Sí, lo sé, tengo que actualizar. Pero como ya avisé en face, primero quiero librarme de estas cosas y luego me pondré en actus xD.

Este fic será grande, como Roturas y casi todos mis fics xD. Las que no amen leer, no se lo recomiendo.


Datos del fic:

Título: Nunca te enamores de esas hermanas.

Parejas: Itachi x Izumi (sí, su Izumi), Gaara x Matsuri, Naruto x Hinata, Sasuke x Sakura, Shikamaru x Temari, Ino x Sai, Kakashi x Rin, Neji x Tenten y algunas otras de relleno. Casi todo canon.

Estatus: Incompleto. Capis desconocidos.

Disclaimer: El fic me pertenece, pero los personajes son de su respectivo autor, exceptuando los OC que son de mi propiedad. No plagies, por favor. Cualquier coincidencia con la vida real u parentesco con otro fic es pura casualidad. Si a alguien le molesta o cree que he copiado su idea, por favor, sea tan amable de avisarme.

Ranking: M. Por lenguaje y futuros roces entre parejas.

Temas: Romance, humor, drama, angus, Smut (Lemon y lime), lenguaje soez, violencia (seguramente algún momento de violencia de género pasiva).

ADVERTENCIAS DE PERSONAJES: OOC, IC, OC (Solo los necesarios), AU.

Nota sobre Izumi: Es la novia supuesta que aparece en Itachi Gaiden, todavía no sé cual será su carácter original ni si estará en Ic o en OOc. Siguiendo el consejo de Shadechu, pues seguí adelante usándola.


Resumen: Itachi había tenido que ser madre y padre a la vez que hermano, de sus hermanos menores. Chicos problemáticos a los que atesoraba y que tan solo podía lograr controlar con ciertas reglas. La vida no les había tratado bien y a duras penas podían mantenerse. Ganándose la vida como buenamente pueden, hasta de forma no correcta, pero siempre con sus reglas.

Todo cambia con la llega de seis hermanas a la mansión junto a ellos. Sus vidas empezaran a volverse totalmente un lio.

Por su parte, Izumi había tenido que vivir las peores experiencias de su padre en cuanto al amor, con la llegada de cada una de sus hermanas a las que amaba con locura pero que le hacían perder la paciencia muchas veces. Todas señoritas que han tenido que sobrevivir a su modo, otras en etapa de madurar y rebeldes. Pensaba que el nuevo cambio de vida y, rogaba, la última vivencia pasional de su padre, las hiciera estar fijas ya en un lugar.

Pero nunca pensó que justo valla con valla, tendría unos increibles chicos capaces hasta de hacerla temblar a ella.


Nunca te enamores de esas hermanas.

Chia S.R


1º: La mansión.


Las reglas eran claras, pero ese día, había que sumar una más.


Y pensar que todo comenzaba con una señal de tráfico... robada.


¿Quién ha sido esta vez?

Los seis callaron, mirándose las puntas de los zapatos con suma atención. Itachi se cruzó de brazos y paseó su oscura mirada por encima de cada uno de ellos. Tan diferentes. Tan jóvenes. Tan condenadamente problemáticos. Tan leales a los demás.

Y todos sus hermanos.

Él era el mayor de una estirpe de bastardos y su deber era el de cuidarlos, criarlos, educarlos. Todo lo que se suponía que un progenitor debía de hacer. Eran sus hombros los que habían heredado ese peso. Y no le importaba. Hasta al más rebelde de todos ellos era importante.

Pero eran esos momentos cuando le provocaban un terrible dolor de cabeza.

Fijó sus ojos en el mayor de todos ellos. Shikamaru chasqueó la lengua, se metió las manos en los bolsillos y miró hacia la ventana. Una de sus oscuras cejas se movió, inquieta. Aquel gesto le indicaba que era problemática la situación, pero que aún así, no iba a delatar a su hermano. Itachi admiraba esa cualidad de amor de todos ellos. Pero en esos momentos, no.

El tercero, Gaara, se mantenía apoyado contra la nevera, despegando distraídamente una pegatina que ya había perdido hacía tiempo su color. Otro que tampoco diría nada. Demasiado inmerso en su mundo.

El cuarto, Sasuke, el único de sus hermanos con el que compartía madre y el mayor parentesco físicamente. Movía entre sus dedos un tomate sin dejar de mirarse las puntas de los pies, como si fuera realmente interesante el panorama.

El sexto, Sai, quien sonreía como si nada hubiera pasado y tuviera que hacer un esfuerzo por no delatar a su hermano. Itachi estaba seguro de que si lo presionaba lo suficiente, le diría una barbaridad con tal de evitar que el travieso fuera descubierto.

Pero Itachi no necesitaba ni que sus hermanos confesaran ni ser un detective. Sabía perfectamente quién había sido. El quinto hermano, el revoltoso que sacudía los pies y empezaba a impacientarse mientras miraba hacia la puerta de salida con unos deseos terribles de correr.

Suspiró y tras frotarse el entrecejo, sacudió la cabeza.

Tres morenos, un rubio y un pelirrojo. Hermanos varios pintos. Todos conflictivos a su modo. Su dolor de cabeza.

Y esta vez, era por una condenada señal de tráfico que descansaba sobre la mesa de la cocina.

—Esto —indicó, señalando el susodicho objeto—, ha sido un robo estúpido.

—Más que un robo diría que alguien lo trajo de llavero.

Unas cuantas silenciosas carcajadas y su mirada sobre su hermano artístico. Sai disfrutaba con el dibujo y era realmente bueno. Se podía decir que era el más franco de todos ellos en cuanto a trabajo, vendiendo sus obras en la calle o en alguna tienda que desearan encargarse de venderlas. Pero desgraciadamente tenía un serio problema en cuanto a su lengua. O era viperina o no acertaba una.

—Gracias por la observación —bufó y meneó una mano para hacerle callar—. Todos sabemos ya perfectamente quién ha sido.

De nuevo, silencio. Gaara dejó de rasgar la pegatina y Shikamaru chasqueó la lengua.

—Naruto.

El rubio dio un respingo, se frotó el rostro con una mano y maldijo entre dientes.

—Itachi —comenzó—, yo…

—No te molestes. Estabas tan borracho que ni te diste cuenta de lo que hacías. Hasta que te despertaste esta mañana con la señal sobre la mesa.

El rubio enrojeció al ser completamente pillado, desviando la mirada azulada que había heredado de a saber qué parte de su familia. Itachi sabía que eran sus hermanos, pero desconocía cómo eran las madres de todos ellos. Suponía que la madre de Shikamaru y Sai eran morenas o que los genes de su padre habían sido más fuertes. Sin embargo, la diferencia llegó con Naruto y Gaara, quienes no heredaron absolutamente nada de su padre.

—La devolveré —prometió el rubio acercándose hasta la señal.

La levantó con una sola mano y la cargó sobre su hombro, teniendo que hacer malabares para no caerse. Sus ojos se clavaron en Sasuke.

—Maldito Teme. ¿Por qué no me detuviste?

Sasuke simplemente se encogió de hombros y se desquitó del problema. Itachi miró hacia el único que compartía su sangre materna. Claro que Sasuke no había detenido a Naruto y estaba muy lejos de ser por diversión. Simplemente es que no había podido. Cuando ambos decidían marcarse una noche de fiesta, el alcohol era lo que utilizaban como medio de superación. El que más bebía, ganaba. O el que más aguantaba. Generalmente terminaban los dos cayendo como moscas.

Y esa noche, al menos, habían llegado sanos y salvos gracias a Shikamaru, quien aburrido, se había unido— o había sido arrastrado—, a sus hermanos.

—Oh, diablos. Esto va a ser complicado, Dattebayo.

Todos giraron la cabeza hacia el rubio. Naruto había abierto la puerta de la cocina con la idea de sacar la señal de circulación fuera de la casa pero se había detenido en seco. Itachi cavilaba seriamente qué castigo poner al menor, cuando el ruidoso sonido de un camión retumbaba justo frente a la puerta de su destartalada casa.

Automáticamente, todos se asomaron, casi empujando al rubio y la señal al exterior.

Su casa no era un monumento. Doble, con más necesidades de reparaciones de las que él podía hacer en su tiempo libre. Gracias a Sai no tenían que preocuparse demasiado por la pintura, pero no era nada elegante ver cómo sus canalones colgaban a diestro y siniestro o que las ventanas estaban pegadas con celo.

Sin embargo, pese que su casa era tan poco llamativa, en cuestión de grandeza, vivían junto a una mansión abandonada años atrás. Si Itachi echaba la vista atrás, su hogar había formado parte antes de tremendo monumento arquitectónico, siendo la casa de los empleados. Fue lo único que su padre le dejó, con una nevera llena para un mes y dos bocas que alimentar, que luego fueron creciendo a medida que llegaban más hijos varones.

—¿Se ha comprado la casa? —cuestionó Naruto señalando los camiones de mudanza.

—No, se mudan gratis —objetó Sasuke rodando los ojos.

Antes de que ambos empezaran una pelea, Sai levantó la mano y señaló un BMW que entraba en el interior del elegante jardín. Todos silbaron y miraron con más atención. Por las pintas, Itachi esperó que salieran multimillonarios repletos de anillos, joyas lustrosas y con elegantes trajes victorianos.

El chofer descendió y tras arreglarse la corbata, abrió la puerta.

Todos habían contenido el aliento y cuando el primer personaje abandonó el vehículo, lo expulsaron con sorpresa. Especialmente, cuando el resto comenzó a salir.

Tres mujeres bajaron del coche. Una morena que parecía ser la mayor, ataviada con un simple traje japonés oscuro que hacía contraste a sus ojos y cabellos. Una segunda, rubia y de ojos verdes y, por último, una tierna chica de miradas tímidas y aspecto estirado.

Las tres observaron con incredulidad lo que ahora parecía suyo. La morena no tardó en dar órdenes y mientras las otras dos entraban en el interior, se fue directa hacia los trabajadores.

Itachi se frotó las manos, bostezó y golpeó los hombros de Shikamaru y Sasuke, los más cercanos a él.

—Pues… parece que tenemos vecinos.

Ambos chicos asintieron, con el ceño fruncido y los ojos abiertos y concentrados en los camiones. Las puertas se abrieron y los objetos de valor empezaron a ser adentrados bajo el autoritario mando de la morena.

—Cosas impresionantes— señaló Shikamaru intercambiando una mirada con él. Itachi se rascó la nuca.

—Recuerda que nunca cerca de casa.

Shikamaru asintió y volvió la mirada hacia los camiones.

Itachi tenía reglas. Reglas que ellos se empeñaban en romper frecuentemente. Pero había unas que eran los primeros en cumplirlas y respetarlas.

Las que más solían romper era la de los horarios, limpiar en la casa por turnos, ir a la compra cuando podían y nada de meterse en estúpidas peleas. Tan solo quedaban los tres pequeños estudiando y era algo terriblemente molesto algunas veces.

Shikamaru había dejado los estudios en el primer curso de la universidad. Como un vago experto había decidido darse a la vaguería que a otra cosa. Gaara fue expulsado por una pelea bastante comprometida en la que un profesor terminó gravemente herido, según la institución.

Sasuke había ganado varias becas para mantenerse en clases y llegar a la universidad. Milagrosamente, Naruto había logrado mantenerse gracias a algunas clases extras de un vago Shikamaru y de que Itachi estuviera siempre encima de él. Sai estudiaba artes y procuraba pagarse sus propios gastos escolares.

Pero la economía de la casa no era algo que siempre tuvieran factible. De ahí, que existieran esas reglas irrompibles.

La principal: Nunca cerca de casa.

Cualquier trabajo que fuera preocupante debía de hacerse lejos de casa.

La segunda: Tú lo has ganado, pero comes en casa.

Podías ganar lo que te diera la gana, aunque fueran solo cinco euros. Pero la mitad que ganabas era para la casa. Llenar la nevera, arreglos o pagar facturas.

Tercera: Nunca traiciones a tu sangre.

Y esa regla era irrompible, como momentos antes demostraron.

Cuarto: Deshazte de tus pruebas cuanto antes posible.

No era bueno tener pruebas que te incriminaran y eso era algo que él había aprendido a la perfección. Sus hermanos habían heredado la experiencia gratamente.

Quinto: Ni la familia ni los amigos y mucho menos los amores, debían de estar involucrados.

Todo quedaba fuera de casa y en casa, cuanto menos mejor. Todos eran una piña, pero quedaba totalmente prohibido inmiscuirse con la pareja de cualquier otro. Hasta ahora.

—Mierda, esto es como ponernos los dientes largos—bufó Naruto pasándose una mano por los rubios cabellos.

Itachi entrecerró los ojos con cansancio. Con el simple sofá que pasaban por delante de ellos podría pagar un mes de comida. Con la peinadora, otro mes y ni hablar del enorme espejo con lentejuelas.

Pero las reglas eran las reglas.

—Naruto —nombró señalándole—, la señal. De vuelta a su lugar.

El rubio guiñó los ojos, como si intentase recordar qué hacía su mano enganchada a una señal de tráfico. Suspiró y tras dar una última mirada y asegurarse de que Itachi no se retractaba, volvió a sus primeras intenciones. Abrió la valla que necesitaba una buena reparación y comenzó a cruzar.

Antes de que sus pies dieran otro paso, el claxon de un vehículo le hizo retroceder. La señal cayó contra el suelo, pero su hermano saltó por encima de la valla con un perfecto giro. Un Ferrari descapotable rojo se detuvo justo frente a donde momentos antes estaba su rubio hermano. Dos mujeres miraron hacia ellos.

La conductora bajó unas gafas de sol enormes que cubrían dos preciosos ojos verdes. Sus cabellos cortos rosas estaban liados por el viento, pero no borraban la agradable forma en corazón de su rostro. Su acompañante, una rubia realmente guapa, se asomó, apoyando los brazos repletos de pulseras cruzados sobre la puerta, mirándoles.

—¿Estás bien? —cuestionó mirando hacia Naruto.

—Sí, Dattebayo —respondió éste poniéndose en pie.

Itachi se acercó hasta ellas, apoyando una mano sobre el cristal y otra en su cadera.

—No es una calle para ir tan deprisa. Podrías haber matado a mi hermano —puntuó, clavando la mirada en la conductora.

La chica miró hacia el rubio con el ceño fruncido y luego a él.

—Ni le vi. Solo me fijé en la señal de tráfico.

Itachi tuvo que reprimir una sonrisa cuando escuchó exclamar enfadado a Naruto.

—Ya te advertí, Dobe— musitó Sasuke golpeando la nuca de su mayor compañero de fechorías.

Al instante, la atención de ambas féminas se declinaron hacia el cuarto de sus hermanos. Sasuke ignoró sus miradas, centrándose en la absurda pelea que Naruto no tardó en comenzar. Itachi podría haber prestado más atención y haberse enterado mejor de cómo terminó la dichosa señal en la mesa de su cocina, pero alguien más llamó su atención.

—¡Sakura, Ino!

La mujer morena que momentos antes había descendido junto a las otras dos, corrió hasta ellos, jadeante, deteniéndose junto al coche casi sin aliento. Mientras lo recuperaba, observó a todos con sus ojos oscuros, hasta detenerse en ambas chicas. Itachi podía asegurar que era una chica del montón más de cerca. Realmente era un kimono sencillo lo que cubría su cuerpo y no remarcaba las curvas como ambas chicas dentro del coche.

—¿Qué hacéis? Tenemos mucho que hacer, chicas— puntualizó la mujer colocando ambas manos sobre sus caderas.

La rubia sonrió después de explotar un chicle que sostenía entre sus dientes.

—Solo conocíamos a los vecinos, Izumi.

Y pasó la vista por encima de todos ellos. Tenía unos bonitos y característicos ojos azules. La nombrada chasqueó la lengua, empujó a la de cabellos rosas de nuevo al asiento y bufó.

—Entrad en casa. Temari os está esperando y seguramente, se está subiendo por las paredes por no saber qué hacer con vuestras cosas. Además— añadió—, no es justo que Hinata esté cargando con las cosas ella sola.

Ambas chicas bufaron y tras arrancar el motor, levantaron una mano como despedida. Aunque Itachi sospechó que fue más para enfadar a la mayor que otra cosa. Sin embargo, sus hermanos siguieron el vehículo con la mirada, con rostros serios y de sumo interés.

Como diría aquel: carne fresca en la nevera.

E Itachi no podía estar más de acuerdo.


Izumi suspiró angustiada mientras observaba a las dos chicas entrar en lo que nuevamente sería un hogar. Esperaba, para siempre. Sakura y Ino eran las más difíciles de todas las chicas, especialmente, porque cuando menos se lo esperaban, tenían encima algún pecador de género masculino.

Y diablos, en ese lugar habían seis enormes muchachos, a cual más apuesto, que eran capaces de encandilar, jugar y luego tirar a la basura a cualquier mujer que desearan por meros momentos. Sakura e Ino no tenían problema en compartir. Al menos, por ahora.

—Naruto, la señal.

Giró la cabeza nuevamente hacia los muchachos al escuchar la voz. Era agradable, pausada, como si tuviera toda la paciencia del mundo. Lo había visto de lejos cuando se percató que el descapotable de su hermana estaba aparcado frente a la casa. Era el único de ellos que estaba cerca del vehículo, manteniendo a los otros detrás. Supuso que sería el líder.

El muchacho rubio remugó algo entre dientes pero se alejó arrastrando, a saber de dónde la había sacado, una señal de tráfico. Un moreno le siguió arrastrando los pies. Los otros se volvieron, desinteresados, hacia el interior de la casa. Una casa que, por más manos de pintura que le estaban dando, se notaba a cien lenguas que necesitaba una nueva reforma y cuanto antes, mejor.

—Le pido disculpas si mis hermanas os han causado problemas.

—Para nada —negó el hombre levantando una mano—, mi hermano suele ser bastante problemático. Las chicas se detuvieron para asegurarse que estaba bien.

Izumi lo dudó. Sakura e Ino tenían sus mentes bien claras a la hora de varones. Pero por supuesto, no iba a echar tierra sobre su tejado.

—¿Le hicieron algo? —cuestionó. Él negó.

—Esquivó a tiempo. Además, es culpa de mi hermano por llevar una señal de tráfico encima.

Izumi sonrió, repentinamente divertida.

—Creo que mejor no preguntaré de dónde la sacó.

El hombre levantó las cejas con diversión y meneó la cabeza.

—Mejor no.

Se frotó las manos en el kimono y miró por encima de su hombro cuando el primer camión abandonó el recinto.

—Bueno, creo que será mejor que me presente, ya que, al parecer, seremos vuestras vecinas por un tiempo.

—Eso parece —confirmó él. Izumi realmente empezó a plantearse que aquella voz debería de ser un crimen.

—Soy Izumi Hatake. Las dos chicas de antes son Sakura e Ino, mis hermanas pequeñas —se presentó—. Por favor, si en cualquier momento le dan algún tipo de problema, hágamelo saber.

El hombre suspiró y se rascó la nuca.

—Eso mismo debería de decir de mis hermanos —confesó—. Itachi Uchiha. Y bueno, el resto son…

—Más Uchiha —bromeó sonriente. Itachi esbozó una muy ligera sonrisa torcida.

—Algo así.

Izumi guiñó los ojos, confusa, pero no presionó.

—Bien, entonces, si necesitan algo —señalo la mansión que a partir de ese día sería su nuevo hogar—, ahí estaré.

El Uchiha clavó la mirada en ella, profunda, como si fuera capaz de ver más allá de su interior.

—Lo tendré en cuenta —asintió.

Izumi se alejó tras saludar, cada vez más deprisa, hasta que aquellos ojos dejaran de mirar hasta lo más profundo de su ser.

Tras dar unas últimas indicaciones a los trabajadores, subió para reunirse con sus hermanas. Tal y como esperaba, Temari se encontraba regañando a Ino y Sakura por su tardanza.

—Llevamos trabajando desde la mañana y ustedes no aparecían. —Temari sacudió una mano frente a ellas, con una hoja de registros—. Os advertimos de que deberíais de estar temprano para elegir habitación entre todas, para que los trabajadores colocaran los muebles en sus lugares respectivos y ya se ha ido hasta un camión.

Sakura fue la primera en protestar. Pese a que siempre respetaban a Temari, desde hacía tres días Ino y ella estaban en medio de una etapa rebelde bastante irritante. Ambas creían que el resto del mundo estaba en contra de ellas y que podrían sobrevivir sin contar con los demás. Especialmente, desde que todo había comenzado.

Izumi no podía evitar comprenderlas.

Su padre se había casado siete veces. Siete. Se decía rápido y fácil, pero era pesado y largo. Su primera mujer fue su madre, quien murió al darle a luz. Su padre se emparejó con la madre de Temari cuando esta se quedó embarazada de su hermana, pero una vez que Temari nació y dos años después, la dejó al saber que no solo le engañaba con otro hombre, si no que estaba embarazada de este mismo.

La tercera mujer fue la madre de Hinata. Una joven rebelde perteneciente a una familia adinerada que se suicidó después de que Hinata naciera, atrapada en medio del sufrimiento de que ambas familias la repudiaran. Hinata era adorable y quizás, la que menos problemas daba, exceptuando cuando tenía sus días de pareja.

Sakura y Ino habían llegado casi a la vez. La madre de Sakura, una rebelde mujer, fue encarcelada durante dos años, naciendo Sakura en medio de la cárcel. Al salir libre, abandonó tanto a Sakura como a su padre, alegando que por fin era libre y pensaba disfrutar de ello. La madre de Ino, sin embargo, murió de cáncer al poco de nacer esta. Su padre se había sorprendido, al ver a la pequeña rubia, especialmente, porque al parecer, pensó que de un solo retoce no tendría una nueva hija. Como si las demás no avalasen su fertilidad.

La sexta mujer era la madre de su hermana pequeña. Ambos se divorciaron cuando, asustada, la mujer se vio incapaz de cargar con tantas hijas de otras mujeres, cuyos fantasmas la atosigaban. Y ahora, la séptima mujer, no solo las había aceptado, sino que, además, parecía ser capaz de hacer feliz a su padre, quien se había encargado de darse una buena y paciente luna de miel, dejándola a cargo de todo.

Pero Izumi encontraba que todo era demasiado pesado.

Por dios, solo tenía veintinueve años y ya se sentía como una mujer de cuarenta de puro cansancio. Cuidar de sus hermanas le chupaba la gran cantidad de tiempo y apenas tuvo la oportunidad de sacarse una carrera que no ejercía.

—Vamos a ver —interrumpió antes que Sakura decidiera abrir la boca y armar más jaleo—. Matsuri no ha llegado todavía tampoco, así que tenéis tiempo de sobra. Ino, Sakura: id a buscar la que queráis. Pero dejad la tercera para Matsuri. La pidió para sí porque está cerca de la biblioteca para estudiar.

Ino suspiró y arrastró a Sakura escaleras arriba. Temari bufó mientras la veía alejarse, con las manos en puños sobre las caderas y sacudiendo la cabeza.

—Hinata se ha tenido que encargar de todas las cosas de ellas, solo por venir más tarde en su nuevo coche —protestó Temari mirándola con enfado—. Y tiene que irse a trabajar. ¿Por qué las defiendes tanto?

Izumi no podía responder sinceramente. Su hermana era firme, severa y parecía disfrutar de ello. Ella adoraba a todas como la que más. Quería que Sakura e Ino disfrutaran lo que ella no tuvo. Y esperaba que vivir muchas emociones fuera lo mejor que pudieran pasarles. Aunque fueran unas rebeldes.

—Por cierto. ¿Dónde estaban?

—Oh, en casa de los vecinos. Confundieron una señal de tráfico, al parecer. —Sonrió incómoda.

Ante la simple mención de sus vecinos lo primero que se le vino a la mente fue aquel sujeto.

—Son bastante interesantes.

Temari chasqueó la lengua y se alejó taconeando por encima del parqué. Si algo tenía que agradecer, es que su rubia hermana no estuviera interesada en hombres. Y menos, problemáticos.


Sakura maldijo entre dientes mientras abría las ventanas. Daban directamente al jardín, justo frente a la enorme y vacía piscina que pensaba en llenar cuanto antes. El verano comenzaría pronto y aunque tuviera que soportar las clases extras por el traslado, pensaba pasar muchas horas ahí metida.

Habría preferido tener otro tipo de habitación, pero al menos no era como la de Ino, que tenía sus vistas directamente hacia la catedral. No obstante, todas tenían baño propio y eso era una delicia. Hinata había obtenido una buena habitación, en la que solía dar el sol casi a todas horas. Seguramente, Izumi se lo permitió con la idea de que llevase a su misterioso prometido con ella alguna noche. Aunque dudaba que su mojigata hermana fuera capaz de hacer algo así.

Si ya era sorprendente que tuviera novio.

Hinata era de las típicas que no se dejaban besar en público y probablemente, su pobre novio no hiciera más que esperar a la dichosa boda para ver algo de carne.

Izumi había optado por la más cercana a las escaleras, justo frente a la puerta del dormitorio principal de su padre. Probablemente con la idea de estar más atenta por si alguna decidía hacer una escapada nocturna. A veces sopesaba que su hermana mayor no había vivido lo suficiente y que todo lo que necesitaba era un buen hombre dándole el calor que se había perdido por muchos años.

Según escuchó una vez de Temari, Izumi estuvo prometida con un militar, pero éste la abandonó por la guerra y jamás regresó.

Temari consiguió una habitación entre Hinata y Matsuri, con vistas hacia las montañas. La chica adoraba el verano, la sequía y cualquier cosa que representara tener calor y era una acérrima enemiga del frio. Incluso del contacto humano.

Matsuri tenía una habitación que daba no solo al pasillo, sino también a la biblioteca principal. La chica adoraba tanto los libros como los chismes y alegaba que tarde o temprano, sería la mejor escritora del mundo. Sakura esperaba que su hermana no siguiera los pasos de sus hermanas mayores y viera que existía más mundo fuera de los libros y sus secas páginas.

Acogió aire en sus pulmones e intentó tranquilizarse. No era la vida de sus hermanas lo que la preocupaba.

Estaba harta de tantas mudanzas, de tantas esperanzas perdidas. Quería vivir la vida como quisiera, explorar al cien por cien las posibilidades y desde luego, aprovechar las puertas que se abrieran durante su camino. Tenía inteligencia y un cuerpazo. Podía permitírselo.

Pero había días en que todo era una completa bola de estiércol que te perseguía fueses a donde fueras.

Y esos días eran precisamente eso.

—¿Has decidido como colocar los muebles que te has traído?

Se giró al escuchar la voz. Temari dejaba sobre la cama las sábanas que ella había escogido con tanto mimo para su última vivienda. Eran algo especiales, pues su padre la había acompañado a comprarlas por una vez en su ajetreada vida. El hombre se había reído cuando ella había bromeado diciéndole que serían sus futuras sábanas de matrimonio cuando se casara.

—Más o menos lo tengo. Pueden subirlos y ya los empujaré yo— indicó remangándose las mangas.

Temari suspiró rascándose la nuca.

—Mira, lo de antes…

—Está bien, Temari— cortó. No necesitaba excusas. Ella misma estaba de los nervios con todos los cambios. Y Temari era la segunda al mando, por decirlo de algún modo.

La rubia suspiró y sacudió la cabeza.

—Como quieras. De todas maneras, no te duermas.

Se volvió y salió con aquellos aires de grandeza que solo ella podía darse. Sakura puso los ojos en blanco y se acercó a las sábanas sobre la cama. Eran blancas con flores de cerezo cubriendo la superficie. Preciosas. Le encantaban. Aun así, nunca las usaría.

—Ey, frentona.

Miró por encima del hombro y arqueó una ceja. Ino estaba apoyada contra el quicio de la puerta en una pose claramente sensual y una sonrisa pícara marcada en sus labios.

—Olvídate del rollo ese de la casa perfecta y vamos a planear algo para esta noche.

Una vez más puso los ojos en blanco.

—Y dime. ¿Cómo planeas sacarnos de aquí con Izumi dando vueltas como un cuervo sobre nosotras?

Ino sonrió con aquella pequeña boca perfecta suya y le hizo un gesto. Sakura la siguió con cuidado hasta el que sería su nuevo dormitorio. Ino cerró tras ellas y la incitó a acercarse hasta la ventana.

—¿Por qué crees que he escogido esta habitación? No por sus vistas, desde luego.

Sakura esbozó una traviesa sonrisa y se acercó más. Al costado izquierdo, junto al tuvo de la chimenea, una escalera bajaba hasta el jardín.

—Ino-cerda, eres realmente un genio cuando te lo propones —felicitó. Ino levantó la nariz con orgullo.

—Entonces, todo decidido. Esta noche saldremos un rato.

Sakura asintió y se estiró. Necesitaba ejercitar su cuerpo de otro modo distinto a muebles arrastrándose.

—Ino.

Ambas se volvieron hacia la puerta.

Hinata tenía entre sus brazos una pequeña caja con grandes letras escritas que formaban la palabra "Jardín". El corazón sobre la letra i indicaba la dueña de aquel pequeño tesoro.

Hinata sonrió con aquella característica dulzura de ella y entró cuando Ino extendió los brazos en busca de la caja. Ni siquiera se habían dado cuenta de que abriera la puerta de lo silenciosa que era siempre.

—Gracias, Hinata-chan— agradeció guiñándole un ojo.

La chica sonrió y asintió. Tras saludar con la mano se alejó.

Sakura puso los ojos en blanco. Amaba a Hinata como al resto de sus hermanas, pero algunas veces deseaba que fuera capaz de gritar, patalear, insultar o simplemente hasta morder. Era demasiado buena. Muchísimo. Pero demasiado tímida para su gusto, pues desperdiciaba su hermosura como nadie.

La condenada tenía unos encantos increíbles. Ojos preciosos y casi únicos. Un largo cabello sedoso que quitaba el hipo. Una preciosa piel sin imperfecciones y una figura que se afanaba en cubrir en ropas anchas y largos vestidos.

Sakura realmente había esperado que al tener pareja todo cambiara, sin embargo, no fue así. Hinata continuaba igual de tímida y monja.

—¿Realmente vas a encargarte del jardín? Papá se ofreció en contratar un jardinero para que no tengas que seguir metiendo tus manos dentro de la casa de los gusanos. —Arqueó una ceja mientras observaba a Ino abrir la caja, entusiasmada.

—Por supuesto que sí. Es algo que quiero hacer y lo haré. ¿Has visto ese jardín? Es precioso y aunque la mitad esté apagado, lo volveré tan hermoso que ganaremos un premio y todo. Aunque —dudó—, me preocupa la parte que da a la casa de al lado.

Sakura miró hacia la ventana. Desde allí no se podía ver como desde su cuarto.

—¿Te refieres a la casa repleta de tíos increíblemente…?

—¿… sexys? —terminó por ella Ino con una pícara sonrisa en su rostro. Sakura asintió—. Sí, me refiero a ellos. ¿No le echaste un vistazo a la casa?

Sinceramente: no. Sakura estaba demasiado preocupada por estar a punto de llevarse por delante a aquel increíble rubio y después, demasiado concentrada en observar a los muchachos como para pensar en que su casa estuviera detrás, en medio o volando sobre sus cabezas.

—¿Crees que sea una casa de gigolós o algo así?

Ino la miró un instante antes de carcajearse. Sakura hizo un mohín molesto pero terminó uniéndose a ella.


Hinata dejó a sus hermanas con una sonrisa en los labios. Ino y Sakura eran dos adolescentes a cuál más directa y seductora. Algo que ella nunca sería. Le gustaba la tranquilidad, quizás era algo chapada a la antigua y por eso sentía un poco de picazón llamada envidia sobre ellas. Pero sana. Deseaba que sus hermanas vivieran felices y satisfechas en el futuro.

Entró en el que sería su nuevo dormitorio y alcanzó el bolso sobre el colchón de su nueva cama. Revisó que llevara todo y se giró. Temari hizo un ademan de despedida con la cabeza y Hinata sonrió, acercándose a ella.

—¿Seguro que podrás con todo? Puedo llamar y pedir que…

—No —negó Temari levantando una mano y acallándola. Hinata suspiró, rendida. Su hermana era de las que preferían cargar con lo que hiciera falta y no molestar a nadie con sus problemas—. Vete.

Hinata sonrió. No podía debatirle más o no llegaría a tiempo. Se despidió de Temari y bajó las escaleras hasta la entrada, donde Izumi volvía a estar demasiado ocupada en averiguar si todo iba tal y como deseaba.

No podía ignorar que su hermana mayor tenía una fuerza de hierro para equis tareas, pero Hinata empezaba a preocuparse de que, en cualquier momento, pudiera colapsar.

—¿Te marchas ya? —Izumi miró por encima de una caja con el nombre gravado de la menor de todas ellas en color marrón.

—Sí. Me preocupa dejaros con tantas cosas que tenemos que hacer…

—De eso nada. Sal de aquí. Aunque igualmente vas a un mundo de locos —bromeó Izumi dejando la caja al pie de la escalera—. Dile al chofer que te lleve. Llegarás antes que a pie.

Hinata miró su reloj de pulsera y suspiró defraudada. Adiós a su organizado paseo hasta las oficinas.

—Es cierto. Le diré que regrese nada más dejarme por si le necesitáis.

Izumi se acercó y le plantó un enorme beso en la mejilla, entre risas.

—Tú siempre tan adorable, Hinata. No te preocupes más por nosotras y vete. Venga. Largo.

Hinata no se hizo de rogar más. Giró sobre sus talones y subió en el BMW. La nueva vida traía esas cosas con ellos. Deseaba por todos los medios que su pequeño y poco llamativo escarabajo llegara pronto y ansiaba poder estabilizar su vida más que nada.

—Oh, Dios mío.

Levantó los ojos de la carpeta que sostenía sobre sus muslos al escuchar la voz de su chofer.

—¿Qué ocurre? —indagó mirando por la ventana. El conductor chasqueó la lengua.

—Un chico está intentando clavar una señal de tráfico en el suelo —informó llevando la mano hacia el móvil—. La policía debería de hacer algo al respecto.

Hinata observó mejor. Era un joven rubio, de amplios hombros que intentaba por todos los medios clavar una señal de tráfico en un hueco de cemento. Hinata recordó levemente las protestas de Izumi acerca de la tardanza de Ino y Sakura. No pudo evitar sonreír.

—Charles. No lo hagas. Sigue adelante. No tengo tiempo para preocuparme por algo así, por favor.

El chofer chasqueó la lengua una vez más y tras encogerse de hombros, continuó. Lo último que vio Hinata de él fue como un moreno se unía al otro, dándole una colleja.

Antes de mudarse, con todo el caos que esto estaba conllevando, vivían en las afueras de la ciudad, un pueblecito bastante llamativo pero fiel a sus costumbres que estaba ganando cada vez más empresas enfocadas en su comercio. Hinata comenzó a trabajar en unas oficinas como asistente social, después la trasladaron a la ciudad. Llevaba dos años ahí cuando empezó a salir con su pareja. Y a los veintidós años estaba esperando poder casarse pronto. Aunque la idea le aterraba.

Casarse podría significar dejar atrás a sus hermanas y todo por lo que había luchado en su vida. Y tampoco quería terminar como su padre. Vivir de ese modo, con la mala suerte de perder tantas esposas… No. Iba a resultar demasiado doloroso. Además, ella se veía a sí misma como la típica mujer que solo amaba a una persona en toda su vida. Para siempre.

Pasaron por delante de la parada de autobús que había pensado coger para ir al trabajo, percatándose que realmente nunca hubiera llegado de ir caminando. Agradeciéndole mentalmente a Izumi, sonrió.

De repente, el chofer tuvo que frenar bruscamente cuando una moto enorme cruzó por delante de ellos. Mientras el conductor maldecía las motos, Hinata se asomó a tiempo de ver al sujeto medio girándose y levantando una mano como disculpa. Tenía los cabellos negros y largos.

—La ciudad es de locos. ¿Está usted bien, señorita? —cuestionó el hombre algo más seguro.

Hinata sonrió y asintió.

—Muy bien, Charles. Muy bien.

Aquel lugar iba a gustarle. Quizás.

Por mucho que a su prometido no le hiciera mucha gracia.

Izumi tenía la esperanza de que ambos pasaran pronto por el altar, pero también tenía sus dudas. Hinata compartía algunas de estas y otras. La principal de ellas es que su pareja quería alejarla de sus hermanas. No por maldad, desde luego, si no para vivir su vida juntos y prosperar uno al lado de otro. Hinata había pasado tanto tiempo junto a sus hermanas, que ya era algo que necesitaba hacer.

Le resultaba difícil pensar que un día no se despertara con el olor a café de Izumi. O que Temari no abriera ventanas y puertas para dejar entrar el sol. Que ella no se dedicara a cuidar solícitamente cada detalle para ellas. Que Ino y Sakura no entraran discutiendo como locas en la cocina o ver a Matsuri aparecer con la mejilla llena de tinta por haberse dormido de nuevo sobre los libros o algún trabajo escolar.

Su idea siempre fue la de compartir vivienda con ellas. Y en esos instantes, tenían un buen lugar. El idóneo más bien. Su padre apenas estaba en casa y sus hermanas tenían vidas ocupadas como para que interrumpieran en su vida de casados más que por las mañanas en el desayuno, comida o cenas.

Pero su pareja lo veía de otro modo. Cuanta más gente, más problemas. Lo peor es que solo era Hinata quien traía los problemas.

Sus hermanas.


Sabía que Temari le echaría una bronca del copón. Llegaba tarde y eso conllevaba esa clase de regañina, lo comprendía, pero nada ni nadie podrían salvarla de ello. No obstante, tenía una buena excusa: se había perdido. Alguien había quitado la dichosa señal que debía de guiarla hasta la mansión y cuando pasó la parada del autobús, al haberse ido por el lado equivocado, tuvo que regresar y descubrió que estaba puesta. Seguramente nadie se creería su historia o alegaría que había visto mal.

Preocupada por el hecho de llegar tarde, corrió lo más que pudo, atravesando los coches aparcados y la gente, desgraciadamente, chocar contra las personas parecía ser su fuerte, pues dio de lleno contra un hombre joven, probablemente de la edad su hermana Temari. Sus libros se esparcieron por todos lados y hasta algunas de sus anotaciones fueron tristemente pisoteadas por los transeúntes que la ignoraron.

—Oh, no —protestó cuando tiró de una de las hojas en las que se vislumbraba claramente una marca de talón—. Mi trabajo de historia.

El joven con el que se chocó se había agachado para ayudarla y miró la hoja, para luego desviar sus oscuros ojos hacia ella.

—Solo es una hoja, puedes rehacerla.

Levantó los ojos hacia él, frunciendo el ceño. ¿Volver a hacerla? No era tan sencillo, diablos. ¿Por qué todo el mundo pensaba que estudiar era fácil? ¡No lo era!

Recogió sus cosas bruscamente, quitándole las que tenía en sus manos y tras sacarle la lengua, echó a correr, dejándolo ahí, chasqueando la lengua y rascándose la condenada y fea cola en forma de piña que llevaba en la cabeza.

Continuó corriendo calle abajo hasta encontrar la urbanización correspondiente y vislumbró la gran mansión de la que eran dueñas ahora. Se detuvo. Todo aquello parecía sacado de un cuento de hadas y por un instante, comenzó a pensar en que todas ellas eran princesas. Quizás ella no, pues nunca Bella fue realmente una princesa hasta que se casó con su príncipe.

Cogió aire y se mordió el labio inferior, totalmente convencida de que ese era el lugar que siempre había necesitado para poder inspirarse como nunca. Y estaba segura que tras que Ino se pusiera a la carga, si se lo pedía, sería capaz de hacerle una delicia de jardín donde poder sentarse para escribir por largas horas.

Pero antes, tenía que enfrentarse al enfado de su hermana mayor.

Mientras cruzaba la puerta boquiabierta, Temari le salió al camino. Con las manos en las caderas y el ceño fruncido.

—¿Por qué has tardado tanto?

—Me perdí —confesó rascándose la nuca. Con Temari siempre era mejor ser sincera, antes que nada—. Cuando llegué al lugar señalado, la señal que papá dibujó no estaba. Luego al volver sí estaba. Y cuando venía hacia aquí, choqué contra un chico que me tiró todooo por el suelo. Fue un desastre. Y cuando llegué, me quedé embobada mirando todo.

Río, rascándose la nuca. Temari suspiró y le hizo una seña.

—Anda, sígueme, te mostraré algo.

Matsuri asintió y la siguió, sonriendo a Izumi cuando la vio y saludó con la mano sonriéndole. Subieron las escaleras y continuaron recto hacia el fondo. Matsuri solo necesitó que abriera la puerta para sentirse emocionada.

Al contrario que al resto, sus hermanas, que eran tan diferentes de gustos, ella amaba los libros. Y ahí tenía unas estanterías preciosas para ella, con cajas a sus lados cargadas de libros. Le brillaron los ojos, pasó los brazos alrededor de los hombros de Temari y dio saltitos.

—¡Papá lo cumplió! ¡Una biblioteca enterita para mí! —exclamó.

Temari le dio una palmada en el trasero.

—Sí, sí. Pero vas a ser tú la que coloque tooodos esos libros y la que se encargue de su cuidado. Tu habitación está al lado pero… —calló al ver que ya no le prestaba atención mientras dejaba sus cosas sobre una mesa y rebuscaba por las cajas—. Toda tuya.

Matsuri estaba totalmente emocionada con la idea de colocar libros y la duda de qué forma debería de hacerlo, empezó a distraerla. Autores, títulos, temas, años. ¡Tantas posibles variantes!

Se volvió para buscar ideas en su hermana, pero esta se había marchado sin que Matsuri llegara a percatarse. Sonriendo avergonzada, se percató que se había dejado llevar de nuevo por la emoción.

Miró los libros con cierto anhelo, pero suspiró al recordar que tenía una página nueva que reconstruir. Así pues, rebuscó en sus cosas hasta que algo que claramente no era suyo, llamó su atención.

Una cartera de hombre.

—Oh, Dios. Quizás es de ese chico —sopesó.

Abrió en busca de la documentación y al menos así, poder devolvérsela. Cuando leyó las señas, frunció el ceño, confundida.

—¡Temari-nee-san! —llamó cuando la vio pasar cargada con cajas.

Esta se detuvo, arqueando una ceja.

—¿Esta es nuestra calle?

Temari dejó las cajas, acercándose y miró el carnet con el ceño fruncido.

—¿A quién pertenece esto? —cuestionó—. Y sí, es nuestra calle. Más bien… esto parece ser aquí al lado. Nosotros somos el número doce, así que… sí. Catorce, según el carnet.

—¿Recuerdas que te dije que me choqué con alguien al venir aquí? —inquirió. Temari asintió—. Fue con este chico. O hombre, mejor dicho. Según su carnet, tiene veinticinco años.

—¿Qué ocurre?

Izumi apareció con un par de cajas más, dejándolas junto a la puerta de Hinata, de la cual ya colgaba su nombre con una chincheta, y se acercó a ellas mirándolas interrogativamente.

—Nada especial —respondió Matsuri enseñándole el carnet y la cartera—. Me choqué antes con este chico y parece que es nuestro vecino. Pensé en ir a devolvérsela.

Izumi abrió los ojos con sorpresa, negando repetidas veces.

—Ni hablar. Eres demasiado joven para…

—¿Para intercambiar una frase con una persona? —bromeó Matsuri, pero calló al notar la mirada severa de su hermana mayor—. Por dios, Izumi, solo es entregar una cartera que encontré. No van a comerme.

La morena extendió la mano para recibir la cartera, pero Matsuri retrocedió. Ambas estuvieron forcejeando un instante, hasta que Temari intervino, quitándole la cartera y mirándolas como si de dos mocosas se trataran.

—Por dios, Izumi, un poco de cabeza. Y tú, Matsuri, tienes demasiadas cosas que hacer como para estar pensando en devolver cosas. Yo misma lo haré y no hay más debate.

Con un gesto solemne, la rubia se volvió para marcharse escaleras abajo. Izumi y ella intercambiaron una mirada y un parpadeó.

—¿Por qué no querías que fuera? —cuestionó.

Izumi tragó.

—Porque es peligroso. Esa casa… está llena de cosas malas. Hazme caso.

Le dio un toque en la nariz y se alejó casi dando saltitos. Matsuri la miró incrédula, pero derrotada, decidió olvidarse de todo y centrarse en su trabajo.

Tenía demasiadas cosas por hacer.


Temari miró la cartera y suspiró mientras salía por la puerta de hierro. Sus hermanas eran un caos verdadero, especialmente, desde que se estaban mudando cada dos por tres. Izumi a veces exageraba demasiado. Hinata era tan tierna y dulce que siempre temía que regresara a casa con alguna herida o una mala noticia. Ino y Sakura eran las más rebeldes y cada vez que las veía salir al exterior, dudaba que no fueran a regresar embarazadas, drogadas o cualquier otra cosa, porque esas chicas, no por irresponsables, porque no lo eran, pero sí temerarias.

Y Matsuri… era su niña preferida, quizás. Era inteligente y aunque solía írsele la lengua de vez en cuando, nunca mentía. Y confiaba en ella. Desde luego, también temía por su bienestar. Probablemente podía entender a Izumi. Ir a vivir justo al lado de una casa repleta de varones no era lo más adecuado para una en que, menos una, todas eran solteras y a cuál más alocada.

Quizás esperar a Hinata fuera lo más aconsejable, pero dudaba que su hermana llegara a decir algo en claro cuando viera tanta testosterona masculina frente a ella.

Izumi le había descrito la casa como medianamente pudo, pero lo que Temari se encontró era incluso peor. Mas no era quien para meterse en la vida de los demás. Llamó a una campanilla que colgaba y que, suponía, sería el timbre.

Un instante después, la destartalada puerta se abrió con un chirriante sonido y apareció un joven tras ella. Era alto, apuesto, con unos preciosos ojos azul verdoso y cabellos rojos. Cuando llegó a su altura, enarcó una ceja y antes de que hiciera la pregunta, ella extendió la cartera.

—Disculpa la intromisión —expresó educadamente—. Mi hermana me parece que se ha chocado con uno de tus hermanos. Su cartera terminó entre sus cosas. Miramos la dirección dentro de la cartera.

El chico la aferró y revisó para asegurarse y asintió.

—Sí —confirmó.

Temari se quedó mirándolo, esperando algo más y él le devolvió la mirada con la misma curiosidad.

—¿Algo más?

Un gracias, por ejemplo, pensó.

—No, nada más —respondió, no obstante.

Frunció el ceño al verle asentir y darse la vuelta. Instintivamente, se llevó la mano hasta la zona trasera de su nuca, gruñendo. Pero aquel gesto fue interrumpido, más bien, chocó contra la cara de alguien.

—Ay, Dios, perdón. —Se volvió al instante, disculpándose—. ¿Matsuri? — se interrumpió—. ¿Qué haces aquí?

Su hermana se frotó la nariz, sacudiendo la cabeza.

—Solo quería traer esto antes de que lo entregaras —explicó y mostró una tarjeta.

El chico pelirrojo se había detenido al escuchar el jaleo, volviéndose y mirándolas. Al ver la tarjeta regresó sobre sus pasos. Por un instante, pensó que aquellos dos habían olvidado que ella estaba ahí. Principalmente, porque él se demoró en coger la tarjeta y porque Matsuri tenía ese extraño brillo en los ojos que tan solo ponía cuando se sentaba sobre la pierna de su padre para fantasear cualquier historia que pasara por su inagotable imaginación.

La aferró del codo, repentinamente asustada, temiendo que de algún modo el sujeto pudiera aferrarla y llevársela. Matsuri solo le hizo caso a la segunda sacudida, parpadeando, como si estuviera saliendo de una ensoñación.

El pelirrojo la miró y casi esbozó una extraña sonrisa.

—No siempre muerdo —murmuró y ante la atónita mirada de Temari, entró dentro de la casa.

Al girarse, arrastrando consigo a su hermana, se encontraron con otro joven que parecía dirigirse hacia ese hogar. Las miró sonriente, con su tez pálida, como si esperase algo.

—Deberíais de poner bozal a ese chico —expresó, callando la protesta de Matsuri y entrando dentro de la casa.

Izumi quizás tuviera razón. Aquella casa era peligrosa. Demasiado.


Sai se había quedado a cuadros y cuando entró, se encontró a Gaara buscando dentro de la nevera hasta dar con la última botella de agua fresca y abrirla. Arqueó una ceja mientras le miraba en busca de una explicación.

—Pensó que iba a comérmelas —respondió con un encogimiento de hombros.

Sai lo sopesó. Su hermano a veces parecía que mordía. Otras era una persona buena y razonable y otras veces, simplemente era el tipo que no querías tener a tu lado nunca.

Miró hacia la mesa donde la cartera de Shikamaru estaba tirada de cualquier forma. Y era raro, porque él era precisamente uno de los que menos solía perder esa clase de cosas. Más bien, diciéndolo de un modo bonito, él hacía que las cosas de los demás se perdieran entre las sombras.

—Al parecer la chica pequeñaja se la quitó a Shikamaru de algún modo —explicó Gaara sentándose en una silla frente a él.

—Guau —expresó sorprendido. Se moría de ganas por ver la cara de Shikamaru cuando se diera cuenta de que, había estado buscando por todos lados mientras su cartera estaba en casa.

Se dirigió hasta el bote del pago mensual que Itachi había recalcado como imposible de tocar nada más que para meter dinero y metió diez euros. Aquello era la mitad de lo que había ganado esa semana en ventas.

Si la cosa no mejoraba, se iba a ver en la necesidad de ofrecerse para pintar las casas de los vecinos o hasta de sustraer pintura de algún lado para sus materias.

—Solo has ido a cobrar —murmuró Gaara, quien le había seguido con la mirada. Sai nunca dudaría que su hermano cogería el dinero a sus espaldas.

—Sí. No fue bien la cosa —respondió rebuscando en una fuente de fruta algo que llevarse a la boca. Tampoco es que hubiera mucho que elegir.

Tomates, un plátano y un kiwi. Y los tomates estaban vedados por Sasuke. Aún así, aferró uno y lo mordisqueó.

Cuando justo ambos adolescentes entraron, cargando con dos botellas de agua, Sasuke le miró acusadoramente, pero Sai simplemente continuó disfrutando de su chuchería. Naruto dejó la botella con desgana y los miró con enfado.

—¿Por qué solo nosotros hemos tenido que sufrir la ira de Itachi? —cuestionó—. Hasta me mandó un mensaje al móvil diciendo que fuéramos a comprar garrafas de agua que no había en casa, ttebayo.

—Cállate, Dobe —gruñó el moreno haciendo lo propio—. Es tu culpa por traer la dichosa señal cuando volvíamos.

—Bueno, tampoco te quejes, Teme —protestó Naruto echando las manos tras su rubia cabeza—. Gracias a eso vimos dos preciosidades en un carro fantástico.

El resto no pudo más que darle la razón. Pero Sai no supo exactamente si era acerca del coche o de ambas mujeres. No podía negar que eran hermosas y que le gustaría llegar a saber más de aquel vehículo, especialmente, con la idea de venderlo y poder comprarse pintura buena con lo que le dieran.

Pero sus hermanos cada vez pensaban más con la parte baja de su cuerpo que con otra cosa y a veces, era problemático, como decía su hermano Shikamaru.

El ruido de la moto de Itachi al llegar, evitó que Naruto y Sasuke volvieran a terminar resolviendo sus disputas a base de golpes y cuando este entró, acompañado por Shikamaru, todos los miraban de hito en hito. Shikamaru chasqueó la lengua cuando vio su cartera sobre la mesa y la guardó con una pereza sobre humana.

—¿Estamos todos? —cuestionó Itachi sacando un periódico de debajo de brazo.

Los chicos asintieron y el mayor se acercó y extendió el periódico sobre la mesa para que todos lo vieran. En portada, un nuevo rico parecía haberse casado recientemente. En la fotografía, rodeado por un montón de chicas de muy buen ver, sonreía orgulloso.

—¿Estamos jodidos? —preguntó Sai enarcando una ceja.

Itachi le dedicó una mirada severa antes de volverse hacia el resto.

—Nuestra regla principal —murmuró Gaara echándose hacia delante para poder ver.

—Sí —asintió Itachi entre dientes—. Nunca cerca de casa.

—¿Entonces? —inquirió Shikamaru—. ¿Qué vas a hacer?

Itachi se acercó a la ventana, mirando directamente hacia la mansión.

—Poner una nueva regla.

—¿Más? —protestó Naruto guiñando los ojos.

Itachi asintió, cruzando las manos tras la espalda y desviando la mirada de la mansión a ellos. Todos clavaron la vista en él, serios. Le respetaban por algo.

Sai tragó, sopesando que nueva regla sería la que tan preocupado tenía a Itachi. Tenía sus razones, seguramente, especialmente, tras lo visto en el periódico. Pero había algo más preocupante detrás de todo que todavía no les explicaba.

—Sexta regla, chicos —empezó. Todos tragaron—. Nunca, pero nunca —repitió, y habló como si se lo estuviera contando a cada uno por individual—, nunca te enamores de esas hermanas.

Sai recordó a las tres chicas. A las dos llamativas del coche y a la morena que había captado la atención de su hermano mayor. Junto a las dos que habían venido a traer la cartera de Shikamaru.

De ende, ya sabía que las mujeres eran problemáticas, como decía Shikamaru. Pero lo peor de todo, es que él no entendía nada, pero nada, del género femenino.

Itachi clavó la mirada en él, en espera. No es que hicieran algún tipo de juramento por el que se les fuera la vida, pero las promesas entre ellos eran bastante serias. No obstante, algo flotaba en el aire que le hacía pensar que las cosas no iban a ser tan sencillas. Especialmente, para sus hermanos.

Demasiada chica suelta.

Aún así, asintió con la cabeza, indiferente y robó otro tomate antes de salir.

Continuará…