A Draco le permitieron visitar a Pansy porque a los ojos del mundo mágico aún era su prometida.

Y también, porque Draco Malfoy era Astaroth, miembro del Nobilium.

Los acontecimientos del último tiempo habían pasado demasiado rápido para que él los procesara en realidad. La fuga de Azkaban, ver el estado mental de su padre, recuperar algunos (o quizás todos) los recuerdos acerca de las torturas de su madre, y finalmente… Pansy Parkinson apresada por traición.

No, no había tiempo para procesarlo. La guerra avanzaba, avanzaba, y avanzaba, y todos debían adecuarse a su rapidez.

Draco sabía que su relación con Pansy no era la misma. Habían tenido más de una riña durante esos meses, y en la última Pansy rompió su compromiso, al menos simbólicamente. Pidieron más cosas de las que el otro estaba dispuesto a dar y luego se habían abandonado. Draco se descuidó dos segundos, la descuidó dos segundos, y ahora- esto.

Iba caminando por la planta baja del Ministerio acompañado de Johan Avery, a quien reconocía de sus recuerdos y torturas. Draco lo observó como si fuera una cucaracha apenas lo asignaron como su escolta, y el hombre se encogió, llevándolo hacia los calabozos sin encontrar su mirada. Quizás se debía a que habían pasado bastantes años y Draco había cambiado lo suficiente para que los roles se invirtieran; o quizás, la rabia con la que afrontaba su día a día lo hacían ver más intimidante que nunca. Como fuera, una parte de sí se sintió satisfecha al verlo tan… pequeño.

Avery abrió la puerta de una de las atestadas celdas para él, y Draco ingresó, sin estar seguro de qué encontrar. No pudo mirar al frente de inmediato; no era tan valiente. Pero debía enfrentar lo que había ido a hacer.

Levantó la vista.

Pansy lo miraba con furia desde el otro extremo de la celda.

—¿Qué? ¿Estás aquí para torturarme?

Draco la ignoró, cerrando la puerta tras de sí. De ser otra persona, probablemente Avery se habría quedad, pero Draco era su superior, así que no había mucho que pudiera hacer. Y si lo hubiera intentado…

—¿Qué sucedió? —decidió preguntar.

Pansy bufó.

—¿Estás jodidamente bromeando, verdad? Increíble.

—Pansy, no entiendo. No tengo ni la más remota idea de por qué carajos estás aquí.

—¿Y esperas que crea eso?

—Estoy hablando en serio —Draco dijo, perdiendo la paciencia. Necesitaba ayudarla, no esto—. Quiero sacarte de aquí, por eso vine. Pero para hacerlo necesito saber qué pasó.

Pansy se acercó a las barras de metal, metiendo la cabeza en uno de los orificios y apretando los dientes. Sus uñas aún estaban perfectamente pintadas; su ropa se encontraba casi completamente limpia.

—¿Qué pasó? —siseó ella, con rabia—. Bien. Te diré qué pasó. Blaise vino a buscarme como te dije que lo haría. Pasó como pudo la frontera y llegó a mí, porque como te dije, estamos enamorados. Y lo mínimo que podía hacer yo era cumplir con la otra parte, o sea, buscar la forma de sacarnos a ambos de este hoyo de mierda y marcharnos para ser felices en otro lugar. Moví mis contactos, hice lo que pude, todo era perfecto y estaba listo, y justo antes de poder huir por la frontera, nos detuvieron. Alguien nos había delatado.

Draco pudo haberse mareado por el descargo de información.

—¿Qué?

—Así que no te hagas el idiota. —Pansy no respondió su pregunta—. Porque la única persona que lo sabía eras tú. La única.

Podría ser verdad, si es que Pansy había aprendido a guardar secretos. Sólo que Draco- Draco no le había contado a nadie, ¿a quién? Ni siquiera se acordaba de Blaise o Pansy, si era sincero. Lo único que temió cuando ella le informó de sus planes, era que sucediera exactamente lo que estaba pasando. No tenía sentido que Draco la hubiera delatado. Así que, ¿quién lo había hecho? Él no quería que pasara esto.

Draco pensó en ese día. ¿No había sido exactamente el periodo de tiempo en el que no tenía sus recuerdos, luego de la misión de Austria? Intentó hacer memoria sobre lo que había dicho, y una imagen de sí mismo riéndose de Pansy y diciéndole que si se iba la delataría, llegó al frente de su cabeza. Era obvio que ella pensara que Draco fue. Excepto que Draco no había dicho nada.

Aunque…

Draco se dejó caer en la pared, apoyando la espalda y siguiendo el trayecto de ese día, justo antes de que hubiera sido llevado a McGonagall. ¿El Señor Tenebroso había explorado su mente, no? ¿Y no vio allí algo que lo satisfizo lo suficiente para otorgarle el "honor" de torturar a Minerva?

Draco cerró los ojos.

Se trataba de su lealtad. Eso vio en su cabeza. Lealtad ciega y absoluta.

Voldemort había visto esa conversación con Pansy.

Mierda.

Nunca fue su intención, nunca.

Probablemente el Señor Tenebroso había mandado a vigilar a Pansy desde ese instante, y así la habían descubierto. Era su culpa. De una forma era su puta culpa.

—No fue así, no quería- no… —Draco volvió a mirar a Pansy a la cara. Ella estaba estudiándolo—. Da igual. Te sacaré de aquí, lo que hiciste no fue tan grave-

—¿Qué hay de Blaise? ¿Dónde está?

—No lo sé…

Draco cerró los ojos una vez más. La medida que sugirió casi un día atrás retornó a su cabeza.

Seguramente torturarían a Blaise para hacer sufrir a Pansy.

—Oh, joder.

—¿Draco?

Draco se pasó una mano por la cara. La voz de Pansy había perdido su animosidad, y el miedo se filtró en ella. Por Blaise, seguramente. Por no saber qué tan a salvo se encontraba.

—Te sacaré de aquí.

Se obligó a encontrar sus ojos.

Los de Pansy estaban llenos de lágrimas, y aunque se veía asustada, era claro que aún no parecía entender la gravedad del asunto, como si creyera que por ser sangre pura no le harían nada. Draco, en carne propia, había experimentado la completa mentira que era eso. Ni siquiera el estatus de sangre cambiaba algo a los ojos de Voldemort. Nada.

Draco caminó hacia ella con lentitud y cautela, para así no hacerla retroceder, y con cuidado puso su mano encima de la de Pansy aún afirmada a la reja. No era lo mismo, ni de cerca, a cómo solía ser cuando no eran más que niños, pero Draco aún la apreciaba. No creía nunca dejar de hacerlo.

Pansy fue su primera amiga.

Recién allí se dio cuenta de la falta que le había hecho por todos esos años. Lo solos que ambos habían estado. Quizás aquello podría haber sido diferente.

Pero no lo fue.

Y ahora Pansy estaba apresada, y en parte era su culpa. Draco recordó cómo se trataron la última vez que se vieron. O en general, todas sus interacciones por los últimos años. Distantes, frívolas, e incluso crueles.

—Lo siento —le dijo él.

—¿Qué?

—Lo siento. Lo siento. Lo siento.

—¿Estás bien?

Draco suspiró. ¿Qué se suponía que se respondía a eso? No era importante. Ahora mismo, tenía que ocuparse de esto. No podía verla allí.

Pansy lo miraba con cautela.

—Te sacaré de aquí.

Draco retrocedió, comenzando a caminar a la puerta. Pediría, abogaría con lo que fuera, pero conseguiría liberar a Pansy.

—¡Draco! —gritó ella, al ver que se alejaba.

Draco cerró la puerta tras de sí. Tenía trabajo que hacer.

•••

Quizás la vida después de su madre era verla a ella en cada cosa que hacía. Porque Draco sentía que estaba repitiendo la historia. Se aseguraba de que no le hicieran nada a Pansy, yendo cada día a visitarla –e incluso había hecho lo posible por Blaise, quien estaba en peores condiciones–, pero aún así no querían liberarla. Draco ofreció dinero, exigió su liberación porque era su prometida y porque él era un Nobilium, llegó a pedirlo amablemente al Señor Tenebroso. Hizo lo que se necesitaba, y de todas formas…

Pansy seguía en la cárcel.

La mujer había utilizado el principio número cinco de los sagrados veintiocho para así evitar ser asesinada, o que le hicieran cosas peores, y Draco creía que Blaise hizo lo mismo, pero lo que ofrecían a cambio a los Mortífagos sólo podía ser que les hicieran daño de otras formas. Draco lo comprobaba cada vez que la iba a ver, y Pansy tenía más moretones y lucía más apagada con el pasar de los días.

Había llegado a pensar que aquello era un castigo hacia él, aunque no podía entender por qué razón; hasta donde sabía, se había comportado. Pero por otra parte, lo que Pansy había hecho no era ni de cerca algo grave para que la tuvieran apresada, para que la torturaran. La convertía en una traidora, sí, mas era obvio que no en el tipo de traidora en el que Voldemort debería enfocarse. Así que, ¿que estuviera apresada tenía un trasfondo más grande?, ¿o sólo estaban aplicando ley pareja para todos los que eran encontrados en situaciones ilegales?

Draco no lo sabía.

Se pasó dos semanas yendo de acá para allá, asegurándose de que Pansy viviera. Torturó a los familiares de los apresados, tal como dijo que haría, quitando ojos, brazos y piernas sin rechistar, sin pensarlo dos veces. Y octubre llegó, mientras Pansy, su madre, y su padre, eran un tema demasiado recurrente en su cabeza. Más que cualquier cosa.

Theo fue a visitarlo durante ese tiempo, para así también llevar pociones para la Orden ya que Draco no podía ir aunque quisiera. No habían tenido ninguna batalla realmente importante pero las pequeñas sí que habían dejado heridos. Draco se pasó la mitad del mes de octubre queriendo morirse, haciendo pociones, y luchando por mantenerse a flote al pensar en la venganza y la llama de la ira que, desde enero, no había hecho más que crecer. Debía asegurarse de que su padre sobreviviera. Al igual que Harry. Si quería eso no podía rendirse.

Esos eran unos de sus pocos motivos para seguir en pie.

Casi finalizando octubre, Draco entregó las últimas pociones que el Señor Tenebroso le había encargado, y pudo acabar la contra maldición del hechizo Disuelve Órganos. Los Mortífagos se aliaron con los trolls, y las pocas locaciones de civilización que quedaban estaban completa y exageradamente vigiladas por Mortífagos y Purificadores.

Draco estaba cansado.

Fue llamado a la Orden el primer día de Noviembre a través de Theo, por petición de Astoria, con quien no había hablado absolutamente nada desde que recuperó sus recuerdos un poco más de un mes atrás. El día anterior fue la celebración de Samhain, así que Draco vertió todas sus preocupaciones en el ritual para honrar a los ancestros fallecidos, pero no le sirvió de ningún alivio, y al contrario, le quitó demasiada energía. Draco estaba exhausto mientras ingresaba al laberinto junto a Theo.

Ambos usaban la máscara de la Orden, y quienes los recibieron en la entrada de la mansión fueron Granger junto a Luna, por lo que Draco intuía que Potter no estaba allí. Cosa que confirmó ante la respuesta de Granger cuando Theo preguntó por él. Harry estaba buscando provisiones en el mundo muggle.

Bien, Draco pensó. No estaba seguro de querer verlo.

Lo de ellos, lo que sea que estuviera pasando, no podía ser.

Con que se mantuviera vivo le bastaba.

Granger los dirigió a las celdas donde Lucius Malfoy se encontraba, y salió de allí rápidamente junto a Luna, como si los hubiera guiado a la boca del lobo. Suponía que en parte era así. Lucius estuvo presente durante la tortura que Bellatrix efectuó en Hermione Granger en la Mansión Malfoy aquel 1998, y era un Mortífago, parte del grupo que la atacó en Grimmauld Place. Tenía sentido que no quisiera tener nada que ver con él.

Draco entró a la celda preparado mentalmente para ver a su padre, aunque una vez dentro prefirió enfocarse en Astoria, quien estaba a un lado de este y lo miraba mordiéndose el labio.

—¿Pasó algo? —preguntó Draco.

La puerta se cerró, y Draco se dio cuenta de que Theo no había ingresado a la celda. Se sentía algo solo mientras Astoria lo miraba con ojos llenos de arrepentimiento.

—Lo siento —le dijo ella con voz lastimera—. No debí haber hecho lo de la última vez.

—Yo te lo pedí-

—No estabas en tus sentidos para pedirme algo así. Pude haberte hecho un daño irreparable, Harry tenía razón. Lo lamento. ¿No sientes nada raro?

Draco pensó. Lo único extraño que le pasaba era que los recuerdos se sentían difusos, borrosos, e imprecisos, pero para él eso era una bendición. Como si la vida por primera vez fuera gentil. No le preocupaba. No de momento.

Se encogió de hombros.

—Estoy bien.

Astoria suspiró, y aunque probablemente le habría gustado que Draco se mostrara más interesado por ese tema, no comentó nada. Sus ojos azules volvieron a fijarse en Lucius, a quien Draco aún no se atrevía a mirar. Comenzó a explicar lo que quería decirle, para lo que lo había llamado. Si no supiera que alguien del Nobilium podría encontrarlos, Draco le habría pedido que tuvieran esa conversación en la Mansión Malfoy.

—Tengo la teoría de que una vez que liberemos a tu padre de la Imperius, podremos acceder a sus recuerdos —explicó Astoria calmadamente.

—¿Lo que viste en mi cabeza no sirve de nada?

—No —le dijo ella con franqueza—. No, aún necesito más información.

Draco sintió un pinchazo en una de sus costillas, como un golpe con una lanza de hierro. No debería afectarle algo así de tonto, pero lo hacía.

Tanto sufrimiento.

Tanto dolor.

Siempre por nada.

—¿Por qué no puedes verlos ahora? —terminó preguntando, alejando esas sensaciones—. Sus recuerdos, quiero decir.

—El Imperius me lo impide. Le dice que "Obedezca a su Amo". Si revela sus secretos, no está cumpliendo con la orden.

Draco sintió náuseas por la palabra "Amo".

—¿Su cabeza te expulsa?

—No me deja entrar a las celdas.

Draco no comprendió en un inicio.

Entonces, sintió otro pinchazo.

Recordó que Astoria le había dicho que la mente de su padre lucía como Azkaban, así como la de él… se veía como la Mansión Malfoy.

—¿Crees que si es liberado del Imperius, puede volver a ser…?

—Draco, tu padre ha estado ocho años bajo una Imperdonable —Astoria lo cortó firme, aunque tratando de ser suave—. Al momento en que se liberó, durante la… muerte de Narcissa, quizás haya hecho trizas su mente, su sanidad. Y si lo intentamos de nuevo…

—¿Crees que quedará peor?

Astoria fue directa.

—Sí.

Draco quería reír, porque todo eso sonaba ridículo, lejano, y algo que se suponía que nunca le pasaría a los Malfoy. A su padre, el hombre que él idolatró durante años. Parecía una broma de pésimo gusto.

Mierda —susurró.

Y en ese instante, desvió la mirada, para así detallar a Lucius.

Aquella vez, al menos, su cabello estaba recogido y se encontraba limpio. Toda su persona lo estaba, en realidad. La vestimenta de preso había sido cambiada, dejando en su lugar un pantalón blanco y una polera muggle negra. Podría haber resultado normal, si no supiera que los prisioneros no recibían tratos especiales o dignos. Harry fue el que hizo todo eso. Por- por él.

Increíblemente, lo había hecho por Draco.

—¿No hay forma…? ¿No hay forma de hablar con mi él? —Draco murmuró, capturando el vacío de las cuencas de Lucius—. ¿Sólo por un minuto?

Sintió los ojos de Astoria mirándolo con lástima. Draco ya estaba acostumbrado.

—Por unos segundos, sí —contestó—. Los segundos que la Imperdonable empiece a romperse, puedes intentar ingresar a su cabeza conmigo. Quizás así- quizás… No lo sé. No puedo asegurarlo.

Sin embargo, era suficiente.

Cuando Astoria estuviera deshaciendo la Imperius y deshaciendo la sanidad de su padre con ella, Draco debería tratar de comunicarse con él. Podría no ser posible, lo sabía, pero le hacía las cosas más soportables.

Más soportables que aceptar que ya lo había perdido, aunque siguiera respirando.

—¿Puedes dejarme solo con él? —preguntó a Astoria, con la voz raramente calmada.

Astoria no se movió de inmediato; pareció estudiarlo desde su lugar. Tal vez trataba de medir qué tan buena idea era, por lo inestable que se encontraba Draco. O tal vez sólo no entendía por qué querría tiempo a solas con Lucius.

Fuera lo que fuera, decidió obedecer. Astoria asintió y abandonó el cuarto dejando nada más que a padre e hijo, enfrentados sin mentiras o engaños por una vez en la vida.

Draco se acercó al borde de la reja y lo miró. Trató de ver en él al hombre que fue, en vez de la imitación que tenía al frente. Draco recordaba haber visto de pequeño a su padre como su máxima inspiración, la máxima figura de autoridad. Draco deseaba ser como él, deseaba ser él. Imitaba sus palabras, la manera que tenía de presentarse, y hasta la forma de caminar. Draco escuchaba todo lo que decía y lo tomaba como cierto, porque su padre nunca se equivocaba, y lo único que quería era... agradarle. Que Lucius lo mirara y viera el heredero que merecía. Siempre quiso eso. Draco añoraba- la aceptación que su madre y su padre le darían una vez que cumpliera con las expectativas que tenían de él.

Y ahora…

Su padre lucía ordinario. Nada excepcional.

—Sé que probablemente no me escuchas. O que al menos no entiendes qué estoy diciendo —dijo Draco, tomando uno de los barrotes—. Pero, si es que algo me sucede…

Tragó pesadamente. Lucius, desde su asiento dentro de la celda no dio signos de escucharlo, y Draco descubrió que una parte de sí, la ilusa, había esperado que lo hiciera. Que un milagro pasara y su padre moviera sus ojos, o sus manos, y que le hablara como aquella vez que fue a Azkaban. Que dijera desvariaciones. Pero- que le dijera algo.

—Lo siento.

Draco le había dicho que lo odiaba, lo había culpado, y aunque su padre no era buena persona, quizás en su cabeza había creído que verdaderamente estaba haciendo lo correcto para su familia.

Quizás nunca quiso que terminaran así.

Despojados de la dignidad y profanados como una tumba.

—Ni siquiera sé por qué estoy pidiendo disculpas. Tal vez lo hago porque no me estás escuchando. —Draco le gritó por no reaccionar, se abstuvo de golpearlo, e incluso, lo había condenado cuando su padre fue una víctima más. Merecía que le dijera cuanto lo lamentaba—. Sólo… siento no haberlos hecho sentir orgullosos. Siento no haber notado lo que te sucedía. Siento haberte culpado. Siento que hayas tenido que pasar por- esto.

Lucius no respondió. Esta vez, Draco no había esperado que lo hiciera. No entendía del todo por qué carajos estaba diciendo todo eso, no cambiaba nada. Era, literalmente, como hablar con una pared. Estaba bastante seguro de que su padre no oía ni una palabra.

Y aún así.

—Te extraño —dijo. Su voz sonó rasposa—. Extraño a madre. Extraño a lo que éramos antes de la guerra. No creo que nadie pueda entenderlo; a sus ojos somos unos monstruos, y tal vez tienen razón. De hecho, la tienen. Pero…

Si su padre estuviera bien, le habría dicho que los dragones no toman en consideración las opiniones de las ovejas.

Si su padre aún fuera su padre, le diría que estaba justo allí y que dejara de ser tan melodramático.

Pero lo que lo recibió fue el silencio, y la duda de si, quizás, las cosas no estaban mejor de esa forma.

No se sentía así.

—Me gustaría que hubiera sido diferente. Sólo- mierda. —Draco se alejó, negando. Aquello era demasiado doloroso—. No puedo.

La desolación se había mezclado con la ira, porque a pesar de que Draco creía merecer muchas cosas terribles, estaba seguro de que algunas no eran justas. Lo que le había pasado a su madre no era justo. Haber perdido a su padre sin saberlo no era justo. Haber sido un responsable indirecto de la encarcelación de Pansy no era justo. Draco sentía que estaba al borde de un precipicio y si continuaba allí, terminaría por caer.

Y, bueno.

Quizás era lo mejor.

Su garganta ardía mientras dejaba los calabozos sin darle otra mirada a su padre, e incluso su cuerpo estaba comenzando a hervir. Voldemort había hecho eso. Él había hecho todo eso. Hizo sufrir a su madre hasta el último día, lo hizo sufrir a él, a Pansy, a Theo, a Harry y a su papá. Voldemort les había quitado prácticamente todo lo que les importaba, y no iba a descansar hasta dejarlos sin- sin absolutamente nada. Al final, lo único que tendrían iba a ser…

Un cuerpo lleno de malas memorias, y un río de sangre.

Draco se vio tentado a descargar su ira con Goyle de nuevo, porque de entre todos los culpables, era el más cercano y al que tenía disponible para recriminar. No lo quería muerto –y agradecía que Harry lo hubiera detenido de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse–, pero tampoco lo quería en una sola pieza después de lo que hizo. Después de lo que Narcissa había pasado, y que él lo supiera, que supiera todo-

Draco desechó la idea. Con ese temperamento, que no estaba haciendo nada más que subir, quizás cometería su primer asesinato.

Se puso la máscara, subiendo al primer piso con grandes zancadas. Theo se encontraba en la escalera, seguramente porque Astoria le avisó que Draco había pedido unos minutos a solas con su padre. Lovegood estaba a unos centímetros de él, encantando nuevamente esa estúpida pulsera. Esta brillaba cada vez que su amigo la miraba, pero Draco no terminó prestando atención a ese detalle. En ese instante, su principal foco era descargarse. Salir de ahí. Lo que fuera.

—Theo —dijo, plantándose frente a él—. Necesito una sesión de entrenamiento.

Theo levantó la mirada desde la cara de la mujer y su pulsera dejó de brillar. Usaba la máscara también, pero Draco podía adivinar que sus palabras lo confundieron.

—En unas horas empezará-

—No —lo interrumpió—. Ahora. Si quieres lo hacemos en la mansión, yo necesito-

Draco dejó la oración inconclusa y apretó los nudillos tan fuerte, que sintió sus huesos crujir. Theo también lo notó, y por poco pudo escuchar su tren de pensamiento, donde finalmente concluía que la Mansión McGonagall estaba mucho más equipada para el tipo de entrenamiento que Draco quería.

Que en realidad, era una descarga.

—Bien —le dijo, dándole una breve mirada a Luna—. Bien. Espérame en el salón de entrenamientos. Ya voy.

Draco vio cómo Lovegood intercambiaba la mirada entre ambos, y se apoyaba en Theo. Esa vez, ni siquiera se paró a pensar en lo ridículo que estaba siendo su amigo al no aceptar ese amor, o la mierda que fuera. No era su problema ni su decisión. Y ciertamente no era en lo que necesitaba pensar.

Draco necesitaba romper algo de la puta frustración. Theo lo comprendería.

Entró al salón de entrenamientos dando un portazo tras de sí y se apoyó en una de las paredes contrarias a la entrada. Se quitó la máscara y su túnica, dejándolas en el suelo sin importarle una mierda; arremangó su camisa mostrando la Marca Tenebrosa en todo su esplendor. Draco consideró sacar los señuelos que aquel salón tenía entre los muros y el suelo para empezar a desquitarse desde ya, pero decidió quedarse ahí, con la mirada fija en el suelo y la espalda encima de la pared reforzada.

Estaba tratando, con todas sus fuerzas, de no pensar en Harry mientras esperaba, porque no lo necesitaba. Pero al ver aquel lugar no podía evitar hacerse consciente de que allí, ocurrieron sucesos olvidados gracias a las circunstancias. Sus primeros acercamientos. Sus primeras conversaciones. El primer entrenamiento con la Orden que acabó en un duelo contra McGonagall, a quien Draco, mentalmente, prometió hacer pagar luego de que lo hiriera en la pelea. Porque era un idiota.

No, nada de eso le estaba sirviendo.

Draco apretó su varita entre los dedos y la miró. Era muy parecida a la anterior que solía tener, pero no era la misma. Draco la había adquirido dos años después de la guerra, hecha por uno de los sobrinos de Ollivander. La giró entre sus dedos con un deje de amargura, porque sin importar qué tan buena fuera, nunca sería como su primera varita. La varita que consiguió con sus dos padres y con la que aprendió a hacer su magia. La varita que había herido a tantos.

Y que ahora pertenecía a Potter.

Draco encajó la mandíbula cuando oyó la puerta abrirse. Se movió de la pared, y comenzó a caminar.

—Genial, creí que me iba a secar esperándote…

Detuvo sus movimientos ante la falta de respuesta, y subió la mirada.

Harry estaba parado en el umbral.

Su cabello se encontraba corto, y su piel había adquirido un poco de color durante las últimas semanas, dejando su palidez detrás y provocando que la tez morena brillara bajo la luz. Harry avanzó, cerrando la puerta, y Draco simplemente se quedó allí.

No lo había visto en un buen tiempo. Su corazón latía. Quería deshacerlo y deshacerse con él.

—¿Por qué no me pediste a mí que te ayudara a entrenar? —preguntó Harry sin siquiera saludar, sin tacto, tomando la varita con fuerza. Draco lo imitó, recordando que esa varita era suya.

—Porque no quería.

—¿Me tienes miedo? ¿O existe otra razón por la que no querías tenerme cerca?

Draco soltó una risa irónica. A pesar de que era más fácil decirle que no sabía que había vuelto a la base, el enojo que bullía dentro suyo desde que abandonó la celda de Lucius era más fuerte.

—Eres patético, Potter —le dijo con crueldad—. ¿Por qué te estás arrastrando así por mí, viniendo aquí a exigirme explicaciones? ¿Tanto quieres chuparme la polla? Me pone enfermo estar cerca tuyo. Esa es la verdad.

Harry continuó caminando hasta estar frente a él, y Draco no se movió. El cuerpo ajeno estaba en tensión, probablemente molesto. Su mirada se asemejaba a un depredador, sólo que Draco no se sentía ninguna presa.

Cada vez que se alejaban, parecía que no sabían cómo volver a comunicarse.

—Bien —le dijo Harry entonces—. Si no me tienes miedo, hagamos esto.

—No.

—Entonces lo que no quieres es que te gane, porque sabes que te venceré.

—Me da igual. No haré esto contigo.

Harry soltó una risa despectiva.

Entonces, levantó su varita, y disparó un hechizo contra él.

Era sólo un Petrificus Totalus, pero Draco lo esquivó de igual forma, sintiendo la ira apoderarse de él. Potter no tenía derecho de ir allí, a exigir o preguntar cosas- cosas que no le correspondían. Su relación era extraña, Draco no tenía idea de cómo clasificarla, pero no se debían nada el uno al otro, y si dependían tanto de sus interacciones –como al parecer lo hacían– todo eso iba a terminar mal. Todo eso estaba mal.

Draco no estaba tratando de ser suave, Draco atacaba con todo lo que podía, menos hechizos mortales. Sentía una rabia que no había podido acallar desde que Astoria se metió a su cabeza, y Harry no estaba exento de ella. Draco se sentía furioso con él al no entender por qué carajos trataba de estar ahí cuando su mundo se venía abajo. Por qué lo había hecho preocuparse por su persona y desearlo cuando era el mayor objetivo de Voldemort, cuando podía morir en cualquier instante. Draco lo odiaba por hacerle eso. Habría preferido que se hubieran quedado como al inicio; como dos extraños con recuerdos en común. Draco habría preferido no acercarse nunca a él, porque sabía que eso les iba a traer dolor. A ambos.

Y ahora estaban allí.

De cero a cien en un par de minutos.

Harry casi tropezó tratando de evitar una maldición que traspasó su escudo. Draco continuó atacando con rabia. Ninguno de los dos parecía capaz de detenerse.

—¿Por qué? —preguntó Potter cuando se recuperó.

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué no me buscaste? ¿Por qué se lo pediste a Theo?

Draco resopló.

—El mundo no gira a tu alrededor.

Ambos estaban caminando en círculos, rodeándose, esperando que el otro atacara.

—Sabes que nadie podría entrenarte mejor que yo.

Draco subió una ceja, y conjuró una maldición.

El Diffindo cortó el labio de Harry hasta su mejilla.

Harry se quejó, pero también se curó rápidamente y no le recriminó absolutamente nada, aunque habría sido agradable que le gritara un poco. Draco comenzó a acercarse, aún conjurando maldiciones en su contra. Expelliarmus. Ascendio. Expulso. Sectum. Pero nada lo tocaba. No era ninguna sorpresa que fuera así.

Harry trataba de protegerse, sin embargo, no atacaba con la misma fuerza que Draco estaba ocupando. Meses atrás, Potter ya lo habría tenido en el suelo, adolorido y el triple de furioso. Se estaba conteniendo. Draco lo odiaba.

—Atácame de verdad —escupió él.

—Eso estoy haciendo.

—No, estás conteniéndote. Ya me has hecho daño antes, así que no tienes por qué detenerte ahora. Pelea.

Harry apretó la mandíbula, y movió una mano para absorber la magia de la maldición que Draco conjuró. Draco sonrió despreciablemente sin dejar de acercarse y Harry hizo lo mismo. Sin embargo, y a pesar de que la rabia de este crecía al ser recordado de su turbulento pasado, ninguno de sus maleficios estaban impactando contra Draco.

—Pareces molesto —se mofó él, respirando agitadamente. Harry levantó las cejas.

—¿Por qué estaría molesto?

Draco hizo otro corte, esta vez en el brazo ajeno.

Harry ahora se lo devolvió. Draco curó la herida de sus dedos de inmediato.

—Porque odias que te recuerde lo que has hecho. Odias que te recuerde que me hiciste daño, así como yo te hice daño a ti. Eso somos. Esto —Draco estaba a un metro de él ahora, protegiéndose de una maldición—, es lo único que sabemos hacer. No esperes nada más.

—Nunca he esperado nada más.

Mentira —Draco espetó agachándose por un conjuro, y enfocándose en quitarle su puta varita. Al fin y al cabo, era suya—. ¿Crees que no sé que ves en mí una forma de engañarte a ti mismo, y pensar que yo puedo hacerte feliz?, ¿que no sé que ves en mí un sustituto para tu ex novia muerta…?

Cállate.

Draco continuó. Los ojos de Harry echaban llamas.

—… ¿Qué quieres, Potter?, ¿ser mi novio?, ¿darnos besos, y formar una familia?, ¿casarnos?, ¿quieres presentarme al resto de la Orden como el amor de tu vida?

—Cállate, carajo.

Draco al fin se había acercado lo suficiente, y agarró entonces la muñeca derecha de Harry con fuerza. Tanta, que sabía que sus dedos quedarían marcados en la piel. Con la otra mano intentó quitarle la varita. Harry se resistió. Sus caras estaban a unos centímetros.

—¿Crees que aquí vas a encontrar tu final feliz? —Draco dijo entredientes.

Harry no contestó, y sus dedos se afianzaron al brazo de Draco que intentaba quitarle la varita. Una de sus piernas estaba metida entre las de Harry, y gracias al esfuerzo y la lucha de poder, sus caderas estaban acercándose más y más.

—Tú y yo no estamos hechos para una historia de amor. Para un final feliz —Draco escupió lo más cruel posible, colapsando su pelvis con la ajena. Ambos estaban furiosos—. Porque dudo que alguno de los dos sea capaz de tenerlo.

Harry dejó salir un gruñido y Draco bajó la cabeza, aún forcejeando.

Su frente chocó contra la ajena.

Por unos segundos, ninguno se movió. La rabia todavía fluía por su sistema, pero había algo más que se asomaba por la esquina. Un sentimiento que Draco recién comenzaba a reconocer.

Miró los ojos verdes de Harry, y sintió cada uno de los lugares donde sus cuerpos se tocaban y donde estaban separados. Percibió el calor entrar por cada poro, alojarse en la punta de sus pies y el inicio del pelo. Harry lo miró de vuelta, y de a poco, el agarre encima de su brazo se fue soltando.

El de Draco también

Estaban compartiendo aliento, y el enojo estaba siendo reemplazado rápidamente por esa otra sensación que crecía desde la ingle, hasta expandirse por su pecho. Draco se movió, frotando inconscientemente su cadera contra la de Harry, y Harry soltó un quejido. Su magia comenzó a llenar la habitación. Le recorrió la piel, el cabello, los labios. Lo acarició.

Una de las manos de Draco viajó hasta situarla en su costado. Para alejarlo en un inicio.

Descubrió que era imposible cortar el contacto.

Podía sentir el latido desenfrenado de su propio corazón, y Draco una vez más tuvo que recordarse a sí mismo que este era- era Harry Potter. Harry, quien alguna vez consideró su archienemigo. Quien lo golpeó, y le dio casi todas las cicatrices en su cuerpo. Harry, quien lo salvó del fuego y quien le había dicho que lo detestaba más de una vez. Harry, quien le repitió la mierda de persona que era.

Harry, inalcanzable, heroico, y poderoso.

Y Draco quería sostener el pasado entre sus manos para así hacerlo trizas. Que no quedara nada. Ni lo que fueron, ni lo que eran, ni lo que serían. O los vestigios de lo que nunca alcanzaron a ser. Quería transformarlos a ambos en perfectos desconocidos.

Para que pudieran tener esto.

Para que pudieran tenerse el uno al otro, sin que el ayer se riera en sus caras.

Draco lo miró, lamiendo sus labios. Eso- esa distancia y las palabras crueles no estaban funcionando. Draco sabía que no estaban funcionando, incluso cuando tenía claro que su expresión era totalmente fría y distante. Harry podía sentirlo; sus latidos, su respiración agitada; sabía exactamente lo que Draco estaba sintiendo en ese preciso momento.

Y la amargura bailó dentro suyo al ver la expresión honesta de Potter, quien no podía fingir nada; ni desprecio, ni odio, cariño, o devoción. En ese instante, era lo último lo que sus ojos demostraban al mirarlo, y Draco lo odiaba. Porque nunca había hecho nada para merecerse esa devoción.

Draco intentó alejarse. Las manos de Harry subieron para afirmarlo del cuello.

Harry, quien le decía que no quería que muriera. Harry, quien le daba la mano y lo abrazaba y le decía que no podía odiarlo sin importar nada de lo que hiciera. Harry. Harry. Harry.

Este se acercó lo suficiente para rozar sus labios. Él contuvo la respiración.

Harry.

Joder.

Draco cerró los ojos.

Y entonces, lo besó.