Draco se marchó cuando el sol estaba saliendo, y Harry prometió seguir durmiendo después.

Sin embargo, luego de intentarlo por una hora entera, volvió abajo a ayudar en lo que podía.

Kingsley junto a Molly ya habían reorganizado las habitaciones para que la gente nueva durmiera con sus cercanos, y al menos ya no quedaban heridos amontonados en cada rincón de la mansión. Se respiraba una amarga calma, como si la gente hubiera dado por sentado que sin importar la fecha, podrían terminar todos muertos de igual forma.

Harry asistió a los heridos que aún estaban en el patio tomando aire fresco, y cuando llegó la hora, Hermione fue a buscarlo afuera alegando que debía comer. Harry le dijo que no era capaz de hacerlo, o vomitaría, pero ella no escuchó, y minutos después, Harry se vio sentado en el comedor principal de la mansión con Ron a su lado y Hermione enfrente.

La mayoría del tiempo las personas en la base solían tomar turnos para comer, y los que no alcanzaban la mesas comían en otros lugares; Harry usualmente era de esos. Sin embargo, ese día el comedor se encontraba prácticamente vacío, por lo que tampoco tenía alguna excusa para irse.

Harry miró los aperitivos encima de la tabla de madera y se sintió enfermo recordando la tarta de melaza que se le había caído. No era nada extravagante ni mucho menos se trataba de cantidades colosales de comida, pero después de todo lo que había pasado apenas horas atrás...

Ron se encontraba comiendo sin importarle aquello, aunque estaba más callado que de costumbre. Él y Hermione tenían ojeras tan profundas como las suyas, y a ella todavía se le dificultaba comer con sus dedos faltantes. Su cabello estaba mucho más esponjoso que cualquier otro día, y aunque en algún punto ambos tuvieron que hacer una pausa para bañarse o limpiarse, Harry sentía que aún apestaban a sangre y humo.

Ron empujó una bandeja de pan con huevo hacia él, y Harry, con la mirada fija en esta, trató de recordar un momento en el que hubieran comido juntos que Ron no hubiese hecho algo así. Siempre estaba tratando de alimentarlo hasta reventar, comiendo junto a él; sobre todo luego de las vacaciones de verano cuando eran niños.

—Así que... —Ron irrumpió el silencio cuando vio que Harry agarraba el pedazo de pan y se lo echaba a la boca, muy a regañadientes— estaba pensando en lo que Hermione dijo ayer, sobre entrar al Ministerio.

—¿Qué hay con ello?

Ron se removió incómodo en su lugar y evitó su mirada. Harry sabía que no le iba a gustar lo que le diría.

—¿Qué piensan los Mortífagos sobre la desaparición de Adrian?

Tenía razón.

—Según lo que Nott, nos dijo —se apresuró a decir Hermione y Harry paró de comer, sintiendo que su cuerpo se desinflaba—, desconfiaban de él en un inicio, de que él hubiera sido el culpable o un espía, pero su familia reportó su desaparición horas antes de la muerte de McGonagall porque sabían lo que iba a hacer: de esa forma tendría una coartada. Así que ahora simplemente está en la lista de desaparecidos del gobierno.

—O sea que lo más probable... es que su casa aún tenga abierta la conexión de flú para entrar al Ministerio —Ron dijo, y sonaba como si hubieran ensayado ese diálogo antes—. O mejor, sus padres tienen acceso a este desde su hogar para así poder ir a consultar el avance sobre la desaparición de su hijo.

—Sí, es lo más probable.

Harry enfocó la vista en sus manos y las apretó cuando comenzaron a temblar de cólera. Sabía adónde iría Ron con todo eso, y Harry confiaba en Ron, tenía claro que lo que fuera a sugerir era un buen plan, una buena forma para entrar al Ministerio y así tirarlo abajo.

Pero el costo que Harry pagaría sería grande.

—Su familia no nos dejará pasar, en todo caso —continuó Hermione, maquinando—. O bueno, nos pedirán alojo aquí en la base si es que acceden. Los Mortífagos sabrán que entramos al Ministerio a través de su casa, no podrán quedarse allí después del ataque.

Ron asintió.

—Si es así... tendríamos que liberar a Adrian para hacer el trato.

Harry apretó los párpados.

Ambos pares de ojos estuvieron encima suyo al instante, y Harry oyó sus propios dientes rechinar, incluso sin quererlo. Tomó el pan a su lado y le dio un mordisco, sólo para hacer algo y evitar la confrontación.

—Harry...

—No me miren a mí —espetó—. Kingsley, Arthur, Poppy y Molly son los encargados de ese tipo de decisiones.

—Pero sabes que Kingsley toma en cuenta tu visión más que la de todos nosotros.

Quería que fuera una mentira; sin embargo, era cierto. Kingsley le había preguntado qué creía que debían hacer con Adrian y Harry respondió que, si fuera por él, se quedaría encerrado en esa celda hasta que se pudriera.

Si le decía que había cambiado de opinión, Kingsley lo tomaría en cuenta, porque así era él.

El problema es que Harry no había cambiado de opinión, su estómago se revolvía de sólo pensarlo.

—Mató a McGonagall —les dijo, como si eso explicara todo. Harry apretó el pan con tanta fuerza que las migas saltaron para todas partes.

—Y Malfoy la torturó —Hermione replicó, haciendo a Harry tensarse aún más—. La cegó, quién sabe cuántas cosas más, y no te veo-

—Mione —Ron intervino con delicadeza—, ahora no.

Hermione no entendía la diferencia entre Draco y Adrian, no sabía qué tan distintas habían sido las cosas, pero joder cómo escocía saber lo que pensaba de él.

Su mente iba demasiado rápido, y una sensación de amargura e ira nació en su sangre. Harry dijo que haría lo que fuera para ganar la guerra, lo que fuera. Pero McGonagall fue el detonante de esa decisión, ¿y dejar a su asesino suelto...?, ¿permitir que su muerte fuera impune?

¿Hasta qué punto tenía que seguir doblando la justicia?

Por una vez quería ser egoísta y tener la satisfacción de la venganza en sus manos. No pudo salvar a McGonagall, pero pudo capturar a su asesino y hacer que las pagara. Harry no quería deshacerse de eso, de uno de los pocos triunfos que había tenido: se lo debía a Minerva. Era injusto que quisieran quitarle aquello también.

Pero- sabía que estaba siendo infantil.

Minerva también era cercana a Ron y a Hermione, y ellos no estaban la mitad de escandalizados. Se preguntaba qué pensaba Madam Pomfrey. Harry se preguntaba si en caso de negarse, ella estaría de su lado.

De todas formas, sabía que no iba a decirle que no.

—Hablaré con Kingsley —terminó dictaminando de mala manera, porque las opciones se acababan.

Desearía con todas sus fuerzas tener más.

Sería obligado a verlo todos los días. Despertaría y quizás se lo toparía fuera de su habitación. Lo escucharía reír, sabiendo que le había quitado esa oportunidad a McGonagall. Harry tendría que pasar cada minuto y hora evitando cruzarse con él, no pudiendo estar en paz, porque cada vez que lo mirara a los ojos, iba a ver la cara de Minerva. ¿Y qué pasaba si quería hablarle? ¿Qué haría Harry entonces?

¿Tendría que fingir normalidad?, ¿hacer como si nada hubiera pasado?

La mano de Ron se posó sobre su hombro y apretó; Hermione estiró el brazo encima de la mesa y atrapó su mano que aún sujetaba el pedazo de pan.

—Lo siento —dijo ella. Sonaba apenada.

Harry recién allí notó que su pecho subía y bajaba con frenesí. Se llevó los dedos a la camiseta y la estiró. Ron se acercó más. Hermione intensificó su agarre.

Estaba bien. Todo estaría bien. Ellos estaban allí. Le ganarían a Voldemort. La guerra acabaría pronto.

Encontrarían a Nagini.

La guerra acabaría pronto.

—Harry —Ron dijo, Harry notó vagamente cómo le costaba pararse—. Está bien. Ven, vamos.

Harry se quedó en su lugar mientras Hermione se levantaba también. Pronto la sintió a su costado. El shampoo de flores inundó sus fosas nasales.

—¿Te gustaría ir a volar? —preguntó ella. Harry pudo oír cómo le temblaba la voz y se sintió peor. No quería preocupar a Hermione.

Tampoco podía contestar.

—Está bien —Ron respondió por él—. Vamos a volar.

Harry se dejó levantar e ignoró las miradas curiosas de las personas a su alrededor, así como ignoró la manera en la que se quedaba sin aire o el latido desenfrenado de su corazón. Trató de vaciar la mente y se concentró en el calor de Ron a su lado, quien cojeaba, y el aroma a flores de Hermione. El resto desapareció.

Ellos estaban ahí.

Ellos siempre iban a estar ahí.

Harry caminó con Hermione y Ron por el jardín durante unas cuantas horas.

Ninguno voló en realidad.

•••

Los días pasaron, Harry habló con Kingsley acerca de Adrian, y el plan para tumbar el Ministerio comenzó a maquinarse. Pronto lo harían, cuando ya tuvieran todos los detalles resueltos.

Año Nuevo llegó, y Harry no salió de su habitación a celebrar una mierda. Porque era otro año más encerrado en esa puta mansión, esperando que sucediera un milagro. No había nada que festejar. Ilusamente creyó que aparecería Draco ese día para hacerlo mejor, pero eso no sucedió, y lo único que Harry recibió fue a un Ron y una Hermione que entraron a abrazarlo a las doce de la noche y darle alcohol que los refugiados habían llevado.

Harry se quedó con ellos hasta la madrugada.

Las semanas volaron, Harry extrañó a Draco, y se enteró sólo a través de Theo que estaba bien, ocupado, y aunque eso no menguaba su deseo de que estuviera allí, sí lo tranquilizaba un poco. Lo extrañaba. Harry estaba cayendo en una rutina enfermiza en la que cada día se parecía al otro, y la única vez que algo medianamente diferente sucedió, fue a mediados de enero.

Astoria llegó de sorpresa un día diecisiete y le dijo que las cosas por fin se habían calmado (o lo máximo que podían calmarse). Harry se alegró de verla, a pesar de que había creído ilusamente que Draco era el que estaba haciendo quemar su moneda. Ella entró con la máscara puesta, dijo que intentaría avanzar con Lucius, y Harry la acompañó para observar el proceso mientras se preguntaba... qué pasaba en verdad dentro de su dañada mente.

¿Había alguna forma de que Harry pudiera ayudar? No lo creía, pero le gustaría que fuera así. Las cosas serían tan fáciles, Draco tendría a su padre de vuelta, sonreiría más seguido- quizás.

Pero si Astoria no se lo había propuesto, era por algo.

Cuando ella dijo que había sido suficiente por el día, Harry se fijó en Lucius y que no se veía nada diferente a cómo llegó la primera vez. Más limpio quizás, algo más repuesto, pero igual de ausente. El anillo familiar que Draco le regaló para Navidad brillaba en su dedo; su cabello estaba amarrado en una coleta.

Draco y él nunca habían lucido más diferentes.

—¿No hay nada que yo pueda hacer? —preguntó Harry cuando ya estaban saliendo. Astoria tenía nuevamente puesta su máscara—. Como mi magia es poderosa, digo.

—No, Harry, al contrario. La Legeremancia es algo muy delicado. Si utilizamos tu magia para quebrar una Imperdonable, podríamos quebrar completamente a Lucius también. Podría quedar peor que Andrómeda. Y hablo físicamente. No creo que Draco quiera eso.

Harry suspiró. No había esperado lograr demasiado.

Afuera en el patio desierto, Astoria se quitó su máscara, y juntos recorrieron en silencio el laberinto hacia la salida. Harry la miró de soslayo: su impecable trenza se encontraba allí como siempre, aunque lucía más agotada que de costumbre.

—Perdón por no haber venido antes —dijo ella de pronto, a unos cuantos metros del portón—. Mi padre fue herido en San Mungo.

Harry estuvo a punto de sonreír por lo irónico que sonaba eso, pero rápidamente se sintió terrible al ni siquiera haberle preguntado a Astoria por qué no se había presentado antes. Sólo había sabido a través de Theo que estaba viva.

De verdad, Harry era muy egoísta a veces.

—Está bien —repuso Harry, poniendo un brazo encima de sus hombros—. ¿Se recuperó ya?

—Sí. —Sonrió—. Afortunadamente no fue nada grave.

Astoria no se veía afligida, así que se limitó a asentir.

La mujer se apegó a él mientras continuaban caminando. Debían haber unos cuantos grados nada más; Harry estaba seguro de que se pondría a nevar en cualquier instante. Esperaba que en su mansión tuviera una chimenea en su pieza para entrar en calor o algo, Astoria tiritaba.

—Así que... —volvió a hablar ella después de un minuto—, ¿cómo está Draco?

—No lo sé, no ha venido a la base desde Navidad.

—No es eso lo que estoy preguntando.

Harry casi dejó de caminar, pero no le tomó demasiada importancia. Podría significar cualquier cosa.

—¿Y qué estás preguntando, entonces?

Astoria fue la que frenó, en todo caso. Estaban a punto de salir, y ella se separó de su agarre, mirándolo de frente con una ceja arriba. Harry casi sintió que era una madre a punto de regañar a su hijo.

—El resto del mundo no es estúpido, yo no soy estúpida, así que no trates de actuar como si lo fuera.

—Necesito que seas más clara.

—¿Ya te lo follaste?

Si hubiera estado bebiendo algo, Harry probablemente lo habría escupido.

Astoria no parecía para nada afectada, y algo del pánico tuvo que haberse trasladado a su cara o a sus pensamientos, porque segundos después lucía más divertida que otra cosa. Harry intentó buscar en su cerebro algo para decir, alguna frase coherente o una excusa, pero al final lo único que terminó saliendo de su boca fue un:

—Sí.

Astoria soltó una risita.

—Es bueno saberlo.

Harry sintió, por primera vez en años, cómo la sangre comenzaba a arremolinarse en la punta de sus orejas y sus mejillas, haciendo arder su piel. Era raro que se sintiera avergonzado.

En ese momento lo estaba, y Astoria lo notó también.

—Es más que eso —aseguró ella, suspicaz—, ¿no es así?

Harry pensó en Navidad. Draco había lavado su cabello, había besado sus cicatrices; se disculpó y le dijo que pasaría toda la vida enmendando los errores que cometió con él. Harry estaba seguro de haber visto en sus ojos más de lo que antes se había atrevido a demostrar.

Oh, joder, cómo lo extrañaba.

—Sí.

—¿Lo amas?

—El amor es una palabra muy fuerte.

—¿Pero lo haces?

—Ni siquiera estamos juntos. Esto solo durará lo que dure la guerra —Harry respondió. Sus palabras sonaban vacías—. Que no creo que sea mucho.

Sí-

Sonaba a mentira.

Astoria se le quedó mirando con el ceño fruncido. Harry habría creído que para ese punto ya estaría muy incómodo, pero la verdad es que era un alivio poder hablar de eso con alguien. Ron y Hermione no eran una opción. Luna ni siquiera hablaba. Todos detestaban a Draco, y no había nadie en esa base con el que Harry se sintiera lo suficientemente cómodo para abrirse el corazón y mostrar qué llevaba escrito en él.

Bueno, excepto Astoria.

—¿Sabías...? —Astoria preguntó, Harry podía apostar que había escuchado sus pensamientos por la sonrisa satisfecha que tenía pintada—. ¿Sabías que la mayoría de las veces que me metí a la cabeza de Draco, tú eras su primer pensamiento? Casi siempre.

Harry sintió cómo su estómago se encogía sobre sí mismo.

En una buena forma.

En una excelente.

—Incluso desde el inicio, incluso cuando se odiaban, lo que él no quería que yo viera siempre estaba relacionado contigo. Una de las primeras cosas que supe es que tú rechazaste su mano cuando eran niños.

Harry no pudo evitarlo, una leve sonrisa tiró de sus labios y lo obligó a bajar la cabeza. Idiota. No lo había superado aunque estuvieran cercanos a cumplir los treinta.

Harry tuvo un pequeño recuerdo de cuando ambos tenían catorce años. Eran pequeños e idiotas, y él estaba recién afectado por la muerte de Cedric. Draco había entrado a su compartimento casi cinco años después de que Harry hubiese rechazado su amistad, y llegó a recordárselo y a recriminarle. De la peor forma posible, cabía decir.

Lo que antes recordaba con cierto rencor, ahora lo estaba haciendo sonreír más amplio.

—Aún no supera eso, ¿no?

—Lo dudo.

Harry se pasó una mano por la cara y Astoria le dio un pequeño empujoncito. Se sentía extraño. Nunca, desde que tenía quince o dieciséis, había hablado de un tema tan banal como ese con uno de sus amigos. Y era estúpido que lo hiciera sentir así.

—He visto la forma en la que lo miras, desde el inicio —Astoria susurró, como si le contara un secreto—. Siempre he visto la forma en la que lo miras.

Harry levantó la mirada.

—¿Y cómo lo miro?

—Como si fuera lo único que te hiciera sentir vivo.

Eso-

Eso era bastante acertado.

Harry nunca lo había pensado así, pero tenía sentido. Desde que Draco llegó a él esa noche de enero, renovó dentro suyo un desprecio que no se había molestado en sentir por nadie que no fuera Voldemort. Y el tiempo pasó, y en algún punto ese sentimiento mutó a algo más sin que se diera cuenta. Fuera como fuera, Harry había vuelto a sentir por algo que no fuera la guerra. Bueno o malo.

Eso era lo importante.

—De buena o mala forma, desde que él llegó, has sentido más de lo que yo te he visto sentir en estos cinco años —Astoria finalizó.

—Supongo que sí.

Ella volvió a ponerse a su lado y Harry envolvió el brazo alrededor de sus hombros una vez más. Retomaron su camino mientras Astoria parecía pensar.

—¿Alguien más sabe? —preguntó.

—No que yo sepa.

—No que tú sepas... —repitió incrédula—. Pero todos lo sospechan en algún nivel.

Lo dudaba. Si fuera así, Hermione no habría dicho esas cosas, semanas atrás. Ron tampoco pondría cara de que acababa de chupar un limón cada vez que Harry mencionaba a Draco por alguna cosa de la Orden o de Lucius. De todas formas, quería saber por qué Astoria pensaba eso.

—¿Por qué?

—Porque eres demasiado obvio.

—¿Eso es algo malo?

Ella lo pensó unos segundos.

Luego, negó.

—No, él necesita- merece saber que a pesar de todo lo que es, a pesar de todo lo que ha hecho, hay alguien que se preocupa por si vive, o por si está bien.

Harry la miró pasmado.

Era la primera vez que escuchaba a alguien decir que Draco merecía cosas buenas.

Y era algo implícito entre esas palabras el: "merece ser querido".

—Suenas como si estuvieras enamorada de él —bromeó Harry. No sabía qué más decir.

—Quizás lo estoy, un poco —Astoria respondió, hablando completamente en serio—. Así como estoy enamorada de ti, y de Theo incluso. Quiero lo mejor para ustedes.

Harry no entendía cómo podía funcionar eso pero no dijo nada.

—Somos personas terribles.

—Sí. Me da igual. Bienvenido a la cabeza de un Slytherin.

Harry suponía que tenía más de Slytherin en sí mismo de lo que habría admitido de joven.

—A mí tampoco me importa —confesó, haciendo que Astoria lo mirara de reojo.

—¿Qué?

—Lo que Draco ha hecho, o lo que yo he hecho. Simplemente... me da igual.

Astoria disminuyó el paso cuando estaban llegando al portón.

—Está bien... —dijo ella—. Pero aún te preocupas por las vidas de los inocentes.

—A veces, cuando realmente pienso en ellas —respondió con sinceridad. A veces solía importarle, a veces no. Quizás sólo cuando pensaba en los que no había podido salvar—. ¿Se puede hacer ambas?

—Sí.

Al final Astoria se alejó dejando un pequeño beso en su mejilla. Él le dedicó una sonrisa vaga.

—Cuídate —Harry le dijo, recalcando esa palabra—. Nos veremos pronto.

—Esperemos.

Astoria se giró, y Harry agitó su varita para que el portón se abriera. Un poco del malestar en el que había vivido las últimas semanas se retiró, y cuando las puertas se cerraron y vio a Astoria transformarse, sólo pudo sentirse agradecido con ella.

Ahora le quedaba esperar a Draco.

•••

Cuando Draco llegó a la base casi a finales de enero con más suplementos para los heridos, Harry pudo respirar profundo, aliviado de verlo en una sola pieza.

—Gracias —le dijo, tomando la bolsa para así ir a entregarla a algún medimago. No se saludaban. Nunca se saludaban.

—No me agradezcas —respondió Draco con voz fría—, sólo he venido a dejar pociones para así tener una excusa para verte.

Harry sintió su energía renovada al instante, pero no sonrió, simplemente le hizo una seña a Draco para que lo siguiera dentro de la mansión mientras este se ponía una máscara que Theo le había entregado.

Harry buscó a Susan Bones, quien se estaba encargando de todos los sanadores de momento al ser la segunda más experimentada luego de Madam Pomfrey, (que no estaba del todo bien para hacerse cargo de nada). Así que ella, junto a los medimagos rescatados de San Mungo, estaban organizándose para así sanar a los heridos e incluso ayudarlos a encontrar sus familias fuera de la base.

Ella le agradeció las pociones, dándole una mirada de soslayo a Draco, pero sin comentar nada, y cuando por fin estuvieron lo suficientemente lejos y el pasillo se encontró desierto, Harry tomó su brazo y prácticamente lo arrastró hacia el ala donde estaba su habitación.

—Ven.

Abrió la puerta y lo empujó adentro. Draco no protestó, simplemente ingresó al cuarto, sacándose la máscara y mirando a su alrededor. Harry lo miró a él.

Su cabello volvía a estar más largo, y ese día no se encontraba peinado hacia atrás. Los mechones caían libremente, enmarcando su anguloso rostro. Draco se había repuesto algo desde la última vez que lo vio, pero incluso si no fuera así, Harry no podía dejar de pensar que era la persona más guapa que había visto nunca, con sus ojos grises y su cicatriz y sus pecas, y- todo.

Era injusto.

Cruzó el espacio en un segundo y lo besó. Lo besó como si lo necesitara, y de cierta forma lo hacía. Harry sintió el sabor a menta inundar su boca mientras el estrés abandonaba su cuerpo al ser besado de vuelta.

Draco abrió la boca y delineó con su lengua el labio inferior de Harry, dejando un rastro de saliva justo como sabía que le gustaba. Harry soltó un quejido, mordiéndolo y moviéndose encima con suavidad, para luego chocar sus lenguas una y otra, y otra vez. Draco lo besaba como si quisiera memorizarlo, como si deseara grabar en su cabeza la forma en que se sentían los besos de Harry.

—¿Qué pasa? —preguntó Draco cuando se separaron, apoyando la frente con la suya. Le faltaba el aliento.

—¿No puedo besarte?

—Sí —dijo él, entrecerrando los ojos cuando Harry intentó volver a besarlo. Bastardo suspicaz—. Pero tu magia se siente rara.

—Estoy bien.

Draco se deshizo del agarre que Harry ni siquiera notó, y volvió a mirarlo de arriba a abajo, pero de lejos. Lo odió, por un instante. Que pudiera leerlo tan fácil, incluso cuando estaba fingiendo encontrarse normal.

—No. Algo te pasa.

Draco se sentó en la cama y lo observó desde allí. La imagen era simplemente asombrosa, robándole un poco el aliento. La tenue luz de afuera se reflejaba en sus cabellos rubios. Draco había pasado los brazos encima de sus muslos, apoyando los antebrazos allí y entrelazando los dedos frente a sus rodillas.

—¿Me vas a decir, o tendré que sacártelo a la fuerza?

—Me interesa saber cómo funcionaría eso.

—Probablemente no de la forma que estás pensando.

—¿No quieres averiguarlo a mi manera? ¿No quieres obligarme a decírtelo?

—Harry. Estoy hablando en serio.

Harry suspiró. Draco ni siquiera había cambiado su expresión neutral.

—Liberarán a Adrian —le soltó de golpe.

Draco, quien no esperaba su honestidad, se quedó muy quieto, y Harry esperó también. Esperó. Y esperó. A ser juzgado, quizás.

—Eso es una mierda.

Y entonces, sintió que podía expresar su frustración al fin.

Porque Draco no era como el resto.

No podía hacerlo con nadie de la Orden, por las miradas que recibiría, porque ninguno podría darle real consuelo. Con Draco era distinto. Harry empezó a caminar de un lado a otro en su habitación, sintiendo su magia salir a la superficie.

—Tendré que verlo, tendré que soportar verlo cada puto día. Topármelo, compartir mesa con él, ayudarlo si es herido. —Harry apretó los puños, pensando en los escenarios: viendo sus ojos cafés y sabiendo que no se arrepentía—. No- no...

Había pensado que no lo vería más, o que al menos durante la guerra no tendría que preocuparse de ese asunto. Adrian le arrebató a Minerva, no le dio la chance de ser rescatada, y Harry racionalmente sabía que ella estaba dispuesta a morir, ¿pero merecía que ni siquiera le dieran la oportunidad de vivir?

¿Acaso había muerto gritando?

¿Se habría sentido traicionada?

¿Adrian la miró a la cara, y lo último que vio allí fue miedo?

—Quiero matarlo —dijo, e increíblemente sonó demasiado calmado.

Draco, quien sólo lo había mirado ir de allá para acá soltó una risa sin humor.

—No lo harías. Ambos sabemos que no lo harías.

—Sí lo haría —Harry escupió, volteandose a él. Cada músculo de su cuerpo se encontraba apretado—. Eso es lo peor. Soy perfectamente consciente de que soy muy capaz, pero no puedo hacerlo porque necesitamos a su familia.

A esto, lo único que Draco hizo fue suspirar, pero no dudó de su palabra. Harry suponía que su cara hablaba por sí sola.

—Pudiste lidiar conmigo —trató de consolarlo—, puedes lidiar con él.

Harry se giró hacia la ventana, y volvió casi un año atrás en su cabeza. Había detestado a Draco apenas lo vio, y quería herirlo, sí. Pensaba que se lo merecía.

Pero esto era otra cosa. Completamente.

—Era distinto para nosotros. Era diferente —Harry respondió. Afuera corría un viento infernal—. Yo era diferente.

Draco tampoco respondió a eso, y una parte de sí mismo lo agradeció. Si le hubiera preguntado por qué era diferente, Harry no habría sabido qué decir. A pesar de no haber tenido una relación estrecha con Adrian, él nunca le hizo algo peor que lo de Minerva. Tanto Draco como Adrian se merecían, de cierta forma, la misma cantidad de desprecio. Draco incluso más. Pero no, Harry no lo sentía así, no sabía explicarlo.

Draco lo entendía. Eso era lo que le interesaba.

—¿Quieres que lo mate por ti?

Harry se dio vuelta de sopetón.

La expresión de Draco era neutral.

—¿Qué?

Su corazón latía con fuerza, y él... lo había dicho con tanta frialdad, como si no fuera la gran cosa, que Harry creyó haber escuchado mal.

—Eso. ¿Quieres que lo mate por ti? —repitió, apoyando las palmas en el colchón—. Lo haría, si me lo pidieras.

—Nunca has matado a nadie.

—Podría intentarlo.

—¿Por qué?

Draco lo miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida de la vida.

Su tono fue aún más obvio.

—Por ti.

El viento se coló por la ventana, emitiendo un ruido sibilante; fue lo único que se escuchó por unos largos minutos.

Harry lo miró.

La expresión de Draco raras veces demostraba demasiado, eso era algo que Harry había aprendido desde el inicio, así como aprendió a leerlo también. Por lo mismo, sabía que estaba hablando completamente en serio. Él, quien dijo bajo un Juramento Inquebrantable nunca haber asesinado, quien confesó que sus Avada Kedavra no le servían... estaba allí, diciéndole que mataría por él.

Y por un segundo, Harry lo consideró.

Se liberaría del peso y la responsabilidad que la Orden le adjudicaría si es que mataba a Adrian, y su familia no podría culparlo. Sin contar que sería un alivio gigante, un descanso. Y- había algo intoxicante en saber que Draco era capaz de matar a alguien por él. Era distinto a que Hermione lo dijera, a que Ron se lo dijera, a que cualquier otra persona se lo dijera. Para Harry, que Draco le estuviera asegurando que asesinaría a Adrian... significaba algo más fuerte de lo que quería. Porque Draco no mataría por cualquiera. Ni siquiera había matado por sus padres, o sus amigos.

Así que Harry consideró su propuesta.

Luego, se horrorizó consigo mismo.

Más allá de que aquello era básicamente planear un asesinato, se horrorizó porque por un momento estuvo dispuesto a pudrir el alma de Draco más de lo que ya estaba. Harry no tenía claro qué tanto se arrepentía de sus pecados, pero sabía que si Draco mataba a alguien, era algo que lo perseguiría por el resto de su vida.

No podía hacerle eso.

Le importaba más que eso.

—No —sacudió la cabeza, caminando hacia él—. No, descubrirán que eres tú y no te permitirán venir más. Tu padre está aquí.

—Y tú estás aquí.

—Sí —dijo Harry, sentándose a horcajadas encima de su regazo—. Y yo quiero verte.

Draco, aún apoyado hacia atrás en sus palmas recorrió con ojos atentos su cuerpo. Harry esbozó una sonrisa presuntuosa, sintiendo cómo algo cálido le recorría de pies a cabeza al saber que él provocaba que Draco se viera así de embelesado. Draco, por su parte, lo golpeó levemente y se acercó para volver a besarlo. Harry no pondría objeción jamás.

Lo tomó de la mandíbula y mordió su labio, sintiendo que los dedos ajenos se enredaban en su cabello. Harry se preguntaba si es que acaso tenía una obsesión con él; siempre estaba tomándolo. No se iba a quejar, a él le gustaba bastante el hueco de su cuello.

Draco olía a perfume caro. Siempre. Y besaba como los putos dioses. Harry adoraba estar así con él. Ojalá pudiera hacerlo por el resto de la eternidad.

—¿Por qué no habías venido antes? —preguntó en medio del beso. Había sido una pregunta casual, pero Draco se tensó bajo su tacto.

Unos momentos pasaron. Harry se arrepintió de preguntar. Sabía que era delicado, sabía que- siempre- siempre lo arruinaba todo.

Draco se separó, evitando su mirada y la culpa invadió a Harry por completo.

—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Draco, en una voz cuidadosamente distante.

Harry se separó al fin con una respiración resignada, pensando que quizás lo mejor era mentir y regresar a su burbuja donde nada los podía dañar, donde todos los problemas se hacían pequeños- pero no podía. Harry no podía mentirle a Draco. No a él. Y viceversa.

—No quiero que me ocultes nada.

Draco apretó la mandíbula, asintiendo y desviando la mirada. Harry se bajó de encima de él para sentarse a su lado, para que Draco tuviera espacio. Y si quería- que lo evitara. Que se marchara si se le hacía insoportable. Harry también hubiera querido la misma escapatoria.

—Soy el torturador del Señor Tenebroso, como has dicho múltiples veces —comenzó a explicar él, lento—. He ejercido mi papel.

—¿Cuántos?

—Harry-

—No tienes que responder si no quieres.

Draco suspiró y guardó silencio un rato.

—Veintiséis. Dos chicos.

—¿Chicos?

—Catorce y Diecisiete. Me hicieron probar pociones nuevas en ellos. Como experimento.

Harry no pensó en esos niños. No pensó en sus caras. En cómo se llamaban, la vida que tenían o lo que estaban haciendo antes de llegar a Astaroth. No era capaz.

—¿Y qué les sucedió?

Draco pasó saliva.

—A la de catorce se le rompieron todos los huesos del cuerpo. Maia sugirió que los hiciera crecer y luego romperlos una vez más antes de que ella la matara a golpes —susurró—. El de diecisiete se partió a la mitad. Desde su- desde su trasero- hasta el estómago. Greyback lo devoró mientras seguía consciente y-

Harry lo interrumpió.

No podía- no podía oír más.

—Está bien.

—No, no lo está.

No por primera vez, se preguntó cómo es que Draco continuaba cuerdo. Cómo es que podía contar esas cosas y vivir el día a día como uno más. Entendía que el sentido de supervivencia era fuerte, pero incluso así, otros hombres se habrían quebrado. A Harry se le revolvió el estómago sólo de escucharlo, ni siquiera podía imaginar lo que era verlo- lo que era hacerlo.

Provocaba que su corazón se encogiera. Por las víctimas. Por Draco. Se sentía estúpido- porque Draco no era un hombre decente, pero Harry no podía evitar compadecerlo. Querer que las cosas fueran distintas para todos. Cada vez que lo pensaba a profundidad- cómo Draco no tenía demasiadas opciones en su posición... dolía. Le dolía porque era eso, o la muerte, y aunque Harry hubiese elegido la segunda antes de ser un torturador, no podía juzgar a Draco.

Aunque sabía que lo merecía.

—¿Qué tan mal te sientes?

Draco parecía dudoso de responder. Harry quería decirle que no había nada para ese punto que pudiera provocar que se asqueara con él. Aunque quisiera. Aunque existían veces que creía que estaba a punto.

—Harry. Soy una pésima persona.

—¿Y?

—Mi respuesta no va a gustarte.

—Dimela de todas formas.

Draco se puso las manos encima de la cara. Harry sentía que estaba viendo un vaso a punto de rebalsar. Una grieta a punto de abrirse y tirar abajo una construcción cuidadosamente hecha.

—Honestamente creo... que ya me acostumbré.

—¿Sí? —susurró Harry, sin creer una palabra.

—Sí. O sea... tengo un motivo por el que hacerlo. No es en vano. ¿Eso tiene sentido...? Si no tuviera nada, probablemente sería terrible. Probablemente estaría hecho un desastre y- pero- no lo sé. Tengo motivos por los que aguantar, ¿entiendes?

Sí que podía entender eso.

Era lo mismo para él.

Acarició con suavidad el dorso de su mano. Bajo esa luz, Draco parecía cualquier otra persona excepto un hombre que relataba cómo se había acostumbrado a torturar.

—¿Tienes motivos, dices? —preguntó Harry, besando sus nudillos—. ¿Cuáles?

Draco giró la cabeza, y lo miró con intensidad.

Sus ojos eran claros, y fríos, y a Harry de alguna u otra forma siempre le habían gustado. Miraba a esa cara, y lo único que podía pensar era que no sabía qué haría sin ella. Draco lo observaba lento, cuidadoso, como si su pura mirada pudiera destruir a Harry. Destruirlos a ambos. Subió una mano y la dejó descansando en su mejilla, sin contestar.

Y verdaderamente- no necesitaba saber el motivo de Draco, no en realidad. Fuera lo que fuera, mientras lo mantuviera con él, cuerdo y a salvo... Harry estaba bien con eso.

Suponía que Draco era uno de sus motivos.

—No quiero hablar de esto —murmuró él. Harry esbozó una sonrisa triste.

—No tienes por qué.

Y cuando iba a responder, agarró las solapas de su traje, y lo besó.

No fue tierno, ni desesperado, ni parecía albergar ninguna emoción más que el consuelo. Parecía decir: estoy aquí. No puedo ofrecerte más, pero estoy aquí. Espero que sea suficiente. Espero que algún día esto termine. Espero que cuando suceda, esta sensación acabe también.

A Harry le dolió pensar que esos eran sus besos: baúles. Cajones. Lugares y momentos robados en los que depositaban sus sueños y esperanzas, aquellas que no se atrevían a decir en voz alta por miedo.

Y no debería ser así.

No debería.

—Siento que te hayas convertido en esto —murmuró contra sus labios—. Que te hayan convertido en esto.

—Fue mi decisión.

Harry frunció el ceño, acariciando su cara, justo encima de su cicatriz. Cuando Draco fue anunciado parte del Nobilium, se estaba cumpliendo un año de la Batalla de Hogwarts.

Sí, tuvo opciones.

¿Pero cuáles fueron?

¿Cuáles eran?

—Todavía no cumplías los veinte —murmuró Harry, sintiendo que sus entrañas se removían.

—Era un adulto. Yo elegí mi propio camino.

No había nada que pudiera contestar a eso.

No era una mentira.

El problema era que tampoco lo sentía como una verdad.

Harry tenía un nudo en la garganta y no entendía por qué, pero la idea de Draco a los diecinueve años sacrificando a Eric para sacar a su madre de Azkaban le partía el corazón. Legalmente era un adulto, sí, sin embargo Harry veía a los chicos de la base que acababan de cumplir la mayoría de edad, y a sus ojos, a los ojos de todos- eran niños aún. Ni siquiera se comportaban con madurez. La guerra les quitó la infancia. La adolescencia. Les quitó todo.

Harry tiró a Draco hacia él para que quedara descansando encima de su pecho, y Draco, quitándose la túnica, obedeció. Prontamente estaba tendido encima de Harry en medio de sus piernas. Harry tenía la mano encima de su cabeza y acariciaba su cabello como si lo necesitara.

La verdad, no podía hacer más que ayudarlo a olvidar.

Tocaba ocasionalmente su frente, su nariz y sus pestañas. A Harry también le gustaba eso. No tenían demasiado tiempo para quedarse así, simplemente tendidos junto al otro mientras oían nada más que sus respiraciones, pero cada vez que podían, Harry lo aprovechaba. Estar con Draco le transmitía una extraña paz.

—¿No quieres ver a tu padre? —preguntó después de unos minutos, porque Draco ni siquiera lo había nombrado. Y si hacía memoria, el aniversario de la muerte de su madre estaba a la vuelta de la esquina.

Draco permaneció en silencio tanto tiempo, que Harry creyó que no contestaría, o que se había quedado dormido. Pero cuando se dobló para mirar su rostro, descubrió que tenía una expresión afligida.

Casi podía escuchar sus pensamientos, sabía que pensaba en lo que Harry había dicho.

No quiero que me ocultes nada.

—No —respondió Draco. Su voz salió rasposa. Harry recordó la mirada que tenía cada vez que hablaba de Lucius.

—¿Estás molesto con él? —preguntó con cautela. Casi se arrepintió. Quería cambiar el tema.

—A veces —concedió Draco con calma—. Es algo horrible de sentir, y de admitir. Pero es lo que siento. Aunque no, no es por eso que no lo quiero ver.

—¿Por qué, entonces?

Draco envolvió los brazos en su torso y comenzó a acariciar los costados. Harry continuaba pasando los dedos por sus cabellos finos. La pregunta estaba lejos de ser casual. Al menos no parecía que Draco estaba tenso.

—Porque... Porque él no está allí. Me gustaría que me escuchara.

—¿Y por qué estás molesto con él?

—Por- todo —las palabras parecían fluir de su boca sin que él las parara a pensar. Era un logro—. Por haberme criado como me crió. Por haber permitido que me marcaran y luego decirme que era la mejor decisión que había tomado en la vida. Por- por no haber hecho suficiente por mí, y por mi madre.

Esta vez, Harry pensó en Draco a los dieciséis; la misma edad que Eveline tenía. Pensó en lo enfermo que se veía, y cómo sólo un año más tarde tuvo que aprender lo que era vivir en su hogar junto a Voldemort. Su interior se encogía de solo pensarlo.

Había sido tan pequeño. Era prácticamente un niño. Ni Narcissa ni Lucius supieron protegerlo, y al final Draco creyó que él debía protegerlos a ellos.

Sólo tenía veintiséis.

—Tienes derecho a sentirte así, ¿sabes?

—Da igual —Draco susurró.

Harry lo tomó de la barbilla, y por un momento se contentó con mirarlo.

Le gustaría ser capaz de decir algo, de expresar todo lo que pensaba, todo lo que creía que Draco merecía. Harry lo miró, detalló cada ángulo y rasgo. Existía un universo en ese rostro- una infinitud. Harry podía sentir el frío de la niebla de sus ojos. Hacer de sus mejillas desiertos, y de sus pecas montañas. Draco era- demasiado.

Lo besó otra vez. Harry no podía hacer más, o detenerse. El mes que habían pasado separados era difícil de llevar. Nunca se dio cuenta de lo mucho que Draco estaba presente en su vida, hablando generalmente.

¿Cómo había pasado todos estos años sin él?

—Te extrañé —le dijo en medio del beso.

—No me fui por mucho tiempo.

—Siempre te extraño, me gustaría que no te fueras nunca.

—¿Y qué, que me quedara a vivir contigo aquí mientras todos me odian?

—Yo no te odio.

Draco trazó su dedo por los labios de Harry y luego volvió a acurrucarse en su pecho. Harry retomó las caricias en su cabello.

—Está bien —murmuró—. Es suficiente para mí.

El viento se estaba haciendo peor, y Harry podía oír cómo chocaba contra el vidrio de su ventana. La atmósfera era tan helada que hasta podía creer que había dementores rondando la casa; y quizás era así, aunque esperaba que de eso otra persona se hiciera cargo; él no tenía intenciones de moverse..

—No te gustaría dormir conmigo —dijo Draco al cabo de un rato. Harry no comprendió en un inicio qué quería decir—. Si es que viviera aquí.

—Ya dormí contigo.

—Me refiero a que siempre estoy helado. Me muevo mientras duermo. Pego patadas. A veces hablo.

—Qué novedad que no puedas quedarte callado ni dormido.

—Estoy bastante ofendido ahora mismo.

—Qué bueno.

Draco pellizcó a Harry en el costado. Harry tiró de su cabello.

Podía imaginar la situación que Draco acababa de describir con perfección, y Harry sintió que un calor agradable llenaba cada espacio de sí mismo. Le encantaría lo que Draco acababa de describir, si era honesto. Le agradaba que siempre estuviera frío, que siempre se viera distante. No sabía por qué, sólo lo hacía. Y tenerlo, en un momento tan vulnerable como el sueño...

Se permitió, por unos segundos, imaginarlo. Imaginar una vida en la que ambos vivían juntos en una casa lejana y podrían quedarse todo el día acostados en la cama en esa misma posición, sin preocuparse de que estaba dándose una guerra fuera, sin preocuparse de nada, del tiempo, de la falta de este. Harry se permitió imaginar cómo sería ir a dormir cada noche y despertar porque Draco hablaba dormido; reírse de él o fastidiarse porque no lo dejaba en paz, pero prefiriendo su mal dormir a estar lejos. Porque separarse- separarse costaba. Harry habría elegido mil veces recibir una patada en el sueño antes de que Draco tuviera que marcharse a un lugar donde no podía protegerlo.

—Harry —dijo Draco bajito. Harry estaba acariciando su frente con una mano, y peinando su cabello con la otra, perdido en su cabeza.

—¿Mmm?

—Yo también te extrañé.

Aquel calor se hizo más grande.

Harry sentía que podría explotarle el pecho.

Entendía que Draco no podía ir siempre, ahora menos que antes. Y a decir verdad era un poco ilógico que Harry sintiera que le hacía falta. Después de todo, no es como si no hubiera mantenido su mente ocupada; estaban planeando entrar al Ministerio, aquello quitaba bastante tiempo de su día.

Y sin embargo, Draco siempre encontraba la forma de colarse entre sus pensamientos por las cosas más tontas.

Se quedaron así un buen rato, como ya era familiar. Oían la respiración del otro, de repente decían algo, o a veces no hablaban. No importaba mucho; ya era agradable compartir. Harry sentía que estaba dándose un baño con agua tibia. Relajado. Contento.

Pero las horas pasaron, y sabía que Draco debía marcharse. Se le hacía un nudo en el estómago pensar que pasaría otras largas semanas sin verlo, preguntándose a cada momento si había logrado pasar el día.

—Entraremos al Ministerio pronto —soltó él, cuando vio que el sol empezaba a bajar. No quería que ese día terminara—. El próximo mes, quizás.

Draco se removió para poder mirarlo. Su expresión era somnolienta. Harry quería volver a besarlo.

—¿Por qué?

—Porque Tom perderá gran parte de su poder así. Sólo tendrá Hogwarts para juzgar, perseguir y controlar.

Draco digirió la información, para luego asentir.

—Tiene sentido.

Volvió a recostar la cabeza encima de su pecho, y poco a poco introdujo las manos bajo su camiseta. Harry lo sintió delinear con precisión y suavidad sus músculos. No parecía darse cuenta de lo que hacía.

—Tendrás que borrar mi memoria entonces —murmuró.

Harry sintió cómo algo dentro suyo se hundía, y fue su turno de preguntar con un hilo de voz:

—¿Por qué?

—Por si acaso —Draco respondió, como si nada—. Tom puede desconfiar en el mismo ataque, o después, no lo sé. Debo estar preparado si algo así sucede.

Harry detestaba hacer eso. Al principio le daba igual, lo encontraba hasta ingenioso.

En ese momento se le ponía la piel de gallina pensar en un Draco que no lo recordaba.

Un Draco que había olvidado todo lo que habían pasado juntos.

Pero suponía que era necesario.

—Está bien.

Draco no respondió, pero tuvo que haber sentido cómo el cuerpo de Harry se endurecía bajo el suyo, porque miró hacia arriba. Harry intentó ponerse lo más neutral que podía, sin embargo, Draco escaló hasta ponerse a centímetros de su cara y hablar encima de sus labios.

—¿Está bien? —murmuró.

—Sí.

—Mentiroso —dijo de inmediato con tono acusador.

—Te dije que estaba bien.

—Y me estás mintiendo. No me mientas. Odio que me mientas.

—No te estoy-

Harry —Draco advirtió—. No me mientas. Sé que no estás bien. No lo estás desde que sucedió lo de McGonagall.

Harry ignoró el pinchazo de su corazón.

—Admite que lo detestas —insistió Draco—. Admite que odias que olvide, porque demuestro quién realmente soy. Admite que vuelves a odiarme cuando no recuerdo. Hazlo.

—No te odio. No puedo odiarte.

—Te dije que no me mintieras-

—No te estoy mintiendo —le espetó con rudeza—. Lo que más odio es que no puedo odiarte- no puedo hacerlo- no puedo.

Draco se detuvo, y se levantó para poder mirarlo. Se quedó muy quieto, como si analizara si Harry decía la verdad. Y Harry... pocas veces había sido tan honesto.

—Te obligaré.

—Ni siquiera tú eres capaz de lograrlo —le dijo con desprecio—. Ya te dije que lo he intentado.

—Te haré odiarme, Harry.

Inténtalo.

Por alguna razón, sonaba a amenaza.

Harry pasó saliva, viendo directo a sus ojos. Estaban muy cerca, y Draco tenía la cadera alineada con la suya, provocando una leve fricción. Aquella cercanía era algo que Harry no esperaba, y embargó todos sus sentidos de la mejor forma. Las manos de Draco estaban apoyadas en el colchón, a un lado de su cuerpo, y Harry podía ver su tonificado torso gracias a que tenía los primeros botones de su camisa desabrochados. Harry llevó su dedo índice hasta el borde del cuello de Draco y bajó lentamente, delineando un camino hasta el ombligo por encima de la piel.

—Oblígame. Hazme odiarte de nuevo. Te reto.

—Harry...

—Hazme odiarte.

Draco pareció olvidar qué estaban hablando.

Su mirada se oscureció, y atacó sus labios de sopetón, mordiendo una y otra vez su labio inferior con rabia. Harry sostuvo su cuello, agitando la mano para así cerrar la puerta con llave mientras introducía la lengua en su boca, probando, atajando los ruidos y respiraciones que salían de él. Tomó los botones de Draco con la otra y empezó a tirarlos para así desnudarlo. Harry quería sentirlo piel con piel.

Draco sacó su camiseta, y él aprovechó de inmediato para besar y lamer su cuello. Para marcarlo. Porque le pertenecía. Y porque una parte de sí quería causarle dolor, quería hacerlo pagar por hacerle eso- por hacerle todo eso. Las manos de Draco eran inquietas, y lo tocaban apresurado. Jalando. Apretando. Memorizando. Con desesperación.

Bueno, debía ser apresurado. No tenían todo el tiempo del mundo.

Harry volvió a besarlo en la boca, a medida que Draco desabotonaba su pantalón y lo bajaba de golpe. Harry no esperó la inmediatez y dio un respingo cuando el aire dio contra su miembro. Draco lo miró, pasando su mirada de arriba a abajo como si no pudiera creer que eso era real, y no tardó en envolver los dedos alrededor de su polla, haciendo que se endureciera más bajo su tacto.

—Dime que quieres —dijo él, acercando la boca a su oreja— y te lo daré.

La respuesta era simple.

Harry lo quería a él.

Tan simple como eso.

Draco continuó moviendo la mano de arriba a abajo, y Harry lo observó directo a los ojos, apoyando la cabeza en el respaldo de la cama. Detalló su cuello que tenía marcas violeta, su boca roja e hinchada y el cabello revuelto. La respiración agitada. La erección dolorosamente obvia. Draco apretó los párpados como si él contacto visual fuera demasiado y comienzo a besar su cuello.

—Dilo —murmuró, haciendo que Harry arqueara la espalda—. Todo lo que me pidas, siempre te lo daré.

Harry soltó un suspiro tembloroso, sintiendo a Draco pasar el pulgar por la punta de su polla. Encogió las piernas, levantando las caderas mientras pedía- más. Cualquier cosa. Más contacto.

—¿Quieres más? —susurró Draco en su oreja, mordiendo su lóbulo. A Harry le recorrió un escalofrío—. Dilo.

Draco aumentó un poco la velocidad de la masturbación y acarició sus testículos con la otra mano. Harry soltó un gemido sintiendo descargas eléctricas en toda la espina dorsal, y viendo luces tras los apretados párpados. Joder.

Dilo.

—Sí- mierda. Joder. Quiero más.

Harry sintió la sonrisa de Draco encima de su piel, y pronto, los labios estuvieron ubicados encima de su clavícula, succionando levemente allí. Harry llevó una mano instintivamente hasta su cabello, suave y sedoso bajo los dedos. Draco continuó bajando.

El bombeo en su erección era dolorosamente lento ahora, a medida que Draco continuaba recorriendo su cuerpo. Harry se mordió el labio inferior algo ansioso de sentirlo más. Draco lucía- lucía irreal.

—No... No podemos tardar —Harry dijo estranguladamente. La boca de Draco estaba encima de uno de sus pezones, lamiendo—. Se- joder- se está haciendo tarde.

—Me importa una mierda —Draco dijo, pero continuó bajando—. Me importa una mierda tardar una eternidad. No tienes idea de cuánto deseo- de cuánto te deseo a ti. Siempre. A cada puto minuto del día te quiero conmigo.

El cuerpo entero de Harry reaccionó ante sus palabras, y deseaba poder decirle algo, de poder articular una palabra, pero Draco dejó un rastro de besos por todo su abdomen, y al llegar a su pubis, miró hacia arriba. Sus ojos estaban dilatados por el deseo.

—Merlín, ¿no tienes idea de cómo luces, verdad? —Draco besó el hueso de su cadera y dejó ir su miembro. Harry arqueó la espalda, pidiendo que volviera—. Es obsceno. No deberías verte así. Es injusto.

Harry soltó un ruido estrangulado de nuevo, pudiendo jurar que era la primera vez que Draco decía tantas palabras de corrido. O bueno- no, siempre lo había recordado como alguien que no podía callarse.

Draco llegó hasta el borde de su polla y besó los alrededores, el idiota. Quería hacer a Harry esperar. Quizás hasta quería que le rogara.

—Joder, eres tan- —Draco no terminó, besando su muslo interior—. Quiero- quiero hacer que me odies. Quiero que te folles mi boca por horas. ¿Es eso suficiente? Dime que es suficiente para que me odies. Dime que eso es lo que quieres.

Harry apenas podía pensar coherente.

Draco envolvió la mano en la base de su polla pero no la movió, simplemente la llevó hasta el borde de su boca y respiró encima de ella, los labios rozando la punta.

Harry apretó más su cabello.

—Dime —susurró Draco.

—Sí, obviamente- obviamente quiero. O sea- lo de- lo de- uhm. Lo de-

Draco pasó la lengua por su glande. Harry gimió.

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que quieres que haga? —preguntó sonriendo, y Harry casi podía desmayarse por el sonido ronco de su voz.

—De rodillas, Draco —respondió, no totalmente consciente—. Quiero que lo hagas de rodillas.

Si fuera posible, la mirada de Draco se hizo incluso más oscura, y pronto se había bajado de la cama, colocándose de rodillas en el suelo. Harry sintió el calor subir por su vientre y una descarga de placer, mientras se movía para quedar sentado en la orilla. Draco miraba hacia arriba, expectante.

Había algo poderoso en tener a Draco Malfoy de rodillas.

—Ponlo en tu boca —dijo él, tomando su propio miembro y llevándolo hasta los labios ajenos.

Draco obedeció, y de un sopetón, la erección de Harry estaba atrapada en el calor de su lengua.

Harry estiró la cabeza hacia atrás volviendo a cerrar los ojos, antes de recordarse a sí mismo que debía mirar, porque Draco Malfoy era real, y estaba allí de rodillas, mirándolo de vuelta también. Se movía de arriba a abajo rápido, porque sin importar qué dijera, era cierto que no tenían demasiado tiempo.

Estaba seguro de que de haber sido otras las circunstancias, Draco habría jugado más con su control, tanteando y haciéndolo lo más lento que podía, pero el hecho de que pareciera tan desesperado por chupar su polla, hacía que las ganas de correrse como un adolescente dentro de su boca creciera devastadoramente. Draco jugaba con su lengua, y delineaba toda la extensión de su miembro, repasando la pequeña vena que sobresalía y la punta con líquido preseminal goteante. Harry quería volver a cerrar los ojos, estirar el cuello y dejarse llevar, pero se recordaba a cada segundo que esa imagen no era algo que se tenía todos los días. Y que nadie más tenía.

Draco Malfoy de rodillas era un privilegio.

Harry hizo su mayor esfuerzo para no correrse por ese pensamiento y llevó la mano hasta el cabello rubio. Enredó los dedos en él, y ayudó a Draco a establecer un ritmo, elevando las caderas para más contacto y haciendo que se tragara toda su polla. Los ruidos húmedos que estaba haciendo cada vez que se sacaba su erección de la boca y comenzaba a masturbarlo con ferocidad habrían sido suficientes para llevar a cualquiera al límite.

Bueno, Harry no era la excepción.

Aquello se repitió un par de veces mientras Harry le decía una y otra vez lo bueno que era, lo bien que lo hacía, lo mucho que lo necesitaba. Draco comenzó a acariciarse también, sacando su polla desde dentro de los pantalones mientras la apretaba y se masturbaba.

Y cuando Harry ya no pudo soportarlo más, se corrió.

Draco se lo sacó de la boca para así dejar descansando la punta encima de sus labios, abriéndolos. Harry miró cómo el semen bañaba su lengua y algún resto quedaba en la piel de alrededor. Draco cerró los ojos, como si aquello fuera un premio, y eso fue todo lo que Harry necesitaba para ver puntos blancos en sus ojos del placer, el cual se extendió por cada músculo y vena de su cuerpo. Draco continuó bombeando, y cuando Harry volvió a abrir los ojos, sintiendo el espasmo del orgasmo, descubrió que Draco se estaba corriendo también, manchando su abdomen y su propia mano.

Harry lo ayudó a levantarse, y Draco, sin dejar de correrse, obedeció. Harry se dedicó a limpiarle la polla con la lengua.

—Mierda —Draco dijo sin aliento—. Mierda.

Harry sonrió, besando la punta de su miembro. Podía sentir que él todavía estaba duro.

—Por si no quedaba claro, yo también quiero esto —le dijo, aunque quería decirle más.

Draco volvió a sonreír, respirando agitado. Todo había sucedido muy rápido, pero no importaba. Estaba bien así. A Harry le gustaba así. Le gustaría que hubiera podido ser más.

Draco se sentó a su lado en la cama y lo besó. Harry podía sentir su propio sabor dentro de la boca.

Su polla volvió a dar un respingo.

—Esa es mi forma de decirte que debes seguir vivo, en caso de que quieras que vuelva a hacerlo —Draco dijo, dejando besos entre cada palabra—. No mueras.

Harry sonrió, relajado, y succionó su labio inferior.

—Está bien, no voy a morir —respondió, acariciando su mandíbula y su cuello—. Mi vida es tuya.

Draco apoyó la frente en su hombro, besando la parte baja de su garganta.

—Qué bueno que lo tengas claro.