El resplandor del sol era cegador.

Las ventanas, ligeramente manchadas gracias al polvo y las gotas de lluvia de las últimas semanas reflejan sus rayos impactando sobre el cristal.

Resultaba peculiar encontrarse con un día tan soleado como ese, que disfrutarlo parecía una obligación irrenunciable. Cada mañana durante el último mes se encontraba con el cielo plagado de nubes espesas y grises que por la tarde se encargarían de liberar pesadas gotas de lluvia sobre la ciudad.

El aspecto siempre resultaba hermosamente nostálgico, haciéndola extrañar su hogar y a las personas que dejó en el, excepto por ese día en particular. Hermione suspiró, alisando arrugas inexistentes de su falda.

El clima soleado y cálido había permitido mostrar lo hermosa que una de las ciudades más famosas del mundo resultaba, como una última despedida antes de marcharse del sitio que había sido su hogar por los últimos tres meses. Sin embargo, el tiempo para empaparse con la vista que se extendía a través de su ventana resultó no ser demasiado.

La puerta de su habitación fue tocada suavemente una sola vez y acto seguido, Susan Bones, con sus largos cabellos pelirrojos cayendo desprolijamente por su espalda entró con sus tacones haciendo repicar el suelo de madera.

—Vaya, también te lo han dicho— replicó a modo de saludo, colocándose ambas manos sobre las caderas con expresión insatisfecha. Sus labios pintados de rosa se fruncieron en una mueca la ver sus maletas ya hechas encima de la cama.

Seguramente ella habría sido la primera en mostrar su descontento con la noticia, de haber podido hacerlo. Además de Hermione, no existía nadie más entregado a la causa.

Desde hacia dos años y medio, Susan se convirtió en una de sus mejores compañeras de investigaciones en todo lo respectivo a las violaciones de los estatutos mágicos. Según ella, hacían el trabajo importante y ciertamente, laborioso, mientras los aurores se encargaban del desastre y los criminales, porque después de todo, alguien dentro del ministerio debía encargarse del trabajo intelectual.

Cuando la segunda guerra mágica terminó, hacia cuatro años, Hermione no tenía claro que haría con su vida. Durante años juró que apenas graduarse encontraría un buen trabajo que le diera las posibilidades de ayudar a los sectores más marginados de la sociedad mágica.

Que ilusa había sido.

Para empezar, las ofertas de trabajo eran buenas, pero la mayoría la situaban en puestos que de alguna forma u otra forma terminarían usándola como publicidad luego de su participación en la guerra.

Ella no quería nada como eso, y aunque en su momento pareció ser la única salida razonable para causar un impacto, no quería despertar una mañana y darse cuenta de que todos sus logros solo se debían a la frívola fama que nunca pidió.

Nadie confiaría así en ella jamás, y si quería ganarse la confianza de todos aquellos a quienes buscaba ayudar, debía empezar desde abajo. Primero se encargó de obtener la suficiente experiencia y puesto a puesto, se situó en donde se encontraba: el Departamento de Investigación Mágica.

Con empeño consiguió encontrarse entre los mejores, siguiendo el camino que la llevó hasta ese momento. Susan y ella luchaban constantemente por competir sagazmente con la otra, pero cada que debían unirse y trabajar juntas, apreciaban cada momento.

Luego de casi tres meses mirándose a diario y esforzándose con cumplir con el propósito de su investigación su amistad pareció fortalecerse. Durante Hogwarts su contacto en ocasiones fue limitado fuera de las clases, incluso si se llevaban bien la mayoría de las veces, y encontrarse como adultas teniendo la oportunidad de conocerse más fue una sorpresa agradable.

Al igual que todos, Susan no era la misma niña que entonces, y se esforzaba arduamente en su trabajo como toda su familia antes que ella.

—¿Desde cuándo lo sabes?— presionó Susan, dejándose caer sobre la orilla de la cama. Su túnica se arrugó considerablemente, detalle que no pareció importarle.

—Desde ayer por la noche— respondió Hermione, dándole la espalda al paisaje para encontrarse con su pequeña habitación, con solo una cama y un pequeño armario pintado con desquebrajada pintura gris.

—Ojalá no hubiese tomado ese quinto Chambord.

Hermione sonrió con desenfado. Las últimas semanas habían sido las más duras, pero durante las noches, Susan se encargó de mantenerla distraída incluso cuando sus protestas eran realmente convincentes.

Después de todo, encontrarse en París persuadiría a cualquiera de abandonar sus obligaciones y entregarse a los placeres de la majestuosa ciudad. Incluso si era la ciudad más romántica del mundo, Hermione solo se encontró con noches realmente agradables, historia enigmática y arquitectura admirable.

—¿Leíste la carta hasta ahora? Son las once de la mañana, ¿Qué esperabas?

—¿De ti?— preguntó Susan, admirando su habitación lista para ser desocupada—. Exactamente esto. Hablo en serio,
¡Ni siquiera duermes, cariño!

—Supongo que solo puedo justificarme diciendo que lo supe desde anoche— respondió, mientras se ataba el cabello en una coleta alta—Kingsley nos quiere de vuelta antes de mañana.

—Y tú estarás feliz, por supuesto—la acusó Susan señalándola con uno de sus dedos—. Volver a Londres es lo único que pondría una sonrisa en tu rostro, ¿Eh?

Hermione ni siquiera debatió. Extrañaba su hogar con locura, incluso si la mayor parte del tiempo los días eran igual de grises y fríos. Añoraba su pequeño apartamento, su escritorio en el ministerio, su cama, ¡Incluso al viejo Crookshanks!

Pero, sobre todo, a su familia y amigos. Cuando se marchó creyó que una rápida despedida bastaría para extrañarlos menos, resultando en todo lo contrario.

—Hablas como si fuera una amargada— dijo Hermione, ahora completamente lista para marchar—. Si mal no recuerdo fui yo la que te llevó a tu habitación cada vez que tus preciados Chambords fueron demasiados.

Susan soltó una carcajada, levantándose para dirigirse hacia la puerta. Verla lista pareció presionarla para hacer lo mismo.

—Es una pena que ningún apuesto mago francés haya robado nuestros corazones— suspiró, abriendo la puerta con desgana.

—Si Justin te escuchara hablando así…

—¡Oh, es cierto! Supongo que nuestro reencuentro y que no me haya enamorado sorpresivamente de alguien aquí ha sido cosa del destino— aseguró con convicción—. Es un chico dulce, no puedo decir que no lo he extrañado.

—No puedes culparme entonces por extrañar todo— se excusó Hermione, mientras guardaba su última muda de ropa.

Susan se recargó en la puerta, mirándola con astucia.

—A ti no te habría caído mal encontrar un buen chico por aquí.

—No estoy buscando uno— se defendió la castaña, mirándola sobre su hombro—. Ahora harías bien marchándote a hacer las maletas.

—Era solo una sugerencia, sé que ninguno te interesa si su nombre no es "Harry Potter".

Tan pronto como la escuchó, Hermione se dio la vuelta y arrojó en su dirección una de sus túnicas, mientras Susan escapaba riéndose, cerrando la puerta de la habitación con un fuerte golpe.

Detestaba aquellos comentarios...

Realmente los odiaba. Hermione no quería imaginarse que algún día alguien escuchara sus palabras y terminaran llegando a oídos equivocados, sobre todo si estos eran los de Harry o Ginny.

Oh, sería mucho peor si era ella.

No era la primera vez que alguien creía suponer que entre ella y Harry existía más que solo una amistad, habían vivido por años con los ridículos rumores, pero no podían seguir permitiéndolos ahora que Harry salía oficialmente de nuevo con Ginny.

Su relación podía ser efusiva y volátil la mayor parte del tiempo, pero finalmente habían conseguido llamarse a sí mismos como una "pareja oficial". Después de la guerra cada uno hizo todo cuanto quiso, teniendo citas espontáneas y encontrándose casualmente para pasar el rato.

Al principio pareció ser suficiente para ambos, pero un año atrás aparecieron en la afamada cena de domingo de la señora Weasley tomados de las manos e informando estar juntos de nuevo.

Todos se alegraron por ellos, incluida Hermione, cansada de ser la mediadora entre ambos cuando estaban molestos y necesitaban alguien con quién desahogarse.

Por ello, lo que Susan insinuaba estaba, en todos los sentidos, terriblemente mal. Mejor que ninguno de los dos, ni nadie escuchara sus pésimos chistes.

Era cierto cuando decía que no buscaba a ningún "buen chico", estaba perfectamente cómoda con su trabajo y su soltería. No tenía que preocuparse por conocer a nadie que le quitaría tiempo que podría ser destinado a cosas más productivas.

Salió con algunos chicos luego de Hogwarts, incluido Ron, lo que le demostraba que una relación con una amistad tan larga de por medio no funcionaría.

Su amistad con Harry era casi sagrada, por lo que imaginárselo de esa forma, incluso cuando él era el origen de sus estándares tan elevados al momento de elegir una buena cita no era correcto.

Nunca sacrificaría algo tan valioso por algo destinado al fracaso.

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Los débiles rayos del atardecer cubrían la cima de la torre Eiffel cuando Hermione se encontró con Susan, Louisa y Elizabeth, tres chicas jóvenes entregadas a su trabajo y Levi, un joven auror asignado como su escolta, quienes habían sido sus compañeros durante toda su estancia, asignados desde diferentes departamentos del ministerio, esperando el momento en que el traslador los llevaría de vuelta a casa.

—Despídete, querida. Nuestra efímera etapa francesa acabo— la animó Susan, con su mirada clavada en la imagen de la Torre, vista desde la enorme ventana del cuartel francés con el que habían trabajado durante su estancia.

—"Incanté, Envoûté, Conjuré"— proclamó Levi forzando su frágil acento francés, a la vez que se despedía galantemente de las brujas encargadas de programar la activación del traslador, un estrecho maletín de aspecto usado al que los cuatro se sujetaban.

—Solo espero que el motivo por el que Kingsley quiere que volvamos sea realmente bueno— musitó Hermione en el último segundo.

Su regreso estaba programado para dentro de un mes más, lo que retrasaba todos sus avances por lo que hasta ahora parecía una inoportuna orden para hacerlos regresar sin explicación alguna.

Su cuerpo sintió un fuerte tirón atándola al maletín, antes de que todo diera vueltas y se encontrara inmensa en la conocida sensación de vértigo devolviéndola a casa.

De vuelta para encontrar las respuestas que esperaba.

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Su bienvenida fue todo menos calurosa. Los cuatros fueron rápidamente escoltados por Percy Weasley, tercamente empeñado en mantener su sitio cerca del ministro eternamente, cualquiera que fuese.

Por lo que sabía, Percy había recibido buenas propuestas de trabajo con los años, pero al alejarlo del trabajo que adoraba, desechó todas y cada una de ellas para horror de su familia y, según sospechaba Hermione, del mismo Kingsley.

—El ministro Shackelbot hablará con ustedes lo más pronto posible—les informó, sosteniendo entre sus brazos una carpeta de documentos.

Siendo viernes por la noche, la mayor parte del ministerio se encontraba lógicamente vacío. Todos querrían escapar de los deberes de la semana, excepto Percy evidentemente, lo que significaría que no recibirían prontas noticias hasta que el fin de semana pasara.

—Al menos él será quien hablará con nosotros y no tú, Weasley— río Levi Agoney, palmeándole la espalda—. Si eso es todo, planeó buscar buena compañía para esta solitaria noche.

Percy se alejó de él con una mueca de desagrado, y uno a uno todos fueron tomando su camino hacia las chimeneas del ministerio en busca de un buen descanso luego de meses fuera.

—¿Vienes?— preguntó Susan, señalando con la cabeza hacia el pasillo vacío frente a ellas.
Hermione asintió, manteniendo su equipaje cerca. No deseaba nada que no fuera un buen baño y descansar finalmente en su propia cama.

— Adiós, Percy— se despidió casualmente. No era ninguna novedad que, incluso cuando era niña sus aspiraciones eran bastante similares a las de él, por suerte, con el tiempo consiguió darse cuenta lo extremadamente molesto que era comportarse como él.

—¡Hermione!— la llamó, justamente cuando ella y Susan se alejaban.

—Oh no, ¿Qué querrá el encantador Percy?— susurró Susan a su oído, aguantando sus ganas por hablar en un volumen más alto. Hermione le silenció con un codazo sutil y se volvió hacia él.

—Te esperaré en las chimeneas— le informó Susan, alejándose entre risas.

El sonido de sus pasos fue perdiéndose en medio del vacío del ministerio, comúnmente abarrotado.

—Le informé a Ronald que volverías hoy— dijo Percy antes de que pudiera preguntar que ocurría—. Me pareció importante que lo supiera, ya que tu regreso no es el único hasta ahora.

—¿A qué te refieres?

El rostro pecoso de Percy adquirió un tono rosado. Sus labios se fruncieron un segundo, como si se debatiera sobre qué tan buena idea sería lo que estaba por decir.

—La mayoría de los empleados asignados fuera del país han vuelto durante los últimos tres días. Ni siquiera yo sé que sucede, si eso te hace imaginarte la gravedad de la situación.

—¿No hemos sido solo nosotros?

Percy negó imperceptiblemente con la cabeza.

—Estoy seguro de que hay una brillante explicación a esto y sé que la obtendremos muy pronto. Pero es como si el ministerio estuviera reclutando a todos de vuelta al país.

Hermione lo miró atentamente. Desde sus manos ajustándose nerviosamente la túnica, hasta la culpabilidad bañando su rostro. Todo en él indicaba arrepentimiento por, seguramente, estar revelando los que consideraba y ciertamente era, información confidencial.

Aunque lo que decía no tenía sentido. Cada mago y bruja fuera del país cumplía tareas importantes para el ministerio, sim importar su rango o departamento. Hacerlos volver a todos implicaba muchas cosas de las que Hermione deseaba ser partícipe lo más pronto posible.

—¿A qué quieres llegar con esto?—lo presionó, confundiéndose cada vez más con su extraño derroche de confianza.

La mano de Percy la tomó del hombro, acercándose cautelosamente sin notar la expresión extrañada de la joven.

—Mamá hará una comida mañana en casa, deberías asistir.

—Pero nadie sabe que he vuelto, además de Ron, ¿Por qué tendría...?

—Sé que mañana obtendremos bastantes explicaciones sobre lo que sucede, es lo único que sé, es mejor si estás con nosotros.

—Estás asustándome, Percy— alegó Hermione, retrocediendo para poner distancia entre ambos—. ¿Qué quiere decir todo esto de obtener respuestas?

Él hizo un gesto exagerado con las manos para hacerle guardar silencio, perdiendo súbitamente el color del rostro.

—Solo es una sugerencia que nos dieron a los más respetables empleados cercanos al ministro, y como eres tan cercana a Ronald y... Bueno, nunca has necesitado invitación.

Sabiendo que las respuestas no las obtendría con él, Hermione dio dos pasos hacia atrás, en el momento exacto en que el sonido de una nueva aparición llenaba la habitación a sus espaldas, misma en la que Percy los recibió momentos atrás.

—Intentaré ir. Supongo que... Gracias, Percy.

Él dejó de prestarle atención en el momento en que comprendió que su trabajo no terminaba aún. Se dio media vuelta y corrió hacia la habitación, dejándola sola en medio del corredor.

Sin otro remedio que posponer todas las dudas que la conversión dejó en ella, Hermione corrió a encontrarse con Susan, todavía esperándola frente a una de las chimeneas, de muy mal humor.

Habría deseado contarle lo sucedido, pero la extraña actitud de Percy dejaba muchos cabos sueltos que necesitaba conocer.

¿Qué sería tan importante como para hacerlo renunciar a su intachable vocación con su trabajo?

Seguramente, igual que siempre, Percy exageraba sobre la gravedad de sus palabras. Lejos de desear encontrar una explicación a su conversación sin sentido, si asistía a la Madriguera sería para encontrarse con sus amigos.

Extrañaba con locura a Ron y Harry luego de no verlos por tantas semanas, ¡Y tenía tanto por contarles!

Por ahora, lo que no fuera igual a un buen descanso en su hogar podía esperar.