Holiss! 3 cositas antes de la lectura:
1. Cúmulo: Corresponde a la fase inicial de la tormenta.
2. Draco no tiene recuerdos.
3. Este es el link de la playlist de Spotify! (La que hice para escribir Desolación) Espero disfruten del capi3
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Draco sueña.
No estaba acostumbrado a soñar. Bueno, no cosas agradables al menos. Cuando los malos recuerdos lograban traspasar el umbral de protección de la poción para no soñar, Draco solía encontrarse parado en la oscuridad. En el vacío, más bien dicho. No podía caminar, ni moverse, o siquiera hablar, mientras la pesadilla empezaba a reproducirse. Normalmente su madre estaba a unos pasos más allá, y había un montón de manos tocándola, haciendo jirones su ropa mientras sus ojos sin vida miraban a Draco. Y Draco trataba de alcanzarla, intentando gritar, que algún ruido saliera de su garganta; intentaba llegar hasta ella para sacarla de ahí... pero nunca era capaz. Nunca. Y la pesadilla siempre terminaba igual:
Su madre hecha pedazos frente a él.
A veces, quien solía estar en el centro era Eric. Otras, su padre; o Pansy; o Theo. Cada pesadilla era igual de asfixiante, igual de terrible. Aunque no más que las que tenía cuando el mismo Draco era quien estaba frente a ellos, con una varita en la sien y una voz sibilante a un lado de su oído ordenando que los matara.
Draco siempre acababa haciéndolo.
Pero en ese instante- en ese instante Draco sueña. No con oscuridad, ni manos, ni sangre. Draco sueña con un hombre que está tendido en la arena, con la cara mirando al sol y sus manos detrás de la nuca. Draco intenta mirarlo, pero por más que sus ojos se fijaran en él, no era capaz de dilucidar quién era, o de ver realmente sus rasgos. Lejos, el sonido de las olas chocaban contra las rocas y la orilla, y algunas gaviotas pasaban de un lado a otro.
—¿Te gusta el mar? —preguntaba el hombre sin abrir los ojos. Draco sólo sabía que no podía dejar de mirarlo.
—Nunca pasé demasiado en ninguna costa, a mis padres no les gustaba. No les gustaba mucho el sol —se encontró respondiendo sin pensarlo mucho, como si lo conociera—. No sabría decirte.
El extraño se giró, y quizás, después de todo sí era una pesadilla, porque por más que Draco deseaba enfocarse, delinear sus rasgos y reconocerlo, no podía.
—Tal vez deberíamos quedarnos a vivir aquí. Para siempre —le respondió el sujeto—. Compraremos una casa cerca de la playa y veremos el mar cada día. Así podrías averiguar si te gusta.
Por alguna razón, Draco pudo sentir que sus pies se mojaban, como si el agua los hubiera alcanzado. O tal vez la arena estaba húmeda. El escenario le había llamado bastante la atención, e incluso su estómago revoloteó de felicidad ante la idea.
—¿Sí? —preguntaba Draco de vuelta—. Y supongo que nuestra casa sería un desastre. Que pelearíamos porque tú nunca limpiarías nada.
—Por supuesto. Y probablemente te volvería loco que entrara con zapatos puestos a la habitación.
—Oh por Merlín, te mataría.
Una risa. Draco quería embotellar esa risa y beberla como Whisky de Fuego en sus peores días.
Aunque se tratara de un sueño.
—Te enseñaría a usar la TV —continuó el hombre después de calmarse—. Y a conducir.
—Terminarías matándome del estrés, de eso estoy seguro.
—Tal vez, pero seríamos felices.
—¿Por qué?
—Porque estaríamos juntos.
El extraño le dedicó la sonrisa más reluciente que Draco había recibido en la vida, y por alguna razón, sólo eso le bastó para creerle. Para creer que su mera presencia podía hacerlo feliz. Ciertamente el mar y tenerlo cerca lo estaban haciendo feliz. Incluso cuando no sabía quién era.
—¿Pero qué hay de tus sueños? —preguntó Draco al cabo de unos minutos de silencio sin hacer nada más que mirarse. Las palabras salieron de su boca antes de poder registrarlas.
—¿Qué sueños?
—Ya sabes, tus sueños —Draco respondió, como si supiera de qué hablaba—. ¿Cómo los vas a cumplir si te quedas aquí por el resto de la eternidad?
El hombre pareció pensarlo, y Draco no se había sentido así de completo en un largo tiempo. Hacía que sus dedos cosquillearan, que quisiera acercarse aunque fuera un completo desconocido- ese hombre era un completo desconocido.
—No creo que tenga sueños, si soy honesto...
—Eso suena deprimente.
—¿Sí? ¿Cuáles son tus sueños entonces?
—Tú.
Había salido de su boca antes de que pudiera detenerlo, igual que la mayoría de cosas que estaba diciendo, pero valió la pena, porque el extraño sonrió de nuevo. Algo en su sonrisa le resultaba dolorosamente familiar.
—¿Y qué soy yo?
Ahí fue cuando el sueño dejó de ser bonito.
Draco frunció el ceño, repasando una vez más cada línea de su cara para poder responderle, pero todo se difuminaba, y por alguna razón mientras más miraba, menos era capaz de distinguir sus rasgos. Nariz recta. Labios rojos. Cabello oscuro. Ojos claros e intensos. No era una mirada suave, eso Draco lo reconocía. Era una mirada con la que se iba a la guerra.
La pregunta del hombre había salido juguetona, pero a medida que Draco abría y cerraba la boca, tratando desesperadamente de distinguirlo, de ver algo lo suficientemente familiar... la expresión de confianza se iba deshaciendo en el rostro ajeno, reemplazada por una desolada. Draco la odiaba.
—No me recuerdas —dijo él con voz plana.
No era una pregunta.
Draco intentó alcanzarlo, sin embargo, el hombre retrocedió como si hubiese querido golpearlo. Sentía la garganta apretada al no poder responder sus dudas.
Quién era.
Por qué lo conocía.
Por qué estaba con él.
—Quiero recordarte. Quiero recordarte —decía Draco una y otra vez. Su voz no era más que un sonido ahogado—. No te quiero olvidar.
El extraño soltó una risa amarga mientras se levantaba y lo dejaba allí. Draco quería ir hacia él, quería cruzar el espacio. Quería sostenerlo entre sus brazos... pero era incapaz de moverse.
—Eso dices siempre.
Y el hombre comenzó a caminar lejos.
Draco no podía hacer nada tendido en la arena mirando al hombre que se alejaba de él con ganas, como si corriera de un desastre. Draco no era más que un espectador, lo había sido toda su vida. Deseaba hacer algo, deseaba correr tras él y prometerle que ahora sí no lo olvidaría, que ahora sí lo recordaría, pero sería una completa mentira. Draco nunca fue capaz de actuar cuando cosas horribles pasaban a su alrededor. Se limitaba a observar, justo como en ese instante.
No me dejes, quería gritarle como un ser vil y patético.
Dijiste que estarías aquí.
Que estarías siempre aquí.
Y,
Mi vida es tuya.
Draco no volvió a pensar en ese sueño ni en ese hombre una vez despierto.
La Mansión Malfoy luego de la llegada del Señor Tenebroso, extrañamente, no lucía tan distinta a cómo Draco pensaba que lo haría. Cuando tenía dieciséis y el Lord vivió allí, su hogar había pasado de ser una caja de memorias felices, a transformarse en la cuna del horror. En ese instante, cuando los Mortífagos entraban y salían de los salones, cuando Draco veía cabezas rodar y ellos reían, no se sentía... poco familiar.
Lo usual, suponía.
Ya estaba acostumbrado.
La mansión se encontraba a rebosar de prisioneros, sobre todo campesinos vistos en actividades sospechosas. Sinceramente, le parecía casi increíble que todavía existiera gente a la que perseguir y encarcelar. Draco se encargaba de sacarles información como podía, y luego, si es que quedaban demasiado malheridos, mandaba a llamar a Greyback o Maia para deshacerse de sus cuerpos como a ellos les gustaba. Su actitud respecto a las torturas y el dolor era lo que se esperaba de él, e incluso, en el último tiempo, no había recibido casi ningún castigo por su conducta. A veces, Draco ni siquiera iba a las batallas, y a medida que Abril se extinguía lo único de lo que tenía que preocuparse era de hacer su trabajo.
Capturar.
Extraer información de las rebeliones.
Reprimir.
Capturar. Extraer información. Reprimir. Capturar. Extraer información. Reprimir.
Era lo que hacía todos los días, enjuague y repita. Draco apenas lo contaba como actividad, sino más bien como parte de su vida. Era casi una rutina, donde él no era más que el arma que servía al Lord.
Capturar. Extraer información. Reprimir.
Durante un jueves cualquiera sucedió un pequeño cambio en aquella cotidianeidad. La primavera estaba haciendo sus apariciones y la luz tocaba suavemente las paredes bañadas de sangre. Draco había estado examinando la mansión cuando los oyó.
Eran voces que venían desde una sala a unos pasos de él.
—... Sí, mi Señor.
Se había apegado a la pared para escuchar con claridad. Draco arrugó la nariz apenas reconoció la voz: Rodolphus. No iba a mentir, le agradaba escucharlo tan tímido, casi sumiso. Era mejor que la prepotencia que siempre profesaba. A Draco le agradaba saber que podía sonar así de débil.
—Vendrás conmigo —dijo la otra voz entonces, y Draco se sintió congelado en su lugar. No sabía por qué no supuso que la persona con la que Rodolphus conversaba, era el Señor Tenebroso—. Si esto tiene que ver con Harry Potter, es el lugar más indicado donde buscar.
—¿Está seguro, mi Señor?
—¿Crees que me equivoco?
Desde afuera de la sala, Draco podía sentir la tensión de la conversación. Era usual que fuera de esa manera, Draco no recordaba que alguna vez el Lord hubiera hablado con alguien de igual a igual. Después de unos segundos (en los que supuso que estaba poniendo nervioso a Rodolphus), el Lord habló otra vez.
—Tengo mis razones para creer que en la Mansión Potter debe estar la clave. Es una de las casas más antiguas, y se relacionaron con los Black en algún punto —dijo. Draco, desde afuera, juntó las cejas. ¿La Mansión Potter?—. ¿Eso te parece suficiente para confiar en mi criterio y obedecer las órdenes, Rodolphus?
—Por supuesto, mi Señor.
—Bien.
Draco se retiró de allí antes de que pudieran encontrarlo. Era casi un milagro que hubiese escuchado esa conversación en primer lugar.
No sabía qué hacer con esa información, o si es que podía hacer algo, en realidad. ¿Era realmente su problema? ¿Qué carajos tenían que ver los Black y Potter? ¿De qué podrían estar hablando? Draco sentía que se trataba de algo grande, que algo grande se avecinaba, podía sentirlo detrás de su paladar y bajo sus ojos. Sólo- lo sabía.
Pero antes de que su curiosidad le ganase, y fuera a investigar, Draco paró en sus pasos y apagó todos esos pensamientos.
Él no era un hombre, sino un soldado. Un Mortífago. No era más que un arma.
Se repitió aquel mantra durante días, una y otra vez, en cada momento que las preguntas afloraban. Draco apagó sus pensamientos.
Hasta que una semana más tarde, la incertidumbre salió a la superficie de nuevo.
Draco acababa de lavarse la cara después de quitar los dientes de una mujer que se rehusaba a hablar, cuando uno de los elfos se Apareció a su lado, asustado y arrugando su túnica.
—El Señor Tenebroso lo está buscando, Amo Malfoy —dijo este sin mirarlo a los ojos—. Dice que está en el despacho de su padre, Amo Malfoy.
Por un momento, Draco creyó que el Lord se había enterado de que escuchó la conversación en el pasillo, pero lo descartó de inmediato. Si ese fuera el caso, lo habría hecho entrar a la sala al notarlo y lo hubiese humillado frente a Rodolphus... no pediría una cita aparte.
Draco encontró el despacho de su padre y entró en él luego de tocar. Mantuvo los ojos en el piso, sintiendo un ramalazo de incomodidad, una sensación de que aquello estaba mal, de que era incorrecto porque ese lugar le pertenecía a su familia, no al Señor Tenebroso; aunque alejó el pensamiento apenas pasó por su cabeza. Sus padres estaban muertos, y todo lo que era de él, era del Lord también.
La magia negra del Señor Tenebroso se extendía por el suelo y llegaba a la orilla de sus zapatos, haciendo la estancia helada. Draco cerró la puerta manteniendo una expresión fría, y se posó delante del escritorio. El Lord se encontraba de pie detrás.
—Siéntate, Astaroth.
Draco obedeció, abriendo la silla y dejándose caer en ella con más fuerza de la que pretendía. El entrenamiento de toda una vida le obligaba a sentarse derecho, con los hombros rectos y una pierna encima del muslo. Hacía el esfuerzo de no mirar al frente.
—Has cumplido con tu deber dignamente —habló de nuevo el Lord. Su voz era baja y horrible, como escuchar garras en un pizarrón. Le provocaba escalofríos—. Has ayudado, has servido, has hecho lo que se espera de ti, incluso cuando te has equivocado. —La cara de McGonagall llegó a su cabeza. Las cicatrices de su torso quemaron—. Por eso, creo que puedo confiar en ti.
—Es un honor, mi Señor.
Cuando Draco acabó esa frase, un minuto de silencio los siguió. Pensativo. El Señor Tenebroso hizo ese gesto con la mano que Draco vio de reojo, y supo que tenía permitido mirarlo, que el Lord se lo pedía.
Así que lo hizo.
Se encontró con ojos completamente rojos. Sin párpados. Ojos vacíos y peligrosos. Draco tuvo que apretar los dientes, antes de que el Señor Tenebroso sonriera y le mostrara la hilera de colmillos podridos de su boca.
Y luego, se metió a su mente.
Fue como si una cuchilla quisiera navegar entre sus recuerdos, pero lo dejó, bajando sus paredes de Oclumancia. Draco no tenía idea de la forma en que se veía su cabeza, pero podía sentirlo abriendo y cerrando puertas, al igual que podrías sentir un parásito nadando en tu sangre. El Lord tocó, hizo y deshizo, buscando algo... o al menos eso parecía, pero luego de repasar las memorias de los últimos meses, se retiró, no sin antes dejar que una oleada de dolor se esparciera por su cerebro.
Allí no había nada que pudiera servirle.
—Muy bien... —dijo él dando un paso atrás.
Draco se obligó a sí mismo a no apartar la mirada, aunque quería, aunque su cabeza doliera y palpitara y su respiración saliera entre latidos. Apretó las manos encima de sus pantalones y esperó. El Lord lo estudiaba de vuelta, aún pensativo. Draco no sabía qué quería de él y eso le aterraba.
—¿Cómo crees que podremos ganar la guerra, Astaroth? —terminó preguntando con esa voz escalofriante.
Draco pasó saliva, contando del uno al diez en su cabeza, de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante. ¿Qué se suponía que debía responder a eso?
¿Cuándo las opiniones de sus seguidores habían importado verdaderamente al Señor Tenebroso?
—Creo que de alguna u otra forma, ya hemos ganado la guerra. —Decidió irse por la opción más segura: alabar su gobierno—. Los Rebeldes y los traidores no son los suficientes para derrotarnos.
El Lord volvió a sonreír, y aunque Draco no desvió la mirada, sí que tuvo ganas de vomitar.
—Por mucho que aprecie tu optimismo, Malfoy, creo que eres lo suficientemente inteligente como para saber que las guerras no se ganan solamente en el campo de batalla. —El Señor Tenebroso no se movió, pero su magia sí, tocando los tobillos de Draco y subiendo por su pierna—. Así que mi pregunta es, ¿cómo crees que ganaremos la guerra, pensando como un Slytherin, y no como un Gryffindor?
La palabra Gryffindor se oía como un insulto desde su boca, algo sucio.
Draco se obligó a respirar hondamente y pensar. ¿Cómo podrían ganar esa guerra fuera del campo de batalla?, ¿derrocando a los traidores y las influencias que la Orden podría tener en su mundo? Eso ya lo estaban haciendo. ¿Acaso había algo que la Orden tenía, o que quería, que los Mortífagos podían conseguir primero?
¿Qué cosa?
—¿No?, ¿no lo sabes? —el Señor Tenebroso preguntó ante su silencio—. Déjame ayudarte.
Había algo en el tono tranquilo del Lord que hacía que los vellos de su nuca se erizaran. Draco siempre había preferido escucharlo gritar. Todo era mejor que esa aura de tranquilidad que se metía bajo tus dientes y hacía que tu piel picara.
Como si conociera todas tus intenciones.
La magia siguió subiendo, rodeando el cuello de Draco y reposando en su cabeza. Podía sentirla. Podía verla.
—Con la esperanza —finalizó él.
Draco pasó saliva, sin atreverse a despegar sus ojos de la alta figura del Señor Tenebroso. Algunos podrían decir que estaba perdiendo la guerra después de haber perdido Azkaban o el Ministerio, pero Draco dudaba que cualquiera que lo hubiese tenido al frente lo creyera. Había algo en su postura... que delataba que el Lord pensaba que la victoria jamás escapó de sus manos.
—Engañarlos, hacerles creer cosas que no son, que crean que tienen opciones. Con la esperanza se ganan las guerras —prosiguió el Señor. La magia empezó a envolverse en su estómago—. Pensé que tú podrías entenderlo mejor que nadie.
Draco se obligó a concentrarse en lo que estaba diciendo. Odiaba sentirse así: débil. Expuesto.
No eran sentimientos a los que estaba acostumbrado.
—Ganaremos con la esperanza que los hombres débiles tienen de ver cosas donde no las hay —terminó diciendo Draco, felicitándose a sí mismo porque la oración no salió como pregunta.
—Exactamente.
Aún sentía que no estaba diciendo lo correcto, pero no lo demostró, simplemente se sentó ahí con expresión distante y calculadora. La cantidad de veces que se repitió a lo largo de los años que nada importaba y que no dejara ver nada que las personas no debían ver, le ayudaba a mantenerse neutral. Veía algo horrible, y Draco simplemente pensaba que daba igual. ¿Cuál era el punto de intentar detener que colgaran a un nacido de muggles en la entrada de su casa?, ¿cuál era el punto de evitar que Greyback devorara a sus víctimas en el salón que solía ser el lugar seguro de su madre? No los iba a parar. Terminarían haciéndolo igualmente, excepto que Draco acabaría de la misma forma que las víctimas. Muerto y usado.
Nada importaba.
—Me iré por unos días —el Señor Tenebroso dijo. Aquello llamó su atención. ¿El Lord se iba?, ¿justo ese momento?—. O quizá unas semanas, no lo tengo claro. No esperaré que me llamen a menos que sea extremadamente necesario, o todos ustedes pagarán. Cada uno se hará cargo de las tareas encomendadas, y nadie dará un solo paso fuera de la línea, ¿lo entiendes?
—Sí, Señor.
—Tú te harás cargo de eso.
—Sí, Señor.
—Bien.
El Señor Tenebroso comenzó a caminar a su alrededor, y su magia se movió con él. Draco mantuvo la mirada al frente, conectando todos los pedazos de información que tenía. La charla con Rodolphus, aquella conversación, la investigación...
Sólo se le ocurría un lugar que el Lord querría explorar.
Iría a la Mansión Potter.
—Sabes... —Draco se forzó a concentrarse en la voz del Señor viniendo de su costado—, cuando te vi tomando la Marca, a los dieciséis, siempre supe que serías grande. Otros han querido servirme, otros se han mostrado deseosos de poder a tu edad. Inmaduros. Pero tú... en tus ojos había determinación. Había un coraje que les faltaba al resto.
Draco fue transportado a ese momento, a los dieciséis. Había entregado voluntariamente su brazo, mientras Narcissa lloraba en un rincón de la sala luego de haberle pedido que no lo hiciera. Draco se encontraba rodeado por distintos Mortífagos, la mayoría muertos durante la Batalla, y había pensado con orgullo que quisieran o no, ahora era uno de ellos. Que el Lord confiaba en él, y que le daría una tarea lo suficientemente importante para probar su valor. Draco se había sentido tan poderoso, imponente. Por fin tenía el lugar que le habían prometido. Por fin iba en camino a reinar en esa sociedad.
El Lord había levantado su varita, apuntándola encima se su antebrazo, y antes de que Draco pudiera recordarse a sí mismo que no debía hacer ningún sonido, el mundo giró y por unos instantes todo fue nada más que fuego, garras, risas y llantos. Llantos que venían de su boca. La serpiente se iba grabando en su piel mientras él trataba de dejar el brazo quieto y se recordaba a sí mismo que eso quería. Eso era exactamente lo que quería.
Eso era lo que había elegido.
—¿Lo estabas haciendo para vengar a tu padre, no es así? —preguntó el Lord, y Draco volvió al presente.
Asintió.
Sí. Esa era parte de las razones. Había prometido a Potter que lo haría pagar por meterlo a prisión, y estaba dispuesto a cumplir su promesa. Draco se había sentido tan enojado con el mundo por haberle quitado a su padre, a su padre. ¿Qué se creía, ese sucio mestizo y toda su calaña de traidores y sangre sucias?
El mundo les pertenecía.
—Para los Malfoy, la familia siempre ha sido muy importante —comentó el Lord, asintiendo también. Enfocó sus ojos rojos en él, y Draco supo que lo que sea que le diría a continuación, no quería escucharlo, no de verdad—. Quiero que sepas, Draco Malfoy, que tú eres parte de mi familia. Esta gran familia. Tú y yo... no somos tan diferentes.
Aquello era una prueba.
El Señor Tenebroso nunca decía esas cosas. A nadie. Menos compararse a sí mismo con sus seguidores, aunque fueran tan cercanos como Draco. Así que era una prueba y Draco debía pasarla.
Siempre había querido eso, ¿no?
Siempre había querido ser tan poderoso como el Lord. Tan inteligente y grandioso. Sin miedo a nada.
Tú y yo... no somos tan diferentes.
—Vete —dijo el Señor Tenebroso antes de que Draco pudiera agradecerle.
Nunca antes había salido tan rápido de una sala.
•••
—¿Y si Ginny aún estuviera viva?
Harry se encontraba en su despacho cuando Hermione entró. Ella no se molestó en saludar o algo, simplemente se puso frente a él, con las manos en las caderas y esperó a que Harry levantara la mirada. Cuando no lo hizo, habló.
Harry no esperaba que eso fuera lo que diría.
—¿Disculpa?
—Si Ginny estuviera viva... —Hermione prosiguió, sin darse cuenta de su estupefacción. O ignorándola—. ¿Aún querrías esto? ¿Aún lo querrías a él?
La mención de la muerte de Ginny aún dolía, Harry no podía fingir que no. Las cosas que nunca le dijo dolían. La forma en que se fue. No poder haberse despedido nunca.
Dolía.
Eso no quería decir que tenerla allí cambiaría los sentimientos de Harry.
—¿Cómo se supone que debería saber eso, Hermione? —preguntó, sintiéndose algo cansado.
Hermione dio una pequeña vuelta con las manos en las caderas y luego se dejó caer frente a él. Quizás ese pensamiento la había estado persiguiendo durante noches y recién tomó la resolución de preguntar.
—Yo creo que jamás podría amar a alguien de la forma en la que amo a Ron —terminó respondiendo como si eso lo explicara.
Y era- injusto.
Hermione podía decir eso porque ella no había perdido a Ron. No tenía idea de cómo se sentía recuperarse de la muerte de alguien con el que alguna vez pensaste que pasarías el resto de tu vida. No tenía idea cómo se sentía despertar y creer que todo fue un mal sueño y que lo verás a tu lado durmiendo. Hermione no sabía cómo se sentía volver a amar luego de eso.
¿Y a qué venían estas preguntas, de todas formas? Imaginarlo no cambiaba nada. Ginny no volvería de los muertos para que Harry supiera si las cosas entre los dos hubieran sido distintas. Harry ya nunca podría saberlo.
—Pero Ron está aquí —dijo Harry con fuerza—. Ginny se fue casi ocho años atrás. Ginny no está.
—¿Pero la amaste?
Ginny había sido luz en días nublados. Ginny había representado la fuerza que Harry necesitaba encontrar. Ginny lo había hecho sentir como un héroe.
Draco lo hacía sentir como un hombre.
Era la diferencia entre ambos, y Harry no cambiaría ninguno de los dos por nada. Después de haber perdido en la Batalla de Hogwarts, Harry necesitó a alguien que le demostrara que aún era capaz de seguir y vencer. Después de casi nueve años de intentos frustrados de ganar esa guerra, necesitaba a alguien que pudiera demostrarle que no era necesario ser fuerte todo el tiempo. No por haber amado a Ginny en un punto, quería decir que jamás podría amar a alguien más. Y la forma en que los amaba a ambos era totalmente distinta.
Todo con Draco era totalmente distinto a algo que hubiera sentido antes.
—Sí. Aún lo hago.
—¿Entonces?
—¿Me amas a mí? —terminó preguntando en una respiración agotada; esa conversación lo agotaba. Hermione frunció el ceño.
—Sí —respondió ella sin dudarlo.
Harry sintió que se relajaba en el asiento.
Por un segundo, creyó que no respondería.
—¿Dejarías de amarme aunque muriera? —siguió, luego de calmarse.
—No.
—Ahí está tu respuesta.
Hermione masajeó sus sienes, cerrando los ojos. Era claro que eso le estaba costando trabajo, y quizás lo que intentaba era remediar esa situación. Tal vez quería hacerle ver a Harry y a sí misma, que si aún quería a Ginny de la misma forma que lo hizo a los dieciocho, entonces continuaba siendo la persona que ella creía que era.
—No puedo entenderlo —terminó diciendo sin abrir los ojos—. No puedo. De otras personas me lo esperaría, ¿pero tú, Harry?
Harry sintió su garganta apretada.
—¿Yo qué?
—Sueles reconocer el mal cuando lo ves, sin importar lo atractivo que luzca.
Harry trató de ver las cosas desde el punto de vista de Hermione, y pensaba que podía comprenderla. No creía que nadie viera a Draco de la misma forma que él, quien era capaz de observar más allá de esas capas y capas de frialdad e inhumanidad. Quería explicárselo, pero... Harry dudaba que, incluso así, entendiera.
—Hermione... —murmuró, suspirando—. Olvídalo.
—Quiero entenderte, Harry. Realmente quiero.
—No tienes que hacerlo, sólo... —Harry recordó la sonrisa de Draco la última vez que lo vio. Somnolienta y suave e inconsciente. Algo se calentó en su pecho—. Tan increíble como pueda sonar, me hace feliz. Me hace feliz, Hermione. Cada vez que lo veo siento que el sol nace de nuevo. Draco no es bueno, nunca lo ha sido. Pero...
Se sintió a sí mismo callar; había hablado más de lo que pretendía. Harry no era bueno expresando lo que sentía y prefería no decirlo en voz alta a menos que fuera necesario.
Estaba siendo honesto, de todas maneras.
Durante un momento sus pensamientos se desviaron a Draco y a las dudas que invadían su cabeza. ¿Volvería a sonreír alguna vez, como la última vez que lo vio? ¿Qué le estaban obligando a hacer en esa casa? ¿Qué le estaba pasando? Harry se sentía tan jodidamente preocupado por él, de que hiciera lo incorrecto y lo castigaran. Sabía que mientras se mantuviera en la mansión no podrían matarlo, pero sí que podrían quebrarlo lo suficiente para no recuperarlo nunca más. Harry no sabía qué haría entonces.
Ciertamente, la cosa más peligrosa que había en el mundo era amar.
Hermione respiró fuertemente en un signo de frustración y tristeza. Harry trató de centrarse en ella, quien lo miraba como si quisiera descifrarlo. Estaba tomando cada parte de sí mismo intentar ser comprensivo con su amiga. Hermione era una excelente persona, siempre lo fue, y hasta cuando Harry creyó que estaba siendo injusta, ella solamente trataba de protegerlo. De eso se trataba la base de su amistad, cada uno protegía al otro como podía. Harry intentaba evitarles dolor peleando, Ron se arrojaba delante de la muerte que los acechaba, y Hermione reparaba todo lo que estaba mal, o lo que podía salir mal. Funcionaban a su propia manera.
—Esto no es algo que puedas o debas arreglar. No hay nada que arreglar, Hermione —dijo al final, más duro de lo que pretendía—. Las cosas son como son, y no puedo cambiarlas. No querría hacerlo tampoco.
—Harry...
—Lo siento, por el daño que te hizo en el pasado —la interrumpió, ahora más suave, y Hermione cerró la boca—. Pero te aseguro que no volverá a dañarte en el presente-
—¿Y qué pasa si te daña a ti? —fue su turno de interrumpirlo. Sonaba feroz. Preocupada.
Con miedo.
—No lo hará.
—Sí lo hará. Sí lo hará, y no te darás cuenta hasta que estés sangrando.
Harry pensó en el día del Ministerio. No le había contado a nadie que Draco trató de herirlo, cortando su piel. Pensó en la presión de su pecho cada vez que le borraban las memorias, y las cosas horribles que Draco le decía cuando no lo recordaba.
—Sabes cómo me siento por él —respondió, manteniendo su voz nivelada—. Sabes lo que siento, y lo lamento mucho.
Hermione no respondió. Lo observó, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Probablemente trataba de buscar algún error, algo que le dijera que aún podía salvarlo, que aún podía cambiar lo que había entre Draco y él. Le dolía ver que aquel comportamiento nacía a causa del dolor. El dolor los había formado. Harry sólo deseaba cruzar el espacio, tomarla entre sus brazos y sostenerla, asegurarle que todo estaría bien y que de ahí en adelante no permitiría que nadie jamás le hiciera daño. Quería decirle que lo sentía por todo lo que había tenido que pasar, y que si pudiera volver el tiempo atrás para tomar él sus heridas, lo haría; si estuviera en sus manos, nunca habría permitido que sangrara en primer lugar. Harry solamente quería a su mejor amiga de vuelta.
Suponía que tomaría un buen tiempo acortar la distancia de la brecha entre ambos.
Se preguntó si alguna vez lo lograrían.
•••
Dos días después de que el Lord se marchara, Draco fue aturdido y llevado a la base de la Orden por obra de Theo.
La varita tocó su sien. Harry estaba ahí. Los recuerdos volvieron.
Y antes de que la culpa llegara y lo azotara, antes de que Draco se deshiciera por tener a Harry frente a él, lo primero que se reprodujo fue la conversación de Rodolphus y Voldemort.
Lo que Voldemort le había dicho a él.
—Oh, joder.
Era demasiado obvia la preocupación impresa en el rostro de Harry al escucharlo, cómo se había puesto pálido de un segundo a otro. Draco sintió su corazón encogerse pero no tenía tiempo para prestarle atención a eso ahora.
—¿Hiciste algo...?
Ardía. La pregunta se metió bajo su piel, y el tono de voz, por unos segundos, le hizo difícil respirar. Odiaba que lo primero que Harry tuviera que preguntar fuera eso. Odiaba que lo primero que tuviese que saber era si Draco había hecho algo como lo de McGonagall.
—No. No, pero escuché- mierda. —Decidió dejarlo pasar, apretando el puente de su nariz. Después, enfocó los ojos en los de Harry—. Tom irá a la Mansión Potter.
Harry retrocedió.
—¿Qué?
—Dos días atrás, lo escuché hablando con Rodolphus —explicó ante su mirada estupefacta—. Va a ir a la Mansión Potter a buscar- no lo sé, pero probablemente está allí ahora, averiguando cómo entrar, haciendo algo- no lo sé. No lo sé. Solo sé que- que tenía que ver contigo, y luego me dijo a mí algo de que la guerra iba a terminar y-
—Espera. —Harry puso las manos a los costados de su cara intentando tranquilizarlo—. ¿Crees que puedes darle la memoria a Kingsley?
Draco asintió, dejando que Harry depositara un pequeño beso en sus labios.
—Está bien. Vamos.
Mientras caminaba a Draco no le pasó desapercibido Rubeus Hagrid, quien les daba la espalda de pronto como si no los quisiera ver. Tampoco le pasó desapercibido el cuerpo entero de Harry, que se encontraba demasiado tenso. Quizás estaba tratando de mantenerse compuesto frente a él dado el estado en el que Draco había llegado allí semanas atrás.
Las palabras de Voldemort volvieron.
Tú y yo... no somos tan diferentes.
Draco sabía que se encontraba casi blanco cuando entró a aquel despacho y vio a esa gente reunida alrededor de una mesa. Un montón de cabezas rojas a un costado, Granger disparando dagas en su dirección, y Kingsley observándolos con ojos curiosos.
Draco no se molestó en dedicarle ni una sola mirada a ninguno.
—Joven Malfoy —dijo él con voz calmada—. ¿Sucedió algo?
Harry fue el que tomó la palabra antes de que él pudiera.
Escuchó en silencio a Harry relatar lo que Draco acababa de contarle en el patio, y una vez más ignoró al resto de los presentes, que lo observaban como si estorbara. Probablemente lo hacía.
—En ese caso... —Kingsley dijo, cuando Harry terminó con su apresurado discurso—. Tome asiento, por favor.
Aunque no lo estuviera mirando directamente, Draco no necesitaba ser adivino para saber que le hablaba a él. Agitando sus túnicas, se sentó.
Joder.
Odiaba esto. Lo odiaba.
Odiaba sentir que la gente que lo rodeaba era más grande, que podían atacarlo en cualquier segundo y Draco no podría hacer nada. Odiaba sentirse pequeño bajo sus miradas escrutadoras. Odiaba a Kingsley por ponerlo en esa posición. Odiaba que fuera tan importante.
Draco se prohibió cerrar los ojos cuando Shacklebolt rodeó la mesa y se puso a su lado colocando la varita en su sien. Sabía el procedimiento, así que simplemente acató –apretando los dientes y pensando en lo que quería entregar– que Kingsley retirara los recuerdos de su cabeza.
—¿Quieres verlo conmigo, Harry? —dijo el hombre una vez se separó.
Harry le dedicó una mirada para nada sutil, preguntando, y Draco respondió moviendo la cabeza de arriba a abajo. No le importaba que Harry lo viera, y no le importaba extrañarlo por unos minutos. Al final del día, todos los que se encontraban en esa sala terminarían sabiendo lo mismo.
Eres parte de mi familia.
No somos tan diferentes.
Cuando Harry sumergió la cabeza en el Pensadero, Draco no pudo aguantar estar ahí, esperar en silencio con esas personas preguntándose qué había hecho y qué había vivido. Sin pensarlo demasiado salió al pasillo y se apoyó en la pared, dispuesto a esperar por Harry allí. Cualquier cosa menos que eso, que estar cerca de esas palabras.
Las cuales, después de todo... no estaban tan equivocadas. Si el mismo Voldemort había visto parte de sí mismo en él para decir algo como eso, es porque eso era lo que el resto del mundo veía. A Draco no le importaba, no demasiado.
Harry, por otra parte...
La puerta se abrió, provocando que Draco pegara la cabeza a la pared y aguardara. No había mirado hacia un lado, pero por el resonar del piso y la cojera, sabía perfectamente quién era el que lo miraba fijamente.
—Creo que no deberíamos ignorar lo que sucedió entre tú y Harry.
Ah, ahí estaba.
Draco bajó el cuello para poder observarlo. Ron Weasley, con los hombros rectos y la mandíbula tensa, lo miraba con intensidad. Quizá se encontraba allí para una pelea. A Draco no podía decir que le viniera mal.
—Nadie lo está ignorando—respondió con calma.
Podía ver que Weasley nunca había sido muy fan de sus expresiones cuidadosamente neutrales. Casi podía sentirlo enojado.
—¿Qué quieres, Weasley? —decidió preguntar Draco—. ¿Qué estás buscando con esta conversación?
—Un motivo.
—No estoy aquí para satisfacer tu curiosidad.
—¿Hace cuánto? —escupió ignorando sus palabras. Draco lo miró cautelosamente antes de responder.
—Desde el primero de Noviembre. Aunque si somos exactos, por mi parte, desde su cumpleaños.
No creía que fuera necesario especificar a qué se refería. Weasley pareció entender.
—¿Te preocupas por él?
Draco entrecerró los ojos. ¿Qué clase de pregunta era esa?, ¿qué estaba tratando de probar?
¿Un motivo, era lo que Weasley estaba buscando?
¿Un motivo lo suficientemente bueno para que Draco se hubiera acercado a Harry?
—Sí —respondió. Estaba siendo honesto—. Mataría por él. Haría lo que fuera por él.
Weasley lo miró directo a la cara, y Draco no apartó la mirada. Sus ojos azules eran apagados, no se podían comparar a los de Harry.
Se observaron por un minuto completo.
No sabía qué había visto Weasley, pero asintió entonces, creyendo al menos la mitad de su respuesta.
—Bien. Eso lo cierra, entonces —dijo, aunque su voz sonaba distante—. Si te preocupas por él y harás lo que sea por él, entonces evitarás también hacerle daño.
Draco alzó una ceja. Lo que sea que le hubiera dicho Harry, había funcionado para que Ron Weasley no hiciera un escándalo.
La verdad, no le importaba.
Toda esa conversación... no podía importarle menos.
—Porque te juro, Malfoy —continuó él, y Draco entendió que no había acabado—, te juro que si Harry sale con un rasguño de... lo que sea que es esto, te buscaré, y te mataré.
Draco reprimió una risa.
—¿Él sabe que estás haciendo amenazas en su nombre como si no pudiera cuidarse solo?
—Creo que sabe que soy capaz de matarte.
Draco lo analizó sin demostrar una sola emoción en el rostro. Analizó su postura, y su tono, y cómo después de hablar con el Lord, Weasley no parecía demasiado problema. Este tragó saliva denotando que estaba nervioso bajo su escrutinio, y Draco le dedicó una sonrisa, escaneando su cuerpo hasta llegar al pie faltante. Draco pudo jurar que lo vio empalidecer.
—No me asustas, Ron Weasley —respondió, sin borrar la sonrisa—. He visto las peores cosas que puedas imaginar, y tus palabras suenan menos peligrosas cuando estás parado en una pierna de madera. —Weasley intentó ocultar cómo se encogía ante la mención. No lo logró—. Pero no te preocupes. No le haré daño, no mientras pueda evitarlo. Preferiría arrancarme la piel antes, y sé que esa no es una experiencia bonita.
Draco sentía su mente algo mareada. Weasley pasó saliva de nuevo y asintió una vez. No sabía por qué, la verdad, por qué todo se sentía más distante y menos real. La última vez que recuperó sus recuerdos, el mundo se había sentido imposible, duro y terrible. En ese instante... para Draco era como si todas sus emociones se encontraran dentro de una caja.
—Hemos terminado, entonces —dijo Draco, despegándose de la pared—. Creo que no lo hemos ignorado.
Harry eligió ese momento para salir del cuarto y Weasley retrocedió, intercambiando una pequeña mirada con él. Harry le puso la mano encima del hombro, diciéndole algo por lo bajo, y luego le hizo una seña a Draco para que lo siguiera. La tensión de su cuerpo era peor. Suponía que había visto su conversación con Voldemort.
Como sabía que pasaría, unos minutos después ambos estaban parados en el cuarto de Harry. Este último se encontraba sentado en la cama, mirando a un punto lejano. Draco se sintió incierto.
—¿Qué harán? —decidió preguntar, bebiéndose de su imagen. El cabello suelto a los lados. Sus ojos verdes vivos. Su mandíbula marcada...
—Iremos, obviamente —respondió Harry.
—¿Cuándo?
—No sabemos. Hermione va a investigar junto a McGo-
Harry cerró su boca de golpe, y Draco no pudo hacer más que suspirar. Sabía que Harry no lo culpaba, no activamente, pero no podía evitar sentir que el más pequeño atisbo de culpabilidad apareciera en su pecho cuando hablaba de ella.
—Lo siento —dijo caminando a la cama y sentándose.
Por unos minutos, no hicieron más que estar al lado del otro, aunque para Draco no era extraño. Él se sentía bien sólo de estar ahí, sin tocarse, nada más escuchando su respiración y observando su perfil.
Este hombre- este hombre que era amable cuando no se daba cuenta de que estaba siéndolo, que quería salvar el mundo y que ponía a todos antes que a él. Este hombre, al que le entregaría el universo-
Draco no quería hacerle daño. Eso era lo único que sabía.
Eventualmente, Harry dejó salir una respiración temblorosa y apoyó la cabeza en su hombro. Draco envolvió el brazo a su alrededor, sintiendo la nariz de Harry en su cuello.
Hogar.
Aquí es donde pertenezco.
—No sabía que... —Harry murmuró serenamente—. No sabía que mi familia tenía una mansión.
—¿No?
—No. —Negó—. No estaba en las cosas que mis padres me dejaron, ni nadie me habló de ella nunca. Es... raro.
Draco no contestó. A veces, con Harry era mejor que siguiera hablando sin que lo empujaran. Por eso no trajo a la mesa lo que Voldemort le había dicho, probablemente Harry no quería conversar sobre ello. Draco tampoco quería.
—Allí creció mi papá, ¿no? En esa mansión —continuó Harry eventualmente—. ¿Cómo es que nunca tuve la oportunidad de conocerla? ¿Cómo es que no me hubiese enterado de que existía, si no fuera porque a ese hijo de puta se le ocurrió buscar en ella?
Draco no podía entender ese sentimiento, el sentir que perdías algo que no conocías, por lo que simplemente calló dibujando pequeños círculos en su espalda.
—Lo siento.
—No lo sientas, sólo... —Harry volvió a negar, como si intentara sacudir ese tema de conversación—. ¿Qué estabas hablando con Ron?
Draco también sabía cuándo Harry realmente deseaba cambiar un tema, cuando debía presionar y cuando no. En ese momento, el tema de sus padres... no era algo que presionar.
—Nada, él estaba haciendo su trabajo, supongo. Que, a todo esto... —Draco desvió la conversación antes de que Harry pudiera preguntar qué quería decir, agregando—: Estaba pensando, ¿cómo funciona la prótesis de Weasley?
—¿De Ron? —Harry preguntó extrañado—. Le da ciertos problemas, pero... normal, supongo. ¿Por qué?
—¿No hay forma de hacerla más efectiva?
—No, con los implementos que tenemos, no.
—¿Qué implementos necesitas?
—La verdad, los muggles tienen tecnología que hace parecer que tiene una pierna real de nuevo. Aprovechando que podemos salir al mundo muggle por un corto periodo de tiempo, y que la amputación de Ron fue debajo de la rodilla, creo que sería una muy buena... —Harry se cortó a sí mismo, dejando la frase en el aire mientras se separaba para mirarlo—. Disculpa, ¿pero por qué estás preguntándome esto?
—Recuerdo haber visto a Weasley luchar. Sé que es un buen soldado —Draco le dijo, viendo la expresión de Harry ensombrecerse—. Ha estado fuera del campo de batalla un año, pero creo que eso no se lleva ocho años de entrenamientos a la basura, ¿o sí? Y con lo que se viene, pienso que necesitaremos todas las personas que puedan luchar.
Harry pareció pensativo ante sus palabras, lo que Draco tomó como buena señal: no lo estaba alejando de inmediato.
—¿Qué sugieres?
—¿Necesitas dinero? —Draco se encogió de hombros—. Para conseguir una prótesis decente, quiero decir.
—Sí.
—¿Cuánto?
—Bastante.
—Está bien, te enviaré lo que necesites con Theo.
Harry se alejó aún más, pero el brazo de Draco se lo impidió. Había sido más de la impresión que de otra cosa.
—¿Qué?
—Tengo dinero de sobra —Draco enfatizó lo obvio—. ¿Nunca pensaron en pedirme antes?
Harry simplemente se le quedó mirando, con el rostro luciendo demasiado joven, la boca entreabierta y los ojos bien abiertos tras los cristales. Draco besó cada rastro de sorpresa en su cara, no intentó reprimir el impulso.
—Gracias —Harry susurró una vez que se separaron. Draco lo apretó más contra él.
Lo que me pidas.
Lo que quieras.
¿Quieres mi corazón?
¿Quieres mi vida?
Te daré lo que sea.
Pero Draco no dijo nada de eso. Besó la coronilla de su cabeza, decidiendo pasar mejor al siguiente tema. Sabía que Weasley era importante para Harry, y sabía lo que eso significaba.
También sabía que Granger lo era, y que había una conversación que no habían tocado.
—¿Cómo te fue con Granger?
—¿Qué? —Harry parpadeó sin esperar esa pregunta.
—El día que nos vieron, ¿conversaste con ellos? Asumo que Weasley no hizo gran lío, pero no me has hablado de ello.
Harry desvió la mirada, recargándose más contra él. Draco no comentó sobre la tensión de su cuerpo.
—Fue... como supuse que sería, supongo.
—¿Qué quieres decir?
—Draco —Harry dijo después de unos segundos, haciendo que su piel cosquilleara agradablemente—. Draco, tú... ¿te arrepientes...?
—¿De qué?
—De lo que pasó en Hogwarts.
Draco frunció el ceño. No había pensado en Hogwarts de esa forma desde hacía años.
—Me arrepiento del daño que te hice.
—No fui la única persona a la que hiciste daño.
Harry esperó su respuesta en silencio, y Draco comprendió de qué hablaba. ¿Eso era, entonces? Sus mejores amigos le habían recriminado la persona que fue de adolescente.
No que ahora fuera mejor, en todo caso.
—Creo que no lo he pensado nunca antes.
Volviendo atrás todo eso parecía tan... pequeño. Insustancial. ¿Qué eran sobrenombres o peleas de pasillos, cuando Draco había torturado gente hasta prácticamente la muerte? ¿Qué significaban las burlas del niño cruel que fue, comparado con las cosas que hacía de adulto?
¿Realmente marcaba una diferencia arrepentirse de decirle sangre sucia a unos cuantos?
—¿Ya no crees en lo que creías entonces? —Harry preguntó, haciendo que Draco lo mirara.
La imagen de Eric apareció en su cabeza.
—¿Qué piensas tú?
—Que no.
Su corazón se apretaba al darse cuenta de que Harry no había parado a dudarlo. No había parado a pensarlo. Ese era el grado de confianza que le tenía, así de mucho lo conocía.
—Mi mejor amiga es nacida de muggles —dijo este de todas formas—. Mi mejor amigo es un "traidor de la sangre". Yo soy-
—Harry —Draco le interrumpió lo más gentil que podía—. ¿Crees, genuinamente crees, que eso me importa una mierda después de todo lo que ha pasado?
No lo hacía. Draco no veía a nadie como menos que él, ya no. Al menos no con recuerdos. Estuvo años convenciéndose a sí mismo que aquellos que dañaba no eran seres humanos, o que lo merecían, o que él era mejor... pero en el fondo siempre supo que no era así.
Todos gritaban igual. Toda la sangre derramada era del mismo color.
—Siento que lo que hice en esos años te haya dañado —continuó, sintiendo a Harry muy quieto—. Incluso cuando no te importaba lo que te dijera a ti, sé que te preocupas más por tus seres queridos que por ti mismo, y siento lo que hice y dije... Si sirve de algo, en estos momentos, no pienso en Granger como "sangre sucia", ni en Weasley como un "traidor".
—Está bien.
Su frase había salido apenas como un susurro. Quizás Harry estaba esperando otra respuesta. Algo más entusiasta y que hiciera las cosas más fáciles para él y sus amigos.
Draco no sabía qué.
—Siento que no pueda hacer más por ti —murmuró.
Y Harry dijo exactamente lo que él estaba pensando.
—Sólo- me gustaría que las cosas fueran más simples.
—Lo sé. A mí también.
Draco inhaló el aroma, y dejó que su magia lo inundara, que tomara todo lo que era. Le haría falta aunque no supiera lo que había pasado entre los dos cuando le quitaban sus memorias. Draco recordó el sueño, prácticamente seguro de que había sido Harry, y lo apretó más fuerte.
Deseaba que pudieran tener más, que pudieran ser más.
Quizás si Draco cerraba los ojos y lo deseaba lo suficiente, terminarían viviendo en esa casa en la playa junto al mar. Quizás pelearían por el desastre que Harry haría por no sacarse los zapatos, y Draco después le haría chocolate caliente para disculparse, porque es obvio que a Harry le gustaba el chocolate caliente, ¿a quién no le gustaba? Harry le enseñaría cosas muggles, daría largas caminatas, huirían lejos, y Draco se burlaría de sus gustos en la música o de que no sabía bailar.
—Podríamos mudarnos a París —el Harry de su imaginación diría en algún momento, cuando las olas se le hicieran muy monótonas o el ambiente demasiado tranquilo—. O a Japón. O a México.
—¿Sí? —Draco respondería, contento por verlo entusiasmado—. Adonde sea que vayas, yo iré.
Esa sería su vida.
Quizás.
Si lo deseaba lo suficiente.
—Creo que tengo que irme —Draco comentó de vuelta al presente, sintiendo las pisadas de la gente afuera. Harry pareció apretarlo con más fuerza.
—Sí. Lo sé.
Su voz había sonado pequeña. Draco se separó para poder tomar su rostro.
Estaban cerca.
—Ven aquí —murmuró para luego unir sus labios.
Draco no se había dado cuenta que no se besaron de verdad hasta ese instante.
Tenía sentido. La presencia de Harry era tan abrumadora, que a Draco le bastaría con verlo. Verlo, tocarlo, tenerlo a su lado y saber que estaba bien.
Pero besarlo siempre iba a ser otro tipo de experiencia.
Conocer la velocidad e intensidad que Harry disfrutaba; mover la boca hasta el pequeño lunar en el borde de su mandíbula que a Draco le encantaba morder; conocer los ruidos de memoria. Sabía exactamente cuando Harry quería ir más rápido por la forma en que su respiración se contraía, o cuando quería profundizar el beso por la manera en que empezaba a tocarlo.
Draco amaba esto.
Draco amaba reconocerlo por cosas tan pequeñas, y a la vez tan gigantes.
—Volveré —murmuró cuando se separaron, al sentir la desesperación en Harry. Solía ponerse así antes de despedirse—. Siempre volveré.
—Está bien.
No sonaba a que le creía, así que Draco se alejó para poder mirarlo a los ojos. Pensaba que podría reconocerlos donde fuera. Los tenía grabados a fuego: las tonalidades doradas que lo salpicaban, las orillas oscuras. Feroces.
Suyos.
—Harry. Lo digo en serio —murmuró Draco, pasando un cabello por la oreja del hombre—. Quemaré ciudades hasta las cenizas para volver a ti. Siempre volveré a ti, ¿entiendes?
No sabía qué había visto Harry en sus ojos, pero le creyó.
Le creyó, y Draco sintió que se elevaba mientras Harry lo tiraba en otro beso. Comunicándose sin palabras.
Aún te quiero aquí.
No te vayas.
—Viene algo grande, ambos lo sabemos —Harry dijo. El aliento chocó contra sus labios—. Quizás el fin se acerca, así que-
—No moriré —Draco le interrumpió con fuerza, dándole otro beso—. No moriré, y tú tampoco lo harás.
Harry dejó salir el aire de sus pulmones, abrazándolo una vez más.
Draco deseó quedarse allí por siempre.
—Está bien. Te creo.
Estaba implícito en esa oración.
Confío en ti, decía.
Confío en ti, así que vuelve.
Draco enterró las manos en el desastroso cabello de Harry y lo sostuvo con fuerza, antes de que tuviera que cruzar esa puerta y volver a ser el hombre que tenía que ser para que las cosas funcionaran.
El verdadero plan para acabar con la guerra había empezado.
Fin del II Acto.
