He sacado una frase de "Choices" de Messermoon en ao3! Si tienen la oportunidad, leanlo. Ya sé que es súper popular, pero lo es por un motivo. En términos literarios está narrado de una forma increíble, y me enseñó mucho.

En fin, espero disfruten del cap!

•••

Draco recobró la consciencia debido a que la Marca estaba quemándole la maldita piel.

No tenía idea de por qué estaba en su laboratorio, o cómo era que había llegado allí, pero Draco últimamente no sabía demasiadas cosas. Estaba mareado, las heridas de su torso sangraban, y su cabeza se sentía como si estuviera bajo el agua. Draco no podía pensar del todo racional, y a pesar de que llevaba meses diciéndose a sí mismo que iría a ver algún sanador para saber qué carajos le pasaba, sabía que no era verdad, y que estaba demasiado ocupado lidiando con la Orden y los sangre sucia para preocuparse de sí mismo.

Pero, una parte de sí, de todas maneras estuvo a punto de ir a consultar qué era lo que le pasaba, porque mientras Draco se ponía de pie y tomaba unas pociones para que sus heridas dejaran de sangrar –y para sentirse mejor– miraba hacia atrás, a esos exhaustivos meses… y todo lo veía como si hubiera una especie de manto transparente cubriendo sus recuerdos. En medio del humo y la neblina, se veía tratando de mantener la economía a flote, ayudando a Lestrange en lo que le pidiera, persiguiendo a los traidores… pero no como si hubiera estado realmente allí. Era extraño, y Draco sentía que le faltaban partes, pedazos de esas memorias, como si habitara en la piel de un extraño. Le provocaba, mínimo, incertidumbre.

Sin embargo, no era momento de pensar en eso. La Marca continuaba quemando. Era requerido en otro lugar con más urgencia.

Llegó al Ministerio unos cuantos minutos después, avanzando a la cámara del Wizengamot. Contrario a otras veces, el edificio se encontraba vacío, como si los trabajadores hubieran huido o estuvieran escondiéndose, temerosos por alguna razón. Lo único visible en el Atrio eran catorce personas colgadas alrededor de este. Sus cuerpos estaban calcinados; Draco podía detallar que en algunos cadáveres, los huesos podían verse a través de la carne negra. Sus caras estaban tan quemadas y deformadas, que lo único realmente reconocible eran sus ojos derretidos en las cuencas. Era imposible adivinar qué expresión tuvo esa gente al morir, aunque era posible imaginarlos: gritando al ser quemados vivos, sintiendo cómo su piel se carbonizaba, sus nervios eran expuestos, y sus pulmones se llenaban de humo.

Draco apartó la mirada, y siguió caminando.

Apenas entró a la sala de Wizengamot sintió cómo algo le doblaba la espalda para hacerlo arrodillarse, y al segundo siguiente, el familiar dolor del Crucio lo recorrió. El intestino comenzó a arderle en llamas, y su piel parecía querer desprenderse de él. Draco apretó los dientes y su estómago para evitar que las heridas volvieran a sangrar, y esperó, con el corazón en la garganta, que todo pasara pronto.

Cosa que no tardó en suceder.

Pasados unos cuantos segundos, la maldición cesó, y Draco fue consciente nuevamente de lo que estaba sucediendo. Con mucha dificultad luego de haber caído al suelo, levantó un poco la mirada y vio que todos los suyos estaban arrodillados en el centro del tribunal, siendo amonestados por el Lord, a quien le temblaba la varita de la rabia.

Respirando agitadamente, Draco trató de dejar de sentir las secuelas y temblores del Crucio, para así enfocarse en lo que el Señor Tenebroso estaba diciendo.

—… Ustedes no han hecho lo suficiente —el Lord bramó. Su voz era como oír garras pasar por una pizarra. Draco reprimió un escalofrío—. Por eso los asquerosos traidores lo hicieron. Por esa razón pasaron por enfrente de sus narices y lograron entrar…

Draco bajó la cabeza rápidamente cuando vio que la cara del Señor Tenebroso giraba en su dirección. La magia negra se deslizó por el suelo, envolviéndose en sus víctimas. Draco tuvo que cerrar los ojos y apretar los dientes para ignorar que esta intentaba desgarrar las heridas de su pecho.

—… Y ahora, Azkaban ha caído. Azkaban se ha derrumbado sin vuelta atrás, y todo lo que simbolizaba se ha- derrumbado con ella.

Draco creyó haber oído mal.

Su cuerpo se congeló al acto.

Un pitido se instaló en su tímpano. Sus manos se aferraron al suelo, su barbilla tembló, y por unos momentos, sintió que dejó de existir. La última conversación que tuvo con Lucius se reproducía en su cabeza. Draco le había dicho que se pudriría allí por lo que había hecho, y a pesar de que una parte de sí aún lo pensaba y quería ese destino y esa venganza- había otra parte que no podía concebir que acababa de pasar. Lo que sucedió.

Si Azkaban había caído, lo más probable era que su padre había caído con ella.

Y todo era culpa de la puta Orden.

Draco intentó respirar hondamente. El sermón del Señor Tenebroso sonaba como ruido de fondo.

Podría culpar al Lord, por supuesto, pero Draco no era un hipócrita. Él mismo quería que su padre estuviera en Azkaban por lo que había hecho, era lo que merecía. Pero lo quería vivo, y la Orden le quitó eso. Draco estaba completa e irremediablemente solo, aunque su familia ya estuviera jodida desde años atrás- ahora era real. Draco se había quedado solo en ese mundo, y los culpables no estaban en esa puta sala.

—… Ahora, levántense. Iniciaremos la sesión.

Draco obedeció sintiendo que tiritaba, aunque esa vez nada tenía que ver el Crucio de minutos atrás, sino, la rabia de enterarse de lo que había sucedido. El no saber si alegrarse porque el asesino de su madre estaba muerto, o estallar porque acababan de arrebatarle a su padre.

Su padre.

Lo único que le quedaba.

El Lord dejó de obligarlos a estar de rodillas y Draco tomó asiento, escuchando a Rodolphus iniciar su discurso con claros signos de haber sido torturado también. Su mente, por otro lado, todavía seguía maquinando lo que pasó y cómo había pasado. Desde hacía años que a Draco no le interesaban las castas de sangre, no sinceramente, pero en ese momento odió a los sangre sucias de mierda, a los mestizos, y a los putos traidores. Los odió por no haber traído más que discordia, por ni siquiera dejarlo descansar y sufrir en paz la muerte de su madre. Y ahora su padre se le había sumado, y- simplemente era demasiado para procesar.

Pero por sobre todas las cosas… Draco odió a Potter como nunca.

Cuando eran niños, siempre sintió una especie de repulsión hacia él, por no haber tomado su mano. La indiferencia que Potter le dedicaba cada vez que lo miraba como si Draco no valiera nada, siempre le hizo sentir que su cerebro y todas sus jodidas neuronas iban a hervir dentro de su cráneo por la rabia. Así de mucho lo detestaba. Y así de mucho deseaba su atención.

Cuando entraron a la adolescencia, cosas más grandes se apoderaron de su mente, y Draco llegó a admitir que no quería a Potter muerto. Le desesperaba la mera posibilidad, e incluso, deseó que fuera salvado el día que "murió" en el Ministerio.

Pero ahora, ahora que se sabía la verdad- Draco lo quería destruir de una buena vez. Porque lo odiaba, porque él era el cabecilla de la Orden, y si ahora su papá había fallecido, era culpa de ese imbécil de mierda. Lo odiaba como nunca lo odió en su juventud.

Draco apretó los puños en el borde de su asiento y se obligó a contar hasta cien, tratando de no enfocarse en lo que esa revelación le hacía sentir. Para eso había tiempo luego. Por ahora, necesitaba prestar atención y pensar cómo podía joderlos.

Lo que había sucedido ya era una noticia internacionalmente, y entendía por qué el Señor Tenebroso podía ver la caída de Azkaban como una amenaza para el gobierno. Su plan era tomar control del resto de los mundos mágicos en el resto del planeta, y así exterminar juntos a los muggles. Bastante de su influencia ya se encontraba presente en Europa, pero si lo veían débil, si veían que la Orden estaba ganando demasiadas batallas y ellos ya no tenían el control de su propio país… iban a perder su poder.

No podían permitir que eso sucediera. Draco estaba dispuesto a no permitir que eso sucediera, y tenía un par de ideas para eso. Cuando Rodolphus los miró, preguntando cuál era la mejor forma de restablecer el Orden fue que las dio.

—Tengo una solución.

Todo el Wizengamot se giró a mirarlo cuando habló. Draco se paró en su lugar, tratando de ordenar las cosas que quería decir. Que, en medio de la bruma de su rabia, eran bastantes. Tal vez no estaba pensando con claridad, pero le importaba un comino. Aquel era sólo un comienzo.

—Hay que reestablecer el poder, eso está claro —Draco prosiguió, mirando a cada uno de los integrantes a la cara. Cuando nadie dijo nada, continuó hablando—: ¿Y cómo se hace eso? Pues… a través del miedo.

Sentía la mirada del Señor Tenebroso encima de él, y Draco sabía que al final del día lo que iba a decir, le terminaría gustando. Era algo que acababa de pensar, pero que sabía que tenía sentido. Y si podía bajarles los humos a los bastardos de la Orden y sobre todo a Potter, mejor para él.

—La gente ha perdido el miedo, por eso no se respeta el toque de queda y están matando a los Purificadores y a los nuestros patrullando las calles. Por eso se está dando la huelga de San Mungo y los sangre sucia no asistieron a Hogwarts. Ya no tienen miedo —Draco dijo, hablando con la pura verdad, por mucho que aquello escociera—. Hay que recordarles lo que se siente el temor perderlo todo.

—¿Pero qué podemos hacer? —soltó uno de los Carrow de mala gana—. ¡Ya hemos intentado to-!

—No todo —lo interrumpió él con una ceja arriba, haciéndolo callar—. Reconozco que los Rebeldes hicieron un movimiento muy inteligente cuando nos amenazaron con asesinar a los nuestros: Rookwood, Yaxley, Gregory… —Goyle padre dio un pequeño salto ante la mención de su hijo. Draco compartía el sentimiento—. Pero las condiciones de ellos fueron: no maten gente "inocente", y no tendrán que ver morir de a poco a los suyos. Sin embargo creo… que hay cosas peores que la muerte.

—¿Qué sugieres, Astaroth?

La voz de Lestrange resonó por la sala, y Draco se encargó de responderle sólo a él, ignorando incluso los ojos rojos y monstruosos del Señor Tenebroso detrás.

—Sugiero dejar de asesinarlos —dijo, ganándose protestas de inmediato, pero Draco no les prestó atención. Sus sentidos se encontraban puestos en la mirada analizadora de Rodolphus—. Si algo me han enseñado mis años en el Nobilium, es que el más grande miedo de la mayoría de las personas no es morir, por algo están arriesgando su vida sabiendo las consecuencias que eso podría traer. Tampoco diría que temen ser torturados. —Draco recordó a la gente rogando para que no tocaran a sus familiares, y esbozó una sonrisa victoriosa—. Su mayor miedo, es ver sufrir a la gente que aman.

Los murmullos y protestas se fueron acallando a medida que la última oración se esparcía por todo el tribunal. Draco podía verlo perfectamente: la gente rogaba por sus familiares, por la gente que amaban, pedían estar en sus lugares. Él había sentido en carne propia lo que era desearlo.

Que sufrieran un poco lo que Draco tuvo que pasar, pensó. A ver si les quedaban ganas de seguir rebelándose. A ver si a Potter y a la Orden les quedaban ganas de seguir haciendo sus mierdas.

—Sugiero que cada vez que se encuentre a alguien en actividades extrañas, no se le mate, no se le torture, sino… —Draco sentía la admiración y la cautela de los presentes crecer a medida que hablaba—. Que busquemos a sus familiares, y los torturemos a ellos, hasta que los traidores rueguen estar en su lugar. Que les hagamos mirar lo que pasa cuando se atreven a desafiarnos.

Las personas empezaron a mirarse entre ellas cuando Draco acabó, y podía ver que ninguno estaba lo suficientemente convencido al respecto. ¿No matar, cuando eso era lo único que habían hecho?

Pero Draco conocía mejor la psiquis humana. En ese escenario la muerte era indolora, era una salida fácil, incluso algunos la buscaban para librarse de ese mundo. Obligarlos a vivir en él, obligarlos a seguir, viendo cómo las personas que amaban eran mantenidas vivas mientras sufrían… Eso les enseñaría a callarse la puta boca.

En general, Draco no disfrutaba de las torturas. En ese momento, imaginando la forma en la que su padre había muerto, en las maneras que probablemente la Orden y los sucios traidores lo habían matado… Su mente no estaba pensando con claridad.

—¿Quieres decir… —Mulciber tomó la palabra— que debemos darles la oportunidad de vivir?

Muchos no estaban de acuerdo con esa opción. Draco negó de inmediato.

—No, porque no es ninguna oportunidad. Ellos preferirían estar muertos al final del día. ¿Puedes imaginar lo que sentiría una madre, al ver, delante de sus ojos, cómo a su hija se la están comiendo viva, mientras ella no puede hacer nada? ¿Puedes imaginar lo que sentirá cuando vea que las obligarán a vivir así por siempre?

Los Mortífagos entendían mejor su punto ahora, y Draco se sentó de nuevo, sintiendo la ira mezclarse con el auto desprecio.

La sesión continuó su curso, y nuevas soluciones continuaron saliendo a la luz, aunque Draco sabía que la suya era la que impediría que más gente continuara rebelándose. Lo que lo ayudaría a él también a cobrar su venganza y apaciguar su ira; además de ganar más control y confianza.

Incluso cuando no entendía por qué sentía necesitarla.

Cuando la sesión se levantó, Draco se movió muy lentamente. Sus heridas y su cuerpo dolía gracias a la tortura, y una parte de sí estaba retrasando lo máximo posible el volver a casa, y meditar lo que había sucedido. No podía.

—Astaroth.

Draco iba saliendo de la sala cuando el Señor Tenebroso se le había acercado. No dudó en agacharse al oírlo, sintiendo cómo un ápice de incertidumbre se alojaba en su pecho. El Lord se había metido a su cabeza cuando conectaron las miradas, sólo por unos segundos.

—Mi Señor.

Era automático, el Señor Tenebroso hablaba, y Draco se agachaba para mostrar respeto. Sabía que durante la sesión había dicho lo correcto, y no creía que recibiría un castigo en ese instante. Sin embargo, la cara de Voldemort, (los ojos rojos y sin párpados, los dientes afilados y podridos, las venas mostrándose en su cara) continuaba causando en él un sentido de- precaución. Por no decir miedo.

—Hiciste un buen trabajo —le dijo el Lord, haciendo que Draco pudiera respirar de nuevo—. Mereces una segunda oportunidad.

El Señor Tenebroso agitó la varita entonces, y Draco sintió cómo, poco a poco, las heridas de su torso comenzaban a cerrarse. El corazón comenzó a latirle con rapidez, y un sentimiento de tranquilidad lo recorrió. Reprimió las ganas de tocarlas y comprobarlas, asegurándose también de no tener ninguna cicatriz.

El momento en el que se las había dado permanecía borroso en su cabeza. No tenía idea por qué no hizo lo que le pedían, al final. No lo sabía, no tenía claro por qué no trató de evitar ser castigado de esa forma. Pero ya había pasado todo, el Señor Tenebroso había decidido que el castigo era suficiente, y ahora Draco debía centrarse en no fallarle otra vez.

—Gracias, mi Señor —murmuró él, y unos segundos pasaron, en el que solo sintió cómo la piel se acostumbraba a su nueva forma, como si hubiera sido sellada con hilo y aguja.

—Vete.

Draco no dudó al perderse de su vista.

•••

Para cuando llegó a la Mansión, la muerte de su padre todavía no le había pegado así como la de su madre; no había nada además de la jodida rabia que amenazaba con quemarle los sesos. Por lo que Draco se sentó en su laboratorio por unas cuantas horas, pensando en qué haría a la Orden y a Potter cuando los viera, porque eso era más simple. Eso era muchísimo más simple.

Era más simple que pensar en la familia que perdió.

Luego de largos minutos de intrincados planes de venganza, mientras restringía sus propias emociones, recordó lo que el Señor Tenebroso había hecho. Draco saltó del laboratorio para subir a su habitación, más agitado de lo que ya estaba. No tenía mucha esperanza –y sabía que merecía las palabras escritas en su piel– pero aún así quería creer que se había deshecho de las heridas, que quedarían nada más que como un mal episodio. No deseaba mirarse al espejo y encontrar unas cicatrices allí para siempre. Cicatrices que iban desde el inicio de su pecho hasta su vientre, con la palabra "cobarde" escrita. Pero…

Una vez que estuvo en el baño, y observó su reflejo, eso fue exactamente lo que vio.

Aferrándose al lavabo, detalló los cortes cerrados, pero aún así rojizos y prominentes, contrastando con su piel blanca. No miró sus ojos. Draco apretó los dientes, creyendo que era su momento de explotar, y pensó por qué carajos había permitido que algo así sucediera.

McGonagall no era nadie, era parte de la Orden, y la Orden había matado a su padre. Draco debió hacerla sufrir, no pagar él un castigo que no le correspondía, y que ahora tendría en su piel para toda la vida. Después de estar años sacándose esa palabra de encima, de crear respeto y de ser simplemente superior en cualquier sentido, ¿ahora tenía eso grabado en su torso? ¿Cualquiera que lo viera sin camisa sabría que era un cobarde?

Draco apagó la luz de su baño y se dio una ducha en la oscuridad, sintiendo el cansancio, el Crucio, las noticias y todo comenzar a sobrepasarlo. Tenía ojeras bajo sus ojos, él las había visto. Quizás necesitaba dormir, así se abstendría de hacer algo que era más cruel de lo que deseaba. Se sentía- a la deriva. Cayéndose. Deshaciéndose en millones de diminutos fragmentos.

Veinte minutos después, cuando sus dedos se arrugaron gracias al agua helada, Draco volvió a su habitación. Normalmente llamaría a un elfo para que prendiera las velas, pero en ese momento descubrió que era cómodo andar en las sombras. Cualquier otra cosa se sentiría incorrecta.

Luego de haberse vestido, y temblando aún, sacó del cajón de su cómoda una poción para no soñar. Se quedó mirando su líquido púrpura un buen rato, pensando en qué pasaría si no la bebiera. Ya hacía bastantes años desde la última vez que se fue a dormir sin tomar una de esas; era un hábito. Casi podría decir que su cerebro las necesitaba.

Draco tenía claro que no era saludable.

Aún así, decidió que ese no era el mejor día para averiguar cómo se sentía dormir sin la poción. No necesitaba ver en sueños lo que evitaba ver en su vida diaria.

Draco tomó un sorbo, para luego dejar el resto del vial de vuelta en el cajón, y de pronto allí, arrumbado entre varias cosas, vio tres pequeños papeles que él no recordaba haber puesto en ese lugar, y que definitivamente no se veían tan antiguos como para haberlos olvidado.

Frunció el ceño, preguntándose por qué los guardaría en un cajón con llave, y los sacó con cuidado para no romperlos. Estaban rasgados en los bordes, eran pequeños, y solamente algunas partes de las palabras se leían. Cosas como: " debes luchar", "me arrepiento más de que no sucediera" o "cuídate", estaban escritos en los papeles, en una letra desordenada e irreconocible para él. Draco se les quedó viendo, tratando de encontrarle un significado a lo que leía, pensando de donde mierda habían salido; porque no recordaba haber recibido unas notas así jamás. A pesar de que las palabras parecían ordinarias, que no parecían significar absolutamente nada especial, se sentían mucho más personales de lo que eran. Draco nunca había sentido ninguna carta así de personal.

Arrugando aún más la frente, trató de hacer conjuros con el papel para determinar de dónde venían, o si tenían un significado oculto, pero no encontró nada. Ni siquiera se le ocurría quién le podría haber escrito, o quien pudo dejar los papeles allí. Theo definitivamente no. Pansy mucho menos. Draco no entendía.

No le gustaba no hacerlo.

Luego de meditarlo por un minuto entero, terminó tomando los papeles y apuntando su varita a ellos.

Incendio —murmuró.

Las llamas consumieron la tinta, el pergamino, las emociones que existían detrás. Draco sintió un extraño vacío al observar cómo desaparecía de su vista.

No pensar. Necesitaba no pensar.

Draco se levantó de su lugar y volvió a la cama, dispuesto a quedarse dormido.

Sin embargo, de un momento a otro, sintió que las protecciones de la casa se agitaron.

Ni siquiera pensó al bajar rápidamente las escaleras, para saber qué estaba pasando.

•••

Draco no supo qué había sucedido, hasta que despertó minutos después y descubrió que estaba siendo arrastrado por Theo a través un camino lleno de arbustos y tierra.

¿En qué momento...?

¿Qué mierda estaba pasando?

Intentó librarse, pero Theo al parecer ya estaba llegando a- dónde sea que lo llevara, y lo tenía aprisionado con algún maleficio que le impedía moverse demasiado. Aún así, Draco no paró de agitarse en su lugar, dispuesto a hechizarle el culo.

—¿Qué mierda te pa-?

Draco cerró la boca, porque entonces, cuando Theo se detuvo, una onza de poder mágico lo arrolló. Theo lo soltó, y Draco llevó una mano hasta su varita, sin entender un carajo, pero dispuesto a ponerse a maldecirlo allí mismo y hacerlo sufrir, porque esa magia correspondía a nada más ni nada menos que Potter. Y oh, a pesar de que aún no podía verlo, Draco estaba allí para cobrar su venganza. Iba a hacérselo pagar, a bailar sobre su cadáver, y-

Una varita se posó en su sien.

Oh.

Draco tropezó hacia atrás mientras la magia del hechizo lo arrollaba.

Oh.

Todo regresó a él. Todo. Los recuerdos pasaron por su cabeza a trompicones. Su madre. Su muerte, real, tangible y jodidamente dolorosa. Su padre. La desolación. Astoria. Kreacher. Austria. McGonagall. El niño muggle. Su casi beso. Sus sentimientos. Harry.

Draco dejó salir una respiración ahogada, sintiendo que el vómito subía por su garganta.

Harry.

Cerró los ojos, dejando que la certeza de que su padre seguía vivo y a salvo se asentara en sus huesos. No tenía idea cómo su yo sin recuerdos había logrado sobrevivir a esa noticia, quizás era más fuerte de lo que pensaba. De todas formas, saber que Lucius seguía vivo no hacía que Draco se sintiera menos sobrepasado por las emociones y las memorias. Eran casi nueve meses regresando a él de golpe, de la manera más cruel y desgarradora.

El ataque que tuvo semanas atrás también regresó; cuando aceptó por fin lo que le había sucedido a su madre. Draco apenas había comido durante esos días, y con esa realidad haciéndose presente, tampoco deseaba hacer mucho más ahora. Salvo que la oportunidad de tener al menos a su padre estaba allí, y debía aprovecharla.

—¿Dónde está? —terminó preguntando, sin abrir los ojos—. ¿Está bien?

—Sí.

La voz de Potter fue como una melodía resonante, algo que Draco ni siquiera sabía que necesitaba, pero que, al final del día, sí que era así. Siempre había sido de esa forma. La sola noción de su magia era como un bálsamo para sus heridas. Y- Draco sinceramente no entendía cómo hacía unas horas, hacía unos segundos, lo estaba odiando con cada fibra de su ser. Sentía amargura hasta recordarlo, porque, ¿cómo podía odiar a Harry? Sentir otras cosas tampoco era bueno, no era lo que se suponía que tenía que pasar porque- porque simplemente no tenía sentido, y porque era imposible. Menos considerando que se trataba de San Potter- pero, ¿odiarlo...?

Draco abrió los ojos, y los chocó con los verdes de Harry.

Y- se suponía que en ese momento debería pensar que era imposible, ¿verdad? Que era imposible odiarlo. Eso era lo que Draco tenía que ver en sus ojos. Pero no. Mirándolo de cerca… Potter era alguien tan fácil de odiar, como de querer; salvo que se sentía cómodo detestarlo, Draco sabía lo cómodo y divertido que era detestarlo con cada célula. La diferencia es que, teniéndolo enfrente, lo único que podía pensar era en tomar su estúpida mandíbula y besarlo con furia. Ahora, con sus recuerdos, Draco sentía esa acción tan necesaria como lo era respirar.

Mientras trataba de mantener bajo control todas las emociones que Harry y los recuerdos le provocaban, Draco se acordó de lo que había dicho en el Wizengamot. De lo que había deseado y la medida que implementó. Hacer sufrir a toda esa gente…

Draco probaba ser quién era cada día.

Lo peor de todo, es que en ese preciso momento lo que más le hacía querer gritar, era el miedo de haber echado las cosas a perder. De nuevo. No el arrepentimiento de lo que sugirió.

Mierda —murmuró desesperado, llevándose las manos hasta la cabeza—. Mierda. Mierda. ¿Tengo que hacer esto cada vez que pierdo los recuerdos? Joder-

—Esta vez no puedo culparte —Theo interfirió, antes de que Potter preguntara qué estaba pasando—. Has conseguido que el Señor Tenebroso confíe en ti. De la peor forma, pero lo has hecho. No debes explicaciones.

Draco apretó las manos con más fuerza en su cabello.

Mierda.

—¿Qué pasó?

Draco miró a Theo ante la voz de Potter, preocupada y… temerosa. Suponía que las imágenes de la noche en que secuestraron a McGonagall se estaban repitiendo en su cabeza. Era probable que estuviera esperando lo mismo, una traición o decepción. Draco no fue capaz de verlo a la cara.

El pasado colgaba como un puente entre ambos.

Los gritos de McGonagall también.

—Draco le dio una alternativa al Señor Tenebroso para que reafirmara su poder —contestó Theo con calma—. Hizo que confiara en él. Y…

Draco levantó una mano y la puso encima de la túnica. Su lado egoísta le decía que, al menos, no todo había sido en vano. El sufrimiento de personas inocentes a cambio de una herida cicatrizada, era un mal precio. Pero era uno que estaba dispuesto a pagar.

Aunque la palabra seguiría ahí.

Para siempre.

Cobarde.

No podía decir que era una mentira.

—Curó mis cortes… —susurró Draco, sintiéndose asqueado.

Percibió la mirada de Potter encima suyo, siguiendo el trayecto de sus manos encima del estómago. Draco aún no se atrevía a mirarlo.

—¿Qué alternativa? —preguntó Potter, dirigiéndose a Theo.

Por unos segundos, Draco sabía que Theo no estaba seguro de si contestar o no. Luego, explicó sin un poco de tacto:

—Torturarán a los familiares de cualquier sospechoso, en vez de a él mismo. No los matarán, pero harán que deseen que lo hagamos. Les harán mirarlo, a los traidores. La gente tendrá miedo de nuevo y las rebeliones se callarán. Al menos por un tiempo.

Unos segundos pasaron.

Y Draco levantó la mirada al fin, suspirando hondamente. Harry ya lo estaba mirando de vuelta.

Por unos momentos, el mundo pareció pasar muy, muy lejano. Draco casi podía ver su tren de pensamiento. Potter se preguntaba cómo se le podían ocurrir cosas así, tan crueles. Y después debía recordar que, en realidad, Draco era una persona cruel. Podía llegar a ser gracioso o mínimamente tolerable, pero eso no cambiaba el resto, y Harry lo sabía. Él mismo le había dicho que trataba de recordarse a sí mismo ese hecho cada día. Lo que propuso en el Wizengamot era sólo una prueba más. Otra más.

Draco dejó salir un respiro. El único consuelo que le quedaba, era que quizás así, Harry lo odiaría de nuevo. Y el resto de temas se solucionarían porque ya no querría saber nada de él.

Pero Potter simplemente pasó saliva, y asintió bruscamente.

—Está bien.

Draco lo miró.

No tenía sentido.

Harry se separó para entregarles las máscaras y así guiarlos dentro de la mansión, aunque Draco no pudo moverse. ¿Potter acababa de decir que estaba bien, en vez de gritarle? ¿En vez de decirle que no se esperaba más? Draco observó su mandíbula recta y su aspecto desastroso que solo lo hacía ver más caliente de lo que ya era, y no entendía nada. No se suponía que Potter debía aceptar eso.

Bueno, en primer lugar no se suponía que estuvieran a punto de besarse, pero también había sucedido. Potter se arrepentía más de que no hubiera pasado que de haberlo intentado.

Quemé la carta, recordó de pronto.

Draco siguió a Harry con la máscara ya puesta, y sintió que una parte de su interior caía, tanto por lo que Harry había dicho, como por el recuerdo. Por darse cuenta de que había quemado la única evidencia de que ese día había pasado; la evidencia de que, quizás, en algún rincón retorcido de su persona, Harry Potter lo deseaba.

La verdad, Draco lo había meditado bastante antes de entrar a Azkaban, y había llegado a la conclusión de que quizás Potter lo deseaba porque sentía que no merecía nada mejor; que él mismo no era mejor. Desear a Draco Malfoy, el torturador, era casi como un castigo. Tenía sentido. Después de todo, Potter creía ser la peor escoria de toda esa base, y solía culparse por cosas que no eran su culpa. Desear a Draco era una manera de pagar por sus pecados. Era macabro, sucio, y simplemente estaba mal; y por eso era tan atrayente.

No existía otra razón para que Potter dijera todas esas cosas que le rompían el corazón, y le hacían quererlo. Simplemente creía que se merecía desear a alguien como Draco.

Y… lo que más le asustaba, es que no estaba seguro de poder alejarse si es que Harry volvía a intentar algo con él. Incluso sabiendo lo que sabía. Incluso teniendo claro que Harry no lo quería, no en serio. No era capaz de alejarse.

Draco tomaría todo lo que le diera, porque él tampoco merecía nada mejor que migajas.

—Tu padre está con los prisioneros.

Las palabras de Potter lo hicieron saltar. Draco fue transportado de vuelta al presente.

Recordó la expresión de Lucius en Azkaban. No reaccionó a su presencia. Estaba completamente ausente ese día.

Imaginarse a su papá en una celda de nuevo, solo, hizo que un desasosiego comenzara a crecer.

—Pott-

—No tuve opinión en eso —lo cortó él—. No puedo hacer nada.

Potter parecía molesto, de todas formas, y Draco no tenía la energía para comenzar a preguntarse por qué. Su mente divagó a lo que estaba a punto de suceder.

Su padre estaba allí, estaba allí de verdad, y Draco tenía la certeza de que esta vez su cambio tan abrupto en la personalidad había sido debido al puto Voldemort, y no al mismo Lucius. Esta vez sabía que su padre era inocente. Y aunque ya lo había visto en Azkaban, no era lo mismo. Ahora podría decirle que lo sentía, y podía tratar de enmendar haberlo dejado solo, no haber hecho lo suficiente por él. Draco estaba dispuesto a pasar el resto de su vida compensando sus errores, aunque le faltara tiempo.

Llegando a los calabozos, Draco apenas podía escuchar sus pisadas. Los latidos de su corazón retumbaban en cada oído, y el estómago parecía estar experimentando una sensación de vértigo, como si estuviese a punto de caer a un pozo sin salida. Draco esperó a que Potter se parara en una de las puertas del final, y luego de echarle una mirada hacia atrás, la abrió.

Draco contuvo la respiración.

Lo primero que vio fue a Astoria frente a él, y a Kingsley apoyado en una de las paredes. La mujer tenía una expresión extremadamente seria, y lo observaba con preocupación. El hombre estaba neutral. Draco se armó de valor y prontamente desvió su mirada al final de la celda, la cual tenía sus barrotes abiertos.

Lucius Malfoy, su papá, estaba sentado en una silla dentro.

Draco sintió una corriente de emoción pasarle por la espalda.

—¿Padre?

Lucius no reaccionó a su voz.

Draco, creyendo no haber sido oído, avanzó hasta él. Las demás personas en el cuarto parecían estar pendientes del escenario, pero no le importaba. Lo único que deseaba era que su padre lo mirara, y si estaba bajo el Imperius, encontrar una forma de deshacerlo ahí mismo. Tenerlo de vuelta.

Parándose frente a él, Draco volvió a hablar.

—¿Papá?

Y una vez más, Lucius no mostró señales de vida. El cabello, ahora limpio, caía como cascadas por los costados de su cara, y sus facciones irremediablemente toscas estaban aún más marcadas por la delgadez. Draco veía la perfecta imagen de la miseria en él. Muerto en vida.

Pero eso no podía ser, ¿verdad?

—Draco…

Draco se giró para encarar a Astoria. Sus latidos estaban alcanzando un ritmo inhumano.

La cara de la mujer tenía escrito "te tengo malas noticias", donde la mirara.

Su sangre se heló.

No.

Draco formó puños con sus manos. Astoria trataba de caminar a él, seguramente para intentar consolarlo. ¿Pero qué había que consolar? Su padre estaba bien. Su padre estaba ahí. No necesitaba nada más. Draco no necesitaba nada más.

—Su mente es un caos, luce como- como algo terrible, y… —comenzó a decir Astoria, provocando que Draco retrocediera. Sabía qué estaba intentando comunicarle—. No puedo- no lo sé. Creo que una versión de sí mismo está ahí, en algún rincón, vagando por sus recuerdos pero no puedo ver mucho más. Su cabeza-

Draco caminó lejos, dándole la espalda. Sentía que el mundo se estaba derrumbando una vez más, que aquello- aquello no podía ser, no de nuevo. Astoria no podía estar hablando en serio. Draco no podía seguir escuchándolo.

Pero ella continuó tratando de llegar a él.

—Todavía está bajo la Imperius —intentó consolarlo Astoria—. Traté de ver algo, y- puede que sea el daño de Azkaban, los dementores... O el daño de la maldición, no lo sabemos en realidad. Draco-

—¿Pero va a estar bien, verdad? —le dijo él desesperado, girándose de nuevo—. Si logramos romper la maldición, ¿va a volver a ser el mismo de antes?

Astoria trató de tocarlo.

—Draco-

—No puede ser, joder.

Draco salió del cuarto rápidamente, sintiendo que su corazón se rompía.

¿Qué significaba todo eso siquiera? ¿Que su padre estaba tan ido que ya no lo reconocería, que incluso podría no volver a hablar?, ¿que lo había recuperado en cuerpo, pero ya nunca recuperaría el resto de él? Draco se apoyó en una pared, sintiendo que su garganta quemaba.

Aquello era una puta tortura. Por cada victoria, parecía que lo perdía todo de nuevo. Por cada logro, se le era recordado que aquel mundo era cruel, y que Draco tampoco merecía ser feliz ni un jodido segundo. Algo siempre lo arruinaría. No entendía cómo se permitió olvidarlo.

—Draco-

Draco escuchó su voz, y sabía que no necesitaba esa mierda ahora.

Vete.

Cómo era de esperar, Potter no lo escuchó.

Sus pasos avanzaron hasta él, y de un minuto a otro una mano se encontraba en su espalda. Draco intentó alejarse del contacto, pero Potter no lo dejó. Sintió cómo se ahogaba.

—Draco. Draco, cálmate. No estoy aquí para- no… Sólo estoy aquí.

Draco trató de tomar grandes bocanadas de aire, sintiendo de nuevo el peso de la muerte de su madre atacarlo. No había podido salvarla, y si ahora no era capaz de salvar a su padre tampoco, ¿quién era?

Y si su padre no era capaz de ser salvado, ¿para qué seguía vivo?

¿Draco también lo había perdido, ocho años atrás?

Lucius estaba allí dentro, a unos pasos de él, y tenía que verlo bien. Necesitaba verlo bien. Ambos tenían que estarlo, porque las cosas no podían- no podían ser así siempre, ¿verdad? ¿Por qué carajos tenían que ser así siempre?

Draco se aferró a una de las paredes, y sintió a Harry tomar su brazo. Trató de sacudirse; necesitaba pensar, necesitaba cualquier cosa, porque sentía que se estaba destruyendo por dentro, que estaba cayéndose, que se estaba derrumbando, y-

No.

Draco ahogó un sollozo.

En realidad no.

No es que se estaba derrumbando, no es que estaba cayéndose a pedazos. No.

Porque caer significaba tener algún destino, tocar fondo, o simplemente estar en movimiento.

No estaba cayéndose a pedazos.

Si a Draco le pasaba algo, era que se estaba pudriendo.

—Draco-

—Déjame ir de una buena vez, o te juro que-

Sin embargo, no pudo acabar esa frase. Harry volvió a tirarlo más fuerte, y pronto había chocado contra su pecho. Duro y familiar. Draco luchó en vano por liberarse, pero las manos de Potter estaban aferradas a su espalda, y a su cabello, y ahí, recordándole que a pesar de todo, a pesar de absolutamente todo, estaba ahí junto a él.

Y si estaba ahí, era porque estaba sucediendo, ¿no?

Draco no se permitió llorar, tenía que calmarse. La idea de un futuro en el que su padre nunca, nunca volviera a hablar con él, pero que estuviera allí físicamente- de alguna forma hacía ver a la muerte como una buena opción. Draco no quería pensar eso. Draco sólo quería que las cosas, por una jodida vez-

—Siempre… Siempre sucede algo- siempre. Nunca podemos tener un segundo de... de...

—Lo sé —Harry murmuró contra su oreja, a un lado de su mandíbula—. Lo siento.

Draco no quería escuchar sus "lo siento".

Draco quería soluciones.

Sin embargo, oír a Harry decir... Algo, cualquier cosa, siempre lo hacía sentir más tranquilo.

Esa era otra de las cosas que no se suponía que tenían que ser así, pero lo eran.

—Esto tiene que ser una especie de karma- —dijo él tratando de reírse. Harry lo interrumpió.

—El karma no existe. Es sólo este mundo de mierda. Pero todo estará-

Potter se cortó a sí mismo. Draco sabía por qué. No había absolutamente nada que pudiera decir en esa situación que arreglara las cosas, nada. No podía prometerle que todo estaría bien, porque sería una puta mentira y ellos no se mentían. Mucho menos podía decirle que las cosas iban a mejorar en algún momento, porque habían pasado ocho malditos años de guerra y, literalmente, sólo habían empeorado.

Aún así, Potter encontró las palabras correctas.

—Estoy aquí.

Draco resopló, porque eso era algo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, no pudo evitar asentir. Porque Harry estaba ahí, abrazándolo incluso después de saber que horas atrás acababa de proponer una solución inhumana ante un psicópata. Estaba ahí incluso después de lo desastrosa que fue su última conversación. Estaba ahí, siempre había estado ahí.

Así que Draco se dejó abrazar.

Trató de copiar la respiración pausada de Potter contra su pecho. Las manos de Harry eran pesadas, y estaban presionadas en su piel con crudeza. Draco intentó calmarse. Porque al menos Harry estaba ahí, no se había ido. Y a pesar de que encontrar consuelo en eso era patético, en esas circunstancias era lo mejor que tenía.

Oyó a Potter empezar a murmurar cosas en algún punto, tal como lo había hecho la última vez. Aunque Draco no las escuchó ni les prestó atención, era reconfortante. El recordatorio de por qué estaban vivos aún, y lo que les quedaba

Harry se aferró a él con fuerza. Draco hizo lo mismo. Incluso cuando lo que quería era gritar. Incluso cuando lo que deseaba era poder morirse de una jodida vez, para dejar de sentir que su corazón iba a hacerse jirones a medida que la guerra avanzaba.

Pasados unos largos minutos, Draco pudo recobrar su respiración normal y algo más de claridad. Bien. Astoria no había dicho que era imposible recuperar a su padre, más bien parecía que era difícil. Pero ¿cuando las cosas habían sido fáciles? Aún así, quizás, existía una mínima posibilidad-

—Draco —una voz dijo, haciendo que se separaran. Harry dejó ir sus brazos lentamente, y Draco fue incapaz de mirarlo. Astoria estaba parada en la puerta de la celda con una mirada interrogante—. Trataré de ver sus recuerdos, ¿quieres estar presente?

Draco volvió su mirada a Harry ante la pregunta. Este no hizo nada en un inicio.

Luego, asintió.

Draco miró a Astoria y asintió de vuelta.

—Bien —dijo ella, extendiendo su mano—. Ven aquí.

Draco dudó en tomarla, pero terminó haciéndolo de todas formas. Astoria le dedicó una pequeña sonrisa triste y lo guió hacia dentro. Draco cerró los ojos mientras era arrastrado.

Otra mano se posó en su espalda como soporte.

Esta vez, Draco no la alejó.

•••

Potter no dejó su costado mientras Astoria se ponía delante de su padre, dispuesta a meterse a su cabeza una vez más.

Aunque tampoco duraron mucho tiempo dentro de ese cuarto.

Draco atrapó la mirada de Theo en el otro costado de la habitación, a un lado de Kingsley, y pudo ver que su gesto era interrogante. Draco se encogió de hombros, aún recuperándose de su casi ataque. Entonces, prestó atención a lo que estaba sucediendo al frente.

Draco observó el rostro ausente de Lucius y sintió un retorcijón.

Podía hacer eso. Podía hacerlo.

Astoria tomó la barbilla de su padre con delicadeza y sacó la varita. Draco suponía que querría hacer eso de la forma más suave posible, con cuidado y de a poco. No dañar su mente más de lo que ya estaba.

No dañar su mente más de lo que ya estaba.

La presencia de Potter, hombro con hombro, continuaba siendo reconfortante, pero quizás después de todo no era suficiente. El calor que Potter transmitía no alcanzaba para que Draco no sintiera un frío alcanzar sus extremidades. Un frío que avanzaba por su torrente sanguíneo, presagiando desgracias.

Draco rogaba que su padre estuviera bien.

No conocía a un Dios. Eric le había platicado acerca de un ser omnipotente, muchos años atrás, aunque Draco nunca creyó en él como los muggles lo hacían. Él no creía en nada, en realidad, excepto en "El Después", donde se suponía que iban los magos que merecían una segunda oportunidad. Sin embargo, en ese momento, estaba rogando a esa criatura invisible y poco verosímil en que los muggles creían, que por favor lo ayudara. No por él, sabía que él no tenía derecho a esa felicidad. Sino por su padre. Por la memoria de su madre.

Astoria agitó su varita, y Draco miró cómo se inmiscuía en la cabeza de Lucius.

No había mucho que ver de afuera, sobre todo porque Lucius tampoco daba ninguna señal de que alguien estuviera en su cabeza. Mas Astoria no había podido ingresar de inmediato. De hecho, no había podido ingresar, no al menos hasta la cuarta vez que agitó la varita, y Draco la oyó soltar un suspiro.

Aunque la calma no duró demasiado. Apenas Astoria llevaba unos segundos, Lucius comenzó a agitarse. No era nada grave o exagerado, quizás habría sido imperceptible si no fuera porque ya de por sí, su padre se encontraba inamovible frente a los estímulos del exterior. Astoria navegó por sus pensamientos, y Lucius continuó sacudiéndose, hasta que la mujer dio un paso atrás.

Draco creyó por un momento, que los ojos de su padre se fijaban en él.

—Draco… —dijo Astoria, con suavidad—. Creo que eso será mejor si sales del cuarto.

Draco la miró extrañado.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Le está afectando verte.

Astoria desvió la mirada a su padre que lo veía, pero realmente no veía nada. Tal vez el atisbo de su persona, o la sensación, era lo que le molestaba. O ninguna de las dos, en realidad. Quizás Astoria estaba imaginándose todo, y Draco quería creer que lo estaba reconociendo. Decidió dar media vuelta.

Su pecho dolía.

Antes de salir del cuarto trató cuidadosamente de no mirar a su padre por miedo a volver a perder la compostura. Ya había ganado el control de nuevo. Los pensamientos pesimistas sólo harían que tuviera un colapso otra vez, y Draco estaba harto de pasársela entre colapso y colapso. Simplemente se encontraba- cansado.

No fue ninguna sorpresa que Potter lo siguiera. Draco ya lo estaba esperando.

Se ubicaron uno enfrente del otro en el pasillo de los calabozos. Draco apoyado en la pared a un lado de la puerta de la celda, y Potter igual, pero en el lado opuesto. Draco trató de evitar sus ojos cuidadosamente, mientras se preguntaba qué posiblemente podría ver Astoria en la mente de su padre. Y si es que de verdad quería saberlo...

Luego de un par de minutos, en el que sólo se oía el murmullo del resto de personas conviviendo en la casa, Potter decidió hablar.

—Robards murió.

Draco paró de mirar el suelo y vio hacia al frente al fin. Había estado intentando evitar el contacto visual y físico; no le hacía bien a ninguno de los dos, pero Potter le había hablado y tampoco lo ignoraría.

Ni aunque lo quisiera podría llegar a ignorarlo alguna vez.

Después de esperar que Harry agregara algo más, Draco se encogió de hombros, gesticulando con su mano.

—¿Y…?

—¿Te da igual?

Draco entrecerró los ojos. ¿Robards era ese hombre que siempre iba con Shacklebolt, no? Volvió a encogerse de hombros. Realmente no le afectaba. Gente moría todos los días, y en ese instante su mente sólo podía preocuparse por una sola cosa: su padre en esa celda. Además, suponía que el mismo Robards se había ofrecido a ir a Azkaban; sabía que en cualquier momento podría morir. Por otro lado, su padre era importante para ganar la guerra. No había demasiado que lamentar.

Potter seguía esperando su respuesta con su cuerpo en tensión.

—¿Era cercano a ti? —decidió preguntar en cambio.

—No.

—Entonces… sí —Draco no se molestó en sonar más amable—. Me da igual. Ni siquiera llegué a hablar con él.

Harry suspiró, y apoyó la nuca en la pared. Por unos segundos, sus ojos se perdieron en el techo. Draco se dedicó a delinear la línea de su mandíbula y su manzana de Adán.

—Realmente no te importan las vidas que se pierden, ¿no es así?

Draco parpadeó un par de veces, y recordó, semanas atrás, lo que había pensado. Cuando se hizo consciente de la gente que torturó. Todas las cosas que hizo, y las que le fueron indiferentes… por nada. Potter había parecido deducir entonces que Draco se arrepentía. Incluso cuando Draco había tratado de mantenerse lo más compuesto posible desde ese día y no pensar en ello, tratando de reprimirlo una vez más, había creído que Potter seguiría creyendo lo mismo, que adivinaría sus pensamientos: al final del día, todos queremos creer que somos más que monstruos.

Cuando Harry bajó la cabeza para mirarlo de nuevo, Draco no tenía idea qué expresión tenía en la cara, pero este se apresuró en hablar. Draco intentó ponerse neutral nuevamente.

—Joder. Lo siento, no sé-

—No, tienes razón —lo cortó él—. Por eso propuse eso hoy día en el Wizengamot, porque no me importa nada ni nadie. Y no, no lo estoy diciendo para que sientas compasión por mi, o de una forma sarcástica. ¿Sabes qué era lo que más me preocupaba cuando tuve mis recuerdos de vuelta? —La voz de Draco era cruel. Estaba dando resultado—. Haberla cagado. Pero no por el sufrimiento que tendrá esa gente inocente de ahora en adelante, eso te lo aseguro.

El rostro de Harry se fue haciendo más y más duro a medida que terminaba de hablar. A Draco no le importó. No del todo.

A veces, se preguntaba si decía ciertas cosas porque verdaderamente las pensaba, o porque necesitaba pensarlas. O incluso, porque había aprendido a pensarlas para así sobrevivir. En ese momento podían ser las tres, o simplemente quería crear distancia entre Harry y él.

Sin embargo Potter, con la cara hecha piedra, tampoco parecía desear gritarle o decirle que era una mierda de persona. O siquiera querer irse, como habría hecho meses atrás. Harry sólo se le quedó mirando, con los ojos verdes centelleando tras los lentes, la mandíbula apretada, y los labios apretados en una fina línea.

Así que Draco lo miró de vuelta.

Potter tenía las manos detrás de la espalda, y a pesar de haber bajado de peso, seguía manteniendo el cuerpo tonificado. Draco delineó cada línea con cuidado, en un principio sin intenciones, y luego porque deseó descubrir todo lo que no se veía bajo la ropa. Tuvo que apretar los puños para no acercarse y aprisionarlo contra la pared, porque sus manos picaban por tocarlo. Draco detalló con lentitud la forma en la que su cabello había sido cortado de nuevo, y cómo ahora sus labios estaban entreabiertos, iluminados por la tenue luz de las antorchas de los calabozos.

De un momento a otro, su corazón estaba latiendo demasiado fuerte, y por su vientre se había extendido un calor.

Joder. Joder. Joder.

El ambiente entre ellos cambió. Sus vellos se erizaron ante la sensación de la magia de Potter subir y bajar por su cuello, y entre sus piernas. Parecía que la discusión inminente había sido olvidada, al menos por su lado. O no del todo. Una parte de sí quería que lo insultara lo suficiente para hacerlo enojar. Draco deseaba acercarse a golpearlo, para tenerlo cuerpo con cuerpo, porque era la única forma de acercarse que conocían. Dañándose.

Mientras miraba sus labios, Draco imaginó que los mordía. Que los tenía apresados en distintas partes de su cuerpo. Su mente se nubló.

Cuando volvió a enfocarse en los ojos de Harry, este tenía una mirada hambrienta.

—Déjame besarte.

Su voz había sonado desesperada.

Draco sintió cómo la respiración se atoraba en su garganta, y apretó los puños con más fuerza. Sus ojos estaban fijos en los labios de Harry.

—Joder.

Bajó la mirada entonces.

No podía, no ahora. Aunque lo deseaba.

Merlín, ¿acaso Potter no tenía filtro entre su cerebro y la boca?

—Potter —dijo, lo más calmado que podía en esas circunstancias—. Mi padre está allí dentro. No- no tengo tiempo para esto.

—Lo sé. Lo siento. No quería-

—Déjalo así.

Potter soltó una respiración totalmente frustrada, y aunque el cuerpo de Draco le reclamaba con urgencia que le dijera que sí, mandar a la mierda las complicaciones, y besarlo con fuerza, se controló. Él sabía, simplemente sabía que una vez que accediera, ese sería su fin. No habría forma de retroceder. Sería como elegir conscientemente otra forma de hacerse daño, porque nada bueno duraba en su vida.

Draco no aflojó los puños de sus manos hasta que estuvo lo suficientemente seguro de que no cruzaría el espacio y agarraría a Potter. Para golpearlo por hacerle eso, o para hacerlo gemir a un lado de su oído. Ninguna de las dos era una buena idea.

—Sin importar las razones por las que haces lo que haces, no puedo odiarte.

Draco contó hasta diez cuando lo escuchó, antes de mirarlo por debajo de sus cejas. Le gustaría que Potter se callara y les ahorrara esos momentos que no tenían ningún tipo de sentido, y que terminaban en frustración por parte de ambos.

—Yo tampoco —contestó honestamente, bajo su mirada ensombrecida.

Harry sonrió con amargura; un hoyuelo se marcaba en su mejilla. Draco quería besarlo con desesperación.

—Hablo en serio —replicó él—. Puedes decirme- puedes decirme que todo lo que has hecho durante todos estos años ha sido a propósito, porque quieres herir a la gente. Porque te gusta verlos gritar y rogar. Y simplemente no me importa-

—Torturé a McGonagall.

Potter cerró la boca ante eso, y Draco casi sonrió triunfal al probar un punto. Entre ambos había brechas que nunca podrían llegar a cruzarse. Por unos segundos, Harry parecía no saber qué decir.

—Sí —murmuró finalmente, con la voz apretada.

—¿Tampoco te importa?

—No la mataste.

—Era lo mínimo que podía evitar hacer.

—Lo "mínimo", provocó que te escribieran eso en el pecho y tuvieras que vivir en dolor por meses.

Draco se llevó una mano hasta el torso inconscientemente, recordando cómo se habían visto sus cicatrices. "Cobarde". Quizás eso era lo que Draco siempre había sido. No un monstruo. No una mala persona. Simplemente un cobarde. Demasiado cobarde para intentar cambiar su destino; demasiado cobarde para vivir en él como correspondía.

Harry estudió sus movimientos con detención. Draco volvió a poner una expresión en blanco. Daba igual lo que había sucedido después. Lo otro, la tortura, había pasado, e incluso el mismo Harry había estado de acuerdo que no era mejor que eso. Nunca había sido mejor.

—No quieres esto, Potter, no- —Draco sacudió la cabeza—. No tienes idea de las cosas que soy capaz.

—Cállate —Potter respondió con rudeza—. Cállate, sólo-

Era claro que Potter realmente no sabía qué contestar a eso, o cómo terminar la frase. No era ninguna mentira, Draco no lo estaba diciendo para hacerlo enojar. Draco quería recordarle las diferencias entre ambos, y cómo, verdaderamente, Potter se había confundido. Quizás la guerra lo había llevado a estar tan solo que se aferraba a cualquier muestra de atención que alguien le diera.

¿Y por qué te elegiría a ti entre toda la gente?

Draco casi esbozó una mueca agria. Sabía la respuesta.

Porque de entre todos los que sienten algo por él, soy el que menos da. Potter no puede concebir que merezca más que esto.

Draco se dedicó a mirarlo. Ahora era Harry quien estaba con la cabeza gacha. Los mechones de cabello corto cubrían su frente y sus ojeras se veían más pronunciadas. Se preguntaba si de ahora en adelante las cosas entre ellos serían siempre así; hasta que ya no pudieran aguantarse. O hasta que volvieran a explotar y todo se fuera al carajo.

—Draco —La voz de Astoria lo hizo salir de su ensimismamiento. La mujer se paraba en la puerta con una expresión grave y cuidadosa—. Pueden entrar de nuevo.

Draco no demoró en obedecer, ansioso por saber qué había sucedido con su padre y escapar de- ellos. De lo que sea que estuviera pasando entre ellos.

Potter no comentó nada más. Draco tampoco. En cambio, entró a la celda, ansioso por ver algún cambio en él.

Pero una vez dentro, no pudo ver nada distinto en Lucius. Su expresión abstraída era la misma. Incluso su posición. Nada indicaba que Astoria había hecho demasiado.

—Traté de meterme a su cabeza —anunció Astoria, haciendo que Draco se diera vuelta nerviosamente para poder verla—, y…

Ella apretó los labios. Draco decidió tomar la palabra.

—Es un caos, ya lo dijiste.

—Sí. —Asintió—. ¿Sabías que cada mente tiene distintas formas de estructurarse?

Él frunció el ceño, sin entender el abrupto cambio de tema o cómo eso podría tener que ver con su padre.

—Sí. La mía luce como una biblioteca.

—Draco… —Astoria pareció algo alarmada ante sus palabras y negó, caminando hacia él—. No.

—¿No?

—No. Tu mente… —Astoria pasó saliva—. Tu mente es la Mansión Malfoy.

Draco se quedó parado en su lugar. El descubrimiento no lo shockeaba, si era sincero. Entendía por qué su mente podría parecerse a la Mansión Malfoy: vacía y triste; sólo él habitandola. Cuartos olvidados y paredes manchadas de sangre. Tenía sentido.

Lo que no tenía sentido era que Astoria estuviera trayéndolo a colación. Justo ahora. Sintió la mirada de Harry quemar en su costado.

—La mente de tu padre es Azkaban —explicó ella, y Draco comprendió.

Sus ojos se desviaron a él, ignorando al resto de personas en el cuarto. Su padre aún no hablaba, no mostraba signos de estar presente. Draco sintió algo parecido a la lástima y al desasosiego.

Azkaban. Ni siquiera llevaba un año allí.

¿Hace cuánto tiempo era que su cabeza lucía de esa forma?

—Su mente está desolada. Dañada. Cada celda representa un nuevo recuerdo o pensamiento. Hay una versión de él merodeando la prisión, pero no sé- no sé muy bien… —Astoria sacudió la cabeza—. No tengo idea de si será su yo real perdido en la locura, o si es una proyección de sí mismo que su mente creó… Para no perder por completo la cabeza.

Draco deseó haberse podido sentar para procesar la información.

¿Una parte de sí mismo, vagando por su mente y por los recuerdos? ¿Qué carajos significaba eso? Él no recordaba que hubiera visto algo parecido antes.

¿Estaría reviviendo recuerdos felices? Draco esperaba que sí. Su padre no era la mejor persona de la historia, pero- Draco creía que merecía ser feliz después de tanto.

—¿Hay una opción de traer a su "yo real" a la luz? —preguntó—. ¿Que vuelva…?

La mirada de condescendencia de Astoria cortó su pregunta. Un sentimiento de irritabilidad creció dentro suyo.

—Draco, tu padre tiene serios daños mentales. No sólo hablando de la estructura de su cabeza, que ha sido flagelada gracias al Imperius. Tu padre… Ha sufrido traumatismos en su cerebro también, en Azkaban. No lo sé-

—Pero hay una posibilidad, ¿no?

—Quizás hay una posibilidad de que vuelvas a hablar con él, antes de que todo se derrumbe —dijo ella, con tono de disculpa—. Pero eso es todo.

Draco no preguntó qué se iba a derrumbar, era bastante obvio.

Sus pies le rogaban acercarse a su padre y obligarlo a quedarse allí con él, en vez de que cayera a la locura de forma irremediable. De alguna forma, Draco había creído ingenuamente que una vez que lo recuperara todo estaría solucionado, y no era así. No era así.

Mierda. Necesitaba dormir. Sentía que podía desmayarse del agotamiento.

—Como te decía… Las fantasías de tu padre y los recuerdos están mezclados entre sí. Lucius está viviendo en ellos, creando una realidad que no es real. —La voz de Astoria lo trajo vagamente al presente. Draco pasó la mano por encima de sus ojos y se apoyó en una de las paredes de la celda—. Y, además de todo, el Imperius sigue ahí. Tu padre aún obedece las órdenes de Tom. De hecho, no he podido estar en su cabeza más de cinco minutos en total, no mientras no deshagamos de la Imperdonable. Quizás sólo así podremos liberar sus recuerdos y su persona. Pero- es sólo un quizás.

Draco apretó la mandíbula cuando Astoria terminó de hablar, y miró a Harry. En vez de encontrar allí la distancia fría que esperaba, descubrió que se veía casi tan estresado como él. La diferencia era que mientras Draco se encontraba así por lo que todas esas palabras significaban para su padre, Potter probablemente estaba lamentando no poder acelerar las cosas, recuperar lo que Lucius sabía lo más rápido posible.

Agarrando esa idea, y sabiendo que también le serviría a él para no sentirse como un completo inútil frente a toda la situación, se giró a Astoria de nuevo. Draco sentía su pecho agitarse, y las ganas de llorar subían de nuevo por su cuerpo. El desespero de no saber si tendría a su padre de nuevo, de no saber si volvería a hablarle, comenzaba a comérselo de a poco, implantando una idea.

¿Qué había sido lo último que Draco le había dicho, antes de que fuera puesto bajo la Imperius? Draco no recordaba. Probablemente le había dicho que lo odiaba, porque eso solía hacer cuando tenía diecisiete años: culpar a su padre de sus fracasos y decirle que gracias a él, tomó ese camino, en vez de asumir la responsabilidad. ¿Sería ese el último recuerdo que Lucius tenía de él? ¿Tendría la voz de Draco repitiéndose en su cabeza, diciéndole que lo odiaba?

—Ya que estamos aquí —le dijo a Astoria, agitado—, ¿quieres darle un vistazo a mi cabeza?

Las reacciones fueron casi inmediatas. Kingsley y Theo también lucieron alarmados. Draco no les prestó atención.

—Creo que estás muy vulnerable —balbuceó en respuesta Astoria— por ahora-

—¿Y eso qué? ¿No podrás entrar a mi cabeza mejor?

La vulnerabilidad era una parte importante de la Legeremancia. La inestabilidad emocional se traducía en inestabilidad mental. Bellatrix solía aprovecharse de eso en su sexto año.

—Te dolerá —dijo Astoria, mordiéndose el labio.

—¿Pero puedes navegar mejor por mi mente, no?

—O sea-

—Astoria, hemos hablado de esto —intervino Potter, dando un paso al frente—. Sabes que hay límites, hay límites para que la Legeremancia sea segura.

Draco bufó.

¿Y?

¿A quién le importaba?

A Draco ciertamente ya no.

—Me da igual.

—Draco, puedes quedar con daño irreversible —insistió Harry.

—Me da igual-

—Draco.

Draco se giró a la voz de Potter y vio que tanto él como Theo estaban tratando de llegar hasta donde estaba. Una sola mirada de su parte los detuvo, pero no detuvo que quisieran hacerlo "entrar en razón". A Draco simplemente no le importaba.

—No moriré, Potter —le espetó bruscamente—. Solo será dolor. Temporal. Algún que otro desajuste, pero quizás Astoria pueda encontrar algo.

—No lo hagas.

Su voz había sonado como una súplica.

Draco la ignoró.

—Astoria —Draco dijo prácticamente sin aire, enfocando los ojos en la mujer—. Hazlo. Si esperamos más a que me recupere, puede que esta oportunidad no vuelva a darse.

Su corazón iba demasiado rápido. Como si fuera a tener un infarto.

—Con la suerte que tienes, ¿crees que no volverás a estar vulnerable?

—Potter, cállate.

Draco se enfocó en Astoria, arqueando las cejas. La mujer lucía insegura, intercambiando su mirada entre todos los hombres presentes en la sala. Draco confiaba lo suficiente en ella como para entregarse en esos momentos, donde la emoción navegaba casi por encima de la superficie, amenazando con acabar con él.

—No me callaré-

—Creo que el joven Malfoy tiene razón —Kingsley interfirió con calma la oración de Potter, y Draco lo agradeció—. Deberíamos sacarle el mayor provecho a esta situación. Nadie dijo que el proceso de recuperación de recuerdos debía ser suave. Deberíamos aprovechar su alteración y disgusto para ver si así se acuerda mejor.

—¿Cómo puedes decir algo así-? —Potter escupió con rabia, y Theo se le sumó.

—Estoy de acuerdo con Potter. Puede volverlo loco. O dañar sus memorias. No-

Draco rodó los ojos.

—Astoria sabe sus límites. Deberían confiar en ella. Jamás haría algo que dañara a otro —Draco la miró—. ¿No es así?

Ella aún los veía con nerviosismo, pero la confianza de Draco parecía haberle dado confianza a ella también. Astoria asintió levemente, y se puso frente a él, justo cuando Potter daba un paso adelante.

—Astoria, no-

Draco no escuchó el resto de esa frase.

Poco a poco, una presencia comenzó a entrar a su cabeza.

En la vulnerabilidad, las barreras de Oclumancia solían actuar extraño. Draco no tenía la habilidad de levantarlas de forma inconsciente como su madre, o Rookwood, pero sí que luchaban por hacerlo. Por lo que en medio de su colapso, las barreras comenzaron a alzarse. Draco intentó bajarlas, para dejar pasar a Astoria por su mente, y de repente sintió cómo un rayo de dolor le cruzaba el cráneo.

Lejos, muy lejos, había una mano aferrándose en su hombro. Draco sabía que Astoria estaba intentando ser lo más cuidadosa posible, sin empujar demasiado sus límites pero tampoco reteniéndose por completo como en otras sesiones de Legeremancia. Draco apretó con fuerza sus manos, aguantando cada pedazo de agonía, porque sabía que aquello valdría la pena.

Astoria entró apenas a su mente, y Draco podía sentirla merodeando. No tenía idea si estaba vagando por los cuartos, o cómo funcionaba su Legeremancia, porque él simplemente estaba batallando con sus muros como para prestarle atención a otra cosa.

Los recuerdos comenzaron a pasar frente a sus ojos.

Era lo mismo de siempre: venía lo que uno menos quería que el otro viera primero, (que era su casi beso con Potter), y luego aquello se degradaba hasta mostrarle sus peores memorias, al menos las más recientes. Las cicatrices en su pecho. McGonagall. Su madre muerta.

Pero esa vez- Astoria fue más allá.

Draco apretó con más fuerza aún- lo que sea que estuviera apretando y reprimió el lloriqueo que quería abandonar su garganta. Sintió voces y gritos a lo lejos, pero no podía prestarles atención. Astoria se estaba abriendo paso con fuerza por sus memorias olvidadas. Como si un cuchillo estuviera cortando hilo por hilo sus conexiones mentales y llevándolas a la luz. La oyó decir un "lo siento", aunque Draco no podía asegurar que no se lo hubiera imaginado, o que en realidad algún recuerdo fuera el que hiciera ruido. Daba igual. Estaba más preocupado de las imágenes pasando frente a sus ojos que otra cosa.

Eran de su madre.

Todas y cada una.

Narcissa atrapada en una pequeña cabina, gritando. Narcissa llorando. Narcissa suplicando. Draco en el suelo, tratando de alcanzarla. Los Mortífagos riendo. Su padre levantando la varita contra ella.

Narcissa volviendo a ofrecer una solución.

Draco estaba gritando al fin, porque la información era demasiada; porque la presencia de Astoria dolía, y porque estaba empujando sus límites de una forma en la que sólo Bellatrix había experimentado con él. Escuchó a alguien a lo lejos pedir que se detuviera, otro que lo imploraba.

Pero ya era muy tarde.

Medio segundo después, sintió cómo un click se escuchaba en su cerebro, y Astoria abría una puerta en medio del vacío. En medio de los espacios faltantes.

Su garganta se desgarró, todo su cuerpo se agitó e incluso Astoria soltó un jadeo.

Porque los recuerdos llegaron a él en bandadas.