Noviembre transformó el mundo mágico en un campo de batallas, y Draco no pudo volver a la Orden.

Decir que no se pasó todo ese mes pensando en lo que había pasado con Harry era una mentira.

Decir que tampoco pensó en su madre, en su padre, y en Pansy, también lo era.

Su amiga se sumía en una depresión con cada día que pasaba en esa celda, y no había absolutamente nada que Draco pudiera hacer para cambiarlo. Ni siquiera le hablaba y comía a la fuerza, sin importar cuánto Draco fuera a visitarla.

Al menos estuvo manteniéndola a salvo.

De momento.

La noticia que Astoria le había dado causó estragos en él, obviamente. No podía asumirla por completo, así como la mayoría de las cosas que recordó. Le costaba mirar la mansión y pensar que eso era todo lo que tendría por el resto de su vida- si es que alcanzaba a vivirla. Su padre no iba a volver, y aunque su parte irracional le pedía hacer lo necesario para asegurar su bienestar, Lucius no sabría nunca que lo estaba haciendo.

Aquel noviembre, muchas veces quiso darse por vencido.

Lo único que le hacía desear ganar la guerra era hacer que todos los que hicieron sufrir a su madre, pagaran. Y que nada hubiera sido en vano. Si la Orden perdía, el secreto que su madre guardó hasta el momento de su muerte…

Sería en vano.

Habría muerto por nada.

Por otra parte, Draco no estaba seguro acerca de cómo se sentía respecto a Harry Potter. No podía entender cómo es que él quería eso. Draco dudaba que este supiera realmente a quién se estaba atando, y todo lo malo que le traería. Tenía claro que Harry era capaz de hacer lo humanamente posible cuando alguien le importaba, y a Draco le preocupaba que creyera que valía la pena arriesgarse por ellos.

Porque no era así. Nunca había sido así, y Draco no se perdonaría a sí mismo si Harry salía herido al arriesgarse por él en medio de sus actos heroicos y estúpidos. No sería capaz de perdonarse a sí mismo si lo perdía. Porque-

Porque si moría…

Draco no sería capaz de seguir.

Era un poco irónico pensar que, para alguien que no había sido derribado por la caída de cientos, la pérdida de un puro hombre lo destrozaría. Porque después de todo, poderoso o no, Harry no era más que eso: un hombre de carne y hueso tan frágil como la paz. Se sentía un poco ridículo imaginar que una existencia tan pequeña podía acabar con él… pero así era. Si Harry moría sería demasiado- más de lo que Draco podría soportar. Le aterrorizaba saber que alguien tenía tanto poder sobre él.

Sin embargo, no lo suficiente para alejarse.

Draco no era tan fuerte ni tan altruista para hacerse a un lado y fingir que no estaba jodido por él. De alejarse y darle a Harry la oportunidad de encontrar lo que merecía en otra parte. Draco se aseguraría de hacer lo que mejor pudiera, (que no era mucho), dejar las cosas claras entre ellos, y cuidarlo cuanto le fuera posible, porque ya no podía dar un paso atrás. Tomaría todo lo que Harry le diera. Si lo necesitaba para las cosas más ínfimas, si al final del día decidía que en realidad no lo quería… le daba igual.

Draco tomaría todo lo que Harry le diera, porque incluso lo mínimo para él significaba el mundo entero.

A finales de Noviembre, un mes después de que todo comenzara, fue que volvió a verlo. Draco no se dio cuenta de que Halloween había pasado sin que ninguno lo notara –y sin hacer sus rituales– hasta que diciembre llegó, y con él, el final del año.

El tiempo pasaba, y lo llevaba a puertas del aniversario de la muerte de Narcissa.

En el transcurso de noviembre, la Orden hizo explotar varias aldeas, sacando de ellas a los Mortífagos y, sin quererlo, quitando unas cuantas vidas inocentes: las que no alcanzaban a salvar. Draco no participó de las peleas, aunque por dentro se preocupó cada vez que oía la radio comunicar que se estaba desencadenando otra lucha, y que los civiles debían tener cuidado.

Porque sabía que Harry estaba ahí.

Porque Harry nunca dejaba que los demás pelearan sus batallas por él.

Draco elaboró pociones día y noche, tanto para el Señor Tenebroso, como para la Orden. Entre Astoria y Theo las llevaban; para ellos era más fácil ir y venir de la Mansión McGonagall. Estaban frente menos escrutinio.

El porcentaje de traición se redujo drásticamente, además de las protestas civiles. Draco sabía que fue gracias a la solución que él propuso, y no tenía idea de cómo le hacía sentir. No sólo porque no era proponerla y ya: Draco la llevaba a cabo. Solamente durante el mes de Noviembre había torturado alrededor de veinte personas, dejándolas tan mal heridas que por un momento prefería que le hubieran pedido que las matara. Tenía flashes de arrepentimiento de vez en cuando, no lo negaría, pero la mayoría del tiempo se decía a sí mismo que esa era la única forma de hacer que Voldemort confiara en él y que la Orden ganara. Todo era válido.

Todo.

Entonces, el tiempo pasó, las torturas disminuyeron, las luchas aumentaron, y el día que volvió a la base, fue el mismo día que Voldemort anunció al Wizengamot que habían estado trabajando en las tales bombas que los Rebeldes arrojaban, y que creían que antes de finalizar el año, tendrían una forma de confeccionarlas y mezclarlas con magia.

Draco sintió frío todo el día, y se marchó dispuesto a informarlo apenas tuviera tiempo.

Después de comprobar que no tenía ninguna obligación por el resto de la tarde, Draco partió a la base con unos papeles para arreglar dos cosas de una sola vez. Fue recibido por Theo, quien ya se encontraba allí informando lo que Voldemort dijo durante la reunión del Wizengamot; así que Draco, aliviado de que la Orden ya supiera, decidió seguir adelante con el otro asunto por el que había ido.

Hablar con Madam Pomfrey.

No había sido una decisión fácil, pero Draco sabía que tenía que hacerlo. Tal vez no por ella, sino por la Orden.

La divisó a lo lejos en un pasillo y corrió hasta posarse enfrente. Su pelo estaba desarreglado y había bajado incluso más de peso que Harry; envejeció todo lo que no había envejecido en esos años. Se asemejaba a un fantasma. La cara de la medibruja se tornó roja en cuanto lo divisó; incluso bajo la máscara, ella podía reconocer a Draco. Sus rasgos se deformaron por la cólera mientras afirmaba su varita. Parecía que iba a gritarle o hacerle cosas peores.

Draco se apresuró a hablar.

—No estoy aquí para causar más daño, ni para pedir disculpas que usted no desea.

Madam Pomfrey no se relajó ni un poco, pero al menos no abrió la boca. De hecho, pareció no reaccionar. Quizás aún estaba procesando toda la ira que la presencia de Draco le hacía sentir.

No la culpaba.

—Meses atrás, se me pidió ayuda para crear contra maldiciones para mis propios conjuros —siguió él ante la falta de respuesta—. Y aunque aún no creo tener el tiempo para hacerlo siempre, he creado una. Es nueva, por lo que empezará a servir para las próximas batallas. Funciona para un maleficio que disuelve los órganos de las personas y hace que todos se conviertan en una- pasta, por decirlo de alguna forma. El hechizo tiene una duración de cinco minutos. Si la contra maldición es conjurada dentro de ese periodo de tiempo, puede ser reversible.

Madam Pomfrey dio un paso atrás, pero no dijo nada. así que Draco aprovechó y sacó la varita desde su túnica con lentitud para demostrar que no quería hacerle daño. Con cuidado, replicó la contra maldición un par de veces para que ella la viera.

La mujer observó todo con ojos distantes y gélidos.

—Bien —le dijo cuando acabó, dando un paso atrás—. Eso era todo, entonces.

Draco se dio media vuelta, y se marchó.

Se veía tentado a preguntarle a alguna persona dónde estaba Potter, su boca le picaba por hacerlo. Caminó hasta alguien que pudiera ayudarlo, pero no tenía ninguna excusa lo suficientemente buena para preguntar por él y dudaba que Harry quisiera que el resto de la Orden o sus cercanos se enteraran de- eso. Lo que sea que estuviera pasando entre ellos.

Sin embargo, cuando estaba avanzando por el pasillo hacia afuera, de repente unos brazos lo atraparon. Draco parpadeó. Estaba siendo arrastrado dentro de una sala. Si no fuera porque conocía de memoria esa poderosa sensación mágica, ya estaría maldiciendo.

Unos ágiles dedos le quitaron la máscara de su cara, y antes de que pudiera entender qué estaba sucediendo, esos labios se posaron encima de los suyos.

Draco los reconoció al instante, y dejó que el aroma de Harry lo inundara. Posó las manos en la parte posterior de su cabeza y enterró los dedos en sus cabellos negros, mientras los lentes se clavaban en su cara. Harry estaba completamente pegado a él, y, honestamente, podría acostumbrarse a ser recibido así.

La lengua de Harry se introdujo en su boca y Draco lo dejó, batallando una vez más por el poder. De vez en cuando succionaba su labio inferior. El corazón amenazaba con salirse de su pecho. Todo eso se sentía tan… No tenía idea de cómo describirlo. Dudaba que alguno de los dos supiera.

Mientras Harry lo besaba, Draco se propuso afirmarlo con fuerza, porque no tenía idea de si esa sería la última vez que lo iba a ver. La última vez que lo tendría cerca. Cualquier cosa podría pasar entre ellos en ese punto.

Necesito más tiempo, por favor.

Por favor. Por favor. Por favor.

Que siga viviendo. Que pueda verlo más.

—Podría hacer esto todo el día —murmuró Harry, haciendo que las comisuras de sus labios temblaran levemente.

—No tenemos todo el día.

Se separaron al fin, y aunque esa era la primera vez que lo veía desde esa noche, para Draco se sintió menos. A pesar de las dudas, ahora que lo tenía cerca, se sentía- indicado. No quería que se alejara, que nunca saliera de su vista.

Harry descansó la frente encima de la suya, y sus manos se metieron por dentro de la túnica, abrazándolo y acariciandolo por encima de la tela. Draco sintió cómo una corriente eléctrica bajaba por su espina dorsal.

—Necesitamos volver a los entrenamientos —comentó Draco, sabiendo que necesitaba terminar de enseñarle las maldiciones a Harry. Y... a él no le vendría mal un poco de práctica.

Harry hizo un pequeño ruido de asentimiento, pero no comentó nada más.

—¿Cómo está Pansy? —preguntó en cambio, al cabo de un rato. No había abierto los ojos.

—Igual que siempre.

—¿Cómo estás tú?

Draco no respondió.

Dudaba que Harry quisiera saberlo en realidad; o que no lo supiera ya. Normalmente podía adivinar su estado de ánimo mejor que él mismo, y era un poquito idiota preguntar cómo se sentía luego de todo lo que había pasado. Literalmente lo único que le traía relajación era el hombre frente a él.

Harry también lo entendió, por lo que decidió cambiar de tema, enterrando la nariz en el hueco de su cuello.

—¿No estabas ahí, verdad? En Barnton.

Draco recordó el día de ayer. La ciudad de Barnton estaba hecha pedazos, pero la pelea en sí no fue tan desastrosa. Sólo las bombas. Draco ya había dejado de cuestionarlas. Después de todo, parecía que era lo único que les traería la victoria: hacer estallar todo el mundo mágico y renacer desde las cenizas.

—No —respondió, abrazándolo al fin—. La lucha no fue lo suficientemente grande.

—¿Y qué va a pasar? ¿Cuándo estés ahí?

—Lo mismo que ya ha sucedido antes, supongo. Tú lucharás para tu lado, y yo pretenderé que lucho para el mío.

—No me gusta la idea.

—Hay un montón de cosas que no nos gustan, y aún así…

Draco no acabó esa oración, pero pensaba que su punto era lo suficientemente claro. La respiración de Harry chocaba contra su piel, cálida. Todo su cuerpo apegado era cálido. Draco sentía que los glaciales dentro suyo se derretían un poco, para él.

Siempre había sido así.

—¿Qué pasa si eres herido? —murmuró Harry después de unos minutos.

—¿Qué pasa entonces?

—No creo que pueda soportar saber que estás ahí a punto de morir, que puedo salvarte, y no hacerlo.

—Si hay cosas más urgentes, no tendrás opción.

—No podría.

Draco se separó un poco, sólo lo suficiente para verlo. Harry, aún pegado a él, miró hacia arriba con ojos sinceros y angustiados, y Draco descubrió que lo que decía… lo decía completamente en serio.

Pero no podía ser. Era un error, justo lo que se temía. Él no valía lo suficiente para que Harry se arriesgara de esa forma. No sólo Draco no se disculparía si lo hacía, si dejaba todo por salvarlo… Harry tampoco podría seguir viviendo consigo mismo.

—Potter, tienes que poner a la Orden primero siempre. Siempre lo has hecho, no tiene por qué cambiar ahora. —Sus palabras eran frías. Draco lo hacía por él—. Antes que yo, antes que tú, antes que cualquiera de nosotros, viene la guerra. Viene ganarla.

—Tú me salvarías.

Por supuesto que lo haría, pensó.

Draco, en ese momento y con toda la rabia acumulada por lo de sus padres, era capaz de matar para así asegurar que Harry viviera. Era capaz de hacer lo que fuera. Pero… era diferente para él.

Draco acarició su cabello.

—Porque eres la pieza más importante de esta guerra.

Y para mí, quería agregar.

Mas no lo hizo.

—Tú también eres importante.

—Ya les he dado todo lo que he podido —corrigió—. Soy útil- sí. Pero si me pierden… aún pueden seguir.

—No solías pensar así.

—No. Hasta que alguien me dijo que no podía permitir que la muerte de mi madre- y de mi padre, fuera en vano.

La muerte de mi padre.

Draco dejó que la angustia lo arrasara antes de dejarla morir y pensar en términos prácticos. Debía hacerse la idea de que había perdido a su padre también, aunque no hubiera muerto de verdad. Harry no comentó nada en ese aspecto.

Finalmente, volvió a acurrucarse en el hueco de su cuello, y Draco no pudo evitar maravillarse con él. Este hombre, el segundo mago más poderoso de todo el Reino Unido, o quizás de todo el mundo- este hombre que había matado centenares de personas, y al que no le temblaba la varita en condenar el destino de sus enemigos… estaba ahí. Con él. Expuesto y hasta cierto punto vulnerable.

Potter eligió estar ahí.

Quizás era lo único que había decidido en esos largos ocho años. Lo único no impuesto, elegido egoístamente. Sí, los sentimientos habían sido incontrolables, pero eso, la respiración de Harry contra su cuello… era su decisión. Potter lo había elegido.

Cuando volvió a hablar, su voz era prácticamente un susurro. Un susurro que sacó a Draco de sus pensamientos.

—¿Así que no debería salvarte?

Oh, Draco verdaderamente no se merecía esto.

—No está en tus manos salvar a todos.

—Pero, ¿y si puedo hacerlo?

—Puedo salvarme yo mismo.

Antes de que pudiera contestar, Draco levantó su cara y lo besó. Lo besó como si significara algo más, como si existiera un futuro para ellos dos, como si no hubieran cosas más grandes de las que preocuparse.

Y Harry, en vez de continuar hablando, se dejó besar, porque se sentía excelente caer en ese engaño.

•••

Navidad llegó de imprevisto.

Diciembre no se diferenció demasiado de noviembre, salvo porque Harry vio a Draco un poco más. Sin embargo, el resto permaneció igual que antes: Astoria continuó yendo a la base a tratar de romper el Imperius de Lucius, más refugiados llegaban a la mansión, (al punto de que las habitaciones estaban empezando a faltar), y la Orden continuaba peleando y haciendo explotar Mortífagos. Harry no podía decir que se arrepentía de eso último.

Le llamaba la atención, en todo caso, que Voldemort y su séquito aún no hicieran ninguna jugada. Quizás estaban planeando algo grande. Quizás se venía algo monstruoso. Harry no tenía idea, y no estaba seguro de querer averiguarlo, muy a pesar de que le daba vueltas día y noche.

Durante la víspera de Navidad, Harry decidió relegar todos sus pensamientos acerca de la guerra al fondo de su cabeza. O eso era lo que los Weasley y sus amigos deseaban que hiciera, y Harry trataría de darles el gusto porque lo merecían.

Se juntaron en uno de los salones de la mansión, ni tan grande para albergar demasiada gente, ni tan pequeño para que se sintieran asfixiados. El tamaño ideal. La comida no se trataba de ninguna maravilla –porque la escasez no era algo que ignorar ni siquiera por Navidad– y no había un árbol donde dejar los regalos. Todos sus cercanos estaban sentados en un pequeño comedor que Molly había instalado, cenando lo que les correspondía. Kreacher también comió, a petición de Hermione, y Hagrid accedió por primera vez entrar a la mansión. Aunque Harry, Ron y Hermione vieron decepcionados cómo se marchaba poco después diciendo que le ahogaba estar con demasiada gente.

Harry tenía a Ron a un lado y Hermione al frente. La mesa estaba llena, pero aún así existían espacios vacíos, asientos que correspondían a gente que ya no estaba. Las ausencias eran notorias, aunque Molly quisiera disfrazarlo con demasiado optimismo. No era precisamente una Navidad plena.

—Harry, cariño, ven aquí.

Harry despegó su mirada de la taza de café que estaba bebiendo y vio a Molly parada a un lado de la mesa, con algo detrás de su espalda. Frunció el ceño, sintiendo todos los pares de ojos encima de él mientras se levantaba y se acercaba a ella. No sabía qué podría querer.

—Hice esto para ti. Sé que es tu favorita. Quizás no me quedó como en los viejos tiempos, pero este año conseguí los materiales y… aquí está.

Molly sacó las manos de detrás, y Harry sintió cómo empezaba a crecer un nudo en su garganta.

Era una tarta de melaza.

Harry la tomó, sintiendo la melancolía de la última vez que había comido una igual. Más de diez años, probablemente. Su estómago rugió con anticipación. Que Molly se hubiera acordado era invaluable; que a pesar de todo hubiera pensado en él…

—Gracias, Molly —dijo, sintiendo la garganta apretada.

El rostro usualmente duro de Molly se suavizó al oírlo, y Harry creyó ver que sus ojos se aguaban, pero la mujer rápidamente agitó la mano y le dio una palmadita para que volviera a sentarse.

—No es nada, querido.

Harry sonrió en respuesta, porque, ¿qué más iba a hacer?

Regresó a su asiento sin despegar los ojos del pastel, y dudando si comerlo. Sabía que era lo que Molly quería, pero de alguna forma se sentía egoísta. Harry preguntó al aire si es que alguien deseaba un poco pero lo único que encontró fueron negativas, (que era lo que ya esperaba), pero no fue capaz de darle un bocado. Simplemente lo miró, y lo miró, y lo miró, sintiendo una amargura junto a una gran pena- que en realidad no deberían estar allí.

El resto de regalos comenzó a repartirse, y Harry notó, como siempre, que solía ser un sólo regalo para todos. Alguna botella de pociones que se repartía entre el grupo, o algún collar que tenía alguna utilidad específica.

Todo el dinero se iba a materiales para la guerra.

Cuando llegó su turno, Harry dejó la tarta a un lado y sacó desde su bolsillo, encogido, el regalo que les tenía. Era simple, la verdad, y algo estúpido. Él se sentía estúpido por mostrarlo, si era sincero.

—No sabía qué podía darles… no es como si tuviéramos una gran variedad de regalos, ¿no? —Harry dijo, parándose frente a todos en la cabecera de la mesa y odiando la atención. Deshizo el conjuro que hacía su regalo diminuto—. No soy el mejor- artista, o algo así. Pero-

Inesperadamente, Ron quien estaba sentado a su lado, se levantó y envolvió sus brazos alrededor de Harry como pudo. Harry lo abrazó de vuelta, sintiendo una oleada de afección tan enorme que por poco se cayó. Unas manos le quitaron el pequeño lienzo.

—Es pgecioso.

Harry se separó lo suficiente de Ron para mirar a Fleur, quien estaba pasando el dibujo por cada persona alrededor de la mesa. Era algo bastante simple, si era sincero. Todos los Weasley, (incluidos Fred y Ginny), sentados en un sillón de la Madriguera de la forma que Harry los recordaba. Hermione se encontraba a un lado de Ron, Fleur a un lado de Bill, e incluso Harry se había atrevido a poner allí a Angelina, Lee y Oliver.

Pero no a sí mismo.

No encontraba el coraje o el derecho.

Harry desvió la mirada de los ojos lacrimosos de Hermione y se centró en Ron, quien estaba tomando asiento de nuevo.

—No te traje nada —le dijo este, algo avergonzado por el espontáneo abrazo—. Quedar discapacitado me lo impidió. Bueno, en realidad no, pero creo que tengo derecho a usar la excusa de la discapacidad.

Harry se encogió de hombros con una leve sonrisa.

—Da igual.

El dibujo terminó en brazos de Molly, quien lo apretó con fuerza contra su pecho reprimiendo las lágrimas. Prontamente, acabada la ronda de regalos, los llamó a todos a sentarse a un lado de la chimenea para compartir o simplemente estar en presencia del otro. Fuera, podía escuchar al resto de la mansión celebrando también.

Harry se dedicó a observar por un buen rato el fuego que quemaba la madera en la chimenea, escuchando las charlas. Minutos después, la puerta del cuarto sonó y por ella entró Madam Pomfrey en túnicas negras. Harry no la había visto usar túnicas negras nunca antes en esos ocho años.

Desde que Minerva había muerto, era lo único que utilizaba.

La mujer cruzó el espacio mientras Seamus y Charlie la recibían con amabilidad. Su cara se encontraba demacrada, y las bolsas bajo sus ojos eran muchísimo más pronunciadas que las del mismo Harry. Había perdido peso, e incluso, si uno se fijaba bien, había ciertos lugares de su cabeza al que le faltaba cabello. Por el estrés, seguro.

Harry tuvo que desviar la mirada.

—Pobre Poppy… —dijo Molly, con sus ojos siguiendo la figura de la sanadora—. No sé cómo ha podido mantenerse civilizada…

—¿A qué te refieres? —preguntó Hermione, sin entender.

—¿No lo sabías? —Molly preguntó. Hermione negó con la cabeza—. Malfoy vino hace unas semanas y solicitó hablar con ella. Poppy lo escuchó. Fue demasiado educada con él.

Harry prestó atención a eso. No recordaba que Draco le hubiera contado que había hablado con Madam Pomfrey, no después del fiasco que fue su primera interacción.

—¿Qué quería? No me digas que deseaba hacerle daño…

—No dudo que esas hayan sido sus intenciones, en parte. Pero no, sólo vino a entregar una contra maldición para un maleficio que acaba de crear... Aunque vaya a saber Merlín por qué Malfoy creyó que era buena idea dárselo a ella, después de lo que hizo.

—Malfoy no mató a Minerva —soltó Harry antes de que Hermione pudiera responder. Su voz había sonado rasposa y dura.

Y el apellido sonaba desconocido también.

Harry no quería llamarlo así.

Harry quería repetir su nombre una y otra vez en voz alta hasta llenar las habitaciones. Hasta que nadie olvidara cómo se llamaba. Hasta aprender los sonidos de memoria.

—La torturó. La cegó, ¿no? —replicó Molly—. Es casi tan malo. Incluso peor, de alguna forma.

Harry recordó lo que había visto en la mente de Draco.

—Minerva se lo pidió, sabía que era necesario. Y él no tenía sus recuerdos.

—Incluso si eso es verdad, es sólo una de las cosas que Malfoy ha hecho. Y no olvidemos, Harry, que cuando mató a ese niño por ejemplo, a su Sacrificio, tenía toda la capacidad mental para haberse rehusado.

Harry desvió la mirada y apretó los puños, porque ella simplemente- no lo sabía.

No sabía que la memoria de ese chico era algo que perseguía a Draco hasta ese día. Molly no tenía idea de cómo cambiaba poseyendo sus recuerdos. No lo conocía como Harry. Ninguno de ellos lo hacía.

No es como si todo lo que Draco había hecho fuera malo. Salvó a Ron, a George, y a la misma Molly. Trajo pociones a Hermione luego de lo de Grimmauld Place, y lo salvó a él en Austria. Había estado junto a Harry- desde que se unió a la Orden.

Ellas simplemente no lo entendían.

De todas formas, Harry se vio enfrentado a la realidad: incluso si Eric era un caso aparte, y Draco los hubiese ayudado, Molly tenía razón: eso no borraba las cosas que había hecho antes. Todas esas cosas horribles por las que la gente le temía y las que él mismo le repetía a Harry, recordándole que no era una buena persona. Que no le convenía.

Pero, oh, Merlín.

No le importaba.

No sabía cuántas veces más tendría que repetirlo.

Harry no dijo nada de eso, a pesar de que su garganta quemaba por hacerlo. No quería arruinar la Navidad. Simplemente miró la chimenea, mientras Hermione y Molly cambiaban de tema a algo un poco más agradable.

Harry se levantó minutos después, sintiendo que poco a poco, todo eso comenzaba a asfixiarlo. La charla casual. La esperanza. La alegría. Eran cosas que él no- que él no podía experimentar. No por completo. Cosas a las que ya no estaba acostumbrado.

Cuando por fin decidió volver a sentarse, luego de estar parado en medio de la sala sin ser notado, Ron se dejó caer en el sillón junto a él haciendo una pequeña mueca debido al dolor de su prótesis.

—Mira —habló cuando Harry se giró a mirarlo—, les conté a Oliver y a Madam Hooch sobre el espacioso patio detrás de la mansión, dije que podríamos usarlo para un campo de Quidditch, y ellos me dijeron que podían enseñarme a volar en escoba. Incluso sugirieron que podían hacerlo con todos los que quedaron… así. Quizás hasta puedan enseñarnos a Aparecernos.

Harry forzó una sonrisa al ver lo animado que Ron lucía. La guerra se había llevado prácticamente lo mejor de él, debía tomar confort en verlo sonreír de vez en cuando.

—¿Entonces no volaste esa vez con Hermione?, ¿cuando no me pude quedar? —terminó preguntando, y Ron hizo una mueca.

—Estuvimos en el aire dos minutos, y luego ella tuvo que aterrizar forzosamente. Quedamos bastante heridos. Fue un desastre, la verdad. —Ron esbozó una pequeña sonrisa, y luego le dio un puñetazo en el brazo—. Tal vez tú podrías enseñarme.

Harry resopló.

—No sabría cómo enseñarle a alguien a volar.

—Eres bueno haciéndolo, eso tiene que contar de algo- hey, ¡George!

Ron se paró, no sin dificultad, y caminó hacia George quien había pasado a su lado para así botar encima de su cabello un líquido espeso que se parecía bastante a un moco. Harry lo miró irse y recordó, con un ardor en el pecho, lo familiar que habría sido ver eso a los dieciséis. Fred habría ayudado a George a no ser atrapado antes de siquiera pensar en ese plan.

Y Ginny se encontraría riendo escandalosamente a su lado.

Harry vio, sintiendo un dolor arrasador en las costillas, cómo Hermione limpiaba el cabello de Ron y lo llevaba hasta ella, abrazándolo. George estaba riéndose de su hermano, haciendo demasiado notorio que faltaba una figura a su lado celebrando la broma. Dos. Dos figuras que se reirían junto a él.

Prontamente, George se retiró también a su grupo.

Percy y Oliver estaban parados en una de las esquinas. Oliver miraba a Percy por encima de su trago, coqueteando con él como si no estuvieran juntos desde hacía casi cinco años. George, Angelina y Lee se encontraban sentados en el otro extremo de la sala junto a la ventana. El primero, aunque sonreía mucho menos que antes de la Batalla, todavía trataba de mantener el espíritu en las ocasiones especiales, y en ese momento, luego de terminar de reírse de Ron, estaba haciéndole bromas a ambos; bromas que ellos correspondían. Tal vez rememoraban Hogwarts y los años dorados.

Molly y Arthur se encontraban sentados en la chimenea junto a Bill y Fleur: las dos parejas mayores hablaban serias pero aún así relajadas, e incluso Arthur reía de vez en cuando abrazando a Molly por la espalda.

Charlie, Seamus y Luna conversaban con Madam Pomfrey, seguramente acerca de medimagia y Rumania, (si algo delataba la imitación clara de un dragón que estaba haciendo Charlie en ese momento). Ron y Hermione se encontraban allí también, uniéndose de vez en cuando en la conversación, pero quedándose en su burbuja la mayoría del tiempo. Hermione era la única que lucía un poco más infeliz que el resto debido a la ausencia de sus padres, a quienes extrañaba sobre todo en esas fechas; pero Ron se encargaba de hacer bromas que aunque ella no lo quisiera, le sacaban sonrisas cálidas y un sentimiento optimista hacia el mañana. Hacia el futuro. Le hacían pensar que podría recuperarlos cuando todo pasara.

Las risas sonaban de vez en cuando. La conversación animada era una constante, obviando las pesadas ausencias de la familia. El fuego de la chimenea crepitaba, llenando el espacio, y el ruido de la gente cantando en otros rincones de la mansión hacía la noche más amena.

Y Harry, por otro lado, desde su rincón-

Harry se sentía fuera de lugar, mirando sus caras cansadas y esculpidas por la guerra, pero aún así intentando ser felices.

No se sentía parte de ellos, y se odiaba a sí mismo por eso.

Molly y Arthur nunca habían hecho algo para apartarlo, nunca lo culparon por la muerte de Ginny o de Fred. Pero lo único que Harry quería hacer al ver sus caras alegres y festivas- era disculparse… Por existir, quizás. Porque era otro año más pasando una Navidad encerrados, cuando deberían estar en la Madriguera comiendo tartas de melaza por montones. Harry podía imaginarlo perfectamente: sentados en el salón de estar, Arthur y Molly en un solo sillón y Hermione, Ron, Ginny y él junto al fuego, pasándose los regalos y bebiendo cerveza de mantequilla. Recibiendo cada uno un suéter nuevo.

Deberían tener eso.

¿Y qué era lo que conseguían?

Harry quería disculparse por no poder hacer- algo. Acabar con la guerra. Arreglar ese desastre.

A medida que más miraba la imagen- sus caras sonrojadas, las sonrisas en sus rostros- Harry comenzó a sentir una desolación, un frío que ni el calor de mil chimeneas podría apaciguar, porque, ¿qué pasaba si esa era la última vez que una escena así sucedía? ¿Qué pasaba si uno de ellos no volvía el día de mañana? Quería sacar una fotografía desesperadamente y recordarse a sí mismo que también así lucieron durante la guerra. Que no todo había sido tétrico y oscuro y horrible. Así se habían visto en algún punto, antes de- antes de que todo acabara.

¿Y qué pasaba si no sólo "se acababa la guerra"?

Ron soltó una carcajada. Hermione también.

¿Qué pasaba si no eran capaces de ganarla?

Harry se aferró con fuerza al antebrazo del sillón. Sus nudillos se volvieron blancos, y el miedo- la sensación que lo había arrollado, volvió. Se mezcló con el horror que se estaba instalando en su sistema.

Siempre había pensado en un: "acabar con la guerra", o "ganarla", ¿no? Nunca en "perder".

¿Y qué pasaba si la perdían?

Se sentía frío. Dentro, fuera.

El frío lo estaba cubriendo por completo.

Charlie rio escandalosamente de algo que Seamus había dicho, acompañado de Luna, y en vez de hacerlo sentir lo que normalmente le haría sentir: alivio, contento, tranquilidad… El miedo se hizo más grande.

Harry podría perder eso.

Lo poco que les quedaba.

Podría perderlos a ellos.

Que Voldemort venciera nunca había sido una opción. Harry siempre pensó en acabar la guerra e incluso morir en el intento, pero ahora que estaban tan cerca de la verdad sobre Narcissa y Nagini, ¿qué pasaba si todos terminaban muertos al final?, ¿a pesar de lo que sacrificaron? ¿A pesar de que encontraran a la estúpida serpiente?

Harry se sentó como una estatua, sintiendo que el mundo comenzaba a desgastarse en los bordes, que comenzaba a caerse.

Estaba a punto de vomitar.

No podía pensar más allá del terror que le causaba esa idea. Una idea probable, ¿por qué no? ¿Qué razones había para que al final del día no terminaran todos muertos?

¿Para que nada hubiera servido?

Voldemort podía ganar con facilidad.

Después de todo, el mundo mágico ya estaba bajo sus pies.

Arthur se acercó a él y se sentó a su lado, mientras Molly reía de una de las anécdotas de Madam Pomfrey.

—Estás callado… —dijo él.

Harry tuvo que tragar el nudo de su garganta, que más bien eran ganas de gritar. Sabía que Arthur se acercó a él para que no se sintiera solo, para no aislarlo, aunque no era su responsabilidad. Harry sabía que él era el problema. Él era quien era incapaz de hacerse parte. La culpa era demasiada.

Y ahora también el miedo.

—Estoy pensando. Eso es todo.

Sus sentidos se encontraban entumecidos, como si alguien lo hubiera encerrado en una habitación insonorizada y estuviese obligándolo a mirar todo a través de un grueso cristal.

El frío le congeló las arterias.

—Deberías disfrutar, Harry. No es sano que estés pensando en la guerra a cada momento del día.

Harry cada vez se sentía más lejos.

—¿Podemos pensar en algo más? —dijo después de un momento de silencio.

—Estamos haciendo lo que podemos. Vamos por buen camino. No te tortures a ti mismo creyendo que hay más que tú puedas hacer.

Harry estuvo a punto de reírse en su cara.

¿Qué se suponía que estaban haciendo?

¿Ignorar los problemas?, ¿creer que podían darse una noche libre?

¿Cómo es que podían distraerse y no ver la guerra en cada cosa que hacían? Incluso cuando estaba con Draco, Harry podía sentir cómo esta se inmiscuía en sus oraciones y actos. Cómo los observaba desde la esquina, lista para recordarles que todo se acabaría de las peores formas posibles.

No, no iban por buen camino. No estaban a punto de ganar.

Simplemente estaban sobreviviendo como podían.

—Lo sé —dijo Harry con voz tensa, tragándose lo que verdaderamente pensaba junto al nudo de su garganta. Hablaba como un robot—. Lo siento, Arthur.

—No hay por qué pedir perdón, muchacho —respondió él, dándole una palmadita en la espalda—. Ven, estoy seguro de que Molly estará encantada de bailar contigo.

El hombre lo arrastró hasta el centro, y rápidamente hizo lo mismo con su esposa. Los villancicos sonaron más fuertes, y Molly empezó a darle vueltas con un brazo, riendo junto a los demás celebrandoles… Y mientras la canción pasaba y el disfrute de los presentes subía, Harry tenía más ganas de vomitar. Eso no estaba bien. No se sentía bien.

¿Qué pasaba si perdían?

Harry se sentía asfixiado.

¿Cómo no podían verlo? ¿Cómo podían disfrutar sin preocuparse de ese final?

¿Qué harían si Voldemort ganaba?

Finalmente, Molly lo soltó para así pasar a su próxima víctima. Reían, bailaban, y Harry caminó hasta su tarta de melaza, tomándola, súbitamente ahogado y enojado con todo eso. Sin saber exactamente por qué.

—Saldré a tomar aire fresco… —anunció, justo cuando Ron atrapaba a Hermione en sus brazos y le daba un beso.

Nadie contestó.

•••

Draco cenó junto a Pansy y Theo en los calabozos del Ministerio.

No era extraño, si se ponía a pensarlo. Después de todo era su prometida y Theo el único amigo que tenían en común. Era cómico en realidad. Pansy tras las rejas, pidiendo que le pasaran la sal, y Draco tratando de comer como podía levitando la comida. No se hicieron ningún tipo de regalo porque no estaba permitido. Tampoco ejecutaron ritos de celebración porque no había nada ni nadie con quien celebrar.

Excelente Yule.

Apenas el horario de visitas terminó, Draco y Theo casi corrieron de allí, yendo a sus mansiones para buscar lo que verdaderamente deseaban buscar. Ambos se Aparecieron fuera de la base después de eso, y Theo encantó la moneda. Llevaba con él un collar para Luna, así que Draco suponía que iba a verla a ella. Era esperable.

Una vez que las puertas se abrieron ambos avanzaron por el laberinto. Mientras más se acercaban a la Mansión, el sonido de música y conversación animada se hacía más obvio. Felicidad. Risas. Familiaridad. Cosas que a Draco le resultaban totalmente adversas y a las que creía que no podría volver a acostumbrarse en lo que le quedaba de vida.

—¿Qué están haciendo aquí?

Draco y Theo por fin habían llegado al final del laberinto, a la zona común del patio, y Harry estaba parado con la espalda apoyada en un árbol. Toda su cara lucía miserable. No le gustaba. Debía estar disfrutando, eso merecía.

—Luna está en el segundo salón —comunicó Harry a Theo con un suspiro después de que ninguno respondiera. Theo ni siquiera fingió que no era eso lo que buscaba.

—Gracias, Harry. Feliz Navidad.

Draco lo miró marcharse. Desde que había descubierto lo de Luna, se le hacía demasiado notorio que lo único que mantenía a Theo en pie era ella. Lo único.

Bueno.

¿Podía juzgarlo, en realidad?

—Me sofocaba estar adentro —dijo Harry cuando Theo se marchó, respondiendo a una pregunta no dicha—. ¿Por qué viniste?

Draco se le quedó mirando y consideró mentirle. Harry usaba una camiseta muggle verde que probablemente Granger le aconsejó utilizar. Sus labios estaban rojos por alguna bebida que estaba tomando, y a pesar de que su voz había sonado hasta acusatoria, sus ojos contaban otra historia. Su mirada era clara, expectante. Draco quería besarlo.

En su lugar, decidió decirle la verdad.

—Quería venir a dejarle un presente a mi padre. Y quería verte.

Cuando los ojos de Harry se iluminaron ante lo último, Draco supo que había tomado la decisión correcta.

—¿Tienes alguna debilidad por las fiestas de la que no estoy enterado?

—No… —respondió Draco, dando un paso hacia él e inclinándose lo suficiente para estar cara a cara. Harry esbozó una leve sonrisa—. No, sólo me gustaba la Navidad porque me daban muchos regalos. Siempre me han gustado los regalos.

—No tengo nada para regalarte.

—Con lo que me has dado ya es suficiente.

Harry acortó los centímetros que los separaban, y juntó sus labios.

Era un beso tentativo en un inicio, explorador, pero igual de necesitado que los anteriores. Quizás era porque realmente se necesitaban, de una forma que ni siquiera era romántica o algo por el estilo. Se necesitaban así como la luna necesitaba del sol para brillar por las noches. Draco posó sus manos en la parte posterior del cuello de Harry y profundizó el beso.

Lo que daría porque eso no terminara nunca.

Harry lamió sus labios, abriendo la boca para dejarlo ingresar, y Draco obedeció. Deseaba capturar ese momento por la eternidad. Entregaría la mitad de su vida si significaba que podía.

Pero no era así.

Tuvieron que separarse por la falta de aire. Harry apoyó la frente encima de la suya, y Draco lo dejó. Había una sensación de melancolía que lo rodeaba, algo que sentía que Harry no estaba diciendo. Draco no lo presionaría para que se lo contara. Podía lidiar con la preocupación de las cosas que no se decían

—Ven —le dijo Harry luego de un minuto—. Te llevo hacia dentro.

Draco tomó la máscara que Theo le había pasado y se la colocó, siguiendo a Harry por el lugar. Mientras caminaban vio algunas personas corriendo de acá para allá, pero en general, todas estaban reunidas en distintas habitaciones o rincones en sus propios grupos. Nadie les prestaba atención.

—¿Tú tienes algún punto débil por la Navidad? —preguntó Draco cuando estaban llegando al borde de la escalera.

—Lo tenía. Antes de venir aquí, solía pasar mis Navidades en la Madriguera, la casa de los Weasley. Era el momento más feliz de mi año porque eran una familia muy cálida ¿sabes? Felices, y normales, y hogareños. Me sentía parte-

Harry dejó de hablar abruptamente mientras bajaba las escaleras.

Me sentía parte.

Su mandíbula se apretó y Draco le dio la mano, odiando cada cosa o persona que alguna vez tuvo la audacia de hacer sentir mal a Harry, incluso cuando él mismo entraba a esa categoría. No era justo que hasta sus memorias más felices estuvieran manchadas por esto- por la guerra. No era justo que Harry no pudiera encontrar confort en lo que un día lo hizo sentir parte de un hogar.

Se acompañaron en el trayecto al calabozo, avanzando por el pasillo hasta llegar a una de las últimas celdas. Sólo una pesada puerta de metal los separaba a ellos y su padre. La mano de Harry era cálida.

Draco se quedó mirando la pared, con las memorias de la última Navidad juntos pasando por su cabeza. Su padre en el otro extremo de la mesa, en silencio y no-presente. Draco le había gritado entonces. Le había llamado un cobarde e inútil de mierda.

¿Acaso lo había escuchado?

Cuando Draco sacó el pequeño estuche de su bolsillo, descubrió que no podía verlo a la cara. No podía fingir que de esa forma podía arreglar todo lo que había hecho. No ese día.

Su padre no estaría ahí.

No lo vería.

Draco lo había perdido como perdía a todos los que amaba.

—¿Podrías…? —preguntó, elevando el estuche. El dolor le recorría el cuerpo como oleadas.

Harry miró el estuche, luego miró a Draco, y lo que sea que vio en su rostro lo hizo obedecer.

Entró rápidamente y salió casi de inmediato. No comentó nada acerca del interior de la cajita, y no le dijo a Draco si es que le había puesto el anillo familiar a su padre. Draco creía saber la respuesta.

Se sentía un poco mal por no dignarse a ver a Lucius, pero ya fue lo suficientemente difícil cenar con Pansy y sus pocas esperanzas de salir de ese lugar. Ya era suficientemente difícil tener el recuerdo de su madre presente a cada segundo del día. No quería alargar la tortura que era ver a su padre de esa forma y pretender que podía desearle una feliz Navidad.

En ese momento, Draco quería relajarse. Si era posible.

Estar con Harry.

Sólo- estar con él. Mirarlo.

Eso le bastaba.

—Para mí era extraño… El Yule, quiero decir —comentó Draco cuando ya estaban llegando de vuelta a la entrada, habiendo pasado a la chica Eveline que se encontraba entre otros enfermos—. Todo debía hacerse de cierta forma, o estaba mal. Cuando era más pequeño arruinaba muchas Navidades porque no podía quedarme tranquilo. Pero al menos tenía a mis padres, ¿no?

Draco miró de reojo a Harry, vio su cara pensativa y expresiva, y sólo pudo pensar en un,

Ahora te tengo a ti.

—¿Recuerdas tu última Navidad? —preguntó Harry—. Antes de- de esto-

Draco hizo memoria. Esa era una pregunta difícil.

—Mi última Navidad verdaderamente feliz… fue antes de la fuga de Azkaban de 1996. Antes de que hubieran apresado a mi padre.

—¿Te llenaron de regalos?

—Sí. Sí, y papá me sentó a la mesa, diciendo lo orgulloso que estaba de mí, y de que lo iba a hacer sentir aún más orgulloso porque la vida que tanto nos habían prometido se avecinaba. —Draco hizo una mueca que bailaba entre divertida y agria, imitando el tono de voz de su padre—: "Serás grande, Draco. Tendrás el lugar que mereces". Y yo le creí porque… porque era mi padre.

Los tres habían vestido en túnicas azules que hacían resaltar los ojos de su madre y acentuar la imposición de su padre. Draco estaba tan orgulloso. El futuro que le prometieron venía. Él sería grande. Sería casi un héroe. El Elegido de su bando.

Había sido un imbécil.

—¿Qué hay de ti? —decidió preguntar mientras salían al patio.

—Creo que no recuerdo la última Navidad "feliz". Tengo un recuerdo vago acerca de Remus hablándome sobre una manada de hombres lobos, pero eso sería —Harry respondió, aún mirando el suelo. Draco tomó su mano otra vez—. Sé que durante la última Navidad antes de encerrarnos estaba recorriendo el país con Ron y Hermione, durante 1997. Fui atacado en el Valle de Godric por la jodida Nagini metida dentro del cuerpo de una anciana.

—¿Qué?

—Suena menos loco de lo que en realidad fue, créeme.

—Tienes una suerte jodida.

—No tanta si estás aquí conmigo ahora.

Draco rodó los ojos ante su tono empalagoso, pero no dijo nada. Descubrió que le gustaba en realidad. Le gustaba escucharlo decir esas cosas. Nunca lo habría pensado. Era de ese tipo de revelaciones que nunca pensó tener.

—Tal vez soy una ilusión —dijo Draco, al mismo tiempo que se quitaba la máscara.

—Sí. Tal vez estamos imaginando todo y en realidad sólo somos dos muggles adictos al crack botados en un callejón.

—¿Qué?

—Nada.

Draco frunció el ceño, pensativo, y descubrió que sus pasos los estaban llevando a la parte trasera de la mansión. La mano de Harry continuaba entrelazada con la suya, y sus hombros chocaban con cada paso. El frío viento de la noche calaba poco a poco los hechizos de calor que Draco había puesto encima suyo, aunque la presencia de Harry ayudaba que apenas lo notara. Era casi irreal el calor que emanaba.

Y al mismo tiempo más verdadero que cualquier otra cosa.

—A veces sí he pensado que estoy imaginando todo, ¿sabes? —Draco dijo, sintiendo la magia de Harry envolverlo—. Ahora mismo pienso que te he imaginado a ti.

—¿Por qué?

—Porque pareces demasiado- real.

Las cosas eran tan oscuras y horribles que Draco sentía que se trataban de una fantasía de su mente. Pero él no. Harry era lo único real. Lo único completamente bueno.

Y eso le aterraba.

Ese mundo no tardaba en exterminar las cosas buenas.

—Quizás es porque me conoces lo suficiente para decir eso.

Draco volvió a mirarlo, y descubrió que Harry lo miraba de vuelta. Su cara era impasible para cualquiera, sin embargo, Draco podía ver la cautela allí, la burda esperanza de que estuviera de acuerdo con él. Tal vez para otra persona Harry habría sido difícil de leer. No sonreía o reía mucho; su porte era estoico y distante, como el de cualquier héroe; y su tono de voz no solía delatar nada. Pero para Draco…

Draco reconocía sus gestos. Podía distinguir cuando algo le molestaba a cuando algo lo enfurecía. Era capaz de saber cómo cambiaban sus ojos verdes con la luz, y tenía grabado a fuego el sonido que hacía cuando se reía con ganas.

Draco lo conocía de memoria.

—Sí. Quizás.

No ahondó qué quería decir con eso, pero Harry no lo necesitó; no cuando llegaron al laberinto y Draco lo apegó a una de las paredes de hoja, besándolo para disipar sus dudas.

Harry se dejó hacer, soltando un leve suspiro mientras Draco apretaba los bordes de su camiseta con fuerza, casi con ira. Él mismo no entendía por qué Potter le hacía sentir todo eso- ese conjunto de cosquilleos y ganas de no soltarlo nunca. Pero estaba decidido a culparlo a él, porque Draco estaba seguro de no haberlo decidido.

Cuando se alejaron, una de las manos de Harry estaba afirmando su cadera y la otra delineaba los rasgos de Draco con el dedo. Lo miraba hipnotizado.

Brevemente, se preguntó si Harry también lo había memorizado a él.

Draco se separó un poco de su tacto y sacó el regalo encogido desde el bolsillo de la túnica. Se lo entregó. Los ojos de Harry brillaron.

—Feliz Navidad, Potter.

Su corazón latía con locura.

Harry tomó la escoba que en esos momentos era diminuta y la giró entre sus manos. Draco podía ver que se encontraba entre la confusión y la emoción de ver una escoba nueva.

—¿Se supone que son felices? —preguntó irónicamente Harry, aunque sus ojos decían lo contrario.

—Pretendamos que lo son.

Draco lo besó una vez más, y Harry murmuró un gracias contra sus labios. Guardó la escoba en su bolsillo, y mientras dejaba un pequeño rastro de besos alrededor de su cuello, Draco no pudo evitar preguntarse…

Cómo hubiera sido ese día si- si fuera diferente.

Si ellos fueran diferentes.

—Entonces, ¿qué hiciste hoy, Potter? —preguntó, lo más animado que podía—. ¿Tus fans te dejaron cenar en paz en el Caldero Chorreante, acaso?

Harry se mostró confundido al principio, tenso y alerta. Draco le sonrió para apaciguarlo, y cuando cayó en cuenta de sus intenciones, se relajó notablemente y decidió seguirle el juego.

—No, el presidente de mi club estaba bastante pesado… —Draco golpeó su brazo, haciendo que Harry se riera contra su cuello. Al parecer le gustaba ese lugar—. Pero pude comprar todos los regalos y llegar a la Madriguera a tiempo.

—¿Comprando los regalos el mismo día? Por qué no me sorprende.

—Me sale mejor. Hasta te compré uno a ti.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Es un libro, se llama "Cómo dejar de ser el imbécil más grande de Gran Bretaña".

—Ah, ¿lo escribiste tú?

Draco fue el que recibió el golpe esta vez.

Su respuesta fue besar el enmarañado cabello. Olía a madera y fuego.

Como un hogar.

—¿Y qué hiciste tú hoy? —preguntó Harry, besando a un lado de su oreja.

—Pensar en ti…

—Qué romántico-

—… y en cómo deshacerme de tu cadáver después de que te mate.

Draco recibió un pellizco, pero bueno, no se iba a quejar.

La tensión estaba disipándose.

—Me levanté temprano, y desayuné en mi habitación —dijo, respondiendo su pregunta—. Luego, fui al Callejón Diagon a comprar las últimas cosas para la cena. Consideré en hacer un baile, pero creo que nadie asistiría en estas épocas. Después nos- nos sentamos al fuego, y escuchamos el piano. En familia.

Harry no dijo nada por varios segundos, y Draco pensó que quizás había comentado algo incorrecto. Que ahora iban a hablar sobre lo último y sobre lo que eso le hacía sentir. Pero Harry replicó:

—Que descripción más aburrida de un día. He conocido retratos con vidas más interesantes. Snape habría hecho algo más interesante.

Draco sintió una inevitable sonrisa tirar de sus labios.

Bastardo retorcido.

—Soy un hombre aburrido, como verás. Mejor que lo sepas ahora antes de que sea demasiado tarde.

—Mmm…

Harry se despegó para atrapar sus labios y honestamente Draco jamás se cansaría. Podían hacer eso el resto de la noche y por él estaba bien. Lo deseaba demasiado, lo quería demasiado para importarle.

—Deberíamos cenar juntos, la próxima Navidad —murmuró Draco cuando ambos buscaron aire, y Harry se quedó completamente quieto. Hasta tenso.

La duda se asentaba entre ellos.

¿Habría una próxima Navidad?

—¿Y entonces tendría que darte regalos carísimos? —murmuró entonces Harry, con la voz rota. Draco fingió no notarlo.

—Nah. Yo te regalaría el mundo, y podríamos vivir solos en él.

Una risa suave e inesperada cortó el aire.

—Draco Malfoy: poeta en sus tiempos libres.

—Para terminar de agregar cosas a la lista de mi aburrida vida.

Harry soltó otra risita un poco más alta, y Draco sintió la necesidad de volver a decir algo estúpido para escucharla de nuevo.

—Esta es la mejor Navidad que he tenido en un largo tiempo —Harry dijo al pasar un momento, y no sonaba feliz. Nada feliz. Draco no sabía por qué—. Tal vez debido a que la guerra se acaba.

Draco calló.

Dudaba que eso fuera así. Dudaba que estuvieran cerca del final- pero Harry necesitaba que se lo asegurara, que le dijera que la pesadilla estaba terminando.

—Sí. Tal vez.

Harry lo abrazó.

Draco lo abrazó de vuelta.

Se quedaron así por un buen tiempo. El viento se hizo más fuerte, y los cantos se detuvieron en algún punto. El contacto cercano era más familiar de lo que ambos esperaban, y no debería ser así. Debería sentirse extraño y poco racional. Porque ellos se odiaban, se odiaron por bastantes años. O meses, si contaban desde su Juramento.

Harry no debería sentirse tan bien. Draco no debería sentirse acostumbrado a su calor, y a su cercanía. El latido de su corazón no debería ser algo que ya había memorizado así como el resto de su persona.

Pero era así. Merlín, era así. Y no cambiaría una sola cosa.

Justo en ese instante, en el que el primer copo de nieve cayó, en el que Harry se separó para mirarlo con sus preciosos ojos verdes y su boca hinchada y su expresión un poco destruida… fue que una voz los separó como si fuera un cuchillo siendo lanzado entre ambos. No demasiado, pero sí lo suficiente.

Una marmota estaba frente a ellos. La voz de Granger sonó a través de esta.

—Harry, no sé dónde estás, pero tienes que venir ahora.

Draco dio un paso atrás.

Y su Marca quemó.

—Debimos haberlo adivinado —comentó con desprecio.

Harry se separó de él. Toda la vulnerabilidad y los puntos débiles fueron rápidamente dispersados; desaparecieron ante sus ojos. Draco miró su cara transformarse, hacerse dura para concentrarse en la misión que tenían por delante. Salvar el mundo. Hacer lo que Harry pensaba que era capaz de hacer.

Lo siguió hasta la parte delantera del patio. Siempre lo seguía.

Antes de que llegaran, Draco lo atajó del brazo y lo tiró hasta él sin importarle la agitación del momento.

—No mueras —susurró, dándole un beso casto. Harry suspiró.

—Ni tú. No puedes hacerme esto ahora.

Lo dejó ir, y Harry se perdió dentro de la mansión tan rápido que Draco ni siquiera alcanzó a sacar la varita de sus bolsillos cuando ya no lo vio más.

Theo apareció, y su Marca quemó con más urgencia, haciendo que sintiera que su piel se iba a deshacer. La gente se estaba movilizando. La festividad había quedado atrás. Draco avanzó por el laberinto, ya sabiendo adonde ir, siendo acompañado por Theo.

Draco y él salieron, y juntos, se Aparecieron en la calle afuera de San Mungo.