Con un suspiro desganado, Susan se recostó bruscamente sobre su silla. Su cubículo, a unos cuantos metros del de Hermione les otorgaba una amplia vista que les facilitaba verse la una a la otra con solo girar la cabeza en el momento adecuado. Este era uno de ellos.
Igual que siempre, al sentir su mirada sobre la otra, giraron para verse. Las dos tenían la misma expresión desdichada.
—Tiene sentido— dijo Susan, levantándose para dirigirse hacia su amiga y arrastrar la silla del cubículo alterno, donde se sentó. Sobre el escritorio de Hermione dejó caer un montón de documentos y registros.
—La natalidad es una porquería— decretó, cerrando los ojos. Ambas llevaban cerca de hora y media en la misma posición, tratando de buscar algo que echara abajo la legalidad del decreto.
—Lo sé. Hasta que Kingsley no lo mencionó, no pude evitar pensar que tenía razón— respondió Hermione, dándole una rápida inspección a los documentos sin encontrar nada especialmente singular.
Todos mostraban registros de los nacimientos mágicos, mismos que posteriormente podrían servir, al igual que los que se encontraban en Hogwarts, para llevar un control y conteo de los niños mágicos nacidos dentro de los cinco años durante y posteriores a la guerra.
Las cifras eran ridículamente bajas.
—Uno pensaría que luego de la guerra la gente necesitaría afecto— insinuó Susan.
—Uno pensaría muchas cosas—susurró Hermione, apartando con desagrado los papeles. La problemática que no pudo preveer antes al salir a la luz, de pronto parecía tener todo el sentido del mundo.
—Y ahora quieren que nosotros les demos montones de niños— protestó Susan, peinándose los mechones pelirrojos de cabello que escapaban de su peinado—. Justin y yo estuvimos hablando.
Cómo lo suponía, pensó Hermione. Con suerte, su amiga no tendría mucho que pensar sobre dónde comenzar su búsqueda de un futuro prospecto de prometido. Y si las cosas eran tan graves e irrenunciables como parecían, se convertiría en su mejor opción.
—¿Él que opina sobre esto?
—Sabes que siempre deseó formalizar las cosas. Pero... Una cosa es casarnos y no digo que parezca mala idea con él, ¡Pero tener niños! Casi toda mi familia murió en la guerra, no quiero traer al mundo a alguien más y luego... Perderlo.
Normalmente, Susan siempre conseguía apartar su pasado y su presente, sepultando las cosas malas en el fondo y mostrándose dispuesta a avanzar hacia adelante. Eran pocas las veces que hablaba sobre su familia y siempre que ocurría algo en ella se tambaleaba. La mayoría asesinada por Voldemort y sus mortífagos, como su tía, Amelia Bones, cuya muerte seguía representando una herida sin sanar en su vida.
Hermione le colocó una mano sobre el hombro, frotando suavemente su espalda al comprender su situación. Aun si tenía ciertas facilidades, no la ponía en una mejor posición.
—No hay nadie que te ame como Justin lo hace. O... ¿Casarte con él será horrible? Si es así, nadie, ni siquiera con esta patética ley podrán obligarte a elegirlo.
—No, es decir, sí... Lo quiero, realmente lo hago— se apresuró a responder la chica con cierto matiz de verguenza—. Lo conozco desde que éramos niños pero siempre creí que habría más tiempo para… "hacer las cosas bien".
—Bien. Y sobre el asunto de los niños, todavía hay un plazo luego del matrimonio para tenerlos, ¿No es así?
—El tiempo solo alarga la tortura. El resultado que todos esperan será el mismo— vaciló la pelirroja, cuidándose de no derramar lágrimas que podrían arruinar el maquillaje bajo sus ojos—. Lo siento, he sido una desconsiderada. ¿Qué hay de ti?
Hermione echó la cabeza hacia atrás. Todavía podía recordar el temblor que recorría su cuerpo durante su pequeño ataque de pánico matutino. No ganaría nada lamentándose.
—Estoy condenada a esperar las propuestas. Es lo que Kingsley me recomendó.
Susan profirió un gruñido de indignación, esta vez, fue ella quien arrastró la silla para acercarse y dar unas cuantas palmaditas sobre la mano de su amiga.
—Hay muchos buenos magos allá afuera que morirían por salir contigo, supongo que ahora, dadas las circunstancias, eso no habrá cambiado mucho.
—Es lo que Roux dijo, y Harry casi lo golpea ahí mismo— narró la castaña, riéndose al recordar la expresión asustada del hombre. Había olvidado lo bien que se sentía reír.
—Habría pagado por verlo— se lamentó Susan, con sus ojos mirando hacia el techo como si imaginara el momento—. Harry realmente está decidido a mantenerte fuera, ¿Eh?
Hermione se removió un poco ante su tono. Aunque no quisiera hacerlo, inconscientemente Susan siempre parecía tener un enigmático interés en la amistad que catalogaba como "peculiar."
—Sí, pero Ginny lo necesita más. Lo tomó muy mal cuando...
Se contuvo a tiempo, para no mencionar a Percy y su prematura información del tema durante la comida, antes de que todos lo supieran.
—No lo tomes a mal, pero tus condiciones son peores— apuntó Susan y antes de que pudiera poder decir algo más, los pasos acercándose hacia su dirección las detuvieron.
La mayoría de sus compañeros debían estar ocupándose de sus propios asuntos y el cómo arreglarían sus propias vidas como para molestarse en presentarse a trabajar, nadie se atrevió a discutirlo. Su piso estaba casi vacío, por lo que una intromisión a su soledad representaba toda una novedad.
—Señoritas— exclamó la voz de Levi Agoney, con su rizado cabello castaño pulcramente peinado. Al igual que Harry, vestía su uniforme de auror, pero quizás gracias a su actitud siempre despreocupada, su aspecto nunca conseguía ser el mismo.
Ambas chicas se miraron irónicamente, comunicándose en silencio.
—Esperaba encontrarlas aquí— prosiguió Levi, recargando su cuerpo contra el cubículo de Hermione. Una sonrisa deslumbrante se formó en sus labios.
—¿Ah sí? Cuéntanos por qué, Agoney— lo incentivó Susan, cruzándose de brazos.
Era cierto que al inicio no podían soportarlo, pero luego de meses obligadas a convivir con él día y noche, sus opciones eran escasas. Adaptarse y aceptarlo fue la única salida.
Sorprendentemente, no era tan malo como parecía, además de la escasa diferencia de edad.
Podía tener una considerable facilidad a "enamorarse" constantemente de varias chicas y a coquetear con cualquiera que aceptara sus halagos, pero en el fondo, era un buen auror y confiable compañero, si conseguía tener la seriedad necesaria en el momento.
—Solo ustedes estarían en el trabajo mientras todo el ministerio arde en llamas— explicó, metiendo sus dedos entre su cabello para peinarlo.
Su mirada celeste vagó por los cubículos vacíos, antes de volver hacia ambas chicas.
—Espero que lo logren— respondió Susan maliciosamente, a lo que Levi respondió con una carcajada.
—Querida, ¿Por qué luces tan callada? No es normal en ti, el brillo de tus preciosos ojos parece... Apagado— la mano del joven intentó acercarse hasta la mejilla de Hermione, que lo apartó con un fugaz manotazo.
—No tengo tiempo para tus halagos— le advirtió, sonriendo trémulamente y enderezándose en su silla para no parecer tan desdichada—. Explícanos porqué pareces tan tranquilo.
—No lo sé— admitió Levi estirándose gustosamente—. Aunque sé que debería estar aterrado, ¿Matrimonio para mí? No conseguiré encontrar a una bruja que merezca tener mi corazón. Eso es... Desgarrador.
—Eres escalofriante— dictaminó Hermione, levantándose al mismo tiempo que Susan, para recoger sus cosas y abandonar el asfixiante ambiente en el ministerio. Con todo el ajetreo matutino, ni siquiera había probado bocado.
Levi no tardó en seguirlas, caminando galantemente entre las dos sin preguntar su destino, pero dispuesto a acompañarlas.
—Supongo que esto significa que nuestra ardua investigación en París no sirvió, ¿O sí?
Con su pregunta, Hermione sintió que su fugaz resignación se evaporaba. Todo lo que consideraba valioso una semana atrás carecía de valor.
Toda la atención del ministerio estaría puesta en orquestar buenos matrimonios y controlar la inconformidad de las personas, no habría cabida para más.
—No diría que fue un absoluto fracaso, por supuesto— se apresuró a agregar ante el codazo de Susan que no pasó por alto para la castaña—. Podría considerar a una de las tantas encantadoras brujas francesas que conocí.
Que otras personas la consideraran frágil, sobre todo si se trataba en lo respectivo a su estatus siempre sería algo que Hermione evitaría. Sabía que Susan era una de sus mejores amigas, pero incluso con ella, las reservas eran inevitables. Solo con Harry y Ron se había mostrado exactamente como era en realidad, luego de años de amistad, los secretos entre los tres eran impensables.
No admitiría ningún trato diferente ahora, sin importar que fatídica fuese su situación.
—No creo que puedas tener tanta suerte para que alguna de esas chicas te acepte— murmuró Hermione impregnando en su voz cierto matiz de ironía que, tal cual esperaba, dispersó la incomodidad entre los tres.
Levi exhaló profundamente al ver su error enmendado, rodeando los hombros de la chica con uno de sus largos brazos.
—¿Qué me dices de ti, encanto?
Hermione lo empujó lejos, riéndose en medio de completas negaciones hasta que los tres se encontraron al final del corredor, de vuelta al pequeño espacio que los llevaría a los elevadores.
Gracias a los pasillos y las oficinas vacías, el sonido de las personas llegando al ministerio quedaba ahogado, haciendo que olvidar el caos resultara sencillo.
Nuevamente, se enfrentaban a la nueva realidad con la que tendrían que vivir, y la incomprensión y desdicha en el rostro de las personas se los recordó.
Cualquier que tuviera a alguien que entrase en el rango de edad para acatar la ley se encontraría desesperado, pero Hermione sabía algo que ellos no.
Sin importar cuanto protestaran y se negaran, no había nada más que hacer. El ministerio nunca retrocedería.
Cada escenario debió haber sido previsto y cubierto con soluciones funcionales. Así es como trabajaban.
La lástima, pero inflexible decisión en el rostro de Kingsley, y la retorcida alegría en Roux confirmaban todo.
Sus planes se realizaron en silencio por una razón, y habían esperado a consumarse hasta ese momento con premeditación. Sabían en qué momento funcionarían y que concebirlos en silencio evitaría quejas y protestas para su consumación.
Por supuesto, no se atrevió a mencionarlo con Harry. Nunca se perdonaría haber roto sus ilusiones con realidades horribles y crueles. Lo que lo mantenía funcionando, como a ella el bienestar de su mejor amigo, era creer que podría conseguir salvar a Ginny.
Pero él sufriría en algún momento cuando cayera en cuenta de la verdad.
Hermione solo esperaba estar entera para él cuando eso sucediera.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Bastaron dos días más para que la marea de gente acudiendo al ministerio a toda hora en busca de explicaciones al decreto cesara.
Naturalmente, todavía podían encontrarse algunos grupos dispersos de personas protestando, pero siendo siempre detenidos eficazmente por los aurores designados a cada uno de los departamentos en los que tendrían que garantizar que el orden se mantendría.
Por ello, aquel miércoles por la mañana fue toda una novedad que, apenas salir de la chimenea, Hermione se encontrara con que todos se arremolinaban ansiosamente a las paredes del Atrio. Inclusive los aurores que se suponía evitarían escenarios de ese tipo.
Sintiendo que su pulso disminuía con cada paso, obedecer a su creciente curiosidad fue irresistible. Justo cuando se disponía a atravesar a la multitud y comprobar que era lo que todos contemplaban con tanto interés, Susan apareció en su camino, frenando su carrera.
Su semblante ansioso desbordaba malas noticias.
—No quieres mirarlo— anunció, negando repetidamente con la cabeza sin soltarla— Es… es como... Somos solo pedazos de carne para ellos.
—¿De qué estás hablando?— preguntó Hermione, inquietandose cuando una chica rubia, que reconocía como la secretaria de Roux rompía en llanto al salir de la multitud.
—Necesito verlo, no voy a romperme— gruñó la castaña, forcejeando con su amiga hasta que se zafó de su agarre y sin importarle sus modales, irrumpió entre las personas hasta que consiguió llegar al frente de la fila.
Varias listas repletas de lo que al inicio catalogó como información y números llenaban las paredes, pero no fue hasta que se acercó lo suficiente para notar que en realidad se trataba de nombres y cargos. Las listas doradas englobaban a todos aquellos empleados del ministerio elegibles como candidatos, con su puesto, nombre y edad, además de un color diferente, según el estatus de su sangre.
Azul para los sangre pura y mestizos, y violeta para los hijos nacidos de muggles, pero no fue eso lo que llamó su atención completamente, sino el pequeño óvalo vacío ubicado al lado de los nombres.
—Es ahí donde se marca el número de propuestas, al menos hasta que su estado civil cambie— susurró Susan sobre su hombro, cuando la alcanzó.
Ambas chicas ignoraron el resto de listas, que eran de un impoluto color blanco para la población en general, y se acercaron a las marcadas con un reluciente color dorado.
Cómo esperaban, ubicadas una debajo de la otra, en el mismo departamento, estaban sus nombres, con la única variante en el color. Incluso en aspectos tan pequeños, las diferencias entre todos intentaban hacerse imposibles de olvidar.
Afortunadamente, el óvalo frente a su nombre seguía vacío. Una vez cerciorándose de esto, su mirada vagó hacia otro departamento hasta que encontró lo que buscaba, lo que no mejoró su ánimo.
"Harry James Potter" ()
Esto solo confirmaba sus miedos. La publicación de las listas, como Kingsley prometió agotaba el escaso tiempo de tregua para tomar una decisión. Realmente se había puesto en marcha.
Sus deseos por buscar a Harry fueron abrumadores. La última vez que lo vio él prometió que haría algo por cambiar las cosas, pero le sorprendería que su fama hiciera mucho por él ahora, y lo cierto es que llevaba días sin una noticia suya.
Quizás egoístamente les dio a él y a los Weasley el tiempo necesario para arreglar como sobrellevarían todo y según Luna, la última vez que hablaron, no iba nada bien.
¿Habría sido demasiado desconsiderada?
Mientras caminaba con Susan hacia sus cubículos, para fingir que la vida seguía siendo la misma, quiso creer que su futuro no estaba perdiendose totalmente.
Por alguna razón, sentía... No, sabía, que el comienzo de su destino no era ese.
No podía reducirse a eso.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Bastaron dos días más para que los compromisos comenzaran a materializarse. En su mayoría porqué, evidentemente, la espantosa explicación detallada en los párrafos del decreto, sobre lo que sucedería si alguien se atrevía a negarse generaba un terror superior.
Sobre todo con los magos y brujas que habían sido criados para pensar en el mundo muggle como un sitio de indeseable cotidianidad sin magia ni todo lo que hasta ese momento conocían. La amonestación inicial, una estancia en Azkaban mientras esperaban su respectivo juicio por "traicionar a la sociedad", solo derivaría en la expulsión del mundo mágico, no había más. Incluso si se esforzaban por decorar los castigos con palabras elegantes y falsas ideas de libre albedrío.
Hasta ahora, dos de las compañeras de Hermione se habían comprometido y las ordenadas filas formándose para registrarse en el recién creado Departamento de Registros Mágicos crecía diariamente.
—Lo haré pronto— le dijo Susan el sábado por la tarde, mientras la esperaba pacientemente al lado de su cubículo, con sus manos apretando ansiosamente su bolso.
—¿El qué?— preguntó Hermione, guardando y ordenando los documentos sobre su escritorio para tener todo listo el lunes por la mañana. Normalmente los sábados eran días sin trabajo de por medio, de no ser por el mounstroso desorden con el que el departamento de Roux no se daba abasto.
—Nos registraremos, para tener una fecha. Justin me dio el anillo ayer.
La absoluta sorpresa que invadió a Hermione al contemplar la mano que su amiga extendía en su dirección, con un reluciente anillo dorado en su dedo anular la dejó incapaz de pronunciar palabra alguna. Quizás encontrarse tan cerca con el desarrollo del cumplimiento del estatuto despejó todas sus dudas.
El pánico que experimentó al comprobar que continuaba hundiéndose fue rápidamente desplazado por el alivio al saber que su amiga estaría a salvo, comprometiéndose con un chico que la amaba.
—Es un anillo precioso, Su.
La pelirroja devolvió su mano al interior de su abrigo, instándola a darse prisa, dejándole apenas tiempo para tomar su bolso y recoger la correspondencia a la que no había podido echar un vistazo debido al trabajo del día.
—Hermione… eres una de mis amigas más cercanas y... Ni siquiera tengo hermanas, o familia a la que yo...— al notar que balbuceaba, se obligó a respirar profundamente—. Merlín, me siento tan ridícula haciendo esto pero, ¿Serías una de mis damas de honor?
Al escucharla, Hermione se sintió sobrecogida por una oleada de empatía y cariño.
—Sé que pensar en esto debe ser una tortura para ti, pero no hay nadie a quien quiera tener ese día a mi lado, aunque si tú…
—Me encantaría— la detuvo, abrazándola afectuosamente—.¿Por qué no me cuentas todo mientras vamos a comer?
Susan suspiró con alivio y recuperando su ánimo habitual enlazó su brazo con el suyo, arrastrándola fuera del ministerio.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Pasaban de las diez cuando Hermione abrió la puerta de su departamento, sin preocuparse por mantener el orden cuando arrojó su abrigo sobre el sofá de su sala. Cómo siempre, los sonidos y la iluminación de la calle fueron los únicos en recibirla.
Los últimos días llevaba limitándose a dirigirse a su casa solo para dormir hasta que el momento de marcharse al trabajo llegara. Sospechaba que esa noche sería diferente.
No habría motivo alguno para despertar a primera hora. Lo único que le esperaba al día siguiente sería encontrarse en un departamento vacío, sin ser capaz de apagar los incesantes pensamientos dando vueltas en su cabeza por todo el fin de semana.
Trabajar y encontrarse rodeada de otras personas adormecía su mente, distrayendola por el tiempo suficiente hasta que no tuviera que pensar más y el cansacio la venciera.
Cenar tampoco sería una opción, lo había hecho hacia poco y ciertamente, no se sentía cansada. Sin remedio, encendió la televisión, aumentando el volúmen para acallar el ruido de sus pensamientos con el del aparato mientras daba vueltas por el departamento, se deshacía de su ropa y finalmente se tumbaba encima del sofá.
El programa en la pantalla debió ser alguna especie de comedia romántica, con malos chistes y comentarios ridículos entre los protagonistas. No, eso no funcionaba, entre los diálogos todavía podía escucharse en el interior de su mente, repitiéndose que el tiempo comenzaba a acabarsele.
Su mirada vagó por la habitación, por primera vez posándose sin interés sobre el desbordante librero en la esquina de la habitación, ya lo había intentando, dándose cuenta que era incapaz de pasar una sola página sin comprender una oración.
Luego, sobre el respaldo del sofá, sus ojos se posaron sobre el teléfono pegado a la pared de la cocina. Estaba al tanto de las muchas llamadas que no se atrevió a contestar, convencida de que sus padres adivinarían rápidamente que algo iba mal.
Bastaba con saber que el pobre Crookshanks seguía en casa de sus padres, contrario a lo que prometió el viernes anterior.
Últimamente, huir de todo era cien veces mejor que enfrentarse a la horrible realidad.
Descartando devolverles las llamadas, al menos por esa noche, se encontró con su bolso semiabierto encima de la barra de la cocina, con las esquinas de los sobres de su correspondencia asomándose de entre todas sus pertenencias. Sintiéndose victoriosa por encontrar algo en que ocupar su ocioso tiempo libre, saltó del sillón y cuando tuvo los sobre entre sus manos, regresó de vuelta a su asiento.
Cómo siempre, se trataba de sus suscripciones al Profeta, El Quisquilloso y una copia del estatuto, enviada a cada mago y bruja para una completa información del asunto. Nada realmente interesante… hasta que sus dedos rozaron un sobre color perla con el elegante sello del ministerio impreso en el.
Su mano comenzó a temblar, deshaciéndose del resto de correspondencia para dirigir toda su atención al sobre en sus manos. Al abrirlo, este adquirió un tenue brillo dorado y el texto escrito en su interior cambió lentamente hasta formar oraciones.
Estuvo tentada a dejarlo caer, pero fue su propia impresión lo que hizo que sus dedos se mantuvieran firmes, sosteniendo las esquinas del papel, de una textura sorprendentemente firme en su interior. Sus ojos lo recorrieron con avidez hasta que devoró cada palabra y entendió todo.
Que tonta había sido.
Creyendo que si ignoraba todo por el tiempo suficiente se esfumaría.
Esto no se parecía en nada a su manera de responder durante el colegio, antes afrontaba los problemas, con la valentía que todo buen Gryffindor poseía. Inclusive si era una adolescente cuando todo sucedió, en su momento se sintió orgullosa de lo que hizo, pero ahora... Al contemplar aquel en apariencia inofensivo pedazo de papel, deseó llenarse de aquella voluntad pasada en vez de soportar el irasible deseo por destrozarlo.
Soportó por días su nueva realidad diciéndose que las cosas mejorarían mágicamente, que alguien más intervendría en su salvación. Pero lo cierto era, que nunca necesitó que nadie lo hiciera y no sería la excepción ahora.
Nadie la protegería, ni quería que sucediera en realidad, solo alargó la espera diciéndose que tendría más tiempo para actuar ante una situación que nunca antes concibió.
No era ninguna indefensa chica de la que sentir lástima por el denigrante lugar en la que el gobierno la puso, y no esperaría sentada a qué alguien más apareciera a decirle que todo iría bien porqué sería una mentira.
Ella no tenía ninguna oportunidad.
Cada quien había comenzado a velar por sus vidas desde el día uno, desde el primer instante, y ella disfrutó descansar en su cómodo sitio de cobarde pasividad.
Ya no más.
No podía seguir dejando el tiempo pasar y nunca antes tuvo más claro lo que haría. Sería la decisión más difícil en su vida, pero no pensaba doblegarse ante un acto tan ruin.
Leer ese pedazo de papel representó un desencadenante que reavivó la llama ardiente en su interior. Pensar en los nombres escritos en el, proponiéndole matrimonio, acumulándose como buitres listos para devorar a su presa la enfermaba.
No conocía a la mayoría, pero sí algunos, como Blaise Zabini o Gregory Goyle, y otros que reconoció como magos anteriormente obsesionados con la pureza de la sangre bastaron para hacerle ver que no pensaba convertirse en la esposa de ninguno de ellos.
Que tonta había sido dando por sentado que las propuestas no la alcanzarían por ser quien era. Y aparentemente, por medio de la carta era posible notarlas actualizándose en tiempo real, de modo que cada que alguien hiciera una propuesta, quedaría registrada.
Las palabras se movían, y el número en el óvalo antes vacío frente a su nombre continuaba aumentando. Una eficaz forma de parte del ministerio para asegurarse que las personas se enterarían de sus posibles candidatos para acelerar todo el proceso.
Era totalmente repulsivo.
No estaba completamente segura de cómo lo hacían, pero plantearse una explicación no era difícil. Hasta hace poco dio por hecho que cada que alguien quisiera hacer una propuesta sería frente a frente, como cualquier persona común lo haría y como hasta ese momento nadie se presentó frente a ella, pensó que no contaba con ninguna y sin embargo, los nombres en el papel eran perfectamente legibles.
Por eso no se acercó a mirar aquellas espantosas listas en el ministerio de nuevo, sintiéndose falsamente a salvo. Quizás, toda forma de propuesta era válida.
Arrojando el sobre lejos de ella, sin importarle el sitio en el que caía se levantó, invadida por el primer sentimiento real en días.
Estaba convencida.
Aun si el nombre de alguien medianamente decente apareciera en ese papel, no pensaba casarse con nadie solo por la resignación de que pareciera mejor que cualquier otro mago repugnante. Al final del día, todos serían desconocidos y no podría sino aborrecerlos.
Se negaba a convertirse en la esposa de ninguno de ellos y si para conservar su dignidad y una mínima posibilidad de libertad debía sacrificar todo lo que tenía, lo haría.
Con varita en mano y pasos firmes se dirigió hacia su habitación, rebuscando con ansias en el interior de su armario. Su maleta semiabierta, con algunas prendas de ropa comprada en París seguía ahí, como si hubiese aguardado por ella todo ese tiempo.
Sin pensarlo mucho descolgó toda la ropa en su armario, colocándola encima de la cama y compactándola con un hechizo de su varita para meterla una a una en la maleta.
Su corazón latió desenfrenado durante cada minuto, pero su decisión no vaciló.
Posiblemente estaba a punto de perder su magia, su trabajo y toda la vida que conocía, pero nada más la hizo darse cuenta de las nulas opciones que tenía, como leer los nombres de esos magos en el papel.
Justo cuando comenzaba a deshacerse de su holgada pijama, el teléfono al lado de su cama sonó ruidosasamente, inundando la casa con su desagradable sonido. Hermione lo miró con angustia, soltando los esquinas de la playera, que volvió a caer sobre su cuerpo y se acercó hacia la cama, sentándose en el borde.
Suspiró. Eran sus padres. Imaginarselos del otro lado de la línea la sobrecogió.
—¿Hola?— respondió al descolgar el teléfono antes de que pudiera arrepentirse. Era ahora o nunca y si realmente renunciaría al mundo mágico, ellos merecían saberlo. Se juró que luego de haberles borrado la memoria, los secretos entre ellos no podrían volver a repetirse.
—¡Hermione Granger!— exclamó la voz de su madre desde el otro lado, con la misma dureza que la reprendía cuando era una niña—. Tu padre y yo estábamos tan preocupados por ti, y tú simplemente desapareciste del mundo, quiero una explicación, ¡Ahora!
Ella se aclaró la garganta, mirando esporádicamente el desorden de ropa y zapatos a su alrededor.
—Lo siento, mamá. Pero algo... Surgió algo. No puedo explicártelo ahora, menos por teléfono, ¿Puedo ir a casa?
El tono en su voz y su extraña petición debió frenar el enfado en su madre.
—¿Estás bien, Jean?
No mentiría, se prometió, pero cada vez era más difícil.
—Lo estaré cuando esté en casa, tengo algo importante que debo decirles.
Del otro lado, la voz de su padre, acercándose al auricular la hizo aferrarse al teléfono. Realmente deseaba verlos y encontrar un sentido a la locura que estaba por cometer.
—¿Quieres que tu padre vaya por ti?— sugirió su madre, en un tono más suave que no sirvió para disfrazar su preocupación— ¿O harás lo que los magos hacen?
Antes de que pudiera responderle, el sonido de su puerta siendo golpeada la alertó. Obligándose a calmarse diciéndose que nadie sabía sobre sus intenciones, con el teléfono pegado al oído se acercó hacia el corredor.
Dos golpes más, que la hicieron sobresaltarse.
Con solo mirar hacia el reloj en la pared su inquietud creció. Pasaba de la medianoche y nadie en su sano juicio se atrevería a ir a su casa.
—¿Cariño?
Hermione pegó el teléfono contra su pecho para amortiguar la voz de su madre. Tan solo la televisión encendida iluminaba la sala y parte del corredor en el que se mantenía absolutamente quieta.
Su mano libre se aferró a su varita cuando el sonido de la cerradura comenzó a escucharse y sin importarle los llamados provenientes del teléfono, salió hacia la sala con su varita apuntando a la penumbra.
—¡Desmaius!
La figura cerrando la puerta se movió a tiempo para evitar el hechizo, impactando sobre su cabeza.
—¡Demonios, Hermione!
Al escucharlo, la chica se permitió apoyarse sobre la pared a sus espaldas con un jadeo.
—Lo… lo siento— masculló, encendiendo las luces. La sensación de peligro todavía le subía por la espalda.
Harry estaba mirándola como si hubiera perdido la cabeza. Su cabello, más despeinado que de costumbre contrastaba con el costoso abrigo que no dudó en quitarse y dejar sobre el respaldo del sofá cuando comprobó que no lo atacaría.
—Toqué tantas veces— se justificó, mirándola de arriba a abajo al notar que no vestía más que su vieja playera y unos desgastados pantalones de dormir.
—Solo… Cállate— lo detuvo Hermione, recordando tardíamente el teléfono tirado en medio del pasillo, por el que regresó con prisa— ¿Mamá?
—Dios mío, Jean, ¿Quieres matarme del susto? ¿Qué son todos esos gritos?
Su mirada vagó a Harry, ahora recargado contra la pared.
—Harry vino a verme, es todo—respondió mecánicamente.
—¿A medianoche? Deberías estar agradecida de que tu padre no esté escuchando o…
Su mundo colapsó cuando miró lo que su amigo tenía entre las manos. Un sobre idéntico al suyo.
—Lo siento, debo colgar.
—¡Hermione, espera! ¿Qué está pasando? ¿Vendrás a casa?
El irrefrenable deseo por salir de su departamento seguía ahí, pero disminuyó considerablemente al reflejarse en la expresión que Harry tenía en ese momento, con aquel infernal papel en las manos.
—Quizás lo haga. Te marco luego si decido hacerlo, lo prometo.
Le pareció escuchar a su madre protestar, pero su egoísta necesidad por compartir con alguien el significado de ese sobre la consumía.
—Los amo, adiós.
La llamada se cortó, mientras dejaba el teléfono encima de la barra y caminaba hacia su amigo.
—¿Mal momento?— inquirió él.
—Un poco inoportuno— admitió. Harry se encogió de hombros con disculpa.
—Al menos me tranquiliza saber lo bien que te defiendes.
Ninguno sonrió, aunque las intenciones de su comentario parecían buscarlo.
—No quiero ser grosera, ¿Pero qué haces aquí?
—Es… es esto— le dijo, blandiendo entre ellos el sobre con derrota. Oh, ese era el momento… lo que tanto temió.
Olvidándose momentáneamente de sus planes de huída, Hermione lo tomó del brazo y lo llevó hasta su sofá. Apagó la televisión y se sentó a su lado.
—¿Cuándo lo recibiste?— preguntó.
—Hoy por la mañana— contestó Harry, echando la cabeza hacia atrás sobre el respaldo—. Ha sido un día horrible.
—No hay mucho que esperar— corroboró Hermione, aprovechando que él miraba el techo para contemplarlo.
Esto era lo que esperaba, hombros cansados y expresión destruida. Cuánto odiaba verlo así. Aunque le costó admitirlo, Harry finalmente había llegado a la misma conclusión. No existía una salida.
—Lamento haber entrado así— murmuró con voz ronca—. Vine... Estaba en la Madriguera y no... No sabía a dónde más podía ir.
—Hiciste bien— le garantizó, colocando una mano sobre la suya. Quiso agregar más, pero preguntar por Ginny la asustaba, ¿Sería lo correcto?
Sin embargo, no hizo ninguna falta. Harry se había inclinado sobre la alfombra en el suelo y antes de que Hermione pudiera evitarlo tenía en sus manos su sobre, y lo leía con intriga.
—Esto es...
—Todos tenemos uno, ¿No?— bromeó Hermione, arrebatándoselo de las manos. El semblante de Harry mostraba una indescriptible expresión de furia.
—¿Todos esos idiotas...?
—¡No voy a aceptarlos!— chistó Hermione, levantándose para no tener que mirarlo. Todavía era vergonzoso de admitir.
—No esperaba que lo hicieras, pero son más propuestas de las que creí, esos imbéciles...
—Solo olvídalo, dentro de poco no importará.
Él se levantó también y la tomó por los hombros.
—¿Eso que quiere decir?— la cuestionó, buscando su mirada cada que ella la apartó—. No me digas que aceptarás a uno de ellos.
—¡Acabo de decirte que no!
—No estoy entendiendo.
Él no la soltó, manteniendo sus manos sobre sus hombros, hasta deslizarlas a sus brazos y esperar en silencio que agregara algo más. Hermione no pensaba hacerlo.
Si había que reconfortarlo y hacerle ver que las cosas no eran tan malas, lo haría sin pestañear con tal de no verlo sufrir, pero esto era diferente.
Con Harry sosteniéndola en medio de su sala, con la luz de la calle reflejándose sobre su rostro, el departamento pareció hacerse increíblemente pequeño y asfixiante.
Él nunca debió aparecer, no en ese momento. El recuerdo de su ferviente deseo por escapar del mundo mágico aún la mareaba.
Pero imaginar que eso significaría dejar todo de lado, incluido al joven sujetándola era demasiado doloroso.
Ningún lazo con el mundo mágico era válido una vez que se negara a cumplirse. Nunca más lo vería, ni hablaría con él… Tendría que decirle adiós también.
—¿Qué sucede?
A veces detestaba sentirse tan trasparente cuando él la miraba, como si pudiera leer su alma y cada secreto, sobre todo claro, si estaba llorando.
—No es nada— mintió, sin posibilidad alguna por limpiar las solitarias lágrimas corriendo por su rostro. Cuándo eran adolescentes siempre creyó que Harry odiaba cuando lloraba y con el tiempo se esforzó en dejarlo atrás, luego pensó que en realidad, lo que él detestaba era no saber que hacer cuando sucedía.
Cualquiera que fuese la razón, esperaba mostrarse fuerte en vez de como se sentía.
—No me mientas— le dijo, colocando su mano bajo su mentón para redirigir su atención a él—¿Qué está pasando por tu mente?
La necesidad por contárselo a alguien la sobrepasó. Sus deseos por sentirse valiente no interferirían al permitirle ver un poco de la debilidad que sentía. De todas formas, él sería el primero a quien le habría gustado decírselo.
—Me voy, no puedo hacerlo, Harry. No me siento capaz de soportarlo.
—¿Te vas?
—Sí, a casa. Al mundo muggle.
Con solo mirar su reacción, dejando caer los brazos en medio de un jadeo, entendió lo difícil que sería explicarle su decisión.
