Aferrándose a la pequeña nota recibida esa mañana de viernes, Hermione caminó con mayor seguridad por la calle casi desierta, pero usualmente tranquila.

Desde que su peculiar relación con Ron llegó a su final, pocas veces visitó sola el sitio en que los tres amigos comenzaron su vida adulta.

A diferencia del lugar que más tarde buscaría para vivir, este conjunto de departamentos era idóneo para dos magos jóvenes como Ron y Harry lo fueron en su momento, arrastrándola a ella inevitablemente, al menos hasta su rompimiento con Ron. Cuando él se casó, un año después de salir con Luna, el amplio lugar quedó a exclusividad de Harry.

Era cierto que estaba prácticamente alejado del bullicioso centro de Londres, por lo que el costo de su alquiler era casi un sueño, tomando en cuenta su tamaño.

Y aún así, mientras Hermione lo miraba desde afuera, con sus sólidas paredes y arquitectura georgiana, a unos cuantos minutos de encontrarse con Harry, su deseo por no vivir ahí permaneció intacto.

Fue bueno para empezar a comprender la adultez, pero no para ser la clase de lugar en que se imaginaba acoplándose a una vida doméstica con su mejor amigo.

Así como su propio y pequeño departamento le enseñó mucho sobre lo que quería para sí misma, sabía que el próximo sitio en el que viviría la ayudaría a adaptarse mejor a todo el cambio que su rutina tomaría una vez que estuviera casada.

Estaba segura que, desde el cumpleaños de Ginny no pisaba aquel sitio. Con el tiempo, el trabajo y sus apretadas agendas la regularidad con que se visitaban cambió completamente.

Hacia unos años se reunirían cada fin de semana para ponerse al día de sus respectivas actividades semanales. Cuando Ron comenzó su vida de casado, fue normal entender que su tiempo dedicado para ellos se vería reducido. Luego, Hermione se concentró en su trabajo y posteriormente en su viaje a París.

En retrospectiva, tal vez desplazó a Harry sin darse cuenta. Siempre se tranquilizó diciéndose que tenía a Ginny y que sin Ron, su presencia dejaba de ser tan necesaria o deseada para la pareja. Que irónico era plantearse el drástico cambio en tan corto tiempo.

Mientras se dirigía a su departamento, admirando la edificación y el resto de puertas e inquilinos yendo y viniendo, no pudo evitar pensar que era la primera vez que lo visitaba convertida en su prometida.

¿Para qué la citó ahí? No lo sabía.

Luego de la cena con los Weasley todo se convirtió en un vertiginoso declive en su forma de frecuentarse. Por supuesto, se saludarían al encontrarse, pero su cercanía, al menos como lo veía Hermione, se fracturó.

Lo cual detestaba.

Finalmente, pudo ver la puerta negra al fondo del pasillo. Imaginarse a su amigo esperándola para hablar de lo que sea que fuera la llenaba de curiosidad.

Al principio se sintió preocupada y ansiosa ante lo que sucedería, pero luego de su charla con Luna, la culpa fue evaporándose paulatinamente. Mientras sus nudillos tocaban la puerta, pensó en lo que haría si se encontraba con una versión todavía distante de Harry.

Definitivamente, estaba dispuesta a tomar en cuenta el consejo de su amiga si él no estaba listo para seguir adelante. No lo presionaría ni lo culparía por nada.

Tan amigos como siempre, todavía sin ser demasiado tarde como para que romper su compromiso pudiera lastimarlos.

Medio minuto después, pudo escuchar sus pasos acercándose y la puerta se abrió. Su aspecto le dijo a gritos que su ánimo estaba recuperándose lentamente.

Harry la recibió vistiendo una vieja playera de sus tiempos en Hogwarts y pantalones desgastados, abriendo la puerta completamente para invitarla a pasar.

Al menos su saludo fue normal, mientras Hermione lo seguía al interior del departamento. El amplio ventanal seguía ahí, iluminando toda la estancia y parte de la cocina, como lo recordaba.

—¿Estás segura de que no quieres volver a vivir aquí?— le cuestionó al notar su atención puesta en cada detalle.

La chica sonrió con diversión, quitándose su abrigo y dejándolo encima del sofá con el resto de sus cosas.

—Ya viví aquí con mi primer novio, ¿Por qué parecería una buena idea hacerlo con mi futuro esposo?

—Touché. No quiero que recuerdes a Ron eternamente— bromeó Harry, recargándose en la barra de la cocina. Al menos, estaba esforzándose en ser amable y mantener su conversación viva.

Sabiendo que la miraba, pero decidida a no hacérselo saber, Hermione se dedicó a mirar las paredes con pintura anticuada, altos techos viejos y, si lo admitía, cierto matiz de melancolía en sus muros.

—Sé que mi departamento no es mejor— añadió, recibiendo un rápido asentimiento de su amigo.

—Y ni siquiera queriéndolo habría espacio para ambos, aunque algunos hechizos podrían... — Harry vaciló, desistiendo—. Olvídalo. A menos que quieras compartir habitación conmigo, no es un buen lugar para los dos.

Era claro que su comentario buscaba ser irónico, pero la hizo darle la espalda para no tener que mirarlo.

Evidentemente, cada quién seguiría su vida con normalidad, sin plantearse adoptar una verdadera rutina de pareja. Dormir con él, en la misma habitación y cama... Hacía que todo le diera vueltas. No serían esa clase de matrimonio.

Él tenía razón, necesitaban mucho, mucho espacio.

El departamento de Hermione contaba solo con dos recámaras, la principal y la secundaria, demasiado pequeña como para no tener otro uso que no fuera como su pequeña biblioteca personal. Ahí, no existía espacio para todas las pertenencias que Harry acumuló con los años.

—Por eso mismo lo sugerí.

—Busquemos opciones entonces, pero ahora...

Sin terminar su oración, caminó de vuelta a ella y la condujo tomándola de los hombros hasta los dos únicos sofás en la estancia, en donde encendió su televisor.

—Pensé que me pediste venir por...

—¿Ver televisión es una mala elección? Lo siento si es aburrido.

—¡No es eso!— se defendió Hermione, notando tardíamente el tazón repleto de palomitas de maíz encima de su mesa de centro.

No es que desconfiara de él, pero esperaba encontrarlo más... Indispuesto. De hecho era todo para lo que estaba preparada.

Después de todo, no era ilógico pensar que extrañaría a Ginny.

—¿Un ángel enamorado?

—¿Disculpa?— preguntó Hermione, dándose cuenta que él ya la esperaba en el único sofá lo suficientemente grande para ambos, con el control remoto en la mano.

—La película, sé que te gusta.

—Sí, claro— respondió, sentándose a su lado con toda la comodidad que fue capaz de aparentar.

Esperó tanto por una confrontación, o al menos una charla sobre lo sucedido en la Madriguera que encontrarse la propuesta de una tarde relajada entre ambos la confundía.

No importaba, pensó. Estaba tan acostumbrada a esperar siempre lo peor, que llevarse buenas sorpresas era toda una novedad. Sin ánimos de arruinar sus intenciones, en cuanto la película comenzó se prometió no tocar el tema hasta que él la estuviera listo.

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Dos horas y muchas lágrimas después, envuelta en una delgada manta, Hermione esperaba pacientemente en una de las sillas altas de la cocina a que Harry terminara de preparar su rápida cena.

Luego de la película, él sabía bien que lo último que desearía sería encargarse de algo tedioso.

—Gracias por esperar, señorita Granger— dijo Harry, colocando frente a ella su plato, sentándose a su lado.

Afortunadamente, su amigable forma de tratarla permaneció intacta durante toda la tarde, cosa que agradecía.

—¿Ron habló contigo?— curioseó la chica luego de varios bocados, momentáneamente intrigada por saber si conocía la fantástica noticia.

Él achicó los ojos, apuntándola con su tenedor.

—¿Tú lo sabes?

—¡Debí imaginar que Ron te lo diría a ti!— chilló Hermione, olvidándose de mantener la postura—. ¿No es una noticia fantástica?

—Lo es, Ron estaba sonriendo como loco cuando me lo dijo.

—¡Lo sé! ¿Puedes imaginarlo? Un bebé de Ron y Luna, no puedo imaginarme a alguien más adorable.

Harry apoyó el mentón en su mano, mirándola hablar con tanta emoción.

—No sabía que tener hijos te hiciera tanta ilusión — comentó repentinamente, haciéndola detenerse a media oración.

—No es algo en lo que piense muy seguido— admitió, cohibida. Su peor defecto, si le preguntaban, era desbaratar cada información, frase o pensamiento e imaginar todas las posibilidades que conllevaba.

—Ya veo— dijo Harry, con su atención dispersa, haciendo a Hermione desear saber que estaba pensando. Nerviosa, solo atinó a seguir explicándose.

—Supongo que sí. Siempre que dos personas estén deseando tenerlo con tanta ilusión como Ron y Luna, me parece algo precioso.

Él agachó la mirada pensativamente, incapaz de percibir lo que sus preguntas provocaban en su amiga, cada vez más ansiosa.

—¿A ti sí?— inquirió Hermione, decidiendo que le devolvería sus cuestionamientos—. Quiero decir, ¿Te gustan los niños?

—Pensé que sabías la respuesta— respondió Harry, perspicaz. Contrario a ella, no lucía incómodo con la pregunta, solo permanentemente pensativo.

Oh, por supuesto que ella lo sabía. Más veces de las que podía contar tuvo esa charla con él, aunque nunca creyendo que algún día podría hacerse realidad, mucho menos con ambos siendo los padres.

Harry argumentaría querer esperar por tiempo indefinido para tener una familia, pero en su interior, Hermione sabía que se trataba de más que solo eso. Lo turbulento de la vida de su amigo lo perseguía incluso si se esforzaba en mostrarse entero.

Una familia era toda una responsabilidad que, posiblemente, le supondría tener que enfrentarse a todo su tormentoso pasado, pero sin duda alguna, siempre deseó una familia a la que pudiera llamar suya. Ella, por otro lado, antepondrían su trabajo, el evidente hecho de no tener una pareja y sobre todo, de sentirse madura y responsable en la mayoría de los ámbitos de su vida, menos respecto a la maternidad. En cambio, Ron se negaría rotundamente a la idea, alegando un sinfín de pretextos.

Irónicamente, estaba consiguiéndolo primero y aparentemente, sin problemas.

—¿Cuándo te lo dijo?— cuestionó, presurosa por cambiar el tema. Asimismo, deseaba saber que hizo en su tiempo libre, además de evitarla.

—Me enteré apenas hace dos días— le comunicó el joven dudosamente, al notar el cambio en su ímpetu —. ¿Qué hay con ser padrinos juntos?

—Le dije a Luna que sí— titubeó ella, azorada—. Di por sentado...

—Lo sé. Ron no me lo preguntó, dijo que tú decidirías.

La joven apenas y tuvo tiempo de verse apenada.

—Es bueno saber que todos están al tanto de como funcionamos— ironizó Harry, terminando su comida con gesto satisfecho—. Solo hay un problema con esto.

—¿Cuál?

—El como Teddy lo tomará.

A sus escasos cuatro años, Teddy Lupin poseía una astucia envidiable. Tan inteligente como su padre, era difícil ocultarle algo a pesar de su torpeza al tomar decisiones, la mayoría de las veces apresuradas, como Tonks. Presumir que era el ahijado de Harry Potter sería siempre su tema favorito de conversación al conocer a alguien nuevo.

—Tienes que hablar con él— previó Hermione—. O de lo contrario estarás en problemas.

—Él entenderá que puedo ser muy buen padrino a tiempo compartido.

—Multifacético, ¿Eh?

Harry sonrió con falsa arrogancia. Atenta a cada micro expresión, confirmó satisfecha que volvían a entrar en confianza.

Hablar del nuevo integrante de la familia Weasley alegraría a cualquiera.

—Hace un rato mencionaste que te cité aquí por una razón— vaciló Harry, adentrándose tentativamente al nuevo terreno—. Tenías razón.

— Usualmente la tengo— alegó Hermione, sin dejar de sonreír por mucho que en su interior la incertidumbre la consumiera—. Debo suponer que no se trataba de una invitación a ver películas.

—Sí y no— corroboró Harry, recogiendo sus platos vacíos y levitándolos al fregadero—. Es una invitación a otra invitación.

—Creo que no entiendo.

—El próximo viernes, el señor Rolland, mi jefe, se jubilará. Me enseñó mucho cuando estaba en la Academia.

—Siento oír eso— susurró Hermione—. Sé que te gustaba trabajar con él.

—Tiene derecho a retirarse y vivir tranquilo luego de tanta adrenalina, es el plan de todo auror— dijo Harry, restándole importancia—. Nadie merece más que él una ceremonia para despedirlo.

—Sí, oí a algo sobre eso, especialmente a Roux pavoneándose por haber sido invitado.

Y no mentía, durante días Hermione no pudo escuchar más que comentarios aislados sobre una enorme ceremonia por llevarse a cabo. Lo que no esperaba, pero debió imaginar era que Harry debía estar invitado.

—Lo imagino. La mayoría de jefes de departamento estarán ahí y, después de todo, muchos aurores.

—Será una gran noche— atinó a decir la chica, animándolo a continuar—. Y todo esto es...

Harry le tendió la mano, ayudándola a levantarse de un salto de su silla, conduciendola después al corredor obscuro que guiaba hasta las habitaciones. La suya era la última, todavía con la gran estampa de los Chudley Cannons que Ron pegó a la puerta.

Al llegar, abrió el cuarto y encendió la luz. Igual que siempre, todo era una mezcla de desorden y metódica organización. Con algunas prendas de ropa hechas un ovillo encima de la ropa perfectamente doblada del armario, así como las sábanas de la cama revueltas, pero a fin de cuentas, tendidas.

Sin embargo, lo mejor fue ser recibida por el olor de su colonia de afeitar y aquel sutil aroma a cedro y algo que solo podía catalogar como su aroma natural. Sin esperar una invitación, se sentó en la orilla de la cama y esperó a que él sacara de su armario varios tipos de corbatas y túnicas.

—Ya entiendo. ¿Quieres que te ayude a elegir?— insinuó, analizando críticamente los modelos. No era la primera vez que lo asistía en cuanto a qué vestir.

—Sí y no— repitió Harry sagazmente, sentándose a su lado, logrando que la cama se hundiera bajo el peso de ambos—. La cuestión es, que quiero que vengas conmigo.

Al principio no pudo responder. La ignoraba por días, dándole a entender que prefería escapar antes que afrontar la situación y ahora la invitaba a acompañarlo. Era demasiado poco lógico para su buen juicio.

—Ahora que estamos comprometidos pensé... Pero entenderé si no quieres venir, o si algún asunto con tu trabajo...

—Sí— musitó, procesando sus palabras al mismo tiempo de decirlas—. Iré contigo.

—¿Estás segura?

—Claro, si realmente quieres que te acompañe.

Ambos se encontraron mirándose con suspicacia, pretendiendo adivinar sus pensamientos.

—Te estoy invitando por una razón. Quiero que vengas.

En momentos como esos Hermione agradecía que él nunca hubiese aprendido a dominar la legeremancia o no tendría forma de esconder su recelo. Casi siempre sabían qué pensaban, pero existían pequeños pensamientos en los que ambos eran buenos escondiendo sus perspectivas.

No es que no quisiera acompañarlo, pero su aflicción se debía, en gran parte, a considerar que últimamente él la trataba con su acostumbrada confianza solo cuando estaban solos. Como si, comprometerse, hubiera cambiado su forma de relacionarse con ella o su amistad, lo que era peor.

¿Qué debía esperar ahora? Interiormente, incluso si no lo admitía se encontraba molesta y también, confundida. Estaba acostumbrada a entender a Harry con facilidad, comprenderlo era otro asunto totalmente diferente, pero entendía como funcionaba su razonamiento, excepto ahora.

—He dicho que iré.

Sintió su mano, grande y cálida posándose sobre la suya encima de la cama. Una milésima de segundo en un acto de agradecimiento para frenar una posible discusión, lo que terminó funcionando.

Él siempre sabía como.

Aun cuando él se levantó, Hermione siguió contemplando su mano vacía encima de sus sábanas. No tenía explicación para lo que la inquietaba tanto, pero presentía que existía más, algo que Harry no estaba diciéndole.
Escondido detrás de sus sonrisas encantadoras y comentarios amables.

Hasta no descubrirlo, seguiría su juego con paciencia, añorando internamente que le dijese la verdad pronto o al menos, descubrirlo por sí misma.

Decidida a no externar como se sentía, se dedicó a darle toda su atención a lo que Harry hacía, poniéndose una camisa y luego colocándose túnica tras túnica frente a su reflejo en el espejo. Estuvo tentada a decirle que no necesitaba esforzarse en verse mejor. Incluso en sus peores momentos, Harry conseguía tener un atractivo fascinante.

En su lugar, se recostó, tumbándose en la cama sobre su estómago. Sus sábanas olían exactamente como él, lo que solo consiguió adormecerla, deseando cerrar los ojos y no tener que preocuparse por tantas cosas que resolver.

—¿Qué ocurrirá con tu investigación?— lo escuchó preguntar, obligándola a despabilarse y darle su atención.

Otro tema horrible que tocar.

—No sé mucho por ahora. Es una buena señal que esté catalogada como "en pausa por fuerza mayor".

—Espera a que esta locura pase y entonces veremos— le aconsejó, mirándola a través del espejo—. Si es así, como lo sospecho, puedo imaginarme a Agoney alardeando sobre ello.

—¿Levi?— río Hermione, abrazándose a una de sus almohadas—. ¿Por qué lo haría? Su único interés en esto es lo bien que la pasó en París. Aunque parezca sorprendente, no alardea al decir que tiene suerte en sus citas.

—De nuevo París y sus anécdotas no contadas— siseó Harry mordazmente, descartando una túnica azul al arrojarla sobre una silla.

—De nuevo Levy Agoney— tarareó ella a su vez—. Algún día te contaré todo lo que hice y verás lo tedioso que fue.

—He recibido esa respuesta muchas veces y hasta ahora...

Invadida por un subidón de energía, Hermione se incorporó, sentándose en la orilla de la cama con la almohada aprisionada entre sus brazos.

—El día que me cuentes todo lo que haces en todas tus "excitantes misiones", haré lo mismo.

—¿Alguna vez te he dicho lo terca que eres?

—No tanto como tú.

Hubo un pequeño instante de desafío entre ambos, hasta que Harry dejó caer los brazos, rindiéndose, y se alejó en busca de sus corbatas.

—Ninguna misión es igual. Algunas son aburridas, otras "excitantes", pero también las hay lamentables.

Quizás se equivocó al presionarlo. Lo entendió tan pronto lo observó adoptar aquella postura de defensa que, inconscientemente, siempre tomaba al hablar de temas difíciles.

—Últimamente todas son así.

Previendo el peligroso terreno al que estaban acercándose, Hermione se levantó, sin imutarse, solo para acercarse a él y quitarle de las manos la corbata color rojo con la que luchaba, cambiándola por una negra de satén para atarsela minuciosamente.

—Ha habido muchos disturbios luego del estatuto— continuó Harry, dejándose hacer bajo sus manos—. Somos la contención de personas desesperadas por lo que la ley matrimonial significa, no puedo fingir que no los entiendo... Que no sé que no hago lo correcto.

Hermione suspiró profundamente y luego levantó la cabeza, mirándolo a los ojos con suavidad.

—Solo haces tu trabajo.

— Ojalá eso me hiciera sentir mejor— resopló Harry, echando la cabeza hacia atrás cuando ella le ajustó la corbata y el cuello de la camisa.

—Nadie dijo que la vida adulta sería fácil. Todos hemos acatado órdenes que no queremos, esperando que algún día, con suerte, podamos tener el control para hacer las cosas de la forma correcta.

Harry le rozó la mejilla con el dorso de la mano, comprendiendo que se entendían. Las decisiones de todos luego de la ley eran difíciles y no siempre necesariamente correctas.

—Lo veré de esa manera.

Ella se alegró por haberlo escuchado, pero no planeaba ahondar más en temas sombríos, ni agobiarlo con ellos después de lo complicado que estaba siendo adaptarse. Si era así para ellos, no quería imaginarse como estaba siendo para el resto de personas.

—Esta— declaró Hermione con convicción, alejándose un paso para admirarlo—. No he visto ninguna que te convenza de las que tienes aquí, así que ahora solo hace falta una túnica nueva y listo.

Harry se aclaró la garganta, mirándose al espejo evaluativamente solo unos segundos. Como casi siempre, él estuvo de acuerdo con su sugerencia.

—Con suerte podré buscar un buen traje para la boda también— opinó con naturalidad. Contrario a Hermione, que retrocedió un paso más, regresando a su sitio en la cama al escucharlo.

Las palabras de Luna volvieron con fuerza a su mente, disipando su intranquilidad al creerse casi sola.

—¿Dije algo malo?

—No...— titubeó ella, hundiéndose entre la mullida superficie—. Es solo que... No hemos hablado sobre nada acerca de la boda. No quiero decir que quiera algo pretencioso, pero...

Incrédulo, Harry caminó hacia ella, agachándose para quedar a su altura.

—Tienes razón— admitió culpable—. Empecemos buscando que vamos a vestir.

Ante su mirada, se deshizo la corbata con agilidad, tomó su chaqueta y luego su mano, llevándola hasta la puerta.

—¿A dónde se supone que vamos?

—A comenzar con los preparativos— le aseguró Harry, riéndose al notar su confusión, que no desapareció hasta que se encontró en medio de la calle, con su mejor amigo arrastrándola hasta un destino que solo él conocía.

No podía ocultar la alegría que le producía saber que volvía a tenerlo a su lado y sobre todo, que no estaba sola.

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La mayoría de locales y tiendas estaban todas cerradas o a punto de hacerlo cuando ambos jóvenes llegaron al Callejón Diagon, lugar predilecto para la mayor parte de la población mágica.

Comúnmente, con el otoño acercándose, los días eran más cortos y la luz del día era todo un lujo, sin contar el hecho de que abandonaron el apartamento de Harry entrada la tarde. Sin embargo, no parecía desanimado en lo absoluto ante lo desértico de las calles.

Diez minutos después, al final de la calle más solitaria y pobremente iluminada, podía verse el resplandor tenue del único comercio abierto. Sin mediar palabra Harry la condujo a este, abriendo la puerta para ella con expresión satisfecha.

—Ya que no has querido que me entrometa en tu vestido— susurró a su oído, cuando ambos entraban a la tienda—. Aquí en dónde buscaré mi túnica.

—Ya se lo he prometido a Luna y Susan— se excusó Hermione con dignidad, mientras admiraba los escaparates y toda clase de túnicas para magos llenando la tienda.

En realidad, el contraste entre la elegancia de los modelos y la indumentaria antigua en que el local se encontraba incentivó su curiosidad.

Justo cuando se disponía a preguntar cómo conocía un lugar como ese, desde la trastienda salió un hombre con escaso cabello café y ojos almendrados tan obscuros como la túnica que vestía, pero agradable sonrisa.

—Señor Potter— fue lo primero en decir, acercándose a la barra de madera en el mostrador, sorprendido con su presencia—. Ha pasado un tiempo.

—Lo sé, Robert, pero siempre es bueno volver— se disculpó el joven, colocando su mano sobre la espalda de Hermione para conducirla al frente—. Ahora soy yo quién necesita tu ayuda.

Los astutos ojos del hombre se posaron en la chica acompañándolo, adquiriendo rápidamente un brillo de alegría que no disminuyó hasta que se encontraron frente a frente.

—Ella es Hermione Granger, mi prometida— prosiguió Harry, mientras ella extendía su mano para saludar—. Él es Robert Cardin, el hombre detrás de la túnica de bodas de Ron.

—Un placer conocer a la futura señora Potter— le dijo, estrechándole la mano con delicadeza—, Y felicidades por su compromiso.

—Tiene un gran talento, señor Cardin— reconoció Hermione, al recordar el esmero que Ron se tomó en vestirse mejor luego de su fatídica vestimenta durante el baile de cuarto año.

—Llámame Robert— sonrió, antes de volver su atención al joven—. La última vez que estuvo aquí, señor Potter, buscaba una túnica como padrino de bodas.

—Mis circunstancias son un tanto diferentes ahora— admitió Harry, rascándose la cabeza—. Necesito una túnica de gala y otra, por supuesto, para el día de mi boda.

A Hermione le resultaba tan extraño escucharlo hablar con tanta soltura de "su" matrimonio, que no perdió detalle de cada palabra.

—Le prometí que cuando ese día llegara sería un honor encargarme. ¿Cuánto tiempo tenemos hasta entonces?

Mientras Harry y Hermione se miraban, evidentemente sin tener idea de la fecha de su asignación, el hombre levantó la barra sobre la que se recargaba, con su varita en las manos. Al notar su confusión, pareció recordarse lo que hasta entonces no debía olvidarse.

La ley que la mayoría estaba obligada a cumplir.

— Empezaré de inmediato en ese caso— argumentó Robert afablemente, conduciendo a Harry hacia un banco pequeño, donde con solo su varita en mano, usándola como cinta métrica, comenzó a tomar sus medidas con destreza.

Aparentemente dispuesto a aligerar el ambiente, les narró viejas anécdotas de su trabajo y su vida hasta que, en menos tiempo del esperado, Harry tuvo una túnica de gala perfecta para su cena y otra en proceso de confección para antes de la boda.

—Le aseguró que pondré todos mi empeño en esto—les prometió el hombre, acompañándolos hasta la puerta.

—Esperemos eso la convenza de quedarse conmigo en el altar— bromeó Harry, mirándola— Toda mi fe queda en ti, Robert.

—Te aseguro que estaré ahí, contigo y tu pésimo sentido del humor— decretó Hermione, palmeando su mejilla juguetonamente, arrancándole una carcajada a Robert, que sostenía la puerta para ellos hasta que salieron a la calle.

—Tiene mucha suerte, señor Potter. Una compañera tan ingeniosa e inteligente debe atesorarse.

—Eso lo sé desde que la conocí— dijo Harry, despidiéndose afablemente del hombre.

—Fue un gusto, señor... Robert— se corrigió a tiempo la chica, despidiéndose con la mano para luego emprender el camino al lado de su amigo. De alguna manera, se sentía rebosante de energía.

—Tiene un gusto exquisito, ¡Te verás tan bien!

—Y también una aguda forma de decir las cosas— agregó Harry, buscando su mano inconscientemente, como antes, cuando todo era natural.

Algo cálido se expandió por todo su pecho al sentir que estaba recuperándolo, así fuera por medio de pequeños detalles que tenían un valor inconmensurable.

El camino a casa, charlando animosamente de cualquier banalidad limó todas las asperezas formadas en los días en que estuvieron distanciados. Hermione sabía que podía ser fuerte sola, pero sentir su apoyo y su complicidad intacta le hacía recuperar fuerzas el doble de rápido.

—No pienso vivir ahí— decía Harry cuando estaban a solo unos metros de llegar al departamento de la chica, refiriéndose a su propiedad en el número 12 de Grimmauld Place, a la que no deseaba mudarse.

La noche estaba tan llena de vida y movimiento, que caminar no les supuso un sacrificio, sino todo lo opuesto.

— Buscaré todas las opciones posibles— le prometió ella, soltándose de su mano con pesar—. Encontraremos un buen sitio.

—Disfruta de tus últimas noches en este lúgubre lugar, Granger— se despidió él, con una exagerada inclinación.

—Oh, cállate.

Sin acordarlo, ambos esperaron a que sus sonrisas murieran en sus labios para moverse en direcciones opuestas.

—Hablaba en serio cuando dije que espero no estar solo en el altar— mencionó Harry de pronto, antes de que la distancia entre ambos creciera.

—¿De qué hablas? Estamos juntos en esto.

—Lo tengo claro, pero a veces...

Hermione se detuvo, de pie en el último de los escalones que la llevarían a la puerta del conjunto de departamentos, observando desde su posición a su mejor amigo. Solo los peldaños de la escalera los separaban.

—Si tú deseas seguir adelante, te prometo que no hay motivo para dudar que ambos estaremos uno al lado del otro ese día— prometió Hermione.

Sin entender con claridad el origen de sus dudas, no pudo más que esperar que él confiara en su voluntad de cumplir con el arreglo que los salvaría de matrimonios desafortunados con personas desconocidas.

—Tan amigos como siempre— decretó Harry y subió dos escalones para poder extenderle su mano, como si se encontraran a punto de sellar un pacto.

—Tan amigos como siempre— repitió ella y estrechó su mano.

Al despedirse, soltándose gradualmente, sintiéndose más tranquilos con las intenciones del otro claras todo pareció sencillo mientras estuvieran juntos.

Esa noche, al dormir, con el aroma de Harry todavía impregnando su ropa, Hermione no encontró otro nuevo inconveniente en el rumbo de sus planes

El día en que el momento llegase, estaba convencida de que su mejor amigo estaría esperándola con las mismas expectativas.

A partir de ahora, no existiría nada más importante que sus deseos por conservar su amistad.

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Atenta solo a sus pasos y los posibles obstáculos frente a ella, Hermione caminó con paso firme por el pasillo casi vacío que conducía a su área de trabajo.

Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, siempre existía algo que terminaba por ocupar toda su atención. En este caso, el catálogo de opciones de departamentos en sus manos.

Luna había sido encantadora mandándoselo en cuanto se lo pidió, pero cada fotografía y descripción de un posible futuro hogar nunca terminaba de convencerla.

Algunos eran innecesariamente grandes, otros, extremadamente costosos y el resto simplemente no se acoplaban a la estructurada imagen que la chica idealizó en su mente.

Replanteándose si no estaba siendo demasiado dura con sus expectativas, apenas tuvo tiempo de darse cuenta que algo extraño sucedía en cuanto puso un pie en la enorme zona en la que se extendían todos los cubículos de su departamento.

Tal vez estuvo pasándolo por alto desde que llegó al Ministerio, pero una vez que estuvo obligada a apartar la vista del catálogo, se encontró con varias miradas puestas en ella.

No era la primera vez que sucedía. En Hogwarts, varias veces tuvo que intentar dar sentido a las personas mirando en su dirección cuando levantaba la mirada de entre sus libros, aunque generalmente estaban dirigidas a Harry, constantemente a su lado, siempre perseguido por los rumores.

Esta vez, no se trataba de eso.

Se encontraba sola, bajo el escrutinio de todos sus compañeros de trabajo y cualquiera que estuviera en el piso en ese momento. Como si nadie deseara mostrar una mínima de discreción, les siguieron las murmuraciones.

Años atrás se habría sentido intimidada, pero ahora, sabiendo que nada ganaba dejándose guiar por la presión, levantó la mirada dignamente, siguiendo el camino hasta su cubículo.

Descubrir que sucedía se convirtió rápidamente en su prioridad, aunque sospechó, lo sabría muy pronto.

Nada más verla, Susan se puso de pie de un salto, acercándose a ella y dirigiendo miradas molestas a su alrededor. En sus manos, llevaba lo que Hermione reconoció como un ejemplar de "Corazón de bruja" y otro del El Profeta, mismo que no había tenido tiempo de leer por sí misma.

—Si esta es la explicación para lo que sucede, no quiero saberlo— le aclaró Hermione a su amiga—. Sabes que odio esta clase de lectura.

Con insistencia, Susan arrojó primero la revista sobre su escritorio y apuntó con el dedo el encabezado de esta, obligándola a mirar con detenimiento, para luego, hacer lo mismo con el periódico. Y entonces, todo cobró sentido.

Una gran fotografía de Harry y ella abarcaba casi toda la primera plana, mostrándolos mirándose fijamente, sin reparar en su alrededor con sonrisas que, más que románticas, como aseguraba el texto acompañando la foto, eran puramente amistosas. Si era sincera, no tenía la menor idea de en qué momento pudieron tomárselas, aunque no lucían recientes.

Con la ira ascendiendo, apartó la revista y tomó el Profeta entre sus manos, comenzando a devorar cada oración plasmada en él. Con palabras más elegantes y menos insidiosas, pero que insinuaban casi lo mismo que la revista, ambos estaban llenos de similitudes y halagos a la practicidad del estatuto matrimonial.

Al terminar, Hermione lo arrojó bruscamente sobre su escritorio. Sentía que con cada exhalación sus ojos se nublaban, haciéndola mirar puntitos rojos producto de la rabia.

Para este punto probablemente debió adivinar que el Ministerio no tenía límites o ni una mínima pizca de decencia en cuanto al decreto se refería, pero aun así, nunca se imaginó que llegarían a los extremos de vender información privada de las personas con tal de obtener publicidad y falsa aprobación.

Mientras Corazón de bruja se esforzaba arduamente en hacerlos pasar como solo parejas enamoradas a punto de casarse, haciendo el trabajo sucio, El Profeta hizo lo propio publicando los nombres de todos aquellos quienes se habían registrado en las últimas semanas como parte del "detallado seguimiento y participación" que toda la población mágica podría tener en lo respectivo a la ley matrimonial.

Si bien sus nombres no eran los únicos a los que se hacía referencia en las ediciones, todos tenían en común algo, ser empleados del ministerio o al menos, activamente relacionados con él o la sociedad.

Casi todas las parejas mencionándose en la "edición especial" de la revista pertenecían a personas cuyos nombres serían fáciles de identificar y a los que gran parte de la población conocía. Como un compromiso entre dos de las familias más adineradas , seguidos de dos de los jugadores más importantes de Quidditch pertenecientes a equipos de renombre y finalmente Louis Miller, vocalista de la banda de música del momento, Cauldrons and brooms.

Por supuesto que, de alguna manera considerablemente notable, el nombre y títulos con el que Corazón de bruja se esforzaba en referirse a Harry eran legibles en la portada, dedicándoles página y media para hablar sobre las expectativas de su compromiso y lo bien que el resto de las parejas estaba llevando el cumplimiento de la ley.

Era claro que El Profeta tendría mayor alcance para el público en general, pero el sensacionalismo provocado por la revista siempre atraerían mayor número de lectores, sobre todo tratándose de un tema tan controversial para todos.

La diferencia recaía en que, para el resto de "parejas", la información con que se referían se limitaba a sus respectivas ocupaciones, en cambio, de Harry y ella no había más que menciones a Voldemort y la guerra, reluciendo con brillantes letras doradas.

"¿El niño que vivió ahora será el hombre que encontró el amor?" podía leerse en el primer encabezado de la revista, bajo una descripción de Hermione, citándola como una heroína más de la guerra y la "prometida ideal para El Elegido". Lo demás, eran solo tonterías amarillistas, enlistando las expectativas de su matrimonio y alabanzas al eficaz manejo del Ministerio con la ley.

—Es pura basura— opinó Susan, con un incómodo encogimiento de hombros, intentando alejar el periódico de ella—. Al menos no leíste el resto, no te habría...

Sintiendo que su sangre hervía, a Hermione no le importó llevarse otro mal sabor de boca por leer unas cuantas líneas más, y sabía que eso solo lo encontraría en la revista, no en un periódico haciéndose pasar por neutral. Contrario a lo que Susan pensaba, necesitaba avivar la indignación que motivaba su ira o de lo contrario, la vergüenza se encargaría del resto.

Sin detenerse ante la mueca de su amiga, Hermione sujetó la revista con manos temblorosas por la rabia, disponiéndose a leer el párrafo que Susan le señaló con resistencia.

"... hablamos de un talentoso mago o brillante bruja cuyos padres son los héroes de la última década, podemos apostar a que tendrá un potencial arrollador, ¡Sobre todo con un padre tan atractivo! Una combinación perfecta que todos esperamos ver materializándose pronto. La posibilidad de un hijo o hija con el que el linaje Potter perdurará resulta esperanzador.

Hemos de felicitarlos por participar activamente en el cumplimiento de una de las leyes mágicas más importantes de los últimos años, siguiendo cada protocolo establecido por el ministerio y, sobre todo, por su futuro matrimonio".

Sin importarle si las líneas siguientes hablaban sobre ellos también, Hermione se deshizo de la revista, levantándose súbitamente. Hablaban de ellos como si realmente apoyaran la detestable idea que todo el estatuto conllevaba, haciéndolos parecer sus mayores aliados dispuestos a cumplir y lo que era peor, de un bebé que ni siquiera existían aún.

A Harry todavía lo perseguía la horrible fama que nunca pidió, y no costaba imaginarse que esta alcanzaría a un hijo de ambos, lo que la hacía una situación horrible. Una que Hermione no se creía capaz de soportar cuando el momento llegase.

Por la rapidez de su movimiento, las miradas que apenas hacia unos minutos habían dejado de mirarla con tanta insistencia volvieron, como si esperaran más, deseosos por presenciar su reacción.

Enfureciéndose con la idea de ser vista ante los ojos del resto como solo la "perfecta prometida", ilusionada con una boda que hasta hace poco nunca habría considerado, Hermione dirigió una furibunda mirada a su alrededor, haciendo que inconscientemente todos agacharan la cabeza, siguiendo con sus actividades o al menos fingiendo que lo hacían.

Pero no sirvió para frenar su enojo.

Previendo que sus intenciones no cesaban ahí, Susan la tomó del brazo tan pronto como la miró moviéndose, arrastrándola bajo el escrutinio indiscreto de sus compañeros hasta el corredor que conducía las oficinas con el resto del recibidor fuera del elevador.

—No necesitas esto— le recomendó Susan, soltándola solo hasta que estuvo segura que ambas se encontraban solas—. No un escándalo que alimente sus estúpidos rumores.

—¡Eso es lo que he evitado toda mi vida!

—Lo has hecho muy mal hasta ahora— murmuró la pelirroja entre dientes, callándose cuando Hermione pareció ser capaz de descargar su impotencia con ella.

—Honestamente... eso no les da derecho a usarme para hacer parecer que todo va perfecto, ni mucho menos para vendernos como una pareja perfecta, ¡Qué no somos!

—Sabíamos que esto sucedería en algún momento— argumentó Susan, apoyada contra la pared.

—¡No ahora! ¡No así!

—No podían mantenerlo eternamente en secreto, linda— insistió su amiga, con una admirable paciencia a pesar del pésimo humor de la castaña.

Sin otro remedio que no fuera escuchar sus quejas como toda buena amiga haría, Susan esperó el tiempo suficiente y luego le indicó como inhalar y exhalar para relajarse.

Justo cuando Hermione se sentía volviendo lentamente a sus cabales, agradeciendo no haberse dejado llevar por la emoción del momento, escuchó lo único que, con méritos, sería la cereza del pastel.

—No sé si quieras saber el resto, o si debo decírtelo— vaciló su amiga, mirándola detenidamente, como si midiera su cordura.

—¿Hay más que esto? ¿Algo peor?

Al ver su expresión, Hermione se puso una mano sobre la frente, suspirando para serenarse. Odiaba los secretos.

Detestaba saber que estaba perdiéndose algo importante que la involucraba, sin importar que tan dura fuera la verdad, era cien veces preferible a mantenerse en la ignorancia.

—Lo soportaré, ¿Qué es?

—¿No vas a enloquecer?

—¡Susan!

Dando un salto al escuchar su tono, la pelirroja no tuvo más remedio que sincerarse, cuidándose de modular el tono de su voz, con una mala imitación de suavidad y comprensión que no escondían su tensión.

—Llegué antes y... Supe todo y luego... esto estaba en tu escritorio.

—¿Revisaste mis cosas?— jadeó Hermione, deteniéndose a tiempo para no asustarla con su reprimenda o de lo contrario, no diría más—. Quiero decir, ¿Por qué harías eso?

Extrañamente, Susan intentó casi pasar desapercibida e inocente, claramente intimidada como pocas veces podía vérsele.

—La intención era decirte todo poco a poco...

—Susan Bones— amenazó Hermione, mientras la joven no tenía más remedio que sacar del bolsillo de su túnica una pequeña nota atada con un lazo color rosa encendido.

Al momento en que la tuvo frente a sí, en sus manos, la castaña detectó un fuerte olor dulzón proveniente del papel que le revolvió el estómago. Reconocería la letra en cualquier sitio, sobre todo por al cantidad de problemas que su remitente le ocasionó en la adolescencia.

Creyó que sus amenazas sobre no volver a inmiscuirse en sus vidas habían sido lo suficientemente claras, hasta ese momento. Descuidadamente desató el lazo, leyendo sin interés alguno por tomar en serio lo que sabía con antelación, serían solo tonterías.

Justo como esperaba, Rita Sketeer, como si fueran íntimas conocidas de toda la vida le pedía sin mucho tacto, una "pequeña" entrevista sobre su procedimiento de registro y planes futuros para su periódico que, por lo que Hermione sabía, era relativamente reciente y sin tanto renombre como El Profeta, pero atraía mucha atención gracias a su contenido escandaloso y amarillista.

Sus palabras dieron vueltas en su cabeza unos instantes, revolviendo su estómago. Rita era una mujer desagradable y pretenciosa a la que nunca encontraría una virtud.

Atreverse a buscarla solo demostraba su poco sentido común.

Justo cuando volvía a sentirse una persona como cualquier otra, incluso con el asunto de la ley matrimonial encima, sucedían cosas como estas para impedirle olvidar su participación en la caída de Voldemort, ayudando a Harry.

—Es una bruja despreciable— siseó Hermione, haciendo trizas el papel con sus manos.

— Y evidentemente estúpida— asintió su amiga, tan indignada como ella —. Escribirte ha sido toda una hazaña.

—Aunque no me sorprende— dijo la castaña, arqueando una ceja pensativamente—. Siempre apostó porque salía con Harry y todo lo que tuviera que ver con desprestigiarnos. Una entrevista... ¡Sé que le encantaría despedazarnos en cada oración!

Mientras Hermione amenazaba con cumplir su promesa de hacerla vivir su vida como un escarabajo por el resto de sus días, Susan se esforzó en tranquilizarla, manteniéndose lealmente a su lado hasta que estuvo segura que no terminaría gritándole a nadie que se atreviera a mencionar una palabra más de su compromiso, ahora público.

Solo entonces, volvieron a sus respectivos puestos de trabajo, con Susan callando a cualquiera que se atreviera a murmurar algo al verlas pasar.

A pesar de no necesitar que nadie cuidase de ella, agradeció tenerla como su amiga. Generalmente Susan le agradaba a todo el mundo, contrario a Hermione, pero a veces, podía verla rebelándose de su amigable y serena naturaleza Hufflepuff.

Pero después de todo, seguía siendo leal a su amistad y tercamente empecinada en que las cosas fueran justas. Demostrándose al punto de estar genuinamente enfadada con la sórdida publicación de la revista.

Sentirse apoyada y comprendida por otra mujer, sin importar cuando adorara a sus mejores amigos era reconfortante. Por ello, Hermione se prometió que sin importar que tan difíciles fueran las habladurías a partir de entonces, mientras todos a quienes amara supieran la verdad, nada tenía porqué afectarla.

A primera hora de la tarde, cuando ambas amigas se disponían a comer, no resultó sorprendente que Levi Agoney se les uniera, con un ejemplar de Corazón de bruja bajo su brazo, sin ocultar su curiosidad por la noticia que seguramente ya estaba en boca de todos.

—Si vas a decir algo estúpido, no lo hagas— le advirtió Susan, antes de que el joven pudiera siquiera saludarlas.

—No pensaba hacerlo— se defendió él, mirando a Hermione de reojo—. Solo tengo curiosidad, ¡Cómo todos!

— Últimamente casarse es el único propósito. Solo cumplí, ¡Cómo todos!— chistó la castaña—. ¿Qué tiene de sorprendente?

—Bueno... porque... Vas a casarte— murmuró Levi, sin su usual actitud desinhibida—. No sabía que habías conseguido un prometido, mucho menos que fuera el famoso "niño que vivió".

—¡Te dije que no dijeras una tontería! Es solo Harry y es su mejor amigo— exclamó Susan, empujándolo con su hombro para alejarlo del camino de Hermione en la abarrotada calle.

—Lo siento, ¿Bien?— manifestó el joven, ajustándose distraídamente su uniforme, sin dejar de caminar con ellas—. Solo estaba un poco decepcionado por no haber sido rápido al pedirtelo antes.

—Sí, claro— río Hermione, sin prestarle mucha atención, mientras Susan y ella debatían sobre el mejor sitio al que podrían entrar a comer.

Largas horas todavía las esperaban antes de terminar la jornada así que, si planeaba no dejarse sucumbir ante su pésimo humor, debía mantener su estómago lleno.
Finalmente, se decidieron por un agradable restaurante con mesas disponibles y un agradable aroma a comida llegando hasta la calle.

No fue hasta que los tres estuvieron sentados que Hermione se animó a volver a hablar, nuevamente invadida por la necesidad de hacerles saber a sus amigos que no necesitaba consideración alguna por un tema de tan poca relevancia.

Pudo tomarlo mal al inicio, pero luego de su arranque, entendió que sin importar cuan furiosa estuviera, eso no arreglaría ni detendría los rumores.

—¿Desde cuando lees Corazón de bruja?— preguntó al auror, al notar la revista sobre la mesa, obligándose a no mirar las fotografías moviéndose en la portada.

Levi le regaló una encantadora sonrisa ladeada, empleando un tono confidencial.

—Si quieres hacer a una bruja feliz, debes saber como piensa y qué es lo que quiere si deseas cumplir sus expectativas. Las mujeres pocas veces te lo dicen directamente.

Ambas amigas se miraron entre sí, para luego permitirse un fugaz momento de admiración a sus palabras.

—Además, todo el mundo lo ha leído para este punto— puntualizó él, mostrándose más relajado cuando llegaron a tomar sus órdenes.

—Sí, y estoy acostumbrada a las murmuraciones— concluyó Hermione, ignorando con indiferencia a todo quien la miró despectivamente, ganándose miradas orgullosas de sus amigos.

El tema no volvió a ser mencionado por el resto de la tarde.

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Con el atardecer llegó la calma.

Con la mayoría de cubículos quedándose vacíos, para el final del día solo Hermione y otros cuantos de sus compañeros quedaban terminando sus últimos deberes del día. Media hora atrás, por mucho que Susan deseó esperarla tenía que ver a Justin, por lo que no les quedó más remedio que despedirse, recordándole que las cosas mejorarían.

Como era de esperarse, exactamente a la hora acordada, Harry apareció, con la chaqueta del uniforme sobre el hombro y aspecto agotado. Con solo mirarse, Hermione pudo leer en su expresión que sabía, al igual que todos, las murmuraciones sobre ambos.

Bastaba notar la manera en que, sin darse cuenta lo amenazante que parecía, dedicó gélidas miradas a todos aquellos que se atrevieron a mirarlo con curiosidad por aparecerse en el lugar. Evidentemente la buscaba a ella, quien ya podía imaginarse todas las habladurías que su presencia provocaría al día siguiente.

—Lo sabes— dijo Hermione nada más verlo. Apresurándose a tomar sus cosas y dejar de lado sus deberes con tal de salir del Ministerio de una buena vez.

—Hola para ti también— respondió Harry, irónico. Parecía esforzarse en aparentar normalidad, pero su constante forma de mirar a los lados demostraba lo contrario.

—Lo siento, no ha sido un buen día— se disculpó ella, tomándolo por el brazo para marcharse—. No sé como he tolerado...

—Al memos todos quienes nos importaban ya lo sabían— la frenó Harry, aguardando a su lado a que el ascensor llegase y cuando lo hizo, ambos entraron en él con prisa.

—Sí, sé que algún día debía saberse— aceptó la castaña, recargándose en el ascensor justo cuando este comenzaba a moverse—. Pero si la arpía de Rita Sketeer vuelve a llamarme...

—¿Rita Sketeer?

— Creí que también te buscaría.

Notablemente sorprendido, Harry no pudo más que menear la cabeza mientras ella le contaba todo, cuando terminó, más que molesto lucía indiferente.

—Puedo hacer que lo piense dos veces antes de buscarte de nuevo— la tranquilizó, al salir del elevador hacia el Atrio—. Lo que menos necesitas es tenerla sobre ti asediándote por una entrevista.

Los pocos empleados que seguían en el Ministerio los miraron con curiosidad y recelo. Por primera vez, verlos juntos se sentía como una falta y aunque Hermione deseó mantenerse ajena a lo que sucedía, la incomodidad del escrutinio era todo un dilema.

Previendo sus pensamientos, Harry buscó su mano con poca delicadeza, pero firme convicción, conduciéndola por el Atrio. Al notar su mirada interrogante, se inclinó cuidadosamente hacia ella.

—Las personas siempre han hablado de nosotros— puntualizó, con una sonrisa cínica apareciendo en sus labios—. Démosles de que hablar entonces.

Como era de esperarse, verlos atravesar el lugar tomados de la mano, con Harry sonriendo de ese modo y Hermione viéndose desinteresada en el resto de las personas causó todo un revuelo. Extrañamente les otorgó un extraño sentimiento de superioridad al que se aferraron hasta desaparecer en medio de las llamas de una de las tantas chimeneas.

Dejando claro que nadie, ni siquiera un ridículo artículo en una revista sería un obstáculo a enfrentar.