La lámpara de su pequeña sala de estar titiló débilmente antes de encenderse finalmente.
Los muebles que tres meses atrás cubrió con un sencillo y útil hechizo se mantenían lustrosamente limpios, pero el aroma que la recibió, pareciendo venir de todos y ningún sitio en particular la golpeó con un abrumador sentimiento.

Abandono.

Su departamento estaba impregnado de una soledad asfixiante.

Además de la lámpara, la única iluminación con que contaba era la de la luna entrando a raudales por la ventana que, aunque pequeña, siempre ayudó a mantener la sala llena de luz natural.

Con toda la correspondencia recibida durante su ausencia entre las manos, Hermione avanzó hasta la ventana, dedicándose a contemplar las calles vacías de Londres.

No era una vista tan majestuosa como encontrarse con edificaciones francesas y sitios turísticos asombrosos, pero se sentía reconfortante saber que se encontraba de vuelta en su hogar.

Con suerte podría decírselo a sus padres por la mañana y visitarlos antes del comienzo de la semana. Ambos estarían deseando escuchar de viva voz sus experiencias fuera del país en lugar de cortas llamadas telefónicas y escuetas cartas.

Concluyendo que el mundo parecía ser el mismo que cuando se marchó, se arrastró con andar cansado hacia su habitación, revisando el correo entre sus manos. La mayoría se trataba de cartas sobre sus afiliaciones al Profeta, asociaciones benéficas de investigación y publicidad muggle, hasta que algo llamó su interés.

Esto debía ser a lo que Percy se refería. Pudo distinguir la descuidada letra de Ron escrita en un minúscula nota invitándola a la Madriguera al siguiente día, alegando que todos estarían contentos con la sorpresa de su llegada.

De no ser porque Ron sabía acerca de su prematuro regreso habría esperado todo el fin de semana antes de decírselos, pero de ninguna manera quería ser desconsiderada con la familia que tanto le había dado. Además, los extrañaba.

Pensar en el ruidoso ambiente de la Madriguera, siempre llena de risas y ánimos chispeantes alegraría a cualquiera, incluso a quien como ella, buscaba descansar del ajetreo del trabajo.

Al parecer sus planes seguirían la sugerencia de Percy y esperaba poder encontrar una respuesta convincente a sus palabras.

Al llegar a su habitación no se molestó en encender la luz, se deshizo de su túnica vistiendose con una holgada playera de Harry, hurtada hace años, y se deslizó bajo las sábanas.

Por primera vez estaba segura que dormiría plácidamente, incluso si eso significaba volver a encontrarse en una cama fría, bajo cuatro paredes vacías.

Esa era su rutina y, después de todo, lo que extrañó desde el momento que se marchó.

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Cuando la mañana llegó, Hermione entendió lo atareada que se encontraría por el resto de los días siguientes. Pero por ese único día, siendo sábado, se permitió despertar hasta que su estómago protestó presa del hambre.

Su minúsculo desayuno le demostró lo mucho que necesitaba comprar provisiones. Tanto para ella, como para Crookshanks, al que pensaba traer de vuelta de casa de sus padres en cuanto tuviera oportunidad. Organizaría su armario, junto con toda la ropa nueva que compró y destinaría gran parte de su horario a organizar los resultados incompletos de su investigación.

Así, ni Kingsley ni nadie podría atreverse a decir que su tiempo en París no valió la pena.

No sabía si volvería o no una vez que lo que el ministerio catalogó como una buena razón para hacerlos volver quedase resuelta, pero de ninguna manera, nada, podría desviar su atención total de su trabajo.

A la luz del día la soledad en el departamento era más agobiante y antes darse cuenta volvía a estar acostada. Sin los ronroneos matutinos de Crookshanks enredándose entre sus piernas, o el calor de una buena taza de té entre sus manos comenzar el día pasó a segundo término.

No sabía que sucedía con ella últimamente, ni podía explicarse porque el volver a casa luego de añorarla tanto se sentía... Triste.
Su pequeño rincón en el mundo se sentía ciertamente más pequeño y frío, como si las paredes fueran gélidas, comprimiendola en una inquietante sensación de vacío ante la soledad.

Llevaba años viviendo sola, como la adulta que se suponía era, con la interesante compañía de su gato y esporádicas visitas de sus amigos más cercanos.

Repentinamente, dejó de ser suficiente luego de haber vivido semanas acompañada del apabullante ánimo de Susan y el resto de sus compañeros. Con ellos no quedaba espacio para el cómodo silencio que antes tanto buscaba y mucho menos para permitirse divagar.

Solo durante las noches se permitía mirar hacia la ventana de aquella pequeña habitación francesa, escuchando el bullicio de la calle y la enigmática iluminación de la vida nocturna para pensar a que dirección estaba dirigiéndose su vida.

No... No tenía caso sobrepensar las cosas.

Tal vez solo debía volver a acostumbrarse a su rutina y recobrar los ánimos por encontrarse de vuelta en casa.

Para ello primero debería aceptar el sitio donde se encontraba y lógicamente, informar de su regreso a las únicas personas que la echaban realmente de menos.

Estirándose perezosamente salió de la cama, sentándose en el borde solo para extender un brazo, tomar el teléfono y marcar el número de la casa de sus padres.

El típico sonido de la marcación sonó contra su oído, mientras mecía distraídamente sus piernas. En unos segundos el teléfono del otro lado de la línea fue descolgado y la fresca voz de su madre habló.

—¿Realmente eres tú, Jean?

Hermione suspiró. Su madre debía ser la única persona en el mundo que la llamaba por su segundo nombre. Quizás por ello se esforzó tanto en minimizarlo una vez que estuvo en Hogwarts.

Como siempre, su vida muggle y mágica parecían fragmentos desiguales obligados a unirse.

—Soy yo, mamá.

— Creímos que volverías en un mes, ¡Es Jean!— exclamó su madre, seguramente dirigiéndose hacia su padre, cuya voz se escuchó acercándose.

—Cariño, ¿Vendrás a vernos? ¿Cuándo volviste?—preguntó la profunda voz de su padre.

—Volví ayer por la noche— respondió, sonriendo ante el forcejo de sus padres intentando adueñarse del teléfono— .Iré a verlos en cuanto pueda, ¿Están bien? ¿Crookshanks está bien?

—El pequeño está extrañándote, ¿No es así, Emma? Tu madre lo ha llenado de un montón de comida.

—Estoy segura que tendré que ponerlo a dieta— río la chica levantándose—. Iré por él pronto, papá. ¿El lunes está bien?

—Claro que sí, estamos deseando verte.

—Los extrañé tanto— contestó, y no mentía—. Nos veremos pronto, los amo.

—¡Te queremos en casa, Jean!— gritó la voz de su madre, obligándola a apartar el auricular del oído. Segundos después la llamada se cortó.

Decidida a poner en marcha su rutina, y repentinamente invadida por la emoción de encontrarse con sus amigos, se deshizo de su holgada ropa de dormir y entró al baño.

Veinticinco minutos y un reconfortante baño después, Hermione se sintió lo suficientemente lista para comenzar el día.

Dentro de poco, podría encontrarse con ellos de nuevo y esperar llenarse de todas las nuevas anécdotas que perdió mientras estaba lejos.

La vida no debió frenar para nadie y deseaba ponerse al tanto. La inquietante idea de que pudo perderse de cosas realmente importantes no se iría hasta que volviera a sentirse como parte de la vida que dejó atrás.

Con el cuerpo enredado en su toalla salió del baño, hurgando entre sus maletas algo decente para usar. Por supuesto, sería una comida común, idéntica a las muchas otras a las que asistió durante años, pero quería sentirse... Diferente.

Era cierto que su cabello ahora era considerablemente más corto y que gracias al brillante clima de París su piel había adquirido un tono más saludable y brillante, pero además de eso, seguía sintiéndose como la misma chica.

¿A quién quería engañar? Seguía siendolo.

Quizás solo debía conformarse con lo que era y dejar para otro día propósitos extraños de cambio. Más decidida sacó de su armario un pantalón ajustado negro y una cómoda blusa de vestir blanca.

Al momento en que comenzaba a deshacerse de la toalla cubriéndola, el teléfono volvió a sonar, lo que no tenía mucho sentido. No muchas personas estaban al tanto de su regreso.

Con la curiosidad incrementando, no tuvo más remedio que reforzar el nudo que aferraba la toalla a su cuerpo y correr a contestar.

—¿Hola?

La perspectiva de que, de alguna manera, Ron hubiese informado a Harry de que estaba ahí, arruinando sus ganas por sorprenderlo no la molestó. Tenía días que no hablaba con él.

—¡Sabía que responderías!

Sus esperanzas fueron destruidas en un segundo al escuchar la voz de Susan del otro lado de la línea. Al igual que Ron y la mayoría de los magos, usar aparatos muggles les costaba bastante, especialmente modular el tono de su voz.

—¿Me has extrañado tan pronto?— se burló Hermione, devolviéndose de vuelta al espejo de cuerpo completo al lado de la cama para inspeccionar la ropa que usaría.

—Que graciosa. Pero si quieres, llámalo importante, ¡Vayamos a comer algo!

—¿Qué hay de Justin? Creí que lo verías.

La voz de Susan bajó considerablemente de volúmen.

—¿Desde donde crees que te hablo? Oh sí, él te manda saludos.

Debió haberlo supuesto. No era un secreto que Susan y Justin Finn Fletcher salían informalmente desde hacía años en medio de una extraña relación. De no ser por él y Hermione, Susan no hubiese aprendido tanto sobre los objetos muggles, entre ellos, el teléfono, que parecía apreciar como comunicación rápida en vez de las cartas.

—¿Eso que quiere decir?— inquirió Hermione en el mismo tono. Podía imaginarsela con el teléfono pegado al oído.

—Que él tiene mucho trabajo. ¿Quién tiene deberes un día cómo hoy? Así que pensé, ¿Qué hacer un sábado por la tarde?

—Uh, me halaga estar entre tus planes—respondió la castaña imprimiendo en su tono todo el sarcasmo que consiguió— Pero no puedo, lo siento.

—¿Tú también fingiras que el trabajo es todo lo que existe? ¿Recuerdas lo bien que nos divertíamos antes? No sé que sucedió contigo, pero linda, acabas de volver, ¡Sal y relájate!

Hermione apoyó el teléfono entre su hombro mientras cepillaba su cabello húmedo. Sus tiempos de irresponsable relajación habían acabado desde hace tiempo, los disfrutó mucho, pero cualquier etapa debía acabar en algún momento.

—Sé que te sorprenderá, pero tengo planes.

—¿Ah sí? ¿Cómo qué? Tienes exactamente un segundo para responder o pensaré que estás mintiendo.

Sonriendo ante la alusión a su ridículo acuerdo de no mentirse, respondiendose tan pronto pudieran, no tuvo más remedio que decir la verdad.

—Iré a comer con los Weasley.

—Vaya—respondió su amiga, seguida de segundos de silencio—. Puedo suponer quien estará ahí.

—No sigas por ese camino— advirtió Hermione, dejando caer el brazo con el que sostenía el cepillo.

—¡No estaba diciendo nada!—se defendió Susan, en medio de una ruidosa risa ahogada que amenazó con romper sus tímpanos a través del auricular.

—Ni siquiera hizo falta, así que no comiences con eso—insistió Hermione, dejando el cepillo sobre el buró para poder aferrarse al teléfono—. Susan Bones, será mejor que dejes de...

—¿Qué usarás hoy?— la interrumpió la chica sin sonar mínimamente avergonzada—. Piénsalo, han pasado casi cuatro meses desde que Harry... quiero decir, desde que los Weasley te vieron, ¡Tienes que verte grandiosa!

Hermione echó una mirada hacia la cama, donde su ropa descansaba. Para ella, tenía un aspecto bastante funcional.

—Un pantalón negro y la blusa que me obligaste a comprar.

—Eso es muy lindo, pero no lo que necesitas— la reprendió Susan luego de segundos de reflexión— ¿Qué hay de ese precioso vestido veraniego que compraste?

—Demasiado solo para una comida.

—Merlín, acabas de volver de Francia, ¡Muestra que te has empapado de la fantástica moda parisina!

—¿Sabes qué? Estás retrasándome—la frenó Hermione, comprendiendo que si le permitía opinar más no terminaría nunca de escuchar sus acostumbrados sermones.

Al escucharla, Susan fingió un sollozo.

—Creí que mi amistad era valiosa para ti, pero si lo que quieres es ser la misma chica que dejó Londres, ve y hazlo, amiga desconsiderada.

—Eres una bruja manipuladora.

—Lo sé, cariño. ¡Suerte!

Todavía podía escucharla riéndose cuando colgó el teléfono. Susan siempre conseguía ponerla de buen humor, pero en ocasiones...

Su mirada volvió a posarse sobre la cama y luego hacia su maleta semiabierta a los pies del armario. ¡Cuánto odiaba que tuviera razón!

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En el momento en que sus pies volvieron a aterrizar sobre el irregular suelo de las colinas rodeando la Madriguera se arrepintió por seguir malos consejos.

Si bien era verano, la ausencia de edificaciones cerca incrementaba las corrientes de aire colándose bajo su vestido, levantando la tela constantemente. Además, parecía ser más corto de lo que recordaba.

En la tienda lucía maravilloso. Con sus delgados tirantes y su caída holgada desde la cintura, además de su bonito color celeste . Incluso en ella, Hermione no podía negar que era precioso.

Su nerviosismo incrementó al acercarse a la cerca que delimitaba la casa, idéntica a como la recordaba, con el césped creciendo desigualmente y repleto de baldes viejos y flores silvestres. En cuanto tuvo oportunidad atrevesó el jardín, teniendo la suerte de no toparse con nadie hasta llegar a la puerta trasera de la cocina.

Podía escuchar el murmullo de las voces y la música proveniente desde el radio de la señora Weasley.

Sus manos se enfriaron repentinamente cuando sus nudillos tocaron sobre la madera.

Hubo silencio, y luego el sonido de pasos dirigiéndose hacia la puerta. Un segundo después, el redondo rostro de Molly Weasley se encontraba frente al suyo.

—¡Querida!

Los brazos de la mujer la rodearon con fuerza, abriendo la puerta por completo y tirando de ella hacia adentro en medio de un apretado abrazo. A través de su hombro pudo ver los rostros sonrientes formándose para recibirla.

El aroma de la cocina y el cálido ambiente en el interior seguía intacto en su memoria.

—¡Miren a quien tenemos aquí!— escuchó gritar a George—. Sueltala ya, mamá, todos queremos un poco de ella.

Molly retrocedió lentamente, apartándole un mechón de cabello detrás de su oreja mientras retrocedía, apretando entre sus manos una franela.

—¿Supongo que esa es la sorpresa de la que hablabas, Ronnie?— inquirió George, mientras el desgarbado y alto cuerpo de Ron atravesaba la cocina y la atrapaba entre sus brazos.

—¡Ron!— exclamó Hermione, abrazándolo con fuerza. Su cabello era más largo que la última vez que lo vió, pero la simpatía en su rostro y la alegría de su voz seguían siendo las mismas.

—Sabía que vendrías, ¡Mírate!

Ron la soltó gradualmente, observándola con admiración y una sonrisa radiante.

—París te sentó maravillosamente, lo podemos ver— la alabó George, acercándose a saludar revolviendo su cabello juguetonamente pese a sus protestas por alejarse.

Después, acercándose desde la sala aparecieron Bill y Fleur, con su pequeña hija, Victoire, sobre los hombros de su padre.

—¡Hegmione!— saludó Fleur, atravesando la distancia para recibirla con un cálido abrazo y un beso en cada mejilla, seguida por Bill, rodeándola con uno de sus brazos antes de que Victoire reclamara atención.

—Mira que grande estás, pequeña— dijo Hermione dirigiéndose hacia la niña, que a su edad ya podía recordar y reconocerla a la perfección. La saludó igual que a su madre y procedió a hacer lo mismo con el recién aparecido señor Weasley.

—Los eché tanto de menos...

Antes de que pudiera decir algo más, los suaves pasos bajando desde el segundo piso llenaron la cocina.

—¡Estás aquí!

Hermione abrió instintivamente los brazos hacia su mejor amiga, Luna Lovegood, corriendo hacia ella con sus rubios cabellos escapando desordenadamente de entre su trenza.

—¡Luna!

Ambas chicas se fundieron en un abrazo que casi las hizo trastabillar. Era cierto que durante Hogwarts su contacto no fue demasiado, pero a Hermione le gustaba atribuirlo a lo ajetreada que fue su adolescencia, pero una vez que se graduaron, pasando su último año en el colegio juntas una fuerte y sólida amistad surgió entre ambas.

Incluso cuando Luna comenzó a salir con Ron, un año después de que él y Hermione decidieran que su relación no iba a ningún lado, sin ninguna clase de rencor entre los dos. Por el contrario, a ambos pareció irles magníficamente bien juntos, al punto de haberse casado medio año antes, boda en la que Hermione se encontró siendo su dama de honor.

—Te extrañé mucho— susurró Luna con su peculiar tono suave antes de separarse—.¿Cortaste tu cabello? Hubo cambios en ti, ¡Eso es tan lindo!

—Tienes que contarnos como la pasaste— le advirtió la señora Weasley, mientras el resto asentía.

Para este punto, la mayoría de los Weasley estaban rodeándola en un círculo de rostros sonrientes. Pero la inquietud no cesó por completo, el vacío no desapareció, la ausencia de la persona que llevaba esperando ver desde que llegó resaltaba entre todos.

—¿Has terminado tu investigación entonces?— preguntó Ron, quince minutos después de ponerse al día. Sus brazos rodeaban a Luna, sosteniéndose de los tirantes del colorido overol de su esposa.

—No precisamente, ni siquiera sé porque volví, Kingsley no dio muchas explicaciones— respondió Hermione mientras colocaba los cubiertos sobre la mesa, sin ocultar su incertidumbre.

—Ese hombre cada día se pierde más en el trabajo— lamentó la señora Weasley terminando con los últimos detalles de la comida.

—Hemos estado atareados en el ministerio— intervino el señor Weasley a modo de explicación—. Nadie sabe que sucede con exactitud, pero si creyó necesario que volvieran...

—Papá, el ministerio nunca sabe lo que hace con exactitud— bromeó George, ignorando la mirada reprobatoria de su madre.

Hermione sonrió trémulamente.
—Solo espero que las explicaciones lleguen pronto. No debía volver hasta dentro de un mes, pero bueno, ¿Qué podía hacer?

—Todos te extrañamos mucho aquí, querida— dijo Molly, levitando con su varita las ollas de humeante comida hacia la mesa—. Estamos felices de que estés aquí, especialmente porque Ron nunca nos mencionó nada, ¡Fue tan desconsiderado!

El resto de la familia se acercó hacia la mesa, preparándose para comer antes de que la comida pudiera enfriarse.
—Apenas me enteré ayer, mamá— se defendió él, sentándose con expresión hambrienta.

—Yo también, si eso dice algo sobre lo precipitado que fue todo— secundó Hermione, arrastrando la silla en la que tomaría su lugar, pero antes de poder sentarse, las voces de George y Bill charlando animosamente al extremo de la mesa se callaron, al igual que el del resto de la familia.

Sus miradas estaban fijas en la puerta trasera, por la que aparecieron dos figuras que Hermione conocía bien y por las que esperaba desde el primer instante que pisó la casa.

Harry y Ginny venían entrando, tomados de las manos en medio de una conversación y al notar el silencio que su llegada provocó, la mirada verdosa del muchacho recayó inevitablemente en su mejor amiga, la única persona todavía de pie en la habitación.

Ella dejó el respaldo de la silla y, al mismo tiempo, Harry soltó la mano de Ginny y corrió en su dirección abriendo los brazos.

Nada más verla, él sonrió ampliamente hasta que sus cuerpos chocaron uno con el otro, ahogando sus exclamaciones. La fuerza del impacto y con que los brazos de Harry la rodearon la levantó algunos centímetros del suelo, haciéndola girar en su lugar entre risas.

Cuándo él la depositó de nuevo en el suelo, sin separarse completamente pudo ver su expresión radiante e incrédula. La sonrisa en el rostro de Hermione dolía, pero no creía ser capaz de desaparecerla próximamente.

Harry la estrujó un segundo más entre sus brazos, antes de dar un paso atrás y mirarla evaluativamente con admiración. Él también se veía mejor de lo que recordaba, con las mangas de su playera color guinda remangadas y un pantalón negro, alejándose del aspecto que el uniforme y las túnicas le daban. Su semblante relajado, alejado del estrés con que lo recordaba desde la última vez la alivió, haciendo que una nueva sonrisa amistosa apareciera en su rostro.

—¿Dónde estabas?—le preguntó ella, palmeando su pecho con reproche—. Creí que no te vería.

—La pregunta es, ¿Qué haces tú aquí, Hermione Granger?— rebatió Harry, mostrándose falsamente indignado—. Creí que regresarías después. Exactamente en un mes.

—Ya lo ves, soy bastante impredecible— se mofó Hermione.

Dándose cuenta que debía soltarse, retrocedió lentamente y buscó a Ginny sobre el hombro de su amigo. Ella seguía en el mismo lugar, y al notar que su reencuentro había terminado, avanzó hasta ella y se abrazaron. Ginny no lucía feliz, pero Hermione entendió que su malestar no estaba dirigido a ella, al momento en que la abrazó, el sentimiento impregnado en el gesto fue sincero.

No fue difícil entender entonces que sucedía. Problemas.

Hermione la interrogó sutilmente con la mirada, recibiendo un leve inclinación de cabeza de parte de la pelirroja que prometía explicaciones en otro momento.

—¿Cómo estás?— preguntó Ginny en su lugar, frotando sus hombros—. Pensé que tu trabajo te mantenía ocupada, ¿Todo resultó bien?

—Sí, ¿Qué hay de tu investigación?— intervino Harry, guiándolas hacia la mesa y sentandose en los asientos vacíos para ellos, al lado de Ginny y Hermione, mientras Molly y Bill servían la comida.

—En realidad marchaba bien, supongo que está inconclusa por ahora.

Harry hizo una mueca que le decía el poco sentido que encontraba en su respuesta.
—¿Volviste a Londres por algo más importante que eso?

—Toma, querida— murmuró la señora Weasley entregándole su plato, rebosante de comida—. ¡Estás muy delgada!

Hermione agradeció el plato con una sonrisa elocuente antes de responder. Lógicamente, tenía la atención de todos, seguramente igual de intrigados.

—Kingsley nos quería aquí lo más pronto posible. Según él, es importante. Al menos hemos conseguido que la investigación sea pospuesta y no cancelada.

— He oído acerca de muchos retrasos en actividades internacionales— comentó Harry, mientras todos comenzaban a comer—. Pero no hay muchas explicaciones.

Eso sí que podría ser tachado como peculiar. Desde que se graduó de la Academia, él era uno de los mejores aurores en el departamento de seguridad mágica, siempre cercano a los asuntos más importantes, si alguien debía saber algo, era él.

—Ya lo sabremos—los calmó el señor Weasley, para alegría de Molly, nunca cómoda con mezclar asuntos fuera de lo común en la mesa.

Y así, la comida transcurrió con la normalidad acostumbrada. Cada uno le informó a Hermione de los asuntos ocurridos en su ausencia, de modo que terminó enterándose con rapidez de todo.

Cómo del pronto regreso de Charlie, que aparentemente, se encontraba en circunstancias similares a las suyas como explicación a su abrupta vuelta, o lo bien que iba Sortilegios Weasley con George y Ron al frente, al mismo tiempo que ella se encargaba de mostrarles su fracturado manejo del francés, calificado por Fleur, provocando un montón de risas y ridículas imitaciones.

Cómo sospechó, Susan se equivocaba. Hermione no podía ser más feliz en ningún otro sitio que con las personas que amaba.

Llevaba semanas sin reírse de esa forma, y aunque su estancia en París fue sumamente maravillosa e interesante, nada se compararía a momentos como ese. El único lugar donde sería plenamente feliz y la soledad desaparecería.

—Te extrañé mucho—susurró Harry recargándose en el respaldo de su silla para acercarla.—Creí que tendría noticias tuyas más seguido.

Para este punto la mayoría se encontraba enfrascado en sus propias conversaciones, incluida Ginny, discutiendo salvajemente con Ron sobre las probabilidades de ganar en los próximos partidos de los Chudley Cannons.

—Lo sé. Intenté llamar y contestar tus cartas cada que pude, pero estaba realmente ocupada.

Harry entrecerró los ojos.

— Aún no me has dicho mucho sobre esa investigación tuya.

Colocando un dedo sobre sus propios labios, Hermione desvío la mirada.

—Soy una tumba por ahora. Gran parte de su posible éxito depende de la discreción.

—Supongo que Levi Agoney es el auror más discreto que conozco—atacó Harry, con falso aire de molestia.

Desde el inicio, para Ruan Evadine, el jefe inmediato de Hermione, un mago torpe y bonachón, encargado de su departamento, estuvo claro que necesitaban a alguien destinado a servir como la "seguridad" del equipo. Susan y ella estuvieron furiosas por semanas, pero las condiciones fueron claras.

Por ello, dos días antes de partir, Levi Agoney, uno de los aurores más frívolos y aunque bueno en su trabajo, se presentó como su escolta y compañía. Harry lo detestaba, al igual que medio escuadrón.

—Tus reproches no funcionan, no conmigo—le recordó Hermione sonriente, mientras jugaba con su cuchara con los restos de la tarta de melaza en su plato.

Él debía saber cuándo se trataba de un caso perdido, porque no insistió.

—Al menos tendrás que dedicar una tarde entera para mí— negoció Harry, ladeando la cabeza con inocencia—. Así podrás contarme aunque sea un poco de lo que te mantuvo "tan tremendamente" ocupada como para llamarme.

Justo cuando estaba por responderle que no necesitaba pedírselo para acceder, el típico sonido producido por una aparición llenó el jardín. Afuera la obscuridad luego del atardecer comenzaba a extenderse.

Molly y el señor Weasley se apresuraron hacia la ventana para asomarse.

—¡Es Percy!— exclamó la señora Weasley con alegría, dirigiéndose a abrir la puerta antes de que su hijo siquiera pudiera tocarla.

Él entró como un vendaval, vistiendo su típica túnica que como siempre, le daba un aspecto respingado y rígido. Encontrarse con las miradas de todos puestas en él no lo detuvo.

Luego de la guerra, especialmente, de lo ocurrido con Fred, solía asistir a las comidas familiares una o dos veces por mes, esforzándose duramente en controlar sus pasados desplantes.
Permitió que su madre lo abrazara calurosamente, para que, sin perder un segundo más, se acercara hacia la mesa con un folder bajo sus brazos.

Verlo ahí obligó a Hermione a recordar su peculiar encuentro la noche anterior.

—Ah, estás aquí— le dijo Percy a modo de saludo, antes de apartar con las manos los platos desperdigados por toda la mesa para hacerse con un hueco vacío.

Harry se enderezó, mirando extrañado hacia Hermione al escuchar el peculiar saludo, pidiendo una explicación que ella no pudo responder de inmediato. Ahora que se sentía más tranquila y con un ánimo mucho más vivaz, no dejaba de creer que la presencia de Percy en casa de sus padres se debía a más que su regular visita familiar.

—Tal vez no es correcto, pero los empleados del ministerio, los más cercanos el ministro por supuesto, nos hemos enterado antes.

Sus padres, de pie detrás de él miraron con interés como Percy sacaba un montón de papeles antes de encontrar el indicado. Un rollo de pergamino color marfil que extendió con paciencia por la orilla de la mesa, cuyas letras doradas y negras resaltaban.

Hermione pudo ver el escudo del ministerio colocado al inicio, impreso con imponencia, a diferencia del resto de pequeñas palabras que lo precedían.

—Básicamente es legal que se los esté mostrando ahora, solo faltan unas horas para que sea oficial, el ministro Shackelbot no encontrará ningún inconveniente, así que...

—Explica y relájate, hijo— ordenó el señor Weasley con desaprobación— ¿Qué es esto?

Percy echó una mirada nerviosa al pergamino, antes de apartarse e invitar a sus padres a leerlo primero.

—Es un decreto ministerial, será publicado mañana y entrará en vigor el lunes por la mañana.

—¿Un domingo?— pronunció George haciendo una mueca que trasmitía lo poco que creía en las palabras de su hermano—.¿Has perdido finalmente la cabeza, Percy?

—¿Qué interés tenemos nosotros en esto?— secundó Bill dirigiendo una mirada peculiar a su hermano.

—Creí que la publicación de un nuevo decreto llevaba todo un proceso, no que se publicaban e implementaban de un día para otro— intervino Hermione enderezándose, ignorando la mano de su mejor amigo sobre su brazo pidiéndole esperar—. No, Harry ¿De qué de trata esto?

—De esto te hablé— respondió Percy nerviosamente, mirando esporádicamente a sus padres, cuyos expresiones fueron descomponiendose conforme leían.

Ya ni siquiera lo recordaba. Lo olvidó tan pronto como se fue a la cama, considerando que Percy volvía a exagerar sobre la gravedad de las cosas, hasta ahora.

—¿De que habla, Hermione?— la cuestionó Harry.

Ella negó con la cabeza, igual de confundida. Quizás por eso se había esforzado en decirle a Ron que ella volvía, por la urgencia que el asunto tenía.

"Es mejor si estás con nosotros" había dicho él. ¿Qué se suponía que eso significaba?

—No lo sé. No me explicó mucho, pero no tiene ningún sentido...

El ambiente en la cocina comenzó a llenarse de tensión. Y aunque todos quisieran saber que era lo que los señores Weasley estaban encontrando entre las líneas de aquel pergamino, ninguno se atrevió a hacerlo hasta que se hubiesen apartado.

Todo fue silencioso hasta que la señora Weasley soltó un sollozo ahogado y se desplomó sobre la silla a sus espaldas en medio de las lágrimas. George corrió hacia su madre, rodeándola con los brazos intentando tranquilizarla.

El señor Weasley, por otro lado, miró alternativamente hacia sus hijos y luego a Harry y Hermione con mirada vacía.

—Papá...— lo llamó Ron, pero el hombre hizo caso omiso y negando con la cabeza se recargó sobre el fregadero, con una mano sobre la frente y la mirada clavada en el jardín. Él intentó seguirlo, pero Luna lo tomó de la mano para frenarlo.

Ambos parecían estar a la deriva y necesitar un momento para procesar lo que sea que hubieran leído.

Nadie más se atrevió a moverse, ignorando sus anteriores deseos por abalanzarse sobre el pergamino. Cualquier cosa que estuviera escrita ahí, si había logrado ponerlos en ese estado no debía ser nada bueno.

Liderando con convicción, Fleur y Bill se colocaron frente al pergamino luego de unos instantes, mientras Percy miraba hacia sus padres revolviendose las manos con nervios. Al fallar en sus intentos, George se volvió hacia su hermano y lo sacudió en busca de explicaciones.

—Lo sabrían de todos modos... Lo sabrían de todos modos...— se repetía Percy, dejándose caer en una silla libre, esperando que todos hubiesen terminado de leer.

Cuándo terminó, Bill corrió hacia su madre en medio de promesas silenciosas de que todo iría bien.
Fleur sostuvo a Victoire contra ella con fuerza, alejándose en medio de negaciones de cabeza hasta salir de la cocina hablando muy rápido en francés.

—Que demonios...— soltó Ginny, levantándose abruptamente. Harry, Ron, Luna y Hermione la siguieron, sin poder soportar un segundo más la incertidumbre.

Al colocarse frente a la mesa, con el pergamino a su disposición, cada uno se encargó de devorar las palabras a la mayor rapidez.
Igual que siempre, el escudo del ministerio encabezaba el texto, seguido de la fecha.

Decreto ministerial 290123

Fecha de publicación: 18 de agosto de 2002.
Entrada en vigor: 19 de agosto, 2002.

Para toda la población mágica inglesa:

Por medio del presente escrito, dirigido en su plenitud a cada mago y bruja nacido en territorio inglés, y cuya edad comprenda un rango desde la mayoría de edad adquirida en el año en que la ley sea puesta en vigor, hasta los cuarenta y cinco años, con aptitud en su estado civil para contraer prontas nupcias, se les comunica lo siguiente:

Con el propósito de conservar, preservar y mantener la poderosa línea mágica de sangre que por años ha fortalecido a nuestra sociedad, y que se ha visto severamente azotada luego de dos de las guerras mágicas más mortiferas en nuestra historia, el ministerio mágico, con estrecha comunicación con el Wizengamot, ha llegado a una resolución efectiva en favor de todas las actuales y futuras generaciones.

Cómo consecuencia del daño ocasionado por siglos, la natalidad de la población mágica ha mermado drásticamente con el correr de los años, colocando a nuestra sociedad en una situación de inminente peligro en el que, de no acatar las medidas previstas para su solución, acarrearía graves problemas de los que depende nuestra total supervivencia.

Los perseverantes intentos han sido en vano, pero esta es una lucha en la que cada uno de nosotros, cuya posibilidad de disponibilidad recaiga plenamente en su voluntad tiene el deber de cumplir.

Ahora más que nunca, magos y brujas, debemos permanecer unidos para velar por nuestro futuro. Al mismo tiempo que las barreras que antes nos dividían encuentran su inevitable final.

Uniendonos así en una inquebrantable alianza.

Para asegurarse que los estigmas y desigualdades rezagadas antes y después de la guerra terminarán se ha determinado una factible solución. Los matrimonios a contraer deberán cumplir una serie de requisitos que asegurarán el funcionamiento del presente estatuto, mismas que deberán acatarse con estricta funcionalidad.

Los magos y brujas que se encuentren dentro de los parámetros idóneos, deberán elegir a su pareja contrayente de entre la población de los antes erróneamente catalogados como magos y brujas de sangre pura o en su caso, mestizos, quienes contraerán nupcias con magos y brujas nacidos de muggles o con al menos una generación atrás sin vínculos demostrables a alguna familia mágica registrada.

Cómo única excepción, los matrimonios y compromisos registrados y debidamente comprobables con al menos un año de anterioridad a la entrada en vigor del presente estatuto serán avalados y exentos de su respectivo cumplimiento.

Al momento de registrarse adecuadamente y contraer el anhelado enlace, se espera que la respectiva pareja, en el término de como mínimo año y medio después de celebrado el matrimonio, conciba al menos a un hijo o hija dotado con sangre mágica, mismo que será adecuadamente integrado a la sociedad. Contribuyendo así al próspero futuro de nuestra comunidad.

En caso de no encontrar una pareja idónea en un plazo de dos meses, el ministerio mágico estará plenamente capacitado para llevar a cabo la mejor asignación, evaluando los datos y vínculos mágicos de quién en su caso lo solicite.

Para mayor sencillez en el proceso y una correcta aplicación de la ley, las listas de magos y brujas contrayentes serán publicadas en día hábil del mes y año en curso, para quien desee ofrecer una propuesta matrimonial que facilite la pronta consumación del procedimiento.

Cualquiere duda o esclarecimiento respecto a la situación civil o admisión de extranjeros al estatuto, presentarse en las oficinas del Departamento de Registros Mágicos a la mayor prontitud.

Por un futuro brillante.
-Kingsley Shackelbot.

«Preservar, conservar y mantener».

Hubo un pequeño momento de silencio en el que nada tomó forma en su mente y luego, el torrente de pensamientos llegó. Golpeando a todos con fuerza.

Hermione habría reído ante lo ridículo que todas esas palabras sonaban dando vueltas en su cabeza una y otra vez, sin hallar un sentido lógico que les otorgara validez. Sobre todo porque Percy nunca había sido la clase de persona que encontraría cómico realizar una broma de tan pésimo gusto.

Pero no podía ser cierto... tenía que ser una horrible mentira.

Sintiendo que sus piernas cedían a su peso, terminó desplomándose sobre la silla que antes ocupaba el señor Weasley. Su espalda terminó encorvándose lentamente, hasta que su rostro estuvo escondido sobre sus piernas y sus cabellos caían desordenadamente, cubriéndola de las voces y palabras difusas del resto de la familia, sumidos en su propia desorientación.

El ministerio no podía obligarlos a casarse a través de un montón de palabras rebuscadas que escondían propósitos ruines. ¿O sí?

En ningún párrafo del texto había un apartado que hablase sobre las consecuencias si alguien se negaba, como seguramente ocurriría. Entonces, ¿Por qué estarían tan seguros sobre la efectividad qué tendría?

El ministerio nunca actuaría así, mucho menos con un asunto de tal gravedad. Dejándolo en sus manos como si esperaran que la buena voluntad de la población cediera a sus nobles objetivos.

Nadie en su sano juicio querría casarse por obligación, mucho menos con los requisitos tácitamente exigidos.

Todo carecía de sentido.

Algo en la mente de Hermione, para este punto yendo a mil por hora, le decía que estaba equivocándose. Antes e incluso luego de la guerra la natalidad en la población mágica fue en declive, contrario a lo que pudo haberse imaginado.

Normalmente, luego de acontecimientos de esa magnitud, que siempre dejaban detrás de sí muertes y todo tipo de perdidas, la gente acostumbraba casarse y concebir una mayor taza de niños. Extrañamente, ocurrió lo contrario.

La mayoría quería encargarse de sí mismos, deseando vivir sus vidas lo máximo que pudieran, inseguros sobre que tan probable sería que un próximo señor obscuro ocasionara un nuevo desastre bélico. Por ello, antes que casarse, las oportunidades de vivir cada momento eran aprovechas como si fueran las últimas.

Aquel decreto no estaba invitándolos a ser parte del cambio. Los obligaría a servir como simples medios para obtener niños con sangre mágica a los cuales heredar el cargo del futuro de la sociedad.

Estaban velando por ellos mismos, quienes con seguridad, ni siquiera se verían afectados con la obligación de cumplir la ley.

Nadie podría decidir sobre su destino, ni cuál sería su futuro, ni siquiera sobre a quién podrían amar y unir sus vidas.

El pretexto de un buen matrimonio solo serviría para atarlos a la obligación de concebir niños bajo la promesa de un camino correcto. Diciéndose que, si existía un lazo legal, aprobado moralmente, el peso de las consecuencias podría ser oculto.

Hermione no podía imaginarse casándose con nadie a quien no amara. Permitiendo que alguien más decidiera por su vida y lo que sería de ella. Tratándolos como animales de crianza.

Obligándola a contribuir con repugnantes fines con el pretexto de que debía apoyar la causa. Que le debía algo a la sociedad que siempre la marginó...

No, ella no estaba dispuesta simplemente a acatar, y si para ello debía hacer hasta lo imposible, lo haría. Las represalias no se compararían a la horrible posibilidad que resignarse le daba.

Nunca podría permitirselo.