TW: Tortura y violencia sexual
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Draco Malfoy no era parte del Nobilium la primera vez que fue llevado a los calabozos de su propia mansión, para ser torturado frente a su madre.
Le faltaban unas semanas para cumplir los dieciocho, y la Batalla de Hogwarts aún era reciente. Por eso no le extrañó demasiado ser empujado hasta la celda temporal donde mantenían a Narcissa presa, para hacerlo sufrir. Los Mortífagos no habían estado haciendo nada distinto desde el triunfo del Lord en Hogwarts.
Bueno, tampoco podía asegurarlo. Draco no recordaba mucho de 1998, aunque no le hubiesen borrado nunca esas memorias. Lamentablemente, los meses después de la guerra no eran más que un borrón en su cabeza.
Espacios en blanco que nunca, nunca, nunca, recuperaría.
—Déjanos entrar a tu mente.
Draco estaba siendo sostenido en un punto de la celda donde su madre no lo veía; pero él sí sabía que ella estaba allí. Su miedo le impedía avanzar, moverse, o pedir ayuda… aunque no serviría de nada. Draco ya se había resignado a que nadie le tendría piedad. Había visto cosas que nadie de su edad debería haber visto.
Narcissa no contestó al Mortífago que trataba de sonsacarle información. Un movimiento audaz y valeroso. ¿Pero valía verdaderamente la pena?
—No vamos a repetirlo de nuevo, puta de mierda. —La voz del Mortífago, Avery, era dura. Draco dio un salto en su lugar—. Baja tus guardias de Oclumancia. Muéstranos lo que sabes.
Una vez más, la mujer no contestó. Al parecer, Narcissa creía que su pacto de silencio le ayudaría en algo, o cambiaría el resultado de esa guerra. Pero no era así. Por mucho que guardara silencio, el Señor Tenebroso ya se había consagrado el gobernante del mundo mágico. Su resistencia sólo pondría algunas dificultades, nada más.
Draco Malfoy, desde su rincón, no entendía demasiado. ¿Por qué le estaban preguntando cosas a su madre? ¿Acaso ella sabía dónde estaban escondiendo a Harry Potter? ¿Su traición era así de grande?
—¿No? —el Mortífago habló de nuevo—. ¿No vas a hacer nada?
Unas manos agarraron al muchacho desde su rincón, y fue arrojado al medio de la sala con brusquedad. Draco cayó frente a los barrotes, quejándose. Al instante, Narcissa se encontraba aferrada a la reja. Rápida. Desesperada; la mujer exudaba desesperación.
—Él no tiene nada que ver en esto-
—Ah, ¿ahora sí hablas?, ¿no eras muda?
—Voy a hacer lo que sea, pero no lo metan-
—Te hemos dado oportunidad tras oportunidad, y sólo las has desperdiciado. —Una mano se envolvió en el cabello de Draco, haciéndolo gritar—. Creo que esto te enseñará…
—No- no —Narcissa veía la escena con impotencia—. ¡No! ¡Haré lo que sea!
—Pruébalo.
Draco cerró los ojos. La mano en su cabello apretó con más fuerza. Gracias a las sombras tras sus párpados, el joven veía cómo una varita se levantaba. Sabía que se dirigía hacia él.
Los barrotes se movieron bajo el agarre de Narcissa.
—Por favor. Es sólo un chico. No es más que un chico.
—Es un adulto.
—¡Míralo!
La voz de Narcissa había salido prácticamente ahogada, y en parte… tenía razón. Cualquier persona que mirara a Draco Malfoy no vería a un hombre, o a un adulto responsable. El muchacho era escuálido, delgado y tan pálido como la luna. Sus facciones recién estaban comenzando a endurecerse y, si no fuera tan alto, podría decirse que no superaba los quince.
A los Mortífagos claramente no les gustó ser gritados, por lo que uno de ellos apuntó a Narcissa con su varita, y la mujer cayó, aún aferrada a los barrotes.
—¡No me grites, perra asquerosa!
Draco, para ese punto, ya estaba temblando. ¿Qué eran capaces de hacerle, para que su madre hablara? Sabía que no podían matarlo, no mientras se encontraran en la mansión, pero, ¿qué tanto daño podrían hacerle para que deseara ser asesinado?
El joven abrió los ojos e intentó mirar hacia abajo. Por unos breves segundos, su mirada se conectó con los angustiados ojos azules de su madre.
—¿Mamá? —preguntó con un hilo de voz.
Unas risas se expandieron por la celda. Se reían de él, de su debilidad. Era una humillación que realmente no importaba, porque el verdadero sufrimiento no era que se burlaran; Draco había experimentado bastante de eso durante su corta vida. El verdadero sufrimiento fue lo que vino después.
De los presentes, el único capaz de sentirlo era él, por supuesto. La magia oscura y poderosa inundó el lugar, viajó por el suelo, y se infiltró en las paredes. Preparada para comer. Preparada para devorar todo a su paso.
Poco después el Señor Tenebroso estaba a la vista, dispuesto a llevar a cabo lo que él llamaba "un interrogatorio fructífero". Se puso delante del chico y agitó la varita sin un rastro de piedad, haciendo que Draco se preparara para lo peor.
Y estaba en lo cierto.
Dos segundos después, el dolor del Crucio lo atravesó.
Se suponía que ya debería estar acostumbrado, pero no era así. El padecimiento que la maldición traía a su cuerpo era igual de horrible cada vez. Aunque estaba claro que esa demostración no era para él, no del todo. A pesar de que los Mortífagos disfrutaban haciendo sufrir a cualquiera, en ese instante lo que querían era, más que nada, hacer sufrir a la mujer tras las barras.
Podría haber sido nada demasiado terrible, la verdad, nada muy traumático. Después de todo, era sólo un Crucio. Eso, hasta que el joven Malfoy miró hacia el frente y vio que su madre estaba sufriendo el doble.
Porque, en primer lugar, estaba preocupada del daño que podrían causarle a él.
Y en segundo lugar, porque todo lo que le hacían a Draco, Narcissa Malfoy lo sentía literalmente en su propia carne, a través de una maldición.
El Crucio estaba bañando en dolor a ambos.
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La décima vez que Draco Malfoy fue llevado a ser parte de las torturas de su madre, había pasado un mes desde que cumplió los dieciocho. El muchacho ni siquiera se dio cuenta; su cumpleaños pasó inadvertido como si fuese cualquier otro día.
Tampoco nadie estaba ahí para celebrarlo.
Draco, después de tanto tiempo viviendo entre Mortífagos, había aprendido que gritar sólo hacía las cosas peores para él, y en este caso, para su madre también. Los Mortífagos amaban el sufrimiento y odiaban la debilidad. Gritar era darles razones para desquitar su rabia, y disfrutar de lo que ocasionaban en sus víctimas. Así que ya no lo hacía. Las sesiones de tortura no eran muy distintas entre sí, por lo que trataba de no prestarles atención y verlas como un mal momento en su semana. Draco era llevado, le hacían las mismas preguntas a Narcissa una y otra vez, y por cada "no lo sé" ambos pagaban las consecuencias. A veces los Mortífagos se ponían creativos, y usaban la Imperius para obligar a Draco a quebrarse a sí mismo los dedos. Otras veces se limitaban al Crucio y a los golpes. Todo eso mientras el Señor Tenebroso miraba. Lo mejor era cerrar los ojos y esperar a que pasara rápido, para que lo dejaran irse de vuelta al laboratorio a preparar pociones. Pociones que lo ayudarían a él mismo también.
Hasta que un día, uno de los Mortífagos, a quien ahora reconocía como Dolohov, pareció aburrirse de la rutina, y decidió que los castigos y torturas no estaban haciendo lo suficiente.
—Bien. Al parecer, esta traidora cree que puede aguantarlo todo, ¿no es así? —se burló.
El hombre caminó hasta la celda de Narcissa y la abrió de golpe. La mujer ya estaba atada de manos y pies, por lo que daba igual que se pasearan por dentro de los barrotes, Narcissa no sería capaz de sortearlos a todos para escapar.
—Veamos si puede aguantar esto.
Draco, con un ojo amoratado y en una posición extraña, no podía ni ver ni entender bien a qué se refería, o qué posiblemente podrían hacerle.
Hasta que escuchó cómo Dolohov agarraba su cinturón, y empezaba a desabrocharlo y a bajar su cierre. Por mientras, Narcissa se sacudía entre sus cadenas.
El terror invadió a Draco.
—¡No! —gritó, mientras Yaxley, quien lo sostenía, lo agarraba más fuerte—. ¡No!
—Cállate, maricón de mierda-
Dolohov bajó sus pantalones y caminó a Narcissa, con el miembro al aire. Lucius, en una esquina, no hacía más que mirar el suelo.
Draco no podía soportar eso.
—¡Aclamo el quinto principio! —gritó, desesperado—. ¡Aclamo el quinto principio de los sagrados veintiocho!
Dolohov detuvo sus movimientos.
El principio número cinco, constaba de que ningún daño verdaderamente irreversible podría ser causado de un sangre pura a otro sangre pura.
El muchacho respiraba con dificultad, y nunca había estado tan agradecido de haber aprendido a la perfección aquellas reglas. Era la primera vez que las utilizaba desde que la guerra había iniciado, y lamentablemente, no sería la última.
—No es válido-
—S- sí lo es —dijo Draco, tropezando con sus propias palabras debido al miedo—. Estarás interfiriendo en su alianza matrimonial. D- dañará irreversiblemente sus votos. No puedes-
Yaxley asestó su puño contra la cara de Draco. Quizás porque estaba diciéndoles que no podían, porque estaba impidiendo que dañaran a su madre, o simplemente porque le molestaba su tartamudeo.
Draco ni siquiera se quejó cuando sintió la sangre inundando su boca.
—¿Y qué ofreces a cambio, pequeño Malfoy? —preguntó Dolohov, aún con los pantalones abajo. Semidesnudo, e igual teniendo todo el control de la situación.
—A mi —respondió el chico sin vacilar.
—Draco, no-
—Tortúrenme a mi —interrumpió a su madre.
—¿Quieres que te la meta, acaso?
Draco sintió una acidez en su garganta que amenazaba con obligarlo a devolver comida que no había consumido.
—No puedes dañarme irreversiblemente tampoco. Estoy comprometido con Pansy Parkinson.
Lo cierto es, que ninguno de los presentes sabía qué tan verídica era esa afirmación. Que no lo era. Pansy y Draco habían hablado ocasionalmente sobre lo beneficioso que sería una unión entre sus familias durante Hogwarts, pero nunca se llegó a dar el compromiso. Draco ni siquiera usaba una alianza.
Sin embargo, los Mortífagos eran sangre pura, después de todo, y respetaban las tradiciones sangre pura al pie de la letra. Los principios, los compromisos, y todo lo que los conformaba como clase superior. Si Draco Malfoy alegaba estar comprometido y aún así ellos lo corrompían, podrían romper una tradición que según ellos era valiosa. Al menos de ojos a la sociedad. Debían mantener las apariencias entre ellos mismos. Además, de que la magia era poderosa. Y la magia había que respetarla.
Dolohov volvió a subirse los pantalones, mientras Narcissa decía que "no" por lo bajo.
—Bien. Si eres tan patético para ofrecerte…
—Draco, no…
Draco cerró los ojos, mientras sus pisadas se acercaban adonde estaba.
Segundos más tarde, sintió cómo una daga se clavaba en su costado.
Narcissa comenzó a gritar.
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La vigésimo segunda vez que Draco Malfoy fue llevado para ser torturado frente a su madre, resultó ser la última sesión dentro de la mansión. Narcissa sería trasladada a Azkaban la semana siguiente.
El joven Malfoy ya había pasado por su ronda de torturas, por lo que ahora sólo se dedicaba a mirar, inmovilizado y acostado en el suelo, mientras Greyback sostenía el pie encima de su espalda. Su padre se encontraba a un lado de la celda también, sacudiéndose, y el Señor Tenebroso lo apuntaba con la varita.
Era el turno de Lucius de ser torturado, al parecer.
—¡No puede responderle a él! —su madre gritó, tratando de llegar a su esposo inútilmente—. ¡No tiene sangre Black!
Nadie le prestó atención. Lucius seguía quejándose bajo el hechizo mientras el resto observaba. Incluso el Lord parecía disfrutar ver cómo Lucius Malfoy se sometía bajo la maldición sin mayor problema.
—¡No sirve de nada hacerle eso! —volvió a exclamar Narcissa—. ¡¿No lo entiendes?!
—Háblame bien, traidora asquerosa.
La voz había salido fría, Draco, de hecho, sintió cómo un escalofrío le recorrió el cuerpo; hasta los Mortífagos bajaron el volumen de sus risas. Eso solía ocasionar Voldemort.
De todas formas, Narcissa Malfoy se encontraba tan desesperada, que continuó gritando y llorando desde el fondo de los pulmones, viendo a Lucius caer de rodillas. La maldición aumentó su intensidad.
—¡Debe encontrar otra forma! ¡Así no me está haciendo hablar! ¡¿No se da cuenta de que no puedo?!
Draco cerró los ojos entonces, tratando de caer en la inconsciencia. Aunque horas después olvidaría esos acontecimientos bajo un Obliviate, no había nada peor que ver a la gente que se suponía que debía protegerte siendo dañada de esa manera.
Los Malfoy.
Una familia de renombre.
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Draco ya era parte del Nobilium la cuadragésima novena vez que fue llevado a ver a su madre, después de ser noqueado por la espalda.
No tenía recuerdos de las veces anteriores que fue parte de las torturas de Narcissa —Voldemort se había encargado de borrarlas y ocultarlas de su mente antes de que la mujer fuera trasladada a Azkaban—, por lo que no entendía qué estaba haciendo allí en un inicio. Sin embargo, no se sentía amenazado.
Draco Malfoy aún no se labraba la reputación que adquirió, gracias a los métodos de tortura que ayudó a crear para Voldemort durante su régimen; pero de todas formas, uno de los decretos del Nobilium era que sus miembros no podían dañarse entre sí. No directamente. Ninguno de ellos sabía que el ritual vinculante no había funcionado en Draco, pero no iban a arriesgarse a romper las reglas; nadie del Nobilium podía torturarlo. Ninguno podía tocarlo en realidad, aunque no lo respetaran. Así como él no podía tocarlos a ellos. Por eso, no se sentía amenazado al estar rodeado.
No al menos, hasta que el Señor Tenebroso hubiera ingresado al cuarto y se convirtiera en el verdugo, levantando la varita para que tanto él como su madre sintieran el dolor del Crucio.
El aire olía a humedad y a muerte. La maldición se había detenido.
—¿No? ¿No vas a decir nada?
Draco se sintió estremecer ante la voz de Voldemort, pero no habló; simplemente se quedó allí esperando con miedo otra ronda de Crucios.
O cosas peores.
Dentro de la celda de Azkaban, Narcissa Malfoy estaba metida en una pequeña jaula que apenas le daba espacio para respirar. Lloraba, viendo cómo torturaban a su único hijo y ella no podía hacer absolutamente nada. Ni aunque pasaran mil años, Narcissa podría haberse resignado a esa realidad.
—Último intento —volvió a decir Voldemort.
—Por favor…
—Habla.
Un segundo pasó, pero su madre fue incapaz de contestar, y ahora Draco entendía por qué. Simplemente no podía, ni aunque lo deseara. Quizás los Mortífagos no le creían, quizás pensaban que Narcissa se estaba resistiendo. Pero no existía secreto que valiera la pena tanto sufrimiento para ella y su familia. Cualquiera que la conociera lo habría sabido. Su hijo la conocía para saberlo.
Voldemort esperó con aparente tranquilidad, pero al no obtener respuesta, caminó hasta donde estaba Draco, quien apenas sentía su cuerpo. Un minuto entero pasó, en el que Narcissa sólo podía llorar.
Y luego, todo explotó en dolor.
Un latigazo le recorrió la espalda al joven, para luego sentir cómo una daga se enterraba en la zona lumbar. Narcissa Malfoy también se sacudió, sintiendo y obteniendo exactamente la misma herida que él. Draco no tenía idea cómo los curarían para permitir que volvieran a caminar; o si es que los curarían para permitirles volver a caminar. Quizás lo dejarían allí con su madre por siempre, desangrándose hasta que murieran. No se escuchaba descabellado.
De lo que él no tenía idea era que, dentro de unas horas, lo olvidaría todo, y continuaría cumpliendo con sus labores como Nobilium con la esperanza de algún día rescatar a su madre.
Sin saber que eso era literalmente imposible.
El dolor continuó, la sangre escurrió desde la espalda hasta sus piernas, y los gritos parecían imposibles de extinguirse.
Él continuaba pidiendo que aquello terminara rápido.
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Draco Malfoy había perdido la cuenta ya de cuántas veces habían sido torturados como familia. Porque no recordaba nada, y porque incluso de haberlo recordado, ya eran demasiadas veces.
—No vamos a parar, no vamos a parar hasta que hables, ¿lo sabías? —la voz de uno de los Mortífagos irrumpió en el espacio—. Vas a pudrirte aquí, hasta que alguna palabra de valor salga de tu sucia boca.
Narcissa Malfoy estaba dentro de la jaula de nuevo. Draco se encontraba tendido con la cara en el suelo y una bota encima de su espalda, expandiendo los cortes de su piel. En realidad, no podía ver nada, sólo oír mientras trataba de moverse o hablar lo menos posible.
—Ya les he dicho. No me responde… —susurraba Narcissa en respuesta—. Ni a ellos tampoco.
—¿Cómo es que solía responder a ti entonces, ah?
—Porque aún tenía cierta legitimidad. Ya no.
—¿Por qué?
—Harry Potter —murmuró Narcissa con un hilo de voz—. Ustedes saben por qué.
Unos segundos de silencio pasaron, antes de que volvieran al ataque con las preguntas.
—¿Por qué te hiciste un Obliviate?
—No lo sé.
—¿Qué fue lo que viste?
Narcissa soltó una respiración temblorosa, gracias al llanto.
—No lo sé.
El Mortífago pateó su jaula.
—Traidora de mierda. El Lord debería dejarnos enseñarte qué pasa cuando nos faltas el respeto… —Lo cierto era que la mujer nunca quiso faltarles el respeto, sólo deseaba ser dejada en paz. Pero aquello no pasaría. El Mortífago se aprovechó de su clara debilidad—: Lucius. Hazme los honores.
Draco trató de moverse para así poder ver a su padre y gritarle que no, que no lo hiciera. Incluso Narcissa parecía querer decir algo. Sin embargo, el agarre del Mortífago en su espalda no aflojó y ninguna palabra salió de la boca de Narcissa.
Entonces, el joven Malfoy sintió cómo unas manos aferraban su túnica, y de pronto, parte de su espalda estaba al descubierto.
En el presente lo sabía, pero en el pasado… En el pasado, ni Narcissa ni Draco podían entender por qué Lucius Malfoy agarraba un trozo de la piel de su espalda y comenzaba a cortarlo de a poco, dejando la carne viva y haciendo que su esposa sintiera absolutamente todo.
Quizás era para mejor, a veces, no ver algunas cicatrices.
O no recordar ciertas cosas.
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Ya habían pasado casi cuatro años cuando llegó el último día en que Draco Malfoy presenció las torturas de su madre. Y fue parte de ellas también.
Aquella vez estaba atada de pies y manos, y había tres varitas apuntándola. Draco, desde su lugar, se estaba agitando desesperadamente para llegar hacia ella.
—Ah, ah, ya te dijimos Malfoy… —dijo una voz a su lado. Tenía su máscara de Mortífago puesta, seguramente para que en el improbable caso de que Draco recordara, no lo reconociera—. Un movimiento, y Narcissa…
Su madre estaba siendo agitada bajo un doloroso hechizo. Draco no podía saber con certeza cuál de todos era, pero tenía claro que él lo había creado. Por eso, el dolor que sintió en su mejilla al ser abofeteado no era comparable al que estaba sintiendo al ver a su madre así. Trató de bajar la mirada, pero una mano se enterró entre sus hebras de cabello, obligándolo a mirar. Draco no podía moverse.
—¿Ves? ¿Ves lo que les pasa a los traidores?
El joven quería vomitar, su frente estaba perlada de sudor, y seguramente lo estaban dejando tranquilo para humillar a Narcissa, porque su hijo la estaba viendo vulnerable e impotente. Pero Narcissa sólo gritaba, y los gritos se quedaban grabados en sus oídos como el peor sonido que Draco había escuchado hasta ahora.
No contentos con los resultados, de pronto uno de los Mortífagos abrió la jaula, empujando a Narcissa al centro. La mujer cayó de lado.
Y el hombre se llevó una mano hasta sus pantalones.
—¡No! —gritó él, incapaz de recordar algo sobre los sagrados veintiocho en ese instante. Su mente se encontraba demasiado embotellada—. ¡Háganmelo a mí! ¡NO!
Alguien le tapó la boca. Narcissa estaba tendida en el suelo mientras sollozaba, y cuando uno de los Mortífagos llevó la mano hasta dentro de su ropa interior, sucedió algo que Draco en medio de sus gritos y la terrible situación, no esperaba.
Narcissa Malfoy alzó la voz.
—Tengo una solución —dijo tiritando, con la voz rota—. Tengo una solución para hablar.
El hombre no sacó la mano desde adentro de su ropa interior, pero sí pausó. Uno de los Mortífagos que estaba conteniendo a Draco le había ordenado que lo hiciera. Era la primera vez en cuatro años que Narcissa Malfoy hablaba de dar soluciones en vez de problemas.
—No sé por qué borré mi memoria, y no tengo idea qué pude haber visto. Lo digo en serio. No tengo forma de ayudarlos a deshacer el Obliviate, aunque quiera. —Narcissa se encontraba totalmente rota—. Pero tengo una solución.
—No tenemos todo el día, traidora de mierda.
—Si les digo, dejarán de torturarnos-
—Tú no nos vas a decir qué hacer-
—Yo creo —dijo el hombre que sostenía a Draco, quien se había quedado paralizado en su lugar—. Que hay que llamar al Señor Tenebroso para que él juzgue si vale la pena seguir escuchándola o no.
El otro Mortífago se quedó viéndolo como si quisiera negarse, pero se había traído a la mesa el nombre del Señor Tenebroso y era una ofensa negarse. Finalmente, en medio de toda la parafernalia, este dio un paso atrás y asintió.
Así que eso hicieron.
No mucho rato después, el Lord ya había entrado a la celda, dispuesto a escuchar la supuesta solución que Narcissa Malfoy le iba a ofrecer. Se veía intimidante, pero desinteresado. Probablemente ya había perdido la esperanza en Narcissa. Avanzó por el cuarto con lentitud.
Mientras tanto, madre e hijo estaban completamente quietos y temerosos. Quizás era lo mejor.
—Me asombra tu atrevimiento, Narcissa Malfoy —comenzó a decir el Lord lentamente—. Estás maniatada y a mi merced, al igual que el resto de tu familia. No creo que te encuentres en condiciones de exigir nada.
—Con todo respeto, eso no es así, mi Lord —Narcissa aún temblaba, enfadada y temerosa, pero sólo Draco podía notarlo. Voldemort nada más veía fiereza allí; un fuego que él necesitaba apagar—. Por mucho que ninguno de los dos lo quiera, me necesita para saber dónde está su serpiente. Y de la forma en la que ha estado tratando de llegar a esa información, torturarnos… no le está sirviendo de nada. Lo que estoy a punto de ofrecerle es su única opción.
—¿Y cómo sé yo que no es un truco?
—No lo es —Narcissa se apresuró en decir—. Cuando se lo explique entenderá por qué.
El Señor Tenebroso lo pensó un buen rato, mientras Draco trataba de comprender qué iba a pasar. ¿Qué solución pararía las torturas? ¿Qué solución le daría la libertad?
A no ser que… esa nunca hubiera sido la intención de su madre.
No para ella.
—¿No más interrogatorios, a cambio de la información oculta que posees? —preguntó el Lord con cuidado.
—Sí.
—¿Sabes que podría entrar a tu cabeza por la fuerza, y saber qué es lo que me vas a ofrecer, verdad?
Narcissa apretó las manos con fuerza a sus costados. La única razón por la que aún mantenía la cordura, era porque Draco estaba involucrado en ese lío. La única razón por la que estaba tratando de mostrarse compuesta después de todo lo que le habían hecho, era esa.
—Sé que podría intentarlo, mi Señor. Pero dudo que le de algún resultado.
—¿Cómo te atreves-? —intercedió el mismo hombre que quería dañarla. La golpeó.
Narcissa escupió la sangre. Draco se sacudió. El Señor Tenebroso miraba todo con absoluta calma.
Victorioso.
Al final del día, siempre terminaba ganando él.
Sin importar qué.
Pasados unos segundos, el rostro del Lord cambió levemente: el prospecto de una solución, de tener una forma de enterarse qué sabía Narcissa… Era más tentador que nada. Draco era consciente de ello.
—No puedo asegurarte que no necesitaré hacerte preguntas de nuevo, o a tu querido Lucius —terminó diciendo el Lord remarcando con crueldad la última frase—. Pero puedo ofrecerte una cosa… Una cosa que una traidora como tú, no merece en absoluto.
El Señor Tenebroso extendió su palma a la mujer en el piso, y su monstruosa mano brilló. Las venas se transparentaban en la piel, y las uñas, negras y largas, lo hacían ver de todo menos como un ser humano. Estaba esperando que Narcissa la tomara.
No era un Juramento Inquebrantable. Pero… ahí había magia oscura involucrada.
—La vida y sanidad de tu hijo —Voldemort murmuró—, a cambio de una solución.
Draco quería gritar que no, que no hiciera nada, sólo que no tenía idea de qué podría ocasionar sus gritos. Y sus músculos, su cuerpo, tampoco le respondían. La presencia del Lord era demasiado intimidante.
Finalmente, Narcissa Malfoy estrechó, no sin dificultad, la mano del Señor Tenebroso.
—Hecho.
Todos los presentes se encontraban expectantes, al observar que una lengua oscura, parecida a la de los Juramentos Inquebrantables, se entrelazaba entre ambos. Subía por la muñeca, brillaba como solamente la magia negra podía brillar, afianzando el acuerdo entre ambos.
Narcissa acababa de firmar su destino.
Tal como Draco hizo a los dieciséis.
—La única forma de dejar que mis barreras mentales se bajen definitivamente, y que la magia deje de proteger mis memorias perdidas… Es no tenerla.
—¿Qué quieres decir?
Finalmente, la mujer trató de levantarse, tambaleante y nadie hizo nada por ayudarla. Draco sintió un grito quemar su garganta de inmediato. Narcissa emitió el más ligero temblor. Aquello era difícil. Aquello le estaba costando el alma.
—En la biblioteca de la Mansión Malfoy encontrarán toda la información que necesiten… Pero un muggle no puede protegerse de un ataque mental. Un muggle no tiene magia para hacerse un auto-obliviate…
—¿Estás sugiriendo que te dejemos sin magia, para entrar a tu cabeza y saber qué escondes? ¿Para deshacer el Obliviate?
Draco se sacudió en su lugar. No. No. No. Aquello no podía estar sucediendo. ¿Qué mierda estaba pensando su madre? Él claramente no lo entendía.
—Sí. Es exacto lo que estoy sugiriendo.
—Mamá…
Alguien volvió a golpear a Draco. No le importó. Todos sus sentidos se encontraban pendientes de la forma en que Narcissa lucía enferma. Deshecha. Muerta.
Era su magia, y era bien sabido que la magia… Era lo más importante. Era lo que los diferenciaba de los muggles, su identidad. La magia sólo nacía en almas excepcionales, y que se la quitaran así…
—Tu magia, a cambio de dejar a tu hijo en paz —dijo Voldemort, deleitado—. Tu magia… A cambio de saber dónde está mi tesoro más valioso.
Draco se sacudió bajo su agarre. Tampoco funcionó.
El Señor Tenebroso dejó que su propia magia danzara a su alrededor, y con un movimiento de esta, acarició la mejilla de Narcissa.
La mujer pareció a punto de vomitar.
—Me parece justo, Narcissa Malfoy.
Draco no podía aceptarlo, simplemente no podía. ¿Dónde iba a vivir su madre una vez que ya no tuviera magia? La mansión ya no la aceptaría. Azkaban ya no la aceptaría. No podían hacerle eso. Era peor que las torturas.
Y ella misma lo había elegido. Por él.
Siempre por él.
—Mamá, no. Por favor, mamá. No-
Como ya era costumbre, alguien lo golpeó para dejarlo inconsciente.
Lo último que Draco vio, fue la mirada esperanzada de Narcissa.
Pero no por ella.
Esperanzada por él.
Por darle una vida a él.
Y Draco la odió.
•••
Draco Malfoy despertó maniatado en el salón principal de su mansión, mientras los Mortífagos salían de ella por la puerta principal con los brazos llenos de libros.
Aún mantenía sus recuerdos. Aún estaba consciente de lo que iba a suceder. ¿Y qué podía hacer al respecto?
—¿Crees que eres muy inteligente, no es así?
Draco, mientras se sacudía en el agarre, miró hacia arriba. Fenrir Greyback estaba parado frente a él con una sonrisa totalmente asquerosa en sus labios. Debía estar disfrutando esto. Draco se había encargado de hacerle ver, en su día a día, que no era lo suficientemente digno para compartir su tiempo con él. Lo rechazaba sin piedad. Y a pesar de que el hombre lobo no podía hacerle ningún daño al ser Nobilium, podía disfrutar cómo el resto se lo hacía.
La miseria estaba escrita en cada facción de la cara de Draco.
—Crees que eres mejor que nosotros. Crees que el Señor Tenebroso tiene un mínimo de respeto por ti y que te has ganado un lugar en la sociedad. —Greyback se echó a reír. Draco juró venganza—. Me gustaría que recordaras esto. Me gustaría que recordaras cada segundo de todo esto. Que supieras la verdad sobre tu valor...
El hombre lobo sacó su varita. Draco nunca le había visto con una, así que quizás era robada. Daba igual, probablemente eso fue lo que ayudó a que en el presente, pudieran recuperar aquellos recuerdos.
—Lamentablemente, eso no puede ser. Pero si estuviera en mis manos, haría que nunca olvidaras nada de esto.
Draco pensó en lo que había sufrido en los últimos años. Pensó en el futuro que le deparaba a su padre. Pensó en cada cosa mala, y cerró los ojos, estando de acuerdo con él. Deseando poder recordar para no caer en los mismos errores.
Alguien tuvo que haberle enseñado que a veces… tienes que tener cuidado con las cosas que deseas.
