DISCLAIMER
Todo lo que reconozcan fue creado y pertenece por y a JK Rowling.
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Sangre de Dragón
byLianis
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Capítulo II: Death on two legs
Hermione se alejó unos pasos hacia atrás con Crookshanks en sus brazos mientras contemplaba a Fred Weasley subir al Expreso de Hogwarts su baúl. Ron aun lidiaba con su propio baúl, lo cual se le complicaba porque tenía en una mano la jaula de Pigwidgeon, quien ululaba constantemente.
—Deja que te ayude con esto... —le dijo Hermione riendo mientras le quitaba la jaula de las manos. Ron, tomado desprevenido, tardó unos segundos en contestar.
—Sí... gracias... —dijo al fin.
—Si, Ronnie... deja que la niña te ayude con tu baúl... —se burló George, quien acababa de terminar de subir el baúl de Ginny.
—Quizá Ginny pueda cargarte a ti también, ya sabes, así no te cansas... —dijo Fred.
—Fred, George, ya basta —ordenó la señora Weasley, y luego se volvió hacia Hermione, Ron y Ginny—. Bueno, ya lo saben. Pórtense bien y no hagan locuras.
—Dales un poco de crédito, Molly... —intervino bonachón el señor Weasley.
—Muchas gracias de nuevo por recibirme en su casa, señores Weasley...—dijo Hermione sonriente.
—Ha sido un placer, querida... —dijo la señora Weasley—A Ginny no le hace nada mal la influencia de alguien como tú...—agregó mirando ceñuda a Fred y George.
—Mamá..., papá... —comenzó Ron con cautela— ¿Aun no saben nada de Harry? —la sonrisa de Hermione se borró de repente y miró expectante a los señores Weasley, quienes intercambiaron una sombría mirada antes de responder.
—Aun no sabemos nada... —respondió el señor Weasley— Pero estamos seguros de que Dumbledore jamás dejaría que se pierda su último año en Hogwarts...
Hermione asintió, no muy convencida. La última vez que había visto a Harry había sido en esa misma estación, cuando habían terminado las clases del año anterior. Se habían despedido normalmente, acordando reunirse en Grimmauld Place dos semanas más tarde. Pero Harry nunca llegó. Aparentemente, Dumbledore había decidido que era hora de que Harry tomara un entrenamiento en serio, y lo había llevado hasta algún lugar secreto, donde Harry pasó todo el verano.
Un silbido les anunció que el tren estaba apunto de partir. Hermione se despidió una vez más de los señores Weasley y subió con Ron al tren.
—Déjenle un saludo a Bill —pidió Hermione asomándose por una ventanilla. Fred fingió indignación.
—¿Estás buscando ponernos celosos? —preguntó entornando los ojos.
—¿Quieres que le contemos a Fleur que coqueteas con su novio? —siguió George. Hermione rió al tiempo que el Expreso de Hogwarts empezaba a moverse. Ella y Ron se despidieron de la familia del último hasta que ya no fueron visibles.
—Vamos a buscar un compartimiento —propuso Ron, y comenzaron a avanzar por el pasillo empujando sus baúles.
—Al final deben haber algunos vacíos... —dijo Hermione al cabo de un rato.
—Si... Oye... ¿tú no tienes un compartimiento especial?—preguntó Ron mientras señalaba la insignia de Premio Anual que su amiga lucía en el pecho.
—No. Los Premios Anuales comparten uno de los carruajes que nos conducen hasta el... ¡Harry! —Hermione dejó a un lado su baúl y apoyó con descuido a Crookshans sobre éste cuando vio a Harry un poco más adelante, recargado contra una pared exterior de un compartimiento, con las manos en los bolsillos. La chica salteó los pocos objetos que lo separaban de él y, tomándolo por sorpresa, saltó a sus brazos Harry dilató mucho los ojos y le dio un par de palmaditas en la espalda, buscando con la mirada a Ron, quien sólo se encogió de hombros y se acercó sonriente.
—¿Cómo estás, Harry? —le preguntó.
—Bien—respondió Harry, lacónico.
—Oh, Harry... —comenzó Hermione— Estábamos tan preocupados... No sabíamos dónde estabas, cómo estabas... ¿Estás bien? Dime... ¿Dónde estuviste, con quién? Oh, jamás pasamos tanto tiempo separados...
—Creo que estaba bien hasta que impediste que el oxígeno le llegara al cerebro, Hermione... —comentó Ron, y buscó los ojos de Harry para compartir una risa. Pero Harry no sonrió. Estaba muy serio, a decir verdad.
—¿Estás bien? —preguntó Hermione frunciendo el entrecejo.
—Sí—respondió Harry con sequedad.
—Bueno... ¿Dónde estuviste? —inquirió Ron impaciente. Harry se cruzó de brazos, manteniendo una expresión inescrutable, y se demoró en contestar.
—Preferiría no hablar de eso ahora —dijo. Tenía un aspecto distante y casi frío, como altanero y arrogante. Ron y Hermione se miraron preocupados.
—Por supuesto... —concordó Hermione con una sonrisa nerviosa Harry posó sus ojos en ella, alzando una ceja, y luego en Ron.
—¿Estuvieron en Grimmauld Place? —preguntó en tono aburrido.
—Un tiempo. Después fuimos a mi casa —respondió Ron. Harry miró a su amigo por un buen rato.
—¿Y bien? —preguntó al fin.
—¿Y bien... qué?
—¿No tienen nada que contarme? —preguntó ahora mirando también a Hermione.
—¿Qué tendríamos que contarte? —preguntó ella sin comprender. Harry parpadeó un par de veces y miró a Ron, escéptico y alzando la otra ceja también.
—¿Nada?—dijo. Ron tragó saliva y sus orejas se pusieron rojas
—¿Nada de qué? —preguntó Hermione confundida. Harry volvió a contemplarla unos segundos, pero luego miró nuevamente a Ron, sonriendo de lado.
— ¿Me vas a decir que estuviste más de un mes encerrado con ella y no pasó nada...? —Hermione abrió la boca indignada... Así que ahora era ella... ¿Qué quería decir ese ella?
—¿De qué están hablando? —preguntó molesta, aunque también se había sonrojado. Ron miraba a Harry con los ojos como platos, ofuscado y sin poder creer lo que estaba escuchando. Harry soltó una risa desdeñosa.
—No me digas... Se te adelantó Fred... o George... ¿Charly o Bill, quizás? —dijo en un tono malicioso. Ron bajó la vista, más rojo aun. Hermione frunció el entrecejo, entre ofendida y angustiada.
—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó enojada cruzándose de brazos con ímpetu. Un par de cabezas curiosas se asomaron de unos compartimientos. Harry borró su sonrisa arrogante y miró a Hermione unos segundos. Entonces parpadeó y volvió a sonreír, pero esta vez con dulzura, mientras descruzaba los brazos.
—Era sólo una broma... —dijo riendo abiertamente. Hermione frunció aun más el entrecejo y sus brazos se aflojaron un poco— Vamos... No pensé que se enojarían así... ¿Qué no me extrañaron? Era sólo una broma —repitió, volviéndose a Ron, quien parecía aliviado, aunque aún algo contrariado.
—Pues no hagas este tipo de bromas, Harry... —le pidió. Harry sonrió.
—Lo siento —dijo, y rodeó con un brazo el cuello de su amigo y con el otro comenzó a empujar el baúl de Hermione—. Vamos a buscar un compartimiento.
Hermione se quedó donde estaba, aun con el entrecejo fruncido mientras miraba a los chicos alejarse. Era verdad que Harry jamás había estado tanto tiempo separado de Ron y de ella. ¿Qué habría pasado todo ese tiempo? Quién sabe todo lo que había tenido que pasar... Sabía que los últimos años el carácter de Harry era como un volcán en constante amenaza... pero, en ese momento estaba... ¿Cómo explicarlo? Porque eso no había sido una broma... ¿Qué le pasaba a Harry?
—¿No vienes? —la llamó Harry, mirándola por sobre su hombro. Ella sonrió débilmente, sacudió un poco su cabeza, y siguió a sus amigos.
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Draco terminó de subir su baúl al Expreso de Hogwarts, y se apoyó contra una pared para recobrar el aliento. Gruesas gotas de sudor caían por su frente, aunque estaba muriéndose de frío. Se subió el cuello de la túnica utilizando sólo la mano derecha, pues el brazo izquierdo le dolía tanto que casi no lo podía mover.
Se había acostumbrado a ese dolor. Ya era parte de él.
Cuando vio a Blaise acercarse a él por el pasillo, se enderezó tan rápido como pudo y se obligó a no temblar.
—Draco...—le dijo en tono de reproche— Te dije que yo iba a subir tu baúl... —Draco contuvo un suspiro.
—Blaise, deja de tratarme como a un pobre diablo —le dijo—. Creo que puedo cargar mi propio baúl.
—¿Sí? Pues a mi me parece que te costó un poquito de trabajo...—discutió Blaise observando el demacrado estado de su amigo. Draco rodó los ojos.
—No digas idioteces —dijo, y comenzó a empujar su baúl por el pasillo.
—No son idioteces... Draco, déjame que yo lleve tu baúl...
—Ya basta —ordenó Draco enojado—. No hagas eso.
—¿Que no haga qué? —preguntó Blaise confundido.
—Tenerme lástima —susurró Draco—. Yo puedo arreglármelas solo.
—Ahora eres tú el que dice idioteces —dijo Blaise molesto—.¿Te das cuenta de lo que dices? Esto no es cualquier cosa.
—Ya basta, Blaise... ¿Cuándo tuve yo problemas para salir de un apuro?
—Nunca...—reconoció— Pero... Vamos, Draco... Sabes que esto no tiene ni punto de comparación con nada que te pasó hasta ahora. Sé que eres orgulloso y todo eso, pero...
—Pero nada —concluyó Draco—. Quédate tranquilo.
—¡Merlín, Draco! —gritó Blaise, pero en seguida bajó la voz y siguió hablando en un frenético susurro— En tu brazo tienes la Marca que te distingue como seguidor del Innombrable, y estás a punto de pasar nueve meses bajo las narices de nada más y nada menos que Albus Dumbledore... ¿y me pides que me quede tranquilo? —Draco le envió una mirada furiosa.
—¿Y qué quieres que haga? —preguntó— Ya no hay nada que hacer, Blaise... El daño ya está hecho. No puedo borrar esta cosa de aquí...
Se quedaron callados mientras pasaba un grupo de chicas de quinto de Ravenclaw, que se rieron como tontas al pasar junto a Draco.
—Hola, Draco... —saludó una de ellas sonriendo como estúpidamente. Draco la ignoró por completo.
Blaise procuró no mirar a su amigo a los ojos.
—No es eso lo que más me preocupa... —dijo con voz queda. Draco suspiró, comprendiendo.
—Tampoco hay nada que hacer con lo otro... —susurró—Blaise, ya no hay escapatoria. Como Él me lo recordó varias veces, sólo es cuestión de tiempo —bajó aun más la voz—. La Oscuridad está en mi sangre... y no hay manera de impedir que llegue a mi corazón eventualmente...
Blaise parpadeó varia veces con la vista fija en el suelo.
—Quizá...—comenzó, dubitativo— Quizá, si le dices a Dumbledore él sepa cómo...
—No—interrumpió Draco, cortante—. No voy a pedirle ayuda. Sabes que si lo hago me veré en deuda con él, y eso es lo último que quiero —Blaise tragó saliva.
—Entonces—dijo—, entonces, lo que estás diciendo es que, básicamente, no harás nada y dejarás que Él se salga con la suya y que tú te convertirás en mortífago.
—No—replicó Draco de inmediato—. No, claro que no... Yo... yo encontraré una solución...
—¿De veras? —preguntó Blaise, no muy convencido.
—Sí—respondió Draco, utilizando una seguridad que no era propia—. Sí, estoy seguro. Ahora vamos, o Pansy se preocupará.
Blaise se encogió de hombros, malhumorado, y dejó que Draco pasara primero empujando su carrito. Al llegar a la mitad del tren entraron a un compartimiento en el que sólo estaba Pansy.
—Pensé que tendría que ir a buscarlos —comentó al verlos entrar—. Los hombres no tienen ningún sentido de la ubicación. Creí que se habrían perdido...
—No, no nos perdimos... —dijo Blaise, molesto, sentándose junto a ella— Es que Draco no quiso dejarme que lo ayude con su baúl... —Pansy posó sus ojos en Draco, que había rodado los ojos, esperando que su amiga soltara una reprimenda como la de Blaise.
—¿Y por qué tendrías que ayudarlo? —preguntó con indiferencia. Blaise parpadeó incrédulo.
—¿Necesitas que te lo recuerde? —inquirió fastidiado. Pansy hizo una mueca de imprecisión con la comisura de los labios.
—Yo lo veo en perfecto estado —sentenció echándole a Draco una mirada evaluadora.
—Es exactamente lo que yo decía —coincidió Draco.
Blaise lo miró unos segundos, atónito, y luego se acurrucó en su lugar murmurando algo así como 'soy el único responsable del grupo'.
Draco se cruzó de brazos, tratando de no pensar en el frío que tenía. Realmente agradecía la actitud que tomaba Pansy; bastante malo era saber lo que le estaba pasando como para que, además, lo trataran como a un lisiado o algo así. Sabía que Blaise sólo quería ayudarlo, y que en verdad estaba preocupado por él. Pero, esta vez, debía admitir que el toque femenino de Pansy le caía mejor.
Cruzó sus brazos aun con más fuerza, evitando que su cuerpo cayera en uno de los estados de convulsión provocados por el frío al que ya estaba horriblemente acostumbrado. Su vida se había convertido en un verdadero infierno desde que había sido marcado con la Marca. Era como si cargara un peso muerto sobre sus hombros. Podía sentir un aura negra circundándolo continuamente, envolviéndolo en la helada Oscuridad.
Él no le había contado a su madre. Pero era conciente de que ella lo sabía, por eso se las había arreglado para pasar el resto del verano alejada de él. Todos los miembros de aquel entorno lo sabían. A los únicos a los que se lo había contado él mismo habían sido Blaise y Pansy. Sus amigos le dieron apoyo desde el principio, pero Draco podía darse cuenta de que estaban aterrados. Aterrados de estar con él. Con alguien destinado a convertirse en mortífago, alguien a quien pronto su vida se le reduciría a la Oscuridad.
Con su tono natural y sus comportamientos corrientes, querían hacerlo sentir mejor, como si nada extraordinario pasara. Pero el notaba cómo evadían sus ojos. Cómo evitaban hablar del tema.
—Es que... tus ojos... son tan oscuros... —le había dicho Pansy llorando cuando él, furioso con el mundo, los había increpado a ella y a Blaise. Eso había golpeado a Draco con enorme fuerza.
Sabía que no tenía oportunidad de escape. Sabía que ya estaba condenado. Lo único que lo separaba de su destino era el tiempo, y bien se sabe que el tiempo es cruel, que el tiempo no espera a nadie, que el tiempo no perdona, que él es cómplice del destino... Y, paradójicamente, el tiempo era lo único que aun lo mantenía vivo... o por lo menos le latía el corazón. Porque Voldemort había tenido razón, como siempre la tenía; Draco estaba viviendo la muerte en dos piernas. Y no se pondría nada mejor.
Aun así, frente a Blaise, sobre todo, mantenía una postura dura, ruda. Se obligaba a hacerle creer que esto no era más que algo temporario, que hallaría la solución. Él sabía que no era así... ¿cómo repeler la Oscuridad?
No tenía ni un instante de paz desde que obtuvo la Marca. Era lógico, a decir verdad. Más allá del crónico sufrimiento físico, era esta terrible y permanente certeza de que su libre albedrío tenía contado sus días... ¿Cómo era que Voldemort jamás se equivocaba? Quizá sonara trillado, pero Draco ya no podía concebir la calma. Su cuerpo se debatía entre el frío y el calor. Un sentimiento ártico que recorría sus venas, y una sensación sofocante que muchas veces lo había dejado sin aire.
En varias ocasiones se había despertado a la mitad de la noche, cubierto en sudor pero temblando de frío, para sólo descubrir que no soportaba la luz. Eso era lo que más lo asustaba. La idea de que no valía la pena seguir viviendo se había incrustado en su cerebro, y no podía quitarla de allí. Si iba a ser un muerto en vida por siempre... ¿qué importaba ser un muerto en muerte? Había probado que la muerte en dos piernas era agotante, quizá otro tipo de muerte cansara menos.
Pero, otra vez (y maldecía a su padre, a su abuelo y a todos sus ancestros por esto), su orgullo Malfoy lo obligaba a seguir en la lucha. Jamás se había odiado a sí mismo tanto como en aquel momento (jamás se había odiado a sí mismo, punto). Odiaba que fuera tan idiota como para mantener aun su postura. Odiaba que el miedo a la incertidumbre fuera mayor que el miedo a la certeza.
Y Draco había caído en la trampa de Voldemort. Había caído en su laberinto, en su juego, en su ciclo.
Porque ahora jamás podría abandonar la Oscuridad. Ya fuere porque la Oscuridad lo consuma a él, o porque él le tema a la luz. Ya estaba puesto en un camino de una sola dirección. Y no podía volver atrás. Y sólo tenía un destino posible... y hasta que llegara, sólo le quedaba sufrir, porque... ¿quién duerme en la carreta que lo conduce hasta el patíbulo?
El tren empezó a moverse.
—¿Crees que podrás jugar al Quidditch este año? —preguntó Blaise inclinándose hacia Draco para poder susurrar. Draco le envió una gélida mirada.
—Por supuesto —afirmó con rotundidad—. Es lo único que hace valer ese horrible y hediondo lugar —Pansy soltó una risa tras su revista y Blaise alzó una ceja.
—¿Lo único? —inquirió incrédulo.
—Y las chicas, lo acepto —respondió Draco en tono aburrido—. Pero sabes que su especie no es exclusiva de Hogwarts —fue Blaise quien rió ahora.
Draco volvió a acomodarse en su asiento, con una nueva preocupación. Había obtenido el puesto de Premio Anual, como era de esperarse. Era el capitán del equipo de Quidditch de Slytherin, como no podía ser de otro modo. Y ese año serían los exámenes finales, en los que él debía sacar excelentes notas, como todo el mundo sabía. ¿Cómo haría para sobrellevar todas sus responsabilidades mientras no podía dejar de pensar en el horrible suceso que se estaba produciendo en sus venas? Hundió su mano en su cabello y comprobó que tenía fiebre, muy alta, o que su mano estaba helada. Probablemente fueran las dos.
Por el rabillo del ojo vio pasar junto a la puerta de su compartimiento, en el pasillo, a Potter y a Weasley, cada uno empujando un baúl, riendo como idiotas. Draco advirtió, con inmensa amargura, que no había reído desde el comienzo del verano. Vio cómo Potter miraba sobre su hombro a algo que se había quedado atrás.
—¿No vienes? —preguntó sonriendo, mirando hacia algún lugar al que el campo de visión de Draco no llegaba, y a los pocos segundos vio pasar por allí a Granger, cargando a su gato en brazos.
Draco rodó los ojos y su labio se curvó en una mueca de desdén.
—¿Quieres que vayamos a saludarlos? —le preguntó Blaise, sonriendo con malicia— Eso siempre te levanta el ánimo...—Draco lo meditó unos segundos.
—No... no tengo ganas... —dijo. Blaise y Pansy lo miraron asombrados.
—Estás peor de lo que creí... —comentó Blaise sombrío, meneando la cabeza. Draco rodó los ojos.
—Es sólo que no quiero levantarme y seguirlos... —dijo Draco molesto. Sabía que no era verdad. De repente, todo aquello le resultaba absolutamente inútil. No podía sacar ningún provecho de molestar a Potter. Tenía cosas más importantes en mente.
—Como gustes... —replicó Blaise malhumorado— Pero me hubiera encantado poder darle a Granger una bienvenida como se merece... —Pansy soltó un bufido.
—No merece que la reciban, estúpida... horrible melenuda... —dijo entornando los ojos.
—Alguien está celosa porque otro alguien tiene el cuerpo más desarrollado... —canturreó Blaise, haciendo enfurecer a Pansy— Y debo decir... Cuán desarrollado, Merlín...
—Idiota...—murmuró Pansy retomando su lectura de la revista.
—¿Tengo razón, Draco? —preguntó Blaise— Quizá sea una sangre impura... pero no puedes negar que...
—Blaise—lo interrumpió Draco—, cállate—Pansy rió triunfal, y Blaise volvió a acurrucarse en su lugar.
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El Expreso de Hogwarts llegó a la estación de Hogsmeade cuando unas finas gotas de lluvia comenzaban a surcar el cielo. Todos los alumnos bajaron del tren y se agruparon en el andén, tratando de abrirse camino hasta los carruajes que los llevarían hasta el castillo.
—Bueno...—dijo Hermione dirigiéndose a sus amigos— Debo ir al carruaje de los Premios Anuales... es el último de todos...
—Bien...—dijo Ron por sobre el ululato de Pigwidgeon, quien revoloteaba en la jaula que su amo cargaba— Te vemos en el banquete —Hermione se despidió con la mano y se volteó, pero entonces sintió unos fuertes dedos cerrarse en su muñeca y debió girar de nuevo.
—¿Quién es el otro Premio Anual? —le preguntó Harry frunciendo el entrecejo. Hermione hizo un movimiento con su mano para que Harry soltara su muñeca y le envió al muchacho una mirada de reproche.
—No lo sé —respondió con sequedad. Harry la contempló unos instantes, con aspecto enojado.
—Vamos contigo —anunció entonces.
—¿Dónde?—preguntó Hermione confundida.
—Te acompañamos hasta tu carruaje —respondió Harry comenzando a caminar hacia el final de la fila. Ron y Hermione intercambiaron una mirada de aturdimiento y lo siguieron.
—¿Por qué? —inquirió Hermione llegando a su lado.
—Para saber quién será el que te acompañe —dijo Harry sin detenerse a mirarla—. Porque tengo un presentimiento y me preocupa que sea correcto.
—¿De qué hablas? —preguntó Ron. Harry no contestó. Hermione se molestó.
—Harry... no soy una niña —le dijo—. Puedo cuidarme sola, aunque no hay nada de lo que deba cuidarme.
—Merlín, Hermione... ¿cuándo madurarás? —preguntó Harry, aparentemente también molesto. Habían llegado al carruaje de Premios Anuales y se detuvieron en la puerta. Hermione contempló a Harry con la boca abierta, dolida. Sin decir una palabra, colocó un pie sobre el primer escalón del estribo. Pero entonces volvió a sentir los fuertes dedos de Harry cerrándose alrededor de su brazo, y fue volteada con violencia.
—¿Qué quieres, Harry? —le preguntó enojada— No sé qué demonios te pasa, pero no voy a permitir que me trates mal.
—Yo no te traté mal —se defendió Harry.
—Sí que lo hiciste. Estás tratándonos mal a mí, a Ron y a cualquiera que se te acerque desde que te encontramos en el tren. Te burlaste de Neville por su regalo de cumpleaños, molestas a Ron por cualquier cosa, y has estado comportándote conmigo como si fuera una pobre ingenua que no entiende de lo que hablas... sin contar esos groseros comentarios con doble sentido que me has dicho...
Harry bajó la vista y metió sus manos en los bolsillos. Ron pasó su vista de Harry a Hermione un par de veces. Hermione guardó silencio unos segundos, pero al no oír respuesta, soltó un suspiro de frustración y comenzó a subir al carruaje.
—Lo siento... —susurró Harry entonces. Hermione se volteó de inmediato y lo contempló durante unos segundos.
—¿De veras? —preguntó mordiéndose el labio. Harry asintió mirándola a los ojos. Hermione sonrió y saltó a los brazos de Harry por segunda vez aquel día. Su amigo la recibió y la apretó con fuerza. Ron hizo un ruido de tierna satisfacción con la garganta, y se abalanzó sobre ellos dos para formar un gran abrazo de grupo.
—Permiso—dijo una fría voz a sus espaldas. Harry, Ron y Hermione se separaron, y encontraron a Draco parado allí, con aspecto aburrido y cruzado de brazos, esperando para subir al carruaje. Tenía una insignia de Premio Anual en su túnica.
Hermione tragó saliva y se alejó de inmediato de los muchachos. Ron tenía una expresión de desconcierto en su rostro, pero también se corrió. Harry permaneció donde estaba, y dejó que sus ojos, ahora tan fríos como los de Draco, se encontraran con los del Premio Anual de Slytherin.
—Permiso—reiteró Draco, sin hacer el amague de moverse. Harry sonrió con malicia.
—¿Así que Premio Anual, Malfoy? —preguntó con sorna. Draco tan sólo alzó una ceja.
—Si, Potter... ¿esperabas tú el puesto? —preguntó en voz monótona. Hermione tomó a Harry de un brazo.
—Harry... deben ir a su carruaje... —dijo, intentando correr a su amigo del medio y haciéndole señas a Ron de que lo ayudara.
—¿Qué importa eso? —preguntó Harry dirigiéndose a Draco, aun inmune a las palabras de Hermione. Draco soltó una risa escéptica.
—Seguro que sí... ya lo imagino... estarías ansioso por la perspectiva de acostarte con tu sangre impura todas las noches...—Ron se adelantó también y enfrentó a Draco.
—Retráctate—le ordenó cerrando los puños.
—Tú no esperarías llegar a Premio Anual, Weasley... —dijo Draco con desdén— ¿O sí?
—Retráctate—dijo ahora Harry. Draco volvió a reír y elevó sus ojos al cielo—. Te lo advierto, Malfoy... —siguió Harry iracundo— si llegas a poner un dedo sobre Hermione...
—Claro que sí, Potter... —interrumpió Draco— Porque de veras ansío poder arrancarle la ropa y hacerle el amor hasta dejarla sin sentido... —Hermione se ruborizó. Harry se adelantó aun más y Ron debió sostenerlo para que no se fuera sobre Draco.
—Es en serio, Malfoy —amenazó Harry apretando los dientes—. Mantente alejado de ella...
—Harry, ya basta... —dijo Hermione enojada— Váyanse de aquí... Ron, llévatelo... —Hermione comenzó a subir la pequeña escalera para ingresar al carruaje, pero entonces Harry la asió por la cintura y la depositó en el suelo una vez más.
—Que él suba primero —dijo señalando a Draco. Éste sonrió de lado.
—Qué inteligente, Potter... —susurró, y subió al carruaje. Hermione interrogó a Harry con la mirada.
—Bájate más la túnica —ordenó él como toda respuesta. Hermione parpadeó y llevó una mano hasta el borde de su túnica, y descubrió que la parte de atrás había quedado levantada, dejando una buena vista de su trasero bajo su falda para el que quisiera ver. Se acomodó las ropas con la vista baja, abochornada. Luego subió al carruaje, cerró la puerta tras de ella y se sentó enfrentada a Draco.
El muchacho ya estaba acomodado, recostado sobre un muro y descansando su mentón en un puño cerrado, mirando por la ventana. No dio señal de haber advertido que Hermione ya estaba allí. Ella notó que su rostro estaba pálido, mucho más pálido de lo habitual, y que sus labios estaban algo morados. Hermione frunció el entrecejo. No era una noche tan fría. Además, tenía cara de afiebrado, y se dio cuenta que, de vez en cuando, sus ojos se le volvían hacia atrás inconscientemente, como si estuviera a punto de desmayarse; quizá estaba enfermo. Pero a ella no podría importarle menos.
Colocó a Crookshanks a su lado y también miró por la ventana, donde el pueblo de Hogsmeade comenzaba a desaparecer a medida que el carruaje comenzaba a moverse.
Avanzaban traqueteando sobre el embarrado camino, y las gotas de lluvia, ahora un poco más gruesas, mojaban el cristal de las ventanas, produciendo un leve y agradable sonido.
Hermione se sentía incómoda, a decir verdad. Sabía que tenía que agradecer que Draco no hubiera decidido molestarla, y que hubiera permanecido callado. Pero aquel silencio la hacía sentir, y ni siquiera ella sabía por qué, algo avergonzada. Era como si estuviera negándole presencia, y el que se viera algo enfermo la hacía sentir culpable. Se imaginó, fugazmente, lo mal que se sentiría si de veras estaba carente de buena salud y ella había ignorado su malestar. Alzando la cabeza con aire despreocupado, carraspeó un par de veces.
—¿Estás enfermo? —le preguntó fríamente, sin dejar de mirar por la ventana. Draco pareció sorprendido, y tardó unos instantes en responder.
—No, Granger —dijo, y Hermione notó cómo su voz temblaba un poco—, no estoy enfermo.
Hermione se mordió el labio. Era una locura, lo sabía, pero el tono de Draco no había tenido ninguna connotación oculta. Sí, de acuerdo, le había contestado casi por compromiso, con palabras escuetas, pero Hermione no percibió malicia. Y recordó que, en el andén, él había intentado subir al carruaje sin traspiés, y había sido Harry el que había comenzado la discusión. Claro que después la había llamado sangre impura... esto la hizo enojar otra vez.
—Bien. No quería que te desmayaras y Madam Pomfrey me regañara—dijo, dejando en claro que su pregunta no había sido formulada porque estuviera preocupada por él. Draco soltó un resoplido, pero no dijo nada, y el resto del viaje a Hogwarts fue en absoluto silencio.
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—Malfoy, Granger —llamó la firme voz de la profesora McGonagall desde el interior del Hall de entrada. Draco y Hermione habían descendido de su carruaje, que había llegado bastante después que los demás, y se habían precipitado al castillo para evadir la lluvia—, vengan aquí, debo hablarles.
Los adolescentes subieron las escaleras y siguieron a la bruja hasta.
—Buenas noches, profesora —saludó Hermione cortés. Draco sólo se sacudió el pelo para quitarse algunas gotas.
—Buenas noches —correspondió la bruja—. Ahora, escúchenme. Espero que sepan que el puesto que obtuvieron es, además de un privilegio, una responsabilidad. Se lo ganaron en buena ley, luego de un balance de méritos, promediados entre calificaciones, puntos obtenidos para sus casas y... comportamiento—concluyó dirigiéndole una fugaz mirada a Draco, quien no se inmuto—. Confío en que serán capaces de honrar la embestidura con la que fueron agraciados.
—Por supuesto, profesora. —dijo Hermione emocionada. McGonagall le sonrió brevemente, y luego se volvió a Draco.
—¿Comprendido, señor, Malfoy? —preguntó. Draco le sosotuvo unos instantes la mirada.
—Sí—respondió cortante. La profesora asintió, conforme.
—Muy bien —dijo—. Los demás estudiantes ya están en el banquete, pueden ir ustedes también. Luego de la cena, esperen al pie de la escalera de mármol para que pueda conducirlos hasta su Sala Común —Hermione asintió con ahínco. Draco no hizo nada—. Buen provecho —dijo como despedida la profesora, y, apretando los labios, se fue con paso fuerte hasta la entrada del Gran Comedor.
Hermione emprendió su camino también, dejando algo rezagado a Draco, que parecía no tener apuro por llegar a su mesa. Cuando entraron al Gran Comedor, vieron que las cuatro mesas ya estaban repletas. Sin intercambiar ni una palabra, Hermione enfiló hacia la mesa de Gryffindor, y Draco hacia la de Slytherin.
—¿Se comportó? —preguntó Harry echándole una rencorosa mirada a Draco cuando Hermione ocupó su lugar junto a él. Ella rodó los ojos.
—No trató de pellizcarme el trasero, si a eso te refieres—respondió. Seamus y Dean rieron frente a ella.
—Tú sabes defenderte de todos modos, Hermione... ¿verdad?—preguntó Nevillejunto a Ron— Tu no dejarías que nadie te pellizque el trasero... —Hermione sonrió nerviosa.
—No, Neville... claro que no... —dijo. Seamus y Dean rieron más fuerte. Harry y Ron les enviaron una mirada furiosa, y de inmediato pararon.
La profesora McGonagall colocó el Sombrero Seleccionador sobre el usual taburete, e hizo pasar a los estudiantes de primer año. Entonces comenzó a llamarlos por lista.
—Hermione...—susurró Lavender inclinándose sobre Neville para poder hablarle; estaba, evidentemente, emocionada— ¿Viste al nuevo profesor?
—¿Nuevo profesor? —preguntó Hermione desconcertada.
—Sí, mira... debe ser de Defensa Contra las Artes Oscuras... allí, en la mesa de los profesores... ¿No es realmente guapo?
Hermione llevó sus ojos hasta donde Lavender señalaba mientras Crimston, Leonard era colocado en Ravenclaw. Sentado junto el puesto vacío de la profesora McGonagall y junto al diminuto profesor Flitwick, había sentado un muchacho que no pasaría de los veinticinco años. Tenía el cabello castaño claro, corto pero con una grácil caída sobre su frente, ojos azules, profundos y escudriñantes, un mentón bastante pronunciado, dándole un contraste varonil con sus rasgos delicados. Podía decirse que era alto, y que tendría una compostura fuerte y fornida. Tenía un codo apoyado en la mesa y una mejilla descansaba con elegancia sobre su mano. Contemplaba con atención el Gran Comedor.
—¿No es guapo? —volvió a preguntar, ahora Parvaty, rompiéndole el cuello a su amiga por echársele encima. Ron, Seamus y Dean rodaron los ojos.
—Bueno... eh... no lo sé... —balbuceó Hermione— Sí... supongo que sí...
—Tiene cara de idiota —sentenció Harry con crueldad, entornando sus ojos y clavándolos sobre el profesor. Todos parecieron intimidados por sus súbitas palabras, luego Harry bajó la voz, convirtiéndola en un susurro, y dijo para Hermione y Ron: — Seguro que no sabe nada de Defensa... apuesto a que yo puedo enseñarle más cosas a él que él a mí.
Ron y Hermione intercambiaron una alarmada mirada.
—¿Aprendiste... muchas cosas nuevas? —preguntó con cautela Hermione, tratando de que Harry por fin les hablara de lo que había estado evitando desde que se encontraron. Harry mantuvo su vista fija en el profesor.
—Sí, muchas. —respondió, y por su tono entendieron que no debían preguntar más. Hermione carraspeó, para volver a integrar a todos a la conversación.
—Tendremos que esperar a la primera clase para saber que tan buen profesor es...—dijo dirigiéndose al grupo en general.
—O para averiguar su color favorito, o su signo astral —repuso Parvaty compartiendo una risa con Lavender.
—... o para saber qué nos tiene preparado para este año—completó Hermione meneando la cabeza y sonriendo permisiva. Parvaty y Lavender la miraron con aire reprobatorio.
—Hermione... tú como compañera de género tendrías que apoyarnos... —se quejó Lavender mientras Parvaty asentía— Debes admitir que lo más interesante de sus clases será cuando se de vuelta y podamos contemplar su...
—Muy gráfico para mí, gracias —interrumpió Hermione cortante. Harry le dirigió una orgullosa sonrisa. Esto tranquilizó a Hermione. Creía que sería complicado lidiar con Harry (y de hecho así sería), pero siempre podía contar con el enemigo común para afianzar su camaradería. Parvaty hizo un puchero.
—Claro...—dijo con despecho, dirigiéndose a Lavender— A ella no le importa porque ya de por sí debe convivir con un chico extremadamente... ¿Cuál es la palabra, Lavender? Oh, sí... —entornó los ojos y los clavó en Hermione— deseable... —Hermione forzó una risa despectiva.
—Si yo hubiera sabido que el premio por matarse estudiando seis años era compartir una Sala Común con Draco Malfoy, yo misma me hubiera tragado todos los libros con placer... —afirmó Lavender con un sugerente tono. Hermione resopló.
—Oh, sí... no saben lo emocionada que estoy... —dijo sarcástica— Mi idea de diversión es convivir con Draco Malfoy...
Parvaty y Lavender se encogieron de hombros y comenzaron a cuchichear señalando a la mesa de Ravenclaw.
Willar, Brooke fue colocado en Hufflepuff y la ceremonia de selección fue dada por concluida. Dumbledore se puso de pie, con los brazos extendidos y sonriendo abiertamente.
—Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts —dijo con alegría. Muchos aplaudieron—. Me alegra contar con la presencia de todos y cada uno de ustedes. Ahora, sin detenimientos, a comer.
Los platos se llenaron de comida y las bocas se llenaron de gemidos contenidos. De inmediato, todos comenzaron a servirse. Hermione no había comido más que un par de Ranas de Chocolate y de Tortas de Calderos en el tren, así que estaba muy hambrienta. Ron, por su parte, se llenó el plato con puré de calabaza, un trozo de carne asada, ensalada de huevos y otro trozo de carne asada.
—Mañana habrá más comida, Ron... —le dijo Hermione sonriendo al ver cómo engullía. Él le sonrió de vuelta, pero siguió comiendo. Harry, por otro lado, tenía los brazos cruzados sobre su pecho y miraba su plato vacío— ¿No vas a comer, Harry? —preguntó Hermione. Harry no contestó. Hermione recordó que en el tren tampoco había comido nada— Harry... —insistió. El muchacho parpadeó un par de veces y miró a Hermione.
—¿Qué?—preguntó confundido. Hermione se mordió el labio.
—¿No vas a comer? —preguntó nuevamente. Harry llevó sus ojos hasta la fuente con puré de calabaza y luego hacia Hermione otra vez. Sonrió.
—¿Quieres darme en la boca? —preguntó socarrón. Hermione alzó ambas cejas mientras Seamus se ahogaba con un trago de jugo debido a la repentina risa (se lo tenía merecido).
—Si eso es necesario para que comas, entonces sí —dijo con frialdad. Harry borró la sonrisa de repente.
—No—dijo—. No hace falta —y se sirvió puré de calabazas. Ron tragó todo lo que tenía en su boca (con bastante trabajo, a decir verdad), y lo palmeó en su espalda.
—Te recomiendo la ensalada, compañero —dijo.
—Y yo te agradecería que no te limpies en mi túnica, compañero —replicó Harry, y todos rieron. Hermione también. Aunque no tenía ganas.
El banquete terminó, dejando los estómagos de todos repletos y una satisfecha sonrisa en casi todos los labios. Dumbledore se puso una vez más de pie, y todos guardaron silencio.
—Espero que hayan disfrutado la comida —dijo. Hubieron más aplausos. Dumbledore sonrió—. Hay algunas modificaciones que quiero comunicarles —continuó—. Para empezar, me gustaría que todos sepan que la lista de artículos prohibidos a vuelto a incrementarse —hubo un pequeño abucheo en alguna parte del salón; el director lo pasó por alto—. Pueden encontrar dicha lista en la puerta del despacho de nuestro celador, el señor Filch —lo señaló con un gesto de su mano—. También me gustaría presentarles a su nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, Garret Blake.
Un extendido murmullo de excitación femenino se escuchó en el Gran Comedor y hubo una masiva rodada de ojos masculinos mientras el aludido hacía una leve inclinación de cabeza. Hermione vio cómo Parvaty y Lavender juntaban sus cabezas y murmuraban con frenesí mientras anotaban algo en una hoja de pergamino
—Espero que recibamos con cariño a este nuevo miembro de Hogwarts—continuó Dumbledore—. Además, quisiera recordarles a los alumnos más grandes, y advertirles a los de primero, que los límites permitidos en los jardines del colegio son hasta la entrada del Bosque Prohibido, el cual, redundantemente, está prohibido, así como tampoco está permitido el acceso al pueblo de Hogsmeade, al menos que sean alumnos de tercero en adelante y sea un fin de semana de excursiones. Muy bien, eso es todo. Buenas noches y dulces sueños —concluyó como despedida.
El bullicio llenó de nuevo el Gran Comedor. Todos se pusieron de pie, dispuestos a dirigirse a sus camas sin miramientos. Hermione buscó entre la multitud a McGonagall, pero no la encontró. Sin embargo, Draco estaba recargado sobre una pared, junto a la escalera de Mármol, aguardando.
—Debo ir hasta allí a esperar a la profesora McGonagall —dijo dirigiéndose a Harry y a Ron. Ellos llevaron sus ojos hasta donde su amiga señalaba y fruncieron el ceño al ver a Draco.
—Hermione... quiero que tengas cuidado —dijo Harry con firmeza.
—Claro que sí, Harry... —repuso ella impaciente. Harry se le acercó y colocó una mano en su cadera, tomándola por sorpresa, y a juzgar por su cara, también a Ron.
—No—dijo Harry—. Es en serio. Ten cuidado —Hermione abrió la boca, confundida.
—Harry... ¿qué quieres...?
—Hermione... tú sabes cómo es Malfoy. Prométeme que no dejarás que...
—Oh, Harry... —interrumpió ella sonriendo— ¿Crees que es verdad lo que dicen Parvaty y Lavender? —Harry parpadeó— En ese sentido, no corro ningún riesgo con Malfoy. Te lo aseguró —su amigo alzó una ceja—. De veras... ¿crees que él querría revolcarse con una asquerosa sangre sucia como yo? —preguntó con ingenuidad.
—No te llames así... —dijo Ron imperativo. Hermione comenzó a reír, pero se detuvo de repente cuando Harry la acercó más a él mismo, acortando la distancia entre sus rostros.
—Quizás te llame sangre sucia —le susurró—, pero no por eso deja de ser un hombre.
Harry la soltó con suavidad y se encaminó hasta el pie de la escalera de mármol. Hermione, aun ofuscada, buscó en los ojos de Ron una respuesta, pero éste sólo se encogió de hombros.
—Hasta mañana, Hermione —dijo, y corrió para alcanzar a Harry. Hermione suspiró, meneando la cabeza, y se dirigió hacia la escalera. Ya no quedaba nadie en el Gran Comedor, excepto ella y Draco, quien mantenía su vista fija en el suelo. La profesora McGonagall se acercó con paso raudo, haciendo resonar sus zapatos.
—Síganme—ordenó, y subió la escalera de mármol. Hermione trató de mantenerle el paso.
—¿Nos reuniremos con el director? —preguntó.
—En cuanto el director lo disponga —respondió la profesora—. Ahora, con el comienzo de las clases, tiene bastantes problemas... —miró a Draco por sobre su hombro, y luego agregó en un confidente susurro: — Pero puedo asegurarle que confía en ti, Granger.
Hermione sonrió, orgullosa.
—¿Le molestaría apurarse, señor Malfoy? —preguntó apremiante la profesora cuando Draco se había quedado al final de un pasillo en el quinto piso, y ella y Hermione ya estaban al final. Draco, sin molestarse en hacerle caso, llegó junto a ellas. La bruja lo examinó con detenimiento— ¿Estás enfermo? —le preguntó sospechante. Draco bufó.
—No—respondió, pero al ver la expresión de la profesora agregó: — No, profesora... —ella lo observó un instante más, y luego reanudó la marcha, subiendo por otra escalera.
Tras recorrer otros dos corredores, la profesora McGonagall se detuvo frente a un gran retrato con marco dorado y el lienzo en blanco.
—Esta será su Sala Común —anunció señalando el retrato—. Muy bien. Quiero que tomen esta muestra de confianza que se les da permitiéndoles vivir solos, con respeto, como debe ser —Hermione asintió. Draco no. Tenía las manos en sus bolsillos, aburrido. Era más que obvio que tenía millones de cosas más interesantes que hacer que escuchar a la profesora—. Cuidarán este espacio, porque será suyo. Pueden traer aquí a otros alumnos, ya sea para hacer trabajos o para estudiar. Pero bajo ninguna circunstancia —miró a Draco en forma advertiente— pueden permitir a otros estudiantes pasar la noche aquí —apretó los labios—. ¿Entendido? —Hermione volvió a asentir, pero la profesora tenía su vista fija en Draco, quien la contemplaba, a su ves, alzando una ceja, altivo —¿Entendido?—preguntó con más potencia. Draco rodó los ojos y asintió. La profesora también asintió—. Perfecto. Muy bien, deberán pensar una contraseña entre los dos para darle al retrato, que será el guardián de su Sala Común. Procuren que la contraseña sea práctica, recordable para ambos, y no se la den a ninguna otra persona. Además, deberán recordar que...
Se detuvo de inmediato al oír un fuerte estruendo procedente de un piso de abajo. Un ruido como de sillas arrojadas al aire. La profesora entornó los ojos.
—Peeves...—susurró, y se encaminó con paso rápido hasta el final del corredor, dejando olvidados a los dos chicos.
Hermione se mordió el labio. Draco se recostó contra la pared y cerró los ojos, agotado. Ella lo contempló durante unos segundos.
—¿Estás bien? —preguntó. Draco suspiró y abrió los ojos con pereza.
—¿Y por qué te importa? —preguntó a su vez— ¿Temes que McGonagall te castigue por dejarme morir? Tranquila... no me tiene mucho cariño...
—Te ves horrible, Malfoy, eso es todo. —dijo ella encogiéndose de hombros.
—Y tú estás preciosa, Granger —repuso él con sarcasmo. Hermione frunció el ceño y se cruzó de hombros. Pasó su cuerpo de una pierna a otra, nerviosa. Pasaron un par de minutos y la profesora McGonagall no regresaba.
—Creo que deberíamos pensar una contraseña —dijo Hermione dubitativa—. No sé si volverá la profesora... —Draco hizo un gesto de indiferencia con los labios.
—Como quieras...
—Bueno... muy bien... eh... ¿cuál crees que debería ser la contraseña...? —Draco soltó un bufido de exasperación.
—No lo sé, Granger... la que quieras... —Hermione alzó una ceja y lo estudió. Ya no le quedaban dudas. Más allá del tono impaciente, no había hallado malicia en su voz. Era como si tuviera algo más importante en lo que pensar como para molestarse en utilizar sus usuales armas de martirio con ella.
—Muy bien, la que quiera —dijo—. ¿Qué tal,'Slytherin apesta'? —Draco volvió a rodar los ojos.
—¿Trabajaste en tu sentido del humor durante el verano, Granger? —peguntó con sorna.
—Si no te gusta, colabora —repuso Hermione.
—Bien, bien... —dijo él, harto— No sé... cualquier cosa... Plata...
—¿Plata?—preguntó Hermione, escéptica
—Si, Granger, plata... El metal plata... ¿Prefieres el oro?
—No, Malfoy, pero podrías poner un poco más de empeño...—dijo ella.
—Bueno... no lo sé... ¿Cuál es tu flor favorita?
—¿Qué?
—Tu flor favorita, Granger... vamos, debes tener una flor favorita... —Hermione se mordió el labio.
—Las rosas durazno —dijo—. ¿Pero crees que esa es una buena contraseña?
—Sí, Granger, perfecta —Hermione lo consideró unos instantes.
—Muy bien... —aceptó. Dudando, se colocó frente al retrato en blanco— Eh... Rosas durazno —dijo con voz clara. Al principio no sucedió nada, pero entonces el lienzo comenzó a tomar un color rosado, incrementando su fuerza, hasta que se convirtió en un intenso escarlata. Hermione lo contempló interesada y le echó a Draco una mirada. Él había vuelto a fijar su vista en el suelo. En el cuadro empezó a perfilarse una figura humana, alta y de hombre, y los rasgos se fueron definiendo, hasta formar a un muchacho joven, como de su edad, parado con elegancia, vistiendo una túnica de Hogwarts con los colores de Gryffindor y una insignia de Premio Anual en su lado izquierdo. La figura parpadeó y los miró extasiado.
—¡Oh!—exclamó sonriendo— Los nuevos Premios Anuales... me complace conocerlos... —dijo haciendo una reverencia. Hermione le sonrió.
—También nos complace a nosotros —aseguró. El joven la contempló ladeando su cabeza.
—Mi nombre es Wolfang Cirilus Atilio Batter Van Bürenn III —dijo, repitiendo su reverencia—, primer Premio Anual de la honorable casa Gryffindor del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Hermione notó que su boca estaba parcialmente abierta y la cerró de inmediato. Draco continuaba con los brazos cruzados y su aspecto aburrido, como si nada de aquello le interesara en lo más mínimo.
—Pues... es un placer... —dijo Hermione sonriendo nerviosa— Yo soy Hermione Granger, Premio Anual de Gryffindor... —se volvió a Draco para que se presentara. Pero el muchacho mantenía la misma expresión de languidez, así que completó: — Y este es Draco Malfoy, Premio Anual de Slytherin.
Wolfang paseó sus ojos de uno a otro, y los detuvo en Hermione.
—Me complace saber que Gryffindor cuenta con tan valiosa presencia como la suya, señorita Granger —dijo, una vez más reverenciándola—. He oído hablar mucho de usted. No me extraña que obtuviera el puesto de Premio Anual—Hermione se ruborizó y se mordió el labio. Draco rodó los ojos.
—Muchas gracias... ¿Wolfang? —dijo con duda. Él le sonrió.
—Poseo un verdaderamente largo nombre —dijo—. Elija usted la parte que más le congracie para referirse a mí.
—Oh...—balbuceó Hermione— Bueno... ¿Podrías... repetírmelo? —preguntó insegura.
—Ciertamente. Soy Wolfang Cirilus Atilio Batter Van Bürenn III.
Hermione guardó silencio.
—Bien... ¿Van? —el joven se vio contrariado. Abrió su boca un par de veces— Si no te gusta puedo llamarte como tu prefieras...
—No, no... Van está bien... —dijo él, recuperando su compostura— Lo hallo más que adecuado. Sucede, señorita Granger, que no solían llamarme así. Pero, si es lo que le apetece, no puedo negarme —e hizo otra reverencia.
—Bien, gracias... —dijo Hermione— Y tú puedes llamarme Hermione... y tratarme de tú, si quieres.
—Oh, usted me concede demasiados placeres —dijo Van, lisonjero. Hermione volvió a ruborizarse. Draco resopló fastidiado y se adelantó.
—¿Podemos pasar de una vez? —preguntó impaciente. Van le alzó una ceja.
—Disculpe, creo que olvidé su nombre... —dijo con cortés interés.
—¿Por qué no me extraña? —preguntó Draco sarcástico.
—Es Draco Malfoy, Van —recordó Hermione—, Premio Anual de Slytherin...
—Sí, por supuesto... —concordó Van sonriendo— Lamento que mi paupérrima memoria lo haya molestado, joven Malfoy... Vaya, qué interesante... —comentó luego, sonriendo.
—¿Qué cosa? —preguntó Hermione.
—El que tengamos este año a un Premio Anual de Gryffindor y a un Premio Anual de Slytherin... —respondió— Es un suceso recibido con entusiasmo por los retratos.
—¿Y por qué es eso? —Van hizo un gesto de dolor.
—Me destroza que cuestione eso, señorita Hermione... —dijo— porque no puedo revelar los secretos de los retratos...
—¿Secretos?
—Bueno, quizá esa no sea la palabra adecuada...
—Granger, deja de perder el tiempo y entra de una vez —apremió Draco—. No me interesa pasar la noche en el pasillo.
Hermione le envió una furiosa mirada, y luego miró a Van, como disculpándose.
—Debemos entrar a dormir, Van... —dijo.
—Sí, por supuesto, lo entiendo... —dijo él, otra vez haciendo una reverencia, y el retrato se abrió. Hermione le dirigió una última sonrisa y entró a su Sala Común. Cuando Draco se disponía a hacerlo, Van alzó una ceja— Buena suerte, joven Malfoy... —susurró. Draco lo contempló confundido— sé que la necesitará...
Draco meneó la cabeza y el retrato se cerró tras él. Hermione estaba parada en el centro de la sala, con las manos lazadas tras la espalda, girando para ver el lugar.
—¿Es linda, no? —preguntó. Draco hizo un sonido de indiferencia. La sala era de enormes proporciones, adornada con colores cálidos, escarlatas y verdes. Había una imponente chimenea, mucho más grande que la de la Torre Gryffindor, y estaba ubicada justo bajo un gran ventanal que llegaba hasta el techo, ornamentado con oro y plata. Una de las paredes laterales estaba cubierta con una inmensa biblioteca (en ese momento vacía). Por el centro habían montones de sillones, todos de aspecto mullido y cómodo. Una escalera, que hacia la mitad se dividía en dos, se alzaba en la pared central.
Hermione advirtió que Draco no se había movido de junto a la puerta. Algo muy extraño le estaba ocurriendo, y ella no sabía si lo lamentaba. Después de todo, si iba a pasar todo el año viviendo con él, prefería que estuviera callado y misterioso en lugar de que la moleste con constancia. Sonriendo, confabulante, se le acercó.
—¿Sabes qué, Malfoy? —preguntó. Él la observó aburrido— Estás cambiado. No sé qué te sucedió. Pero prefiero tu nueva personalidad —concluyó. Draco dilató sus ojos, incrédulo— ¿Puedo tomar la habitación de la izquierda? —preguntó Hermione. Draco frunció el ceño y asintió. Hermione volvió a sonreír y subió la escalera, doblando hacia la izquierda en la mitad.
Draco permaneció varios minutos mirando el punto donde Hermione había desaparecido. Era entendible que pensara así. De hecho, sus propios compañeros de Slytherin habían notado que estaba diferente. Pero ella había dicho que prefería su nueva personalidad... Draco suspiró. Pobre sangre impura... quién sabe, dentro de unos meses, él mismo fuera a asesinarla para el Señor Tenebroso.
Advirtiendo una nueva e insoportable punzada en su antebrazo, Draco subió la escalera y entró al que sería su dormitorio. Se acostó sobre su cama, tapándose con todas sus mantas. No se había molestado en encender la luz.
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Segundo capítulo... check!
El título del capítulo, Death on two legs, es el nombre de una canción de Queen (Muerte en dos piernas). Momento cultural.
Quizás las rosas durazno son conocidas como rosas salmón por ciertas personas. Tengan en cuenta que es lo mismo.
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