Hola. Sigo haciendo lo posible por participar en estas dinámicas porque me encanta el reto de escribir con un tema predefinido una situación de mi inventiva. No sé exactamente cuál de los tipos de amor fue el que retraté aquí. Yo solo sé que es amor, y con eso soy completamente feliz. Espero que les guste.

Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.

Ahí estaba otra vez esa sensación cálida y suave en su pecho. Como si su universo interno se expandiera y su cuerpo no pudiese contenerlo. Ni siquiera recordaba cuándo había comenzado. Ni siquiera se imaginaba si podría definirlo, por más que lo intentara. Pero no era un mal sentimiento, así que, durante esos escasos instantes, se permitía disfrutarlo.

Así lo hacía cada mañana. Se aseguraba de estar en la entrada principal de su colegio a las 7:21 a.m. No podía ser antes… no podía ser después. A esa hora, a esa bendita hora, lo podía observar sin ser descubierta.

A las 7:20, traspasaba la entrada y se ocultaba tras el grueso tronco del árbol que daba la bienvenida a los estudiantes, y quedaba a la espera… a la espera del momento en que sus ojos pudiesen captar la presencia de una abundante cabellera plateada demasiado larga para los cánones de la institución escolar y de unos ojos del color del oro más puro.

Ese era el único momento en el que podía observar a Inuyasha desde tan cerca. El resto del tiempo él estaba siempre rodeado por los compañeros de su equipo deportivo o por un montón de estudiantes que pedían su ayuda con las materias. Debía ser el precio que pagar por ser tan bueno en los deportes y el ámbito académico. Y ni pensar en acercarse a hablarle. Eso sería imposible. Era el chico más popular de la escuela, y además de último curso. Nunca la miraría a ella, una jovencita de primer año.

Pero cada mañana, a las 7:21, solo eran ellos dos: ella, oculta por las sombras y él, iluminado por el más resplandeciente sol.

Tenía que darse prisa. No se podía creer que sus amigos le hubiesen impedido escabullirse antes. Eran sus compañeros, pero a veces lo molestaban bastante. Tal y como en este momento.

Era una suerte que fuera rápido y se supiera algunos atajos para llegar al lugar al que se dirigía. Eran las 12:36 de la tarde. El período de almuerzo estaba a punto de terminar, pero Kagome siempre salía a las 12:40, 20 minutos antes del fin del período, para comerse su pequeño pastel de chocolate favorito lejos de miradas curiosas.

Ella solo ignoraba que la mirada más que curiosa de él no se perdía detalle mientras Kagome se deleitaba en su delicioso dulce, o al menos creía que lo era a juzgar por sus sonrisas mientras lo comía.

Este era el único momento en que estaban solos y él podía observarla todo lo que quisiera. Al ser de cursos diferentes, no se veían tanto como a Inuyasha le gustaría, eso por no hablar del hecho que seguramente era imposible que ella se interesara en él. Era mayor que Kagome. Pero eso no le impedía correr cada tarde y deleitarse en cómo la suave brisa de comienzos de la tarde le acariciaba el rostro o le hacía bailar los brillantes cabellos negros, o en cómo los afortunados rayos del sol que atravesaban entre las hojas del árbol que la cobijaba creaban imágenes poco definidas, pero preciosas, en su rostro.

Ahí estaba otra vez esa sensación cálida y suave en su pecho. Como si su universo interno se expandiera y su cuerpo no pudiese contenerlo. Ni siquiera recordaba cuándo había comenzado. Ni siquiera se imaginaba si podría definirlo, por más que lo intentara. Pero no era un mal sentimiento, así que, durante esos escasos instantes, se permitía disfrutarlo.

Tal vez fueran breves los momentos, pero cada tarde, a las 12:40, solo eran ellos dos: ella, como si fuera una ninfa y él, oculto y maravillado por su belleza.

Tal vez, algún día, la providencia movería las manecillas del reloj lo suficiente como para que dos pares de ojos se encontraran, dando comienzo realmente a la historia. Mientras tanto, saber que era amor era más que suficiente para, a momentos diferentes del día, arrancarles una sonrisa.