Una vez que el mundo dejó de dar vueltas y Draco miró hacia el frente, San Mungo se encontraba en llamas.

Los panfletos de huelga de los sanadores estaban reducidos a pedazos, y desde dentro, en medio de los gritos, Draco podía oírlos tratando de apagar el fuego para así poder salir, salvarse, pero hasta ahora nada había sucedido. Los hechizos con los que los medimagos habían restringido San Mungo antes no permitían a nadie salir o entrar. Estaban todos encerrados intentando que las llamas no los consumieran.

Honestamente, Draco no tenía idea de por qué Voldemort se había tardado tanto en derribar el hospital. Pero- ¿hacerlo justo la noche del Yule…?

La huelga ya llevaba unos buenos meses, y los hechizos con los que los sanadores aislaron San Mungo (seguramente con ayuda de la Orden) habían evitado que Voldemort y los Mortífagos entraran y los apresaran a todos por sublevación. Sin embargo, ningún conjuro podía mitigar lo que una explosión provocaba. Si no podían sacar a la gente de adentro para que enfrentaran los cargos ante la ley, bueno… lo mejor era callar la llama de la rebelión volviéndola cenizas.

El miedo era el mejor antídoto.

El perímetro que los separaba con el mundo muggle era pequeño; no se trataba de más de 20 metros pues sólo abarcaba la cuadra del hospital. Draco veía incluso cómo, de vez en cuando, algún que otro muggle caminaba por allí, sin poder ver hacia su mundo y sin poder traspasar la barrera.

De alguna forma, la ignorancia era una bendición.

Al contar con una sola calle, los bandos estaban muy marcados en cada extremo. Draco se ubicó rápidamente en el lugar que le correspondía mientras la gente de la Orden empezaba a llegar. Se preguntó, brevemente, si en algún punto iba a tener que enfrentarse a Harry.

No era un buen pensamiento.

La Orden usaba sus máscaras habituales y Draco disparó varios maleficios a ellos. Desde dentro del hospital, los heridos y medimagos también trataban de maldecir a través de las ventanas, pero no hacían mucha diferencia. Los Mortífagos llegaban en manadas, a montones, y aunque siempre los habían superado en número, en ese momento era dolorosamente obvia la diferencia.

A medida que la lucha se daba, los bandos se acercaban entre sí. Draco sabía que iba a llegar un punto en el que iban a estar tan cerca que se encontrarían cuerpo con cuerpo. Que pelearían con manos, brazos y puños además de varitas. No por primera vez agradeció el entrenamiento que tuvo con Harry.

Un Mortífago pasó a empujarlo debido a un hechizo que le había dado en la cara, y Draco observó la piel de su rostro empezar a derretirse. Los ojos del Mortífago lo miraron, con la mirada de un hombre que sabía que había llegado su hora, y su piel poco a poco fue cayendo al suelo, mezclada de sangre y tejidos y dejando nada más que la calavera desnuda. Sus ojos vacíos se derritieron con el resto de la carne.

Draco se agachó justo a tiempo cuando el mismo conjuro pasó rozando su mejilla.

Avanzó entre la multitud. Los golpes entre ambos bandos se hacían más y más, a medida que aumentaban los números. Un chico Rebelde le pegó un codazo justo en el cuello, y cuando Draco se volvió para asestarle un puñetazo de vuelta, este intentó darle con la maldición mortal.

Entonces el muchacho vio su rostro.

Draco evitó el maleficio, haciendo que cayera en uno de los Mortífagos a sus espaldas, y caminó hacia él. El chico retrocedió. Debía tener dieciséis años como mucho, y Draco suponía que fue rescatado de Hogwarts por la forma en que lo miraba: como si supiera quién era y lo que hacía.

Los cuerpos de los que combatían lo empujaban de un lado a otro, y el chico todavía trataba de darle, pero Draco esquivó cada una de las maldiciones. No estaba pensando. Ninguno de los dos. Lo orilló hasta la vereda y tomó su muñeca bruscamente. El chico soltó un quejido.

Draco le dobló el brazo en una posición antinatural para no verse sospechoso y así acercarse y hablar en su oreja. El chico gritó. Draco sintió el hueso de la muñeca romperse bajo sus dedos.

—No quieres pelear contra mí —murmuró, mientras el muchacho lloriqueaba—. Vuelve a la base. Esto es demasiado peligroso.

Si hubiese sido cualquier otra pelea lo habría ignorado, habría fingido no ver a los adolescentes entregar sus vidas, pero esta… no. No, porque Draco estaba seguro de que la iban a perder. La Orden iba a perder.

Draco fingió que el chico se le escapaba, y este rápidamente se puso un hechizo desilusionador, corriendo lejos. Él no se paró a mirarlo irse, y no pensó lo horroroso que era. No pensó en lo sucio que se sentía al verlos luchar a tan temprana edad.

Probablemente ellos se veían igual en la Batalla de Hogwarts.

Draco retornó a la pelea, cortando brazos y piernas como deporte, y asestando puñetazos. San Mungo continuaba quemándose. La gente continuaba gritando. Draco temía que al finalizar todo, el hospital cayera.

Y los que se encontraban dentro cayeran con él.

Por el rabillo del ojo, vio a Theo colocarse a su lado, quien buscaba desesperadamente algo en el otro bando. Draco no tuvo que confirmar que Luna Lovegood estaba allí peleando, la cara de Theo era suficiente evidencia.

Cara que se contorsionó en una de rabia y preocupación, justo al momento en que Draco miraba hacia el frente y detallaba cómo la máscara de una mujer de la Orden salía volando.

Y Luna Lovegood terminaba en el piso herida.

Apenas alcanzó a enmudecer a Theo, cuando este había abierto la boca para gritar.

—¡No puedes ir! —Draco sostuvo a Theo del brazo. Theo batallaba para llegar a Luna. Se deshizo del conjuro que le impedía hablar.

—¿No acabas de ver…?

—¡Le irá peor si te acercas! ¡Te van a descubrir!

Theo no parecía pensar racionalmente, pero Draco tampoco intentó convencerlo por mucho rato porque la pelea se lo impedía. Los hechizos le rozaban la cara. Las risas, los llantos y las muertes se mezclaban en una sola cosa: formaban caos. Una mujer le arrancó la lengua a un Mortífago. Ese Mortífago le explotó la cabeza. Alguien acababa de partirse desde la boca hasta el estómago. Un Mortífago que estaba a su lado levantó el dedo y apuntó al cielo.

—¡La Muerte Negra!

Draco contuvo la respiración.

Miró hacia arriba instintivamente y detalló a Harry sobrevolar el espacio con la escoba que Draco le había regalado. Seis personas lo acompañaban. Harry asesinaba a sangre fría a todos los que se ponían en su camino, y los hechizos que se dirigían a él los esquivó con maestría. Algunos rebotaron contra el Protego que lo estaba cubriendo.

Su corazón le dolió gracias al miedo.

Que viva. Por favor. Por favor. Por favor.

Draco miró, con un nudo en el pecho, a Harry dirigirse a San Mungo para intentar apagar el fuego, pero sabía que no iba a alcanzar. Era muy difícil.

¿Pero qué otras opciones tenían?

Sabía que era riesgoso para la Orden arrojar una bomba para exterminar a todos los Mortífagos. El espacio era muy pequeño, por lo que terminarían matando también a los de su bando y podría alcanzar a los enfermos. No era una gran idea, pero tampoco lo era intentar disolver las furiosas llamas.

Tratando de distraer el sofoco que de pronto lo embargó, Draco retornó sus ojos a la pelea, y le pegó un puñetazo a un tipo que venía directo a él. Su mano quedó en carne viva. El hombre se cayó al suelo afirmándose la nariz rota. Uno de los Mortífagos le puso un pie encima.

Al segundo siguiente, el tipo estaba muerto.

Draco se distrajo rápido, escuchando resonar otra explosión a lo lejos. Los bandos se mezclaban cada vez más, al punto en que lo único que los diferenciaba eran las oscuras túnicas de los Mortífagos y las máscaras parecidas a aves de la Orden. El motivo de Voldemort para hacer esa jugada, era parar las manifestaciones de San Mungo y acabar con gran número de soldados de los Rebeldes. Y le estaba funcionando.

En Navidad.

Draco se mantuvo cerca de Theo, para ayudarlo a pasar al otro lado y ver qué tal estaba Luna sin ser notados. En el camino lo vio asesinar sin ningún tipo de piedad a todo aquel que se le pasara enfrente. No importaba que fueran miembros de la Orden. No importaba que fueran chicos. Que fueran inocentes. No importaba nada. Theo, lo único que quería, era ver a Luna bien. Y si debía cortar todas las cabezas del mundo para eso... lo haría.

Draco no lo juzgó.

Si Harry estuviera en peligro-

Desconocería por completo el significado de la moral.

Si Harry estuviera en peligro, Draco era capaz de matar. Era capaz de usar sus propias manos para quitarle la vida a otra persona sin importar cuanto esta gritara, llorara y rogara para detenerlo. Sería igual de imparable que Theo. Quizás más.

Por suerte ese momento no había llegado.

Aún.

Draco empujó a alguien al suelo. Este cayó para ser pisado por toda la gente batallando. Justo en ese momento, un conjuro impactó contra su brazo y Draco sintió el corte del Diffindo llegar casi hasta el hueso, en el codo. No cortó su brazo por completo, pero se podía ver la sangre emanando a borbotones por la túnica. La piel se sentía suelta, no parte de él. El dolor fue lo primero que le recorrió, y a medida que miraba hacia abajo, notó fascinado –de una turbia manera– que le dolía muchísimo menos que otras cosas que había experimentado. Las cicatrices de su torso encabezaban la lista, junto a la muerte de su madre.

Entonces, en medio de su distracción, la maldición impactó contra él.

Ni siquiera la había visto. Tuvo que haberla visto. Harry le enseñó a usar su visión periférica, ¿no? ¿No?

Es chistoso, cómo ese tipo de cosas pasan-

Nadie nunca está preparado.

Draco dirigió sus ojos al frente. Uno de los Mortífagos sostenía la varita. Lo miraba con grandes ojos horrorizados.

A su lado, una chica de poco más de catorce años se había quedado paralizada. La maldición iba en su dirección, simplemente el idiota del Mortífago había fallado.

Draco se llevó una mano hasta el estómago, sintiendo poco a poco todo su interior empezar a hincharse. Theo había desaparecido de su vista. El vientre se hizo amplio, la piel se estiró, y estar de pie dolía. El corazón bombeaba sangre a una velocidad exageradamente rápida, y sus pulmones se hicieron tan grandes, que Draco sentía que podía asfixiarse gracias a todo el aire que estaba ingresando; quemaba su garganta, sus vías respiratorias.

Y luego, vino lo peor.

Su intestino se desinfló de golpe, pero sólo debido a que explotó dentro, provocando que tuviera una hemorragia. Un montón de fluidos empezaron a repartirse por su cuerpo. Draco fue vagamente consciente en ese instante que, lo que estaba sucediendo, era que acababa de ser golpeado por su propia maldición y que ahora iba a morir de esa forma. De la misma forma que murió Eric.

Era casi poético.

Draco se tambaleó hacia un lado, hacia la orilla de la calle, para poder caer y así morir en paz. El Mortífago, pálido al darse cuenta de quién era y lo que había hecho, lo ayudó, preguntando si había algo que hacer. Si es que había algo que él pudiera hacer.

Y sí que lo había. Draco inventó una contra maldición, ¿no? Pero se sentía demasiado lejos para explicarla. Demasiado débil. Y se preguntaba qué pasaría, si sólo por unos segundos, dejara que… que todo terminara al fin.

Su estómago fue el siguiente en explotar.

Draco sentía cómo se estaba desangrando, cómo su sangre se llenaba de residuos y dentro de poco iba a empezar a devolverla. Estuvo a punto de decirle al tipo que se fuera y que prefería morir solo, cuando este fue expulsado hacia atrás.

Cayó a su lado, empezando a toser y a llenarse de borbotones negros. A pudrirse. A morir.

Draco reconoció a su salvador, y unas manos firmes lo afirmaron. La magia familiar lo recibió.

Y se dejó arrastrar por la inconsciencia.

•••

Harry no recordaba haber hecho algo así de rápido en su vida.

Si no hubiese mirado hacia abajo en el momento dado, Draco habría muerto. Si no hubiera cambiado de dirección, si hubiera hecho lo que Draco le pidió que hiciera, habría muerto.

Mierda. Mierda. Mierda.

Idiota.

Harry no dudó en tomarlo, ponerlo bajo la capa invisible y llevarlo hasta la carpa que tenían instalada al final de la calle para los sanadores, en el lado donde se suponía que debía estar su bando. La tarta de melaza que Molly le regaló cayó desde su bolsillo cuando aterrizó fuera de la tienda. Harry entró con Draco en sus brazos y pidió a Madam Pomfrey que lo examinara, quien reaccionó de inmediato cuando se dio cuenta de las secuelas que Draco estaba presentando. Harry miró, casi asfixiado y con la magia arremolinada en la punta de sus dedos, cómo ella poco a poco revertía el daño con concentración y asco, para luego decirle que, un segundo más, y Malfoy no la habría contado.

Su magia se retractó luego de eso.

Afuera, el piso retumbaba. La carpa estaba atestada de heridos, recuperándose con pociones que el mismo Draco había confeccionado. Las personas entraban y salían, invisibles a sus ojos. Harry se mordió las uñas con su mirada fija en el cuerpo tendido en la camilla, pálido. A pesar de que Madam Pomfrey le había dicho que ya estaba fuera de peligro mortal, Harry no se lo iba a creer hasta que lo viera abrir los párpados de nuevo. La angustia era demasiado grande, y le importaba una mierda que tuviera otros deberes, que se supone que tenía que estar apagando el fuego. Había pasado algo más importante. Si fuera Hermione, nadie lo cuestionaría.

—Ya puede marcharse, señor Potter —Madam Pomfrey dijo por décima vez, mirando escrutadoramente a Harry—. Malfoy no morirá.

—Prefiero quedarme —contestó él con voz tajante.

Ella apretó los labios, pero no insistió.

Diez minutos más tarde, Draco se removió entre las sábanas, y Harry sintió que el aire retornaba a sus pulmones, llenando sus vías respiratorias y permitiéndole- respirar de nuevo. A la cara de Draco había vuelto algo de color, y la sangre seca alrededor de su nariz y boca era sólo eso: sangre seca.

—¿Podrías dejar de ponerte en peligro por un puto segundo, imbécil? —le espetó Harry, con una mezcla de enojo y miedo.

Pudo haber muerto.

Pudo haberlo perdido.

Draco parpadeó unas veces, notoriamente confundido, y miró alrededor de la carpa. Intentó levantarse cuando se dio cuenta de dónde estaba y Harry lo ayudó, irritado con él.

—Tengo que volver-

Sonaba bien. Sonaba compuesto.

Comprobando que se encontraba normal y a salvo, Harry se permitió sentir el alivio fluir por sus venas. Embargarlo. Draco no podía morir. No ahora.

Nunca.

Este se paró, y Harry lo ayudó a ir al otro extremo de la carpa, donde el grupo de sanadores corría de un lado a otro ayudando a los heridos para que volvieran a luchar. Harry vio una cabellera rubia tendida en una de las camillas y tomó todo de sí para no ir a comprobar que fuera Luna. No podía distraerse en ese momento. Tenía que confiar que su amiga estuviera bien.

Draco intentó caminar sin apoyo, ya completamente recuperado y algo descansado, y Harry se giró a él. Era indescriptible lo mucho que lo angustiaba toda esa situación. El resto del mundo había desaparecido.

Y ahora Draco quería volver.

—Sólo- no mueras- no puedo salvarte-

—Ya te dije que no me salvaras —Draco lo interrumpió, con voz fría. Harry sintió el enojo golpearlo.

—Si no lo hubiera hecho ahora estarías muerto, joder.

Draco se giró a mirarlo, mientras Harry sacaba la capa invisible con un movimiento furioso.

—¿Qué pasa con tu misión? —preguntó él, mientras Harry se pasaba la capa por los hombros.

—Estamos tratando de rescatar a la gente de San Mungo.

—Entonces deberías estar haciendo eso, ¿no?

Agotado con su comportamiento, no respondió. ¿Qué carajos le pasaba? ¿Por qué no entendía que si él moría no habría un San Mungo que salvar? No para Harry. Él debería entender, mejor que nadie, que no podía permitirse perder más gente que le importaba. Menos en ese instante.

Por un breve momento, su mente comparó a Draco con Ginny, y pensó que ella entendería su necesidad de salvarla después de todo lo que había pasado. Pero se arrepintió al instante. No estaba siendo justo y no tenía forma de saber que era verdad. Probablemente no lo era.

—Ven.

Draco se acercó sin decir una palabra ante su orden, y Harry los cubrió a ambos con la capa de invisibilidad para así salir de nuevo al ataque.

Afuera los gritos de la pelea los recibieron mientras caminaban hacia la calle, lejos de la carpa y evitando colapsar contra los luchadores. Draco iba pegado a él, con el pecho apoyado en su espalda, y cuando Harry iba a decirle que se pusiera bajo un hechizo desilusionador para así volver a su bando sin levantar sospechas, sintió que él tomaba su mano.

—No puedo morir —dijo Draco, inclinándose para hablar a un lado de su oído—. Mi vida es tuya, ¿recuerdas?

Harry cerró los ojos mientras Draco dejaba un casto beso en su mejilla, y él recordaba el día del Juramento Inquebrantable. Draco había jurado su lealtad a él y a la Orden. De cierta forma, aquello era verdad: la vida de Draco le pertenecía a la causa.

Harry elegía creer que también le pertenecía a él.

Siempre elegía creer que tenía a Draco aunque fuese una vil mentira.

Se volteó para enfrentar sus ojos. Tenía la cara sucia, pero no le importó. Harry lo tomó de las solapas de la túnica y lo besó con esperanza, lo besó depositando todos sus sueños en sus labios. Era Navidad, y si podía obviar por unos segundos que había decenas de personas muriendo a su alrededor, podría decir que era perfecta. Porque Draco estaba ahí y Harry había evitado que muriera.

Bajo esa capa, las cosas podían ser distintas por unos segundos.

—Pon estas mismas ganas en no arriesgarte innecesariamente, ¿quieres? —dijo Draco separándose del beso—. Aún no olvido que no tienes respeto por tu vida.

Harry sonrió dejándolo ir.

—Y si no, ¿qué?

—Ahí veremos.

Draco se desilusionó frente a sus ojos, y salió de la capa invisible. Harry trató de adivinar hacia dónde se dirigía y por cuál camino, pero le fue imposible, y al cabo de un rato, volvió a agrandar su escoba y se montó en ella.

La escoba que Draco le dio.

Harry no sabía qué decía de él –a medida que avanzaba por la calle y cruzaba el camino en dirección a San Mungo– que no le importaba del todo las vidas que se perdían. Sólo pensaba que era… normal; lo natural que pasaba en una guerra. Quizás por fin se había acostumbrado a ver a la gente sufrir. Quizás se le haría más fácil continuar pudriendo su alma con magia negra de ser el caso.

Quizás por eso le daban igual las cosas que Draco había hecho.

Desde que McGonagall murió, eso era lo que sentía al ver gente ser asesinada en los ataques. Lo consideraba hasta necesario: ¿qué sería la victoria sin pequeños sacrificios?

Y una parte de él, una que de seguro no admitiría en voz alta, empezaba a disfrutar ver morir gente por la punta de su varita. Había disfrutado como nunca asesinar al tipo que dañó a Draco. Era casi catártico.

Harry protegió a algunos de los suyos mientras pasaba, y asesinó a otros, sintiendo la adrenalina correr por su sistema al ver cómo caían de sus escobas o morían gritando.

Nunca has sido mejor que el resto.

Vio pasar a Kingsley a lo lejos. Podía escuchar la risa de Voldemort en algún lugar. Harry voló con un sólo objetivo en mente para salir de ahí cuanto antes. Se acercó al hospital y conjuró un Aguamenti lo suficientemente poderoso para apagar una buena porción de San Mungo.

Y a sus espaldas, resonó otra explosión

Algo le dijo de inmediato que aquello era malo. Que era distinto.

Por un segundo, fue incapaz de moverse.

No, pensaba. No. No. No. Tiene que ser otra cosa. Tiene que serlo.

Harry miró hacia atrás para buscar el origen de la explosión.

La carpa de los sanadores en la que había estado recién, estaba volando por los aires.

Harry detuvo el vuelo de golpe, y por un momento lo único que escuchó fue su corazón, alocado y sediento de venganza. Los cuerpos de los heridos quedaron tendidos en el piso; cientos de pedazos de carne y sesos fueron repartidos por la acera. El humo no dejaba ver más allá.

La bomba era mucho peor de la que ellos lanzaban, mucho más letal y duradera. Las llamas se propagaban con la magia, como si se trataran de Fuego Maldito, alcanzando a los pocos sobrevivientes que quedaban alrededor. Había cuerpos partidos a la mitad, gente que él conoció, con los ojos derretidos botados en medio de la calle. Sus intestinos adornaban el pavimento y la gente que peleaba cerca estaba cubierta de sangre y de restos humanos.

—Mierda. Mierda —Harry conjuró un Sonorus, desesperado—. ¡Retirada para los sanadores! ¡Retirada!

No sabía si quedaban sanadores, pero sí sabía que ellos, la Orden, no podía quedarse mucho tiempo. Que él no podía quedarse porque necesitaba abrirle el paso a los heridos a la base.

Oh, cómo odiaba eso. Lo detestaba.

Harry volvió sobre sus pasos para ayudar a los pocos vivos que estaban en pie –o más o menos– arrasando con cuatro Mortífagos de una sola vez sin sentir un atisbo de culpa. En cambio, la satisfacción fue lo único que lo llenó al verlos sufrir en sus últimos momentos.

Que sufran.

Que griten y deseen no haber nacido jamás.

Aterrizando, el caos era lo único que reinaba, como siempre. Así era la guerra. Había una persona frente a él, chillando porque las llamas lo estaban consumiendo. Su piel empezó a tornarse negra, y la carne cruda era lo único que Harry veía en su rostro. Atinó a conjurar un Aguamenti, pero no servía. Nada servía para apagar el fuego. Y Harry tuvo que resignarse a ver cómo todo su cuerpo se prendía en llamas sin que hubiera nada que él pudiera hacer.

El hombre calcinado cayó a sus pies un minuto más tarde, y Harry dio un paso atrás para que el fuego no lo alcanzara.

Sin sentir nada en absoluto.

Y, por supuesto, cómo no…

Otra bomba más hizo la noche teñirse más roja. Esta vez, para volver a prender en llamas el hospital, del que los medimagos y heridos ya empezaban a salir.

—Joder.

Harry, sintiéndose inútil e impotente fue a buscar a Hermione para así informarle sobre lo que harían. Kingsley debía estar por alguna parte, pero su mente siempre iba a pensar en Ron y Hermione antes. Siempre.

Durante su vuelo, sus ojos escanearon los cuerpos que peleaban, (que cada vez se mezclaban más entre sí), para buscar la cabellera rubia de Draco. Se permitió soltar un respiro cuando lo vio noqueando a alguien de un golpe.

Entonces, divisó por fin a Hermione.

—Traten de llevar a la base a toda la gente posible —le dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca, mirando el gesto asustado de su amiga—. A los heridos prioritariamente. O moriremos todos por las bombas.

—¿Queda alguien vivo?

Hermione tenía una mirada decidida a pesar de las lágrimas y de lo mal que le hacía estar en campo rodeada de Mortífagos; vulnerable para ser atacada una vez más.

—No lo sé.

Hermione asintió y se encomendó en su misión, que era básicamente sacar a toda la gente viva posible. Harry hizo lo que debía: llevar a los que estuvieron dentro de la carpa que tuvieran alguna señal de vida, para Aparecerse afuera de la base.

Sentía que en vez del fuego, la rabia era lo que quemaba su piel.

•••

Cuando Harry llamó a la retirada, Draco no había entendido por qué. Los Mortífagos en su mayoría reían, sobrepasando a la Orden de forma más notoria que nunca. Las bombas estaban explotando por toda la calle. Después, Theo había agarrado su brazo con tanta fuerza que Draco se quejó.

—Tengo que ir —Theo dijo, tratando de separarse de su grupo—. Tengo que ir. Luna estaba en esa carpa.

Draco impidió que avanzara, viendo hacia el frente. Recién ahí se dio cuenta que el lugar donde fue curado, no mucho rato atrás, ahora estaba hecho añicos por una bomba.

Theo irradiaba desesperación.

Carajo. Espera…

Mientras estuvo allí, Draco no se fijó si Luna se encontraba siendo curada, o si quizás volvió a la lucha. No se le pasó por la mente. Esperaba que sí. No tenía idea de cómo Theo seguiría viviendo de lo contrario.

Draco dio un vistazo al paisaje. El campo estaba limpiándose, la Orden se iba, los Mortífagos los seguían también; era un lío, pero la gente estaba disminuyendo y eso significaba una sola cosa.

—Todo está terminando ya —dijo él, intentando tranquilizarlo.

—Draco-

—Lo sé, lo entiendo. Pero no podemos ir si no queremos joder todo-

Draco esquivó una maldición que iba hacia él y fastidiado, cortó las piernas de quien sea que la hubiese arrojado. El miembro de la Orden bramó, y pronto estaba arrastrándose lejos de la pelea. A Draco le dio igual.

Mierda.

El fuego de las bombas continuaba propagándose. Theo seguía intentando llegar a Luna, matando a los que se interpusieran entre él y el resto que quedaba. Draco lo seguía como podía, pidiendo por favor que Harry no estuviera allí.

Que por favor no estuviera allí.

La noche apenas le dejaba ver. El fuego era lo único que alumbraba la calle. Los sanadores y heridos que salían de San Mungo estaban siendo o apresados, o asesinados, o salvados, dependiendo de la persona que se toparan primero. Una risa maquiavélica se escuchó por encima de las explosiones, y Voldemort mató a diez personas en un abrir y cerrar de ojos, haciendo que los múltiples cadáveres de la Orden se arremolinaran en la calle.

Sabía lo que se venía. Draco sabía exactamente lo que pasaría a continuación.

Y entonces-

Draco cerró los ojos, mientras la última explosión sonaba.

Ni siquiera tuvo que mirar atrás.

El Hospital de San Mungo se redujo a miles de pedazos, y los Mortífagos celebraron la victoria.