Indiscretamente, Hermione desvío la mirada, dirigiendo la dirección de su cuerpo hacia Luna, prefiriéndolo en lugar de seguir sintiendo que, aun si nadie más lo sabía, tenía un nuevo lugar que ocupar en todo el enredo entre sus amigos y su relación imposible.
Aguantando el aliento, aguardó con impaciencia hasta que escuchó la respuesta al incómodo saludo de Ginny.
—Hola, Ginn— respondió Harry con voz monótona, levantándose para saludarla con un fugaz beso en la mejilla. No duró ni siquiera un minuto, pero cuando Hermione sintió su cuerpo volviendo al asiento a su lado, se sentía fría y ansiosa.
—Deberían de quitar esa cara, me hacen pensar que estamos en un funeral— se mofó la pelirroja, alejándose dignamente hasta su asiento, estratégicamente al otro lado de la mesa, justo frente a la pareja de mejores amigos.
Momentáneamente, con ella burlándose de la trágica situación, el ambiente se aligeró. Con un suspiro colectivo al comprobar que chispas no volarían, la señora Weasley comenzó a traer la comida a la mesa y en poco tiempo todos llenaban sus platos, disponiéndose a comer.
El ruido de las voces y charlas entre todos fue como un zumbido constante mientras las manos de la castaña jugaban con los cubiertos y luego volvían a sus piernas, secándose el sudor de las manos en la tela de su pantalón. Su estómago se negaba a probar bocado, de hacerlo, terminaría cediendo a las náuseas.
—¿Quieres un poco de pan?— susurró una voz a su lado, haciéndola pegar un salto.
Inclinado en su dirección, con el brazo alargado, Harry estaba mirándola interrogante, intentando detectar con una inocente pregunta que pasaba por su mente.
Si tan él supiera lo aterrada que se sentía.
—No— contestó llanamente— No quiero nada. En realidad...
Durante cada minuto, la culpa fue creciendo hasta hacerla sentir pequeña y miserable. La decisión de comprometerse no era un pecado, pero sí lo era hacerlo con el ex novio de una de sus amigas. Eso era vil y a su modo de ver las cosas, la convertía en una persona cruel y desconsiderada.
No quería continuar y arrastrar a nadie a su suplicio.
—Hermione— siseó Harry con voz áspera, previendo sus intenciones. Se veía, como era lógico, exasperado al notar su estado, pero él no entendía sus razones.
Justo cuando Hermione sentía su mano buscando la suya, Molly los llamó, formulando una pregunta que quedó flotando en el aire mientras ambos apartaban su mirada del otro. Su atención estaba claramente dispersa, pero a Hermione le pareció que el cuestionamiento de la mujer estaba dirigido a su situación.
—¿Lo estás? ¿Estás bien? Siempre puedes venir aquí, querida— insistió la señora Weasley desde su lugar—. Los días no han sido fáciles para nadie.
Con su voz, el silencio se expandió, atrayendo la atención de todos en espera de su respuesta. La compasión dirigida hacia ella fue más de lo que la joven se creyó capaz de soportar. No la merecía.
—Sé que es difícil pensar en ello ahora mismo— secundó el señor Weasley en apoyo de su esposa—. Pero podemos ayudarte, Ginny y George por ejemplo, están considerando que la asignación no es del todo...
No deseaba seguir escuchando. Nada que fueran promesas sobre como la ayudarían al igual que a cualquiera de sus hijos la haría sentir mejor. Tal vez, si esto hubiera sucedido días atrás, Harry y ella no estarían comprometidos, seguros de que solo se tenían uno al otro.
—Debe haber un buen mago ahí afuera para ti, querida— la animó Molly, esforzándose por utilizar un tono meloso al decirlo—, Y lo encontrarás. Una chica tan buena como tú... merece más que esto.
Al momento en que los de Molly ojos se humedecían, volviéndose lagrimosos por la impotencia en que todos se encontraban, Hermione sintió que Harry rozaba sutilmente su rodilla bajo la mesa.
Un simple gesto que la hizo pegar un salto, haciendo frenético el latir de su corazón al comprender lo que sucedería. Era un aviso a lo que estaba por hacer, la confirmación de que no planeaba echarse para atrás ni renunciar a sus planes, mucho menos que se quedaría ahí, de brazos cruzados, escuchando la no malintencionada compasión expresada para ella.
—¿Y tú, Harry?— hipó Molly—. ¿Has pensando en lo que harás?
No... No podría estar pensando en seguir adelante. ¿Cómo podía considerarlo luego de mirar con sus propios ojos el desbordante apoyo de la familia?
Hubo un pequeño destello de pánico que la hizo desear interrumpirlo, detener una locura todavía sin consumar antes de que los daños lastimaran a terceros, pero luego, algo la frenó. Su propio y egoísta deseo por velar por ella misma, por Harry y por un futuro que no parecía mejor sin su compromiso.
Para arrepentirse era muy tarde. Incluso si los Weasley ahora les ofrecían su apoyo, el daño ya estaba hecho. Ambos se encontraban registrados ante el Ministerio, con los padres de Hermione creyéndolos una pareja oficial y, después de todo, no asistieron a la Madriguera con la intención de pedir su autorización.
Si Harry estaba dispuesto a sacrificar lo valiosa que era la familia en su vida, por cumplir su promesa y permanecer a su lado, Hermione lo tomaría. De ahora en adelante se trataba solo de ellos dos y fue eso mismo, la extraña sensación de pertenencia que ahora la unía a él, lo que la mantuvo estática en su lugar.
Igual que siempre, las posibilidades pasaron por su mente y todas y cada una de ellas la llevó a un camino de absoluta infelicidad que no quería recorrer si no era de la mano de Harry.
Dañaría a las personas a su alrededor, sí. Pero esperaba, imploraba que el dolor fuera momentáneo, pues no se compararía a todo el pandemónium que podría desencadenarse si no lo hacían. Por una vez en su vida, deseó pensar en sí misma.
Ginny no podría estar con Harry nuevamente, ni siquiera deseándolo como ambos lo hacían, y tanto como Hermione lo conocía, sin ser mínimamente arrogante, sabía que difícilmente él escogería a otra bruja que no fuera una de ellas para ser su prometida.
A Ginny porque la amaba, por elección propia y a Hermione, porque era posiblemente la mujer más cercana en su vida además de claro, tomarla como alguna clase de acto de buena fe al estarla salvando de un futuro incierto.
Como siempre, su complejo de héroe deseando salvar a las personas lo estaba llevando a casarse para cumplir una promesa. ¿Debía entonces permitirle continuar con todo?
—Harry...— susurró Hermione, a un volumen tan bajo que él pudo aprovechar para alegar no haberla escuchado, porqué continuó de todas formas.
—A pesar de todo, he estado mejor de lo que creí— comenzó él, esforzándose en camuflajear su tono apagado. Pero eso era suficiente, había conseguido atraer la atención de todos.
—No deseo recordarles lo que esa ley ha traído para nosotros— continuó, con vacilación—. Pero ustedes siempre han sido como una familia para mí, dándome todo cuando no tenía nada, cuando no conocía nada del calor familiar que siempre encontré aquí y por eso...
Incluso Ginny estaba completamente atenta a lo que saldría de sus labios. Su máscara de indiferencia se caía a pedazos al mismo tiempo que Harry buscaba la mano de su mejor amiga con desesperación bajo la mesa, intentando anclarse a algo que le diera el valor de continuar.
—Voy a casarme— anunció y el acogedor jardín se convirtió en un gélido y horrible lugar plagado de incomprensión.
El silencio que siguió a su declaración fue realmente eterno y aunque Hermione quiso notar como estaban tomándolo los demás, le resultó imposible.
Su atención fue ocupada en mirar a Ginny, cuyos grandes ojos marrones reflejaban un intenso asombro, precedido de una palidez enfermiza que le impidió ver a otro sitio que no fuera Harry, a solo unos centímetros frente a ella. Daba la impresión de que deseó encontrarse sola con él para poder hacer lo que Hermione supuso, sería buscar una buena explicación que lo hubiese llevado a tomar una decisión como esa a tan pocos días de haber terminado su relación.
—¿Con quién?— jadeó la señora Weasley con perplejidad, atreviéndose en ser la primera en hablar.
El resto de sus hijos, como esposo y nuera aguardaron por una respuesta, casi sin respirar. Evidentemente era un suceso que nadie esperaba que ocurriera. Sin embargo, Harry no cedió ni flaqueó ante la tensión.
En ese instante, Hermione supo que no podía abandonarlo ni dejarlo solo para cargar con el peso de todo. Si todo salía bien, algún día sería su esposa y aun si su matrimonio nunca aspiraría a ser normal, debía apoyarlo.
No eran una pareja, pero sí un equipo, igual que siempre habían sido y eso no terminaría por culpa de su cobardía.
Sus dedos se enlazaron con los suyos, apretándolo con fuerza para reconfortarlo y hacerle saber que, pasara lo que pasara, se tenían el uno al otro. El gesto surtió el efecto deseado cuando él recuperó el aliento y se dispuso a confesar sus motivos.
—Sé que saben que las circunstancias no son buenas, pero en medio de todo esto, confío en que mi... nuestra decisión ayudará y estoy conforme de que nos hayamos elegido.
Ginny miraba fijamente la mesa y luego a su ex novio, poniendo atención a todo lo que brotó de sus labios. La incomprensión y la decepción era todo para lo que tenía cabida, reflejándose en su postura rígida y su mirada encendiéndose como pólvora, alimentada por sus palabras.
No podía arrepentirse ahora, se repitió Hermione, no podía...
El incómodo agarre de sus manos experimentó una recarga de fuerza cuando él posó su mano libre sobre sus manos unidas, inclinándose en su dirección inconscientemente, sin importar que Ginny estaba a solo unos metros frente a ellos, a punto de saberlo todo.
El momento había llegado. Ese punto de inflexión en que todo tomaría un nuevo rumbo del que no podría haber marcha atrás.
Hallando repentinas fuerzas en el temple del joven, Hermione se obligó a mostrarse igual. Antes siquiera de escuchar su nombre llamándola, levantó la mirada, solo esperando escucharlo terminar con su amargo suplicio.
Por una pequeña fracción de segundo su mirada se cruzó con la de Luna, atónita a su lado, que habiendo presenciado todo su intercambio y estando tan cerca de ellos, miraba sus manos unidas con perplejidad, entendiéndolo todo.
Y entonces, Harry habló.
—Hermione y yo nos comprometimos— dijo, inexpresivo—. Nos hemos registrado hace poco luego de considerarlo.
El recuerdo de la noche en que lo escuchó diciendo casi lo mismo volvió, obligado por la misma situación, motivado con la misma fiereza, pero refiriéndose a dos personas completamente distintas. Por entonces, lo motivó la desesperación del momento al haberse enterado de lo que la ley implicaría para todos y empeñado en no separarse de Ginny, anunció que se comprometerían.
Ahora existía una enorme diferencia.
Al notar el denso e incómodo silencio, continuó—: No tuvimos otra elección, pero no hay un candidato mejor para el otro... Esta es nuestra única opción y más que eso, elegirnos nos ayudará a ambos a toda esta locura. No puedo permitir que Hermione pase por esto ella sola.
Al escucharlo, la castaña presionó su mano contra la suya para detenerlo y esperar a que lo asimilaran antes de continuar con una nueva horda de palabras que no ayudaría a nadie a comprender lo que sucedía. Todos los rostros a su alrededor mostraban emociones contradictorias, mirándolos como si fuera la primera vez que lo hacían.
La señora Weasley se cubrió la boca con la mano, sin molestarse en ahogar el sonido de su sorpresa y luego, antes de que pudieran preocuparse por la mujer y la magnitud de su impresión, Ginny se puso de pie intempestivamente, con ambos brazos sobre la mesa, mirándolos como si pudiera atravesarlos.
El agarre de sus manos tembló, pero ninguno se movió. Esperando... Aguardando lo que sucedería.
A Hermione le pareció eterno el tiempo que les llevó, a Harry y a Ginny, intentar medir sus intenciones en medio de lo que solo podía ser catalogado como la escena más incómoda entre ambos.
Cuando la pelirroja empujó la mesa para terminar de enderezarse, volcando algunos vasos en el proceso, Harry se movió hacia Hermione, cuadrando inconscientemente los hombros, acción que solo se convirtió en el detonante la tensión. Contrario a lo que esperaban como primera reacción, una risa jactanciosa brotó de Ginny.
—Existiendo tantos magos ahí afuera, ¿Lo elegiste a él?— preguntó, petulante.
Hermione le devolvió la mirada, sintiéndose tan miserable como esperaba y no pudo más que negar con la cabeza.
—Esto no es de la manera que crees— le aseguró amargamente—. Tampoco implica nada que no se deba a la ley matrimonial. Pero las circunstancias...
Ella la ignoró, recargándose con ambos brazos sobre la mesa.
—Y tú— siguió, temblando por la ira, dirigiéndose hacia Harry—. ¿Cuánto tiempo esperaste desde que terminamos para correr a arrodillarte frente a ella? ¿O esta fue siempre tu intención?
Él también se levantó, encarándola. Sus rostros estaban tan cerca y sus ojos clavados en el otro, que aunque no existía necesidad alguna por elevar el tono de su voz para escucharse, ninguno lo consideró una posibilidad.
— Solo escúchame, antes de que digas algo de lo que puedas...
—¿Ahora eres tú quién se atreve a sermonearme?— replicó la pelirroja, sin ocultar su hostilidad—. No sé si te des cuenta, pero no es un papel que te corresponda.
— Como siempre, estás precipitándote con tus conclusiones.
—¿Mis conclusiones?— repitió Ginny entre dientes, echándose hacia atrás para alejarse de él y poder mirarlos a ambos— No, aquí no hay nada que solo esté suponiendo yo. Es muy claro en realidad, mi ex novio va a casarse con quién creí era mi amiga.
—¿No fuiste tú quien me dijo que esto no tenía solución?— refutó Harry— ¿No eras tú quién me dijo que todos mis intentos eran inútiles?
Era la primera vez que Hermione los veía discutiendo y sobre todo, hablándose de una manera tan altiva. Ellos no eran como Ron y ella solían serlo, si discutían lo hacían siempre en privado, sin inmiscuir a nadie hasta que era demasiado evidente lo molestos que estaban, por ello, esto se salía de los parámetros.
— Ginny... No te pido que entiendas nuestras razones, pero escúchanos— insistió Harry haciendo un esfuerzo por calmarse, y extendió una mano para tocarla, que fue apartada con un manotazo.
Sin preocuparse si su silla caía hacia atrás al retroceder, Ginny se detuvo unos segundos a contemplarlos. La rabia había coloreado sus mejillas y encendido su mirada, ahora enrojecida por las lágrimas que Hermione dudaba, fueran producto de algo más que solo su colérico ánimo.
—No voy a escuchar nada— decretó, limpiándose furiosamente las comisuras de los ojos—. Ustedes son... Son increíbles. Que amistad tan sólida tenemos aquí, ¿Eh? ¿Qué quieren que les diga? ¿Desean que los felicite y mande regalos de boda?
Al oír la pretensión en su voz Harry también hizo ademán de rodear la mesa y acercarse, como si deseara responderle en el mismo tono y evitar que se marchara. Pero eso era lo único que faltaba para determinar un rumbo fatídico, así que Hermione los imitó al levantarse, tomándolo del brazo para frenarlo al último momento, algo que terminó funcionando cuando él apretó los labios y no se movió.
Al observar su intercambio, Ginny sonrió lacónica, murmurando un "increíble", antes de empujar la mesa hacia ellos y marcharse en dirección a la casa pisando fuertemente.
Con su huída, Hermione sintió que el oxígeno le volvía a los pulmones, así como la conciencia de que, efectivamente, no se encontraban solos.
Todos habían observado el intercambio en silencio, expectantes, hasta que Molly, sollozante, siguió a su hija sin dudar. Tanto Harry como Hermione hicieron ademán de seguirlas, frenándose uno al otro al notar sus respectivas intenciones.
Mientras discutían sobre qué harían, el señor Weasley se acercó a ambos, obligándolos a guardar silencio con su presencia. Por fortuna, no emitió juicio alguno contra ellos.
Los tomó a ambos suavemente del brazo y negó con la cabeza.
— Déjenla— pidió, refiriéndose a su hija—. No es el momento.
—Señor Weasley... — dudó Harry—. Hace unos días no pedí su permiso para casarme con su hija, por entonces hablaba en serio cuando dije que mis intenciones, de haber sido posibles, eran firmes, esto no significa que...
—Hiciste lo que pudiste y supe desde el principio que ustedes no podrían casarse — lo detuvo Arthur con seriedad, negándose a escuchar más—. Oí que ya se han registrado y puedo suponer que están seguros de esto.
Con una mirada entre ambos jóvenes quedó claro que no tenían idea de que podían agregar para convencerlo.
—Bien— pronunció el hombre—. Porque el matrimonio no es tan sencillo como el ministerio quiere hacerlo parecer por esto días. Requiere responsabilidad, entrega y la seguridad de que no van a arrepentirse ante cualquier problema. ¿Entienden eso?
—Sí, lo entendemos y hemos reflexionado de esto por días. Es nuestra elección— aseguró Hermione, desesperada por volver a ser vista como la clase de persona que no toma una decisión como esa irresponsablemente.
—De sentimientos no hablaré, porque la ola de matrimonios que sigan, en su mayoría no serán motivados por eso— caviló el señor Weasley, sus ojos reflejaban tristeza—. Al menos ustedes se conocen y espero que su amistad no flaquee con un matrimonio que sobrellevar.
—Lo haremos, señor— concordó Harry, recibiendo solo un asentimiento y una sonrisa débil antes de alejarse.
A sus espaldas, podían sentir y escuchar a todos poniéndose de pie. Hicieran lo que hicieran, reflexionó la castaña, la comida estaba destinada a arruinarse.
—Al menos no buscaron demasiado lejos— sopesó George, el primero en acercarse, palmeándoles la espalda como si no deseara estar en su lugar, ni mucho menos ponerse del lado de ningún bando. Incómodo y sin ánimo de agregar nada, se desplomó al lado de Charlie, que no parecía tener nada que opinar al respecto.
Después, Ron apareció, su rostro pecoso y sonrosado reflejaba su conmoción, mirando a sus mejores amigos sin entender porqué, al igual que todos, fue de los últimos en enterarse.
—¿Por qué ninguno me lo dijo?— exigió saber, aunque no lucía plenamente molesto, sino herido.
—Solo sucedió— se disculpó Hermione, justo cuando Luna llegaba, sosteniéndose del brazo de su esposo —. Pero esto no es... No es lo que tu hermana piensa.
—¿Están comprometidos como cualquier pareja de amigos?— vaciló Ron irónico, frotándose el rostro con exasperación—. Debí saberlo... Te referías a esto, ¿No?
—Sí, básicamente— respondió Harry—. Quise decírtelo, pero ningún momento parecía correcto y antes de que me diera cuenta, no hubo más oportunidades.
—Sí que las hubo— aseguró Ron y luego señaló hacia la casa—. Debió haber otras opciones antes de venir y decírselo a mi hermana frente a todos.
Harry se movió hacia su amigo, visiblemente molesto aún, pero esforzándose en ser cortés, manteniendo a Hermione fuera de cualquier acusación, incluso si estas no eran del todo malintencionadas.
—Te recuerdo que ella me apartó de todo, también de su vida. ¿Cómo iba a decírselo?
—Te ha pedido tiempo...
—Sí, mismo que ni Hermione ni yo teníamos.
Antes de que Ron pudiera responder, más cohibido que molesto, la castaña se adelantó, poniéndose en medio de ambos para detener lo que sea que estuviese sucediendo.
—Harry quiso venir aquí para decírselos incluso cuando no tenía la obligación de hacerlo, porque son como su familia. Esperaría la misma comprensión para él— determinó Hermione, satisfecha cuando los ojos de Ron descendieron hacia ella, suavizándose.
Sus dos amigos, incómodos y abochornados solo atinaron a agachar la cabeza, pero igual que en el colegio, no se atrevieron a contradecirla.
—¿Desde cuándo están comprometidos?— curioseó Luna, aprovechando el silencio, palmeando la mano de su amiga.
Sus ojos azules seguían siendo tan trasparentes como siempre, aclarando que no los juzgaba.
—Hace dos o tres semanas— contestó la castaña, agradeciendo poco a poco ir recuperando el calor en sus manos frías—. Lamentamos no decirles antes, pero fue así como sucedió. Las propuestas habían comenzado a llegar y fue... Todos ellos eran personas horribles.
—Merlín— suspiró Ron con desgana y en un arrebato de arrepentimiento, se abalanzó sobre ambos, rodeándolos con sus brazos—. Siempre consiguen hacer las cosas más... ¿Por qué todo tiene que ser difícil con ustedes?
Un enorme alivio recorrió a Hermione al sentirse bajo el cobijo del brazo de su amigo y con la mano de Luna sosteniendo la suya. El apoyo expresado por ambos, incluso cuando no terminaban de asimilar lo sucedido era sobrecogedor.
Todos ellos realmente eran la clase de familia que está ahí a cada paso... Pero el miedo no hizo más que volver cuando, para sorpresa de Hermione, sintió que alguien rozaba su brazo.
Con lentitud, Ron deshizo su agarre y los cuatro jóvenes de dieron la vuelta para encontrar a Molly Weasley detrás de ellos.
El mundo dejó de girar.
Su mirada hizo a Hermione sentirse capaz flaquear, inclusive con todo el apoyo recibido. Era a ella, además de Ginny, a quien más temía que supiera la verdad.
Intentó prepararse para su severo juicio que, de alguna manera, sentía merecer. Cualquier madre se sentiría herida por los daños ocasionados a su hija, tomándolos como propios.
Por lo visto con la reacción de Harry y Ron, plantados firmemente a sus costados, no era la única en pensar que Molly tendría una reacción no muy diferente a Ginny. Lo que recibió en cambio fue algo que jamás esperó. La mujer frente a ella abrió los brazos en su dirección y sin importarle que estuviera aprisionada entre ambos jóvenes, caminó hacia ella.
Con dos pasos tambaleantes, como si nadie estuviera mirándolas, Hermione se dirigió a ella en medio de lo que parecía un sueño.
Cuando sintió a la mujer rodeándola, con la calidez y recibimiento que antes solo contempló dirigido a sus hijos o Harry, algo en su interior se quebró. Los brazos de Molly Weasley no eran tan familiares como lo eran los de sus amigos, pero inclusive con aquel sentimiento de extrañeza de por medio, el gesto fue dulce y confortable.
Creyó, no, juró que la rechazaría como hizo antes cuando era adolescente, pero en su lugar estaba ahí, abrazándola, permitiéndole derramar sus propias lágrimas sin emitir juicio alguno. Justo como hizo en algún momento con su hija... como Hermione jamás podría hacer con su propia madre.
—Te he visto crecer al lado de mis hijos— sollozó la mujer, reforzando el agarre al sentir el cuerpo de la chica estremeciéndose por el llanto—. Prefiero que estés casándote con Harry, que con cualquier otro mago en el mundo. Si esto está salvándolos a ambos... No soy nadie para destinarlos a un futuro horrible.
Hermione lloró con más fuerza, pensando irremediablemente en el consuelo maternal que no encontraría con su madre, a la que no podría decirle nada, con quién jamás lloraría al contarle sus temores sobre lo que le esperaba.
—Lo siento mucho, señora Weasley —gimoteó la joven al separarse de la mujer, que atinó a rozar su mejilla, deteniéndola.
—No, no quiero saber nada más de esto... Por ahora, nada de disculpas.
Dando un largo suspiro contenido, Molly se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y a pesar de no pronunciar palabra alguna, a Hermione le pareció que no la culpaba y eso fue más de lo que pudo esperar inicialmente.
Sorprendentemente, todos a su alrededor estaban dispersos, dándoles privacidad. Posiblemente estaba mal desear su cercanía en medio de las circunstancias en las que se encontraban, pero Hermione no pudo evitar buscar a Harry, como su única familia real.
Amaba a todos profundamente, pero era eso, amistad y agradecimiento lo que los unía. Con Harry, era todo muy diferente.
En cuestión de semanas llegó a considerarlo más que solo su mejor amigo. Era un confidente, alguien que la entendía, con quién siempre encontraría consuelo y ayuda.
La persona con quién se casaría y, en algún momento, iniciaría una familia propia.
Por obligación o no, a su lado las cosas eran soportables.
No existía otro hombre con el cual podría sentirse así. Inclusive si se casaba con alguien más, bajo los pormenores que fuesen, estaba segura que ningún esposo, novio o lo que fuese, aceptaría con tanta soltura su cercanía con Harry Potter.
Mejor que fuera con él, consideró, animándose con la relativa facilidad que todo suponía estando a su lado.
Sin decir más, la señora Weasley apretó su antebrazo con suavidad, alejándose en dirección de su esposo, que hablaba con Harry en un rincón apartado del jardín poco iluminado por los faroles encantados flotando sobre la mesa.
El señor Weasley tenía los ojos más tristes que Hermione recordara desde la guerra y tan pronto Molly se les unió, ambos comenzaron a hablar con Harry como dos padres habrían hecho.
—¿Por qué no te sientas aquí?— le sugirió Luna dulcemente, enlazando su brazo con el suyo al notarla mirando a los patriarcas de la familia.
Con animosidad la condujo hasta sus asientos anteriores, cerca de donde Ron y sus hermanos charlaban, evitando intervenir en el tenso momento desarrollándose, pero brindándole sonrisas amistosas al notarla acercándose.
—Prometo visitarte más— dijo Luna, abrazándola a la primera oportunidad. La culpa bañaba su expresión.
—Lamento si te he descuidado, ¡He sido tan mala amiga! Con todo esto encima de ti... ¿Qué opinas? ¿Visitarte te haría bien o odiarías que me entrometa? Las personas tienden a pensar que soy...
—Estaría encantada— la frenó la castaña—. Además necesito mucha ayuda con todo esto de la boda.
Luna asintió enérgicamente, asegurándole que estaría ahí en cada momento, mientras Hermione le narraba brevemente todo lo que los llevó hasta ese momento.
Sobre la aparición de Harry en su departamento, su decisión inicial de abandonarlo todo y como discutieron hasta que él propuso casarse como una única opción. También sobre su registro en el Ministerio, la cena con sus padres, sus preocupación por la reacción de todos e incluso sobre sus planes futuros para sobrellevar todo el asunto.
Como sus intenciones por mudarse juntos.
Decírselo todo fue tan sencillo que al terminar, toda culpa y arrepentimiento disminuyó con su confesión.
Luna escuchó todo con paciencia, interviniendo cuando Hermione lo pedía y dando consejos cada tanto. Al terminar, ambas estaban inclinadas una sobre la otra con confidencialidad.
El paisaje distaba mucho del agradable atardecer que los recibió a su llegada. Ahora la luz de la luna brillaban en el cielo, acompañada de los típicos sonidos de los insectos y animales nocturnos.
Señal que le recordó a Hermione su ferviente deseo por estar cerca de Harry y asegurarse como se encontraba. Su ánimo decayó al no encontrarlo cerca.
Los señores Weasley estaban sentados a unos metros, apoyándose uno al otro con sus hijos a sus costados, intentando disipar el tema del estatuto y su anuncio con pláticas triviales. Lo que solo le dejaba una opción.
Sus ojos se posaron en la puerta de la cocina, cuya iluminación tenue la invitaba a buscarlo en el interior de la casa, o lo hizo, hasta que comprendió que su presencia sobraba. Él debía estar con ella, en su habitación, la única luz encendida en todo el piso superior, explicándole los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión y que eso no afectaría los sentimientos que tenía por ella.
Nadie debía confundirlos. Harry amaba a Ginny, siempre había sido y sería así.
Y ellos no estaban comprometiéndose ni casándose por amor, todo se trataba de un instintivo deseo de permanecer con toda la autonomía que pudieran de sus vidas.
Desde su posición, Hermione podía ver la ventana del cuarto en que pasó largos veranos antes del colegio. El sitio en el que ambos estarían asegurándose la validez de su amor, la imposibilidad de estar juntos de nuevo y, con suerte, resignación.
Era claro lo que debía hacer. Esperar.
Sin embargo, la inquietud no se disipó ni siquiera enfocándose en la conversación con la que Luna intentaba mantenerla ocupada, ni su atención se alejó de la ventana iluminada en lo alto, esperando que sus siluetas aparecieran en cualquier momento, comunicando cualquier clase de noticia.
Quizás Harry se replantearía todo teniéndola frente a él. Tal vez sus súplicas, si las había, serían un impedimento que no podría afrontar. No podría culparlo si era así.
Si Hermione amase a alguien, si existiera alguien en su vida al momento en que la ley se publicó, aceptar a Harry habría supuesto un desafío atroz.
¿Debía esperarlo? Supuso que sí y eso fue justo lo que hizo. Sin tener idea clara de la posición en que se encontraba, de su lugar en la vida de todas las personas a su alrededor.
Solo esperándolo.
Bastó media hora más, entrada la noche, para que Harry apareciera, despidiéndose silenciosamente de los señores Weasley y caminando hacia ella sin ninguna clase de sentimiento visible de arrepentimiento.
Sin emitir palabra, Harry colocó su abrigo encima de los hombros de Hermione y procedió a despedirse de Luna y luego, juntos, del resto de los hermanos. No hubo felicitaciones o cuestionamientos, solo una singular intención por no mencionar su compromiso a toda costa.
—¿Estás bien?— la cuestionó él en cuanto se alejaban por el mismo sendero por el que llegaron, sintiendo la mirada de la familia mirándolos marcharse.
Mirándolo de refilón, intentando absorber todo cuanto pudo de su postura para adivinar su estado, Hermione no pudo más que pronunciar una débil afirmación. Consideró toda clase de escenarios, desde Harry informándole que no seguiría adelante, hasta fatídicos desenlaces en los que Ginny volvía, anunciándole toda clase de acusaciones.
—Te dije que todo iría bien— le dijo, sosteniéndola de la muñeca, con mucha menos familiaridad que por la tarde, cuando llegaron al punto en que se aparecerían.
A la chica no le costó imaginarse el porqué de su distanciamiento cuando, a través de la iluminación, las siluetas de la familia y los metros que los separaban, distinguió las cortinas de la habitación de la menor de los Weasley moviéndose rápidamente.
—¿Cómo está ella?— susurró, consciente de que su voz quebrándose no ayudaba.
Vista la forma en que Harry reaccionó, negándose a mirarla, ni a ella o a nada de lo que dejaban atrás era claro que la respuesta no sería buena. Pudo ver su mandíbula endurecerse, el agarre de su mano temblar y, sobre todo, la culpa en sus ojos.
—No ahora, Hermione— pidió tensándose—. Las cosas no resultaron tan bien como esperé.
—¿Te ha dicho...?
—No quieres saber lo que ha dicho— se apresuró Harry, frenándola tajantemente, así como a sus intenciones por preguntar más.
Podía estar muriéndose por conocer el desenlace, pero también, entendía que hacerlo terminaría lastimándolo, además de ser sumamente insensible de su parte.
Quizás, era algo que solo les correspondía a ambos, la clase de cosas en las que Hermione nunca tendría derecho a intervenir, sin importar cual fuera su papel ahora. Como un mal chiste, sonrió con pesar al mirar por última vez la casa.
Ginny no tenía nada que envidiarle.
Harry podía estar marchándose a su lado esa noche, pero Hermione sabía que todo él estaba deseaba haber permanecido a su lado. Después de todo, Ginny Weasley era y sería siempre la mujer de la que Harry estaría enamorado y ese, era un lugar que Hermione no pretendía ocupar jamás.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Con regularidad el ajetreo del callejón Diagon vería a una cantidad considerable de magos y brujas dirigiéndose en distintas direcciones, siempre seguros de obtener en los diversos negocios que llenaban las calles los más insólitos artículos.
Pero ese día, no era nada particularmente novedoso lo que llevó a ese sitio a la chica de cabellos indomables y andar presuroso que se aferraba a su bolso y documentos, atravesando la marea de personas.
Con una rápida inspección buscó el local en el que había sido citada, comprobando que se encontraba justo frente a este, una colorida tienda de té y postres, con un ancho cartel en el frente, donde dos figurines débilmente trazados, con altos sombreros de punta y túnicas dibujadas en colores saludaban a los clientes.
A simple vista, lucía como un sitio extravagante y extraño, señal que le hizo constatar que no estaba perdida. Suspirando, atravesó al flujo de personas y empujó la puerta, con marcos amarillos que permitían ver todo su interior.
Sobre Hermione, ambos figurines se quitaron el sombrero, invitándola a pasar animosamente, cosa que eventualmente hizo sin tener más opción.
Solo a su amiga se le ocurriría frecuentar un sitio tan interesante como aquel. Los colores llenaban todo el sitio, sin seguir patrones específicos ni mostrar un determinado estilo en la decoración.
Solo algunas mesas estaban ocupadas, a pesar de ser primera hora de la tarde y cada uno de los ocupantes no parecía tener interés alguno en otro asunto que no fueran los propios. De modo que, con facilidad, pudo encontrar a su acompañante.
Sentada al fondo estaba ella, frente a una pequeña mesa hexagonal, con las piernas cruzadas, un ejemplar de la última edición del Quisquilloso en sus manos y una actualizada versión de sus espectrogafas sobre la cabeza, apartando sus largos mechones rubios de su rostro.
La última vez que la vio, aunque no resultó necesariamente desastroso, no distaba mucho de la opresión instalada en su pecho desde entonces. En algún momento debía disiparse, o eso se repetía Hermione cada mañana al levantarse.
Ojalá que ese día fuese hoy.
Hablar con alguien, sobre todo si se trataba de Luna Lovegood aliviaría su conciencia de todo lo que, por el impacto de la situación, no pudo decirle en la Madriguera y que no admitiría ante nadie más.
De mejor humor al encontrarse con un rostro familiar, Hermione tomó la silla vacía en la mesa y se sentó frente a la chica.
—¡Hola!— exclamó Luna, con un pequeño chillido alegre al encontrarse.
—Lamento la tardanza— se disculpó Hermione, quitándose el abrigo con gesto acalorado y colocándolo sobre el respaldo de su silla.
—Es bueno que haya traído esto— dijo Luna, señalando el periódico en sus manos—. Sé que siempre tardas mucho cuando no se trata de trabajo, así que...
—¡Solo surgió un contratiempo!— protestó la castaña, negándose a aceptar su acusación a pesar de que en el fondo, lo admitía.
—A mí no me importa la puntualidad— chistó la rubia despreocupadamente —. No estamos aquí para hablar sobre eso, sino sobre tu matrimonio. ¿No es así?
—Sabes casi todo.
Observándola sin filtro, Luna parecía a punto de atacar el problema directamente. Por suerte, en ese momento apareció el encargado del lugar, un mago de mediana edad, de contextura larguirucha y túnica naranja a lunares blancos.
Tan peculiar.
El hombre saludó a su amiga con familiaridad y no se molestó en apresurarse en tomar su orden. Bastaron unos minutos para que Luna y el mago, aparentemente llamado Layus, terminaran de ponerse al día.
Con una escueta petición de una taza de té y un trozo de pastel de fresas, toda la atención volvió a recaer en Hermione con el recibimiento de sus pedidos. Por suerte, había aprendido a ser hábil con sus palabras y el tiempo nada escaso para pensar, le permitió considerar que diría.
—Es muy pronto para hablar sobre la boda— argumentó, moviendo sin tocar la diminuta cuchara en su taza, limitándose a mover uno de sus dedos sobre esta—. Ni siquiera tenemos una fecha, solo el registro, y fue tan rápido que no he tenido mucho tiempo para procesarlo. Una noche él estaba ahí, diciéndome que podíamos casarnos y arreglar todo y al otro estábamos registrándonos.
—¡Por eso mismo! Es normal que sea así—la animó Luna inclinándose mucho sobre ella—. Estas épocas no favorecen a nadie y todos están en la misma situación que ustedes. No puedo decir que no me alegró que sea Harry con quien vayas a casarte, pero no es algo que pudiéramos decir en la Madriguera, ¿No?
—No, supongo que no.
—No te sientas culpable por hacer algo en lo que no tenías opción.
—Ese es el problema, ¡Sí que la tenía! Existiendo tantos magos yo... Elegí al único en el que nunca pensé como futuro esposo.
La mano de Luna se colocó encima de la mesa, intentando mostrarse comprensiva.
—No tienes que repetir lo que Ginny te ha dicho.
—No lo haría si no tuviera razón.
— El dolor hace que las personas digan cosas que sienten, sí, pero no que son necesariamente verdaderas.
—¿A qué te refieres?— titubeó Hermione.
—A que Harry te eligió también. Ginny solo nota lo que quiere ver y piensa en el futuro, incluso antes que ustedes. Lo que tendrán que hacer no es nada que le gustaría pensar a alguien en su posición, pero necesita ver el trasfondo, lo que los hizo hacerlo y darse cuenta que de ser otras las circunstancias, ninguno habría sido capaz de hacerle algo como eso, solo que es muy pronto para que lo entienda. No es tu culpa.
Sus palabras eran demasiado directas como para atreverse a darles un significado inmediato, por lo que Hermione prefirió centrar su atención en otro asunto.
—¿Qué sucedió después de que nos fuimos?
—Molly lloró un poco más y Ginny... Nadie la vio después de eso hasta la mañana siguiente. Ni Ron ni yo lo vimos, porque estábamos en casa, pero según Charlie, hizo las maletas y se fue al departamento de una de sus compañeras del equipo.
La culpa ante lo sucedido hizo que las náuseas le subieran por la garganta. Hermione pensó en todos, incluso en sus padres, pero nunca en el alcance que tendría su decisión para otros, como Ginny, que inevitablemente resultarían directamente dañados.
—No puedes hacer nada por ella— insistió Luna, sujetando su mano sobre la mesa—. Es así como el mundo funciona a veces. Tienes que pensar primero en ti y por último en ti.
—No puedo imaginarme un mundo tan despreciable como ese — suspiró Hermione, sintiéndose culpable, sí, pero no juzgada por su amiga.
—Entonces no lo hagas y hablemos de algo más. Tienes tanto por delante y la organización de una boda siempre lleva mucho tiempo y aunque siempre me ha parecido que las ceremonias originales son encantadoras, no creo que sea tu tipo.
La castaña sonrió cansinamente ante el descarado cambio de tema. No es como si antes se hubiese preocupado en pensar, como cualquier novia habría hecho, en todos los preparativos que una boda conllevaba.
Hasta ese momento pensó que solo firmaría un papel sin significado para ella y estaría oficialmente atada a Harry y viceversa. Pero tampoco deseaba darle la oportunidad al ministerio de arrebatarle la posibilidad de hacer lo más soportable posible la perspectiva de su enlace.
—Merlín, no quiero algo extravagante.
—Pero no quieres una boda como la mía— dedujo Luna hábilmente. Al menos, tenía un punto y le alegraba que la conociera tan bien.
La boda de Ron y Luna fue una de las más originales y fascinantes a las que Hermione asistió nunca. La magia podía verse en todos lados, combinándose diestramente con las diversas flores mágicas, cortesía de Neville, siendo la principal decoración.
¿Qué la hizo diferente?
Bastaría decir que la organización y cada aspecto en la decoración corrió por cuenta de la novia, sin deseos de que nadie más interviniera en ella. De modo que los amuletos mágicos y la naturaleza coronaban todo.
Al aire libre, con Ron y Luna bajo una enredadera de la que escapaban diversas flores de colores, formando un arco sobre ambos y la luna llena de fondo, creó un ambiente mágico que solo podía recordar a un bosque encantado en medio de un cuento de hadas, reyes y criaturas fantásticas.
Sí, había sido precioso, pero Hermione no podía imaginarse a Harry o a ella diciéndose sus votos rodeados de toda clase de objetos mágicos posibles. Quería creer que eran más... Tradicionales.
— Quizás tengas razón— admitió luego de replanteárselo—. Pero no lo he hablado con Harry, ¿Qué pasa si él tiene algo diferente en mente? ¿Qué tal si no quiere ni siquiera una ceremonia real? Después de todo, esto es por obligación.
Notando su ánimo decayendo y que claramente sus circunstancias no eran ni remotamente similares, Luna no pudo más que sonreírle con dulzura.
—Casarse siempre es especial y Harry querrá darte algo como eso para evitar que lo malo que la ley representa opaque todo.
—¿Tú lo crees?
—Lo sé— afirmó Luna vehemente—. Incluso si no están casándose como todas las parejas, su boda puede representar lo que ustedes quieran que sea. La unión de dos amigos ayudándose, una promesa de apoyarse ante todo lo que vendrá...
Si era sincera, en el fondo, Hermione realmente sentía una culpable y genuina ilusión por su boda. No estaba sucediendo como esperó, eso era claro, pero siempre tuvo pequeñas esperanzas por hacer del momento algo especial. Harry lo aprobaría y con suerte, conociéndose como lo hacían, sus gustos y decisiones serían similares.
—Tienes razón— corroboró Hermione, comenzando a hilar toda clase de ideas y planes, como cada que algo requería su atención—. Tu ayuda sería tan útil, sabes más sobre esto y yo... Lo único que sé es que nos mudaremos juntos.
—Sí, y eso es bueno— se alegró Luna, comiendo alegremente su pastel de frutas—. ¡Ese es el primer paso! Ustedes se saltaron casi todos pero... Eso funcionará.
—Es lo único que se nos ha ocurrido, pero no hemos vuelto a hablarlo ni a buscar un lugar... No puedo culparlo, hay tanto por hacer.
—Sí, pero no estás casándote sola— la reprendió la rubia con una severidad nada propia de ella—. Harry debe poner de su parte y dejar de lamentarse por cosas sin remedio.
Cosas sin remedio... Las dos sabían con exactitud que era eso que no lo dejaba tranquilo y pedirle su absoluta atención sería, según como Hermione lo veía, sumamente desconsiderado.
Desde la noche en que Harry anunció su compromiso a los Weasley, la castaña no se atrevió a preguntarle de que habló con Ginny esa noche por mucho que deseó hacerlo, consumida por la curiosidad, pero arrepentida luego de su manera de evadir el tema y cerrarse en sí mismo.
No era algo que le correspondiera. Pero estaba dispuesta a hacerlo si él seguía mostrándose tan esquivo con su presencia, como había hecho los últimos días.
Comprendía que necesitaba tiempo, pero Hermione también estaba esforzándose en poner de su parte para hacer las cosas funcionar. Ahora más que nunca necesitaba un consejo y, por suerte, tenía a la mejor consejera justo frente a ella.
—¿Crees que esté presionándolo si lo encaro sobre Ginny?— inquirió Hermione sin molestarse en no ser directa.
Con Luna podía olvidarse de muchas reglas de etiqueta que debía procurar llevar con el resto de personas. Igual que siempre, su amiga no se inmutó, sino todo lo contrario, parecía contenta por su atrevimiento a tocar el tema.
—Llevaba esperando que dijeras esto. ¿A qué le tienes tanto miedo?
—¿Miedo?— jadeó.
—Sí, estás asustada. ¿De qué? ¿Crees que Harry te dirá de un día para otro que se arrepintió?
Hermione evadió su mirada, dirigiendo su atención hacia el vitral de la tienda y todas las personas siguiendo su vida con normalidad en la calle.
—Odio que hagas eso— protestó finalmente.
—¿Hacer qué?
—¡Eso! Que leas a las personas— murmuró la castaña con resignación—. ¿Es demasiado tonto tener miedo de que suceda? Sé que él está enamorado de Ginny, que está cansándose conmigo por esta estúpida ley... Pero no puedo dejar de pensar que estoy invadiendo un lugar que no me pertenece.
—La prometida de Harry Potter— tarareó Luna, degustando hasta el último trozo de pastel, indiferente a su estrés—. Vaya, no pensé que estuvieras compitiendo por un lugar.
—No estoy...
—Oh sí, lo haces. Y no estás dándote cuenta de tu equivocación.
—¿A qué te refieres?
Inspirada con la súplica en su voz, Luna no pudo ocultar el placer que le producía estarle abriendo los ojos ante su problemática real.
— Crees que estás compitiendo con Ginny y eso es lo que te hace sentir tan mal. Pero Harry te propuso casarse, ¿No es así? Ninguno habló de amor o de traición, es solo un pacto para ayudarse, una promesa que dos adultos hicieron sabiendo exactamente lo que conllevaría.
—¡Pero yo no estoy arrepintiéndome!
El resto de los clientes en el lugar voltearon a verlas, atraídos por el volumen cada vez más notable en su conversación. Lo que le faltaba, sentirse señalada por personas a las que todos voltearían a mirar más de dos veces.
—Harry tampoco. Pero no dejas de sentirte como "la otra chica", tienes que analizarlo fríamente. Con el cerebro, no con el corazón, esto es solo un pacto y no estás cometiendo un pecado.
En ocasiones como estas, Luna recalcaba con méritos porque había sido clasificada en Ravenclaw y también, porqué Hermione terminó en Gryffindor. Separar el corazón de todo cuanto hacía era arduamente difícil, convirtiendo todo en un acto impulsivo y sumamente personal.
—Si tú fueras Ginny, me odiarías, ¿O no?
—Tal vez un poco— admitió Luna sin tapujos, para su horror—. Pero sabría que esto es culpa de la ley, no tuya.
—Sí, solo que estamos hablando de alguien que también usa el corazón para todo, Ginny es casi tan temperamental como Harry.
—Es por eso que tú debes ser el cerebro de su relación— continuó la rubia con paciencia—. De alguna manera, aunque lamente decirlo, Harry y Ginny, corazón con corazón, conllevaría a intensos conflictos.
Cerebro y corazón.
Si Luna tenía razón, había sido precisamente eso lo que los hizo funcionar de forma tan eficaz por años, lo que unió su amistad. Complementándose.
Y fue eso, también, lo que la orilló a intervenir como mediadora entre la antigua pareja cada que algún problema surgía. Creyó que debía hacerlo, luego de que Harry hiciera lo mismo por Ron y ella durante años, pero llegó un momento en el que terminó cansándose de la misma situación.
Quiso creer que, en su matrimonio, así fuera arreglado, conseguiría mantenerlo a flote.
—¿Qué debo hacer entonces?— preguntó Hermione.
—Esperar a qué él lo resuelva solo y si no lo hace, darte la vuelta y buscar un mejor prospecto de prometido.
Sin saber si estaba diciéndolo con ironía o realidad, ambas se encontraron riéndose.
—Me mantendrás al tanto, ¿Verdad?— exigió Luna, extendiendo su meñique, que Hermione no dudó en apretar con el suyo, sellando su promesa.
—De cada paso. Gracias por escucharme.
—¡No es nada! Además, invitarte hoy aquí también tiene mucho interés para mí.
—No estoy entendiendo— se sinceró la castaña, intentando unir las piezas del porqué su amiga lucía tan tremendamente feliz de pronto.
Con lentitud, disfrutando de cada momento en que sus palabras eran escogidas con cuidado, Luna tomó su mano sobre la mesa, sonriendo con una radiante alegría extendiéndose por todo su rostro.
— Eres la primera en saberlo— comenzó. Sus ojos claros brillaban con ilusión cuando agregó—: Estoy embarazada.
La sorpresa casi hizo que Hermione dejara caer su taza de té, mientras comprendía el significado de la declaración. Al hacerlo, su sonrisa compitió con la de su amiga.
—Eso es... ¡Es maravilloso! Oh, Luna, es una noticia fantástica, muchas felicidades.
—Ron y yo llevábamos pensándolo un tiempo y cuando nos decidimos... Solo sucedió. No queríamos decírselo a nadie hasta que fuera un hecho y con todo lo que pasó...
—Nunca es un mal momento para contarme algo como esto. Estoy muy feliz por ustedes— le aseguró Hermione, estirándose para abrazarla cálidamente.
Cuando sus delgados brazos la soltaron, acomodando su cabello rubio cayendo sobre su rostro, cualquier tema poco grato pareció nunca haber existido.
—Ron y yo queremos que ustedes sean los padrinos— dijo Luna, con los ojos brillantes por las lágrimas de emoción.
—Claro que sí. Harry también estará encantado— prometió Hermione, siendo ella quien esta vez imaginó toda la planificación que el bebé traería, deseando ayudar en cada paso.
—No tanto como Ron. No se lo digas a nadie, pero estuvo a punto de desmayarse.
Ambas rieron ante la imagen, en mutuo acuerdo comenzando a trazar planes sobre la vida de la otra hasta que el reloj marcó las cinco y la cantidad de clientes en el establecimiento se vio reducido a solo ellas dos.
—Necesitaba esto— suspiró Hermione, cuatro tazas de té después—. Te necesitaba, Luna.
—Estoy a solo una lechuza de distancia. Escríbeme y estaré ahí— la animó dulcemente.
—Yo también estaré más presente. No quiero perderme ni un momento de este precioso bebé.
—¡Estoy segura que serás la mejor madrina posible! Puedes enseñarle sobre libros y esas cosas, y yo haré lo mismo con todo lo que mamá me enseñó.
Por primera vez en la semana, al escuchar a Luna hablando, la opresión en su pecho, atando todos y cada uno de sus sentidos al mismo vórtice desolador comenzó a desaparecer.
Su amistad con Luna siempre conseguiría hacerle creer que el mundo era un lugar mejor.
