguien reaccionaba así.

Sin embargo, una vez que notó a Astoria, pareció suavizarse y decirse a sí misma que una joven tan encantadora no podría hacerles mal, incluso si él la acompañaba.

—Bienvenidos —dijo ella en un acento extraño, mientras les abría la puerta—. Los guiaré al salón principal, donde la señora los espera.

Draco miró a su alrededor brevemente, mientras los llevaban a una de las primeras habitaciones de la mansión. Las paredes eran blancas, y el piso estaba hecho de mármol, o diseñado como este. A unos metros, a su izquierda, una escalera en forma de caracol daba al segundo piso; y los cuadros que adornaban el pasillo durante el trayecto, extrañamente, no tenían ningún retrato o alguna foto de la familia que habitaba allí.

Astoria siguió con complacencia a la mujer que los guiaba. Juntos entraron al cuarto que ella abrió, dejándolos pasar para luego marcharse y cerrar la puerta tras de sí.

Cuando Draco miró al frente, una mujer de cabellos oscuros le devolvía la mirada.

Estaba parada a un lado de una pequeña mesa con una expresión impenetrable, y usaba ropa que era a todas luces bastante cara. Debía tener unos cuarenta años, quizás menos, y sus facciones eran suaves a pesar de su gesto duro. Le resultaba algo familiar. Ella les hizo un gesto hacia las sillas para que tomaran asiento, y cuando lo hicieron, la mujer se sentó también, sin dejar de analizar cada uno de sus movimientos.

—Buenas tardes, ¿desean una taza de té? —dijo, en un acento pomposo. Astoria y él negaron con la cabeza—. Muy bien… discutamos los asuntos por los que me han honrado con su visita, entonces.

Todos los presentes podrían ser mucho más formales de lo que ya eran. Podrían pasar por cada uno de los manuales de etiqueta que se tenían en esas situaciones, sin ir al grano. Mas, era notorio que la señora de la casa estaba nerviosa, y ellos tampoco tenían mucho tiempo para contarle el por qué de su visita como para malgastarlo en tonterías.

Astoria le dedicó una sonrisa antes de hablar.

—Trataré de ser lo más franca y breve posible, señora Walker, porque no tenemos mucho tiempo.

La mujer elevó una ceja al escucharla, pero no contestó. Su boca estaba hecha una tensa y fina línea, y mientras Draco más la observaba, a ella y a su pose elegante, más familiar se le hacía.

—Entonces, no lo desperdiciemos con preámbulos inútiles.

Astoria asintió, sin borrar la sonrisa.

—Esto tiene que ver con su hijo Deneb, señora.

—¿Me podría explicar qué posiblemente tendría que ver mi hijo en todo esto? —La voz de la mujer sonaba alta y amenazante. A Draco no le impresionaba, aunque Astoria estaba tratando de ser lo más sensible que podía al respecto.

—¿Alguna vez ha visto que suceden cosas raras a su alrededor? —preguntó ella, con emoción y algo de cautela—. ¿Cómo hacer explotar vasos?, ¿levitar cosas? ¿O incluso situaciones menores, pero igualmente extrañas?

Algo en el gesto de la mujer se fracturó.

—Mi hijo es completamente normal, muchas gracias —dijo ella entre dientes.

—No, no, señora. Me está malinterpretando —Astoria se apresuró a rectificar, en caso de haberla ofendido—, y como le he dicho, no tenemos demasiado tiempo. Su hijo, está lejos de ser normal. Su hijo es extraordinario.

Las mejillas de la mujer se tiñeron de color carmesí, claramente ofendida. Draco rodó los ojos, a sabiendas de lo que probablemente iba a decir a continuación.

—Le voy a pedir que se va-

—Su hijo es un mago —soltó él entonces, sin un poco de anestesia.

Las cabezas de las mujeres se giraron a encararlo cuando habló. Una, sorprendida, y la otra evidentemente molesta por su intromisión. A Draco no le importaba. Necesitaban salir de allí lo más rápido posible o llegaría gente que no debía.

—¿Disculpe?

—Así como lo escuchó. Su hijo presentó signos de magia hace una hora, lo suficientemente fuertes como para que nuestros sensores en el mundo mágico la hayan detectado.

—Disculpe a mi compañero, él no-

Draco, sin esperar la indicación de Astoria, sacó la varita mágica desde su bolsillo y la giró entre los dedos, para que la mujer la viera.

Y luego, sin pensar ni un poco en las consecuencias, apuntó a una de las tazas puestas encima de la mesa y la hizo levitar por arriba de ellos, para luego dejarla caer en el mismo lugar.

Un silencio sepulcral se extendió por la habitación, mientras Draco continuaba jugando con la varita, creando florituras de rastros de magia. Podía sentir la incredulidad de la mujer cambiar lentamente a algo diferente, y a Astoria mirar nerviosa. Quizás Draco había sido indolente, pero no le importaba. Había algo en la mujer que le decía que si no eran frontales, si no le entregaban pruebas, si se daban demasiadas vueltas… no les creería. Probablemente ni siquiera los dejaría terminar lo que tenían para decir. Draco sentía que ese era el mejor curso de acción.

Cuando volvió a prestarle atención a la señora, esta estaba con una mano encima de su pecho, e intercambiaba la mirada entre ambos. Sus ojos se encontraban llenos de lágrimas gracias al terror, y parecía a punto de echarlos a patadas de allí.

De todas formas, no tenía manera de negar lo que había visto.

—¿Es esta una especie de broma? —exigió ella, con un ligero temblor en la voz. Draco sintió otra vez esa extraña familiaridad al escuchar su intento de compostura.

—En absoluto, señora —respondió él con calma—. Y si estamos aquí es porque su hijo corre peligro. No podemos perder demasiado tiempo, así que como yo lo veo, tiene dos opciones. La primera: negarse a la realidad, echarnos, volverse loca y conseguir que su hijo sea, muy probablemente, asesinado…

—¡Draco!

—… O, escucharnos y seguir al pie de la letra lo que le diremos para que puedan salvarse ambos, antes de que los encuentren —completó él, ignorando a Astoria.

El labio inferior de la mujer temblaba, sin apartar los ojos de él. Draco nunca había entendido cómo para los muggles era tan difícil procesar que la magia existía. Era tan natural en ellos; él creció con eso. Para Draco era como que una persona se asombrara porque las camas existían, y que uno dormía en ellas por las noches.

—¿Quiénes? —decidió preguntar la mujer, mareada y asustada—. ¿Quiénes quieren hacerle daño?

—Los Mortífagos —respondió sin dudar.

Astoria le pegó una patada para nada sutil por debajo de la mesa, aunque Draco no le prestó atención. La señora acababa de pellizcarse la mano con tanta fuerza que él podía ver la piel tornarse roja. Intentaba despertar.

Él hacía eso también, los primeros años después de la Segunda Guerra.

—Verá, señora Walker —Astoria decidió tomar las riendas de la conversación—. Desde 1998 nuestro mundo está siendo gobernado por un mago oscuro, el Señor Tenebroso, quien odia a los magos nacidos de mugg- de gente común y corriente, como usted.

Puesto así, sonaba como un chiste. Oh, Draco quería que lo fuera, que fuera tan ridículo como se escuchaba. Una caricatura.

—¿Qué? —murmuró la señora más perdida.

—Su hijo no tiene ni un padre mago, ni una madre bruja, ya que asumo que usted no lo es. Lo que lo hace un nacido de gente común —Astoria trató de darle otra sonrisa gentil—. El Señor Tenebroso quiere acabar con los magos nacidos de gente común, ya que los encuentra indignos de su magia y los acusa de robarla-

—Mi hijo no ha robado nada —la señora Walker interrumpió con fuerza. Astoria parpadeó.

—Lo sé, señora —dijo con suavidad—. Por eso estamos aquí. Sé que es mucho para procesar…

—Se supone que nuestro deber es dejar inconsciente a cada persona de esta vivienda —Draco decidió interferir, cansado—, que por lo que veo sólo es usted y la mujer de la entrada. Nuestro deber es borrarle los recuerdos, y cualquier registro de que usted hubiera tenido un hijo alguna vez. Llevarlo a él a la fuerza al mundo mágico, donde se le realizará una prueba. Si la magia de su hijo es lo suficientemente fuerte, se le concederá el permiso de estudiar en la escuela para magos de Escocia. Si no, será acusado de robar su magia, forzado a ponerse inhibidores de esta, y luego será convertido en un esclavo.

—Pero no haremos eso —se apresuró en añadir Astoria, al ver cómo la mujer empalidecía—. Por esa razón estamos aquí, para que su hijo no tenga que vivir nada de lo que mi compañero acaba de explicar.

La señora Walker trató de tomar una de las tazas encima de la mesa, ya fuera para beber o para tener algo que hacer, pero sus manos estaban tan temblorosas que a mitad de camino esta cayó y la porcelana se estrelló contra la cerámica. Draco, de forma inconsciente, apuntó la varita hacia el objeto y lo reparó, dejándolo nuevamente en la mesa.

La mujer dio un respingo.

Honestamente, Draco no sabía qué más podían decirle. Le preocupaba un poco, saber lo insensible que era al sufrimiento ajeno. Pero… las cosas eran bastante simples, al final del día. O la señora les creía, o su hijo corría peligro; no había de otra. Si fuera Narcissa la que estuviera en su lugar, por ejemplo, no dudaría en escoger la primera. Su madre movería cielo y mar por verlo bien. Draco no podía concebir que otras madres eligieran distinto sólo por miedo.

—¿Ustedes no son enviados de ese… señor, entonces? —preguntó con lentitud la mujer, aún con los ojos puestos en la taza.

—Técnicamente, sí. Pero no. Lo que pasa es que en estos momentos se está dando una guerra, y la única forma de sacar a ese hombre del poder es afiliarse con el otro bando, que es- —Astoria se mordió la lengua, para evitar divagar sobre temas que no eran realmente importantes—. Da igual. El tema aquí es, que hemos venido a salvar a su hijo antes de que otros vengan a llevárselo.

La señora Walker se llevó una mano al borde del ojo, limpiando la lágrima que estaba a punto de caer. Cada movimiento parecía estar dominado por el puro shock.

—No- no- tiene que haber una equivocación —dijo negando repetidas veces—. Les voy a pedir que se vayan-

—Señora —Draco la detuvo, subiendo una ceja—, si no coopera, su hijo puede morir. Está en sus manos desechar nuestras palabras y arriesgar su vida.

La mujer paró sus movimientos y los miró. Draco sabía que era demasiada información y que su cerebro racionalmente estaba intentando comprenderla. Sin embargo, de nuevo, no le importaba. No había tiempo para esa mierda.

El miedo era una cosa fascinante. Cada persona reaccionaba distinto a este. A algunos los paralizaba, a otros los hacía actuar, y unos cuantos se enfurecían al sentir aunque fuera un pequeño vestigio. Sin embargo, una cosa era segura. Cuando una amenaza estaba al borde de atentar contra tu vida, o contra la de alguien que amas, ese terror mutaba de inmediato y se transformaba en instinto de supervivencia.

Existía una diferencia entre escapar del miedo, e intentar seguir con vida.

La gente que sobrevivía nunca era tan idiota para escoger lo primero.

Finalmente, Tabitha Walker tomó una honda respiración y entrelazó las manos, manteniendo la compostura de la que un sangre pura estaría orgulloso.

—¿Qué tengo que hacer?

Draco esbozó una sonrisa desagradable.

De alguna forma, sabía que eso pasaría.

—En circunstancias normales, le ofreceríamos refugio para su hijo dentro del mundo mágico —contestó Astoria—. Pero como veo que tiene los recursos, lléveselo lejos del Reino Unido, lo más lejos que pueda. Si es posible, fuera de Europa.

Tabitha volvió a respirar hondamente, su cuello se hundió con la acción. Draco creía que se estaba ahogando.

—¿Qué?

—Y debe ser ahora, señora Walker —continuó Astoria—. O la encontrarán y todo esto será en vano.

—Pero- pero, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo lo ocultaré?

—¿Tiene un avión, o un jet privado?

Draco no tenía ni la mínima idea de qué carajos era un avión, pero vio a la mujer asentir. El pánico estaba escrito en cada línea de su persona.

—Perfecto, tómelo. ¿Tiene los medios para falsificar su destino? —Otro asentimiento—. Bien. Hágalo. Lleve a su hijo lo más lejos posible y resida allí. Cuando el chico dé otra señal de magia la federación mágica de ese país irá a visitarla, y usted le explicará todo esto. Ellos la ayudarán.

La mujer se puso de pie al fin, con brusquedad, y alisó los pliegues de su traje. Su mente pareció enfocarse en el único objetivo aceptable.

Su hijo.

—Bien. Bien-

—¡Mamá!

La voz de un niño resonó por las paredes, haciendo que ella se pusiera el doble de nerviosa. Tabitha Walker caminó hacia la puerta de la habitación y la abrió con fuerza, al mismo tiempo que Draco y Astoria se levantaban también.

—¡Mamá, pue-! —La cabeza de un pecoso niño de poco más de seis años se asomó por la puerta, quien calló al ver a los extraños dentro de la sala—. ¿Hola?

—Deneb —su madre ignoró la confusión del pequeño—. Necesitamos irnos.

—Pero-

—No hay tiempo, vamos a tu habitación y junta todas las cosas que puedas.

Tabitha salió del salón principal, tomando a su hijo de la mano, y comenzó a subir la escalera de caracol. Draco no la siguió hasta que esta comenzó a disparar preguntas en su dirección. No tenía idea de por qué se dirigía a él, pero, de nuevo, no lo consideraba tan raro porque ella se le hacía bastante conocida.

—¿Hay alguna forma de llegar al lugar al que quiero llegar más rápido? —le preguntó, agitada y desesperada—. Ya saben, con…

—Si nos Aparecemos —Draco completó—, estará ahí en segundos.

La mujer asintió, y comenzó a gritar a mitad de la escalera, perdiendo el decoro.

—¡Clara! ¡Necesito que organices mis cosas más importantes, por favor!

—Señora, qué-

—¡Ahora! —cortó a la mujer que los había recibido—. ¡Trae tus cosas más importantes también!

—Mamá, ¿qué está pasando?

Llegaron al segundo piso al fin, mientras Astoria se quedaba abajo y ayudaba a la tal Clara. Draco se paró al borde de la escalera, mirando cómo en medio del segundo piso, la mujer se separó para mirar directo a los ojos de su hijo evidentemente asustado. Tabitha se puso de cuclillas frente a él, acariciando con suavidad su mejilla y el puente de su nariz.

—¿Recuerdas, como siempre te digo que todo esto —preguntó ella, mientras continuaba trazando sus pecas—, son estrellas, y que tú eres una estrella también?

—Mamá, no entiendo-

—Resulta ser que eres más que una estrella, Deneb —lo interrumpió ella, bajando la voz para sorprenderlo—. Eres… eres un mago. Y lo que sucede es que…

El niño abrió los ojos tan exageradamente, que hizo sonreír a la preocupada señora Walker, mientras ella le explicaba todo, todo lo que acababan de decirle, pero como si fuera una excelente noticia. Aunque Draco ya no estaba prestando atención, y mientras la mujer retomaba la marcha y comenzaba a empacar, un ramalazo del más crudo dolor lo atravesó, dejando sus nervios expuestos. Porque se vio enfrentado a darse cuenta por qué ella se le hacía tan familiar.

El recuerdo llegó a él sin pedirlo.

Narcissa lo acurrucaba para dormir, como hacía todas las noches desde que el pequeño Draco tenía consciencia. Ambos estaban tendidos en la cama de su habitación, que tenía luces verdes girando en el techo las cuales simulaban ser estrellas.

Su madre acababa de contarle un cuento sobre una de las constelaciones, y ahora lo miraba atentamente. Draco, a sus seis años, estaba acurrucado contra su pecho mirando hacia arriba y detallando cómo el resplandor cubría las facciones de Narcissa.

Todas estas —dijo ella, trazando una línea por encima de sus mejillas y pecas—, son pequeñas estrellas…

Draco había tratado de sacarse el dedo de encima, enterrando aún más la cabeza en el costado de su madre. Pero ella rio, ligera y suavemente. Incluso todos esos años después Draco podía ver el amor en sus ojos.

Y tú, Draco —continuó ella, hablando en su oreja—, eres… mi estrella más brillante.

El niño del recuerdo soltaba un quejido, porque su madre decía eso todas las noches y, honestamente, era agotador. ¿Qué diría Theo si se enterara? ¿Qué diría Pansy?

No soy un bebé —se quejó, aunque abrazó a su madre de todas formas, cerrando los ojos.

Oh, Draco —respondió ella, y Draco podía sentir la sonrisa en su voz—. Tú siempre serás mi bebé.

Draco despabiló, volviendo al presente cuando el chico botó sin querer un montón de cosas en su cuarto, y se dio cuenta de que todo ese rato había estado mirando fijamente al punto donde madre e hijo intercambiaron palabras.

Se llevó una mano a la cicatriz del rostro, sintiendo cómo un nudo se instalaba en su garganta al saber que las pecas que antes adornaban su cara, ya no estaban ahí, porque esa herida las cubría por completo. Era como una representación simbólica de cosas que se habían ido, y que ya nunca más tendría.

Draco genuinamente había pensado, a esa edad, que su madre estaría para siempre, por los siglos de los siglos, contando sus pecas y diciéndole que era una pequeña estrella. Que siempre estaría ahí para recordarle lo especial que era y lo mucho que lo amaba.

Pero no. No.

Eso no iba a suceder porque su madre estaba muerta.

Draco se llevó una mano al pecho, queriendo escapar de esa revelación que por fin se anteponía a él, incapaz de ser evitada. Incapaz de ser desmentida.

Estaba muerta.

La realización lo atravesó como una daga.

Su madre estaba muerta. Estaba enterrada en la Mansión Malfoy, y Draco ya nunca más volvería a verla. Nunca más. Se había ido, y para siempre. Draco llevaba meses sin pensar en ello, y por supuesto no había mejor momento que ese para tener ese choque de realidad.

Tenía que moverse, lo sabía, no quedarse perdido en sus pensamientos, pegado en un pasado que se había esfumado en un fragmento del tiempo. Un pasado que colgaba de su cuello como una condena, un recordatorio. No podía sentarse a pensar en su madre. Pero su cabeza, su cuerpo, no era capaz de obedecer al grito desesperado de su corazón que le imploraba seguir. Seguir. Seguir-

Le parecía inconcebible.

De pronto, en medio de esos sentimientos que amenazaban con desgarrarlo, Draco sintió cómo una avalancha mágica se acercaba a la casa. Sus propios movimientos eran lentos, reviviendo el recuerdo de su madre, pero necesitaba concentrarse por ahora en el presente. O terminarían todos muertos.

Astoria se asomó por la escalera, justo cuando Draco la iba a llamar.

—Mis compañeros —le dijo, evidentemente preocupada—, nos estábamos tardando mucho. Vienen a buscarlos.

Draco dejó salir un respiro.

Mierda.

—Llévatelos —Astoria le dijo, haciendo que Draco se negara al instante. No la persuadió—. Ahora.

—¿Y tú?

—Yo lidiaré con ellos.

—Astoria-

—Draco, vete —lo interrumpió con decisión—. Vete ahora. Yo tengo habilidades de persuasión, tú las conoces muy bien. Nunca he roto un plato a sus ojos, no me harán nada. Vete tú. Llévatelos, o nos descubrirán a todos.

El solo prospecto de dejar a Astoria allí le provocaba un retorcijón en el estómago. No podía. Si le pasaba algo, no tenía idea de cómo seguir viviendo.

—Ven conmigo —casi rogó. Astoria estaba a punto de replicar con millones argumentos, mas su mirada fue a parar a la puerta delantera de la casa.

—Draco —le dijo agitada—, ¡ahora!

Sonaba completamente desesperada, y él entendía, racionalmente lo entendía, pero no podía perder a Astoria. Le tenía cariño, era innegable, y acababa de ser consciente de que su madre estaba muerta.

Su madre estaba muerta.

Mierda.

—¡Clara! —la señora Walker gritó, al percatarse del alboroto—. ¡Sube ahora!

La mujer llegó en unos cuantos segundos, sosteniendo bolsos y papeles. Tabitha y su hijo la imitaron, pero con maletas. Draco apuntó la varita a cada una de ellas y las hizo pequeñas, para que les cupieran en una mano, cosa que hizo lloriquear a la tal Clara y sacar una exclamación de asombro al pequeño.

—Tómense las manos. Los voy a Aparecer —les informó—, sólo durará un segundo.

Antes de que alguno lo consintiera, Draco los agarró de los brazos, y pensando en el primer lugar que se le ocurrió, un tirón nació en su estómago mientras el mundo giraba a su alrededor, alguien gritaba a su lado, y él los Aparecía lejos de allí.

•••

Cuando cayeron en las montañas, en el punto ciego que la Orden tenía para pasar al mundo muggle, sus acompañantes se soltaron de él. Draco podía ver que estaba tomando todo de ellos no ponerse a vomitar ahí mismo. El niño empezó a llorar, aterrorizado por la repentina Aparición, y la señora Walker temblaba tratando de tranquilizarse tanto a sí misma como a su hijo.

—Tranquilo… —le dijo ella, abrazándolo—. Tranquilo, ven aquí.

Draco volvió a tener un recuerdo de Narcissa haciendo exactamente lo mismo, la primera vez que lo había Aparecido a otro lugar cuando él era un niño. Tuvo que darles la espalda.

—Oh, por Dios —oyó a la otra mujer, Clara—. Oh, Dios mío.

Sonaba más afectada que los otros dos, porque ella no tenía idea de qué carajos estaba sucediendo, en absoluto. Draco tampoco tenía intenciones de explicarle.

Su interior estaba hecho un manojo de nervios, al no saber qué estaba sucediendo con Astoria, o si podría escaparse. Necesitaba que lo hiciera porque la incertidumbre lo estaba volviendo loco. Sin contar la carga emocional que estaba asentándose en sus hombros, recordándole una realidad que llevaba evitando demasiado tiempo. Metió las manos en los bolsillos de su túnica, sólo por hacer algo, y encontró allí la capa invisible de Potter. Se aferró a esta como si él estuviera a su lado. La había olvidado. Debió dejársela a Astoria, pero la olvidó. Una parte de sí se arrepentía. La otra, la egoísta, estaba jodidamente aliviada de tener un pedazo de Harry junto a él en ese momento.

Narcissa-

Draco sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse. Había llegado allí porque fue el primer lugar en el que pensó, pero no tenía idea de donde dirigirse ahora, y abrir la puerta del duelo no traería nada bueno. No conocía prácticamente nada del Londres muggle. Nada. Pensar en sentimentalismos no iba a resolver ningún problema.

—No puedo Aparecerlos —les dijo entonces, con su mente aún nublada—, sin haber estado o conocer al lugar donde se dirigen, lo siento-

—¡¿Entonces nos quedamos aquí?! —exclamó Tabitha Walker, horrorizada—. ¡¿Cómo-?!

—No- no… Esperen.

Porque era la única opción que le quedaba, Draco sacó su varita de nuevo, e intentó concentrarse en cosas felices o poderosas. Pero en ese instante, le costaba más que nunca. El llanto del niño no había cesado, y las exclamaciones de la otra mujer tampoco parecían querer detenerse. La voz de Tabitha le recordaba demasiado a su madre como para tratar de evocar una memoria que no lo hiciera tomarse la cabeza, y ponerse a gritar del dolor ahí mismo.

Por lo que Draco pensó en las cosas más intensas que guardaba dentro suyo. Pensó en el día que sostuvo el cadáver de Narcissa, y pensó en la visita a Lucius en Azkaban. En la noche que Theo fue herido, o cuando se enteró de lo que le estaban haciendo a su madre. El momento en el que supo que su padre era inocente, y la noche en la que Harry había llorado entre sus brazos, mientras él le aseguraba que nada era su culpa.

Draco agitó la varita, conjurando el Expecto Patronum como Potter le había enseñado. Prontamente el thestral se materializó en frente de él, mirándolo y esperando el mensaje que quería dar. Draco casi deseó poder tocarlo.

Era una prueba de que su madre había existido.

—Potter, necesitamos que nos envíes a Kreacher de inmediato —le dijo, sonando brusco y ausente—. Y necesitaré que vengas a las montañas donde pasan al mundo muggle con un grupo de siete personas, lo antes posible. No puedo explicar mucho, pero… —Draco respiró hondamente, mientras sacudía la cabeza una vez más—. Necesito que confíes en mí.

Necesito que confíes en mí.

Draco estaba consciente de que era una petición hipócrita y difícil, por no decir imposible. Cuando tuvo la confianza de Harry, aquella que tanto le costó conseguir después de meses y meses de cuestionamientos y acusaciones… lo decepcionó. La tomó, y la hizo jirones, porque era lo único que Draco sabía hacer. Pedirle a Potter que volviera a confiar en él luego de un historial tan turbulento como el que compartían, para cualquiera otra persona sería risible.

Draco no se arrepentía de muchas cosas. Siempre se decía a sí mismo… que hacía lo necesario. Lo necesario para sobrevivir, por mucho que lo detestara y se odiara luego. Pero una de las pocas cosas que le hacía querer remediar sus acciones, volver al pasado y jamás haberse transformado en el hombre que era… se trataba de la mirada de Harry cuando perdió la fe en él.

Necesito que confíes en mí.

El thestral pareció asentir ante sus palabras y esperó las últimas indicaciones. Draco se dio la oportunidad de detallarlo un poco más, con una opresión en el pecho.

—Ve a buscar a Harry —comandó por lo bajo.

El Patronus se marchó.

Cuando volvió en sí, miró brevemente por encima del hombro y observó que las tres personas que momentos atrás habían estado al borde de un ataque de pánico, ahora lo miraban con la boca abierta, claramente impresionados por el conjuro. Seguían luciendo como si fueran a desmayarse en cualquier punto, pero ya no parecían tan aterrados como antes. Draco casi esbozó una sonrisa amarga.

Sin importar qué tan oscura pudiera ser.

La magia, al fin y al cabo… seguía siendo magia.

Draco se sentó en la hierba sin preocuparse de que estuviera mojada, y se quedó mirando al frente, donde al otro lado detrás de las barreras de la cuarentena, estaba el mundo mágico. La división entre una realidad y la otra era tan clara que hizo que las ganas de llorar subieran de nuevo por su cuerpo. La de metros allá era gris, y fría. Él la conocía mejor que nadie. En la que estaba en ese momento, el sol ya se estaba escondiendo pero los destellos rojizos eran brillantes y la brisa era más cálida de lo que Draco había sentido en años.

—En unos minutos aparecerá aquí un elfo doméstico —informó, sin girarse de nuevo a ellos, que se escuchaban un poco más calmados—. Es una criatura de no más de un metro. Fea, pero inofensiva. Él les ayudará a llegar al lugar que necesitan ir, si les dan la dirección.

—¿Q- qué?

Draco no respondió.

•••

Casi seis minutos después en los que se dedicó a mirar fijamente el pasto y mantenerse en una sola pieza, el crack de una múltiple Aparición retumbó en sus oídos. Cuando miró al frente, Potter, Granger, Theo, Luna, Kingsley, Bill y Fleur se encontraban allí, con Kreacher caminando a un lado del primero. Potter conversaba con él. Ambos se veían bastante serios.

Draco se levantó de su lugar, mientras ellos se ponían en el círculo del ritual que los ayudaba a romper las barreras. Por unos breves segundos, Theo y él cruzaron miradas. Su amigo estaba perturbado, y buscaba a Astoria entre la familia a su espalda, con preocupación. Potter hacía exactamente lo mismo. Lamentablemente no encontrarían nada.

Mientras Potter se paraba al medio del círculo, el resto procedió a hacerse cortes en las manos para luego tomárselas. Kingsley recitó palabras que Draco no alcanzaba a distinguir, mientras escuchaba al niño preguntarle a su madre qué era todo eso. Tabitha estaba tan confundida como él.

El ritual duró más de lo que tardó cuando fueron a Austria, y a pesar de que Draco sentía que eso había sido hacía años, tenía el recuerdo muy vívido en su cabeza. Las dificultades probablemente tenían que ver con las medidas que Voldemort implementó, para hacer más difícil la huida del mundo mágico. Al cabo de unos largos minutos, se creó un agujero en la barrera y Kreacher pasó a través de él. Draco no tenía claro si es que Kreacher necesitaba del ritual para pasar al mundo muggle o en realidad habían hecho la apertura para que Draco ingresara al mundo mágico. La verdad, no le importaba. No en ese instante.

—Kreacher, necesito que… —dijo Draco cuando el elfo estuvo lo suficientemente cerca, y Kreacher lo escuchó casi con adoración, al ser parte de los Black. Draco se volteó para hablarle a las mujeres—. ¿Cuál es la dirección a la que desean ir?

Ahora, los tres pares de ojos estaban fijos en la criatura ante ellas, y el niño lo observaba con una mezcla entre adoración y miedo. Kreacher tenía cara de amargura, y a pesar de que Draco sabía que los elfos domésticos no eran muy agradables de ver, no creía que fuera para tanto revuelo.

Finalmente, temblando, la señora Walker murmuró la dirección. Draco se giró nuevamente a Kreacher para hablarle.

—Necesito que los lleves y los dejes allí. Que no los vean. ¿Puedes volver una vez que ellos se marchen de tu vista?

El elfo asintió con determinación y dio un paso al frente, caminando donde las mujeres y el niño aguardaban su destino; un destino que había cambiado drásticamente en el transcurso de unas horas.

—Bien —dijo Draco, y miró de nuevo la barrera.

Esta había empezado a cerrarse, seguramente gracias a lo reforzada que estaba, y él se apresuró a entrar. A sus espaldas, oyó las voces de las mujeres desvanecerse y prontamente, otro crack de Aparición.

Cuando Draco pasó al otro lado, sintiendo el frío calar sus huesos, la familia ya se había marchado.

De inmediato empezaron las preguntas. Decenas y decenas. Qué había pasado. Dónde estaba Astoria. Quienes eran ellos. Por qué Draco los había llamado. Qué había hecho. ¿Estaba herido, acaso?

Pero Draco no tenía la energía para responder nada. Poco a poco la desolación estaba tomando el control de su persona, y no tenía idea cuánto tiempo iba a aguantar. Llevaba meses sosteniendo sus pedazos a base cinta adhesiva y pegamento, y había bastado la escena de una madre con su hijo para que poco a poco comenzaran a caerse.

Ni siquiera notó cuando una mano se aferró a su hombro, y un tirón se apoderó de su estómago, Apareciéndolo lejos de allí.

•••

Draco tenía dos personas a cada lado, y por el aroma podía adivinar que se trataba de Theo y Potter. Ambos iban callados y no permitieron que nadie le hablara, a medida que entraban a la base y avanzaban por el laberinto. Cuando estuvieron dentro de la mansión, Draco escuchó a ambos intercambiar preguntas brevemente, para luego ser guiado a una de las salas en la parte trasera de la casa. La sala en la que Astoria y él habían estado hablando horas antes.

Astoria.

Draco entró al cuarto con la mirada fija en el suelo, y se apoyó en la primera pared que vio, tratando de regular una respiración que no se calmaba. Cuando miró hacia arriba, Potter estaba apoyado también, unos cuantos centímetros a su lado, en la puerta.

—Malfoy —dijo con cautela—, ¿qué sucedió?

Potter estaba mordiendo sus mejillas, y lo miraba fijamente. Había algo distinto en él, distinto a la forma que lucía horas atrás cuando se despidieron. Ahora se veía algo… suave. Tan suave, que Draco casi podía olvidar quienes eran. Casi podía olvidar su odio, y que en un punto desearon lo peor para el otro.

Casi.

—Unos compañeros de Astoria… llegaron cuando estábamos tratando de sacar a las muggles… y al niño de allí —explicó, no sin dificultad, observando la neutra cara de Potter y pasándole la capa. Este la tomó sin prestarle mucha atención—. Ella se quedó… porque dijo que sabía cómo lidiar con ellos… y me ordenó poner a salvo a la familia.

—¿Pero cómo está Astoria?

—No lo sé… —Draco dijo, sintiendo su garganta quemar. Que esté bien. Que esté bien. Que esté bien—. Me obligó y rogó para que me marchara… Dijo que no le sucedería nada.

La incertidumbre teñía los rasgos de Potter, pero ahora era notorio que había estado esperando un golpe más duro. Que Astoria estuviese muerta, o que incluso Draco la hubiera torturado, como hizo con McGonagall. Saber que había una posibilidad de que Astoria estuviera viva y bien lo había aliviado bastante.

—Estará bien —dijo Potter, seguro—. Es verdad que Astoria sabe cómo manejarlos.

Draco no respondió. No quería aferrarse a esa esperanza, y no era como si pudiera pensar en algo más que la preocupación que ya lo embargaba. Sólo deseaba que Astoria estuviera viva, pero… ¿y si no?

Él sabía muy bien que era bastante posible que eso pasara, que nada ni nadie duraba vivo mucho tiempo bajo el gobierno de Voldemort.

¿Y qué sucedería entonces?

¿Draco tendría que pasar por el mismo duelo que pasó con Narcissa otra vez?

Los recuerdos de horas atrás llegaron a su mente de sopetón. Draco revivió –de forma muy masoquista– cómo la señora Walker se había puesto de cuclillas para decirle al niño que él era una estrella, y que era especial. Revivió la determinación de esa madre, quien movió montañas y volcanes para que su hijo sobreviviera, cuando notó que estaba en peligro.

Draco sintió un nudo en la garganta.

Se sentía como un absoluto imbécil, un inmaduro. Porque envidiaba a ese niño pequeño, porque él tendría por muchos años lo que él había perdido antes de tiempo.

Porque Narcissa no iba a volver.

Draco trató de acallar ese pensamiento, de negarlo. De tratar de convencerse a sí mismo una vez más que al final del camino la tendría a su lado de nuevo- pero ya era imposible.

Se sentía como si la acabara de perder.

Narcissa no iba a aparecer un día para despertarlo y decirle que todo había sido parte de una pesadilla muy fea. Su madre estaba muerta. Por más que Draco quisiera engañarse pensando que dentro de unos meses su visita de Azkaban llegaría, y él la vería de nuevo, eso no iba a suceder.

La gente se la pasaba afirmando cosas con palabras como «siempre» y «jamás». Se la pasaba diciendo cosas como «Siempre estaré a tu lado», «Jamás dejaré de amarte», «Siempre me tendrás». Pero no se es consciente de lo terminal que son esos conceptos, hasta que pierdes a alguien. Hasta que te embarga la certeza de lo que un «jamás» significa.

Saber que, al menos en vida, jamás, jamás, jamás vas a volver a alguien, escucharlo, hablar con él… debe ser lo más difícil que una persona debe experimentar. Saber que hay cosas que no pueden remediarse, que no queda hacer nada más que llorar y rogar y patalear, y que ni aún así tendrás a tu ser querido de vuelta- es suficiente para llevar a alguien al borde. Para hacerlo balancearse a la orilla de un interminable abismo.

Su garganta estaba completamente cerrada, mientras esa certeza se instauraba en cada célula de su ser. Su madre se había ido, y Draco nunca pudo despedirse. Nadie le dio la oportunidad de verla una vez más a la cara, de decirle que la amaba, que lo sentía por decepcionarla y por no estar haciendo lo suficiente. Pero que no la había abandonado, simplemente no sabía lo que le estaban haciendo ni a ella ni a su padre. Draco nunca pudo abrazarla una última vez, y comprender que donde sea que estuviera, ahora estaba bien.

Ni siquiera le dio un funeral.

Nadie lloró su partida.

Nadie lloró su partida.

El mundo siguió su curso, y el tiempo pasó, como si nada hubiera sucedido en primer lugar. Como si la vida de Draco no se hubiera quebrado y reducido a millones de piezas de la noche a la mañana, dejando nada más que el polvo del que trataba de hacer una persona. Y no debía ser de esa forma. El mundo tendría que haberse venido abajo. Las ciudades tendrían que haberse quemado y los mares tendrían que haberse secado, porque Narcissa era así de importante. Narcissa merecía que el sol no se dignara a brillar más, o que la lluvia no dejara de caer.

Pero no, ¿qué había recibido?

Que los putos elfos de la Mansión Malfoy la hubieran enterrado en la cripta, sin nadie que le dijera adiós.

Las oportunidades se habían ido, y su madre no estaba. Draco no podría buscarla. Nada que hiciera cambiaría el orden de las cosas, sin importar qué.

Era demasiado. Sabía que se estaba dejando arrastrar por el dolor y que al fin este, después de estar tanto tiempo mirando desde una esquina, vigilante y dispuesto a atacar, encontró el momento exacto para hacerlo. Draco sentía cómo estaba infiltrándose por sus venas, subiendo por su torrente sanguíneo, provocando que sus ojos picaran, y que sintiera que era capaz de desmayarse sólo para dejar de sentir.

—¿Malfoy…? —oyó a lo lejos—. ¿Estás bien?

Draco no le prestaba atención. Draco estaba reviviendo aquella vez en quinto año, cuando había vuelto a casa por las vacaciones de Yule, triste y molesto por su vida amorosa adolescente. Su madre había irrumpido en su habitación con uno de los libros que él venía pidiéndole hace años, una taza de chocolate caliente, y comida. Él saltó a sus brazos, sin importar verse mimado o inmaduro, y Narcissa le había obligado a beber del chocolate que según "ella misma había hecho", (aunque era mentira). Se había sentado en su cama, mientras Draco le platicaba sin parar acerca de qué iba el libro; y al finalizar la tarde, unos dulces aparecieron en su bandeja. Pasaron una jornada agradable que no valoró lo suficiente, que dio por sentado.

Draco siempre se daba cuenta de esas cosas,

Una vez que las había perdido.

—Malfoy.

Draco sintió unos dedos envolverse en sus brazos, y dio un paso lejos, tratando de separarse bruscamente del contacto que quemaba.

¿Por qué?

¿Por qué siempre se daba cuenta de esas cosas?

¿Cuando ya las había perdido?

—¿Qué pasó? —la voz insistió. Tenía que ser Potter—. Hey... Hey, hey.

De un momento a otro, las manos de Potter estaban en los costados de su cara, y lo estaba agarrando con fuerza, obligándolo a mirarle.

Draco trató de enfocarse en los ojos de Potter, que extrañamente lo observaban con preocupación, pero lo único en lo que su cerebro podía pensar era en que su madre ya nunca lo miraría así. No volvería a cuidar de él, y joder- Draco mataría por uno de sus abrazos. Mataría por cinco- cinco minutos más.

Sin siquiera notarlo, lágrimas habían empezado a correr por sus mejillas, llenando su boca de un sabor salado.

Draco se separó de Harry, y caminó lejos de él, al otro extremo del cuarto dándole la espalda. No podía mostrarse así, no podía. No era justo para ninguno de los dos. Debía irse. Debía marcharse ya, antes de empeorar las cosas.

Pero le era literalmente imposible detenerse. Draco sabía que sucedería eso, que una vez que el grifo se abriera no iba a parar, sin importar cuánto lo deseara.

Y ahí estaba, cayéndose a pedazos frente a Harry Potter.

Nada más y nada menos que Potter.

Aún así, al dolor no parecía importarle.

—¿De qué mierda sirve? —murmuró para sí mismo, sintiendo su respiración agitada.

—¿Qué?

—De qué mierda sirve —volvió a decir, mirando a un punto fijo del suelo y soltando una risa quebrada—. ¿De qué sirve derrotar al Señor Tenebroso?, ¿de qué sirve encontrar a Nagini o ganar esta maldita guerra? ¿Cuál es el punto?

La voz de Draco flaqueó y se giró de nuevo hacia Potter, llevándose el puño a la boca. Veía borroso. Estaba reprimiendo las lágrimas.

La perspectiva de ganar la guerra se veía tan sinsentido ahora, porque, ¿de qué mierda servía vengar a su madre? No la iba a traer de vuelta, sin importar cuánto deseara que fuera así. No le iba a regalar unos segundos más, o la oportunidad de despedirse. No le iba a dar nada.

¿De qué servía todo eso?

—No va a volver. Jamás. —Draco se llevó las manos a la cabeza, mientras un sollozo cortaba su garganta—. No va a volver, Harry. Ya no va a volver.

Todo-

Todo lo que he hecho-

He torturado gente. Los he llevado a su muerte. He sido indiferente con niños. He sido parte de este mundo nefasto y he hecho todo lo que debía y más. ¿Y para qué?

Toda esa gente muerta-

¿Y para qué?

Draco sentía que estuvo todos esos años metido debajo del agua, donde cada cosa terrible que sucedía, lo que hacía… pasaba desapercibido por él. Amortiguado por el oscuro vacío que le rodeaba, como si estuviera debajo del mar.

Sin embargo, en ese momento, era como si le hubiesen obligado a salir a la superficie, a tomar aire y ser consciente de nuevo. El mundo había adquirido un nuevo matiz, una nueva vividez. Cada elemento de él, cada acontecimiento, se sentía mucho más duro, crudo, y devastador. Como si le hubieran subido la nitidez a los colores, a los sabores y recuerdos. No era algo lejano de lo que Draco podía desentenderse, fingir que no veía, mientras navegaba por las olas como un sonámbulo. No. Draco estaba afuera, en la orilla, descubriendo la realidad.

Había olvidado cómo respirar, y sus pulmones dolían del esfuerzo. Draco sentía que las costillas se iban a romper, sólo porque finalmente se daba cuenta de que sin importar qué –las cosas que hizo en el pasado, y lo que estaba haciendo en el presente– nada nunca le traería a Narcissa de vuelta. Ni siquiera por un segundo.

No tenía idea cómo conciliar esto con quién era, quién fue, y en qué se había transformado su mundo. No tenía idea de cómo lidiar con su existencia, con lo abrumadora que era.

Soy una mierda de persona. Cuál es el punto. Cuál es el punto de seguir.

Draco sintió unos pasos ir hasta él, pero su mente estaba demasiado lejos del presente. Su cuerpo resentía cada uno de sus movimientos.

—No está. Se ha ido. —Draco soltó una risa, porque de verdad sonaba estúpido. Se obligó a repetirlo—. Se ha ido. Está muerta.

—Malfoy-

Draco perdió el equilibrio, pero, como siempre, unos brazos estaban ahí antes de que la caída impactara. Se encontraba dividido entre irritarse con él por siempre estar allí cuando caía, o dejarse sucumbir al dolor, porque había alguien a su lado que lo sostendría en el proceso.

Sin haberlo consentido, su cuerpo ya había elegido la última.

De alguna forma, ambos habían llegado al suelo, pero Potter continuaba sosteniéndolo contra sí. Draco estaba apoyando la mejilla contra su pecho y se deshacía en llanto. Los hipidos y sollozos salían de su boca sin poder evitarlos, mojando escandalosamente la camiseta de Harry, quien lo abrazaba como si de esa forma podría recomponer el jodido desastre que era Draco.

Se llevó una mano hasta su propio pecho y golpeó allí, haciendo que las heridas abiertas se quejaran. Pero es que era tanto- todo era demasiado. Se sentía como si su corazón fuera a explotar del maldito dolor. Estaba actuando inconscientemente. Todo lo que se negó a sentir durante esos meses, años, lo estaba atacando de golpe, y Draco simplemente no sabía qué hacer con aquellos sentimientos. No tenía ni la más jodida idea. Lo único que estaba evitando que perdiera la cabeza, eran los dedos de Harry enterrándose contra su piel.

Lo único que hacía sentido en ese mundo de destrucción y caos.

—... No puedes rendirte —lo escuchó murmurar. Quizá llevaba diciéndolo un buen rato—. Con mayor razón, no hagas que su muerte haya sido en vano. Ella te salvó. Te salvó.

Draco soltó un sollozo.

—No pude salvarla yo a ella. No pude-

—Esto no es tu culpa —lo cortó Potter con fuerza—. No es tu culpa.

Draco continuó llorando con más insistencia, porque, ¿qué carajos sabía Potter de culpas? Por supuesto que tenía la culpa. Tuvo que haber hecho incluso más. Tuvo que haberse desvivido. Tuvo que haber cumplido la promesa que le hizo a Eric.

Y no, nada de eso sucedió.

¿De quién más era la culpa, sino de él mismo?

—Tienes que luchar por ella —insistió Potter, al borde de la exasperación—. No puedes rendirte. Ella hizo lo que hizo para que tú estés bien, para que vivas. No puedes fallarle. No puedes. Draco-

Draco enterró la cabeza en su pecho, evitando que Potter tratara de levantarla y mirarlo a la cara. Estaba perdiendo su dignidad. Lo último que deseaba era ver a un par de ojos observándolo con lástima.

Pero tampoco podía pararse e irse, porque los brazos de Harry le brindaban seguridad como un hogar, y el calor que su piel emanaba sabía a café caliente. Draco se dejó sostener mientras no paraba de llorar, y se preguntaba cómo mierda alguien como Potter existía, y estaba allí con él, y- ¿por qué?

Él no había hecho nada bueno. Draco sólo ocasionó destrucción desde que recordaba.

Potter murmuraba palabras contra su oído. Draco no podía distinguirlas. El dolor que le recorría volvía de nuevo como un latigazo cada vez que se estaba calmando, y de pronto pensaba en Narcissa. El prospecto de regresar a la mansión era jodidamente insoportable, porque ahora sabía que sin importar qué, nadie volvería a casa además de él.

Narcissa no- no podría hacer nada nunca más.

¿En algún punto, quizás, Draco iba a olvidar cómo sonaba su voz?

¿En algún punto olvidaría su cara, o las cosas que solía hacer?

Cómo- ¿cómo no podría abrazarla de nuevo?

Era ridículo.

Su madre tenía tanto por vivir, tantas cosas que la esperaban. Debía tener un montón de secretos y tesoros guardados en su habitación, en distintos lugares de la mansión- y eso hacía Draco llorar aún más fuerte porque había tantas cosas que nunca pudo llegar a explicarle. No era sólo una pérdida reciente, a Draco le habían arrebatado a su madre ocho años atrás, luego de un 2 de Mayo.

Ni siquiera tenía dieciocho años la última vez que la vio en libertad.

Narcissa no vio las siguientes etapas, no lo vio crecer más –y aunque Draco estaba medio agradecido por ello– era jodidamente injusto que quizás, si sobrevivía a esa puta guerra… iba a estar cumpliendo treinta años, y lo único que tendría de su madre sería un jodido Patronus.

Que iba a llegar un momento, en el que él sería más viejo de lo que ella alguna vez fue.

Tendría arrugas que Narcissa nunca alcanzó a adquirir.

Draco cerró los ojos, dejando que el duelo por fin lo atacara y se llevara lo poco que quedaba de él. Y mientras Harry acariciaba su cabello, y lo sostenía con fuerza, Draco podía imaginar que quien hacía eso, era alguien más.

•••

Podría haber pasado una hora, o podría haber pasado un día entero, pero para cuando Draco al fin volvió a ser consciente del mundo que lo rodeaba, sentía que las heridas de su estómago sangraban y sus ojos se encontraban hinchados de tanto llorar.

Aunque nada de eso era comparable al dolor que le traía la certeza de que su madre estaba muerta. Como si acabara de suceder.

Percibió a Harry sacar su varita desde el bolsillo, y agitarla. Draco sintió cómo sus cortes eran limpiados, junto a su cara y la camiseta, así que lo atribuyó a eso. No se movió o habló para darle las gracias.

Draco continuaba con su cara metida en el pecho de Harry, oyendo los latidos de su corazón y su respiración pausada. Le daba un miedo gigante el separarse y tener que seguir adelante; existir fuera de ese momento en el que sólo había manos ásperas en su cabello, y brazos cálidos alrededor de su cuerpo.

Al cabo de un rato en el que sólo se escuchaban las pisadas y las voces provenientes del exterior, sintió a Potter removerse e intentar levantar la cabeza de Draco, quien se resistió los primeros segundos, sin ser capaz de encontrar sus ojos y darse cuenta de que acababa de dar el espectáculo de su vida frente a alguien que se suponía, era una persona que detestaba.

Al menos no me cortó en trocitos esta vez.

Una parte de él rio ante el pensamiento, ante lo macabro y extraño de toda la situación. Porque, si se lo preguntaban, tenía muchísimo más sentido que fuera Theo el que estuviera abrazándolo. No Harry Potter.

Pero ahí estaba, y Draco no podía separarse de él.

Finalmente, Potter logró su cometido y Draco levantó la cabeza desde su pecho para mirarlo. Los ojos del hombre lo observaban con manía tras sus lentes, buscando señales de heridas. Su boca estaba curvada en una mueca de preocupación. Draco se le quedó viendo un largo rato. Sus ojos estaban conectados.

Ni todas las estrellas del mundo brillarían alguna vez como esos ojos.

Desde esa distancia, podía detallar con claridad cómo la cicatriz de rayo surcaba su frente y acababa a la mitad de su pómulo, blanca contra la piel morena. Las mejillas de Harry estaban ahuecadas gracias al peso que había perdido, y la barba recién afeitada. Desde hacía meses que no cortaba su cabello, por lo que alguien, seguramente Granger o Lovegood, lo había trenzado, haciendo que le llegara hasta el inicio del cuello. Sus ojos- sus ojos verdes tenían manchas grises y negras alrededor del iris, y su pupila estaba dilatada.

Draco miró sus labios.

Sintió la mano ajena que había estado descansando en su cabello bajar hasta su mandíbula, y los duros dedos de Potter acariciaron la piel alrededor del labio. Draco paró de agarrar la camiseta de Harry, haciéndola puños, y dejó una de sus manos encima del cuello de Potter, sin saber muy bien por qué lo hacía.

Por unos segundos, era agradable no pensar. Sólo hacer lo que se sentía correcto.

Potter comenzó a acercarse, y Draco era incapaz de apartar la mirada. Cada partícula de sí vibraba y cantaba, diciéndole que era lo correcto. Un bálsamo, un medicamento, una anestesia para su dolor.

Sí.

Esto es lo que siempre he querido.

Esto es lo que siempre he necesitado.

Su corazón estaba latiendo con fuerza, y el del hombre también, según lo que escuchaba al estar pegado a su pecho. Draco acarició el cabello de Potter, soltando un suspiro, y dejó que se pusiera más cerca.

El aliento chocó contra sus labios, caliente, lento. El aroma de Harry nunca antes había inundado tanto sus fosas nasales. Su magia lo acarició, danzó de una forma que Draco nunca había sentido antes. Parecía cobrar vida, corear una melodía que era sólo por y para él. Era suya. Suya. Suya.

Algunos de los mechones de cabello cayeron encima de la frente de Draco, haciendo cosquillear su piel. Y… sólo unos centímetros más y lo probaría. Quizás necesitaba hacerlo desde hacía meses, quizás desde que tenía memoria-

Este era Harry Potter.

Draco exhaló con lentitud.

Potter, quien rechazó su mano a los once, a quien detestó por años. Quien luego lo maldijo en un baño mientras lloraba. Quien le demostró más de una vez la escoria que era.

Este era Potter, quien lo salvó del fuego, y quien le dijo más de una vez que lo despreciaba.

Y Draco nunca había hecho nada para ganarse esto.

Nunca hizo nada que le mereciera tenerlo tan cerca. Nada para merecer su risa, su voz, una mirada dirigida en su dirección. Nada.

Draco torturó a McGonagall.

Los labios de Harry rozaron los suyos, haciéndolo cerrar los ojos-

Y Draco se apartó antes de que pudiera suceder.

Se separó, levantándose lo más rápido que podía y sintió cómo todas las horas llegaban a él de golpe. Draco vio en perspectiva todas y cada una de las personas que hirió, que llevó a ser asesinadas, y- en vano. Gente que enloqueció y torturó. Gente que probablemente era del lado de Potter y que el mismo Potter apreciaba. Draco lo hizo, sin siquiera dedicarles más de un segundo de remordimiento durante casi una década.

Potter no podía querer eso. Estaba mentalmente afectado por la muerte de McGonagall. Y él también. Ninguno de los dos quería eso en realidad. Era imposible.

—Draco-

Draco se giró a encararlo cuando lo oyó, tratando de buscar dentro de sí algún ápice de rabia.

Potter ya estaba de pie. Su gesto estaba confundido, lucía como si quisiera acercarse, y Draco no entendía por qué. Por qué razón Potter querría algo como esto.

—¿Crees que soy una buena persona? —le preguntó, sintiendo la voz seca.

Potter se quedó parado en su lugar, apenas a unos metros de Draco, que se sentían kilómetros en realidad. Y a pesar de que todos sus sentidos le gritaban que cruzara el espacio y lo besara hasta hacerle perder la respiración, Draco no lo haría. Porque eso no les serviría ni un bien a ninguno de los dos.

Mereces una vida feliz, él le había dicho.

Bueno, con Draco no la tendría.

—¿Crees que debajo de esto hay un corazón de oro, o alguien honorable? —prosiguió, mirando a Potter fijamente. Deseaba que entendiera. Que comprendiera.

—Draco-

—No sé qué te has inventado en tu cabeza, Potter, pero no soy una buena persona. He matado gente-

—No, no lo has hecho.

Draco se quedó en silencio unos segundos. Potter había hablado con demasiada decisión. Era increíble, estaba cegado, más afectado de lo que Draco pensaba. Potter necesitaba comprender- necesitaba darse cuenta de que Draco no era bueno para él, que no podía quererlo, no podía confundirse. Había sufrido demasiado, los dos, pero sobre todo él. Harry necesitaba salir de esa guerra, conocer a alguien igual de honorable y no condenarse a sí mismo a estar con Draco.

Con Astaroth.

—Los he llevado para matarlos —corrigió, negando con la cabeza—. He torturado a tus compañeros. He hecho que desearan- que rogaran que los matara. He- —Draco chasqueó la lengua, tomando el pecho de su túnica y levantando el broche del Nobilium que relucía contra el negro, para que Potter lo viera—. ¿Sabes qué significa esto? Tengo sangre en mis manos.

—Draco...

—No- me llames así —Draco espetó, respirando agitadamente. Potter seguía plantado en su lugar—. ¿Crees que estoy aquí porque creo que es lo correcto? ¿Porque me importan una mierda los sangre sucia o los amantes de ellos? No. Estoy aquí por venganza. ¿Eso es de alguien bueno?

Harry puso en el rostro una expresión que variaba entre el enojo y la tristeza. Draco casi quería gritarle que viera, que- que eso era lo único que ocasionaba en Harry. Enojo y tristeza. Draco no era capaz de usar esas manos –esas manos que se crearon para destruir y dañar– para cuidar de él.

Para darle lo que merecía.

—No —murmuró Harry.

Draco sintió cómo un nudo se instalaba en su garganta, recordando a Eric. Recordando a su madre, y sabiendo cómo nada, absolutamente nada de lo que había hecho, valía la jodida pena.

—He hecho- cosas... Cosas que te causarían pesadillas. Cosas que veo hasta cuando cierro los ojos. —Draco se alejó, volviendo a negar—. Y no me arrepiento. No me arrepiento-

—¿Entonces por qué estás temblando?

Draco miró hacia abajo, notando que sus manos tiritaban exageradamente luego de haberse calmado. Apretó los puños y encuadró la espalda, tratando desesperadamente de dejar de sentir. Potter no era, ni debía, transformarse en una preocupación. No podía.

Oh, cómo lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba. Detestaba a Potter porque- no tenía derecho de hacerle esto. De que todos sus nervios se sintieran en la superficie.

De hacerle sentir.

—Yo tampoco soy una buena persona- —dijo este, dando un paso al frente y pasando una mano por su frente. Draco apretó la mandíbula.

—¿Qué mierda estás diciendo?

—He hecho lo mismo que tú. He ocasionado la muerte de muchas personas-

—Tú has matado a la gente correcta.

—Tal vez, pero sigue siendo una vida —Harry dijo desviando la mirada, seguramente recordando—. Tú y yo... No somos tan diferentes.

Draco se sintió cómo si hubiera sido golpeado.

—¿Cómo mierda puedes decir eso? Cállate —espetó, con temor e ira. Al instante, tomó la manga de su túnica y la subió hasta su antebrazo, mostrándole la Marca Tenebrosa allí. El recuerdo de lo que era tan diferente entre ambos—. ¿Ves esto? Esto es lo que decidí. La tomé a voluntad y estaba orgulloso de eso. Esto es quién soy. Esto es todo lo que soy

Harry la miró, y Draco casi pudo ver su tren de pensamiento. Hannah. McGonagall. Incluso Ginny Weasley y todos los que habían muerto. Draco era parte del grupo que los asesinó y los hizo sufrir, y eso no iba a cambiarlo nada ni nadie. Draco, por ocho jodidos años, ocho años, fue parte de la caza de traidores y Rebeldes por motivos egoístas. Y Potter al contrario, buscaba deshacerse de ese gobierno y salvar a la pobre gente. Había mares, universos de diferencia entre ambos.

El broche del Nobilium y la Marca de su antebrazo eran sólo una prueba más.

Pero, contrario a estar de acuerdo con él y decirle que todo había sido un error, Potter dio un paso al frente, fijando los ojos verdes en su cara.

—Eres más que tus errores.

Draco sintió que las palabras se atascaron en sus pulmones para quedarse a vivir allí.

Su alma, esa parte patética que anhelaba la aceptación y el confort, se agitó feliz. Era una simple frase. Algo que llevaba esperando escuchar toda su vida. Que alguien le asegurara que se podía ser más, que no estaba siendo medido por las malas decisiones que tomó, por las equivocaciones que cometió en el camino.

Eres más que tus errores.

Eres más que tus errores.

Eres más que tus errores.

Draco lo odiaba tanto, porque no. Eso no se suponía que iba a suceder. Potter le había gritado que él era una mala persona, sabía que Draco no era más. Que nunca fue más, ni siquiera de niño. Se lo dijo, una y otra vez, Potter llevaba repitiéndolo por meses. No paraba de recordarle a Draco lo mismo, que jamás había pensado a Draco como- más. Simplemente más. Y era cierto- esto- esto era nada más que una ilusión.

Decidió aferrarse a eso, porque considerarlo como verdad, era pensar que Draco tenía esperanza. Que tenía un futuro. Pensar que podía existir algo que no fuera la persona en quien se convirtió- significaba soñar con una realidad imposible.

—Potter, Potter. —Draco rio con crueldad—. ¿Te pegaste en la cabeza? Tú me odias.

Fue el turno de Harry de reír.

No era un sonido malicioso, era desesperado. El aliento de un hombre que se estaba dejando morir.

—Créeme que- lo he intentado. Cada jodido día de los últimos meses. He intentado volver a- a… Pero no lo hago. No puedo, joder. —Draco vio cómo apretaba los puños también, impotente. Su mandíbula estaba encajada, y lo observaba como si él fuera el causante de sus problemas—. No puedo. Así que ayúdame, Malfoy. Dime cómo carajos puedo volver a odiarte, porque me repito cada día quién eres, las cosas que has hecho, y aún así- no puedo. Dime cómo carajos dejo de sentir esto por ti, porque estaría más que feliz de deshacerme de ello.

Potter dejó ir un gran suspiro cuando acabó y Draco notó cómo parecía que llevaba queriendo decir eso por mucho tiempo. O quizás, como recién acababa de dejar de reprimirlo. Las palabras estaban tatuadas en su cerebro, mientras Draco sentía que su espalda cosquilleaba, que el pulso latía desenfrenado en sus oídos.

Dime cómo carajos puedo volver a odiarte.

Dime cómo carajos dejo de sentir esto por ti.

Y el jodido idiota se veía tan guapo, con sus ojos esmeralda, su cabello trenzado y- simplemente eso no se suponía que iba a pasar. Draco se dijo a sí mismo que nunca más llegaría a sentirse así por nadie. Era una debilidad. Era un castigo.

Pertenecer a alguien era lo que todo el mundo buscaba.

Y para él era una maldición.

—¿Cómo? —dijo, preguntándose a sí mismo más que a nadie—. ¿Cómo mierda-?

—Te conocí.

Mierda. Mierda. Mierda.

Draco estaba jodido.

Quiso decirle que no, que Potter no lo conocía. Pero eso no era verdad. Potter lo conocía quizás incluso mejor que Theo; lo había hecho desde el momento en que lo vio, quince años atrás, y siempre había sabido cómo meterse debajo de su piel.

Draco no entendía cómo lo había hecho ahora también.

Cómo o en qué momento Potter logró eso, sin que él mismo se diera cuenta. Hasta que la realidad los golpeó en la cara a ambos. Por supuesto que Draco sabía que se preocupaba por que siguiera vivo, que su relación había cambiado, pero esto…

Esto era como ir por la mitad de un camino, sin haber notado en qué momento habías empezado a andar en él.

Potter dio otro paso en su dirección, y Draco agitó la cabeza de nuevo. Era demasiado. Todo era demasiado, y no tenía idea por qué había pasado ahora, cuando todo su ser le pedía volver a los brazos de Potter y vivir el duelo de su madre en paz.

—Draco-

—Déjame- —le espetó, dándose vuelta y caminando hacia la puerta. Oyó pasos tras él—. Potter, déjame-

Draco salió del cuarto, sin siquiera acordarse de Astoria o el resto. Tenía que encontrar a Theo. Tenía que salir de allí y olvidarse por un rato de quién era, a quienes había perdido, y quiénes nunca había logrado tener.

Necesitaba ser lo suficientemente fuerte para no caer en lo que todo su ser le imploraba que sucumbiera.