La consecuencia más grave de la jornada fue la cantidad Sanadores que se perdieron.

Jodía decirlo así, había muerto mucha gente, pero lo que más le pasaría la cuenta a la Orden es que faltarían medimagos, quienes tampoco eran muchos. Al menos, gran parte de ellos se quedaron en la mansión cuando se estaba dando el ataque para esperar a los heridos de más gravedad.

Eso no borraba que murieron diecisiete de los veinticinco que estaban en el campo.

Padma fue una de las víctimas.

Una parte del cerebro de Harry se preguntaba de una forma muy macabra para qué la habían salvado en Austria, por qué le había importado tanto. ¿Tenía algún sentido?

Al final del día, había muerto igual.

Toda la gente que luchó en San Mungo ya estaba allí, llenando la mansión una vez más. No sabían cómo organizarlos: aquellos que pelearon, los heridos, sobrevivientes y los que lograron rescatar estaban mezclados entre sí, y la Orden se encontraba más preocupada de los afectados por la explosión. Los medimagos restantes y la gente ilesa hacía lo que estuviera en sus manos para ayudar. Tenían algunas reservas de pociones que Draco había estado proveyendo durante esos meses y eso les servía de momento, pero Harry sabía que necesitarían más.

El problema era que Draco aún no iba a la base, y Harry sentía el miedo alojarse en un rincón de su mente pensando que quizás Voldemort lo estaba castigando por una estupidez.

O que algo peor le había pasado mientras él no estaba ahí.

A pesar de que quería abandonarlo todo para comprobar sus hipótesis, Harry no podía continuar pensando en eso sin volverse loco, y tenía cosas más urgentes que requerían su atención.

Como Luna.

Se encontraba acompañada por Theo, a quien no le importó quedarse con los Mortífagos para mantener apariencias. Uno de los medimagos curaba a Luna y Madam Pomfrey estaba a su lado mirándola. Había sido un milagro que ellas no hubieran estado en la carpa, según lo que Ron y Hermione le contaron. Sólo minutos antes, Poppy salió para perseguir a Luna y obligarla a descansar.

—¿Qué fue lo que realmente le sucedió? —había preguntado Harry cuando Hermione y él llegaron a la mansión. Luna estaba entre los heridos.

—Luna fue golpeada cuando cayó al suelo, mientras luchaba —explicó Hermione, con los brazos llenos de pociones—. Además de la maldición, comenzaron a pisarla. Después de que alguien la viera y la llevaran a la carpa para curarla, trató de levantarse cuando el proceso de sanación todavía no estaba completo. Madam Pomfrey junto a los chicos que lograron salvarse la siguieron. Fue un minuto antes de que la tienda explotara.

O sea, minutos después de que Harry hubiera salido de allí con Draco.

Luna pudo haber muerto y él no se habría dado cuenta.

Luego de intercambiar unas palabras más, y después de que la culpa menguara, Harry entró al cuarto en el que estaban Madam Pomfrey y Luna. Su primer instinto fue preguntar a la primera si necesitaba algo, pero ella negó, y parecía querer ser dejada sola. Harry no intentó acercarse más, simplemente siguió su curso y llegó hasta donde Theo y Luna hablaban despacio. El hombre sostenía la delicada mano de Luna entre las suyas, y la acariciaba como si agradeciera con cada aliento que ella estuviera allí. Luna, mientras tanto, miraba a la pared perdida.

—¿Qué le pasó? —preguntó, llegando a un lado de Theo—. ¿Cuál fue el hechizo que le llegó durante la batalla?

—La última maldición que Draco creó impactó contra ella —respondió él ausentemente—. Si no hubiera sido porque también creó una contra maldición...

Harry no tenía ni puta idea de qué estaba hablando. ¿Draco había creado una maldición y una contra maldición? ¿Eso era de lo que Hermione y la Señora Weasley estaban hablando, horas atrás?

—¿Pero estará bien? —decidió preguntar, viendo a Luna seguir en su mundo como si volvieran a tener quince.

—Sí, ahora sólo desorientada.

Harry abrió la boca para disculparse, o para tratar de tranquilizar a Theo quien temblaba. Sin embargo, una voz interrumpió lo que sea que fuera a decir. Hermione estaba en la puerta.

—Harry —le dijo—. Ven.

Harry le dio un apretón en el hombro a Theo (quien apenas le prestaba atención) y siguió a Hermione un poco más aliviado, aunque su estómago aún tenía puros nudos y su cabeza retumbaba con cada paso, justo en la coronilla. Harry se sentía agotado.

Su amiga lo llevó hasta el salón principal, y junto a la ventana donde George y Lee solían hacer la transmisión del Pottervigilancia, estaban todos los Weasley y Kingsley rodeando la radio. La furia irradiaba de ellos. Harry pudo deducir qué pasaba casi al instante.

La señal no funcionaba.

—Ha estado así desde que se fueron —decía Lee, con gesto agraviado—. No nos deja comunicarnos. Hemos estado horas tratando de... de hacer algo.

—¿Están seguros que no hay otra manera de hacer que funcione? —preguntó Arthur con preocupación.

George junto a Lee no respondieron. Era una respuesta en sí misma.

—Debemos prepararnos para lo peor —intervino Kingsley—. No vamos a rendirnos, pero tenemos que asumir que desde ahora, no contamos con la radio. Debemos asumir que ha caído y por lo tanto tenemos un arma menos.

Harry cerró los ojos. La radio era una herramienta importante.

Y ahora ya no la tendrían.

El gesto de los Weasley se transformó en uno de absoluta cólera, y él simplemente no podía soportar estar allí. La Navidad y los festejos habían quedado atrás, los gritos y llantos eran lo que ahora reinaba en la mansión. Y Harry era un imbécil- por haberse sentido tan enojado o incómodo porque el resto estuviera teniendo un buen momento. Ahora la noche se había transformado en algo completamente distinto y deseaba poder retroceder el tiempo para salvarla.

Harry dio media vuelta y caminó lejos antes de decir o hacer algo estúpido. Mientras se marchaba oía los reclamos de los Weasley y la rabieta de Lee, aunque se sentían enmudecidas. Cuando pensó que debían centrarse en la guerra, no se refería a esto, a este desamparo y desolación. Harry era alguien muy egoísta; no entendía por qué deseó que sus seres queridos fueran igual de miserables que él.

—Harry —dijo Hermione, atajando su brazo antes de que pudiera avanzar mucho—, ¿qué haces?

Harry dio un vistazo a su alrededor. Una vez más había sangre en los pisos, gritos en cada rincón y discusiones cargadas de rabia y resentimiento.

—Estoy seguro que queda algo que hacer... —murmuró, con una acidez que le quemaba la garganta.

Ron, quien había llegado cojeando, logró escuchar lo último que Harry dijo; Hermione y él intercambiaron una pequeña mirada.

—Sí —decidió decir Hermione con suavidad—. Debemos discutir qué haremos ahora para remontar esta pérdida. Ven.

Su amiga los llevó a ambos a una sala de estar al lado de la principal, y Harry... Harry sentía que estaba viviendo todo muy lejos. Su estómago estaba revuelto. Se sentía frío. Hermione prácticamente lo empujó para que se sentara en uno de los sillones y Ron se puso a su lado, pasando su brazo por los hombros de Harry en un gesto confortador. Harry se inclinó ante el contacto inconscientemente. Ron olía a jabón. Él, junto a Hermione, apestaban a sangre.

—Actualmente el punto de poder está en el Ministerio —comenzó a decir su amiga, paseándose de un lado a otro y sin ningún tipo de preámbulo—. Sé que es un plan arriesgado, lo hemos discutido innumerables veces alrededor de los años, y siempre terminamos diciendo que no valía la pena el riesgo... pero ahora creo que sí. Pienso que si el Ministerio cae, gran parte del poder de ustedes-saben-quien cae con él. Como sucedió con Azkaban.

—¿Pero cómo podríamos entrar al Ministerio? —Ron preguntó con lentitud, como si los engranajes de su cerebro empezaran a trabajar—. No podemos ingresar por algún lugar que no sean las chimeneas, y seguramente tienen algún mecanismo que impida que nos colemos.

—Entonces tendremos que hacerlo como hemos hecho todo —Hermione se posó frente a ellos con las manos en la cintura, mirándolos. Por unos momentos, Harry vio a la chica de diecisiete años que conoció, esa dispuesta a salvar el mundo, dispuesta a hacer lo necesario porque creía que el bien debía triunfar. Quiso abrazarla para que no perdiera nunca aquello—. Arrasaremos con todo el edificio.

Y entonces, se puso a hablar sin parar.

Mientras Hermione explicaba su plan, Harry no pudo evitar notar la mirada de Ron, y la forma en que los observaba a ambos: como si quisiera grabar en su memoria las facciones de los dos en caso de que el día de mañana no regresaran. En caso de que no se volvieran a ver.

Lo peor de todo es que aquella no era la primera vez que Harry lo veía hacer algo como eso. Él mismo lo hacía también de vez en cuando. No sólo no podía perderlos, sino que tampoco podía olvidarlos. Hermione y Ron eran su familia, siempre lo habían sido. Ellos fueron la familia que él escogió, y estuvieron allí cuando se necesitaron, incluso cuando la guerra quería ponerse en medio. Harry los miraba, y sólo deseaba que el día de mañana cuando todo acabara, y sin importar el resultado de ese embrollo... que ellos vivieran. Que tuvieran una casa preciosa en algún lugar de Europa, que se casaran, y tuviesen miles de hijos. Eso esperaba.

Y en el caso de que algo les pasara... Harry esperaba marcharse con ellos.

—Iré a ayudar en lo que pueda —dijo Ron al cabo de un rato; los tres habían caído en un agradable silencio.

—Te acompaño —Harry aportó de inmediato, desperezándose del abrazo de Ronpara ponerse de pie..

Por el rabillo del ojo, vio a Hermione y Ron intercambiar otra mirada. Sin embargo, ninguno dijo nada, y juntos fueron a preguntar en qué podían ayudar.

Harry fue enviado a atender a los heridos del patio, quienes se encontraban mareados por el humo de las bombas. Afuera hacía un frío terrible, el cual no sintió durante la pelea de San Mungo. Todos se encontraban ayudando, así que Harry no se sintió tan fuera de lugar. Una parte de sí extrañaba a McGonagall. Ella estaría ayudando también.

A medida que entregaba pociones, conjuraba hechizos leves, y calmaba a la gente desesperada, Harry se daba unos minutos para checar su moneda, esperando a que Draco llegara. Porque tenía que aparecer.

En una de esas ocasiones, después de atrapar a un hombre que quería correr porque pensaba que todavía estaba en la batalla, Hagrid agarró su hombro con fuerza.

—¡Ahí estás, Harry! —exclamó él—. Estaba preocupado de que te hubiera pasado algo, no te vi entrar, pero Ron me aseguró que estabas bien.

Harry le dedicó una sonrisa forzada, fijándose que a su lado y con el águila que Hagrid había traído de Austria posada en su hombro, se encontraba Eveline.

Ella lo miraba con curiosidad.

—¿Te hiciste esto afuera? —preguntó la chica, apuntando su mejilla.

Harry se llevó una mano hasta allí, dándose cuenta de que tenía heridas. Las curó con un movimiento de mano.

—Sí.

—¿O sea que no es bueno salir?

Eveline no parecía darse cuenta de todo el sufrimiento que acarreaba la gente que llegó del combate.

—No.

—¿Acaso el Lord es tan malo como lo pintan? —preguntó ella, sin dejar de mirarlo.

—Es peor.

—Mmm. —Eveline asintió, no muy convencida—. Me pregunto qué pensará el señor Astaroth.

Harry pensó al hombre sin corazón que se limpiaba la sangre de los zapatos sin inmutarse. Pensó en el hombre que quitaba brazos y piernas sin parpadear. En el hombre al que tuvo que detener mientras torturaba a Yaxley y Rookwood.

—Es Draco —corrigió con voz áspera—. Su nombre es Draco.

—No está bien visto llamarlo por su nombre real. Madre solía decirme que podía castigarme si me oía.

El revoltijo de su estómago creció, y Harry sintió su cara cambiar de color. Eveline hablaba totalmente en serio, y cada rincón de su interior se agitaba al pensar que Draco, la imagen que Draco tenía para el mundo... era aterrorizadora.

Harry puso una mano encima de su pecho.

—No, no te hará nada.

—Se ve intimidante, pero no lo es tanto, ¿no? —Sus ojos demostraban cosas contrarias a lo que decía. Harry tuvo un recuerdo de un Draco de once años siendo exactamente igual—. Ya sabía yo que no haría nada.

Le era imposible seguir mirándola.

Harry desvió sus ojos a Hagrid, y descubrió que este observaba el intercambio con curiosidad. Su rostro era sombrío.

—¿Tú estás bien, Hagrid?

—Haciendo lo que se puede. Sobre todo porque no sé cómo estará Grawp.

Harry sabía que extrañaba a su hermano, y sabía también que le hizo una promesa, pero no había tiempo para cumplirla de momento. No quería decepcionarlo, pero las cosas eran como eran.

Harry abrió la boca, y justo cuando iba a decirle que no se había olvidado de Grawp, la moneda empezó a quemar.

Harry la sacó rápidamente, olvidando todo. Su corazón iba a mil por hora.

Era Draco.

Sus pulmones dejaron salir aire que no había sido consciente de retener y se permitió soltar un suspiro de alivio al saber que estaba ahí.

Sólo esperaba verlo sano y salvo.

•••

Draco avanzó por el laberinto una vez que las puertas se abrieron, y aplicó un glamour en su cara para así no ser reconocido. La máscara de la Orden solía entregársela Astoria o Theo, por lo que nada más le quedaba esa opción para que no supieran su identidad.

Harry lo encontró antes de que pudiera llegar a la zona común del jardín. A sus espaldas, había heridos en el pasto.

Pero Harry estaba bien. Y su cara delataba que nadie que quería había muerto.

Eso era lo importante.

—¿No te hizo daño, no es así? —fue lo primero que preguntó cuando lo tuvo al frente.

—No, es una victoria. No tiene razones para desquitarse —Draco respondió, porque era la verdad. Voldemort había estado frenéticamente complacido por el triunfo sobre San Mungo. Luego de unas felicitaciones, dejó marcharse a la mayoría—. Por ahora.

—Bien.

Draco entregó las pociones a Harry antes que cualquier otra cosa, y cuando este las recibió y se perdió dentro de la mansión, no tuvo más remedio que seguirlo.

Draco pudo obviar a la gente amputada, a los quemados y a los discapacitados. Podía incluso obviar a la gente llorando y gritando, la misma que horas atrás había estado cantando villancicos y disfrutando con familiares que probablemente ahora estaban muertos.

Pero lo que no podía obviar eran los pasos errantes y cansados que Harry daba; el color enfermizo de su piel; la suciedad y agotamiento que demostraba cuando pasaba poco a poco las pociones a los medimagos.

—Harry —Draco lo atrapó del brazo, impidiendo que se moviera—, tienes que descansar.

—No. No fui herido, tengo que-

—Tienes que nada. —Su voz era cortante—. Ayudaste a toda esa gente a salir viva de ahí. Intentaste apagar las llamas. Deja que el resto se encargue.

—No puedo. Tengo que ayudar- tengo que hacer algo-

—Les sirves descansado y pensando claro. Ahora mismo no lo estás.

Harry tomó una respiración honda. Draco veía que se estaba molestando con él, y no le importaba. Si quería, que lo echara y que le dijera que no deseaba verlo nunca más; siempre y cuando se fuera a dormir.

—Draco, déjame ir —dijo él, forcejeando.

—No.

—Malfoy.

—Te noquearé si es necesario. Haré lo que sea, pero no vas a ir. No fuiste herido y eso es bastante decir para alguien como tú. Aprovecha para descansar sin dolor.

—Malfoy, no quiero pelear contigo.

—Oh, Potter, te aseguro que pelearás conmigo hasta el momento que de mi último respiro.

Harry forcejeó una vez más, pero Draco no lo dejó ir. En otro momento lo más seguro era que hubiese dado más pelea. En este estaba débil, agotado, y además había vuelto a bajar unos kilos desde la última vez que entrenaron juntos.

Draco quería agarrarlo de los hombros y sacudirlo por ser tan terco.

—¿Qué siquiera haces tú aquí? —dijo Harry, aún sin rendirse—. Tú sí fuiste herido.

—¿Quieres que me vaya?

Draco lo haría, si se lo pidiera. Pero primero se aseguraría de que no estuviera solo, de que no desobedeciera. De que por una jodida vez se pusiera a sí mismo antes que al resto. Ya había hecho más que suficiente.

Harry no hizo más que mirarlo. Parecía tener quince años de nuevo.

—Hablaré con Granger si es necesario —le dijo ante su silencio—. Hablaré con Weasley. Con todo aquel que te obligue a descansar o a comer algo, pero no voy a permitir que sigas desgastándote.

Harry hizo una mueca fastidiada, y Draco lo conocía lo suficiente para saber que acababa de ganarle. No quería involucrar a sus mejores amigos, no quería preocuparlos, y, bueno, si eso le conseguía que Harry hiciera caso alguna vez en su vida... Manipulación o no, la causa de Draco era buena.

Finalmente, Harry se permitió ser guiado hasta su habitación. Draco entró, poniéndole llave a la puerta y haciendo un Muffliato al instante. El cuarto estaba oscuro, salvo por la luz de la luna que se colaba a través de la ventana. Draco miró hacia afuera. En cualquier momento los pequeños copos que caían iban a transformarse en nieve.

Se giró a Harry y lo detalló. Su frente tenía rastros de sangre, sudor y tierra. Su nariz y el borde del cuello estaban completamente sucios; su ropa también. Su pelo lleno de cenizas.

—Ven —Draco dijo, llevándolo hacia la puerta del costado que suponía que era un baño—. Estás asqueroso.

Harry no respondió, aún molesto, pero tampoco intentó pelear: simplemente aceptó la mano de Draco y caminó junto a él hasta la otra habitación. Draco abrió la puerta, encendiendo la luz y revelando un baño pequeño con cerámica oscura. La ducha serviría para los dos al menos.

—¿Cómo es que aún no tienes que compartir tu habitación? —preguntó Draco llevando las manos hasta el borde del pantalón de Harry para desabrocharlo.

—Nadie quiere molestar al Elegido.

—Y a la Muerte Negra.

—Y a la Muerte Negra.

—Y al Amo de la Muerte.

Harry suspiró cuando su ropa cayó, y ayudó a que Draco sacara su camiseta.

—Sí, también.

Draco tomó los lentes de Harry para dejarlos encima de la taza del baño con delicadeza, limpiándolos con magia no verbal. También estaban asquerosos.

—Quién diría que agradecería un día que seas tan famoso.

—Antes me tenías envidia.

Draco abrió la boca, indignado.

—Nunca te tuve envidia.

Las comisuras de la boca de Harry se levantaron levemente y él se sintió satisfecho. Dio un paso atrás para empezar a desvestirse también; todo bajo la atenta mirada de Harry.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, y Draco asumió que se refería a lo que había pasado en la pelea.

—La contra maldición funciona bien, y fue conjurada justo a tiempo. No tengo ninguna secuela.

—Tus contra maldiciones son buenas. ¿Esa es la que le enseñaste a Madam Pomfrey?

Draco pausó un momento, preguntándose si ella fue quien lo salvó.

De nuevo.

—Sí.

Cuando Draco miró hacia el frente casi completamente desnudo, descubrió que Harry se había puesto pálido, y su expresión era ausente, como si estuviera rememorando la tarde. O ese momento. O como si toda su cabeza se hubiera quedado en blanco. Draco no lo sabía con certeza.

Harry se llevó una mano hasta la boca, y luego hasta el estómago, y prontamente Draco había sacado los lentes de encima y había abierto la tapa del inodoro para que Harry vomitara todo lo que su cuerpo le pedía. La cena de Navidad, el alcohol, lo que fuera.

Draco lo sostuvo mientras Harry se limpiaba. Estaba temblando entre sus brazos, tomando su cabeza como si le doliera.

Rompió su corazón.

—¿Y decías que estabas bien? —preguntó, tratando de aligerar el ambiente. Harry se había quedado muy quieto contra él.

Estoy bien.

—Acabas de vomitar.

—Yo no me enfermo —Harry insistió tercamente—. Nunca me enfermo. No-

—No va a pasar nada porque no te sientas bien, te lo prometo. El peso del mundo no descansa en tus hombros.

Harry apretó los labios y ejecutó un hechizo dental para limpiar su boca, fingiendo que no acababa de escucharlo. Draco no sabía si de verdad aquello era tan difícil de creer para él.

—Ven —murmuró con gentileza, toda la que podía reunir—. Tienes que bañarte propiamente, te dije que apestabas.

Harry no sonrió. Draco lo ayudó a meterse a la ducha sin decir una palabra.

El agua calentada con magia los recibió. Estaba justo en el umbral de lo tolerable, y Draco dejó que se infiltrase por su piel, llevándose un poco del frío que la noche traía.

Tal como pensó, Harry había perdido bastante peso. Sus costillas se marcaban de forma vaga, al igual que la clavícula. En su cabello espléndidamente negro de vez en cuando podía ver pequeños destellos blancos. Y de todas formas, a medida que Harry se ponía bajo el agua dejando que se llevara todo, Draco no podía creer lo injusto que era que luciera así; porque se sentía casi ridículo cómo, a pesar de todo, Harry era el único en toda esa guerra que seguía siendo devastadoramente atractivo. La cicatriz plateada de su cara contrastaba con su tono de piel, sus ojos verdes podían iluminar cualquier oscuridad. Era un héroe. Era el héroe que todos clamaban, y podía entender por qué la gente pensaba que era su tarea salvarlos a todos.

Pero la verdad es que Harry era-

Era sólo un hombre.

Este exhaló pesadamente, y la forma en que sus costillas se contrajeron y sus pulmones se desinflaron era tan humana... que Draco no podía entender cómo nadie podía ver esa parte de Harry. Cómo nadie podía añorarla.

Porque él quería eso, no al héroe que tenía el resto del mundo. Draco quería conocer sus miedos y sus fortalezas. Quería comprenderlo, estar ahí, y cuidarlo porque estaba jodidamente seguro de que el imbécil no cuidaba de sí mismo. Su pecho dolía al saber que eso era una realidad. Draco quería hacer todo eso y más.

Cuando Harry estiró el cuello hacia atrás y Draco apoyó la barbilla en el hueco que se formaba, confirmó una verdad que había sabido desde el inicio.

Esto con Harry se trataba de un camino de ida.

Era todo nuevo, emocionante, y se sentía jodidamente bien. Lo único bueno que estaba saliendo de todo ese puto desastre. Draco sentía que avanzaba demasiado rápido, y aunque quería detenerse para no darse de bruces contra una pared, no sabía cómo. Se preocupaba por Harry, ya llevaba bastante tiempo haciéndolo, y eso, sumado a que ahora podía permitirse mostrarle qué tan lejos iba su afecto... Draco sentía que por fin había caído a ese pozo sin fondo. Nunca se había sentido así antes.

Era patético.

Estaban en medio de una puta guerra.

Draco se alejó para besar su nuca y con cuidado se llenó las manos de shampoo.

Harry se tensó cuando sintió los dedos enredarse en su cabello, lavándolo lo más suave que podía.

—Puedo hacer esto solo, no soy inútil —le escupió.

—No, no eres inútil. Y sé que puedes hacerlo solo —Draco concordó, dejando que el agua enjugara su pelo—. Simplemente quiero hacerlo yo por ti.

Harry no se relajó, pero tampoco continuó peleando. Draco repitió el proceso una y otra vez; masajeó, limpió y enjugó hasta que creyó que era suficiente. Algunos mechones se enredaban en sus dedos, cayendo a la cerámica de la ducha a montones. Harry debía estarlo perdiéndolo gracias al estrés, aunque no se notaba porque tenía demasiado. Draco fingió que no lo notaba y el cuerpo del moreno poco a poco comenzó a calmarse, pero nunca dejó de estar alerta, no importaba qué tanto Draco intentara alivianar el ambiente.

Al cabo de un rato decidió besarlo. Porque lo extrañaba aunque estuviera justo allí. Por si acaso. Por si algo les pasaba. Porque se arrepentiría si no lo hacía.

Porque nunca habría podido resistirse.

Harry lo besó de vuelta, envolviendo sus brazos detrás de la espalda de Draco y acercándolo a él, ambos bajo la ducha. No era un gesto sexual; nada de eso estaba dispuesto a serlo. Era simplemente... un cuidado luego de un largo día.

La recompensa de Navidad.

Draco se separó unos segundos más tarde para poder lavarse a sí mismo, y Harry desvaneció los mechones en la cerámica con un gesto bruto, como si de pronto fuera demasiado verlos. Draco podía entenderlo.

Cuando volvió a abrir los ojos, Harry continuaba dándole la espalda, y la mirada de Draco inevitablemente fue a parar a esta. Levantó la mano inconscientemente, tocando el pedazo de roca que se extendía alrededor de su piel, fría y dura contra la carne humana. Los bordes alrededor de esta estaban endurecidos, dañados.

—¿Estás tocando la piedra, no? —preguntó Harry. Su tono era rasposo.

Draco tragó en seco, recordando el día que tuvo que hacer una contra maldición tan rápido como podía, para así salvar a Harry Potter. Una parte de sí había pensado que quizás era mejor que se muriera, hasta que recordó su Juramento y lo importante que Potter era para la guerra. No se sintió culpable en ningún momento. Casi creyó que Harry lo merecía.

Ahora sólo podía pensar que llevaría esa cicatriz para siempre gracias a él.

—Yo hice esto —murmuró, sin dejar de tocar la piedra.

—No, no es así.

—Yo la creé.

—No te culpo.

—Solías culparme de muchas cosas. Y ahora de nada —Draco dijo con una sonrisa sin humor—. No sé cuál de tus dos versiones creer.

Harry no respondió. El pasado se alzaba entre ellos como un mar de palabras no dichas.

Draco pasó a delinear la piel alrededor, sabiendo que a pesar de que la piedra solamente alcanzaba a cubrir la parte más superficial de la dermis, aún así debía presentarle dificultades.

—¿Te molesta?

—Solía molestarme al volar. Ya no la siento.

Draco asintió, para luego inclinarse y besar el inicio de su espalda.

Era la mejor manera que tenía de decir "lo siento".

Harry se apoyó contra él y Draco lo envolvió entre sus brazos. Recordando. Siempre recordando.

—Tienes casi tantas cicatrices como yo —comentó, porque era lo único en lo que podía pensar luego de ver su espalda.

—La mayoría son de cortes que no sané —explicó Harry—. Diffindos. Heridas hechas en el campo de batalla. Tú tienes más, eso sí.

La diferencia era que Draco obtuvo la mayoría una sola vez, y ni siquiera fue una pelea como tal. Las de Harry eran distintas, y estaba seguro de que las había obtenido en diferentes ocasiones. Eran ocho años escritos y grabados en su piel.

Injusto, que hubiera pasado por tanto siendo tan joven.

Harry se volteó entonces para así besarlo, y Draco pasó la yema de los dedos por su cuello, su torso, sintiendo los distintos relieves bajo la mano. Posó el dedo índice con insistencia sobre la cicatriz del borde del cuello de Harry, una de las más prominentes. Le dio repetidos toques mientras lo miraba a los ojos.

Era una pregunta implícita.

—La obtuve el día que Ginny murió —respondió Harry, separándose levemente. Draco asintió.

—¿La extrañas?

—¿Te da celos?

Draco se detuvo a pensarlo, y aunque siempre había sido alguien posesivo... en este caso no, no le daban celos. Ginny Weasley estaba muerta y no había mucho daño que pudiera hacer desde el pasado. Al menos no a él, quien apenas la conocía. Draco no estaba compitiendo contra Astoria o Adrian quienes aún vivían y habían tenido a Harry, incluso en la superficie. No iba a competir con un fantasma. No tenía ni el tiempo, ni la paciencia.

Negó, y Harry se relajó visiblemente.

—A veces —admitió él, pasando sus brazos por la cadera de Draco—. Pero... como compañera. Ginny y yo nos parecíamos más de lo que alguna vez me pareceré a alguien. Solía entenderme cuando ni Ron ni Hermione lo hacían.

—¿Aún la amas?

—Sí. Creo que nunca dejaré de amarla —Harry respondió sin vacilar—. Pero no de la forma en que lo hacía antes.

El estómago de Draco se hizo un nudo, pero no dijo nada más, simplemente siguió su recorrido con la mano; posó los dedos encima de su pecho, donde una quemadura contrastaba con la piel morena.

—Es la quemadura del guardapelo de Slytherin —explicó Harry—. Un Horrocrux.

Un Horrocrux.

Draco se sintió mareado al escucharlo. Por un momento, el grifo de la ducha se oyó lejano, y un olor a sangre inundó sus fosas nasales. Había leído sobre los Horrocruxes en la biblioteca de la mansión, eran la magia más oscura existente, y como no se decía mucho de ellos (ni cómo crearlos o para qué servían), Draco estaba seguro de que se trataban de una leyenda. El concepto de un Horrocrux era abominable.

—Volveremos a eso luego —decidió cuando volvió al presente. Harry lo miraba con atención.

Sus dedos viajaron hasta un lado de la quemadura, donde Harry tenía múltiples rasguños e incluso algo parecido a un agujero. Lo oyó respirar hondo.

—Es la mordida de Nagini, de la ocasión que te hablé hace unas horas. Me hizo esta herida en la Navidad de 1997. —Harry levantó su brazo, y le mostró el costado—: También me dejó una aquí.

Allí también había múltiples cicatrices, repartidas por todas partes. Pequeñas, menos notorias que las de Weasley, pero existían y habían dolido en su momento.

—El corte de aquí —dijo Harry, dando vuelta su brazo para mostrar la parte interior—, fue hecho por Colagusano para resucitar a Tom. Esta cicatriz de aquí —apuntó al inicio de su extremidad—, es del colmillo del basilisco-

—¿Basilisco?

—Sí, ¿no lo recuerdas? —preguntó él extrañado—. En segundo año. Peleé contra él, y lo maté.

—Estás mintiendo.

—No. ¿Cómo es que no lo recuerdas?

Harry se veía divertido al sentir su incredulidad, pero la verdad... Draco era el que quería vomitar ahora.

Había tenido doce años.

Harry era- era un niño.

¿Qué hacía peleando contra un basilisco? ¿Por qué lo habían dejado, joder?

¿Acaso Harry llevaba peleando durante toda su vida?

—¿Draco?

Draco pestañeó, dándose cuenta de que la mano que sostenía el brazo de Harry estaba apretando con demasiada fuerza, probablemente provocando daño. Su agarre se relajó, y se aclaró la garganta para tragar la ira que subió por ella. Como distracción, entrelazó sus dedos y apuntó con la boca a las palabras escritas en el dorso de la mano de Harry.

—¿Qué es esto de acá?

—Umbridge. Quinto año. Me hizo escribir en detención con una pluma de sangre que "no debía decir mentiras".

Draco quería gritar.

—Voy a asesinar a esa hija de puta.

—Invítame.

Harry odiaría la lástima, así que lo que Draco sentía estaba totalmente lejos de serlo. Lo que sentía era... era cólera. Harry había sido herido una y otra vez, y continuaba siéndolo. Era como un bucle infinito donde las únicas opciones que había tenido eran luchar, o sufrir. O ambas. Harry no conocía más, y Draco quería mostrarle que sí había. Que existía más que esa guerra, y que Voldemort, y las cicatrices que ambos portaban.

Sólo no sabía cómo.

Harry no quería que comentara sus cicatrices, eso seguro. Era como volver a abrirlas de nuevo, y probablemente más de alguna persona intentó que le contara la historia, y luego le dijo la gran hazaña que era haber sobrevivido a esas cosas terribles. Draco sabía que se sentiría enfermo, así que tampoco lo hizo, sólo siguió trazando un camino con los dedos hasta la cadera de Harry, donde un tatuaje resaltaba. Lo había visto durante un entrenamiento y cuando se acostaron. No tenía idea de qué podría ser o cómo lo había conseguido.

Era una ave parecida a un águila que descansaba en una media luna. Sus alas estaban abiertas, y la luna tenía dentro unos símbolos parecidos a una runa, aunque Draco no podía recordar cuál.

—Esto lo tenemos todos los miembros de la Orden... —explicó Harry—. O sea, los que la dirigimos. Se grabó en nuestra piel después de un ritual para proteger la base bajo tierra, y luego sirvió para esta mansión. Es lo que evita que entre gente que nosotros no hemos autorizado, y lo que me permite a mí abrir las puertas. Hasta ahora funciona a la perfección, pero es un ritual de luz y la magia negra puede deshacerlo si se estudia cómo. Nos servía como Fidelius para la base debajo de la tierra. Aquí arriba... no es tan eficaz.

De todas formas, era un movimiento inteligente. Un impedimento. Voldemort probablemente no sabía de su existencia porque no se trataba de magia negra. Le parecía que fue justo lo que la Orden necesitaba hacer.

Solamente deseaba que no hubiera marcado a Harry más de lo que ya estaba marcado.

Draco asintió, sin querer saber más. Harry probablemente no recordaba el resto de sus cicatrices. Y si lo hacía, creía que él iba a terminar vomitando.

—Vamos —dijo luego de dejar un beso en sus labios, mientras salían de la ducha.

Harry le hizo caso, y Draco aplicó un hechizo para que ambos se secaran. Se metieron a la cama así, sin vestirse. En un rato él debía marcharse para no levantar sospechas. No tenía sentido ponerse su ropa ahora.

—¿Me explicarás que es eso de "Horrocrux"? —preguntó Draco una vez que estuvieron frente a frente bajo las sábanas.

Harry cerró los ojos con pesar. Draco notó que le faltaban sus lentes.

—La razón por la que buscamos tanto a Nagini, es porque ella es un Horrocrux. ¿Sabes lo que es eso, no?

Él hizo una mueca.

—Algo.

—Un objeto que usualmente guarda el alma de las personas. Tom fragmentó su alma en siete pedazos.

Su corazón se saltó un latido, viendo con incredulidad la cara ajena. Harry aún no abría los ojos.

—Siete...

—El guardapelo que me dio la quemadura era uno. La copa de Hufflepuff en la bóveda de Bellatrix era otro. El diario que tu padre puso en el caldero de Ginny, el anillo de los Gaunt y la diadema de Ravenclaw que buscábamos en la Sala de Menesteres —Draco recordó el fuego, a Crabbe y Goyle y cómo había suplicado que no mataran a Harry—, también eran pequeños pedazos del alma de Tom.

—Nagini era el sexto —Draco dijo, tratando de seguirle la corriente, aunque era demasiada información para digerir—. ¿Qué hay del último?

Harry suspiró una vez más.

—El último era yo.

Por un largo y doloroso momento, Draco no pudo reaccionar.

No, repetía su cabeza. No. No. No. Había oído mal. No.

Todas las piezas empezaron a encajar en su cabeza. Que Harry sobreviviera a la Maldición Mortal, no una, sino dos veces. El poder que tenía. Todo, todo empezaba a cobrar sentido y-

Su reacción instintiva fue pasar los brazos por la cintura de Harry, acercarlo y aferrarse a él con fuerza, como si alguien se lo fuera a arrebatar.

Harry había tenido a Voldemort dentro suyo.

No. No. No.

¿Cómo no se había vuelto loco? ¿Cómo había resultado ser alguien decente, después de todo eso?

—¿Cómo? —susurró.

—Tom lo hizo sin querer la noche que mis padres murieron. El Avada Kedavra rebotó, y parte de su alma quedó viviendo dentro mío. Es algo difícil de explicar —Harry dijo rápidamente, abriendo sus ojos de golpe—. El tema es que ya no está. Cuando morí en el Bosque...

Draco comenzó a respirar erráticamente al escucharlo, al rememorar ese día. Estaba todo claro en su mente: el semigigante llevando a Harry en sus brazos, Voldemort gritando que estaba muerto. Y luego, lo que había venido después: ver a Harry morir en el Ministerio, ver cómo el Lord le arrancaba la cabeza frente a sus ojos.

Draco sentía que Harry se le escapaba de entre los dedos.

Este reaccionó al verlo tan agitado y lo abrazó también. Su cara estaba a centímetros de la de Draco.

—Cuando morí en el Bosque —continuó, esperando que se calmara—, ese pedazo de él que estaba dentro mío murió también, y se me dio la oportunidad de volver. Se me dijo que yo podría arreglar este desastre.

—Esto es más grande que tú.

—¿Crees que no lo sé? —Harry espetó con brusquedad, para luego negar con la cabeza—. Da igual.

Draco sintió que se relajaba de todas formas, porque si Harry había muerto antes, significaba que ya no albergaba nada de Voldemort dentro suyo. Significaba que no había razón para perderlo otra vez...

Necesitaba aferrarse a ese pensamiento.

—Tom y yo solíamos compartir una conexión antes de eso, y yo heredé algunos de sus poderes: hablar pársel, por ejemplo —Harry continuó explicando, perdido en su memoria—. Cuando morí, la conexión se cortó, pero el poder mágico que heredé de él, o el pársel, no me abandonaron. Pasaron a formar parte de mí, eso es lo que concluyó la Orden.

Harry se veía amargado al respecto. Draco no entendía por qué.

La respuesta llegó un segundo más tarde.

—No los quiero. No son mis dones en realidad. Todo lo que soy- todo, absolutamente todo, es gracias a ese cabrón. Mi poder. Mis habilidades. Todo es por su causa.

—Eso no es así —Draco dijo sin aliento, empezando a sentirse impotente.

—Sí lo es. Si soy poderoso, es gracias a él.

—Harry...

Draco lo miró, y nunca había visto alguien tan poco parecido a Voldemort. Él, quien convivió con ese hijo de puta por años, y de quien Draco supuestamente era uno de sus súbditos más fieles, lo sabía mejor que nadie. Harry no era nada de lo que era gracias a Voldemort; quizás por su culpa, pero no gracias. No importaba lo que creyera, Draco sabía que no era así. Y joder, cómo dolía observar esos ojos verdes perturbados...

—¿No te ves de la misma forma que el resto te ve, no es así? —Draco le preguntó. El sonido de su voz salió estrangulado—. No puedes.

Harry volvió a apretar los dientes, y a pesar de que Draco podía juntar los pedazos de lo que le había contado y hacerse una idea de lo que había tenido que pasar para terminar así, no lo sabía todo. ¿Qué había de sus parientes muggles? ¿Por qué Harry no los mencionaba nunca?

¿Por qué parecía ser que Harry no valoraba nada de lo que él mismo lograba?

—Harry, eres más que eso-

—Bueno, volviendo al tema —dijo cambiando el hilo de esa conversación bruscamente. Draco cerró la boca y lo escuchó—. Nagini desapareció. Hay que buscarla y matarla, para así hacer a Tom mortal. Por eso él está tan desesperado por encontrarla también, porque de ser así, puede ser asesinado como cualquier otro hombre. Por eso hizo lo que hizo con Narcissa- porque si ella sabía donde Nagini se encontraba y él la hallaba antes que nosotros... podía respirar tranquilo nuevamente. Pero no ha sido así. Y mientras yo viva, y él crea en la profecía, todo esto representa una amenaza demasiado grande.

Draco nunca se había parado a pensar en la profecía. Su pecho se contrajo.

—¿Y tú crees en ella? —murmuró, sin estar seguro de querer saber la respuesta.

Harry demoró unos segundos en hablar.

—No lo sé. Creo que prefiero no hacerlo, pero...

—¿Pero?

—Si es cierta, uno de los dos tiene que morir. Sí o sí. ¿Lo entiendes?

—Harry-

—¿Lo entiendes?

No. Draco no lo entendía. Nada era inevitable en el universo y no era posible que después de todo lo que Harry tuvo que pasar- después de todo- tuviera que dar más. Tuviera que seguir poniendo su vida en juego. Tuviera que ser él. ¿Por qué? ¿Por qué no otro? ¿Por qué no podía ser alguien más? Draco habría dado todo su dinero, todo lo que tenía, todo lo que era- para cambiar sus lugares. Para que Harry no tuviese que vivir con esa maldita responsabilidad.

—Él va a ser quien morirá —murmuró con fuerza, ahuyentando las lágrimas que se posaron en sus ojos—. Él- no tú. No tú, Harry.

Harry no contestó.

Después, besó su coronilla.

—Primero hay que enfocarse en lo importante. Debemos encontrar a Nagini.

Draco cerró los ojos, deshaciéndose de sus lágrimas.

—De no encontrar a Nagini... ¿No hay forma de acabar con él?

Harry esperó unos instantes para responder.

—No.

Mierda.

—Y la he buscado por todos los lugares posibles, lo juro. Te lo juro, Draco. Simplemente no está. Nagini despareció, y la guerra se ha alargado porque no he podido encontrarla y yo-

—Harry. —Draco tomó los bordes de su cara—. Has hecho todo lo que has podido.

Él negó, y no sabía si eran sus imaginaciones, pero Draco creyó que sus ojos esmeralda estaban comenzando a llenarse de lágrimas también.

Se dio vuelta para quedar a horcajadas encima de él, sin dejar de sujetar su rostro, y repitió:

—Has hecho todo lo que has podido.

Harry cerró los ojos. Empezó a respirar agitadamente.

Draco no sabía qué hacer, cómo ayudarlo, cómo enmendar el mal que otros le habían causado.

El mal que él mismo le había causado.

—Lo siento —susurró Draco, inclinándose y dejando un beso en su cuello—. Lo siento.

Draco se disculpaba por muchas cosas. Porque él había contribuido a hacer de su vida un infierno cuando eran jóvenes. Porque lo hirió cuando ya tenían confianza. Por no haber estado allí. Por no haberse dado cuenta antes de su sufrimiento.

Porque Harry tenía que pasar por todo eso, y nadie podía ayudar a que su dolor se volviera más ameno.

Harry lo abrazó. Quizás estaba cansado de hacerlo todo solo.

Y ahora veía que no lo necesitaba.

Draco estaba dispuesto a ayudarlo. A cargar con el peso junto a él.

Así que Harry se dejó hacer mientras Draco lo sostenía, fuerte y duro y real. Sus manos delineaban el cuerpo ajeno mientras murmuraba.

—Lo siento —repitió, besando ahora su frente, a un lado de su cicatriz—. Siento no haberte visto antes. Siento no haber pensado en ti antes. Mereces una vida feliz, ¿lo entiendes?

Harry no respondió. Las respiraciones que soltaba no se habían calmado, y las palabras del rubio salían de su boca por sí solas. Draco no se había disculpado nunca antes, tampoco había rogado- y luego iba Harry Potter y lograba que hiciera todo eso en meses. Pero no le importaba. Draco era capaz de arrastrarse, era capaz de elegirlo por encima de las vidas de todos los inocentes en el mundo; de arrasar con sus familias y desmantelar sus futuros. Era capaz de lo que fuera, para que Harry dejara de sentirse así.

Para enmendar un poco el daño.

—Mereces el mundo, y lo que puedo darte es poco en comparación. Pero trataré de que sea suficiente. Oh, Merlín, esperaré que sea suficiente.

Harry tragó el nudo que Draco notó que se posó en su garganta y se dedicó a delinear con cuidado las múltiples cicatrices que le cubrían el torso. Una parte de sí quiso gritarle que se alejara: él le había dado esas cicatrices. El "Cobarde" que llevaba escrito en el pecho estaba ahí, en su mayor parte, debido a que no soportaba fallarle de nuevo.

Sin embargo, eran pensamientos egoístas. Harry se había expuesto. Era justo que él se expusiera de vuelta.

Aunque de cierta forma ya lo había hecho.

Era extraño admitir que nadie lo conocía más; Draco le había contado cosas a Harry que jamás le habría dicho a otra persona, y viceversa. Quizás porque nunca necesitó aparentar frente a él; ya tenían el peor concepto el uno del otro.

Lo entendía. Harry lo veía tal cual era: sin paredes, sin máscaras. Nadie lo conocía tanto. No así.

Definitivamente no así.

—He hecho más daño del que alguna vez podré pagar, pero trataré de enmendar en lo que me queda de vida los errores que he cometido contigo.

Era verdad. Draco estaba dispuesto a hacerlo, a pasar el resto de tiempo que le quedaba intentando redimirse. A que si Harry sufría de nuevo no fuera por su culpa.

Sus manos se posaron en los costados de Harry, esperando que lo perdonara, al menos en una pequeña parte de sí mismo; esa que no admitía que aún le guardaba rencor por algunas cosas.

Draco puso la boca en su mejilla.

—Por el inicio —dijo suavemente, como si quisiera ponerle miel a sus palabras. Que dejaran de sonar tan crudas como eran. Que significaran menos.

Sus manos subieron. Draco estaba en su cuello de nuevo, dejando un beso justo en la línea de su mandíbula. Harry ahogó un suspiro. Draco se preguntó brevemente si quizás no podía hallar una forma de fundirse en él. De ser parte de él. Quería eso. Quería eso y más.

Su vida era de Harry.

—Por quien fui en Hogwarts.

Draco se puso entre sus piernas, colocando las manos a los costados de la cabeza de Harry y mirando hacia abajo. Estaban casi completamente pegados bajo las sábanas, y eso era exactamente lo que deseaba: estar piel con piel.

A diferencia de otras veces, no se encontraba apresurado como si todo el tiempo ambos estuvieran corriendo en contra de un reloj que no los dejaba descansar. En ese momento, se estaba tomando sus minutos para explorar. Para compensarlo. Y Harry lo miraba- lo miraba...

Como si Draco valiera la pena.

Algo se retorció dentro suyo.

—Por lo que te hice pasar —susurró Draco, para luego agacharse y dejar un beso encima de su pecho, justo en el lugar de la cicatriz del relicario.

Una parte suya quería detenerse. Todo se sentía- demasiado personal. Demasiado íntimo. Sentía que le estaba permitiendo ver una parte suya que nunca le había mostrado a nadie. Una parte frágil, porque Draco lo estaba mirando, y estaba seguro de que en sus ojos la palabra "cariño" estaba escrita. Quería detenerse y parar todo eso- todas esas palabras estúpidas y la cercanía que el día que le fueran arrebatadas, dolerían. Dolerían como nada más en el mundo, porque todo lo que le importaba le era arrebatado.

Era seguro que no duraría para siempre.

Pero Harry se estaba mostrando vulnerable también, y Draco deseaba devolvérselo de alguna forma.

Así que no se detuvo. Continuó bajando, sin despegar la boca de su piel, y besó su cadera, justo encima de su tatuaje.

—Por sexto año.

Harry enterró los dedos en su cuello, mientras las manos de Draco subían y bajaban por sus costados. Prontamente su cabeza estaba entre los muslos de Harry, y Draco se encontraba besando la piel del interior mientras él lo miraba.

Tal como Draco, todos sus sentimientos se reflejaban ahí.

—Por séptimo año.

Draco subió de nuevo, haciendo que la espalda de Harry se arqueara en la cama. Prontamente estaba encima de su cara, respirando el mismo aliento. Draco no cortó el contacto visual, observando los desnudos ojos verdes de Harry y- ¿siempre había sido de esa manera, no? ¿Como si Harry pudiera mirarlo a él, dentro de él, a través de él?

Draco imprimió todo lo que quería decir en esa mirada. Harry aún no sonreía. Su mandíbula se mantenía en una fina línea.

Bajó los labios hasta la punta de su nariz.

—Por lo que vino después.

Y sonaba tan... dolido, incluso a sus propios oídos. Las palabras salían de su boca como un sonido estrangulado. Harry tenía claro que Draco probablemente no se arrepentía de la mayoría de las cosas que había hecho, pero la forma en la que hablaba en ese momento, parecía... Parecía ser el tono de alguien que quería ser mejor. Que deseaba ser- más. Sólo más que esa guerra. Alguien que se arrepentía. Alguien que quería ser más, porque pensaba que Harry merecía más también.

Draco estaba siendo honesto.

Esperaba que él pudiera verlo.

Harry puso una mano alrededor de su cuello y lo atrajo hacia él, hasta que su cuerpos estaban chocando el uno con el otro. Cerca. En él. Con él.

Quizás la razón por la que Harry no hablaba, era en verdad porque no quería arruinarlo. Draco podía reconocerlo, Harry creía que terminaba estropeando todo. Tenía demasiado miedo de fallar, de que Draco viera en verdad que era una "farsa", como él mismo había creído, minutos atrás, diciendo que gracias a Voldemort tenía lo que tenía. Harry creía que no era especial. Que no era extraordinario.

Bueno, en eso se parecían. Draco pensaba en sí mismo como un hombre al que la guerra le había quitado todo y ahora nada más quedaban pequeños espacios. Vacíos que sólo eran capaces de ser llenados con mentiras. Draco no deseaba que Harry viera lo que él veía cuando se miraba al espejo y se alejara de él.

La diferencia era que entre los dos, Harry sí era especial.

Harry merecía salir de todo eso.

—Cariño... —Draco pasó una mano por su mejilla, para así despejar su cara de cabellos sueltos—. Cariño... Harry.

Podía ser cursi, y patético. Draco sabía que lo era. Ni siquiera estaban juntos, y hacer esto era revelar más de lo que él quería revelar. Aquello duraría la guerra, nada más allá. Pero veía su cara, y era imposible no pensar, no preguntarse...

De haber estado en otro escenario, ¿ellos podrían...?

¿Podrían-?

Draco acarició su mejilla, ahuecandola.

—Harry.

Quería repetir su nombre, decirlo una y otra y otra vez hasta que perteneciera en sus labios como un beso.

Harry atrapó su espalda baja con las piernas.

—Cuidaré de ti —Draco se movió para así poder murmurar en su oído, acariciando una cicatriz en su costilla.

Su corazón iba demasiado rápido.

—Así como yo lo haré contigo —respondió Harry de inmediato.

Por unos minutos, lo único que hizo Draco fue estar en silencio, escuchar su respiración, y asegurarse de que eso estaba pasando de verdad. Era demasiado difícil de creer. Era la primera vez en... meses, que sentía algo parecido al contento. No felicidad, pero lo suficientemente cerca. Porque Harry estaba bien, estaban piel con piel, y podía besarlo y hablarle y disfrutar del tiempo que tuvieran.

Era demasiado real.

Y eso hacía que le diera miedo estar imaginándolo.

Draco apoyó la cabeza en su hombro y respiró profundamente.

—Nos cuidaremos el uno al otro entonces.

Harry asintió, provocando que su estómago se revolviera.

Su vida le pertenecía.

Draco era suyo.

Aquello iba más allá de algo tan banal como una relación. Iba más allá de algo tan banal como poseer el cuerpo del otro. Draco era suyo y Harry le pertencía para cuidarlo, para protegerlo, como algo que no podía explicarse en palabras. En ese momento, Harry era su todo, y Draco se aseguraría de que continuara siéndolo, incluso si es que después de que las cosas acabaran, su destino no fuera a su lado.

Draco lo miró desde el borde de la clavícula hacia arriba, y la visión le quitó el aliento. Joder, el bastardo era atractivo, era algo demasiado obvio como para seguir recalcandolo. Pero no sólo eso. Harry era- era...

Harry era magia.

Draco subió un poco, rozando sus narices, y Harry, sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, lo besó.

Olía a madera. A humo.

Y a esperanza.

—Harry —dijo Draco, separándose un poco, y sonando casi desesperado—. Estoy aquí. Estoy justo aquí.

Harry pareció saber a qué se refería.

—Estoy aquí también.

Todo dentro de esa habitación era demasiado perfecto para ser real, mientras afuera la mansión se encontraba en un completo caos. Y cada vez que algo era demasiado perfecto, demasiado bueno y feliz, ese mundo se los arrebataba, les hacía recordar que estaban hechos para no más que sueños frustrados y torturas eternas. Tenerse el uno al otro- tenerse de la forma en la que se tenían... parecía una fantasía. Una fantasía que en cualquier momento se les escaparía de las manos.

Harry lo besó de nuevo, apegándose más a él.

—Es real —susurró—. Estoy aquí. Estoy aquí, Draco.

Draco cerró los ojos e intentó creerle.

No sabe si lo logró.