El mundo parecía un sitio distinto esa noche. Como si la realidad en la que se encontraba hubiese sido reemplazada por otra en la que cualquier cosa era capaz de materializarse.
Posiblemente pasaban de la medianoche cuando Hermione se encontró sobrepensando analíticamente cada momento de su extraño día. En retrospectiva, había tenido días más difícil de asimilar que ese, pero no por ello dejaba de ser inaudito. Y la imagen a solo unos metros se lo recordaba.
No es como si fuera algo que no hubiera presenciado antes, sino todo lo contrario, pero no por ello motivo suficiente para no adquirir un nuevo significado en medio de todo el caos.
La televisión estaba encendida, proporcionando la única iluminación en su diminuta sala, en donde Harry se encontraba sentado dormitando, con Crookshanks encima de su regazo hecho un esponjoso ovillo.
Posiblemente llevaba más de diez minutos en la misma posición, mirándolo luchar por mantenerse despierto hasta finalmente dejar caer su cabeza sobre el respaldo del sofá, con los anteojos todavía puestos ligeramente torcidos.
No lo juzgaba. Dormir decentemente en los últimos días era toda una odisea.
Al principio, mientras procesaba todo el asunto ocurrido en casa de sus padres, creyó que sería demasiado descortés despedirlo escuetamente después de lo mucho que se esforzó en ser aceptado por su familia. Por ello, le ofreció una taza de té y algo ligero para cenar esperando hasta el momento en que ambos decidieran huir de su presencia.
Secretamente esperó que su invitación fuera rechazada, ahorrándose todo lo demás. Evidentemente, no ocurrió.
Para su sorpresa, Harry accedió a la primera oportunidad, como si también necesitara hacerse a la idea de que ahora su compromiso era tan tangible como podía serlo, en vez de enfrentarse a la asfixiante soledad de la noche.
Como lo prometió, Hermione le ofreció sus últimas provisiones como cena, mientras ella escapaba rápidamente hacia su habitación con el pretexto de tomar un baño para relajarse. Harry no discutió su desesperado pretexto por alejarse uno del otro por unos cuantos instantes, y ahora estaban ahí.
Con él durmiendo en su sofá y ella mirándolo desde su cocina, esperando que una solución a qué debía hacer a continuación se le ocurriese milagrosamente.
¿Debía dejarlo durmiendo en esa incómoda postura? ¿O despertarlo y animarlo a irse a casa?
Probablemente, para cualquiera, sería bien sabido que la noche, en especial la madrugada, es capaz de provocar una arrebatadora sinceridad en las personas, que las inhibe para abrirse y contar cosas que a la luz del día no parecerían tan apropiadas.
Por ahora, Hermione prefería mantener esa irrefrenable franqueza a raya, antes de que pudiera arrepentirse posteriormente por su insensatez.
Si era sincera, no quería tener que hablar con él sobre lo sucedido todavía, pero eso no significaba que deseara que se alejara. Pasar la noche sola la aterraba como nunca antes y con él bajo el mismo techo, su departamento volvía a asimilarse al refugio que necesitó durante las últimas noches.
Tal vez solo con su compañía silenciosa bastaba.
Cuidándose de no provocar ningún sonido, apagó la luz de la cocina y avanzó hasta él. Desde sus labios entre abiertos brotaba un silencioso suspiro, combinándose con su respiración haciendo subir y bajar su pecho rítmicamente.
Mirarlo descansando tan plácidamente hizo que una sonrisa afectuosa apareciera en sus labios. Al parecer, perdió su ardua batalla por permanecer despierto y ciertamente, era adorable al dormir.
En momentos como ese, no se explicaba que podía tener de aterrador como para ser temido por los más ruines criminales.
Esforzándose en no despertarlo, le echo encima una manta lo suficientemente grande para cubrir gran parte de su cuerpo y se inclinó cuidadosamente para quitarle los anteojos y dejarlos en la pequeña mesita de centro.
Crookshanks levantó curiosamente la cabeza, alertado por sus sentidos al sentir su presencia, como si preguntara la razón por la que los miraba con tal insistencia.
Sintiéndose juzgada por la mirada astuta de su fiel amigo, no tuvo más remedio que sentarse en el lado vacío del sofá y fingir que cambiar canales era entretenido.
En algún momento de la noche, mientras sentía a Harry acomodándose mejor en el sofá y la protagonista en la televisión atravesaba la peor racha de su vida, Hermione también sintió que el peso de los acontecimientos de la semana la obligaba a cerrar los ojos y dejarse hundir en el sueño más profundo del último mes.
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Tic tac.
Una y otra vez, las manecillas del reloj continuaban moviéndose, acelerando el tiempo, haciéndolo avanzar al mismo ritmo en que el resto de los sonidos del mundo aparecían uno tras otro.
El alboroto de la calle no tardó en taladrar sus oídos, haciendo que la luz que entraba por la ventana atravesara sus párpados y el ruido de los claxons y las conversaciones de las personas fueran más y más claros. Hubo un pequeño momento de confusión, mientras entre abría los ojos y buscaba a tientas con que cubrirse el rostro cuando la brillante luz del sol la cegó momentáneamente.
Un quejido malhumorado escapó de su boca cuando comprendió que no se encontraba en su mullida cama y segundos después, al caer en cuenta de la importancia de tal revelación se enderezó torpemente, mirando alternativamente todo a su alrededor.
Seguía en casa, pensó aliviada. Solo para encontrarse con una nueva inquietud. ¿Por qué dormía en su sala?
La respuesta llegó pronto, acompañada de la oleada de recuerdos y ruidos provocados por su sartén y utensilios de cocina chocando unos contra otros. Con solo girar la cabeza, echando una mirada hacia atrás sobre el respaldo de su sofá, recordó todo.
Debió haberlo supuesto.
Ahora se encontraba sola en el sillón, con las piernas enredadas entre la cobija que ella usó la noche anterior para cubrir a su invitado mientras él, a solo unos metros, se movía familiarmente por toda su cocina, sin percatarse que había despertado.
Mejor así, reflexionó la chica, recostándose unos instantes más antes de enfrentar el nuevo día. Todavía no estaba convencida de sentirse segura como para afrontar lo que la presencia de su amigo traía consigo.
Aunque si algo debía admitir era que, por primera vez, con Crookshanks entre ambos y Harry a solo unos metros, no se sintió sola en absoluto. Incluso con el dolor en su espalda y la incómoda rigidez en el cuello se sentía descansada.
Agradecida, pero también abrumada, no tuvo más remedio que levantarse al escucharlo rebuscando ruidosamente en los cajones de su cocina. A este paso, todo sería un completo y total desorden.
Que curioso era mirarlo en su casa. Como si, de alguna manera, todo estuviera desarrollándose en una típica rutina matutina que aunque se alejaba completamente de la suya, conseguía sentirse natural.
Desde la noche anterior, cuando él dormía y ella lo contemplaba con creciente inquietud, se preguntó si su amistad sería lo suficientemente fuerte para soportar todo lo que se les vendría encima. Viéndolo, quiso convencerse de que sí.
Con solo mirar su espalda atlética, sus brazos moviéndose para equilibrar sus movimientos y la familiaridad que todo él desprendía en medio de su casa la calmaba, haciendo pensar que quizás en el futuro todo lo que catalogaba de una locura encontraría su lugar.
Después de todo lo conocía mejor que a nadie y confiaba ciegamente en él. No existía una mejor persona con la cual afrontar los obstáculos.
Ambos eran mejores amigos y sería precisamente eso lo que los sacaría adelante cuando toda la locura del la ley matrimonial les cayera encima. Solo dos amigos casándose para salvar sus vidas. Vaya combinación.
Mientras la mirada de la chica, apartándola a tiempo, recaía sobre la barra de la cocina y en las bolsas con latas y comida sobre ella, Harry se dio la vuelta, de modo que irremediablemente terminaron mirándose.
—Hola, bella durmiente— la saludó con una cándida sonrisa—. Espero que no te haya molestado que ayer te dejara sin toda tu comida.
Hermione puso los ojos en blanco, estirándose en su lugar para ignorar su sarcástico comentario. Su alacena estaba patéticamente vacía y en el fondo, agradecía no haber tenido que hacer las compras ella misma.
—Hola— devolvió el saludo con voz perezosa, una vez que su cuerpo comenzaba a despertar, y añadió:—.Veo que la mañana les va de maravilla.
Harry se río al seguir la dirección de su mirada. Crookshanks estaba a sus pies lamiéndose los bigotes, degustando algún buen trozo de beicon frito, y al terminar, levantó cabeza y cola en espera de más.
—Solo empezamos bien el día.
—Me doy cuenta que sí— razonó Hermione, olisqueando el aire con gusto. Su estómago no tardó en protestar, quejándose presa del hambre.
—Acércate entonces, antes de que este pequeño te deje sin desayuno.
—¿No es demasiado tarde?— curioseó al mirar la ventana. El amanecer no parecía haber ocurrido hace poco.
—Queda el tiempo suficiente para que te alistes, pero antes...
Harry se acercó hacia ella desde la cocina para ofrecerle su mano y obligarla a seguirlo hasta su pequeño comedor, en el que un plato rebosante de humeante comida la esperaba.
No necesitaba probarlo para comprobar que su amigo tenía un talento no explotado por la cocina. Deducción que fue confirmada cuando comió el primer bocado, con él sentado a su lado haciendo lo mismo.
—¡Merlín! Podría acostumbrarme a esto— gimió gustosamente, con el sabor de la comida explotando en su paladar.
Harry lucía satisfecho mientras servía su té y lo acercaba a ella.
—Supongo que deberás hacerlo. Puedo cocinar el desayuno siempre que te veas tan adorable como ahora.
Hermione se miró analíticamente, comprobando que vestía un holgado jersey color púrpura cuyas mangas eran tan largas que casi cubrían sus manos, y de su cabello no hablaría. Luego de una noche entera durmiendo en el sofá, sin molestarse en cepillarlo luego de la ducha debía ser idéntico a un nido de pájaros.
Al menos él vestía su ropa común, nada de lo que pudiera mofarse en su defensa.
— Es así como me veo siempre, acostúmbrate a eso también.
Él río encantadoramente, decidiendo que concentrarse en su desayuno era una mejor idea.
—¿Dormiste bien?— preguntó ella luego de varios minutos, y agregó—: Quiero decir, después de lo horrible que fue decírselo a mis padres pienso que...
Hasta ahora, postergar las cosas no trajo nada bueno, de modo que nada perdía confrontándolo en busca de explicaciones, incluso si una parte de ella no quería obtenerlas. Era mejor si se ahorraban futuros momentos extraños entre ambos.
Al parecer no fue la única en llegar a la misma deducción, vista la manera en que la miró, desviando rápidamente su atención hacia su plato para por último, comenzar a explicarse.
—Tu padre es un buen hombre que solo está preocupado por su hija. Cualquiera habría actuado así.
Una oleada de cariño llenó el pecho de la chica al escucharlo. Además, finalmente tenía la oportunidad que llevaba horas esperando, conocer su perspectiva del asunto.
—Sí, al inicio, pero después…¿Qué es lo que le dijiste? Y, ¿Lo que él te pidió que no olvidaras?
—¿Te sorprende mucho que le haya caído bien?— indagó Harry arqueando una ceja.
—¡Absolutamente no! Es solo que...— su tenedor jugueteó distraídamente con la fruta en su plato—. Cuándo Ron los conoció fue un desastre, y eso que nadie habló de matrimonio.
Bebiendo pensativamente de su taza de té, bastaron apenas dos segundos para obtener una reacción. Harry no pudo ocultar su orgullo ante la alusión de haber aprobado la difícil prueba de conocer a sus padres.
—Tal vez es que soy demasiado encantador.
Ella lo golpeó juguetonamente en el hombro, desesperándose por una respuesta real.
—Harry...
—¡Bien!— se rindió—. Te diré lo que le he dicho, pero no lo que él a mí. Solo... Le dije a tu padre que aunque sé que no necesitas que nadie cuide de ti, quería estar ahí en cada momento difícil y sé que sabes que habrá muchos de ellos. Por eso casarnos será una extensión del apoyo que tenemos en el otro, ¿No es así? También, le dije que no existía en todo el mundo una mujer que hubiese estado ahí en cada momento importante de mi vida y lo lógico que encuentro que seas tú quien se convierta en mi esposa.
La necesidad de dejar de mirarlo se hizo presente tan pronto lo escuchó. Al inicio, cuando eran niños, le costaba todo un mundo camuflajear sus emociones.
Cuando él hacía algo peligroso, cuando rompía las reglas, al extrañarlo, al discutir... Su estado de ánimo siempre fue trasparente tratándose de Harry, pero siempre le dio la impresión de que él no lidiaba bien con el asunto de los sentimientos y más que ayudarlo, lograba asediarlo con su preocupación.
Si había hecho bien o mal al cambiar una vez que fue adulta, él nunca lo mencionó.
Sabiendo entonces que no había terminado, Hermione deseó interrumpirlo con tal de deshacerse de la bochornosa imagen formándose en su mente al imaginar el momento y los detalles, y aunque halagador, su compromiso distaba mucho de ser lo que se esperaba de una pareja real.
No tenía porqué mostrarle la genuina emoción que sentía. Bastaba agradecerle y ser cortés, en lugar de ceder a sus impulsos.
—Eso fue muy dulce de tu parte e ingenioso— comentó contenta—. Eso explica todo.
—No fue una mentira— negó Harry dejando de lado sus cubiertos para ponerse serio—. Nada de lo que dije fue una invención, así que no fue cosa de ingenio.
— Creí…
—Sé que te debo hasta mi vida y que lo mínimo que podría hacer es asegurarme de que tengas la vida más feliz posible sin renunciar a nada de lo que amas. Solo le dije eso, y tu padre pareció apreciarlo, incluso si no sabe toda la verdad.
La razón que los había unido todavía flotaba entre ellos, recordándoles a cada momento el motivo de su precipitado compromiso que de ser otras las circunstancias, jamás habría ocurrido. Hermione sospechaba que así sería siempre, durante cada momento viviendo juntos y deseó que con los años dejase de sentirse como una dura verdad.
Por ahora, era muy pronto para aspirar a algo como eso.
—Oh, Harry… Haré lo mismo por ti— le prometió Hermione antes de que el momento pasara, agobiada por la gratitud demostrada.
Normalmente era ella quién corría a auxiliarlo ante cualquier problema, así funcionó durante años en Hogwarts, y aunque él nunca fue un mal amigo, la prioridad de su atención siempre se mantuvo en otros asuntos.
Darse cuenta que ahora mismo ella tenía su apoyo como prioridad y que buscaba cumplir sus promesas era sobrecogedor.
—Gracias, Harry.
Igual que siempre, no pasó mucho tiempo para que él decidiera que su sinceridad había sido excedida. Estas cosas no iban con él y evidentemente, no tenía idea de como sobrellevarlo.
—Come pronto o se enfriará.
Hermione sonrió a sabiendas de que el dulce momento había terminado. Para ella bastaba cada pequeño detalle.
Mañanas como esas eran las que tanto adoraba. Inclusive si se trataba de un sencillo desayuno con la compañía de su mejor amigo y su mascota.
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Sorprendentemente, el mundo se esforzó en volver a su cotidianidad.
El trabajo era siempre el mismo y las murmuraciones respecto a la ley matrimonial, aunque seguían abarcando gran parte de las conversaciones diarias comenzaba a convertirse en un asunto que debía normalizarse.
Para este punto, estaba lográndose. A Hermione le aterraba la facilidad con que el Ministerio consiguió hacer pasar como algo necesario y legal un acto tan abominable.
Sí, ella menos que nadie podía quejarse de la obediencia en las personas, pero una parte en su interior, a la que nunca conseguiría callar, le recordaría siempre que lo que estaba sucediendo no debía ser permitido.
Tenía claro porqué lo hacía. Valoraba demasiado su vida, sus sueños, aspiraciones y seres queridos como para dejarlos atrás con tanto desprendimiento.
Pero el resto… tal vez todo se debía a eso, a lo poco que las personas estaban dispuestas a perder. Luego de una guerra los tiempos de paz buscaban mantenerse con desesperación con tal de no afrontar más épocas difíciles llenas de perdidas.
Familias se separarían por el exilio que prometía el no cumplimiento del estatuto y, por supuesto, el Ministerio no dudó en aprovecharse del miedo colectivo que puso a la sociedad a su disposición.
Por ello, cada día iba en aumento la cantidad de parejas asistiendo a registrarse y los números de propuestas elevándose gradualmente.
Evidentemente todos buscaban alguien a quien poder elegir que representara una opción mejor que cualquiera. Riqueza, estatus y comodidad eran las cualidades más valoradas.
En acuerdo tácito, nadie habló sobre amor, o alguna mínima posibilidad de congeniar con la persona que se casarían. Además claro del principal impedimento: su estatus de sangre.
Así que todos iban por ahí buscando alguien que cumpliera sus parámetros y se acoplara a ellos siendo exactamente lo opuesto.
Nunca antes nadie pensó presenciar la extraña imagen de sangres puras buscando emparentar con hijos de muggles, aun si eso les costaba renunciar al preciado linaje que por generaciones tanto atesoraron.
Según Susan, Hermione tenía suerte de haber encontrado todo en la misma persona. O al menos casi todo.
Para ella siempre faltaría lo único que no tendría, lo único por lo que nadie más se preocupaba.
Amor.
Tal vez era un anhelo ridículo, pero siempre relacionó el sentimiento con el matrimonio y concebirlo de otra manera todavía era difícil de aceptar. En un mundo como ese, más valía que lo hiciera pronto.
Hasta ahora, por desgracia o por fortuna llevaba casi una semana entera sin encontrarse más que unos cuantos minutos con su flamante prometido.
Una semana sin ninguna clase de novedad que la sacara de la monotonía.
A veces, Hermione se preguntaba si no tenía alguna clase de poco sana necesidad de emoción en su vida. De niña pensaba todo lo contrario, pero con los años, crecer rodeada de emociones fuertes y constantes sucesos la hizo creer que así era la vida.
Contrario a lo creido, la quietud de días aburridos y tranquilos la tenían siempre en alerta.
Harry no debía pensar muy diferente a ella. Nadie menos que él desearía haberse alejado del peligro y el ajetreo luego de su infancia y adolescencia. En cambio, se alistó como auror a la primera oportunidad.
Vaya decisión.
Constantemente Hermione detestaba lo que su trabajo implicaba. Toparselo en el Ministerio o verse espontáneamente en sitios en los que cualquier persona común estaría la calmaba, pero cuando él se marchaba en medio de cualquier misión especialmente peligrosa su preocupación no le daba tregua.
Sabía que estaba en algún lado haciendo del mundo un lugar mejor, pero eso no sería suficiente si algún día pagaba un precio demasiado alto a cambio.
Normalmente las misiones surgían sin antelación. Simplemente un día Harry aparecía anunciando que se marchaba y volvería después, con suerte con solo alguna herida insignificante y muchas buenas anécdotas que contar.
—¿No vuelve hoy?— preguntó la voz de Susan, mientras pasaba casualmente al lado de su cubículo.
—¿Perdón?— farfulló Hermione.
—Que llevas días así. Harry regresa hoy, ¿Verdad?
La castaña parpadeó con aturdimiento, hilando el sentido de las palabras de su amiga hasta conseguirlo.
—Sí— admitió sin ánimos de mantener el rumbo de la conversación.
—¿Qué sucede contigo? Pensé que estabas preocupada por él.
—¡Lo estoy!
Susan miró hacia los lados, asegurándose que nadie les prestaba atención.
—¿Por qué pareces tan asustada entonces? ¿No quieres verlo? Es normal si amistad se volvió rara con todo esto de...
—Su, no es nada de eso— se sinceró Hermione, masajeándose las sienes—. Deseo verlo desde que se fue, ¡Sabes lo preocupada que me pongo! Pero es diferente…
La pelirroja se inclinó un poco, su rostro bañándose con preocupación.
—Solo dime qué estarás bien.
—¿Qué? Harry nunca me haría daño— protestó la joven con un matiz ofendido—. ¡No estás entendiendome!
—¡Y tú no estás explicándote!— gruñó Susan, obligándose a bajar el volumen de su voz a media oración.
Teniendo que aceptar que ni siquiera ella se entendía, Hermione tiró del brazo de la chica para acercarla. Lo que menos necesitaba era un par de oídos indiscretos cerca.
—Es algo que hablamos antes de que se fuera.
—¿Algo sobre...?
Al recibir su asentimiento como respuesta, la mente de Susan pareció considerar un millón de posibilidades. Eran buenas amigas y claro que se entendían, hablando.
Generalmente Hermione se cuestionaba porque no podía entenderse con todo el mundo sin necesidad de abrir la boca, como ocurría con Harry.
—¿Sobre la cláusula final del estatuto? Los niños son...
—Honestamente…— suspiró Hermione, que ya se esperaba una suposición como esa—. Nada de eso, ni siquiera lo hemos hablando y dudo que... Eso no importa, es sobre una cena con los Weasley.
La chica lucía ligeramente decepcionada.
—¿Desde cuándo comer con ellos te pone así?
—Él… Vamos a decírselos.
Solo entonces Susan formó una enorme O con la boca.
—¿Por qué harían algo como eso tan pronto?
Agachándose sobre su escritorio, hasta que su frente tocó la superficie el murmullo que escapó de los labios de Hermione fue casi, pero no imposible de escuchar para su amiga.
—Porque mis padres lo saben y los Weasley son como la familia de Harry. ¿No es eso lo correcto?
Palmeando su espalda con compasión, Susan mostró su apoyo.
—Tienes miedo de lo que digan sobre esto, ¿Eh?
Hermione alzó el rostro de entre sus brazos. Sus ojos estaban llenos de terror y lágrimas que no serían derramadas.
—Tengo miedo de perderlos.
—Linda, ¿Por qué los perderías? Ellos te quieren— reflexionó Susan con voz dulce, y continuó:—¿Por qué tendrían que rechazarte?
—No lo sé. Son personas maravillosas, pero hablamos de Harry y Ginny. ¿Y si piensan que soy...? ¿Qué me aproveché de todo?
—Calma, no tiene que...
—¿Cómo veré a Ginny de nuevo a la cara?— jadeó, al parecer considerando por primera vez la posibilidad, vista su reacción aterrada al enderezarse con deseos de escapar.
—¡Cálmate!— la reprendió Susan tomándola por los hombros y obligándola a sentarse tan pronto quiso levantarse—. ¿No crees que estás exagerando?
—No conoces a Molly. En cuarto estoy segura que me odió cuando creyó que salía con Harry y Víktor al mismo tiempo. ¿Y si...? ¡Ella va a odiarme al pensar que le quite el prometido a su hija! ¡Su única hija!
Y sin más, se derrumbó con expresión miserable. Una vez que todo fue exteriorizado el peso del futuro la aplastó.
—Harry te eligió a ti, es su decisión. Apoyarlos es lo que una familia haría y si ellos no lo hacen, no es culpa tuya, estoy segura que ni siquiera estando enamorada de él te atreverías a interferir, ¡Solo es esta injusta situación!
Hermione asintió a cada afirmación.
—Claro que nunca... No lo haría. Yo deseaba que ambos fueran felices, pero tampoco quiere decir que aprueben que me case con él. ¿Cómo no pensé antes en esto?
—En algo debías fallar, señorita perfecta— bromeó Susan apretándole la mejilla—. Que estés preocupándote ahora no solucionará ni cambiará nada de lo que vaya a suceder. Además, Harry está contigo.
Sin estar plenamente convencida, Hermione se esforzó en guardar todos sus crecientes incertidumbres para parecer la adulta que era. Pero tan pronto intentó hacerlo, un nuevo y totalmente diferente miedo surgió.
Si todo salía mal, ¿Harry realmente sería capaz de ponerla sobre el amor que sentía por los Weasley?
Internamente supo que no quería saberlo, porque permitir darse una respuesta sería igual a poner en duda toda la fe que le prometió tener.
Y la esperanza era lo único que le quedaba.
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El final del día no pudo tener un mejor cierre que el que se presentó al llegar a su casa luego del trabajo.
Recargado entre el muro de la calle y la vieja puerta de la gran estructura en que se encontraba su departamento estaba él. Con una simple chaqueta y pantalones negros, esperando por su llegada lanzando miradas esporádicas cada tanto hacia la calle y sus transeúntes.
Apenas verla una media sonrisa apareció en sus labios, dejando su cómodo sitio para avanzar en su encuentro.
—¡Harry!— exclamó, trotando en su dirección cuando él abrió los brazos. Lucía tan entero como la última vez que lo vio, de no ser por las marcas violáceas bajo sus ojos.
Como fuera, no importó inmediatamente. Su principal deseo se vio concretado cuando se abrazaron a modo de saludo, meciendo sus cuerpos unos segundos en un amistoso balanceo.
Sentirlo cerca era lo único que desaparecía su miedo.
—Pensé… Ni una carta, o una llamada, ¡Estaba tan preocupada por ti!
Soltándose al mismo tiempo, Harry se esforzó en lucir inocente, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón.
—Lo sé. Pero estoy aquí y no en San Mungo, ¿Verdad?
—Solo a ti se te ocurre bromear con eso.
—Pensé que lo importarte es que volviera, ¿No eres tú la que siempre me dice...?
—Que regreses conmigo entero, ya lo sé.
Sin ánimo por desvirtuar su visita, o lo alegre que se sentía al verlo a salvo, no tuvo más remedio que sacar sus llaves y abrir la enorme puerta roja que daba a la calle.
Rodeada de muggles, existían ocasiones en las que ni queriéndolo podría simplemente aparecerse en casa, así que hacía las cosas como cualquier otra persona común, sin magia. Pequeños momentos de simpleza que disfrutaba.
Hoy estaba especialmente feliz por no haberlo hecho o de lo contrario, su encuentro con Harry habría demorado más en suceder.
—¿Vienes?— preguntó, con su mano deteniendo la puerta.
—¿A qué creías que vine hasta aquí?
Él tenía un punto, después de todo, vivía casi en el extremo opuesto de la ciudad. La aparición era toda una bendición cuando se trataba de ir de un lugar a otro.
—¡Grandioso! Así podrás contarme que te mantuvo tan ocupado como para no mandar ni siquiera una carta.
Sonriendo cansinamente ante su reprimienda, Harry sostuvo la pesada puerta para ella, siguiéndola pronto al interior y soportando en silencio sus quejas. En el fondo, era algo que ambos extrañaban cada que la distancia los separaba.
—Vamos, necesitas comer— decía Hermione cuando salieron del viejo elevador del lugar, relativamente útil, teniendo en cuenta que solo eran cuatro pisos con tres departamentos pequeños en cada uno—. ¡Tienes que descansar un poco y contarmelo todo!
—Es confidencial, ya lo sabes— tarareó Harry, siguiéndola al interior de su departamento.
Crookshanks apareció de algún rincón entre los sofás y la ventana, seguramente concluyendo su íntimo momento tomando el sol.
Ambos se agacharon a saludarlo y él los siguió estirando las patas hasta la cocina.
—Nada es confidencial tratándose de mí— insistió Hermione, colgando los abrigos de ambos en el perchero antes de comenzar a hurgar en la cocina en busca de algo para cenar.
Por suerte, quedaba una cantidad considerable de pasta a la boloñesa, su cena de la noche anterior.
—¿Esto está bien para ti?
Sentado en una de las sillas del reducido comedor, Harry acariciaba al gato entre las orejas, mostrando su acuerdo inmediato al contemplar la comida que le ofrecía. Bastó un segundo para que, empleando su varita, estuviera caliente y servida.
Consejos prácticos del hogar que Molly enseñó a todo el que quisiera aprender.
—¿Y bien?— presionó la chica, colocando el plato frente a su amigo.
Él sonrió con derrota y dejó que ella arrastrara una silla a su lado, dándole su atención.
—¿Cenaré solo?
—Estoy aquí y he cenado con Susan y Justin hace poco.
Con un murmullo insatisfecho, que duró poco en cuanto Harry comenzó a comer, el ambiente a su alrededor comenzó a volver a la normalidad. Últimamente, ser solo los tres era su cómoda y única opción.
—¿Todo salió bien?— lo interrogó Hermione en cuanto tuvo oportunidad—. ¿Volverás a irte?
No se molestaba ya en pretender que no le aterraba cada que una nueva misión surgía y lo hacían marcharse. En situaciones de gran importancia, era casi siempre seguro que el nombre de su ahora prometido terminaría implicándose en el asunto.
Tenía que ser así, ya que era uno de los mejores.
Al menos por ahora se permitió respirar tranquila, relajándose al examinar su postura, normalmente si algo salía mal, se notaba. Cada gesto y expresión se lo decía y verlo comiendo gustosamente era la prueba.
—No por ahora— respondió luego de tragar el bocado—. Pero nunca se sabe.
Ella tomó su taza de té entre sus manos, fingiendo que no le importaba más de la cuenta creer que podría irse en cualquier momento. Sobre todo cuando estaba sintiéndose tan a la deriva.
Su inoportuna muestra de sinceridad con Susan todavía daba vueltas en su mente.
Al exteriorizarlo con alguien era como si el esfuerzo que tanto empleó por mantenerlo oculto hubiese mutado para convertirse en una ansiosa necesidad por hablarlo con él.
Esperó a que comiera dos bocados más para sincerarse.
—¿Eso quiere decir que nuestros planes siguen en pie?
Harry bebió de su vaso para aclararse la garganta y mirarla con intriga.
—¿Hablas sobre la cena? Sí, supongo que sí. ¿Está bien para ti?
Ella demoró su debido tiempo en contestar, solo para esconder la tensión en su interior y camuflajearla con naturalidad.
—Ellos estarán contentos de saber que todo salió bien con tu misión. Está bien para mí.
Era claro que él no le creía por completo, pero no se atrevió a debatirlo.
—Lo imagino— reflexionó Harry, apartando su plato sin apetito—. Hablaré con Ron y le diré que iremos a la Madriguera.
—¿Crees que deberíamos decírselo antes?
Él le dirigió una mirada indecisa que reflejaba todos sus pensamientos y una muy latente culpabilidad.
—A menos que ya lo hayas hecho— murmuró ella, creyendo entender.
—No por completo— admitió Harry con prisa—. Pero sí mencioné que hay algo importante que te incluye a ti.
—Oh.
—¿Estuvo mal?
La tensión volvía a crecer de nuevo.
—No— contestó finalmente, pensando en Susan y su apresurada manera de enterarse a pesar de no haber sido su intención—. Ron y Luna deberían haberlo sabido primero que nadie también.
Un repentino silencio incómodo se extendió por toda la habitación. Por su parte, Hermione se sentía culpable por no decírselo a sus mejores amigos desde el primer momento, siendo dos de las personas más cercanas en su vida.
Pero existían cosas como estas, de las que solo sus protagonistas debían conocer hasta llegado el momento de hacérselo saber al resto, por horrible que esto fuera.
Además, existía tanto por hacer todavía sin planear que, en el fondo, parecía una buena excusa para el aplazamiento de su confesión.
—Lo sabrá toda la familia de todos modos— opinó el joven con falso aire de desinterés—. Lo último que supe es que Charlie estaba quedándose con sus padres por ahora.
Charlie... Los Weasley, la mención directa a la familia la llevaba inevitablemente al mismo sitio. El punto de conexión que provocaba que su cabeza diera vueltas ante la culpabilidad.
Preguntarle directamente por Ginny la aterró. Nunca lo hizo después de que él le aseguró que habían terminado su relación y, ¿Para qué hacerlo? Creyó que sería igual a tocar una herida abierta.
Por lo tanto, no tenía la menor idea sobre en qué términos se encontraban, o si mantenían alguna clase de comunicación. Pero si Harry acudió a verla al instante de terminar su misión… ¿No esa era la respuesta a sus dudas?
Al menos, entendiendolo tardíamente comprendió que la visita a la Madriguera no les producía mucha ilusión. Y eso quería decir que no era la única sintiéndose de esa manera.
—¿Quieres más?
La empatía la hizo recordarse que sus circunstancias eran similares, y no tenía nada que temer, al menos de momento.
Lastimosamente, Harry dejó los cubiertos y se limpió las comisuras de la boca con la servilleta, levantándose ante su mirada a los pocos segundos.
—¿Te vas tan pronto?— jadeó ella, sin procesar su repentina determinación.
—Necesito descansar antes de volver al trabajo mañana.
A pesar de intentarlo, ninguna excusa pudo ocurrirsele para frenarlo. Sabía que a veces la soledad era una indeseable pero necesaria compañera.
—Sí, tienes razón.
No tardó en imitarlo y levantarse detrás de él, que se colocaba su chaqueta de nuevo, adelantándose para abrir la puerta y esperarlo.
La desilusión por su prematura despedida la confundía.
No tenía motivo para dar por hecho que se quedaría teniendo su propio departamento y ese debía ser su problema, dar demasiadas cosas por sentado.
—¿Este sábado?
—Sí, vendré a recogerte— le dijo Harry, pasando a su lado hasta salir al pasillo desierto—. Hey, estamos juntos en esto, ¿De acuerdo?
—Sí, pero no desaparezcas hasta entonces.
Sonriendo con cansancio, él se inclinó rápidamente sobre ella y dejó un casto beso en su mejilla, mientras ella se mantenía recargada en la puerta, mirándolo alejarse.
En su piso, solo estaba su departamento, el de un joven residente de medicina que nunca estaba en casa y el de una mujer amante del cotilleo que podría haber sido su abuela, la cual acostumbraba hacer el mínimo ruido, haciéndola sentirse el doble de sola.
—Después de esto hablaremos de todo lo demás, ¿sí?
Harry caminó hacia atrás, mirándola todo el tiempo hasta que no tuvo remedio que voltear y presionar el botón llamando al ascensor, que tardó lo acostumbrado en aparecer con su típico chirrido.
—Por supuesto. ¡Descansa!
—Como ordene, sanadora Granger.
Un segundo más y él se encontraba dentro del elevador, desapareciendo cuando las puertas se cerraban, con ambos todavía despidiéndose con la mano.
Tan pronto como dejó de verlo, su expresión se descompuso. Imaginándose a su vecina asomándose desde su departamento, cerró la puerta del suyo con rapidez y apoyó la espalda contra esta.
Por primera vez, realmente no quería visitar la Madriguera. Y, sobre todo, no deseaba tener que toparse con Ginny de nuevo y ser presa de los reclamos que estaba segura que habría de por medio.
Incluso si no la culpaba directamente, estaría molesta, tal vez por la ley, quizás por su compromiso, pero en alguien habría de descargar su impotencia.
Ginny nunca había sido buena en momentos como ese. Imaginarsela quejándose encolerizada le hacía doler la cabeza.
¿Por qué tenía que tener un temperamento tan avallasador?
—No me mires así— se defendió, encontrándose con Crookshanks mirándola acusadoramente—.¿Qué harías tú en mi lugar?
Sin tener más remedio, como el fiel confidente que era, el minino no tuvo otra opción que seguirla hasta su habitación y dedicarse a escucharla quejándose hasta que el sueño los venció a ambos.
Sí que les esperaba todo un camino por recorrer.
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Conforme septiembre se acercaba, el confortable clima del verano comenzaba a ser poco a poco menos notable.
De modo que, si al final del día no quería terminar con las manos heladas, Hermione tendría que usar al menos una capa de ropa muggle extra. Era cierto que las túnicas y todo en la forma de vestir de los magos podía parecer rudimentaria, pero en ocasiones, se volvía cálidamente necesaria.
En especial en tardes tan frescas como esa.
El atardecer prometía hacer su aparición pronto cuando ella y Harry aparecieron en medio de la colina más cercana a la Madriguera. Los últimos rayos del sol reflejaban sus sombras una junto a la otra, dedicándose a contemplar desde su posición la casa a la que siempre asistieron con gusto.
Con la creciente necesidad de prometerse que no daría oportunidad a malas interpretaciones, Hermione se soltó con suavidad de la mano de Harry, gesto que él entendió al mantenerse a una distancia prudente, como si, en algún momento, fueran a ser recibidos con toda clase de acusaciones.
—¿Estás lista?—lo escuchó preguntar.
Desde que ambos se encontraron minutos atrás, ansiosos e incómodos, él no había dejado de intentar llenar los silencios con promesas y repasos a lo que harían una vez estuvieran allí, hasta que toda palabra careció de sentido.
Obligándose a controlar su nerviosismo y a no mirar los metros que los separaban de la familia como un total suplicio, fue ella quien dio un paso al frente y comenzó a caminar hacia el jardín.
—¿Recuerdas lo que hablamos?
—Sí— respondió Hermione.
—Bien, se los diré yo esta vez.
Reprendiendose mentalmente, a tiempo para no decir que también lo hizo con sus padres días atrás, Hermione prefirió guardar silencio, prometiendose no intervenir a menos que hiciera falta aclarar sus acciones.
A diferencia de la última vez que estuvo ahí, el chispeante ánimo propio de un hogar tan cálido no estaba. El ambiente festivo y las risas eran reemplazadas con pláticas banales y esquivas.
Con una mesa hechizada para hacerse más grande en el centro del jardín y varias sillas rodeándola, los Weasley se movían a su alrededor a punto de tomar sus respectivos lugares para comer. Hermione intentó no mostrarse intimidada cuando su presencia se hizo notar.
—¡Queridos!— gritó Molly, sujetándose el mandil al apresurarse en su dirección.
Atrapó a Harry en un apretado abrazo, alegre por tenerlo en casa y luego se giró hacia la chica, abrazándola también.
—¿Están bien?— les preguntó, metiéndose en medio de ambos para llevarlos con el resto.
—Todo lo que podríamos estar—suspiró Hermione.
—Lo sé, querida. Sabíamos que vendrían juntos, siempre han sido tan unidos y es justamente lo que se necesita ahora, una familia con la cual contar.
Ambos se miraron inconscientemente, pero antes de que el gesto pudiera adquirir un significado el resto de la familia se acercó a saludar. George fue rápido, mostrando su decaído interés por ser la presencia chispeante de la velada, luego le siguió su padre y Ron, acercándose con su esposa.
Lo que determinó en quién Hermione volcaría su atención.
—He querido verte desde que te fuiste... ¡Has sido tan escurridiza!— la reprochó Luna, mostrando exactamente lo contrario al abrazarla con afecto—. ¿Por qué has desaparecido así de mí?
—Lo sé, lo siento. Pero han sido semanas... — su mirada vagó hacia Harry a solo unos metros, estrechándole la mano al señor Weasley y atajando a tiempo el golpe en la cabeza de Ron. Mirarlo desenvolverse con tanta facilidad tan pronto los saludaba era desalentador.
Esa familia era todo lo que él conoció como un cálido hogar al cual añorar. Las primeras personas en recibirlo con los brazos abiertos... ¿Podría ella competir contra eso?
—¿Hermione?
—Lo siento, ¿Qué decías?— preguntó, parpadeando para alejar la maraña de pensamientos pesimistas.
—Tú estabas... Olvídalo, ¿Estás bien?
Colocando una de sus pequeñas manos sobre su frente y luego sobre su rostro, Luna intentó hallar el motivo de su extraño comportamiento y, al no encontrarlo, prefirió tomarla de la mano y llevarla a su lugar en la mesa, al lado de ella.
—¿Dónde están Bill y Fleur?— curioseó, intrigada por la cantidad tan reducida de Weasleys cerca.
—En casa, han querido mantenerse alejados — le explicó Luna—. Fleur no ha querido saber nada de esto, piensa que, cuando Victoire crezca...
—No lo menciones— la interrumpió, horrorizada con la idea. De alguna manera, no dedicó mucho de su tiempo en pensar que significaría esto para las generaciones futuras. Como la pequeña Victoire, o Teddy...
Justo cuando se disponía a formular otra pregunta, Charlie Weasley salió de la cocina, viéndose peculiarmente fuera de lugar en un hogar en el que pocas veces se encontraba.
Su brillante cabello rojo entonaba con el de su familia, pero a diferencia del resto de sus hermanos su estatura era más baja y sus hombros más anchos. Imposible de confundir.
—Hermione— la saludó con un fugaz beso en la mejilla.
—Hola, Charlie. ¿Volviste hace poco?
—No lo consideraría volver— contestó con una mueca—. Normalmente siempre vengo aquí de visita, pero tratándose de estas circunstancias no me iré en un tiempo hasta...
—Entiendo— asintió la castaña. Hasta no tener un matrimonio sólido, todos estaban atados—.¿Tienes alguna opción en mente?
El rostro de Charlie era tan transparente en sus emociones que fue fácil adivinar su nulo interés.
—Prefiero darle mi atención a mi trabajo, así que no tengo a nadie en mente.
—¿Consideras la asignación?—curioseó Luna, con su típica sinceridad directa.
Antes de que Charlie pudiese responder, Harry llegó hasta ellos, disolviendo su charla con su saludo. Hecho esto, ocupó el asiento al lado de Hermione, volviendo una pequeña acción en un gesto cargado de apoyo.
Sí, comunmente solían sentarse juntos, pero si ello resultaba imposible Harry tomaría su lugar al lado de Ginny, como novio formal.
Tan pronto como Hermione quiso agradecerle por no desaparecer demasiado tiempo de su lado, el suave zumbido de las voces de todos en el jardín se vio apagado.
Era como si todo el movimiento en el mundo quedase paralizado. El ruido de los insectos, de las voces y respiraciones, incluso la brisa a su alrededor no existiera cuando Ginny Weasley apareció por la puerta de la cocina. Aunque no avanzó, mirando fijamente a Harry, había algo hermético en su postura.
Desde la manera en que recargó el peso de su cuerpo contra el umbral de la puerta, hasta su rostro carente de emoción.
En ese momento fue seguro que las miradas de todos los presentes estaban fijas en la antigua pareja. En la espera de un movimiento.
Aun si nunca lo preguntó, Hermione entendió que, con seguridad, era la primera vez desde su ruptura que Harry y Ginny se encontraban. Desde aquello las semanas habían pasado sin esperar por nadie, pero la incomodidad de su encuentro no disminuyó con el aplazamiento del tiempo.
Experimentando una extraña y nunca antes sentida sensación de dualidad al contemplar la aparición de la menor de los Weasleys, no tuvo más remedio que igualar el comportamiento de todos.
Por años, los mismos desde que se conocían, Hermione no pudo más que sentir amistad y cortesía con Ginny, pero ahora algo extraño, diferente y horrible la dividía.
Culpabilidad por su compromiso, empatía por sus emociones y también, recelo. Incertidumbre a lo que su presencia significaría y si, con solo aparecer, cambiaría en algo los propósitos de su visita.
Su mirada se concentró entonces en Harry, en sus hombros tensos, sus manos rígidas a los lados de su silla y su intensa mirada verdosa concentrada solo en Ginny.
El temor hizo que algo pesado y horrible se instaurara en su pecho al mirarlos. Tal vez Hermione estaba equivocándose al pensar que era correcto continuar su vida con la pareja de alguien más.
Por fortuna, el momento terminó en cuanto Ginny echo una mirada dura hacia su familia, que se obligó a seguir con sus actividades como si nada estuviese ocurriendo.
Sin dudar, la pelirroja caminó directamente hacia la mesa a donde Luna, Charlie y Hermione deseaban fusionarse con sus lugares.
—Hola— saludó con voz monótona, a todos y nadie en particular. Sus ojos permanecieron fijos en el mismo sitio, contradiciendo el poco interés con el que se mostraba al saludar a todos.
Cuando el turno de Hermione llegó, al sentir su mano posándose sobre su hombro para dejar un fugaz y amistoso beso en su mejilla, la culpa creció a niveles inconmensurables. El punto en que tocaba su piel se sentía como brasas.
—Lo siento si no pregunté antes, ¿Cómo estás, Hermione?
Que ya no hablase con ella... Rogó la castaña. Que dejase de mirarla, de tocarla y de tratarla como a una amiga de toda la vida... Pronto la vería como el peor de sus rivales, como la persona más ruin y traicionera...
—Resistiendo— respondió, completamente rígida en su asiento.
—Lo imagino— opinó Ginny, sin prestarle atención realmente— Hola, Harry.
